Stagnation

Chapter 4
Determinación


  «Un “DeBastador”, “B” por hijo “bastardo”, el resto de la palabra se refiere a “devastador”.  Una aberración carente de razón, deforme física o mentalmente que, a la larga, ni siquiera puede ser controlada por la familia que lo crio y educó». 

Lía pensaba en su interior. «Mucho menos es alguien que yo pueda controlar, al menos no con este cuerpo enfermo que tengo. ¿Quién se iba a imaginar que el descendiente de un vampiro y un licántropo con linajes puros caería del cielo como una estrella y terminaría frente de mí? Me arrepiento de no seguir las noticias, ni estar al tanto de los eventos que atormentan a la humanidad. Claro que en las noticias vi que cazaban a tu familia y que los humanos habían llegado al infierno, pero no es suficiente…».

 «Dejando eso de lado», continuó pensando, «aunque utilice mis habilidades de vampira para hacerte mi esclavo, no estarás atado a ese lazo, puesto que también tienes sangre de vampiro en tus venas. Mi cuerpo, mis habilidades, mis conocimientos, de nada servirán para poder, al menos, hacer un acuerdo con él. Tan solo puedo confiar y esperar lo mejor. Ahora que lo pienso, cuando lo cargaba entre mis brazos, él no se veía tan peligroso, vicioso o violento como la gente lo describe. Además, no todos los híbridos son criaturas semejantes».

—Yo… confío en ti… —dijo Lía mirando a los ojos que tanto comenzaba a temer, tan pronto como pudo tragarse el nudo que se le había hecho en la garganta y aclarar sus ideas.  

  Después de haber hablado en voz alta, Lía se dio cuenta de que no había sonado muy convincente. Que existían mejores cosas que decir y que, tal vez, esas podían ser las últimas palabras que podría decir. Se sintió como la mayor estúpida de todo el infierno amarillo brilloso en el que vivía. 

  Algo recorrió el interior de Rey. Para él, eso se sintió electrizante, al mismo tiempo que relajante. Le invadía la confianza y los motivos para creer en alguien que, de cierta forma, creía en él. Esas cuatro palabras, nadie se las había dicho en el pasado. El rostro de ella mostraba temor, pero no mentía, mientras que las caras de su maestro, padres y amigos, mentían, pero nunca temían. Las palabras que salieron de los delicados labios fueron sinceras, abarrotadas por vulnerabilidad, aunque estuvieran asustadas. Por otro lado, la manera en la que la doctora ofrecía su cuerpo le recordaba vagamente a Silvia, antes que ésta le ofreciera la llave del conocimiento. 

  Con intimidantes pasos, Rey rodeó el cuerpo de la fémina. Tan pronto se rompió el contacto visual entre ellos dos, a pesar de ser un poco más grande que la mitad del tamaño de ella, Rey hizo que su cuerpo creciera hasta colocarse a la misma altura e intercambiar alientos sin tener que transformarse por completo en bestia. Dos palmos más grandes que la doctora y tras terminar de darle la vuelta, Rey volvió a posar su mano semi transformada sobre el delicado rostro de piel pálida. 

  Lía se vio obligada a subir su mirada y entablar contacto visual con una versión mucho más intimidante de su paciente. El pánico se hacía presente en su cuerpo y le gritaba que corriera con todas sus fuerzas, pero ese comportamiento no era lógico para alguien que se auto-laceraba y había querido morir la mayor parte del tiempo. Mucho menos para ella, que tanto le gustaban las situaciones peligrosas.

  Largos segundos pasó Lía mirando al chico que le doblegaba la voluntad con su mirada.  Los ojos de Rey le parecieron como interminables laberintos en los que se perdía y reencontraba de vez en cuando. Un laberinto en el cual las paredes dejaron de existir y la oscuridad lo engulló todo, quedando tan solo el brillo blanco de dos ojos afilados. 

  El tiempo se detuvo en todo el sentido de la palabra. El tic, tac del reloj pareció cobrar vida y volverse tan complejo como caprichoso.  El corazón de Lía se volvió una tercera persona, haciendo notar su desesperada existencia en la desolada habitación compuesta por dos. El sistema interno de ella estaba hecho un caos, tanto que sus piernas casi no le respondían y su respiración se encontraba al borde del descontrol.

  Con la elevación de la frecuencia cardíaca que estaba experimentando, ella notó que ciertas áreas de su cuerpo dejaban de ser pálidas, sus orejas, su cara, su pecho al descubierto y el área pélvica dentro de la intimidad, se sonrojaban. Comenzaba a hacer mucho calor, tanto, que su cuerpo sudaba frío, sudoraciones que le rociaron las palmas de sus manos, así como una mayor lubricación de saliva en la garganta. 

  «¡Ohhh! Él aún no ha dicho nada, seguro porque trata de mantener sus instintos al margen para no matarme», pensaba Lía. «Es entendible, para él, yo soy una amenaza. Me está estudiando con su mirada, sintiendo con su olfato, intimidando con su presencia. Quiere hacerme saber que es más fuerte que yo y sería mucho más sensato que retirara mis palabras si no fuera capaz de cumplirlas…»

  Como si toda la piel hinchada y humedecida no fuera suficiente, temblores y sacudidas reclamaban la posición de las redondeadas piernas de la chica, que luchaba con todas las fuerzas de su ser por mantenerse de pie.

  «Si en verdad confío en él, no tendría por qué salir corriendo» se dijo ella, para entrar en un estado pesimista. «Pero el miedo que estoy sintiendo no es bueno. Miedo que se traduce en inseguridad por la decisión que me atreví a tomar».

  Pánico, miedo, pavor, espanto, nunca experimentados, le trajo una paradójica sensación de excitación, lujuria y morbo a la vez. 

 «Él sigue mirándome sin decir nada», continuó ella en su mente. «No sabía que al estar a punto de morir podría hacerme sentir tan excitada. Siento fuego entre mis piernas, calor en mi abertura y algo duro que me golpea la barriga. El éxtasis tampoco me ayuda, la disponibilidad sexual podría interpretarse como interés; también es otra manera de engañar. Mi falta de capacidad para controlar las reacciones de mi cuerpo son el mayor enemigo con el que he podido lidiar en esta vida y en este momento tan crucial para mí para seguir viviendo». 

   A pesar de tener sus manos extendidas, el cuerpo femenino, minuciosamente observado, intentaba agarrar las largas mangas de la bata blanca que vestía, con la intención de cubrirse tan solo un poco más. 

  Durante el tiempo transcurrido, Rey notó cada pequeño temblor por parte de Lía, las diminutas gotas de sudor que le salían entre los poros de la frente blanca que se juntaban antes de deslizarse, cómo la sangre se aglomeraba bajo su piel y su propio reflejo atemorizante en el interior de aquellos ojos que le miraban fijamente. 

  Rey decidió ser precavido, con algo de decepción en su rostro, se volteó y se alejó un poco del espacio personal de la chica de cabellos recogidos. Recordaba las palabras que su padre alguna vez le dijo, “No temas perder cuando actúes por bien y haz buenas acciones confiando en el resultado sin dejar que las dudas te frenen”.

  —No es que esté tratando de no matarte… para mostrarte que soy diferente, acaso ¿existe algo que quieras, algo que necesites a cambio de toda la tranquilidad que te pienso quitar? 

   El joven dejó a la vampira atónita con las palabras que dijo y luego retrocedió. 

  —No… no por ahora —respondió ella

   Rey, sin dar tiempo a que ella expresara sus dudas, agregó: 

  —¿Por qué dijiste que confías en mí?

   Tan pronto como pudo retomar el control de su respiración y llevarse las manos al pecho para ayudar a que su corazón se detuviese, Lía respondió a la negociación que estaban entablando. 

—Digamos que es algo en mi interior. No sabría cómo explicártelo… —Ella, por pura corazonada, detuvo sus palabras calculadas, pues se dio cuenta de que el joven podía descubrir que no eran ciertas. Rápidamente, tras limpiar su garganta, se rectificó a sí misma—. No sabría cómo explicártelo para que lo entiendas sin que cambies la manera en cómo me ves. Por cierto, ¿cómo sabes lo que pienso? Es un tanto curioso, mi padre también podía saber lo que las personas pensaban y nunca me lo dijo.

  Lía hizo un movimiento inteligente, una pregunta para que el joven se abriera y ella pudiera escapar de lo tensa que se había vuelto la situación. 

   —No es que pueda saber lo que piensas —respondió Rey con naturalidad—, pero tu mirada habla con mucha claridad, tu cuerpo también manda señales que puedo interpretar con más facilidad. A diferencia de las palabras, los gestos suelen ser mucho más sinceros y se apegan más a la manera en la que alguien está pensando. 

   —Fascinante… —dijo ella—. ¿Qué te hizo ser de esa manera? ¿Qué te hizo ser tan atento y desconfiado?

  —La carga que llevo sobre mis hombros. Siempre estoy rodeado de personas que me observan. Cuando aún no era capaz de comunicarme mediante palabras, no me di cuenta de la importancia que tenían las miradas y cometí errores por mi ignorancia. De ahí en adelante aprendí a interpretar expresiones, pero no significa que las entienda del todo. Por cierto, ¿acaso lo que significa el aroma de tu piel es deseo sexual? De cierta manera me tienta a no actuar racional. Podría tener la intención de devorarte, pero al mismo tiempo no es que sienta hambre. Puede sonar raro, pero al pararme frente a ti y aumentar mi tamaño, estaba viendo si me besabas.

   Rey detuvo sus palabras, apreciando lo nerviosa que se ponía Lía ante la situación tan comprometedora en la que había quedado. La doctora pudo bajar la mirada y por ende darse cuenta de qué era lo que le había presionado en la barriga. 

  —¡¡Claro que si te habría besado!!— respondió tras subir sus ojos exaltados, reconociendo que había perdido varias oportunidades de usar los atributos de los que, por unos segundos, había perdido la confianza. Después de todo, ella no recordaba desde hacía cuánto tiempo había sido su última vez con un hombre. —Pero no va a funcionar. 

   —¿Uy? —Rey siguió estudiando el comportamiento de la doctora, tanto que se le acercó para olerle los cabellos—. ¿Por qué piensas que no va a funcionar? Dime la razón, pero si no es buena, no pienso detenerme. 

 —No es que no tenga una buena razón —respondió, recuperando la confianza que tenía en sí misma y moviendo ligeramente sus caderas—. Es horario de trabajo y este tampoco es el lugar más apropiado para que no te contengas de hacer lo que quieres hacerme. En esta sociedad existen reglas y cosas que solo se pueden hacer a su debido tiempo y bajo ciertas circunstancias para que sean apropiadas.

 —¿Mmm? —Rey puso la mirada de alguien confundido.

 —Si aprendes de las costumbres de esta sociedad —continuó ella, nerviosa pero también hablando sensualmente—, podrás entender lo que estoy diciendo y sabrás cuándo es el momento correcto para poder tocar o dejarte tocar. 

  —Me interesan tus conocimientos, tu cuerpo y tus habilidades, ¿existe algo que quieras a cambio de mí?  

 —En verdad, tu situación te hace ver adorable —respondió Lía al tocar seductoramente el pecho de su paciente—. Tan adorable que me haces querer enseñarte o corromperte y sí, quiero algo a cambio.

  —Creí que eras del tipo de mujeres que se entregan y lo dejan todo, por alguien más fuerte —dijo Rey, sintiendo cómo la mano de Lía le bajaba por el abdomen, viendo en aquellos ojos la disposición que tenía para satisfacer sus demandas.

  —No estás del todo incorrecto… —aceptó Lía—. También debo confesar que tu presencia se siente como la de esos machos que quieren resolver todos los problemas que preocupan a quienes le rodean y se niegan a aprender o escuchar.

  Rey le dio una sonrisa a Lía. Los dos de cierta manera se entendían el uno al otro. Más ahora, que ella le tocaba directamente el miembro. 

  —Si quieres que mi propósito sea enseñarte y guiarte, mientras de a poco revelo ante ti todos mis secretos, incluso mis deseos más ocultos, te pido que me escuches y me obedezcas absolutamente en todo de ahora en adelante. Tampoco debes pensar en otras hembras que no sea yo.  A cambio, como miembro del templo de las artes amatorias, te daré el mayor placer que podrás nunca sentir.

  Rey guardó silencio, estaba considerando la proposición mientras sentía cómo Lía le agarraba y masajeaba su miembro en erección. 

  —Mmm —corroboró Rey, haciendo las expresiones de alguien que entendía la situación.

  —Mientras más me obedezcas, mayor será el placer que vas a sentir. 

  —Con tan solo tocarme ya se siente como si algo fuera a salir —dijo Rey en voz alta, cosa que despertó una sonrisa en la fémina que le seducía.

  Dispuesta a emplear los movimientos que han sido capaces de dejar a cualquier hombre o mujer indefensos y sin aliento, de pronto, Lía llevó su mano izquierda hasta la base del miembro del joven y tras apartarse algunos cabellos del rostro con su mano opuesta, se inclinó hacia adelante al punto en el cual pudo acariciar con su lengua la punta de lo que estaba agarrando. 

 Tan pronto Rey vio desaparecer su miembro dentro de la boca de ella, aun siendo meneado por la delicada mano, pudo sentir un calor abrasador que le arrancó de un tirón hasta la última gota que llevaba contenida en sus testículos. 

  Lía no se mostró en nada ofendida con el regalo, al contrario, mantuvo al convulsionante trozo de carne en el interior de su boca para seguidamente sacarlo con lentitud, chupando, absorbiendo y tragando el néctar blanco. Tras tomarse todo, envolvió con su lengua la punta del órgano de deseo de Rey, limpiándolo hasta dejarlo brillante. 

  Si ese era tan solo el principio, Rey se sintió intrigado por lo que pudiera suceder en el futuro. 

  Aun tratando de reponerse de la sensación tan placentera que había recibido, tan pronto Lía se incorporó, él afirmó con su cabeza aceptando la propuesta.

  —¡¿Sí?! —dijo Lía, como si no lo pudiera creer. Estaba tan exaltada que casi podía explotar de felicidad—. Por ahora, te dejo recuperar el aliento. Puedes tener en mente que a mí me gusta tomar riesgos de vez en cuando. En esos momentos, solo déjate llevar por las emociones que yo pueda provocar en ti, esas que no te hacen actuar racional.

  Esa frase provocó que el joven ladeara la cabeza recordando a su madre, quien le había advertido sobre las mujeres. «Ella es un poco diferente de lo que pensaba» se dijo a sí mismo. «Sin embargo, no es nada malo. No tendrá los mismos motivos que la sirvienta de mis padres, pero ambas dejan a mi cuerpo satisfecho, así que no tengo ninguna queja mientras sea así».   

   Lía interpretó el gesto como duda, por lo cual continuó: 

  —Por ahora enfócate en estar bien atento a mí en todo momento. Por cierto, aquí tienes los lentes… Sí, lentes, así es como se les llama a estas delgadas capas de goma que te disfrazan los ojos. Con esto no llamarás la atención. Regresa a tu tamaño anterior y ponte esta ropa. 

  Dejando de lado sus pensamientos por un segundo, Rey procedió a regresar a su tamaño normal para así colocarse los lentes. 

  El chico, ya más tranquilo, se sentó sobre la cama dispuesto a esperar que Lía terminara lo que comenzó a hacer como si fuese un trabajo por terminar. Movió varias sillas, organizó objetos y tomó notas. 

   Lía se volteó, a pesar de haber logrado cumplir algo que al principio consideró imposible de lograr, ella comenzó a sentirse arrepentida por aprovecharse aún más de la situación con el acuerdo que había hecho. «Si alguien te ama, te aceptará sin importar qué. Tienes que hacer que él te ame, para que te acepte», repitió en su mente una y otra vez, para después continuar con su reflexión. «Él está receptivo a dejarse llevar, significa que puedo lograrlo. Puedo hacer que me ame… puedo ganarme su corazón, aunque termine perdiendo el mío como consecuencia». 

   Ambos jóvenes, pensativos, se quedaron intercambiando un silencio mucho más fuerte que cualquier mirada. Ninguna palabra se aventuró a romper la tensión del ambiente porque el uno sabía que el otro estaba justo ahí y no se marcharía. 

   Justo en medio del momento por el que estaba pasando la vampira, en el que tenía que decidir cuál sería una buena pregunta para reavivar la llama de la conversación, White salió para estirarse y respirar aire fresco.

   Sin mostrar mucha emoción, la inmensa bestia blanca en sus cuatro patas saltó encima de la cama junto a su compañero, sin siquiera emitir algún ruido perceptible. Acto seguido comenzó a pasarle la lengua por toda la cara y envolverlo entre sus garras con la intención de darle calor. 

  Lía, quien no se había percatado de la tercera presencia, se volteó con la pregunta más coherente que pudo haber creado. Tan rápido como vio algo inesperado, la vampira dejó caer todo lo que tenía en sus manos. White y Rey reaccionaron al sonido observando momentáneamente el sitio de donde provino y acto seguido observaron a quien lo provocó. 

  Sin poder hablar, la chica vio como el gigantesco felino se bajó de la cama y se le acercó tan silencioso como un fantasma. 

   «Ahora sí» se dijo a sí misma la doctora al borde de un ataque de pánico. «Tal vez sí sea capaz de morir. El miedo o está bestia, uno de los dos terminará con mi inmortalidad».

   Cerca de Lía, White agacho su cabeza para olisquear lo que había caído en el suelo. Acto seguido, la enorme bestia felina de pelaje blanco con rayas negras subió su gran cabeza peluda para olfatear la mano de la chica paralizada por miedo.

Lía mantuvo sus ojos bien cerrados al mismo tiempo que tensaba todo su cuerpo. Ella sintió cómo una incómoda lengua rugosa le frotó la mano, se sentía como si un pedazo de tronco áspero estuviese siendo lijado.

 —Se siente agradecida porque me cuidaste y bañaste mientras estaba inconsciente —dijo Rey con un rostro de divertidas expresiones ante el comportamiento tan precavido de la doctora que hacía unos minutos se le había lanzado de boca a primera base, como quien dice.

—¡¿De dónde ha salido semejante animal?! —exclamó Lía con voz temblorosa, para acto seguido pensar: «Respira hondo, Lía. Esta cosa no es el problema, ellos parecen estar juntos, el problema es que tal vez tenga que pasar por la vergüenza de tener que explicar lo que hice mientras él estuvo inconsciente». 

 White no iba a hacer ningún comentario con respecto a la forma en la cual Lía bañó a Rey, después de todo, Rey bañaba de la misma forma a la sirvienta de la casa cada vez que ella se lo pedía. Además, comprendió que su cercanía no era bien recibida por la chica a la cual quería “agradecer”, pues esta se comportaba como lo hacían los pequeños animales que solía cazar para comer. Antes de que se le abriese el apetito, White decidió regresar a donde estaba Rey, puesto que su “agradecimiento” no era bien recibido. 

  —No es por nada en particular —abrió Lía la conversación—, pero no es bueno tener a tu mascota fuera… si alguien le ve, nos causará muchos problemas.

 —Espero que no te hayas referido a mí de una manera inapropiada —dijo White con su malhumorado tono de voz, al mismo tiempo que enseñó sus dientes y arrugó todo su hocico. No aceptar su “agradecimiento” ya había sido suficientemente ofensivo como para soportar palabras denigrantes. Puesto que, como bestia salvaje y poderosa, descendiente de los guardianes del paraíso, Rey era su propiedad y no al revés.   

  «Definitivamente, debo estar escuchando voces» se dijo la doctora. «Ese animal no me puede hablar y mucho menos entenderme. Los animales no hablan, ¿o sí?»

 Lía estaba impresionada, se paró de puntitas al ver las expresiones enojadas del gigantesco felino. Por todo este comportamiento, Rey entendió que para ella no era normal que los animales pudieran hablar y entender. Con un aire de conocimiento, aprovechó para explicar la situación mientras pasaba su mano por la cabeza de White. 

—Mediante un conjuro mágico, ella y yo podemos compartir el conocimiento que tenemos y nos interesa saber. Como lo es la interpretación de una lengua nueva—. Rey cerró sus ojos y los abrió en dirección a Lía—. No debiste haber empleado algún otro término para hablar de ella que no fuera “parte de mí”. Quien a cuatro patas me acompaña es todo lo que tengo y en el momento que acepté esa idea me convertí en todo lo que ella tenía. Es una ofensa llamarle mascota.

Entendiendo que el animal presente no era tan solo una mera bestia o una mascota como le había llamado, Lía se disculpó de corazón y agregó una pregunta: 

—¿Cómo fue que la pude escuchar sin que me tuviera que hablar?

 —Digamos que… es otro conjuro mágico —dijo mientras acariciaba el lomo de White, desde la nuca hasta llegar a la base de la cola.

Lía pensó en preguntar si estaba enojada con ella, pero supuso que terminaría recorriendo un camino muy peligroso.

 —Me marcho —dijo White en su usual malhumorado tono, sintiendo celos de la vampira que le quitaba la atención de su compañero.

 «Supongo que si está enojada» respondió Lía, aún con la mano levantada como quien quería decir algo con tal de enmendar el asunto.  

Con el desaparecer del enorme felino en el aire, Lía se volvió a asombrar. Ella estaba consciente de que había perdido la costumbre de ver cosas sobrenaturales, aun así, parecía increíble que la gigantesca bestia cuadrúpeda pudiera desaparecer así sin más.

 Dado a que White ya no estaba merodeando, el ambiente regresó a la normalidad. Lía sabía que debía dejar el miedo atrás si pretendía cumplir su propósito como mujer aprovechando el tiempo que le quedaba. Simulando una pérdida de balance, ella intencionalmente resbaló al pisar sobre uno de los productos que había dejado caer antes. Rey, con un excelente tiempo de reacción, no dudo en tomar rápidamente al cuerpo femenino en brazos para evitarle caer sobre los cristales del suelo mojado. Teniéndola contra su pecho, el chico ya no supo qué hacer o cómo actuar, solo sentía que despegarse le incomodaría.

Entre los dos cuerpos se despertó el deseo una vez más. Tanto a Rey como a Lía se les aceleró el aliento. Ella se le acercó y en sus ojos mostraba que quería tocarle, excitarle, besarle, devorarle, mostrarle lo que era una mujer, aún más a fondo de lo que ya había hecho.  

 —Eres vampira —afirmó Rey—. Tu piel luce enferma y tu postura un poco descompuesta. No es usual que alguien de naturaleza fuerte pierda el balance, ¿acaso estás así de débil? Sí es así, toma de mí como algo extra al acuerdo, supongo que será suficiente a cambio de que me dejes aprender de las costumbres de esta sociedad y obtener tus conocimientos.

Tras romper el contacto visual, Rey comenzó a acercar su cuello a la boca de la doctora. Un impulso despertó en el interior del chico preparado a proseguir con el intercambio, a pesar de todo el cóctel de inusuales sensaciones que experimentaba.

 —A partir de este punto, en adelante —dijo Rey tras sentir dolor en su cuello—, te escucharé y obedeceré absolutamente. Tampoco pensaré en otras hembras que no seas tú.

«Mmm, escucharme y obedecerme absolutamente. Qué lástima que un vampiro no pueda ser esclavo de otro» pensó ella, mientras tragaba de la sangre de Rey. «Pero si él termina cumpliendo esas palabras, ¿acaso iría en contra de lo que deseo? Ciertamente no le quiero como mi esclavo, le quiero como hombre. Mi mente está enloqueciendo y mi cuerpo parece que se va a quemar por dentro de lo encendido que está con la idea de tener a un ciervo tan poderoso como lo es un “DeBastador” bajo mi control absoluto. Ufff, al principio solo deseaba sus labios, pero no sé cómo controlar esta ambición que recorre mis venas. Los pactos con demonios siempre son efectuados por algo a cambio. ¿Cuál ha de ser el precio que habré de pagar por semejante contrato?»

Un trago tras otro, Lía seguía consumiendo el líquido, ignorando que su propio cuello estaba siendo perforado. «El sabor de su sangre es indescriptiblemente delicioso y embriagante. Con tan solo el primer sorbo siento haber recuperado todo el agotamiento que me causaron estos cincuenta años humanos, incluso mis pensamientos se hacen más claros. Es como si, por su olor y su presencia, no pudiera ser capaz de sentir odio. De esta manera, no me puedo rehusar a estar con él, entre sus brazos, ante su ser… Ahora que mi mente piensa con más claridad, los vampiros primigenios se rodeaban por un sinnúmero de habilidades. Entre estos poderes, se supone que pueden morder sin causar dolor, alimentarse mientras hacen sentir bien, alejan al miedo y devoran el odio que llevas dentro» pensó ella, después de un rato. «Él me dijo “Supongo que será suficiente a cambio de que me dejes aprender de las costumbres de esta sociedad y obtener tus conocimientos”. ¿Por qué me habrá dicho semejante cosa? ¿Acaso esto en mi cuello no son sus labios, sino sus dientes penetrando mi carne? ¡¿Tomando mis recuerdos?!»   

 Lía, preocupada, dejó de morder e hizo retroceder su cuerpo en busca de la reacción que tenía el rostro del joven, ante lo que ella estaba pensando.

 «Los vampiros “puros de sangre”», recordó la doctora, «pueden desarrollar la capacidad de desenvolver la esencia, conocimientos y habilidades de aquellos cuya sangre consuman y también tienen la habilidad de incluso experimentar una porción de lo que alguien haya vivido, sin mencionar que son inmunes a cualquier cosa que tenga que ver con control mental o alteración de recuerdos».

La vida misma regreso al rostro de la chica que, aunque se disfrazara los ojos, el color azul de los mismos logró pasar ligeramente la capa de goma negra, así como también los colmillos se agrandaron ligeramente, sin mencionar el gran poder que le recorrió el cuerpo de tan solo probar un pequeño sorbo de la sangre de Rey. 

 Pero Lía estaba preocupada, no quería creer que Rey tuviera las habilidades que ella recién había sospechado. De ser así, quedaría expuesta, sus intenciones y motivos, junto a los propósitos por los cuales actuaba, todo sería revelado. 

 A Rey se le escurría sangre por las comisuras de su boca. Tras tragar el último sorbo, tenía la expresión de alguien que había quedado en estado de shock. Él podía ver, entre fragmentos, cincuenta años de una vida que sería agobiante para cualquier persona.

  Sin saber cuándo o dónde, Rey quedó atrapado en los paisajes que había visto Lía y componían sus memorias. Dentro de unos ojos que buscaban encontrar la respuesta a la supervivencia, Lía se veía a sí misma en la gran ciudad compuesta por imponentes edificios dorados, que se convertían en luz para todos los jóvenes, mientras que las autoridades le perseguían sin aliento, las multitudes iban vestidas espléndidamente con el mejor lino bordado de seda de vistosos colores. 

 Con sus oídos, Rey escuchó el ruido que había escuchado Lía en lo que era definido como un día eterno. Las fiestas de sinfonías, el caminar de la gente que cantaba y bailaba con armonía en dirección al templo de las artes amatorias. Las bellas sacerdotisas animadas, hablaban y reían, dispuestas a servir para el placer de los hombres por el goce del sexo, incluso a los ancianos. Cuerpos contra cuerpo sonaban, gritos, gemidos, insultos y halagos.   

  Con su carne viva, Rey sintió la tristeza y el descontrol que había sentido Lía, cuando los maridos, ante la celebración de sus bodas, tenían que dejar ir a sus mujeres. Las vírgenes se despedían con tristeza en sus ojos, para entregarse al rey de aquel mundo, el hombre semidiós que contagiaba locura y que desde su trono vigilaba invicto desde el principio de los tiempos. 

  Con el tacto de sus manos, Rey sintió cómo era que se limpiaban los cuerpos de pequeñas criaturas que no pudieron sobrevivir a la primera noche de compartir la cama con el rey superior a todos los reyes humanos. Las mismas manos que terminaron esposadas por las autoridades que le arrastraron por la calle, sin ropa, hasta el castillo.

 Con los huesos de su cuerpo, Rey sintió los temblores que recorrían a Lía, los cuales eran provocados por el poderoso y alto como ningún otro individuo, que ante ellas se imponía desnudo. Lía, tumbada en el suelo, estuvo ante el cuerpo violento de Gilgamesh, quien en dos tercios era divino y en uno humano. Cabezas rodaron por el suelo ante ese que es y será recordado por ser el primero en cualquier batalla. 

  Con su olfato, Rey sintió el olor a sangre resultante de las violentas embestidas de ese que movía su miembro viril con arrogancia, por donde pasara. Con la frente en alto, el rey de los humanos pasaba por encima de los desafortunados que osaron interponerse en el camino, al igual que un tornado.

  Ahí, en el mundo de imágenes, Rey observó cómo Gilgamesh hacía y deshacía a su voluntad, cómo mataba a quien quisiera y violaba a quien se le antojara, sin importar la procedencia de estos.  

  «¿Por qué nadie lo enfrenta?» se preguntó Rey.

  Salvada del suelo ensangrentado, entre las murallas del castillo conocido como Eanna, Lía veía sus pies arrastrándose por el suelo mientras caminaba entre los grandes edificios que había dejado atrás. La ciudad, con la que ninguna otra en el universo puede compararse, ya no era tan fascinante a la mirada. El castillo, que en tamaño y belleza no era igualado por nada, ahora estaba pintado de sangre y crueldad. Las palmeras doradas, los jardines brillantes, los huertos de diamantes, las inmensas escaleras de cristal, el oro que componía las calles, la plata y el bronce que yacían dispersos por donde quiera, ya no eran preciosos. 

  De regreso a la prostitución de su cuerpo, Lía, ahora actuaba como la “sacerdotisa/sirvienta de las artes amatorias”, como propiedad de alguien más y se levantaba cada día para saludar a quienes allí vivían y trabajaban con ella. 

  Las demás siervas del amor le saludaban de vuelta. Ellas, meros números para el propietario, ascendían a más de un millón de hermosas mujeres por templo, teniendo como única función el ofrecer sus cuerpos para numerosas actividades. Incapaces de elegir a sus clientes, por sumas considerables de dinero, otros artículos o incluso sin que el templo recibiera nada en lo absoluto, ellas siempre tenían que disponer de sus servicios o ser desechadas.

  Lía se veía en una habitación para sí misma, era la atracción principal de toda aquella luna y descrita por su dueño anterior como “la más cercana a dios”. No por su belleza encantadora o su gracia y técnica en la cama, las cuales eran extraordinarias, sino por haber sido la única sobreviviente de la sentencia de muerte por sexo del mismísimo Gilgamesh. Una noche con ella le garantizaba a cualquier humano el no tener que ir al infierno. Y así, los hombres más ricos de Belldewar y de los planetas más cercanos, se acercaban al templo antes de morir, solo para no ir al infierno y quedarse en los brazos de ella.

   —Se comenta que nadie podía sobrevivir una noche con ella —la voz de alguien se dio a escuchar—. Que sus víctimas reciben el favor del rey Gilgamesh, quien está orgulloso de haber experimentado el sexo con la única sobreviviente de su pena de muerte por penetración. Ella personalmente ha aprendido las artes amatorias letales del rey. Artes tan perfectas y divinas que tan solo pueden experimentar quienes no son mortales y sobrevivir a ello. Es un sexo de dioses.

 En cambio, tras las puertas del templo de las artes amatorias, el cuerpo, el semen y la sangre, eran las drogas que Lía consumía con el paso de los años. Una dosis de muerte ajena, una tras otra entre sus piernas abiertas sobre la inmensa cama. Era como ella podía aliviar el miedo a la soledad, a no ser amada realmente por nadie, a ser inmortal, a ser la propiedad de alguien más. Pero el miedo le estaba esperando para recibirle cuando el efecto de esas drogas desaparecía.

  Con la existencia de otras sirvientas conocedoras del “sexo de dioses” y el inevitable deterioro de su cuerpo, Lía pasó días en los cuales tuvo más tiempo para pensar en lo que era el verdadero significado de la vida y cuando ya no podía seguir adelante le dijeron: “Con el tiempo la respuesta vendrá”, pero no fue el caso.

  —¿Dónde está mi salvador? —preguntaba al aire, día tras día—. Alguien fuerte de quien pueda valerme, quien con su lengua pueda llegar a lamer las heridas de este corazón ya en decadencia—. Por la ventana, Lía escuchaba la lluvia sonar con su tan característico zumbido—. Está lloviendo… Lluvia, por favor no te detengas nunca, tanto como sea posible, inunda a esta luna y haz que incluso el edificio más grande quede cubierto por ti; en el fondo de seguro estaré más tranquila. Pero si mi cuerpo es el problema, entonces no tengo como remediarlo —gritó ella, encajando un cuchillo por sus venas—. De esta manera, el dolor me ayudará a mantener una visión concreta de mi sueño y a estos demonios a raya.

Hizo una pausa antes de continuar. 

  —Los sueños, tan efímeros y distantes. ¿Desde hace cuánto dejé de soñar o vivir de mis recuerdos? El valor es lo más importante, mirando mi cuerpo de esta manera es que me doy cuenta de que la belleza está definida por las personas. ¿Acaso no es irónico que con el paso de los años le tengas más miedo a perder cosas sin ningún valor? —siguió hablando consigo misma.

 Desde afuera de las puertas cerradas, unas voces dijeron: 

—Ella está un poco desequilibrada. ¿Estás seguro de que quieres comprar un producto tan gastado cuando tenemos mejores ofertas?

  Entre las puertas, Rey vio entrar un rostro familiar. Era Román, quien aún preservaba la misma apariencia. 

   —Eres una sacerdotisa de las artes amatorias, pero también eres un ser vivo y pensante como lo es alguien como yo —dijo Román, al ver lo que parecía ser una muñeca de trapo, con parches cosidos a la carne por todos los lados de su cuerpo—. Las circunstancias nos hacen diferentes, pero tenemos algo en común. Aunque atentas contra tu vida, tus ojos me dicen que buscas la felicidad en ella. Esperas por alguien, a pesar de vivir y sufrir, de arreglarte y destruirte. Ese esperar no es del todo malo y nos hace semejantes. Un día, así como tú, me hice una pregunta… ¿Cuándo va a llegar ese a quien esperamos? Mmm… ahora que lo pienso, ¿será alguien bueno? ¿Acaso ya ha nacido o aún no? ¿Qué tipo de mundo creará? No tengo idea, pero incluso si ese tipo de existencia se compara a la de un dios o a la de un demonio de magia oscura… esperar desesperadamente por dicho ser no es del todo malo. Únete a mí, hija de Brenk.

  Tras escuchar el nombre de su padre, ella levantó su mirada junto con su mano para aceptar la proposición del imponente sujeto.

 Regresando al presente, en tan solo un segundo, Rey pudo tener alcance a todos los conocimientos que más pesaban en aquel corazón.

Temiendo lo peor, la vampira se cubrió la boca con las manos y muy apenada dijo: 

—Lo siento, discúlpame, no me veas como un monstruo, no fue mi intención querer manipularte.

Sin que Rey tuviera tiempo a entender o decir nada, Lía pegó la vuelta y salió corriendo mientras se cubría el rostro. Ella quería alejarse de él, que, por ver en sus recuerdos, tal vez no podría hacer más que odiarla, debido a que ella tenía el cuerpo de alguien que había sido usada y desechada por la sociedad, tantas veces como se pudieran contar, su valor como propiedad era el mínimo. La vergüenza que sentía por haber sido expuesta era inmensa. Tanta que se le nubló la vista y no pudo tener el cuidado que usualmente tenía al ir de un lado al otro. A pocos pasos antes de llegar a la puerta para salir y organizar sus pensamientos, chocó con el cuerpo fornido de alguien.

Una persona que evidentemente había violado las órdenes de no entrar al lugar donde moraban los “caídos del cielo”. Pero quien ahí se encontraba parado con cara de disgusto y asco, mirando por sobre su hombro a quien para él no era más que un papel higiénico acabado de usar, era un subyugador, miembro de las fuerzas personales de Gilgamesh, quien también era su hijo, alguien responsable de haber ejecutado a cientos de personas sospechosas de no ser humanas, quien podía hacer y deshacer a sus anchas.    

 —¿¡Heliúk!? —exclamó Lía, pues el temor había tomado el lugar de la vergüenza. 

Rey pudo notar que cuando Lía nombró al sujeto que tenía delante, algo realmente malo estaba por suceder.