Stagnation

Chapter 3
Lía, rosa perdida


«¿Podría ser posible que tu vida dependa de una persona?» se preguntó la encargada de cuidar a Rey, mientras el medio de transporte pasaba por la entrada subterránea del templo. «Sí, porque quien le podría dar final a mi vida es este individuo». 

  Lejos de las cámaras y los objetos de vigilancia empleados por los humanos, el personal de trabajo se despidió de Román y tomando a su respectivo chico asignado, cada una se dispuso a partir por caminos diferentes. 

  —Lía —Román detuvo en esa mujer, en quien más confiaba, la misma que cargaba al chico de ojos blancos—. Confío en que harás un buen trabajo. Tal vez, no esté de más, si dejas salir todo tu egoísmo.

  El señor avanzado en edad dio la vuelta y se marchó hasta desaparecer de la vista de ella, dejándole sensaciones encontradas que no podía explicar, puesto que, en una situación como esa, era natural que se le dijera lo contrario. 

  —Todo mi egoísmo.

  Aun cargando en brazos el cuerpo desplomado del “caído del cielo”, Lía se dirigió al centro médico de la instalación, pues era en donde más autoridad tenía. Tras asegurarse de no haber sido vista por nadie, entró en la habitación que se suponía era una sala de operación. El sitio era espacioso y tenía todos los equipos pertinentes para atender a más de tres pacientes que pudieran estar gravemente heridos. 

  Cuidadosamente, Lía tendió el cuerpo de Rey sobre la mesa principal y procedió a preparar los artículos necesarios para proceder con la descontaminación. En la habitación, además de ella, también existía un objeto decorativo que se hacía presente, uno que no respiraba, pero si hacía un característico sonido. Colgada en la pared, siempre puntual, la maquinaria circular no se equivocaba cuando con sus manecillas daban las tres, en una luna que contaba con dieciséis horas.     

  Una vez terminó con los preparativos y se acercó a la mesa, pensaba: «Recuerdo cuando me propuse cambiar, reprimir mi egoísmo y actuar desinteresadamente por los demás.  Pero ¿qué significa esto? Porque alguien me dé permiso no significa que deba traicionar mis principios».

 Lía no entendía la razón por la cual no podía controlar su cuerpo, el cual aprovechaba la oportunidad de la soledad, el silencio y la oscuridad para comenzar a portarse mal. «¿Acaso voy a tener una recaída? A pesar de todos los años que he vivido portándome bien, ¿cómo puedo permitirme caer tan bajo y romper mi promesa? Me doy asco». Continuó su monólogo interno, como si se regañase, estuviera arrepentida y decepcionada de lo que planeaba hacer y actuaba como si ya lo hubiese hecho.

 «¿Cuándo sabes que lo que haces no es moralmente correcto?» se preguntó Lía, para acto seguido dar la respuesta que tenía grabada en su mente: «Cuando sientes que tienes que esconderte de los demás para hacerlo. ¿Significa que esto pudiera ser la razón por la cual me siento tan arrepentida?»

 «Sí y no al mismo tiempo», respondió a su última pregunta. «Me estoy escondiendo entre la oscuridad porque debo hacerlo. Si mi contacto con este ser de otro mundo se hace público, mi vida llegará a su conclusión en un instante. ¿Acaso Román sabe que ese será el caso y esta es técnicamente mi última comida? ¿La última oportunidad de disfrutar mi vida?»

  Antes de comenzar con su trabajo de descontaminación, Lía esperó a que fuera de madrugada, como si de acumular determinación se tratase. Tenía miedo de ser descubierta y ejecutada, pero en ese preciso momento se sentía mucho más culpable por cómo reaccionaba su cuerpo. La incertidumbre de no saber si cuando comenzara el trabajo de descontaminación ella no podría detenerse de hacer algo aún más deplorable, después de todo, ella era miembro del templo de las artes amatorias, así como lo era del personal médico.

 «En caso de que algo suceda», se dijo mentalmente mientras procedía a cerrar las puertas y apagar las luces, como quien planeaba cometer un crimen. «Si lo más inesperado me tocaba a la puerta, yo terminaría en el medio de una situación difícil de explicar».

Tic, tac… tic… tac, sonaba el reloj en la oscuridad.

   Después de tomar medidas para no ser sorprendida, Lía seguía titubeando a actuar, pero no porque entendiera que sus acciones rebasaban todos las normas, valores y creencias que podían ser aceptadas en la sociedad de la cual formaba parte, ni porque tal vez pudiera perder el trabajo que tan acomodada le tenía, que le arrebataran su propia vida; aunque no necesariamente en ese orden.

Otra duda le invadió la mente: «En caso de que él abriese sus ojos, también tendría que tomar acción al respecto… ¿no?» Lía era de quienes creían que, si las cosas malas iban a hacerse, tenían que hacerse bien.

«¡No! ¡Me niego a reconocer esto como una recaída!» se dijo a sí misma con mirada indignada, respiraciones poco profundas, dispuesta a retirarse y cumplir su tarea sin necesitar de más preparaciones o rodeos. «Por alguna razón él se siente diferente a los demás. A pesar de verse vulnerable, es un ser con quien no quiero jugar, alguien a quien no quiero utilizar y definitivamente alguien a quien no quiero hacer mi esclavo. Digo, si es que en verdad pienso ser egoísta.»

  Los minutos pasaron y a pesar de que había decidido no hacer nada de lo que pudiera arrepentirse, la doctora estaba tocándole y masajeando el pene del cuerpo que suponía estar bañando y descontaminando. Un cuerpo cuya conciencia estaba siendo reprimida por alguna circunstancia.

  Doctora, así le llamaban, ya que Lía era quien más autoridad tenían en un centro que se dedicaba a curar y prevenir enfermedades en caso de que pudieran suceder, ¿de qué otra manera se le podría llamar? Independientemente de los conocimientos académicos que pudiera tener o las acreditaciones proporcionadas por el gobierno del momento, llamarle de otra manera sería incorrecto. También estaba sujeta a entregar su cuerpo a cambio de dinero, si este era solicitado por quienes no querían terminar en el infierno.  

  «En caso de que se despierte, me marcho corriendo. No creo que esté lo suficientemente consciente como para identificar que esto es la realidad. Un sueño húmedo y pasajero… esa será la justificación que le puedo dar», se convenció a sí misma la chica.

 «Si yo denomino este tipo de eventos como “recaídas” ¿Puedo llamar como una adicción a esta búsqueda compulsiva de placeres?» Otra pregunta surgió en su mente: «Cuando busco sentir placer momentáneo sabiendo perfectamente que me voy a arrepentir en el futuro, ¿cuáles son esas culpas y esos arrepentimientos que me esperan? Sí, sé que los voy a tener, pero ¿acaso no podré tomar medidas para evitarlo?»

 —Él no tiene nada que ver, el problema soy yo —afirmó Lía en voz alta. Ella temblaba, sudaba frío, pero acercaba su cabeza al órgano flácido que estaba sosteniendo con su mano. «Soy responsable de mis actos, pero no puedo retroceder, aunque sea lo que más quiera. Sé que este es el mejor momento. Tal vez el único, para no sentir culpa en un futuro, puede que sea bueno para mí no pensar tanto en lo que hago. Por otro lado, para que no despierte ni tenga que marcharme corriendo, puedo inyectarle un sedante, un medicamento que no deje rastros, pero no pienso hacerlo, porque una parte de mí quiere que él despierte, ¿por qué? ¿Acaso deseo amplificar el sentimiento de rabia y culpabilidad?»

  Ella lo olfateó, mientras enfrentaba sus inseguridades. Lía se moría por lamer el glande ya descubierto que tenía delante, con la intención de hacer sentir bien al propietario. Una persona dormida no es consciente de lo que sucede con su cuerpo y aunque lo estuviera, no lo estaría del todo. Independientemente de ser una violación, para ella, tomar ventaja de alguien incapacitado era como trabajar para no ser reconocida. Hacer algo que hace sentir bien a las personas y les da felicidad, sin que esas personas supieran que se sintieron bien o experimentaron felicidad, era un sentimiento tan vacío como devolver una fortuna de dinero que se encontrara tirado en la calle y tan solo recibir las gracias vacías de alguien que no es el propietario. Más o menos como salvar la vida de una persona inconsciente y que alguien más te diera las gracias.   

  «¡No! No soy quien prometí ser. No es mi cuerpo ni mi egoísmo, es mi ambición la responsable de todo esto. Pero, desde un principio estaba reaccionando ante la presencia de esta situación». Al alzar su mirada y observar entre las penumbras, Lía vio el rostro de Rey. «Román es el culpable de mis actos. Sino ¿Cómo saldría de este templo? ¿Cómo podría fijarme en un “caído del cielo”? ¿Cómo podría prestarle atención a alguien que ni siquiera conozco? ¿Cómo podría mi cuerpo humedecerse y reaccionar ante una criatura cuyos rasgos masculinos no están completamente formados? Todo porque él me puso en esta situación, habiendo cientos de otras ‘Damares’ en este templo».

 «Es algo más que tan solo la situación tan peligrosamente conveniente», se confesó Lía con ojos intrigados. «A pesar de que hubiera preferido quedarme con el vampiro, el aspecto visual de este es mucho más impactante. En su aroma, en la energía que emana, en cada cicatriz, en cada pliegue, en cada línea y curva de su piel, existe algo que alienta esperanzas en mí. Desde que posé mi mano sobre sus ojos y le calme, sentí que fui liberada de una inmensa carga, como si él me aceptara». 

 Arrodillada al borde de la mesa, Lía movió su cabeza y abrió sus labios finos y pálidos. A pesar de tener la lengua afuera y estar a solo milímetros de hacer contacto con lo que tanto quería lamer, saborear y tragar, aún dudaba. Incluso retrocedió por un instante. «Esto está mal. No me puedo seguir justificando y hacer ver a otros como los culpables de mi problema. No puedo permitirme esta recaída una vez más. Debo reconocer que he perdido mucho por el hecho de ni siquiera poder salvarme de esta situación en la que me adentré. Aún estoy a tiempo. Yo soy fuerte, lo sé».

  Mordiéndose y saboreando el dedo índice de su mano derecha, esa que había tocado el miembro del joven, decidió abrir sus piernas con la izquierda, sacarse el blúmer o panti que llevaba puesto y estimular de manera circular el botón de placer que tenía en el medio. Con este gesto, ella intentaba contenerse por todos los medios posibles. Estaba decidida a no dejarse llevar y tras terminar en una explosión orgásmica que le aclaró los pensamientos, tomó una esponja húmeda y con esta comenzó a lavar el cuerpo de su paciente con la intención de higienizarlo y demostrar que ella estaba al control de sus propias acciones.

 En una luna que siempre estaba encendida, el reloj marcó cinco minutos pasadas las tres de la madrugada.

—¡Egoísta! —Se gritó Lía a sí misma. 

 En medio de su trabajo, había dejado de sostener la esponja que tenía el propósito de limpiar, bañar y desinfectar para volver a estimular su sexo e incluso tomarse la atribución de agarrar el miembro del joven y untarle los fluidos bucales que tenía en la punta de su lengua. 

   El medio del punto de no retorno. Lía sabía muy bien que ya había pasado ese punto y solo le quedaba continuar, satisfacer sus deseos para poder regresar a ser la persona clara, reservada y compuesta que era. 

Segura de ir de lleno, mientras más se impulsaba a despertar el miembro flácido con los chupones que daban sus labios finos, más culpable se sentía al respecto. 

  —¡Grrr! — protestó a regañadientes. «¿Cómo podría decir que soy diferente de la sangre de mi padre? Aun terminando este hecho deplorable, no estaré satisfecha. Mis acciones terminarán en querer conquistarle, hacerle mi esclavo, manipularlo desde la oscuridad. Caído del cielo, dime y sé sincero, ¿cuánto podrás durar sin qué mi personalidad te rompa?» 

  «Este éxtasis nunca lo he sentido con nadie» admitió Lía, pasando su mano derecha por entre las piernas del joven y separándolas lo suficiente como para poder avanzar sus dedos por el espacio que se encontraba en la zona. «A pesar de haber estado con tantas personas, nunca llegué a tener estas expectativas por alguien cuyo nombre ni siquiera conozco. ¿Será porque eres mucho más peligroso? Sabes, caído del cielo, hacer de un vampiro o un licántropo criaturas que no representan un problema, considerando la situación y los tiempos, sí que es difícil. Tanto como decir que ellos son hormigas y tú un tigre».

 Recordando el énfasis que había puesto Román en que no se descubrieran los ojos del individuo, ella levantó su cuerpo por encima de la mesa. Dejando los dedos de su mano derecha en donde las había encajado, Lía estaba dispuesta a aclarar la duda que igual de encajada tenía en sus pensamientos. Algo le decía que podía encontrar la respuesta si lograba ver lo que su tutor vio. 

 Con su mano izquierda, la curiosa chica le abrió los párpados al joven que dormía.

 —¡Oh! —Ni el infierno, la muerte o mil demonios pudieron haber asustado a Lía, no tanto como le asustaron aquellos ojos. Débil y banal, con fuego en el corazón, viendo y sintiendo lo que se presagiaba en el futuro, ella casi pierde la razón. —Los veo, lo siento, sus ojos se clavan en mí. No eres un tigre, eres un dragón. Un arma que, si logro malear, me protegerá de los demás y resolverá los problemas que yo no pueda, aunque eso signifique que Belldewar se venga abajo —se dijo a sí misma, tras dejar cerrar los párpados y dar un beso cariñoso sobre estos. «Sabiendo esto, no puedo permitirme cometer el mismo error que cometen los cazadores obstinados, esos que terminan lamentándose cuando se les escapa la presa que pretenden mantener encerrada. Tal vez, por eso Román me eligió a mí.» 

 Lía retiró los dedos de su mano de donde los tenía, poniendo sus manos en el borde de la mesa metálica, respiró con profundidad, retuvo el aire por algunos segundos y dejó escapar el aliento. Repitió este proceso una vez más, como si intentase recuperar el control de su desespero, del corazón que se le quería salir del pecho y de los pies que no le podían sostener en peso.

 «Ser paciente y esperar» se dijo. «Puedo terminar mi trabajo, marcharme y dejar que sea él quien me busque. Eso significaría que tendría que mentirle al aparentar ser quien no soy, tan solo por saber quién es él. Tratar de manipularlo de esa manera no ayudaría. Por muy buena que sea mi historia y mi actuación, ¿acaso sería creíble cuando llegue el momento? Por otro lado, ¿podrá entregarse a mí cuando vea este cuerpo destrozado? ¿O cuando se dé de cuenta que mi verdadero yo no es más que una cárcel para quienes me rodean?» 

  La culpa, la pena y la tristeza tiñeron la cara de Lía.  Ella pensaba mucho, estaba entristecida y aun así, alejó sus manos de la mesa que estaba agarrando para comenzar a desabotonarse las prendas mayores que tenía puestas. Con los ojos cerrados, ella se quedó con sus pechos expuestos y después pasó a desnudarse.

  A un lado de la mesa fueron arrojadas las prendas que cubrían a aquel cuerpo femenino, aun así, no estuvo desnudo del todo. La piel de ella era blanca, pero se veía enferma, casi al punto de ser pálida, con rastros rojizos de infección por las costuras bordadas que llevaba. Ignorando esto, la simetría de aquel cuerpo femenino, los relieves de los dos senos, las caderas y los muslos hacían contraste con el negro de las penumbras que componían la habitación, y sus brazos y piernas se miraban delgados.

 Su espalda no conservaba una postura esbelta, pero sí desanimada y encorvada. Era evidente que la figura de ella se había vuelto menos definida y curvilínea por el paso de los años y las cicatrices que se podían ver, como esas que tenía en la espalda, parecía que se veían mucho más grotescas que cuando fueron simples heridas.

  Aunque el cuerpo de ella era claramente el vestigio de un envase hermoso y encantador, que en sus tiempos podía ser capaz de cautivar a quien le mirara sin importar la distancia, los rasgos de Lía no eran del todo humanos. Más bien, un humano no sería capaz de autoinfligírselos. 

  Inflando una vez más el pecho y conteniendo el aire, ella se acarició los pezones con la intención de endurecerles, aunque estos estuvieran cubiertos por un parche de hilos entrelazados y bien bordados que tenía la intención de tapar lo que cubrían. 

  Con la estimulación adicional por parte de varios pellizcos de sus dedos, la tensión nerviosa de la zona erógena en los pezones de Lía hizo que la carne se endureciera y que las puntas sobresalieran con una erección intimidante, que les hacía ver más agradables, aunque no estuviesen realmente expuestos del todo.

 —Sin ropa, mis mentiras son patéticas y vulnerables…— se dijo ella en voz alta, en un fallido intento para despertar a alguien inconsciente. —Mi cuerpo está compuesto por vergonzosas cicatrices. Ellas marcan a esta carne que se adueña de la libertad de aquellos a los que se les ha acercado. Mira —continuó diciendo—, heridas que le infligí a este cuerpo renuente a morir. —Ella siguió pellizcando las puntas de sus pezones, pero también pasó su dedo índice por el borde de lo que era carne y lo que no. —Ellas conforman los retoques de la trampa perfecta para un hombre. La damisela en apuros que busca a alguien que la proteja. Debo aceptarlo, soy la misma cuando estoy desesperada y busco salida. La ingenuidad en mi interior quedó extinguida por siempre. Es demasiado tarde para poder cambiar.

   En la oscuridad del lugar, los ojos de ella brillaron con un azul poco característico. La doctora desnuda siguió acariciando la piel expuesta del pequeño y miraba al reloj que tan lento parecía moverse en el tiempo. Parecía estar esperando a ser capturada en su delito, en lo que se proponía a hacer. Cerrando sus ojos, prestó atención con sus oídos. Si en algún momento los pasos de alguien se escuchaban en el pasillo, o tal vez una llamada por los altavoces a otro de los pacientes que tal vez se levantaba para ir al baño o cualquier otra cosa que escuchara sería suficiente para que ella se retirara y detuviera sus acciones.

  Tic… tac… parecía que gritaba la pequeña maquinaria colgada en la pared. El viento frío se movía por las rejillas de ventilación y mantenía el local climatizado a una temperatura de veinte grados Celsius. La brisa pasó exactamente por donde nadie pasaba, desde el cuarto, por debajo de la puerta corrediza, escapaba a los pasillos y seguía su paso hasta morir estancada.

  —Cada segundo es una oportunidad que me estuve dando — se escuchaba un tanto decepcionada—. En este punto, en el que estoy desnuda, caliente y excitada, ya estoy dispuesta a arriesgarme. No tengo salvación, tú tampoco, a menos que abras tus ojos y mires mi cuerpo expuesto. Si te despiertas de tu sueño, tal vez dejemos de seguir mi juego o quizás continuemos, pero no me sentiré culpable. Mirando tu cuerpo me doy cuenta de que no somos tan diferentes —dijo Lía, subiéndose de rodillas sobre la mesa para sentarse encima del joven—. Las cicatrices en tu piel demuestran la necesidad que has tenido de sobrevivir. Mi piel dice lo mismo… Si ahora despiertas, me miras y preguntas ¡no tengo porqué sentirme avergonzada! ¿Sabes? Sí, admito que, a diferencia de ti, yo autoinfligí daños en mí buscando pequeños intervalos de liberación mental, pero al igual que tú, lo hice como único medio para luchar y sobrevivir contra mis enemigos: la soledad, la ira, la furia, la necesidad de atención, la inseguridad, el estrés y la culpa.

  Con necesidad de sentir el cuerpo ajeno, queriendo fundirse con él, la doctora sacó su lengua y lamió los labios del paciente, como si quisiese levantarle la piel. De la boca bajó al cuello y tan cerca estuvo de morderle la piel a Rey que sus colmillos rozaron dicha zona.

   Para Lía, la salida de aquella situación tan prometedora de desastre y un mal final, aún mantenía sus puertas abiertas. Ella sin duda había vivido muchos años y también había escuchado más de una vez que “Siempre existe el tiempo para buscar, arrepentirse, detenerse y cambiar. Todos tienen derecho a equivocarse, a ser egoístas de vez en cuando. Errar no te hace ni mejor ni peor persona, eso depende de lo que decidas hacer después”, pero ella le daba la espalda a esa puerta. 

 —¡¡Vamos!! ¡Despierta de tu sueño y entrégate a satisfacer los placeres de mi carne, mi cuerpo y alma! —demandó desesperada al cuerpo inconsciente—. ¡Despierta y saborea mi cuerpo! Hablemos sin tener que usar las palabras. Escucha mis movimientos y entenderás que siempre terminaré dándote placer a cambio de que me hagas sentir feliz. 

 Tras erguirse y soltarse el pelo, ella se volteó sobre la cama y se agachó sobre el rostro de su paciente, inclinándose hacia adelante. Actuaba como una bestia descontrolada en busca de comida. Estaba perdiendo el control de sus acciones mientras dejaba de pensar. Con su boca, Lía engullo una vez más el placer de lo mundano, de lo que era moralmente prohibido, lo embriagante que le sabía el fondo del abismo.

 —¡Con cada probada que te doy, más siento que eres el indicado! —dijo ella, aunque no se le podía escuchar por tener la boca llena—. Tan nostálgico se siente el alivio que siento en este momento que tengo tu miembro adentro de mi boca. Puedo comerlo, devorarlo y tragarlo, si así lo quisiese. Más no lo hago, porque luego no tendría con qué jugar, ni con qué llenar el vacío de este cuerpo.

  Ella se llevó la mano izquierda entre su sexo y el rostro del joven durmiente, para así moverla frenéticamente. El silencio sepulcral de la habitación oscura fue contaminado por el indecente sonido de chasquidos húmedos.  

  —¡¿Acaso puedes ver todos estos fluidos saliendo de mí?! —dijo ella, poniendo sus ojos en blanco. Sin dejar de chupar el músculo del deseo aun flácido del chico tendido sobre la cama—. Este sentimiento, este fuego, esta pasión de estarte ensuciando el rostro… —Lía sentía como los fluidos de su vagina se le escurrían por entre los dedos—. ¡Oh! Todo en este momento es perfecto y esa perfección es la que está controlando mi cuerpo. No, ya dejó de ser perfecto —se corrigió al darse cuenta de que no podían alcanzar el clímax a pesar del subidón que estaba teniendo—. 

—No concibo ser feliz teniendo menos, lo sé, no me conformo. Soy así, me criaron así, y crecí siendo así. Mi egoísmo no tiene límites. Aun así, sabiendo que soy incapaz de ser feliz sin importar cuanto tenga o llegue a tener, ¿es mucho pedir que ahora te quiera dentro de mí? Te doy todo lo que quieras, mi cuerpo, mi alma, mi vida —suplicó ella—. No quiero seguir esperando para poder tenerte dentro de mí. ¿Acaso no te sientes bien cuando te tengo en mi boca? —dijo mientras que con su lengua hacía movimientos circulares—. Sé que se siente bien cuando te toco con mi lengua, lo hago para que se te ponga grande y dura. Mmm… si no se hace grande, entonces no podrás entrar en mí como quiero. —

  Al no tener más remedio que usar su imaginación, ella deslizó sus dedos por donde la humedad salía. Lía se imaginó a sí misma teniendo sexo, cabalgando el cuerpo que estaba ahí tendido y que llegaba al clímax del momento.

  Las respiraciones de Lía se detuvieron, mermaron y apaciguaron. Con conformidad en su mirada, ella levantó su cuerpo, liberó el miembro del joven y mientras se saboreaba los labios, aprovecho para recogerse el pelo mientras bajaba de la cama y se disponía a terminar el trabajo que había comenzado.

  —Esta satisfacción es tan solo temporal —afirmó ella mientras se volvía a cubrir el cuerpo con prendas.

  Con poco esfuerzo se agachó y recogió del suelo sus prendas interiores para usarlas a pesar que estuvieran mojadas.

  —Pero pensándolo bien, no me siento tan inconforme después de todo —dijo ya casi terminando con su trabajo de limpieza, borrando sus fluidos vaginales del pequeño rostro de ojos cerrados—. Ufff, te miro y comienzo a fantasear con el adictivo placer que me puede brindar un compañero del sexo opuesto. Después de tantos años, ¿acaso estoy esperanzándome en que alguien como él me ame? 

  Adentrando la esponja amarilla al interior de un balde plástico, Lía exprimió el agua con sus manos y tras empujar el cuerpo del joven hacia un lado se propuso a terminar su tarea, limpiándole la espalda.

  «Ahora que lo pienso» se dijo ella. «Nunca me he interesado así por alguien tan peligroso. Aunque con los ojos cerrados, independientemente de poder haber vivido tanto como yo, se ve encantador… ¿Y si su mente no es lo suficientemente madura como para que le agrade lo que pueda ofrecerle? Eso le convertiría en una bestia perdida, sin camino. En ese caso, yo podría guiarle, morderle a conveniencia, sería bastante interesante»

  El reloj marcaba las cinco de la mañana. La doctora, vestida y bien arreglada, puso todos los utensilios que había utilizado para el trabajo a un lado. Rellenando algún que otro formulario, de vez en cuando, miraba a la mesa para ver si el “caído del cielo” despertaba. A pesar que lo ocultaba con sus papeles, ella estaba tan ansiosa que no podía dormir y mucho menos permitirse dejarle ahí, para ir a su habitación.

  «¿Quién me asegura que alguien más no va a robar tu corazón si me marcho?» Era la pregunta de la cual Lía aún no sabía la respuesta. Ella no estaba dispuesta a arriesgar semejante oportunidad. «Ahora, ¿qué puedo hacer para que despiertes? La espera me está matando».

  A las ocho de la mañana, Rey respiró profundamente y abrió los ojos con rapidez. Él sentía en sus hombros el peso de unos ojos que le observaban y tenía la intención de evaluar su situación para reaccionar acorde. Una brillante luz fue la primera en recibirlo y dejarlo casi ciego, pues sus pupilas aún estaban dilatadas al punto en el que podían ver en la oscuridad. 

 Con igual rapidez y la vista nublada, Rey cerró fuertemente sus párpados para acto seguido frotarlos con sus manos y abrirles de a poco, con la intención de facilitar el acondicionamiento de sus pupilas al brillo. El que no estuviera amarrado de pies y manos le hacía sentir un poco de alivio. No se encontraba en una situación tan mala como la que esperaba.

 Cuando sus pupilas se adaptaron, el joven notó que algo estaba al frente de su rostro, sostenido por una especie de brazo metálico que colgaba del techo. Era como los objetos que abundaban en la habitación de Miján, el elfo de luz aventajado con la tecnología, quien fue maestro de Dante. Gracias a eso, Rey sabía que el dispositivo frente a sus ojos era de iluminación y que se conocían como luces led alimentadas por energía eléctrica. 

  Acostado sobre la agradable superficie que tan solo una cama podría proporcionar, el chico se retorció hacia los lados y apenas extendió su mano, se dio cuenta de que podía alcanzar el foco compuestos por varias tiras de dispositivos alineados encendidos y moverlo por el lugar hasta quitársela de encima. Sin el encandilamiento que provocaba el dispositivo tan brillante como el sol, la visión de Rey regresó de a poco y con esto la percepción de su alrededor.

  El estrés que todo territorio desconocido podía proporcionarle, comenzó a afectarle, aumentando el ritmo de sus respiraciones. Incorporándose sobre la cama, volteó su cabeza de un lado a otro. Rey observó todo a su alrededor, curioso de ver cuántos objetos inusuales podría encontrar en aquel sitio tan asombroso y nuevo.

   La vista del joven se detuvo cuando unos cuantos seres semejantes fueron divisados, aunque se encontraban situados en un lugar aislado, no parecían una amenaza. Del otro lado de una de las ventanas, transitando por el pasillo de la instalación, se encontraba un grupo de féminas vestidas de blanco. Para Rey, ellas parecían estar comunicándose algo de poca importancia, aun así, se miraban como si estuvieran cansadas.

 El joven trató de escuchar lo que los seres allegados decían. Concentrándose en su audición simplemente escucho el 'Tic, tac' de algo circular en la pared, también logró escuchar respiraciones.

 El cristal era un buen aislante de sonidos, por ende, ninguna de las palabras que decía el grupo de mujeres en las afuera de la habitación se pudieron escuchar con claridad, pero el hecho de que fuera capaz de sentir una respiración ajena a la suya significaba que alguien más se encontraba con él en esa habitación. Probablemente, la misma persona que le había puesto semejante aparato luminoso en la cara para que despertara.

   Para Rey, el hecho de que su inseparable bestia blanca no dijera nada y la sensación de sentirse recuperado, fueron los mejores consejeros del momento, lo que lo alentó a no sentirse en peligro, aunque hubiese alguien más con él. Tras relajar su respiración, el pequeño se dio cuenta de algo, que al parecer, su nariz ya se había acostumbrado a oler. Una esencia familiar que podría abrumar su sentido del olfato y no dejarle percibir nada más. El mismo olor que lo devolvió a la seguridad de no estar en peligro, cuando por pequeños momentos regresaba a la conciencia.

  —¿Madre…? No —se respondió a sí mismo—. Hueles exactamente como ella, mi tía y uno de mis hermanos.

  Unos ojos que parecían no haber podido expresar asombro, ahora lo estaban manifestando, mientras palabras pensadas y tartamudeadas salían de los labios pálidos de la chica con cabellos recogidos que había dejado de esconderse tras una cortina para adentrarse en el campo de vista de quien había hablado. 

—Lengua ya perdida, la que hablas, una lengua que solo hablé en mi infancia. Si dices que yo comparto la misma esencia de tu madre y tu hermano, tal vez es porque somos de la misma especie, —dijo ella, particularmente consternada, ante la posibilidad que el joven fuera descendiente de un vampiro.

  Lía estaba sorprendida, la mirada del caído del cielo era tan afilada que lucía como un depredador. «No puedo saber lo que está pensando» se dijo.   

  Rey, quien había procesado una gran parte del vocabulario que los seres emocionales hablaron a su alrededor, como acto de superioridad, decidió hablar en el idioma que le era más fácil a la chica presente. 

  —Tus ojos, cuerpo y cabellos dicen lo contrario —dijo Rey, sabiendo que el linaje de los vampiros tiene características muy distintivas, como lo son los ojos azules, cabellos blancos después de haber vivido un tiempo determinado, cuerpos elegantes y educados con respecto al carácter. 

Independientemente de que puedan llegar a vivir toda una eternidad, no significa que sepan esperar y más si es por lo que quieren. Sus instintos de supervivencia les atan de una manera muy peculiar a otra persona y tratan de preservar los lazos por todos los medios. Tanto es así, que por esta condición es que aprenden instintivamente a desenvolver sus poderes. Ella, quien se denominaba una vampira, no tenía ningún rasgo físico acorde, exceptuando el olor.

  —Mi nombre es Lía —respondió ella, temerosa de lo que estaba escuchando—. Lía Priom. Mis cabellos ya se tiñeron por el tiempo, pero los mantengo bajo esta apariencia oscura, al igual que mis ojos. Mi cuerpo, eso otra historia.

  —¿Los humanos? —Rey realizó una pregunta presuntuosa, como quien recordaba la experiencia de ser visto por semejantes individuos cuando caía del cielo.

  —Aquí, en Belldewar, los humanos gobiernan. El resto somos considerados “objetos”, “propiedad de uso común, ajena o reservada”. Propiedad de la cual pueden desechar, si se da el caso. Si eres clasificado como una amenaza, tu vida, la de tu familia, amigos y conocidos, está expuesta al riesgo de ser eliminada —explicó, mientras revelaba el color azul de sus ojos al retirar de ellos una delgada y fina goma negra. Tras apreciar el calmado comportamiento del chico de ojos afilados, Lía reunió el suficiente valor y decidió abordar un tema que le importaba confirmar. —¿Eres hijo de una vampira… y hermano de los dos que vinieron contigo? 

 Tras asentir con su cabeza, el chico procedió a presentarse. 

— Me llamo Rey, “sin apellido”. Hermano de un vampiro llamado Jhades Priovan y un licántropo (hombre lobo) llamado Dante Lobano. ¿Dónde están mis hermanos?

  —Ellos están bien… —la voz de Lía se escuchaba un tanto nerviosa. Sin darse cuenta que estaba pasando por alto un dato importante, miró hacia los lados con una expresión de miedo, provocada por escuchar las palabras “vampiro” y “licántropo”—. Te doy mi palabra, por favor, no les nombres así frente a alguien más, la mayoría de los humanos temen a los descendientes de Licaón y de Lilith. Entiende, que presentarse así ante alguien más, es estar poniendo tu vida, la mía y la de todos a quienes conozco en riesgo. 

  Rey mostró un comportamiento comprensivo ante la advertencia. Luego, miró hacia su alrededor, como preguntando “¿qué hago en un sitio como este?” 

  —Tus ojos estuvieron cerrados durante treinta y dos horas —continuó Lía hablando—. Tu condición médica es delicada. Milagrosamente, me pude dar cuenta de que tu cuerpo está envenenado por radiación, ya que experimenté algunos síntomas al estar expuesta a tí. Aún estás lejos de poder recuperarte por completo, pero al menos estás fuera de la zona de peligro.

  —Radiación…, veneno, mi cuerpo —balbuceó Rey, quien de momento le surgió una pregunta urgente. Él no podía creer que aún estuviera enfermo a pesar de haber dormido—. Es cierto que estuve envuelto en una explosión antes de ser arrojado en este sitio. Pero en el lugar del cual provengo, las corrientes del tiempo ayudan a curar y recuperar a todo aquel que se duerme toda una noche. ¿Cómo es que aún sigo enfermo? 

  Viendo como el chico había reaccionado con respecto al tema, Lía dibujó en su rostro una media sonrisa, pues estaba en frente de alguien que no conocía nada del lugar ni lo que era la civilización humana. «En efecto, él no es de esta luna ni de algún otro planeta allegado», pensó y luego agregó, con despreocupación en sus palabras, prestando atención en el comportamiento de su cuerpo mientras se inclinaba y mostraba el escote de sus pechos con tal de hacer su movimiento seductivo:

 —Aquí, tus heridas, enfermedades o condiciones médicas no se curarán al dormir y despertar. Los días son eternos y no existen noches. Las luces de la tecnología no descansan, no se desvanecen ni tampoco envejecen. La luz artificial hace que no exista oscuridad. Soy la doctora principal del cuerpo de guardia de este templo de artes amatorias. —Lía parecía que intentaba darse mayor credibilidad al revelar su título—. Mi diagnóstico y tratamiento son los más precisos que podrás recibir. Te repito, no te recomiendo usar tu energía o someter tu cuerpo a movimientos físicos que conlleven mucho estrés. 

  —Energía, estrés… —Rey repitió las palabras de la chica.

  —Al estar envenenado por radiación, tu cuerpo depende de tratamientos humanos para descontaminarse. A no ser que seas capaz de encontrar algún medio legendario de resurrección y descontaminación no-humano —Lía siguió enfatizando en la gravedad de la situación—. Sin mis tratamientos, tanto tú como tus hermanos, cada vez que utilicen sus poderes o sometan sus cuerpos a mucho estrés, acelerarán el proceso del veneno hasta el punto en el cual solo puedan toser sangre, sufrir desmayos y finalmente caer en una muerte súbita. 

  —¿Qué es Belldewar? —preguntó Rey, pues recordaba que esa era la palabra que la chica había utilizado para llamar al lugar.

 —No entiendo la pregunta —aclaro Lía.

—Descríbeme a este mundo como verdaderamente lo ves.

  Lía se congeló en el lugar por un momento. Ella estaba segura de que ya había descrito el lugar, aunque de manera vaga, pero sí había cubierto los puntos necesarios. Aun así, ¿por qué no hacerlo por segunda vez?, todo con tal de complacer a su oyente, que se mostraba más receptivo al conocimiento que a sus artes de seducción.

  —Esta civilización está dividida en dos partes. Los humanos, quienes buscan la manera de dominar o apagar la existencia de quienes se les oponen y la otra parte, aunque tienen diversos nombres, está compuesta por esclavos que perdieron los deseos de vivir o los privilegios de ser considerados como seres vivos.  

  Rey dirigió sus ojos a donde estaban las chicas hablando, esas que estaban fuera de la habitación y aún se detenían en el pasillo murmurando. 

  —¿Qué lugar les corresponde a ellas?

  Lía dirigió sus ojos hacia donde Rey miraba. Como una supervisora que recién notaba la negligencia de sus subordinados, caminó en dirección a la puerta y la abrió con mirada acusadora. Yicel, una de las chicas que murmuraba, dio un pequeño salto en el lugar tan pronto se abrió la puerta que tenía detrás y vio a la doctora salir. Con rapidez se disculpó por su falta, para después marcharse junto a las demás.

 —Aunque no lo parezcan, ellas entran en la segunda categoría, pero tienen vida en sus ojos por sus ideas revolucionarias —le respondió a Rey, cuando regresaba a la habitación—. El grupo de Akai se metió en problemas y sufrieron varias heridas. Las otras y ella, debían estar atendiendo a esos pacientes, pero parece que les preocupa que tus hermanos y tú estén aquí. En su momento las conocerás. Pero antes de que alguien traspase mi autoridad y entre en este sitio, ponte esto. —Lía tomó una pequeña caja que tenía dos lentes de color negro cubiertos de agua—. Son el mismo tipo de lentes que uso. Es para que te los pongas en los ojos y pases desapercibido. 

  —¿Ideas revolucionarias? —después de decir la pregunta, Rey hizo una pausa. 

 Justo antes de responder la última pregunta, en el silencio del lugar, conclusiones avanzadas pasaron por los pensamientos de la chica, quien comenzó a temblar porque aquel joven no mostraba la reacción que ella esperaba recibir.

  «Alguien que ha perdido todo contacto con lo que conoce, que no puede ver a sus seres queridos nunca más, que cayó en un mundo tan peligroso como este, que está desnudo sobre una mesa quirúrgica con una desconocida… alguien en su situación no debería mostrar un rostro tan natural, ¿o sí?» pensó ella. «Hasta el momento, él solo está interesado en la información. Es como si el conocimiento le ayudara a sobrevivir y adaptarse. ¿Y si él actúa así de frío y calculador porque no tiene seres a los cuales quisiera volver a ver? ¿Quizá está acostumbrado a ser perseguido y cazado? Mmm… hermano de un licántropo y un vampiro…» 

  Finalmente, Lía entendió la connotación de lo peligroso que podía ser ese chico para que Román nombrara a los otros dos como la punta de un iceberg. Independientemente del filo y la rareza de sus ojos que le hacían ver como un dragón, quien tenía delante era un híbrido, una bestia de ojos blancos que parecía atraer la oscuridad a su alrededor. Con esto, se encendió el miedo en su interior.

  Rey levantó su mirada en dirección a la descendiente de los Priom que había detenido sus palabras y su tan confiada expresión facial de atención y querer ayudar. Él tenía la capacidad de leer rostros y en el de ella leía “terror”.

 —Sí —dijo Rey con voz enronquecida—. Es exactamente lo que estás pensando. Soy un hijo no deseado después de todo.

 La presencia del joven se había hecho imponente, tanto que ella estaba paralizada.

«¡¿Acaso puede leer mis pensamientos?!» 

  Rey se acercó a donde estaba ella, tras extender su mano derecha, acomodó los cabellos en el rostro sorprendido de Lía, para decir las siguientes palabras: —En el sitio que deje atrás, mi final era morir. No tengo nada que extrañar de un mundo en el que la única manera de sobrevivir sería matando a mis seres queridos antes que ellos reclamaran mi vida. Ahora estoy aquí, en otro lugar… en el que tengo una nueva oportunidad de vivir, en el que tendré que medir mis decisiones y, al parecer, depender de ti y del anciano que me encontró, pues son los únicos que conocen de mis hermanos y de mí.

 «Los papeles se están revirtiendo» pensó Lía, en estado de pánico.