Stagnation

Chapter 5
Humano y subyugador


    —Atender pacientes de forma clandestina, dar refugio a individuos que no son miembros del templo ni tienen afiliación, falsificación de documentos y alteración del inventario. Es todo lo que he encontrado y aun no veo rastros del monstruo caído del cielo del cual se me informó que Román se haría cargo —dijo el sujeto de cuerpo moderadamente en forma y físico joven, que vestía prendas ostentosas—. Me temo que son crímenes severos, cometidos por la propiedad de Román, ¿no es así? Aunque, ahora que me fijo bien, te ves joven y tus ojos parecen ser azules ¡¿Qué brujería es esta?! 

  —No, ¡no es lo que estás pensado! —dijo Lía, sonando desesperada al tratar de tocar las manos de aquel que le miraba con superioridad. 

 —No te atrevas a tocarme, cosa asquerosa, mucho menos sin antes hablar de forma apropiada. —Heliúk retiró su mano e incluso dio un paso atrás para evitar el contacto—. ¿Acaso pretendiste tocarme para contaminarme de cualquier infección y hacerme tu cómplice en esto? 

  Lía negó ante la pregunta, moviendo su cabeza de un lado a otro. Ella recogió las manos que había extendido y tomó distancia.

  —Por si se te ha olvidado, todas las sacerdotisas de las artes amatorias y demás esclavos en Belldewar, no poseen derechos jurídicos ni políticos. Tu vida y la de todos en este templo aún continúan porque permanecen bajo la autoridad de un tutor, en este caso Román. Como la propiedad del anteriormente mencionado, él es quien puede y debe hablar conmigo en tu nombre.  Tu propietario es quien debería estar en este momento para que tus intereses puedan ser defendidos, pero como no se encuentra presente, eres culpable de los delitos de los que se te acusan, Lía Priom.  

  Las manos de Lía comenzaron a temblar al escuchar su nombre y ser mencionada por la boca de un subyugador. Ella sabía que ser nombrada directamente por su nombre era peor que ser considerada indigna y que en verdad se le acusaba de haber infringido la ley.

  Desesperada, entendiendo que le quedaba poco tiempo de libertad, se puso de rodillas, con su frente contra el suelo y cruzando los dedos de sus manos, para comenzar a rogarle a Heliúk que pasara por alto semejantes actos. 

    —Tus súplicas no harán diferencia ante mi sentencia. 

  A los ojos de Rey, el sujeto parecía tener en sus manos lo que quería. No solo estaba haciendo sentir miserable a la doctora, sino que también tenía la mesa abierta para poder extorsionar al tal Román que había mencionado. También pudo notar cómo una de las mismas chicas que había visto anteriormente en el pasillo, apenas vio lo que estaba sucediendo, salió corriendo como si fuera en busca de ayuda.

 Abarrotado de placer y poder, Heliúk, sin haber notado la situación que se dio a su espalda, titubeo mientras levantaba su pie derecho. En respuesta a las insistentes súplicas de Lía, él le puso la suela del zapato sobre la cabeza para que se callara. La doctora no le dio mucha importancia a este gesto, pues en dicha sociedad era normal para los humanos pisotear a aquellos que habían perdido sus derechos.

  —Eres tan solo un número más en esta ecuación, pero eres la que mejor encaja… por eso estoy seguro de que Román se va a hacer responsable. Además, ¿acaso esa otra cosa no conoce su lugar o es que no le han enseñado correctamente? —dijo Heliúk tan pronto notó el fuego en los ojos de alguien que irrespetuosamente le miraba directamente.

  A primera vista, para un adulto de veinticinco años que medía un metro setenta y era un distinguido miembro de la sociedad, Rey parecía un niño un poco más alto de un metro cuarenta y cinco que no le representaba amenaza en lo absoluto. 

  En cambio, para Rey, alabado por su anterior maestro por tener la capacidad de actuar racionalmente en el pasado, ver a alguien que había sufrido durante toda su vida con un pie sobre la cabeza y suplicando arrodillada en el suelo, le hacía sentirse raro. La situación era responsable de provocar una leve punzada en la zona del corazón, que se le apretara el estómago, que la cara le hirviera y que un calor recorriera su cuerpo. Se sintió poco racional al presenciar una injusticia. 

  —Rey… —le nombró Lía, pero por alguna razón no pudo seguir hablando. 

   Ella perfectamente podría decirle al pequeño que se detuviera y no hiciera nada, así como que atacara y le sacara de esa situación. Pero ella no supo qué pedir. Entre lo que le decía la mente y su corazón, la decisión se le hacía complicada de tomar. Ella sentía que sería mejor ver cómo actuaba él. Alguien que había visto el pasado de otra persona y la considera como algo sucio e irremediable, no tendría por qué intervenir, ¿o sí? Sin embargo, si aún le apreciaba y quería, ¿haría algo por protegerla?

  —¿¡Acaso no me escuchaste arrogante niño sucio!? —preguntó Heliúk, un tanto preocupado por los ojos afilados que al parecer buscaban su vida y ahora lo notaba—. ¿Quieres que tu tutor pague por la insubordinación de su propiedad?

 Rey no pensaba, tan solo escuchaba, pues la nueva emoción que le provocaba ver una injusticia, estaba a punto de hacerse cargo de su cuerpo. Consciente de que la cólera recorría sus venas, dio un paso hacia adelante apuñalando con la mirada al sujeto incrédulo que osaba seguir humillando a la mujer que él había prometido escuchar.

  —Tú eres a quien yo, de ahora en adelante, escucharé y obedeceré absolutamente —aclaró Rey, mirando en dirección a Lía—. ¿Quieres que termine con la vida de ese que se atreve a dañarte? 

  Lía se mantuvo el silencio. 

 Heliúk, embravecido, se dispuso a reevaluar la situación. De cierta manera, él no entendía cómo era posible que un esclavo en esa luna no supiera la sentencia que recibiría por hablar o tener intenciones de terminar con la vida de una persona. La pena de muerte era dada tras tragar plata hirviente.

  —Poco civilizado y aún salvaje por lo que veo. Supongo que acabas de bajar del último cargamento de esclavos —señaló Heliúk—. ¿Acaso no sabes las consecuencias que implica amenazar a un subyugador o a cualquier persona en este planeta? 

  Con la visión cegada y sin razonar mucho, el silencio de Lía significó que él podía hacer y deshacer como le placiera. 

—Los muertos lucen idénticos ante mis ojos—dijo Rey con voz ronca, la misma voz de una bestia violenta que recién había aprendido a hablar—. Tu vida tiene valor mientras la tengas, así que tú deberías ser quien se preocupe de aquellos con el poder de quitártela. 

  El pequeño cuerpo desencadenó una serie de movimientos y trasformaciones tan precisas que en solo segundos Heliúk tuvo los pies colgados en el aire y los ojos casi se le querían salir de las cuencas: Rey, quien ahora era el doble de su tamaño, lo sostenía por el cuello, con los dientes afuera y un rostro enfurecido.

  —¿Te gusta humillar? ¿Solo de esta forma te sientes más importante y superior? —preguntó Rey. 

 —Ella… no… es… una persona… —respondió Heliúk.

 —Yo tampoco lo soy… ¿Por qué no lo haces conmigo? —Rey acercó aún más su rostro al del sujeto que estaba sosteniendo. 

  Heliúk, asustado por la terrorífica escena, se orinó en los pantalones mientras forcejeaba para liberar su cuello ya que apenas podía respirar.

   Dado que su víctima aún no se mantenía lo suficientemente quieta, Rey aprovechó que la puerta corrediza de cristal aún se mantenía abierta y siguió avanzando hasta hacer que la espalda del sujeto impactará bruscamente contra la pared del pasillo. Mirando a los ojos al sujeto de prendas ostentosas, aumentó gradualmente la presión que ejercía su mano en el cuello ajeno, y agregó enojado:

   —Hasta que no le pidas perdón no te dejaré de golpear. 

  Rey levantó su otro brazo con su puño y se propuso golpear la cabeza de quien sostenía, con la intención de romperle la nariz junto a todos los dientes de una vez, pero Lía le interrumpió.

  El caído del cielo volteó su cabeza y vio en el rostro de la chica a una pequeña niña asustada, producto del ambiente violento que se estaba desarrollando. 

  —No le hagas daño, por favor. Escúchame, no te preocupes, no me lastimó… déjalo. Por favor no lo lastimes más. 

  Lía, apretando sus ojos para hacer que las lágrimas se le escurrieran, abrazó con fuerza por la espalda al joven que escondía sus ojos blancos y había destruido todas sus prendas al transformarse.

  Gracias a las palabras de Lía, Rey entró en sus cabales y soltó lentamente el cuello de Heliúk. Tan pronto dejó caer en el suelo al subyugador, Rey regresó a su tamaño original para voltearse con la intención de devolver el abrazo que le estaban dando y comprender el comportamiento de ella. 

  Sin poder aguantar una tos, Rey tapó su boca con la mano derecha y se dio cuenta de que había escupido sangre, cosa que entristeció a Lía, ya que significaba que el veneno de la radiación estaba avanzado. 

  Masajeando su cuello con los ojos bien abiertos, Heliúk entró en razón. Recordó su deber como humano y subyugador, eso que le inculcaron desde tan pequeño, incluso cuando iba a la escuela: Matar por todos los medios posibles algo que no fuera humano, si es que algún día se encontraba con uno y esa criatura era peligrosa. A pesar de que él había jurado servir a la humanidad y cambiar su vida por el bien mayor, el miedo a actuar le dejó estupefacto.

  «Es una criatura peligrosa, una bestia nunca vista. Me tocó, lo que significa que ya estoy contaminado y terminaré convertido en un ser sin razón», pensaba Heliúk aterrado. «Tengo que actuar, es mi única oportunidad…» A traición, cuando su agresor había cesado todo acto, aprovechó y administrando toda su fuerza, le dio una patada en la cabeza a Rey.

 Viendo cómo el pequeño cuerpo de su paciente recibió un golpe tan violento, la doctora, que también escondía sus ojos y cabello, se colocó la mano en la boca. Ella sabía perfectamente que su paciente no se volvería a calmar, o que Heliúk desistiría de comportarse como un ratón acorralado.

 «Mmm, al no poder usar energía para transformar mi cuerpo o acelerar la regeneración de cualquier herida que pueda tener, estoy en desventaja si peleo contra alguien más grande que yo». Se dijo a sí mismo Rey. «Aun así, como hechicero puedo reescribir algunas condiciones naturales y hacer de las leyes de la física y proporción simples líneas inexistentes. Es uno de mis hechizos menos poderosos que me otorga el poder de controlar la masa y densidad de mi cuerpo manteniendo las mismas características y tamaño. Hasta ahora descarté su uso debido a que necesito consumir una gran cantidad de energía para poder moverme mientras estoy usándolo, pero si aplico su uso de forma intermitente, la ventaja que él tiene con su tamaño será inexistente, también cuenta con otras bendiciones que no estaría de más utilizar».

   Tras pasarse la mano por la cabeza, Rey se volteó para mirar a Heliúk con ojos de querer experimentar. Dejando de lado que el golpe proporcionado por el enemigo le había embarrado los cabellos de inmundicias, comenzó a moverse, y mediante conjuros silenciosos, hizo aparecer rezos flotantes por el aire.   

  Heliúk, sorprendido, sintió el dolor de patear una columna sólida de concreto. Él esperaba que aquel golpe al menos hiciera rodar un cuerpo tan pequeño, lo que le daría tiempo para seguirle golpeando. Aun así, ignorando el dolor de casi llegar a fracturarse el pie, se dispuso a dar otra patada tras retomar la distancia, pero su enemigo desapareció y apareció en un segundo esquivando el golpe.

  «Según los libros. Bajo el estrés de un combate contra un oponente formidable, algunos luchadores pueden alcanzar a ralentizar el tiempo de manera natural…» recordó Rey, quien, al parecer, detuvo el tiempo por unos segundos. «Gracias a mi padre y mi maestro, entendí que no es que ellos puedan controlar el tiempo, sino que aceleran la manera en la que lo perciben y es por esa razón que se les hace más lento. Mediante encantamientos diseñados para que mi corazón triplique sus latidos, puedo manipular las logias de mi cuerpo y así acelerar la percepción del tiempo». Rey se encontraba poco sorprendido de haber logrado algo que intentaba por primera vez. «Por ahora, siempre y cuando no tenga que recitar un clamado acortado o ser la mitad de rápido que mi oponente, mis hechizos no se verán expuestos a ser interrumpidos. No solo evito usar mi núcleo como escudo, sino que también puedo pensar mejor en cualquier situación…»

   Dentro de su acelerada percepción del tiempo, sin siquiera tener que sacar su libro de clamados, Rey se propuso a conjurar múltiples hechizos, bendiciones y encantamientos con la intención de potenciar y mejorar aún más su pequeño cuerpo para reducir esfuerzos físicos y no depender de la energía. Cosa que, de lo contrario, prometía acelerar el proceso de envenenamiento.

  «Adicionado a la casi invulnerabilidad de mi piel otorgada por bañarme en el río Estigma, necesito triplicar la densidad de mis huesos para ganar peso, así como la fuerza de mis músculos» reflexionó Rey y en un segundo formuló los conjuros que tenía en su mente.

    —¡Es un subyugador! —exclamó Yicel tan pronto entró en una habitación compuesta por diez camas de descanso, de las cuales siete estaban ocupadas—. ¡Lía está en problemas! 

   Quienes evidentemente podían descansar poco, voltearon sus cabezas con preocupación en respuesta a la noticia. Dos hembras y cinco varones, de los cuales uno se levantó de su cama y aunque tal vez estaba en peores condiciones que los demás, se arrancó todos los cables y sueros que llevaba puesto.

  El chico de cabellos negros llevaba puesta una camiseta de color claro, pantalones anchos y bufanda roja. Él era nueve centímetros más alto que la chica que había entrado y en su brazo izquierdo se podía ver un tatuaje que significaba libertad.    

  —¿Qué podemos hacer, Akai? —le preguntó uno de los presentes, alguien de voz confiable a ese que caminaba en dirección a Yicel. 

  —¿No es obvio? Tenemos que huir tan pronto como sea posible, —respondió. 

  —¿Cómo vamos a escapar? —preguntó una de las chicas—. Después de todo lo que este templo nos ha ayudado en nuestra batalla, ese sería el acto de mayor cobardía posible.  

  —Merlot no está del todo equivocado —respondió Akai, mirando los ojos soñadores y cautelosos de Yicel—. 

  Incluso Pisínoe, la chica que se había proclamado en contra de la idea de marcharse, miró con respeto a Akai, quien durante todos los años que habían vivido juntos se había ganado el nombre de “el revolucionario que camina por la senda de la diferencia”.

Elhoy, esto es lo que vamos a hacer:    —Toma a los chicos y ve con Pisínoe a la segunda guarida. Yo me encargo de distraer al subyugador. 

  —Akai, si eres capturado, morirás y después todos los demás. Nosotros hemos matado a cientos de humanos —en la voz de Merlot se notaba que estaba preocupado. 

  —Ya me las ingeniaré, ahora márchense por la salida secreta. No podemos confiar en que ese sea el único subyugador que haya venido al templo —estableció Akai con un tono carismático.  

  Caminando por el pasillo junto con el líder de los revolucionarios, Yicel logró ver a quien se encargaba de cuidar a otro “caído del cielo”, ese que era vampiro puro de sangre, y con pocas palabras le pudo alertar de la situación.

  —¿Quién era esa? —preguntó Akai, con la impresión de que algo más preocupante podría estar sucediendo dentro del templo. 

  —Una de las chicas. No debes de preocuparte —respondió ella tratando de evitar más problemas en el templo.  

  —Mmm, ¿sabes? Ahora que lo pienso, no hace mucho rondan rumores de que se vio a una criatura aterradora caer del cielo, dicen que es un ser sin corazón capaz de devorar tu alma con tan solo mirarle. 

  Aunque simulaba no prestar atención al comentario de quien más admiraba, Yicel de cierta manera estaba impresionada por la forma despreocupada con la que el chico hablaba. Tal vez el último movimiento de Román en verdad había dejado expuesto al templo y por esa razón los subyugadores estaban haciendo una investigación directa.

   —Pero, no creo que tengas que preocuparte, Román es conocido por ser la mano derecha del rey. Ahora llévame a donde está tu amiga —continuó diciendo el joven. 

  —Estamos llegando, corre sin hacer ruido, —advirtió Yicel al notar que otras pisadas se daban lugar en el pasillo.

  Así, los dos jóvenes se acercaron cautelosamente con tal de mantener la ventaja de no ser descubiertos.  

  Lía escuchó sonar las pisadas de unos cuantos sujetos que se aproximaban por el pasillo. Tan pronto ella volteó su cabeza, la peor situación posible se le presentó ante sus ojos, puesto que no eran aliados. 

  Cuatro individuos vestidos de manera similar a Heliúk aparecieron con uniformes de tela pesada e insignias de reconocimiento que sonaban con cada movimiento. Ellos, quienes al ver cómo un pequeño crío tenía acorralado a alguien que era notorio por actuar solo con tal de ganar reconocimientos, decidieron aminorar la urgencia de sus pisadas. 

  —Pero si semejante criatura, escuálida y mugrienta no parece capaz de darle pelea a un niño de diez años —dijo uno de los presentes que recién llegaba al sitio—. ¿Cómo explicas esto, subyugador Heliúk?  

  Este individuo, con su voz decepcionada, puso a Rey en una posición digna de menospreciar por su tamaño y físico, el cual había quedado al desnudo. Los otros tres individuos se rieron con respecto al tamaño de Rey, así como también por el comportamiento poco civilizado y salvaje con el que este se movía. Un comportamiento que de cierta manera ya había sido sutilmente corregido por la sirvienta de las artes amatorias del templo.  

  Al otro lado del pasillo, Akai asomó su cabeza para evaluar la situación, viendo algo que los subyugadores fallaron en ver. 

—¿Cómo es que semejante chico puede verse tan temerario a pesar de la posición en la cual se encuentra? —susurró a Yicel, quien al igual que él, se escondía en el doblar de una esquina que conformaba el pasillo al lado opuesto de donde estaba sucediendo toda la acción. 

 —¿De qué hablas? —susurró Yicel, muy asustada como para arriesgarse a asomarse y ver.

 —Míralo bien, se ve como un guerrero. Un héroe. Alguien valeroso, tan poderoso y fiero como cualquier dios de la guerra, alguien enviado de los cielos.

   Tras sus palabras, el chico que usaba bufanda roja volteó su rostro para ver en la cara de quien le acompañaba, la respuesta que tanto esperaba. En efecto, Yicel se sorprendió tanto con el comentario hecho por Akai, que no pudo evitar afirmar con su rostro que él no estaba equivocado al asumir que semejante chico había caído del cielo. 

  —¡¡Es un no-humano peligroso!! —Akai escuchó la advertencia de Heliúk tan pronto como pudo hablar. 

  Ante las palabras arrojadas por su compañero, los cuatro subyugadores cambiaron totalmente las expresiones de sus rostros y tan pronto sacaron sus artículos de combate, procedieron con la intención de matar al objetivo por todos los medios posibles. 

  Rey tuvo la capacidad de evadir las balas que vinieron a su encuentro y con su mirada le prestó particular atención al individuo más viejo de los cuatro subyugadores presentes, quien no tenía en sus manos un arma como los otros tres, aunque era el más peligroso, dado que había hecho aparecer una página que flotaba en el aire. Era un hechicero como él. 

  —Escucha mi llamado. Muéstrate en mi mano, bola de fuego —luego de terminar de leer en voz alta el papel que flotaba, el sujeto que se había posicionado en la retaguardia, hizo que apareciera un clamado. La temeraria bola de fuego era uno de los ataques más notorios que complementaban a los más distinguidos y valiosos miembros pertenecientes a los subyugadores.   

  Heliúk y Lía quedaron atrapados en medio del enfrentamiento. Los cuatro subyugadores mantendrían la mayor distancia posible, valiéndose de ataques devastadores, aunque no tomaban en cuenta los daños que se pudieran ocasionar, siempre y cuando fuese en el nombre de la descontaminación. 

 Por otro lado, Yicel y Akai, tragaron en seco, ya que recordaron cómo miembros de su grupo quedaron incinerados por semejante bola de fuego. Una vez que aquel semejante ataque fuera lanzado, no existía nada que pudieran hacer para detenerlo.

   —¿Ese es tu límite? —dijo Rey ladeando la cabeza, haciendo desaparecer la intimidante bola de fuego con un chasquido de sus dedos y mirando fijamente al señor longevo que estaba al final del pasillo—. Mediocre, ineficiente, absurda manipulación de una invocación mediante un rezo que no está ni completo.  

  Tras las palabras de Rey, el subyugador más anciano se arrojó al suelo observando lo que para él era un verdadero demonio. Los otros tres dieron un paso hacia atrás y aunque intentaron correr, terminaron convirtiéndose en antorchas humanas tan pronto fueron atravesados por una pequeña bola de fuego creada por Rey.

  —¡¿Qué diablos fue eso?!  —preguntó Yicel con el valor suficiente para asomar su rostro, aunque las piernas le temblaban y casi no podía mantenerse de pie, tras ver cómo cuatro subyugadores se convirtieron en manchas negras del suelo, las paredes y el techo.

  —Alguien que se hizo ver débil cuando en realidad tiene el poder de crear el infierno, no lo puedo creer… —dijo Akai tras llevarse la mano a la boca, mientras sus ojos veían esperanza. 

  —No te entiendo, Akai —reclamó Yicel—. ¿¡Acaso no es un monstruo!? 

  —Él hace su cuerpo pequeño, pero impacta con la fuerza de un gigante —murmuró el joven—. Entre el llanto de los esclavos que viven dentro de esta luna y después de tanto tiempo, ahora puedo jurar que estoy viendo la encarnación del anterior reformador del infierno —respondió Akai con cierto grado de excitación, como alguien ansioso por hacer un contrato con el mismísimo demonio, si era necesario, con tal de obtener poder.

 —¡Él fue quien se enfrentó a los tres héroes de la humanidad! —exclamó Yicel sorprendida y recordando que estos sujetos eran venerados por ser los únicos que pudieron ir al infierno y obtener una grabación del lugar. 

   Por otro lado, Lía aún estaba tumbada en el suelo, sentía que no podía hablar ni creer lo que estaba viendo con sus ojos, bien abiertos. Rey ni siquiera se movió de lugar y ya había terminado con la vida de cuatro subyugadores de una forma inexplicable.

  Heliúk estaba en las mismas condiciones que quienes quedaban vivos, solo que él no era un aliado, sino un enemigo. Esto lo entendió cuando Rey se volteó y le dijo:

  —Sigamos en lo nuestro, aún no te has disculpado por tu comportamiento.

   Sobre el suelo y a cuatro patas, el subyugador intentó desesperadamente huir. Sin embargo, cuál depredador que juega con su presa, Rey le aguantó por el cuello con la fuerza suficiente como para que no se escapara. Agonizando del dolor, Heliúk trató de zafarse para huir, pero fue en vano, lo que le hizo realizarle algunas preguntas con tal de ganar tiempo en la situación que se encontraba. 

—¿Cómo es que con una mano tan pequeña puedes tener tanta fuerza? 

 —No, no, no —decepcionado, fue lo único que Rey respondió ante las tres preguntas—. A pesar de tener  ojos, fallas en ver la razón por la cual aún te dejo vivir. 

   Usando la fuerza de su cuerpo modificado por clamados, el pequeño levantó a su oponente del suelo y lo arrojó contra la pared más cercana.

 Entre los pasillos se pudo escuchar el sonido seco de un cuerpo chocando con un muro. En la colisión, la cabeza de Heliúk fue la que más sonó, como un coco que caía al suelo tras desprenderse de la palmera que le había dado vida. Por suerte, el cráneo del subyugador, al igual que un coco, no se partió por el impacto, pero sí quedaron daños en la piel, lo cual dejó que la sangre se escurriera hacia afuera y pintará la pared, mientras el cuerpo caía.

  Lía, tras apretar sus dientes y voltear el rostro, entró en razón y asustada le pidió a gritos a su paciente que no matara a nadie más. 

  Ante la orden desesperada de la fémina que le había cuidado, el joven de ojos blancos disfrazados detuvo sus acciones. Rey, con los ojos de quien pretendía cobrar otra vida, volteo su rostro para ver las expresiones de quien le rogaba que se detuviera. 

  Heliúk, adolorido y temeroso, pudo entender la razón por la cual aún seguía vivo. Qué mejor prueba tenía de que toda su vida había estado equivocada y que aquella mujer a la cual había tratado como un objeto, también era una persona y tenía sentimientos. 

   —Procura terminar con mi vida —dijo Heliúk, negándose a entender, a dejarse engañar o contaminar por las brujerías de los no-humanos—. De lo contrario te arrepentirás. Yo soy hijo del rey Gilgamesh, si él llegara a escuchar la jugosa información que mi boca tiene para contarle, él vendrá por ti.

   Rey no pudo evitar sonreír. Su cara, a pesar de ser pequeña, se vio abarrotada de poderíos y grandes expectativas, expresión que solo Lía, arrodillada en el suelo, pudo interpretar mejor que nadie. 

 «Entrenado por antiguos métodos… para ser un líder natural», pensaba la vampira. «Moldeado para no saber cómo rendirse, porque si se rindiera, se estaría entregando al hambre y a una muerte dolorosa o una vida de miseria. Esa expresión en su rostro cuando alguien le ha desafiado invocando la presencia de otro, significa que dos líderes han sido nombrados en un mismo lugar. Ya existen motivos por los cuales podría comenzar una competencia por el territorio». Rey, haciendo gala de su poder, le dio la espalda una vez más a su enemigo para brindarle su mano a Lía con la intención de ayudarla a levantarse del suelo, mientras tanto, ella siguió pensando: «No puedo aceptar su ayuda. Tengo que alejarlo de mí, protegerlo, hacer que me ame primero. No sería justo hacer que cargara con todos los problemas que tengo».

  Rey esperó a recibir la mano de ella, quien desde el suelo vacilaba ante la ayuda que le ofrecía.

  Lía observó una vez más los ojos afilados del joven que tenía enfrente. Aunque ella no quería, supo que nada le impediría tomar la decisión equivocada. Con lágrimas en los ojos, ella extendió su mano y aceptó la ayuda, pero en vez de levantarse agachó su cabeza y miró al suelo con el corazón lleno de angustia. Culpando a su egoísmo, sintió algo caliente y húmedo que le frotaba el rostro y limpiaba una de sus lágrimas.

   Una persona normal usaría un pañuelo para secarle las lágrimas a una dama, en el mejor de los casos, quien no tiene pañuelo puede usar los dedos de su mano. Pero Rey estaba lejos de ser tan civilizado como para emplear alguno de estos métodos en semejante situación. Lía, aún con sus ojos cerrados, sintió como el aliento del joven también le impregnaba el rostro, para ella tan solo existía una explicación a semejante sensación y tan pronto abrió sus ojos pudo regocijarse con sentimientos encontrados por haber estado en lo cierto. En conclusión, la tan extraña sensación era Rey empleando su lengua, en vez de un pañuelo o sus dedos, para limpiarle las lágrimas de la cara. 

  Heliúk, Yicel y Akai, quienes estaban mirando desde distintas áreas, arrugaron las expresiones de sus ojos en sentido de asco. 

  —Detente por favor… —dijo Lía, algo apenada por el comportamiento del chico—. Cuando te dije que me escucharas absolutamente, en realidad no lo decía en todo el sentido de la palabra. Puedes ayudarme a levantarme ahora si quieres, pero no tienes por qué hacerte responsable por mí, ni defenderme o protegerme… no cuando eso puede poner tu vida en peligro.

  En los brazos del joven que no dejaba de lamerle el rostro, Lía intentó seguir hablando, pero mientras más lágrimas salían, el chico más se esforzaba en limpiarlas hasta el punto de sostener el rostro con sus dos manos. Hasta que, un poco más calmada, finalmente ella pudo abrir sus ojos sin derramar ninguna otra lágrima. 

  —Escúchame, Rey —dijo Lía, con una voz que denotaba que quería dejar de llorar—. Estás en peligro. Gilgamesh es el dios y rey de los humanos. Sé que en mis recuerdos pudiste ver lo peligroso que es enfrentarse a él y perder en una pelea.

   Con la grandeza de un gigante, tan pronto Lía se logró poner de pie, Rey se volteó y mirando en dirección a Heliúk dijo las siguientes palabras: 

—Puedo soportar cualquier ofensa, humillación o golpe, pero que quede algo bien claro: Mientras mis seres queridos estén a mi lado, nadie será perdonado si alguien intenta hacerles daño. Tú que tanto quieres morir, dile eso a tu padre. 

  Heliúk se quedó con cara de que no entendía nada. Él, por obligación, después de haber tenido contacto con un no-humano tan peligroso como el que tenía en frente, tenía que morir en combate con tal de no experimentar deshonra. Por esa razón, no intentaba seguir escapando, pero el sentimiento de vivir y hacer algo tomaba el control de su cuerpo.   

—Ustedes dos, quienes se esconden en la esquina —dijo Rey a modo de advertencia refiriéndose a quienes asomaban sus cabezas y aún tenían la boca abierta por todo lo que estaba sucediendo—. Por ahí vienen tres subyugadores.

    Akai y Yicel se asombraron por haber sido descubiertos, más cuando escucharon el caminar apurado de justamente tres individuos y pudieron confirmar las palabras del pequeño sujeto. Ante los ojos de Rey, era el momento en el que aquellos dos podrían brillar y ellos no se veían muy dispuestos a perder la oportunidad.

  —¡Operación diversión! —dijo Akai mientras se tiraba al suelo, poniendo nerviosa con sus palabras a la chica de cabello corto. 

   —Pero nunca he hecho semejante cosa —susurró Yicel, a punto de tener un ataque al corazón.

   —Tengo fe en ti, tú puedes —dijo el chico antes comenzar a gritar desde la base de sus pulmones y retorcerse de un lado a otro—. ¡Aaah! ¡Aaah! 

   —¡¡Ayuda!! ¡¡Alguien que me ayude por favor!! —gritó Yicel a la vez que se escapaban, y daban brincos en el lugar. Con cada grito de Akai, ella se ponía más nerviosa.

  Los tres individuos que caminaban apurados comenzaron a correr y llegaron justo a donde estaba un joven tendido en el suelo agonizando de dolor y una jovencita que no sabía qué decir con tal de evaluar la situación con su mirada. Pero los subyugadores fallaron en darse cuenta de que ya estaban muy cerca del peligro.

   En cuestión de segundos, ese que estaba en el suelo, gritando de dolor, se levantó como una tormenta y usando todos y cada uno de los ataques bajos y sucios que había aprendido hasta el momento, se las valió para matar a los tres subyugadores. 

  Como un humano que tenía que valerse contra otros que estaban armados, el chico de bufanda roja usó sus dedos para sacarle los ojos al primer oponente, mientras que tumbó al segundo con una embestida de su cuerpo y con el agarre de su mano destrozó los testículos del tercero, que ya levantaba su arma para apuntar y disparar. 

  Antes que el segundo sujeto que había caído al suelo por un empujón sacara su arma, Akai le escupió en los ojos para neutralizarle la visión y tan pronto se valió de la pistola de ese a quien agarraba por los testículos, la usó para golpear la cabeza del primer sujeto quien ya disparaba a lo loco por todos lados sin poder aguantar el dolor en sus ojos.

Luego de dar un codazo a la quijada del tercero y una patada justo en el hígado del segundo, Akai procedió a romperle el cuello al primero, usando una patada de talón. El tercer individuo también sucumbió ante una forzosa rotación de su cabeza y el segundo subyugador, que se encorvaba hacia adelante para tolerar el molesto dolor que le había provocado el golpe al hígado, terminó con su cabeza entre el torso y la mano derecha de su oponente. 

  En un vistoso movimiento, Akai rodó su cuerpo y partió la espina vertebral del segundo subyugador para así alejarse de los tres cuerpos, un tanto agitado, intentando recuperar el aliento por todo lo que había hecho casi sin respirar. 

 Yicel, quien no hizo más que caer sentada en el suelo con tal de esquivar los disparos, aún sentía cómo su estómago se le retorcía y sus tripas se le querían salir por el incómodo sonido que habían hecho los tres cuellos al ser partidos sin mencionar que estaba viendo al interior de las cuencas vacías de uno de los cuerpos, que aún se retorcía por el suelo en el proceso de muerte.    

  —No es mi culpa que sus armas estén diseñadas para funcionar solo cuando el dueño las acciona voluntariamente —se justificó el chico de bufanda roja, mientras que rompía contra la pared los lentes que tenían las pistolas debajo del cañón. 

  Detrás del sonido de disparos, Rey y Lía caminaron en dirección a dónde estaban Akai y Yicel, mientras que Yicel buscó alejarse lo más posible de los cuerpos desnucados. Al llegar a donde los pasillos hacían esquina, la doctora y su paciente aún pudieron escuchar las últimas respiraciones de los tres sujetos que todavía se retorcían por el suelo, pero al contrario de la chica, no demostraron en sus rostros que se sintieran incómodos. 

  —¿Qué hacen aquí? —preguntó Lía.

  —Vinimos porque creíamos que necesitaban ayuda. —Yicel apartó con su pie la mano de unos de los cuerpos que aún la tocaba y se movía de un lado a otro.

  —Mi nombre es Akai Shida y ya que ensuciaron sus manos matando a otros subyugadores, ¡¿por qué no se unen a nuestro grupo?! —Tras presentarse carismáticamente, el joven de bufanda roja y brazos expuestos, hizo su proposición al grupo. 

  —¿Shida? —preguntó Rey.

  —Sí, es el apellido de mi familia, el cual me enorgullece decir porque soy libre de hacerlo. —El joven de bufanda roja hacía referencia al tatuaje que llevaba en su mano—. Gilgamesh siempre ha recordado los apellidos de aquellas familias que se les habían opuesto en un inicio y condenó a sus descendientes a ser eternos esclavos sin importar que tan poderosos fuesen. Shida es uno de esos apellidos, pero bueno, como la condena para un esclavo por pensar en matar a un humano es la misma que si hubiese matado a cientos, ¿por qué no seguir con el impulso y luchar contra aquellos que nos exterminan?  

  —Porque yo no soy un esclavo —respondió Rey sin tener mucha simpatía por el carácter carismático del chico que daba información de más. 

  Tras escuchar aquellas palabras, Akai se arrodilló en el suelo y agacho su cabeza. 

—Entonces, si caíste del cielo. Si es por hacerme más fuerte, te puedo dar hasta mi alma a cambio, demonio del infierno.  

  —No necesito tu alma, tampoco soy un demonio, no obstante, sí puedo hacerles más fuertes en recompensa por haberme querido ayudar —dijo Rey, quien implementó los mismos encantamientos, milagros y bendiciones que había hecho en su cuerpo, en el cuerpo de los demás ahí presentes—. Ya son más fuertes.

  “¿Así de rápido?”, todos ellos se hicieron la misma pregunta. Nada mágico se había dado en el aire, ni rituales ni ofrendas, tan solo una pausa en sus palabras y ya. Parecía mentira, pero ninguno quiso decirlo en voz alta con tal de no ofender ni poner en duda a quien había dicho palabras tan confiadas como “ya son más fuertes”.   

  De un momento a otro, Rey comenzó a toser sangre, cosa que hizo que Lía le pasara la mano por la espalda y los otros dos se preocuparan un poco. 

  —Ustedes, escuchen—. Rey levantó su mano, con tal de que nadie se preocupara más de lo que debían—. A partir de este momento, tienen en sus cuerpos condiciones para ralentizar la percepción del tiempo. Si detienen sus respiraciones, esta condición activará un círculo mágico que transmite electricidad a sus corazones y acelerará los latidos hasta que lleguen a pasar 360 pulsaciones. También reemplacé las condiciones naturales impuestas por la naturaleza en su cuerpo y reescribí la dureza de sus huesos, la fuerza de sus músculos y la resistencia de sus pieles. Todo tendrá mayor efecto según mi condición de salud ¿entienden?

  Yicel afirmó, mientras que, poniendo a prueba las palabras del pequeño, Akai y Lía dejaron de respirar y tras pestañear sintieron como las palabras de Rey se hacían mucho más lentas. No obstante, Rey con su mano atacó a Akai y le dio un golpe con su dedo medio en la frente. 

  —Aun así, si alguien es más rápido que ustedes… no existirá mucho que puedan hacer y cuando vuelvan a tomar una bocanada de aire, estarán muertos.  

  Heliúk, quien aún seguía vivo, tembló al ver lo fácil que le era a un no-humano crear un ejército de super personas. Con razón la humanidad debía de temer ante este tipo de criaturas. Tras recuperar la sensación de sus pies, intentó levantarse, pero tropezó y volvió a caer en el suelo, haciendo que los cuatro individuos le observaran de vuelta. 

  Con el aliento de los cuatro depredadores prácticamente en su cuello, Heliúk empezó a temblar, sudar frío e incluso volvió a orinarse encima. 

  —Akai, lo necesito con vida —dijo Rey—. Él puede hacer que mi mensaje llegue a ese tal Gilgamesh, pienso quedarme aquí mientras Lía se quede. Y si ella y tú quieren salir, pueden aprovechar que toda la atención se va a enfocar en este lugar para hacer la revolución en otros sitios.   

  Akai abrió los ojos y vio la oportunidad más grande que había tenido en su vida. Él entendía que tan solo Gilgamesh podía detenerle, mientras que con sus poderes ningún humano sería capaz de hacerle frente. 

—En el caos, la revolución puede encontrar la oportunidad que necesita. Y si el rey manda subyugadores como refuerzos de todos lados, esta luna que llaman sol estará débil por todos lados.