Una casa y cinco jóvenes

Chapter 4
Leche de verga


“Aquí, en la sala de una casa con cinco cuartos, sin poder respirar.” —pensaba Rey—. “Después de todo, es una situación que muy pocas personas pueden llegar a tener, especialmente si tomo en cuenta que el mudo ahí fuera está escurriéndose por el drenaje de un tragante, literalmente.”

De pie y con los brazos cruzados, Rey tenía su verga al aire, mientras que Elena y Samantha le miraban más que a lo que sucedía en la pantalla del inmenso televisor que reproducía videos obscenos en forma aleatoria.

—¿Y cómo se la piensas poner dura? —le preguntó Sam a Elena.

—Se la puedes chupar en cualquier momento… —agregó Elena con tono burlesco.

Un corrientazo desde su espina hizo que Rey tensa los músculos de su cuerpo aquel comentario. “Gracias a que aumente su tamaño mi verga requiere de mucha más sangre para poder tener una erección completa. Pero con esto, es como si la llave de mi corazón se abriera como una cascada entre mis piernas. Lo mejor que puedo hacer es disminuir los latidos de mi corazón al mínimo de pulsaciones por minutos, lo suficiente para mantenerme consciente.”

—¡Ni loca me meto eso en la boca! —exclamó Sam.

La cara de Rey mostró un poco de desilusión con el comentario. —Creo que no hace falta llegar a tanto…— Dijo él y un silencio entre las miradas retadoras de las chicas se dio lugar.

—¿Saben algo? Se siente incómodo ser el único sin ropa…

“Es mejor si lo dejamos así. No quiero que Samantha siga poniéndose incómoda”, pensaba Rey, apenado por cruzar la línea.

—Buena idea, podemos comenzar por desvestirnos. Así se le podría parar —dijo Elena con media sonrisa en los labios.

Rey no esperaba semejante situación.

Sam guardó silencio por unos segundos. La segunda proposición no parecía sonar tan descabellada como la primera. Pero Rey sabía que esa era la idea de Elena, quien hasta el momento mostraba sutilmente sus magníficas habilidades en el arte de la persuasión. La rubia había ofrecido una idea muy loca al principio y la segunda no lo era tanto, también el momento adecuado garantizaba un ‘sí’ seguro, sin contar que no había incluido a Sam directamente en su comentario y la hacía más como una cómplice. Además, si alguien estaba incómodo por ser el único sin ropa, ¿no experimentaría la misma sensación aquel que fuera el único con ropa?

“Por otro lado, ellas dos son muy parecidas en estatura”, continuó analizando Rey. “Pero no en cuerpo, personalidad o cara. Una tiene pelo rubio ondulado y la otra castaño lacio y largo, Sam suele tenerlo atado en cola de caballo… como mismo estaba la chica del primer video, en cambio, Elena prefiere usarlo suelto. Si soy sincero, con lo desesperado que estoy en este momento, cualquier chica es capaz de pararme la verga con tan solo desnudarse al frente de mí. Estas dos juntas son una combinación muy peligrosa, sus cuerpos no son muy voluptuosos que digamos, tampoco tienen mucho trasero o busto, pero sus caras inocentes de niñas buenas se vuelven fatal, puesto que tienen cierto encanto al hacer cosas malas.”

—Quizás podemos tratar primero con un video que le guste — sugirió Sam un tanto indecisa.

—Como fuiste la de la idea, te toca buscarlo —agregó Elena un tanto decepcionada. La indecisión de la trigueña le estaba haciendo pasar más trabajo del que ella tenía propuesto pasar y eso le ponía de mal humor.

—No puedo creer que esté haciendo esto —dijo Sam—. Rey, ¿qué te puede animar para que se te ponga dura?

“Para que se te ponga dura. ¿Quién iba a decir que semejantes palabras saldrían de esa boca?” pensaba el joven para agregar en voz alta mientras procedía a sentarse con lentitud desinteresada:

—Intenta lo que quieras…

—¿Qué no entiendes, trigueña? Si antes estaba dormida, ahora creo que se le va a morir la verga con el aburrimiento, el porno no es morboso cuando tienes tanta carne a tu alrededor —reclamó Elena como quien no se podía seguir aguantando mientras veía a Samantha buscar por diferentes partes.

Bajo la presión de ser quien estaba aguando el momento, Sam regresó su vista a la pantalla y moviendo el mousse de abajo, a la derecha, a la izquierda, de un lado a otro y hacia arriba. Hizo clic varias veces, entre los diferentes tags y videos, hasta que eligió uno en particular y le dio al botón de “reproducir” para acto seguido presionar el icono de “pantalla completa”.

No era un video animado lo que se estaba reproduciendo, esta vez Sam seleccionó una grabación en primera persona que incluía a un abdomen cuadriculado, una inmensa verga erecta y una mujer de espada sentándose sobre la misma. Ahí, la actriz empezó a menear las caderas poco a poco hasta bajar sin necesariamente llegar a poder metérsela completa. La mujer del video volteó la cabeza con la boca abierta y los ojos entrecerrados, como alguien que experimentaba un placentero dolor.

—Ufff, qué incómodo y doloroso se ve —dijo Sam algo arrepentida.

De pronto, Rey recordó la escena de Samantha que había visto en su teléfono. Era casi la misma posición y el morbo de saber que a la trigueña le gustaba tener el culo al aire le hizo casi perder el control de su miembro viril.

—Al contrario —dijo la rubia—, esa es la posición con la cual puedes hacer venir a cualquier hombre con una verga así de grande en menos de cinco minutos.

—¿¡Elena!? —Sam exclamó como quien asumió que la mencionada había tratado semejante postura.

—¿Qué? ¿Me vas a decir que nunca trataste esa posición? — con una sonrisa más picaresca que caliente agregó—: El plus de esa postura es que te pueden meter el dedo en el culo cuando quieran, puedes tratarlo ahora mismo.

Elena sonaba desesperada porque algo comenzará, pero había acertado en el clavo al decir lo del culo. El punto débil de Samantha era ese.

—No sé… no es que no quiera probarlo, pero… —comentó Sam—. Aún no creo que él la tenga así de grande.

“La temperatura de su cuerpo aumentó, sus latidos también. Ella huele a excitación… Tal vez Elena tenía razón, ahora ella parece más receptiva a hacer cosas morbosas. Se está excitando y yo también.” Rey sin poder controlar su corazón y sus pensamientos a la vez, agregó cuál arriesgado arranque de valentía;

—Poniéndolo en claro… ¿Estás insinuando que si la tengo así de grande considerarías tener sexo conmigo?

Sam guardó silencio ante la pregunta y quien calla otorga, como dice el dicho.

—De regreso a la tarea principal… —dijo Elena, mirando fijamente la pantalla—. El video no funciona. Obviamente, él aún está nervioso, no se le va a parar hasta que no le hagamos sentir más cómodo.

—Pero, no sé qué hacer —se justificó Sam.

Elena respiró como quien necesitaba paciencia y agregó las siguientes palabras. —Rey, ¿te haría sentir más cómodo si Samantha se baja el short enfrente de ti?

“Mmm, los nervios cortan la excitación. Elena empujó muy duro, ya Sam no está excitada.”

—Por supuesto que no. ¡¿Por qué yo y no tú?! —reclamó Sam avergonzada, coincidiendo con las predicciones de Rey.

—Acá la tradicional mojigata que quiere probar lo contrario, eres tú, también la más culona del grupo… y sé que tú eres quien más pone a Rey —aseguró Elena y tenía razón, si bien ella también tenía un culito empinado en tamaño, no se comparaba con el de Samantha.

—No quiero. ¿Cómo le voy a mostrar mi cuerpo a alguien que no es mi novio?

—Sam. ¿Cuántas veces fuiste a la playa en bikini delante de cientos de extraños?… Además, él está desnudo enfrente de nosotras que no somos sus novias —Elena hizo una pausa, reflexionó antes de seguir hablando, pero como no se pudo contener, lanzó el siguiente comentario—: Sin necesariamente ser tu novia… me mostraste tu cuerpo…

—No es lo mismo —dijo Sam, negándose a entender.

Rey habría intervenido en dicha discusión, pero no le parecía lo más apropiado, ya que estaba tocando puntos que le provocaba curiosidad. Elena no hace mucho se había declarado “bi”, eso significaba que ella podía mirar con ojos lujuriosos tanto a una mujer como a un hombre. El dato de que ellas dos estuvieron desnudas y de que la rubia estresara tanto que Samantha era una tradicional que se destapaba cuando estaba excitada era porque sabía algo o había hecho algo mientras que él estaba en una de sus misiones.

—¿Qué sabes tú si no es lo mismo? ¿Quién eres para asumir que no me calentó verte desnuda como mismo se calienta un hombre?

—¿De verdad te calentaste al mirarme? —preguntó Sam sin poder creer lo que escuchaba, Elena guardó silencio—.

Mmmm… Ahora entiendo por qué me llamas “tradicional”. Desde un punto objetivo, trato de no pensar en eso.

 

—Samantha —Rey se dio cuenta de algo que Elena quiso decir, pero se contuvo—, tratas de no pensar en eso porque ¿te calentó que otra mujer te viera desnuda?

Tras el comentario, Elena vio en dirección a Sam.

“Quien es buena presionando teclas es Elena, pero yo puedo sentir que te excitó que la rubia se te confesara. Tal vez, esto podría volverse más interesante”, se dijo Rey.

Con ojos de susto, Samantha respondió:—¡Claro que no! — al mismo tiempo que se sonrojó y le arrojó un cojín en la cara a quien había hablado—. ¡No seas malpensado! —se quejó en donde estaba sentada, tratando de buscar otro cojín para arrojar—. No me calenté porque otra mujer me viera sin ropa…

—Si me dejas agregar algo, tienes un culo delicioso… si Rey te ve como yo te vi, se le va a parar de una. Te lo garantizo… Sam, dale, por favor no nos hagas seguir esperando.

“Más razón no puede tener la rubia. Pero, la primera vez siempre es la más peligrosa. Como ya le vi el culo, no me va a tomar de sorpresa.”

—Que conste que es solo porque quiero comprobar si de

verdad la tiene tan grande como dice —se justificó la trigueña, cuya calentura ya no le estaba dejando actuar de forma racional.

 

Samantha se mordió el labio de abajo mirando directamente la verga de Rey. Dentro del silencio sepulcral, ella se paró de su asiento, dio unos cuantos pasos hacia delante y se volteó. Empinando su cola, en frente de la pantalla, ella comenzó a bajarse el short con lentitud y de vez en cuando daba un sutil meneo de caderas. Ella decidió dejar la ropa interior que llevaba puesta antes de seguir bajando por completo su otra prenda.

Rey y Elena vieron las nalgas blancas de Samantha siendo despojadas de la primera línea de cobertura, en donde quedaba una llamativa tanga de tela de encaje rojo. La prenda menor se hundió entre los bultos de carne hasta terminar perdida en el medio por el movimiento que hacía Sam al inclinarse hacia delante.

Apenas el pantalón corto tocó suelo y Sam, aún inclinada, levantó un pie y después el otro para recoger la prenda. Si ella hubiera tenido las caderas más separadas y menos nalgas, los dos espectadores estaban seguros de que hubieran podido ver esquinas del ojete de Sam, o que sus labios vaginales se hubieran abierto lo suficiente como para morder el tanga. Por otro lado, Elena vio el palpitar que había dado la verga de Rey, lo cual le hizo sonreír, ya que la situación estaba haciendo efecto.

Rey, intencionalmente, dejó de pensar, respirar y moverse. Cada vez que se hacía consciente de su verga, ella saltaba y se llenaba un poco más de sangre, pero sí se le paraba totalmente todo el avance que había hecho quedaría perdido, y la oportunidad de coger permanecería inalcanzable para siempre.

—¡Uffff! ¡Qué sexy! —exclamó Elena mientras se acomodaba en el sofá. Ante el piropo, Samantha volteó su rostro y mirando por encima de su hombro derecho regaló una sonrisa inocente a sus espectadores. Tras golpear con su codo al vegetal de Rey que se sentaba a su derecha, continuó: —¿Qué? ¿Te gusta lo que ves o no?

Rey mantuvo el silencio, en su mente pensaba sobre problemas matemáticos, ecuaciones, diferenciales, atención al cliente, los deberes que tenía que hacer cuando era pequeño. Pero, lo único que no podía hacer era cerrar sus ojos o desviar la mirada de las hermosas nalgas blancas de Samantha.

Elena se levantó de donde estaba y con mucha confianza tocó, estrujo y cacheó una de las nalgas de Samantha provocando que todo aquel culo se sacudiera y tragará más tela.

—¡Sssss, mmm… ay! —Sam no sonó, ni reaccionó como alguien que se quejaba. Ella no se quitaba del lugar y aún tenía la sonrisa en su rostro.

—Mmmm. Dime Rey… te gusta ver a dos chicas metiéndose mano —Elena sacó sus labios ronroneante—. Sam, ¿crees que se le hubiera puesto bien dura si él nos hubiera visto en ese momento?

Ellas hablaban entre sí, mientras que Rey se babeaba de tanto poder de concentración que requería para dominar la erección de su verga y los latidos de su corazón indomable.

Sam, siguiéndole el juego a Elena y empinando su trasero, continuó: —¿No sé? Podría malinterpretarlo.

—Vamos a contarle. El segundo paso para dejar de ser una ‘chica tradicional’ es perderle el miedo al rechazo.

—Ay, Elena… También me da mucha vergüenza…

—A él no le va a molestar, tampoco te va a juzgar… — continuó Elena—. Míralo, solo hace todo lo posible para que no se le ponga dura, sigamos jugando. Vamos, deja el miedo, Sam, no te hagas más de rogar.

—Bueno, pero cuéntaselo tú. Yo no podría…

Elena se arrodilló en el suelo, justo detrás del trasero de Samantha y dirigió su mirada libidinosa al punto entre las piernas de Rey.

—Ese día regresamos de hacer las compras y como yo era la única que estaba en la casa. Ella me pidió que le diera mi opinión en cómo le quedaba lo que había escogido. ¿Puedes creer que la muy santa escogió ropa interior para verse bien antes de tener sexo? Yo también me sorprendí cuando entre las prendas vi que estaba este mismo tanga, entre otros más —Elena pinchó con sus dedos la parte de arriba de la tela y la estiró hasta encajar aún más entre las nalgas de Sam, con la suficiente fuerza como para hacer que esta última soltara un gemido de incomodidad—. Estuviste en lo correcto al decir que ese día ella también se excitó, pero no porque otra mujer la viera… sino porque la tocara.

—Hmmm ¿Tocara? ¿Cómo llegaron hasta ese punto? — preguntó Rey intentando ocultar toda la curiosidad que le invadía, con tal de no sonar tan interesado de cómo estaba.

—No necesitas saberlo —dijo Samantha mientras se tapaba el rostro a pesar de estar de espalda.

“La pena se vuelve mayor que su excitación. Paciencia Rey, sé paciente, de todas maneras, con esta información es suficiente para que me proponga dominar las artes de control del tiempo para viajar en el pasado y ver todo lo que me he perdido”.

—Shhhh. Guarda silencio, me haces el favor que ya me estás desesperando… —continuó Elena, con un tono un tanto impaciente—. Primeramente, no se puede usar ropa interior sexy si tienes pelos en el culo. No solo estéticamente, sino que si quieres que alguien te lo coma, debes de mantenerle lo más higiénicamente posible el lugar, del contrario sería matar la pasión que creaste al principio. Ella no lo podía creer, así que le mostré cómo es que me gusta andar… aún indecisa le convencí y propuse ser yo quien le afeitaría el pubis, los labios vaginales y finalmente su culo. Ella podía encargarse de sus piernas, más tarde —Elena, utilizando sus dos manos, le abrió las nalgas a Sam como quien mostraba el mejor producto del mercado—. Y, vualá… le quedó como nuevo. Claro, como era la primera vez que lo hacía, le sugerí que, para evitar irritaciones de la piel y picor, debía de untarse crema todos los días, pero le aseguré que el trabajo extra lo valía. Ella me preguntó ¿si de verdad se siente mejor hacerlo con el culo liso? Y ¿sabes qué le respondí?

—Que sí —afirmó Rey. Elena asintió y continuó.

“¿Con qué eres de esas que les gusta que le miren el culo?” Pensó Rey, quien no se atrevió a preguntar debido a que Sam aún tenía sus manos sobre la cara, significando esto que la parte más vergonzosa no llegaba.

—Tanto al tacto para ella como para su compañero del momento… —dijo Elena.

La verga de Rey se levantó a media asta, cosa que no pasó desapercibido por los ojos de la rubia, quien premiada por su trabajo duro, se estaba proponiendo esforzarse más.

—… Pero mis palabras de seguridad no fueron suficientes para callarle el lloriqueo. Hasta que me di cuenta de que en realidad ella quería saber si se sentiría mejor. Esta chica, en su momento, de mente no tan convencional como me lo esperaba, no se imaginaba ser penetrada por una verga con el culo depilado. Como ahora, ella aseguraba que no podía ser muy diferente la sensación si en definitiva se daría el mismo roce. Como me estás escuchando, ella me lo porfió una y otra vez…

Elena dio una risotada, mientras que Samantha se empinaba cada vez más y más. La trigueña se estaba excitando mucho, y Elena había hecho una pausa en su anécdota, cosa que hizo a Rey sentirse como el tripulante de una nave espacial que estaba a punto de salir disparado a toda velocidad. Preparándose para el despegue, él se sostuvo en el asiento que estaba y tensó los músculos de su cuerpo, cuidando no hacer lo mismo con su verga.

—Yo le dije que si quería hacer la prueba —Elena hizo otra pausa y corrió la tanga hacia un lado—. Pero como yo no tengo verga, ni nada, con la misma forma a mano, solo le podía demostrar lo contrario de otra manera…

El corazón de Rey no estaba preparado, por eso que los oídos escucharon, la bomba latió tanto que casi que podía reventar dentro de su pecho. Estar escuchando un momento tan íntimo de alguien más mientras veía el culo de la acusada en vivo y en directo no tenía descripción. Elena hacía las pausas más largas de forma intencional, ella quería que él preguntara: “¿Cómo se lo demostraste?”. “Enséñamelo”. “Puedes hacerlo”. Cuál si fuera un perro desesperado por comida, ya que, con respecto al sexo, era lo que ella haría. Pero también entendía que Rey no hacía preguntas, porque tal vez tenía miedo de que perdiera por completo el respeto que los miembros del grupo le tenían, al igual que el control de su verga.

Cuando la rubia volteó su rostro en dirección a las nalgas de Sam, tenía la mirada de quien se proponía demostrar con acciones la manera en la que Samantha sintió lo diferente que podía llegar a ser la sensación. Al mismo tiempo que le arrancó el aliento de la boca de Rey.

Sam se había inclinado aún más, incluso separó los muslos, mostrando todo entre sus piernas, mientras que Elena, muy lentamente, le introdujo el dedo pulgar de la mano derecha por el anillo del ano con mucha sensualidad sin ni siquiera estar lubricado.

Acto seguido, Elena se levantó del suelo y se puso detrás de Sam. La rubia apoyó su mano entre sus piernas y comenzó a darle fuertes embestidas a la trigueña que siquiera se quejaba y aguantaba la simulación de estar siendo empotrada por un chico cuya verga medía poco más de dos pulgadas.

Por tanto, que se le saliera el aire de entre sus pulmones, el alma nunca podría dejar su cuerpo, no cuando los ojos abiertos podían ver a dos chicas que vivían con él, bajo el mismo techo, haciendo lo que hacían. Para Rey, no era que ellas fueran pareja, ni capaces de semejantes cosas, sino que también, a pesar de haberlo hecho con anterioridad, ellas dos habían actuado de manera natural, cosa que le hacía tomar la conclusión de que, quizás, no fuera la segunda vez haciendo algo como eso. Sin contar la inocencia que emanaban los dos rostros, pero “ellas de inocente no tienen ni un pelo”.

Con el poco aire que le quedaba en el pecho, Rey se contuvo de preguntar “¿cómo se lo demostraste?”, pero no pudo contenerse de seguir indagando en el asunto, cayendo de lleno en la trampa de Elena.

—Y, ¿qué más hicieron?

La rubia, de cierta manera, estaba feliz, una porque Sam ya parecía no querer seguir resistiendo y más bien se enfocaba en disfrutar del momento, y la otra, porque había despertado la curiosidad de Rey. Elena se detuvo. Respiró hondo y sonrió como si le hicieran una pregunta fácil y agradable de responder.

—Bueno, lo que siguió después de eso fue más o menos así — dijo Elena quien se apartó de detrás de la Samantha, pero sin sacarle el pulgar el culo—. Me puse a acariciar acá con mis otros dedos, ella pasó lentamente el dedo medio y el anular, por encima de los labios vaginales de Samantha hasta que llegaron a posarse sobre el clítoris de esta.

Rey estiró y abrió sus piernas, se vio tentado a usar su mano para sacudirse la verga, pero perfectamente sabía que un toque era todo lo que necesitaba para que se pusiera tan dura como una piedra.

—Poco a poco, movía no solo mis dedos, sino que también toda mi mano de arriba a abajo. Mientras podía escuchar cómo ella se agitaba y sentir cómo sus fluidos vaginales se le escurrían hasta el suelo. ¿Cómo se siente ahora, Sam? —le preguntó Elena mientras que se podía escuchar el chasquido que hacían sus dedos al moverse sobre la raja de su amiga.

Rey nunca podía llegar a imaginar que dos chicas que pasaban todo el tiempo ofendiéndose la una a la otra podían tener esa confianza tan grande entre ellas, mucho menos que hubieran tenido una aventura tan sexual como esa.

“Pero no es menos cierto que los niveles de excitación de la trigueña están por el techo.” Se dijo él.

—¡De maravilla! —con pequeños gritos desvergonzados respondía Samantha a la pregunta de la rubia—. ¡Se siente bien!

¡No pares! Por favor…

—¿En dónde tienes mis dedos? Dime si quieres que siga… Los dedos de Elena se movían frenéticamente de arriba a

abajo y de un lado a otro, exprimiendo tanto como podían contra el cuerpo de Sam. Mientras que el pulgar se movía en círculos amplios dentro del esfínter del culo de la trigueña, al punto en el que se veía doloroso.

—¡Sobre mi clítoris!… y ¡dentro de mi culo!…

—¿Acaso después de esto has seguido tocándome el culo por tu propia cuenta? —volvió a preguntar Elena, cosa que Samantha hubiera negado empedernidamente de no estar excitada.

—Sí, cada vez que tengo la oportunidad… En todo este tiempo no me he podido dejar el culo tranquilo. Cada vez que me pica, me echo cremita, me resbalo los dedos y termino penetrándome con lo que tenga a mano…

“Lo del peine tiene mucho sentido. Gracias por esta oportunidad”, se dijo Rey como quien ya no le daría cargo de conciencia aprovecharse de quienes estaban ahí en frente.

—Así me gusta, que tengas la mente abierta como mismo tienes el culo ese. Más te vale apretarlo más duro para que mi dedo pueda sentir algo… —Elena estaba entonada, tanto que no le importaba limitar sus comentarios—. También debo admitir que en ese momento yo me estuve tocando con mi otra mano y llegué a tener un orgasmo al mismo tiempo que ella.

Ante la revelación por parte de la rubia, Samantha dejó de cubrirse la cara para llevarse las manos a sus rodillas y voltear el rostro con una cara excitada de boquita abierta en forma de “o”.

La verga de Rey ya tenía las venas afuera y la cabeza tan ancha y abierta como una sombrilla, indicando lo hinchada que estaba. El miembro que una vez estuvo dormido ahora actuaba cual si fuera un gorila enojado que prometía aumentar su fuerza y grandeza ante las adversidades. Elena también volteó su rostro con la intención de ver cuánto había progresado su trabajo. Eran intensos los gemidos que efectuaban los personajes en el televisor, pero aún más excitante se sentían los sonidos que aquellas dos dejaban en el aire.

—¿Sabes que el clítoris se vuelve mucho más sensible después de un orgasmo? —agregó Elena, a lo cual Rey, como un soldado que estaba a punto de rendirse, abrió sus ojos como si no lo pudiera creer—. Sí, alguna que otra chica después de venirse tiene que parar de seguir tocándose, porque si no… Oooh, para qué explicarte… tendrías que habernos visto, Rey.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? —preguntó el joven rendido a la curiosidad que le provocaba su excitación.

—¿Le cuento, o se lo enseño, Sam? —preguntó Elena, sin dejar de acariciar su raja o mover su otra mano.

—Mejor… cuéntale.

Tras la respuesta de Sam, la risita de Elena se dio lugar.

—Bueno, estábamos en el baño y después de que Sam tuvo su orgasmo con mi mano, yo saque mis dedos de entre sus piernas y ella se inclinó hasta aguantarse contra la pared… pero ella, que intentaba no caer, separó los muslos. Rey, ella estaba mostrando sus dos agujeros abiertos y mojados y yo no me podía resistir. Volví a agacharme detrás de ella, hasta estar así de cerquita, tanto que podía sentir el embriagante olor de sus fluidos vaginales — Elena acercó tanto su cara al coño de Sam que por un segundo Rey creyó que ella le iba a pasar la lengua. Su nariz estaba prácticamente rozando la raja—. Ella me decía que no, pero en ese momento yo me prendí en su clítoris con… tremendos deseos de comérmelo.

En la sala se pudo escuchar el fuerte chupo que Elena dio a Samantha. Como no tenía nada con lo cual pudiera sostenerse, la trigueña no pudo evitar caer al suelo de rodillas sin poder seguir manteniendo las fuerzas de sus pies, los cuales le temblaban.

—Pero, como ya te hablé… ella se había venido y lo que recibí en ese momento… Fue una inmensa lluvia amarilla directo a mi boca que se escurrió por mi cuerpo hasta llegar al suelo.

—¿Te orinó toda? —le preguntó Rey a Elena como quien estaba recibiendo corriente en una silla eléctrica.

—Sí —respondió Elena con algo de orgullo—. Y lo hizo hasta que vació su vejiga.

—Yo le dije que se detuviera… —se defendió Sam en el suelo, quien gateando llegó al sofá y tomó asiento.

—Sam, no te sientas mal. No creo que fuera tu culpa… Ella tiene suficiente experiencia con las mujeres como para saber evitar ese tipo de situaciones —agregó Rey.

—Quizás sí… quizás no —repuso Elena con la única intención de crear intriga.

—Tal vez… —continuó Sam después de retomar el aliento—, ella ya ha practicado con Juliet. Para que pueda decir con confidencia que Juliet tiene experiencia en el sexo lésbico, algo tiene que haber hecho con ella.

—Quizás sí —dijo Elena—. Puede que haya practicado con la concha de Jul… y ella con la mía —tanto Rey como Sam abrieron sus ojos, con las palabras “quizás” mencionada, por un lado, y por el otro, no pudieron determinar si era cierto o no, pero tan solo imaginarse a quien siempre duerme teniendo sexo lésbico con Elena les dio mucho para pensar—. Y si digo… que Jul tiene un choco hermoso y un olor bien parecido al de Samantha…

“Eso lo puedo confirmar yo con mi sentido del olfato”, pensaba Rey, tratando de imaginar algo que no había visto. “Y tampoco es algo que pueda ser afirmado por simple deducción, después de todo las mujeres son mujeres y comparten características semejantes entre ellas, el punto es que dichas palabras no confirman del todo que Elena y Juliet hayan tenido sexo. Quizás solo se tocaron un poquito por curiosidad…”

Aún, ante las conclusiones que Rey tomaba, la imaginación de Samantha se lanzó a rellenar los espacios en blanco. Convirtiendo lo que era un simple comentario en una historia con pies y cabeza. Que Juliet se hubiera metido los dedos dentro de la vagina y después, sin que se diera cuenta, los hubiera puesto dentro de la boca de Elena, no es un juego tan inocente, pero sí es una broma de mal gusto que te puede dejar con el conocimiento del olor y el sabor de un coño ajeno.

 

—Elena —dijo Sam—, tienes que ser lesbiana.

Rey mantuvo el silencio, entendía que Sam estaba señalando, lo que ella consideraba un defecto ajeno con tal de ocultar el suyo. Aun así, el momento en el que Elena reconociera que no era hetero no parecía estar muy lejos.

—Ya dije que soy bi y de mente liberal. Samantha… ¿Vas a decirme que no chuparías un coño si dejaras el miedo a que te hagan lo que me estás haciendo ahora?

Rey, poniéndose de parte de Elena continuó:

—Es mejor si dejamos de “categorizar”, no creo que ayude.

—Lo siento… no fue mi intención… —repuso Sam para continuar—. Quizás… yo sí chuparía un coño… pero, tan solo si estoy lo suficiente excitada, no digo que ninguna mujer me atraiga.

—Así es como tienes que pensar… mente abierta… —dijo Elena, quien contenta con la revelación, se acercó y comenzó a seguir acariciándole la concha a su amiga.

Rey, intranquilo en el lugar y sin tomar acción porque su verga ya no era el punto de la conversación, pudo notar como a Sam le gustaba que Elena le hiciera cariñitos en su coño, porque esta se dejaba sin protestar ni reclamar. También, que la rubia parecía enfocar sus intenciones en hacer que una conservadora heterosexual despertara las intenciones de devolverle el favor.

Tanto era así, que, aunque él ya tenía su verga rígida por un buen tiempo, ellas siquiera pretendían señalar el asunto. La mirada de Elena estaba clavada entre las piernas de su amiga, y Sam, desparramada sobre el sofá, se negaba a abrir sus ojos con tal de disfrutar.

—Mmm… qué bien se siente —dijo Samantha.

—Y puedo seguir haciéndote sentir así siempre que quieras — dijo Elena con un tono de voz que provocó casi un orgasmo en Rey—. Para qué seguir buscando justificaciones o excusas convincentes de hacer algo como esto… para que yo te dé cariño… ¿si podemos hacerlo todos los días a partir de hoy?

—Sigue…

Rey entendió que Sam quizás se sentía tan bien que no tenía deseos de hacer o decir nada. Ella solo quería seguir experimentando la sensación.

—Pero, para que yo pase mi lengüita sobre este clítoris que queda un poquito hinchado después de que alguien juega con él… para que yo sequé con mi boca este coño que se moja por cualquier cosa…

—¿Sí? … —respondió Samantha, meneándose sobre el sofá.

Elena continuó sus caricias, usando dos dedos abrir los labios vaginales de Sam. También descubrió la capucha que escondía el clítoris de la trigueña, y luego estiró los labios inferiores que sobresalían un poquito; —No, no creo que aún estés lo suficientemente excitada. ¿Acaso esto es suficiente para convencerte de forma permanente? ¿Que una vez nos separemos? No pongas esa cara recta y tengas esa actitud tan cerrada de mente.

Ante las preguntas de la rubia, Rey vio cómo los dos dedos juguetones de esta se perdían dentro del coño ya dilatado de Samantha.

La trigueña no supo responder, tan solo se limitó a suspirar con profundidad y la rubia comenzó a mover los dedos de su mano opuesta de adentro hacia afuera, como quien quería sacarse los fluidos vaginales para poder recogerlos con la punta de su lengua.

—¡Eewww! ¡Tú siempre de cochina! —exclamó Sam, entre gemidos, al ver cómo Elena jugaba con sus fluidos blancos gelatinosos los cuales se estaba llevando a su boca.

—¿No te molesta que te esté metiendo los dedos? —preguntó Elena tan pronto se limpió los dedos con la lengua y volvió a meterlos al interior de su coño—. Sino ¿lo que hago con mi boca?

—¿Por qué me iba a molestar mientras solo me metas los dedos? Sigue… no pares… pero no me pidas darte un beso de lengua, bien que te conozco…

—No sería tan malo. ¿Acaso no pruebas tus propios jugos vaginales cuando estás excitada? —preguntó Elena de forma sugerente.

—Sí lo hago, pero no todo el tiempo… ahora no estoy de ánimo para probar los míos, ni los tuyos, —respondió Samantha. Viendo la tela de araña que volvía a tender Elena, Rey no sabía si las palabras de Samantha se mantendrían firmes por mucho tiempo. Tal vez ella lo decía porque en el momento le daban asco besar una boca con fluidos vaginales ajenos, o porque en el pasado, ella recordaba a Elena tenido pipí en su boca, pidió un beso a la trigueña que no se atrevió a negarse.

“Mucho ocurrió entre ellas dos el día que se llevaron su jueguito de probar lo que se sentía el sexo cuando estaba con la piel depilada. Tanto que por meras suposiciones nunca lograré adivinar”, pensaba Rey mientras miraban a las chicas jugueteando entre ellas.

—Awww, pero si ya casi no te quedaba mucho para volver a ser una chica abierta de mente —dijo Elena con voz tierna, ella evidentemente se refería a un beso lésbico con sus fluidos vaginales en su boca—. Ya que no me quieres besar y pretender que mis labios son como tu coño, mejor te los dejo como regalo.

Elena sacó los dedos de la vagina de Sam y poniendo su boca encima de los mismos dejó salir una considerable cantidad de saliva que guio con su lengua para que cayera en el lugar perfecto, mismos que cuál si fuese una cuchara llevó nuevamente al interior de su amiga. Elena había guardado ese “regalo”, en el caso de que Samantha se dejará besar, así esta pudiera sentir al máximo el sabor de sus fluidos vaginales.

Por todo lo que estaba sucediendo en frente de sus ojos, y sin poder ser el protagonista, Rey no pudo evitar sentirse celoso, pero tampoco podía quejarse, ya que estaba mirando una magnífica escena de una diabla corrompiendo a un ángel. Aunque ellas no le tocaran, en su mente él había grabado suficiente material como para estrangular el ganso por años.

Con todo lo lubricada que había quedado la zona, Elena agregó un tercer dedo al interior de Samantha.

La trigueña parecía dejar ir los prejuicios e invitar a que su cuerpo se quedara entre placeres que le adormecían la conciencia. Sus ojos actuaban como si se hubiera olvidado por completo de que otra hembra, era quien le estaba haciendo sentir bien, de qué Rey le veía, que el televisor reproducía porno, que Juliet estaba en su cuarto durmiendo y que Arte tal vez podía llegar en cualquier momento.

Elena se había lamido sus propios dedos y había escupido varias veces al interior del agujero que se hacía en la vagina de Sam, pero, aunque tenía su cara tan cerca de esa raja, hasta el momento no había utilizado su lengua para lamer el clítoris a la trigueña. Se estaba conteniendo, como quien quería esperar hasta el último momento, el mejor posible, como mismo sucedió no hacía mucho. Cuando provocó un orgasmo a su compañera de tan solo un fuerte chupón.

Parte de Rey esperaba que Elena chupara el botón de placer de Samantha solo por el morbo de verla, pero también entendía que la rubia seguía tejiendo su tela de araña. “No sabía que Elena podría ser tan dedicada en su trabajo,” pensó él.

—Mmm… —dijo Samantha encendida por la llama de la inconformidad misma provocada por la rubia que no le estaba chupando el coño—. En verdad me quiere convencer de que abra mi mente…

—No… no digan eso... A mí me gusta disfrutar del sexo y experimentarlo intensamente. Con Juliet me puse mucho, pero que mucho más fogosa —aseguró Elena.

Juliet había sido mencionada ya tantas veces que casi en un arranque de celos Sam dijo;

—¡Acaba de mostrarnos!

Rey estaba un tanto curioso y podía entender que Samantha necesitaba tener un momento más intenso para poder alcanzar un orgasmo por segunda vez.

—¿De verdad?… —preguntó Elena como si siempre hubiera esperado por confirmaciones para hacer algo.

Samantha abrió los ojos, asintió con su cabeza ante las expresiones del rostro brillante de Elena que hacen querer reconsiderar si decir que ‘sí’ era la respuesta correcta. —Bien… déjame ir al refrigerador. No te puedes echar para atrás.

Elena sacó su mano de entre las piernas de su amiga y con extrema velocidad fue hasta la cocina, abrió la puerta del frigorífico y sacó uno de los ingredientes que había quedado sin cocinar de la cena de esta noche. Casi que, corriendo de regreso, la rubia cargaba en su mano derecha una salchicha de grosor y tamaño imponente.

Antes de llegar a la sala, Elena ya se había bajado el pantalón usando sus dos manos, mientras que sostuvo con la boca aquello que traía con tanto entusiasmo. Rey aún no creía lo que Elena estaba a punto de hacer mientras se metía la parte que había chupado entre las piernas, tampoco que Samantha lo permitiría.

Llegado el momento, la rubia cruzó una de sus piernas sobre la trigueña y esta recibió una penetración por parte del extremo opuesto de la salchicha que ya estaba parcialmente introducida en la vagina de Elena. Dos chicas haciendo tijeras con algo carnoso y elástico en el medio.

“Salchicha, qué nombre más cómico…”, pensaba Rey, a punto de llorar y tener que quitar la tela de araña que posiblemente se iba a acumular en su verga, impaciente de carne y acción. “Cuando era niño me hacía reír mucho, pero ahora… nunca te miraré de la misma manera. Tienes mis respetos. No iba a imaginar que tomarían la delantera…”.

Mientras que aquellos dos clítoris buscaban hacer contacto el uno con el otro, y las conchas se tragaban el embutido, Rey no pudo detenerse de entender por qué Elena había sido tan específica con las medidas de un simple ingrediente de cocina. “Bueno, hubiera sido más obvio pedir un pepino o una zanahoria con medidas exactas”, pensó. “Junto a los sitios porno, creo que también estaba bloqueada la búsqueda de juguetes eróticos… no las puedo culpar”.

La situación ya no era un juego morboso para lograr excitar a Rey, a él le parecía mentira que aquellas dos féminas necesitaban buscar algo que meterse teniendo una verga dura y grande al lado de ellas. El momento estaba yendo más lejos de lo que era necesario, tal vez ese era su castigo por contener por tanto tiempo su erección. “Si dos amigas se aburren de esperar, no es de extrañar que terminen jugando solas”.

Elena finalmente se sentó sobre Samantha y con su mano se levantó la piel de debajo de su pubis para dejar que su clítoris rozara con el de su amiga. Las dos comenzaron a moverse de lento a rápido. Con sensualidad se aguantaron las piernas entre ellas mientras se hacían cosquillas entre sí por el movimiento.

Los minutos pasaron, gritos que se intensificaban y un

momento en que la temperatura aumentaba, pero la oportunidad que tanto se había esperado no era para él. Rey comenzó a creer que no era el personaje principal de la historia. En verdad aquellas dos estaban teniendo sexo lésbico duro. Haciendo lo que él no tenía el valor de pedirle a dos mujeres, pero siempre había soñado conseguir antes de morir. Rey volvió a sentir celos y envidia, pero al mismo tiempo también sintió orgullo. Dos amigas que a ciencia cierta no eran del todo lesbiana se estaban queriendo y tenían la suficiente confianza como para hacerlo en frente de él.

“¡Suponía que morir porque se me reviente la verga era poco probable… pero en una situación como esta no sería imposible! Tengo que hacer algo”, pensó Rey quien después de tanto pensar, sin aguantarse más, se agarró el ganso y empezó a estrangularlo de adelante hacia atrás.

Elena sonrió con cara de malicia al mismo tiempo que miraba de reojo, pareció como que había conseguido lo que quería; sin embargo, eso no la hizo posponer su otra tarea. Ella se sacó las tetas como quien se arrancaba lo que vestía y siguió moviéndose frenéticamente, haciendo que la salchicha entrara hasta el fondo y saliera parcialmente de entre ellas dos.

Samantha gemía más alto que las actrices del televisor, mientras que Elena le sacó las tetas y acto seguido apoyó el peso de su cuerpo sobre el cuello de la trigueña, que a pesar de tener la boca abierta ya no podía respirar ni emitir sonido alguno, solo ponerse roja como un tomate que no se dejaba de menear.

—Mmm… más duro… —dijo Samantha cada vez que Elena le soltaba el cuello—. Rey, si te vienes… quiero que me llenes la cara de leche…

—¿Eh? —Rey tragó en seco, estaba confundido.

—… que te corras sobre mi cara —repitió Samantha con desespero en su otra bocanada de aire.

Rey se puso de pie mientras veía a Elena volviéndose más agresiva. Como quien castigaba a una masoquista, la rubia dejó de ahorcar a Samantha, pero, en cambio, con la misma mano le estrujo la teta más cercana. Le dio una cachetada a la flácida circunferencia y después, tras escupirse en la mano, le metió los tres dedos en la boca abierta de la trigueña que sacaba la lengua.

—¿Estás segura de que quieres que te acabe en la cara? —le preguntó Rey a Samantha ya con su imponente verga justo encima del rostro de esta.

Por un momento, Rey estaba considerando si nombrar la situación más como abuso que como sexo. Después de todo, la agresividad de Elena no era motivo para que alguien normal se excitara.

—Cállate —dijo Elena—. Concéntrate en tu verga y no en hacer preguntas. Si no te sale mucha leche estaré bien decepcionada…

Elena con agresivas palabras, no volvió a permitir que Samantha siguiera hablando y a pesar de su estatura en comparación al fornido cuerpo de Rey se le enfrentó y ordenó.

Frisado en el lugar, Rey vio cómo la rubia volvió a cachetear la teta más cercana de la trigueña, marcándole los dedos y cogió a la misma del cuello nuevamente.

—Rey… no avises cuando te vengas… —continuó Elena entre gemidos, aflojando a la vez su tono de voz mandona, pero a la vez garantizando prevenir algo que podía suceder en el futuro.

—Umm… —mugió Rey en respuesta, sacudiendo su verga con más fuerza.

Samantha amplió las comisuras de su boca, mostraba una sonrisa a pesar de tener la cara roja, sacaba su lengua afuera y mientras que casi se le iban en blanco los ojos. En cambio, Elena se apoyaba en el juego de las incertidumbres. Rey entendía que, para Sam, a veces no saber cuándo iba a suceder algo, le excitaba más que saber. Y también, que ella era alguien que buscaba dolor, mientras que Elena buscaba hacer que las cosas dolieran un poco más, tal vez por eso se llevaban tan bien.

—¡Cómo la tiene! —continúo Elena, dirigiendo la atención de sus ojos hacia la verga del joven.

—Tan grande que… tengo miedo… no poder… —confesó Samantha entre gemidos.

Gracias a las palabras de la trigueña, Rey entendió lo que sucedía. “Ninguna de las dos se me ha acercado porque en verdad es muy grande. Ahhh, tenerla así de grande a veces no es una bendición, aunque ¿acaso ellas no la pidieron así? Mmm, puedo regresarle al tamaño normal en cualquier momento, pero quien quita que con los fetiches que estas dos tienen las cosas podrían llegar a recorrer un mejor camino. Aún no me convence, Elena no hace su movimiento porque seguro está tramando algo”.

Samantha extendió su mano derecha y agarró la verga erecta, tan cerca de la base como pudo, luego con su otra mano hizo el mismo gesto.

“Esto se siente más caliente de lo que esperaba. Que sus manos tiernas, inocentes, puras, blancas y delicadas abracen con sus dedos el tronco de mi verga, es suficiente para hacerme venir. Pero no… por cierto, ellas dos se ven preciosas desde este ángulo. Yo que siempre deseaba sentir el contacto de un cuerpo femenino. Una musa desnuda en frente de mí… ahora tengo dos… pero, entre ellas, Elena es más como un lobo con piel de oveja. Sus ojos me miran mucho”, pensaba Rey, mientras veía como Elena, dejando descansar su cuerpo sobre las piernas de la trigueña, procedió a utilizar una de sus manos y seguir detrás de Sam.

Ya eran tres puños y aún sobraba verga para seguir agarrando, sin mencionar que ninguna de ellas dos llegaban a juntar sus dedos con la punta del pulgar producto al grosor del hierro cilíndrico que estaban aguantando.

—Créeme que puedes llegarle al corazón de cualquier chica si ella te deja que se la metas —agregó Elena con su otra mano en el aire, restregando sus caderas con lentitud, enfocados en mantener el ritmo y no perder el equilibrio.

—Aun así, de grande… ¿Me dejarías que te la metiera? — preguntó Rey ante la sugerencia, como quien tenía la oportunidad de confirmar si mantenía el tamaño de semejante monstruo con tal de llegar al corazón de quien le hablaba.

—Quizás —dijo Elena, haciéndose la interesada, usando una voz dulce y encantadora—, con ese tamaño solo te pueda chupar la punta… por ahora. Pero, puede que hasta te deje cogerme el culo. Solo para ver qué se siente…

“¡El culo!”. La mente de Rey divagaba intentando imaginar cuánto se tendría que abrir la rubia para que la punta de su verga desapareciera en el culo de ella.

—Elena… ¿Te gustan los retos de meterte cosas? —comentó Sam como quien había encontrado a alguien que compartía intereses semejantes.

—Me fascinan… tanto como las mujeres pervertidas — respondió Elena.

—¿De verdad hiciste esto con Juliet? —indagó Samantha, sobre otro tema.

—Sí. Lo hice y después nos comimos la salchicha entre las dos… —Elena guiñó un ojo con su expresión juguetona, después de todo, quién más sabía a ciencia cierta si la rubia había utilizado en la cena algún que otro ingrediente que se hubiera metido en el coño.

Rey estaba por preguntarle a Elena si en las diferentes comidas que se le había ocurrido cocinar ella había bendecido una con sus fluidos vaginales, pero la excitación no le hacía ver mucho sentido a semejante interrogante en una situación en la cual lo que más le interesaba era clavar su verga en algún agujero.

La rubia todavía no posaba su otra mano sobre el miembro de Rey, ella parecía divertirse haciéndole una paja, mientras que acercaba su cara al tronco. Lo suficientemente cerca como para oler lo que tenía delante, y al darse cuenta de que Rey no hacía preguntas, Elena preguntó mirando de abajo a arriba: —¿Quieres sentir mi boca con tu verga?

Para Rey, semejante sensación sería casi imposible de aguantar en ese momento. No después de todo lo que estaba viendo, sintiendo y escuchando. Sin que Rey pudiera dar una respuesta, Elena se apartó los cabellos con su única mano libre y se inclinó hacia delante para agarrar el glande de aquella imponente verga con sus labios y comenzar a chupar

lentamente. El contacto de los labios y la humedad de la lengua hizo que Rey apretara los puños y tensara los músculos de su cuerpo. La sensación le resultaba aún más intensa que cuando la rubia le había masturbado. Pero eso no fue todo por parte de ella. Elena con su boca no tardó en apoderarse de la inmensa cabeza, de lamerla y chuparla con agresividad ascendente. Su lengua no tuvo piedad y jugaba con la pequeña abertura por donde se evacuaba la orina con la intención de incluso intentar penetrarla hasta no poder seguir avanzando. Luego, como un latigazo se movió por debajo y también por arriba, haciendo movimientos circulares y deslizando su lengua entre la piel que recogida hacia atrás formaba una especie de bolsa al final. Fueron aproximadamente tres minutos en los cuales la cabeza de la verga quedo brillante y pulida por el perfecto trabajo de una lengua. Dado que tenía su mandíbula abierta de forma incómoda por mucho tiempo, la rubia se limitó a no seguir jugando pasado el glande de Rey.

—Quiero leche en la cara —demandaba Sam con voz necesitada y ojos que brillaban por deseos libidinosos.

“Esta rubia es peligrosa, ¡¡¡me quiere secar las bolas de una!!! Casi me confió…”, pensaba Rey desesperado, cayendo víctima de una trampa bien manipulada, pero al mismo tiempo salvados por los pelos. “Con que a esto ella se refería con «tremendos deseos de comérmelo. Si esta fue la misma técnica que usó con

Juliet y Sam, yo me salvé por los pelos. Ahhh, si me hubiera venido ya me la imagino escupiendo mi leche en la cara de Samantha… pero no, objetivo claro, quiero meterla en otro hueco…”.

—No… —dijo Elena mirando desafiante a la verga que tenía enfrente, mientras que un hilo de saliva colgaba entre los dos hasta romperse por el medio.

La rubia se veía enojada, como quien había fallado en su plan maestro. Después de todo, con Rey ella había hecho algo semejante a lo que hizo con Samantha. Calentar, excitar y dar el golpe final, pero al contrario de lo que pasó con la última, Rey no se había venido. Elena levantó su última mano, haciendo todo lo posible para mantener el equilibrio, y agarró la punta del miembro con firmeza y usando la saliva que había dejado comenzó a deslizar hacia abajo. Poco a poco hasta hacer juntar los cuatro nudillos con los otros doce que ya estaban esperando alineados.

Aun con las cuatro manos, el glande de la verga de Rey sobresalía al aire.

—Más de cuatro puños… —dijo Elena como quien disimulaba su derrota, haciendo que todo el momento se basará en confirmar la medida de la imponente verga—. Ya con este punto comprobado… solo queda algo, ¿acaso tienes el poder de venirte a voluntad? —preguntó Elena achicando los ojos, cosa a la cual Rey negó con su cabeza.

El joven de ojos blancos no tenía por qué mentir, así que la rubia decidió creerle.

—Samantha… Si quieres leche, te toca tener que sacarla — demandó Elena después de darle otra cachetada a una de las tetas de la trigueña que por la excitación no podía dejar de moverse en el lugar como una loca en celo.

Como un perro de caza el cual había recibido una orden por su dueña, Sam dejó de comportarse con tanta locura para cambiar las expresiones de su rostro y lamerse los labios con toda confidencia de que podría sacarle la leche al chico ahí presente a pesar de que este se contuviera. Sintiendo un hormigueo casi que pre orgásmico en la punta de su verga, la cual estaba tan sensible que incluso el aire alrededor le hacía sentir que perdería el combate en cualquier momento. Rey se mantuvo firme y trató de reponerse del golpe de Elena, pero al ver que el combate continuaba contra otra contrincante sintió como si sus piernas se fueran a rendir. Aguantando la respiración para no ahorcarse la verga con sus propias manos, él se preguntó: “¿¡Qué diablos está pasando por la mente de Sam para tener tanta confianza en su mirada!?”



Reina Del Cielo

Chapter 4
Presidenta


   Cada mañana el escenario para el abordaje del metro era el mismo de siempre, solo cambiaban las personas que, con el tiempo, se volvían más desesperadas y egoístas. Puesto que quienes llegaban de primeros a la fila podrían ir sentados y los últimos tendrían que hacer el viaje de pie, los que no querían levantarse cinco minutos antes o se retrasaban al pedir el café, tan solo tenían que apurar sus pasos. Aun estando dentro del tren, las intenciones de cada uno se podían ver con claridad, sin importar la edad o el género, todos se sentían igual de cansados como para prolongar el dolor de sus huesos y nadie se iba a levantar para ceder su asiento que con tanto esfuerzo habían ocupado.

 

   Rebeka sintió la necesidad de detener a esos que corrían y explicarles lo mal que se veía para la sociedad, lo egoístas que estaban siendo, cuando en primer lugar no se levantaron lo suficientemente temprano como para ser los primeros, pero sabiendo que no podría cambiar la naturaleza de una rata que solo comía y defecaba, le hizo limitarse a pensar:

 

   «Tampoco es que quiera llegar de primera para tener la cortesía de darle el asiento a quien lo necesite más que yo, una cosa es pensar en lo que está correcto y otra es hacerlo. Es mejor que los apurados tomen asiento, más cuando tienen café en la mano, me hacen un favor al no ocupar tanto espacio y así pueden derramar el contenido sobre ellos y no encima de personas como yo. Cambiando de tema, él y yo nos estamos separando».

 

  El contacto tan esperado nunca se dio entre las dos manos, mientras que aquellos que iban en sentido contrario se interponen entre Rebeka y Omar. 

 

   «A veces, cuando caminas entre las personas, si miras decididamente al lado por el cual quieres ir, ellos no se entrometerán en tu camino. Pero si miras al suelo, la gente puede tomar inconvenientes decisiones por ti. Omar ni siquiera tiene que mirar por donde va, con su cuerpo las personas le hacen espacio, mientras que yo tengo que fruncir las cejas e imponer mi presencia. Extraño mi cama, mis sábanas, mi almohada ¡¿por qué hay que levantarse y luchar contra tantas personas cinco veces a la semana?! ¡Omar, necesito que me des la mano y alegres mi día!».

 

  Tras encontrarse con sus hombros caídos y dando un suspiro, Rebeka decidió inflar su pecho con tal de levantar su barbilla y continuar hacia adelante.

 

   «¡Ratas que caminan en contra de la juventud, osan interponerse en el medio! Tienen envidia de nuestros cuerpos. Acaso creen que tienen derecho, piensan que les debemos respeto. Todos ustedes son tan irritantes, tanto que pueden desaparecer si de mí dependiera» pensó, tras cambiar un tono cansado a uno que gradualmente se enfurecía en su mente.

 

 Con sus pensamientos, en el exterior, Rebeka cambió totalmente la proyección de sí misma que expone al exterior, haciendo que más personas salieran de su camino. ¿Quién se atrevería a chocar con alguien que estaba dispuesto a disparar quejas tan pronto se le diera la oportunidad? Junto a esto, bajo el techo de la estación del tren, los sonidos se agudizaron. 

 

  Los ladridos de pequeños perros malhumorados sonaban constantemente, acompañados de quejas de alguna anciana, mientras peleaba irritada por ser tumbada al suelo. Llantos de bebés desconsolados que iban dentro de coches empujados. El ruido de personas que hablaban por teléfono, de quienes reían entre sí, la tos de enfermos y los que tarareaban o silbaban melodía al viento.

 

   «Aún con extraños y ruidos entre nosotros, él se siente tan cerca y puedo decir que hoy es el día. Quiero respirar y cerrar mis ojos, con tal de escucharle, distinguir sus pasos, el sonido de su ropa alejándose y rodeando la corriente de gente, con tal de regresar a estar detrás de mí. Pero, aun así, con tanto ruido y distracciones, esta distancia es abismal. Oh felicidad, déjame respirar. Esta inconformidad es lo que me aleja de la felicidad. Para ser felices me encuentro queriendo lo que no está entre mis manos, pero olvido que lo que ya tengo fue algo que en su momento también quise tener. ¿Cuántas veces no deseé que existiera en este mundo, tan equivocado y carente de sentido, alguien como él? En ese tiempo me conformaba con tan solo tener la oportunidad de compartir el mismo cielo que mi chico ideal. Si es así, debo conformarme con que lo que tengo es lo mejor y negar que le amo también».

  

  Tras cruzar alguno que otro bloque, pasar varios bancos, atravesar las luces de tiendas que ofrecían comida rápida, Rebeka comenzaba a desesperarse, pues el contacto cada vez se volvía más y más imposible. 

 

   «La conformidad es la base del estancamiento. El egoísmo y la necesidad son las impulsoras del desarrollo. Esta sociedad es la muestra más viva de ese concepto, solo basta con ver a quienes viven mejor y son más felices, como son egoístas, ambiciosos, inconformes y luchadores. Por conformarme con solo verle, estar a su lado desde las sombras y esperar a que sus ojos me puedan ver, me expongo a perder innumerables cosas. Por ejemplo, su primer beso, su primera vez, sus nuevas experiencias como pareja. Sí, apreciaría que un chico con experiencia se encargara de mí, pero ya estaría contaminado por los hábitos de alguien más. Me besaría como besó a alguien más, me cogería como le hizo a alguien más. Todo mientras yo estuve esperando a que se decidiera por mí en vez de alguien más. Mi conciencia no estaría tranquila».

 

   Respirando tan hondo como pudo, Rebeka llenó de vida sus movimientos y caminó como si andará flotando por el aire.

 

    «Por esa misma razón me puse las bragas más sexys que tengo en mi arsenal y también estoy usando mi falda más corta. Dejarle atrás y que me pueda ver las piernas, tal vez un poco más si es que cometo un pequeño descuido. Ahora que mi mano espera su mano, estaría dispuesta a dejar que el viento haga de sus caprichos y tener un descuido». 

     

   Como si también se hubiera contagiado de la felicidad que motivaba a la chica de ojos castaños, una ráfaga de viento veraniego pareció bajar del cielo y acariciar su rostro contento, antes de continuar con su paso.

 

   «Con esta brisa, estoy segura que él podría sentir mi olor, si es que no estuvo muy enfocado en verme la cola, pero no es suficiente. Tengo que ser aún más arriesgada» pensó.

 

  La parada del metro que se dirigía al centro ya estaba justo al frente y la operadora anunciaba que faltaban treinta segundos para que llegara el tren. El tiempo de espera perfecto para que cualquier silencio incómodo no se atreviera a nacer, en caso que ella tuviera que quedarse esperando. 

  

   «Sé que me está mirando y solo debo esperar la distancia perfecta en 3, 2, 1» al tiempo que miró de reojo a Omar.

 

  Rebeka chocó su hombro contra un transeúnte, una persona que se veía que regresaba a casa después de terminar un turno nocturno. Grosero y sin la mejor actitud, el sujeto le dijo: 

 

  —¡Haz el favor de tener más cuidado!

 

  —¡Oh! lo siento señor respondió e inclinó su cabeza en señal de respeto.

 

  Tan pronto el ciudadano continuó su paso murmurando entre dientes, Rebeka se llevó la mano en dirección a sus cabellos para dibujar la expresión de alguien sorprendido y preocupado.  

 

   —¡Omar! se me cayó el pasador. ¡Ayúdame a encontrarlo! — dijo en voz alta.

 

  Ella se detuvo en el lugar y volvió a observar el suelo, mientras pensaba: 

 

    «Según he leído, el primer paso que se debe de tomar en las artes de seducir a un hombre es hacer que este te deba un favor o tu deberle un favor a él. Una ayuda, aparentemente desinteresada, por parte de un individuo hacia otro, puede fundar la base perfecta para los cimientos del romance. En este caso, siguiendo esa guía, si voy a admitir que le amo, preferiría deberle un favor, mostrarme vulnerable, darle la oportunidad y terminar mi actitud de peleona contra él. Las relaciones que nacen de pelear no creo terminen bien».

 

  Aproximadamente tres segundos pasaron y su mirada no alcanzaba a ver el pasador del cabello que se le había caído ni tampoco a Omar esforzándose por encontrarlo.

 

  «Tal vez debí hablar un poco más alto y parecer desesperada. Lo hecho, hecho está y tengo confianza en el chico que quiero. Sé que él ha estado observándome meticulosamente, esperando una oportunidad como esta. Su instinto varonil va a encajar y con esto va a ayudarme, después de todo, un momento como este no se repite dos veces. La oportunidad perfecta, el príncipe que rescata a la damisela, el héroe que salva el día» pensó, al mismo tiempo que buscaba en el suelo.

 

    Omar paró en seco para evitar estrellarse contra Rebeka. Ella rompió su posición inclinada y se puso derecha, mientras prestaba absoluta atención con sus ojos, tras notar que había ocurrido algo que no tenía previsto. 

 

   «En todo este tiempo, has prestado atención a tu maldito teléfono en vez de a mí, a mi falda, a mi olor, a mi persona. Calma, todo no está perdido, aún le puedo pedir de nuevo que me ayude a recuperar mi pasador. No puedo usar esto como una oportunidad para reclamarle, soy madura, ya soy grande.»

 

    «Oh, guao, escuché el sonido de mi pasador siendo aplastado por el zapato de una rata, la más gorda y pesada de toda la maldita ciudad. Se siente fantástico. Pero no, no voy a pelear, mi corazón tiene antojo de violencia y sangre, pero mi autocontrol se mantendrá bien.».

 

  —¿Qué sucede? —preguntó Omar, quien dejó de atender el teléfono que tenía en su mano para levantar sus ojos y hacer contacto visual con la presidenta.

 

  El teléfono que él tenía era moderno, de gran tamaño, con pantalla táctil y sus cuatro puntas redondeadas. Ese dispositivo aún estaba encendido y quedaba a la altura del pecho de Rebeka.       

 

    «Genial, esa pregunta junto a tu mirada hace que me irrite tanto que juro que me hierve la sangre. Mejor respiro hondo, bajo la mirada», pensó de forma calmada, hasta que sus ojos se encajaron en la pantalla encendida del dispositivo electrónico que Omar tenía en su mano derecha. «¡Qué diablos significa ese mensaje con corazones y besos en tu maldito teléfono! ¿¡Quién es ella!? ¿¡Quién demonios le dio permiso de enviarte mensajes!?».

 

  Con un movimiento de su dedo pulgar, Omar apago el teléfono tan rápido como se dio cuenta que la pantalla estaba expuesta a la vista de la chica que tenía delante.

 

  —¿Estás bien? Un pasador que se te cayó ¿de qué color?  —preguntó, ante el comportamiento y el silencio tan incómodo que recibía por parte de la presidenta, cuyas expresiones faciales estaban oscurecidas.

 

    «¿Acaso no es tan nostálgica esta sensación? El mundo a mi alrededor está perdiendo sus colores. Él sigue hablando, pero su voz no es diferente a la del resto. Debo calmarme. Paciencia», pensó. «Él apagó el teléfono tan rápido como pudo, significa que me tiene respeto. Tampoco vi que le respondiera los mensajes. Estoy sudando, no es bueno para mi piel, mi rostro también se puede enrojecer y me podría ver desagradable. ¿De qué color es el pasador? Acaso mis oídos no me engañan y él en verdad me preguntó tan descaradamente sobre el color de mi más preciado pasador».

 

  —Ja, ja, ja, eso definitivamente no fue una pregunta —dijo, tras lanzar al aire unas discretas carcajadas.

 

  Omar retrocedió un paso, trago en seco y respiro hondo. Se sentía tan incómodo ante el comportamiento de la presidenta que agachó la cabeza para esconder su rostro. 

 

    «En verdad me lo tuve que estar imaginando, pero no fue obra de mi imaginación. Oh, tú eras quien creía indicado para hacerme feliz. Te costará muy caro prestarle más atención a los mensajes de alguien más que a mí. En verdad no entiendo cómo me puedo sentir tan decepcionada. Te aseguro que cuando quieras responder los mensajes de esa que te escribió… tu maldito teléfono estará siendo destrozado por el tren. Idiota. Idiota ¡Idiota! No pienso llorar por alguien como tú».

 

  —Olvídalo, no tiene más importancia —dijo ella en voz alta y una sonrisa de oreja a oreja, una tan grande que incluso sus ojos quedaron cerrados con semejante expresión de felicidad—. Oh, ¡el tren! 

 

  Omar vio como la presidenta se volteaba y apuraba su paso en dirección al tren y sintió un sudor frío bajando por su frente. Las palabras que había escuchado definitivamente tenían un significado contrario, igual que la sonrisa que vio. “Olvídalo” se traduce en “no lo vas a entender”. “No tiene importancia” pudiera significar “pídeme disculpas en este momento”. “Las carcajadas y expresión de felicidad” técnicamente emanaban una rabia incontrolable por los poros. “Eso definitivamente no fue una pregunta” significaba “por qué no mejor te mueres”. Aun así, eran traducciones muy específicas que un chico como él podía imaginar, pero no entender. 

 

   «Al menos, mi sostén fue la mejor opción para prevenir este tipo de situación. Correr con los cabellos sueltos que tapan mi ojo derecho no es muy cómodo. Él me debe de estar siguiendo y debió de haber guardado el teléfono en su bolsillo derecho, ya va a ver», se dijo, bien irritada.

 

  Tras atravesar por el pequeño laberinto de sogas y barras de metal entrelazadas para hacer que la fila de espera fuese más organizada. Rebeka pudo llegar a colocarse detrás de los últimos que iban a entrar en el tren.

 

   «Una vez estemos dentro del vagón, esperaré el momento para quitarle el teléfono, necesito desquitarme con algo».

 

 —Ups, lo siento —dijo alguien, quien al tropezar empujó a quien tenía delante. 

 

 —Solo un poco más y cerramos las puertas —anunció un oficial de seguridad.

 

  Entre los últimos lugares estaban Rebeka y Omar, bien preocupados por poder avanzar entre las personas que no se querían mover, a pesar de tener espacio suficiente para seguir desplazándose. De un movimiento a otro, ella se quedó entre los individuos del frente, ya que le tenían el camino cerrado, mientras que Omar continuó avanzando. Apoyándose de su cuerpo, a él no le importó incomodar a unos y mover a otros.

 

  Mientras que Omar se las arreglaba para ir a la delantera, Rebeka fijó sus ojos en lo que sería su presa. Para los hombres, una de las desventajas de tener un pantalón ajustado es que si el teléfono que llevan es muy grande, una parte sobresale fuera del bolsillo, queda expuesta y puede ser tomada. Una persona normal y corriente no puede enfocarse en varias tareas al mismo momento, es más propenso de ignorar una sensación mínima de movimiento dentro de su pantalón cuando está forzosamente moviéndose entre personas que lo empujan de vuelta.     

 

  «Perfecto, ahora, déjame mantenerme alejada de él. No quiero levantar sospechas ni tener nada más que ver con ese desgraciado, que es como los demás», pensó al tiempo que retiraba su mano exitosamente con el dispositivo y tan pronto se acercó a una ventana, lo arrojó con disimulo.

 

Tras mirar el techo, ella trató de controlar las lágrimas que se le querían salir. Sabiendo que había hecho algo malo con tal de sentirse mejor, lo que más le frustraba era no sentirse bien.  

 

  Junto al sonido de las puertas eléctricas del tren siendo cerradas, más las palabras de la operadora que anunciaba la salida del tren al centro, se pudo escuchar la voz de un hombre diciendo:

 

  —¡Alguien ha visto mi teléfono! 

 

 —Señor, el tren está saliendo. No hay nada que se pueda hacer, por su seguridad, permanezca detrás de la línea —dijeron los uniformados encargados de la seguridad de la estación.

 

  Rebeka pudo reconocer al hombre que buscaba su teléfono, que era el mismo contra el que había chocado cuando se propuso dejar caer su pasador del cabello. Era una situación bien rara, a decir verdad. «Tal vez, ¿karma?», se dijo, mientras que el tren comenzó a moverse y con esto, algunas personas empezaron a protestar porque Omar iba de regreso a donde se había quedado ella. 

 

  «Mmm, ¿se dio cuenta que le tomé el teléfono? No, imposible, tal vez piense que se le cayó y está regresando para buscarlo» pensó, mientras escondía su mirada.

 

  Disponiéndose a actuar como si nada hubiera pasado, Rebeka sintió cómo el cuerpo imponente del chico se le puso detrás.

 

  —En verdad siento lo que sucedió con tu pasador de cabello —le dijo con voz temblorosa a Rebeka—. Y que yo tomara una foto tuya mientras no veías. No quiero que creas que soy alguien raro, por favor. Solo escúchame primero y podemos hablarlo.  

 

  «Él, está… nervioso», pensó, tras sentir el corazón a punto de salirse de su pecho. «Está sudando. Una foto tuya, alguien raro… podemos hablarlo». Si él se dio cuenta, ¿por qué se disculpa en vez de reclamar?».

 

  Mirando al suelo, entre la gente aglomerada, la superficie metálica de un teléfono se vio, sobresaliendo del bolsillo izquierdo del pantalón de Omar.  

 

  «¿Mmm? Tiene otro teléfono junto a la mano con la que aguanta su abrigo. ¿Por qué razón un chico tendría dos teléfonos? además, ¿qué foto me tomo?», se dijo, para acto seguido manifestarle en voz alta:

 

   —No tengo nada que hablar contigo… Dame tu otro teléfono.

 

 Debido al sonido del tren en movimiento, no se podía notar que la voz de Rebeka temblaba y sonaba asustada. Por otro lado, Omar mostró lo que se podría llamar una verdadera cara de espanto, tanto que se pudieron ver intenciones de querer marcharse de allí. Pero el tren estaba cerrado y en movimiento, todos los pasajeros se paraban como si estuvieran sembrados al suelo, por si fuera poco, como hombre tendría que limpiar su imagen. 

 

  —¡No! ¡No, por favor! Cualquier cosa menos eso. No podría vivir si lo rompieses respondió como un niño pequeño que había hecho algo malo.

 

  «Mmm, su cara de necesidad y súplica es tan adorable que creo que voy a regresar a un buen estado de ánimo. Pero es consciente que destruí el otro dispositivo y aun así me suplica. No puedo permitir que mi voz flaquee de nuevo, no sería bueno para el resultado de esta negociación», pensó, tras agregar en voz alta:

 

   —¡Que me des el celular, Omar! —lo que eran palabras firmes se convirtió en un grito que Rebeka hizo escuchar sin querer. 

 

  El chico se quedó en el lugar, pasmado, sin respirar, blanco como un papel.

 

  —¿Qué estás esperando? —insistió de nuevo con voz más dominante— ¡Omar!

 

  Una de las ancianas, justo en frente de la silla, con la disposición de ayudar a la chica embravecida que demandaba algo de un delincuente casi del doble de su tamaño, en voz baja agregó:

 

—¿Acaso te está molestando? ¿Necesitas que llame a las autoridades?

 

  Rebeka contestó a las preguntas de la anciana:

  —No, no creo que tengamos que llegar a tanto ¿verdad, Omar? Valiéndose del tono más amable que podía emplear en una situación tan estresante e iluminando su rostro con una sonrisa, ella se esforzó por tranquilizar a todas las personas cuya atención ya había sido llamada. 

  La anciana se volvió a colocar los espejuelos y bajó su mirada para continuar leyendo el libro que tenía en la mano, titulado Gilgamesh el grande, aún entre nosotros

Tras volver a mirar a Omar, ella cambió totalmente las expresiones de su rostro. El chico tragó en seco y se agarró el bolsillo con aún más fuerza.

 

  «Ya van más de dos minutos», pensó ella. «Todos parecen menos interesados en nuestra conversación y él aprieta aún más su bolsillo, pero ¿cuándo va a acceder a mis demandas?»

 

   —Solo si me prometes que no lo vas a romper —Omar se aclaró la garganta y habló con voz arrepentida, mirando a la mano de la chica que se levantaba. 

 

  —Está bien, lo prometo…  —respondió, accediendo a la petición.

 

  Por cierto, como chica que era, “lo prometo” podía significar: si veo mensajes de otra, definitivamente lo voy a tirar por la ventana. Cumpliré con mi promesa, pero las posibilidades de que se pierda son muy altas”. Interpretación por la cual Omar se agarró a otro pasamano con su mano izquierda y con la derecha, a pesar de ser algo incómodo, sacó el dispositivo que tanto no quería dejar ir, para ofrecerlo a la presidenta cuyas expresiones faciales de enojo eran suficientes para causar pesadillas. 

 

  «Perfecto. Estoy tan emocionada, es como tener un regalo en mis manos. Hoy en día el teléfono de alguien es lo más preciado. Y yo tengo el teléfono de él, siento como si tuviera su corazón en mis manos. Con abrirlo puedo ver el contenido… ¡Ups!»

 

  La pantalla encendida estaba resguardada por un candado que requería una contraseña para ser abierta.

 

 —¿Cuál es la clave? —demandó ella. 

 

 —No, por favor no. Prefiero que lo rompas —dijo él—. Mejor romperlo, tíralo por la ventana… es más, yo lo rompo por ti.

 

  Con desespero, él trató de quitarle a la chica lo que le había dado. Pero como Rebeka ya estaba preparada, valiéndose de movimientos ágiles lo impidió. Ya le había extrañado que un chico usara su mano más diestra para darle algo que estaba en el bolsillo opuesto.

 

  —¿La clave? —volvió a demandar, esta vez bajando su voz como quien se forzaba a no gritar—No quiero seguir repitiéndolo ni haciendo una escena. Hazte responsable de tus acciones y compórtate como un hombre, con madurez. 

 

   —Rómpelo, te lo suplico —dijo él. 

 

  Rebeka no tenía ni la menor intención de dejar ir lo que había obtenido, más bien, elogió su precaución de mantenerse atenta ante el cambio de opinión de Omar. Aun así, ante la cercanía, la actitud le estaba cambiando. Ella quería sonar firme, pero tenerle tan cerca y verle tan necesitado la hacía aflojar. Además, que el forcejeo de tratar de tomar y proteger, se podía sentir como un juego preliminar antes del sexo.

 

   Con ropa de por medio, los dos cuerpos se empujaban y frotaban el uno al otro en un intento un poco diferente al apareamiento con ropa.  

 

 —¡¡¡Hey!!! ¡Ustedes dos! ¡Dejen la niñería! —demandó un señor mayor entre dientes, alguien que había sido empujado de un lado a otro por ya un buen tiempo y se le había acabado la paciencia como para seguir aguantando.

 

  Omar se calmó, pido perdón y resignado dijo:  

 

 —Tu nombre. 

 

  Él no podría ganar, estaba a la merced de lo que se le pudiese ocurrir a la presidenta de su clase.

  

  —¿Cómo? No te pude escuchar. ¿Cuál era la clave? —dijo sonrojada y un tanto desilusionada porque se detuviera el forcejeo. Sintiéndose caliente, su cuerpo demandaba seguir siendo empujado desde atrás por las caderas del chico y luego de dejar que su libido hablara, pronunció las siguientes palabras: —. Acércate, dímelo al oído… una vez más.

 

   «¿Puede que sea una aprovechada, pero…Qué puede ser más erótico que estar siendo cogida por detrás y que te llamen por tu nombre al oído?».

 

  —La clave para entrar a mi teléfono es… —en un susurro, Omar se acercó al cuello de ella y dijo— …Rebeka.