Una casa y cinco jóvenes

Chapter 5
Haz que me duela un poco


Hasta el momento, era claro que Elena tenía como principal motivo hacer que Samantha dejara de comportarse como una chica de mente tradicional y lo había conseguido. También logró que se le pusiera dura la verga a Rey y que este dejara de contenerse, pero no en que se viniera.

Haciendo una retirada estratégica, la rubia dejó a Samantha a cargo de la situación, misma que parecía no poder controlar sus deseos de querer sacarle leche al joven de ojos blancos. Por otro lado, tanto Rey como Elena tenían bien en claro que no ayudarían a la trigueña, ellos dejarían que ella hiciera lo necesario para cumplir con su objetivo, sin importar que tan lejos pudiera llegar para alcanzarlo.

Los minutos pasaron y tanto Rey como Elena casi que no podían seguir esperando para ver lo que se le iba a ocurrir a la trigueña que recién se había abierto de mente. Sam movía su cabeza de forma afirmativa en señal a la tan alta actividad cerebral que estaba teniendo y ellos respiraban casi que con desespero y euforia por presenciar que tan amplia podría ser la mente de la ‘chica tradicional’.

—… No se me ocurre nada —dijo Samantha tras dejar que pasaran los segundos—. Esto que estamos haciendo no es cualquier cosa. Es un trío… dos chicas encueradas en frente de un chico en las mismas condiciones… nunca me imaginé esto… y… no quiero que mi proposición no esté al nivel de la ocasión…

—Arrrgg —gruñó Elena, como quien se daba cuenta de que no podía pedirle más a la trigueña, pero que al mismo momento quería forzarla a que encontrara una manera.

Ser de mente abierta y dejarse corromper por quienes estén alrededor, no es lo mismo que tener buena imaginación para hacer cosas de una estrella porno. Esos movimientos llevaban práctica, o al menos vivir toda una vida de represión sexual en la cual todo lo que se hace es fantasear y prepararse para agarrar de los pelos las oportunidades que se dieran.

—Y, ¿si hago lo que salga en el siguiente vídeo porno que decidan poner? —Samantha mostró una sonrisa ingenua como la de alguien que quería salir con las suyas—. Me sentiría más cómoda si me lo imponen… como castigo… no importa que me resista o diga que no… o que llore, grite… o me desmaye en el proceso…

—Y tu palabra segura será, “soy una tradicional”, ¿no te jode? —respondió la rubia.

Samantha no negó dicha palabra.

“No puedo creer que ella proponga algo tan BDSM… Hmmm, la B representa Bondage, la D es Disciplina o Dominación, creo que la S es de Sumisión o Sadismo y la M de Masoquismo…”, pensaba Rey quien después de reconsiderar la situación por unos segundos miró a Elena.

Como Samantha aún mantenía su opinión, ambos jóvenes volvieron a verse y esta vez mostraron una sonrisa de complicidad el uno al otro. Tras sacar la salchicha de entre sus piernas y las de Sam, Elena se dirigió donde estaba la computadora y mientras le dio un mordisco al embutido de carne se puso a buscar algún que otro video porno.

Existiendo el sexo convencional que aún no habían experimentado entre ellos, “¿por qué razón debían de buscar inspiración con un video porno?”. Rey pensaba que no era una mala idea tomar inspiración del internet, pero Sam lo había llevado hasta el extremo. Tal vez porque ella misma sabía que existían videos muy oscuros ahí afuera. Aun así, cualquier situación no tendría mucho efecto en él. El video solo le funcionaría a Sam para encontrar otro tipo de estimulación, mientras que todo lo que Rey quería era que la trigueña o la rubia lo esperara con las piernas abiertas e invitaran a su verga a entrar. “No pido más que eso”, pensó él, quien dijo en voz alta:

—Imitar algo en un video, tal vez no termine sintiéndose real.

—Mmmm, eres de los románticos… te enamora el sentimiento detrás de las personas, pero déjame recordarte que somos amigos, no tienes por qué enamorarte. Nada más enfócate en experimentar y que no se te baje la verga por culpa de Samantha pidiendo cosas raras… —mientras reclamaba la cara de Elena transformó sus expresiones, ella se estaba volviendo toda una lujuriosa compulsiva y tal vez producto del video que estaba viendo—. Sam, aquí tienes tu primer castigo… Rey, te mostraré la cara de ella con el sentimiento agridulce de un dolor placentero, espero sea lo suficientemente real para ti.

En la inmensa pantalla salió en primer plano la escena de un hermoso culito blanco apretadito, que cerraba y trataba de abrir su esfínter, mientras que alguien le dejaba caer aceite, el cual era restregado por una mano entre nalgadas. Samantha se quedó en silencio durante unos segundos, su respiración se aceleró, sus ojos se abrieron y de su boca quiso decir ‘soy una tradicional’, pero se negó con tal de no retroceder en su propuesta y mostrar lo contrario.

—Ya no puedes cambiar el video, —dijo Sam, señalando a su Elena—. Pero si yo, haciendo todo lo que hacen en el video, no consigo que Rey acabe, será mi turno de elegir lo que tú hagas.

—Trato hecho… —dijo Elena.

Tras la presentación de la imponente verga y el culo bien engrasado, la pantalla se dividió en dos. Eran dos escenas a la vez, el rostro de la chica que miraba directamente a la cámara a la derecha, mientras que a la izquierda se podía ver cómo el pene se pasaba por la raja entre las piernas de la mujer en cuatro patas.

—… Ya el vídeo va llegando a la mitad —continuó la rubia—, y aún no te veo en cuatro…

—¡¡¡Espera!!! Lubricante… necesito lubricante, además, a esa artista puede vérsele el culito pequeño, pero estoy segura de que durmió la noche anterior con un anal-plug y también se hizo un lavado… —se quejó Sam como quien lo pensaba mejor al ver a la mujer del video con los ojos hacia arriba y la boca bien abierta por el dolor, sin siquiera tener la punta de la verga pasando por el esfínter de su culo.

—O dices las palabras de seguridad o te pones en cuatro — demandó Elena levantándose de donde estaba—. De la preparación y lubricación de tu culo me encargaré yo y si tienes un “accidente” ya lo limpiaremos entre todos.

Con más emoción que desencanto, Sam se levantó del sofá, dio unos pasos al frente y tras arrodillarse dejó que su cara se recostara en el suelo junto a sus hombros de forma humillante.

“El momento ha llegado”, se dijo Rey quien quedó viendo al paraíso entre las piernas de la trigueña que posaba sus pezones en el frío que emanaban las losas que recubrían el piso del lugar.

Elena, quien había regresado el video al principio, se comió lo que quedaba de la salchicha y casi que corriendo se dirigió a la cocina. Tras obtener algo dentro de las gavetas regresó con el mismo impulso.

—Bueno, lastimosamente en ese video una chica no le chupa el culo a la otra… Me hubiera encantado prepararte con mi lengua, pero por ahora te portas como una niña buena y te conformas con esta barra de mantequilla. Necesitas tener el culo bien caliente para que se derrita.

A Samantha no le hizo mucha gracia la idea que se desviaba del acuerdo, pero sin darle importancia decidió ignorar este factor.

La rubia, con su mano alzada, bajó en un azote y le dio una cachetada a las nalgas de Samantha con tal de subir la temperatura del área.

Rey se había imaginado un pomo de aceite como ‘lubricante’, pero no una barra de mantequilla. “¿Qué se le habrá ocurrido a Elena?” Tras la pregunta, él recordó que la rubia también se había propuesto prepararle el culo a su amiga. Esperando a ver la respuesta, él sonrió, el sentimiento de que tan solo debía de permanecer sentado sobre el sofá como un monarca y observar lo que iba a suceder no tenía precio.

 

Mientras que la punta de su miembro babeaba como un perro hambriento, Rey se dijo: “No desesperes, verga mía, ya se están preparando tu comida”, como quien se proponía seguir ejerciendo la virtud de ser lo suficientemente paciente como para seguir esperando. Después de varios azotes con sus manos sobre las nalgas de Sam, Elena pudo ver cómo la piel adoptó una coloración rojiza. Y en ese momento fue que pasó la punta de la barra de mantequilla por el lugar, aprovechando el calor de la zona para cubrir a la misma de grasa amarilla. Pasando y pasando como buen pintador que usaba su brocha, una vez la barra de mantequilla perdió las esquinas y alcanzó una forma cilíndrica, la rubia le dirigió justo encima del ano de la trigueña.

—Ya engrasada como en el video, te toca la preparación… Rey no podía ver las expresiones faciales de Sam ante lo que

Elena estaba a punto de hacerle, pero sí vio cómo la trigueña empujaba hacia atrás y con sus dos manos se habría más y más las nalgas. Esta disposición de una chica a dejarse ser penetrada hizo que, con rapidez, él se agarrara la verga con ambas manos, como quien temía que esta tomara voluntad propia y saliera disparada.

La barra amarilla entraba por el ojete de la trigueña, toda engrasada, más y más, entró, salió y después volvió a entrar hasta perderse entre el esfínter anal que se cerró como si se la hubiera tragado toda.

 

—Estás preparada. Creí que me tomaría más trabajo, pero casi se me olvida toda la práctica que ya tienes en esto —dijo Elena mientras se levantó de detrás de la trigueña y procedió a regresar a su puesto en frente de la computadora con la intención de reproducir el video ya terminado.

Sin necesidad de hablar o intercambiar palabras, Rey se puso de pie, avanzó y como un caballero que sostenían su espada aún envainada se arrodilló detrás de Samantha. Apuntando su imponente miembro al blanco que se proponía penetrar como sucedía en el video, él casi que titubeo por estar haciendo algo que no se le había mandado, incluso considero en pedir permiso. Aunque, tal vez en ese momento las palabras sobraban.

Sam, con la cara y las orejas tan rojas que ella misma pensaba que se iba a derretir, le daba la espalda a Rey y el frente a Elena. Ella no sabía que era más vergonzoso. Que un chico le viera por detrás o que una chica le viera por enfrente, pero la curiosidad de seguir experimentando y de aprender cómo se sentía la ocasión era más fuerte que su sentido de razón en ese momento.

A escasos centímetros, Rey apreciaba el culo empinado que había visto con su teléfono en vivo y en directo. La carne enrojecida por nalgadas, el aceite que brillaba con la luz, un culito abierto cuyos músculos se veían palpitantes del deseo, y un coñito que le apuntaba. Era perfecto, no podía pedir más. Y de pronto, como una larva, el dedo medio de la mano derecha de la trigueña se hizo ver justo en el inicio de la raja de esta, sobre el clítoris, moviéndose de forma circular. Casi a punto de llorar de la felicidad, el joven respiro maravillado por ver a Sam masturbándose después de que ella le hubiera jurado lo contrario. Él pensaba que si no aprovechaba el momento no tendría la oportunidad de ver dicha situación. Aun guardando silencio, Rey hizo todo lo posible para no arrojarse de lleno, prefiriendo acercarse a la situación en una manera más civilizada y continuar con el juego. Aparentando calma, él llevó su verga palpitante muy cerca del culo de Sam como en el video que ya se estaba reproduciendo por tercera vez.

El miembro viril se posó sobre las nalgas rojizas y engrasadas de la trigueña que se empinaba, para comenzar a moverse de atrás hacia delante por la raja sin ejercer mucha presión. “Pero ¡qué bien se siente esto! Y aún no la he metido…”, pensó Rey al pasar su glande por la carne resbalosa cubierta de mantequilla. En momentos, su verga se topaba con el bache que, hacia el agujero vaginal ya dilatado de Samantha, pero, de forma intencional, seguía su camino para pasar sobre el precioso culo que también formaba otro bache a rebasar con su verga. Elena tenía sus piernas abiertas y se tocaba el clítoris en frente de Sam como quien se aseguraba de no dejar escapar ningún detalle con la intención de poder recordar el momento por el resto de su vida.

Tras haber encontrado la entrada indicada, Rey agarró a Sam de la cintura como lo hacía el actor del video. Dejando el glande de su verga alineado en el centro del culo que le recibiría, se avecinaba el momento en donde él tenía que obligar a que la trigueña retrocediera. “Lo estoy haciendo, y ella se está dejando… aguanta con todas su alma y ni se mueve con tal de que se la meta, aunque le duela” Se decía Rey quien, con un poco de fuerza, sintió cómo la presión del anillo carnoso de Sam comenzaba a ceder, así como lo hacía el culo que se mostraba en la pantalla.

“¡Llegó al cielo y doy la vuelta corriendo, mi verga contra la resistencia de su culo provoca una sensación tan intensa que me hace enloquecer, perder la calma y tienta a que la meta toda de una!”, exclamó Rey para su interior mientras miraba la forma majestuosa y preciosa con la cual Samantha encorvaba su columna aún más. “Con lo sensible que tengo la verga puedo sentir el calor en el interior de su culo, también, cada milímetro que su cuerpo cede y dilata para aceptarme lentamente. Me tiene a punto… ¿Acaso existe algo mejor que esto?”.

El esfínter de Samantha, despacio, pero sin pausa, se tragó el glande de Rey cosa que le hizo aguantar la respiración al chico. Mejor que vencer la resistencia de la entrada, él, ahora era prisionero de otra sensación. Sentir cómo el culito de Samantha le exprimía la verga y se aferraba a ella con tal de estrangularla si fuera posible, era magnífico y le arrancaba el aire. Pero eso no era todo, las palabras de Elena ahora tenían más sentido puesto a que, no necesariamente había llegado al corazón de la trigueña, pero sí que sentía los latidos del mismo con su verga y eso le hacía sentir el mundo de forma diferente, como un dios.

Samantha arqueó aún más su espalda y levantando su cabeza hacia atrás para gemir tan alto como pudo, hasta que se quedó sin aire y, aun así, siguió. Ella se parecía a una bestia herida de placer, una que disfrutaba mucho del proceso, pero que a la vez se estaba muriendo por ello.

—Rey, ella se tiene que mover por sí sola —le dijo Elena a Rey.

La rubia, con sus hermosas tetas afuera y el coño abierto, era quien más se estaba enfocando en el video porno. Cuál si fuera una escrupulosa inspectora capaz de hacer resaltar hasta la falta más mínima con tal de tener una excusa con la cual aplicar su autoridad y castigar.

Entrando en razón y dejando de lado los impulsos que tenía de meter toda su verga en aquel culo de una embestida con tal de venirse egoístamente, Rey soltó sus manos temblorosas de las caderas de Sam. «Una cosa es que alguien te apuñale y otra bien diferente es apuñalarte a ti misma», con esto en mente Rey creía que Sam no lo iba a lograr por sí misma. Después de haber gritado como había hecho, Samantha estaba en todo su derecho de apartarse e irse si le dolía mucho y no existían firmes manos que le pudieran retener. Él no sería capaz de hacer que ella se quedara contra su voluntad, o lo hiciera por obligación, o como castigo, pero tal vez era lo mejor. Sin embargo, en contra de todo pronóstico, la trigueña se limitó a emitir quejidos, ronroneos y mugidos antes de encontrar el valor y la determinación de empezar a moverse por sí misma.

“¿Acaso ella gime así porque lo está disfrutando?”, se preguntó Rey un tanto sorprendido por sentir como los latidos del corazón de la trigueña aumentaban a ciento veinte por minuto.

Ante los ojos blancos de Rey, como mismo había sucedido en el video, su glande salió por completo y después, con más facilidad que al principio, se adentró en el agujero anal de Samantha sin que él hiciera nada.

“Ufff, esto es peligroso, estoy corriendo en el límite. No puedo seguir concentrándome en lo que siento…” Se dijo Rey para morder su labio inferior, cerrar los ojos y levantar la cabeza en dirección al techo.

La trigueña aprovechó sus movimientos para que, con cada penetración, quedara un poco más de verga en su interior. Repitiendo la acción con ritmo constante, Sam aflojo tan solo cuando quedó empalada por un poco más de la mitad de la verga de Rey. Sus acciones eran como las de alguien que buscaba que

su el interior de su ano alcazaba a acomodarse. La representación, la glotonería, un culo que no se sentiría bien hasta comerse toda la carne que se le había servido.

Con movimientos lentos, pero contrastantes por parte de la trigueña, Rey, aunque usaba sus fuerzas para ignorar lo que sentía su verga, no pudo dejar de percibir el mundo a su alrededor de forma diferente. Ser aceptado por un espacio tan apretado y tan bien lubricado no tenía comparación. Cuál termómetro, Rey con su sexo podía percibir con más claridad el calor casi que incendiante que irradiaba la temperatura interna de la trigueña en cuatro. Tras observar hacia arriba y contar los pequeños agujeros de un techo de concreto, él buscó algo que le distrajera con más efectividad y vio al televisor, cosa que por gesto involuntario le condujo mirar hacia abajo. Cayendo en una trampa, Rey apretó sus puños para contener la sensación de querer venirse que le provoca el lento deslizar de aquel esfínter por su verga.

Repitiendo sus pasos de atrás para adelante, Rey vio en la pantalla cómo la artista comenzaba a abrir su boca tanto como podía y cerraba sus ojos con fuerza, no muy diferente a la expresión que tal vez Samantha tenía y Elena disfrutaba. En al aire y por el sonido se podía distinguir cómo la rubia aumentaba gradualmente la velocidad de su mano e incluso usaba la otra para meterse dedos de adentro a afuera.

A punto de volver a contar los agujeros del techo, la punta de su miembro llegó a una especie de laguna en el interior de Sam.

Era la barra de mantequilla que ya estaba derretida dentro de los intestinos de la trigueña. En ese momento Rey pudo jurar sentir cómo su miembro intentaba convulsionar, pero por la intención de no destruir el momento y ver qué podía seguir pasando se contuvo con cada célula de su cuerpo. Rey, literalmente tuvo que tensar una cantidad aproximada de ochocientos cuarenta músculos al punto de reventarles y hacer que todas las venas se le resaltaran, con tal de poder pasar un orgasmo sin dejar que su leche se saliera o su verga hiciera los movimientos característicos.

Por otro lado, arañando el suelo con sus uñas y presionando tanto como podía sus dientes, Samantha no sentía dolor, sino que muchísimo placer y morbo a la vez. La excitación que le provocaba sentir, en vivo y en directo, que le estaban desgarrando y rompiendo el culo como a la chica del video, no era comparable al de ver a su amiga metiéndose dedos. Pero aun sumando estos dos factores, nada se comparaba a estar a la merced de un chico dominante, al que a ella tanto le gustaba.

La trigueña, con más comodidad, comenzó a hacer movimientos de caderas más osados. Ella disfrutaba de forma plena sentir cómo los bordes de su culo se quedaban atrás y raspaban el terreno irregular de semejante verga.

—¡¿Qué me está sucediendo?! —preguntaba la trigueña a punto de enloquecer, mientras que con sus movimientos de cadera buscaba chocar sus nalgas contra el pubis de Rey.

—No importa —respondió Elena mirando el cuerpo tensado de Rey, para después continuar—. Disfruta lo rico que se siente que te la metan. Rey… ¿Te gusta el culito que te estás cogiendo? Di algo…

Tras sus palabras provocativas, Elena no recibió respuesta, puesto que el chico hacía lo posible para controlar los espasmos orgásmicos de su verga y separar la mente de su cuerpo en semejante situación tan morbosa. Después de todo, al aumentar el tamaño de su verga él también había aumentado el área con la cual podía experimentar placer.

Ante la risa libidinosa de Elena, Samantha también dibujó en su rostro una discreta sonrisa provocada por el comportamiento de Rey quien actuaba como si disfrutara al máximo la experiencia y podría morir ahí mismo sin remordimientos. Además, la pregunta estaba de más cuando ella podía escucharlo gruñir y exhalar como un toro sofocado, al cual se le explotaría el corazón de tanto estar corriendo.

Mientras Samantha se reía y meneaba como una serpiente, Rey podía sentir cómo el ano de esta le daba pequeños apretones en el tronco de su verga, la cual parecía tocar una especie de tope. Que en el interior de aquel hermoso y redondeado culo existiera un ‘límite’ a ser rebasado, hacía que todo fuera aún más intenso y morboso para Rey, más cuando alzo su mirada y vio cómo la chica del video siguió retrocediendo hasta hacer desaparecer la verga del sujeto en su recto.

—Si sigues, tal vez te hará daño —Rey anunció su preocupación, como quien necesitaba reponerse de haber hecho algo inhumano y que al mismo tiempo no creía tener la capacidad de volverlo a hacer, aunque su vida dependiera de ello.

Justo antes de que Elena interviniera, Samantha agregó: —No te preocupes… puedo seguir— mientras continuó retrocediendo su trasero.

—Acaso —dijo Elena, con tono inocente, sin quedarse callada—, ¿no te conté que le pude meter mi mano por el culo, hasta el codo?

A Rey se le partió el corazón al escuchar semejante comentario. Mas, la idea de si sería verdad o mentira le hacía titubear. Aunque su mente decía que dichas palabras eran poco probables, su sentido común le indicaba que podía ser posible. Tal vez, la rubia allí presente había puesto semejante video sabiendo algo que él ignoraba. Después de todo, el brazo de Elena era casi igual de grande que su verga.

—¡Elena! —reclamó Sam.

—¿Qué? —preguntó la rubia como quien le restaba importancia al asunto.

—Cuidado con lo que sigues diciendo, traidora —se quejó Samantha—, que ya te pasaste de lo que prometimos que íbamos a olvidar.

—No es para tanto… fue algo que me vino a la mente… — terminó Elena.

“Impresionante habilidad la de estas mujeres para disociarse del sexo y empezar a hablar como si nada. Esto que siento, es enojo y rabia…” se quejó Rey en sus pensamientos. “Eso que siento es bueno, sí. Me distrae de morbo y la excitación, hace que pueda durar más, me convierte en una máquina… Mmmm, tal vez esta sea una técnica sagrada tan solo es descubierta en una situación de debilidad en la cual necesito salir ganando.

¡Samantha! Te voy a dar razón para que cierres la boca… ¡Todo con mi verga castigadora!”

Antes de que la trigueña volviera a abrir su boca para reclamar, Rey, cuál si estuviera poseído, le agarró por las caderas e hizo que su cuerpo azotara al de Samantha. La verga del joven, con el brusco empujón, encontró el camino para poder seguir y llegar a entrar por completo. Él estaba un tanto enojado con el momento, intentando dejar el pasado atrás, pues de nada le servía preguntar como aquellas dos habían llegado a semejante situación, después

de todo la trigueña no estaba preparada para hablar al respecto.

Elena se levantó de donde estaba y estiró su mano hasta alcanzar el rostro de Samantha. Los sonidos guturales de la misma fueron silenciados casi de forma instantánea.

—La chica del video no está gritando, ni reclamando o quejándose tanto como lo estás haciendo tú —dijo Elena con voz autoritaria—. Acepta mi generoso coño en tu cara y no me obligues a castigarte de otra forma.

Sobreponiéndose como un campeón a la situación, Rey decidió seguir el video, era la parte en donde tenía que sacar su verga de dentro del recto de la trigueña y después volver a meterla con la violencia suficiente como para que sus huevos chocaran con los labios vaginales de quien le recibía. Y con total confidencia así lo hizo. Clavando violentamente su miembro viril en lo más profundo de aquel culo empinado, él se valió de sus manos para aferrarse a las dos nalgas enrojecidas, mismas que alardeaban de una perfecta combinación entre dureza y suavidad. Abriéndolas, amasándolas y trayéndolas hacia él, Rey le abrió el culo a la trigueña con tal de hacer más profundas las penetraciones con cada embestida.

“¡Qué bien! De esta manera, así como ella, yo también me estoy acostumbrando y ahora que estoy al control de mi enojo, me puedo mover sin miedo a venirme. Aunque no creo que sea por mucho, esto que siento es toda una gama de placeres diferentes, entre apretado, resbaladizo y caliente, sin importar cuantas veces deslice mi verga hasta adentro la sensación no cambia…” pensaba Rey. “Agradezco que me hicieran enojar con sus cuchicheos, de no ser así, no hubiera encontrado el camino correcto”.

Samantha guardó silencio, las palabras que dijo Elena le pusieron toda la piel de gallina. Elena dejó de cubrir la boca de su amiga para agarrarle por los pelos y hacer que le chupara una teta. El otro pezón que quedaba en el aire se miraba paradito y bien apetitoso, tanto que Rey deseaba tener el cuello tan largo como para ir a chuparle. Aunque Elena no era muy tetona, sus aureolas se encogieron tanto que casi se volvieron del tamaño de los ojos de ella y eso hizo que la carne alrededor se notará más voluptuosa.

Samantha continuó aguantando los azotes, movió sus caderas y hasta comenzó a subir la velocidad mientras se aferraba tanto como podía a la teta de su amiga que había decidió propinarle un castigo.

Rey desaceleró su agresividad, como si se hubiera dado cuenta de que estaba llegando al punto de no retorno. No obstante, la trigueña siguió tragando verga con su culo como si fuera una perra hambrienta que probaba un manjar después de pasar hambre por semanas. Él no iba a hablar, si había sido quien desde un principio provocó a la bestia. Con la intención de mantener el orgullo, Rey tensó todos los músculos de su cuerpo y aguanto la respiración como quien no quería moverse una vez más, después de todo, si le funcionó una vez quién decía que no se repetiría el caso.

“No… no podré… este es el final… morir en batalla una muerte con sabor a gloria…”, pensó Rey quien sentía la fatiga de todos los músculos de su cuerpo que habían sido tensados indiscriminadamente por igual.

Con este comportamiento por parte de Rey, Samantha entendió que estaba ganando y sus ansias de leche, mismas que ya se habían acumulado a niveles exponenciales, serían saciadas. El único problema era que si Rey se venía lo haría dentro de ella y no en su cara, como se había acordado desde un principio, pero todo podía ser y ya nada le desilusionaba. Aunque existía el riesgo de que la verga que le estaba penetrando saliera toda embarrada de algo que no fuera mantequilla, a Sam, cuando estaba lo suficientemente caliente, no le desagradaba jugar con “eso otro”. Pero sí le incomodaba la peste, el olor y el recuerdo una vez la excitación se iba y quedaba el sentimiento de culpa e insatisfacción.

Para evitar ponerse en una situación incómoda y sabiendo que mientras estuviera caliente era capaz de hacer cualquier cosa, Sam detuvo sus movimientos de caderas.

Rey logró sentir alivio por un momento, pero al mismo tiempo algo le preocupaba.

—¡Aaah! Perra, por qué te detienes, ¿quieres la leche en la cara? —dijo Elena como quien se daba cuenta de algo—. Permito que gires y le limpies la verga a Rey con tu lengua. Pero no pienso dejar que tu culo se sienta solo. Voy a meterte la mano y hacer que te sientas como la chica puta y sucia que eres.

Como si un implacable fuego se apagara por meras palabras en el interior de la trigueña, Samantha respiró con profundidad ante la proposición de Elena. Ya había sido suficiente humillación en frente del chico que le gustaba y quería dar un ejemplo. Como en la pantalla del televisor el video se había acabado, y las palabras ‘puta’ y ‘sucia’ nunca habían entrado en la escena, mucho menos que ella le chupara la verga a Rey y que alguien le metiera la mano, Sam entró en razón y con un sentido de orgullo en los ojos agregó;

—No, teníamos un trato.

“Oh no…”, pensaba Rey quien definitivamente no se iba a permitir venirse en una situación tan seria como esa. Mirándolo de forma objetiva, era como si su verga escupiera en alguien que ya estaba enojado.

Con una mano, Sam apartó a Elena y acto seguido también se sacó toda la verga de Rey. Poniéndose de pies, mientras que con sus dedos se presiona el culo con fuerza para evitar que la mantequilla líquida se le saliera, la trigueña se comportaba como si todo aquel momento no hubiera sucedido.

Rey no sabía qué decir para arreglar la situación. Ver a Samantha desnuda, cubriéndose las tetas con su mano izquierda y apretándose el trasero con la derecha, actuando de manera vulnerable y apenada, le llegó al corazón.

—Samantha, no lo tomes a mal —le dijo Elena, con sus ojitos abiertos que miraban de abajo a arriba y sabía que había dicho y hecho algo que no era correcto.

—No lo estoy tomando a mal. Esta situación ya está cruzando las reglas y puede llegar a complicar las cosas entre nosotros en un futuro.

—¿Cuáles cosas? —preguntó Elena.

“Elena, ¿qué no ves que con razonamientos como ese nunca podrás convencer a Samantha?”, se dijo Rey quien se daba cuenta de que los cuchicheos de las chicas se hacían frustrantes, iban de atrás para adelante y nunca llegaban a nada. “Calma, calma, no se puede tener todo de una… se ha considerado y escucha”.

—Imperios más grandes cayeron por la depravación sexual de sus integrantes. No es que sea una chica tradicional ni conservadora, es que yo soy la líder y representante de este reino. Si termino haciendo semejante cosa por solo calentura, ¿cómo podría yo atreverme a pedirles que me respeten en un futuro? —pegando la vuelta, Sam se dirigió al pasillo, ya que pretendía regresar a su habitación—. Sigan si quieren con este juego, solo bajen el volumen del televisor…

—Te pido disculpas Samantha. No te marches… —dijo Elena como quien no quería dejar que el momento se rompiera en pedazos.

—Tengo que hacerlo —dijo Sam en el pasillo, como si una parte de ella quisiera regresar—. Ahora no estoy pensando bien.

—Creo que seguir forzando las cosas no terminara bien… — repuso Rey quien se levantó del suelo con su verga a media asta y se propone recoger la sala—. Tal vez no sea una mala decisión dejarla que despeje la mente por un rato…

—No. Pésima idea. Es como querer darle la espalda a un problema —reclamó Elena tan enojada como podía estar alguien que no había llegado a alcanzar un orgasmo a pesar de todo el calor que había cogido.

Samantha guardó silencio ante los reclamos de la rubia, pego la vuelta y continuó camino a su habitación.

Rey fue a la cocina, se lavó el rabo y se lo secó con la misma toalla que utilizó para limpiar el suelo y el sofá en las áreas humedecidas por sudor u otros fluidos corporales. Acto seguido se vistió y por último apagó el televisor, todo esto mientras cargaba con el peso de la mirada de Elena sobre sus hombros. La rubia le miraba como quien necesitaba una mínima razón para explotar.

Una vez todo estuvo limpio y organizado, Rey se sentó en una de las sillas que daban a la cocina. Sirviendo un vaso de agua, él se llevó cuatro pastillas para el dolor y trago con el líquido. Elena, confrontativa, como se sentía, aún desnuda, se acercó a Rey para quedarse mirándole de manera incómoda.

—Yo quiero venirme como dios manda —dijo en voz baja al oído del chico, cual si fuera una serpiente que tentaba a comer de la fruta prohibida.

—Yo también —respondió Rey con un suspiro.

—¿Por qué eres tan cobarde entonces? —la pregunta por parte de Elena se sintió más como una queja.

—¿Yo? ¡¿Cobarde?! —preguntó sorprendido el chico mientras decidió hacer contacto visual.



Reina Del Cielo

Chapter 5
Entrar


  Al principio, Rebeka tenía la intención de resolver el problema tranquilamente, abrir el teléfono, ver las fotos y los mensajes con tranquilidad, sobre todo, saber si por ese teléfono también le escribían a Omar. Después, tal vez buscaría en todas las demás aplicaciones, incluyendo los archivos borrados, para poder llegar a una conclusión sensata de qué seguir sintiendo y pensando. Pero ¿quién usaba el nombre de otra persona como contraseña?

 

   «Es un golpe bajo y si es verdad, significa que está obsesionado, ¿por qué no perdonarle? En definitiva, que otra se me haya adelantado significa que estuve perdiendo mi tiempo al no dar el primer paso».

 

   «Luego de dejar la calentura de lado por un momento, analizó: «En la galería de este dispositivo podrían existir fotos comprometedoras, si es así, con revisarlas no sería suficiente. Es mejor tener la ocasión para admirarlas, incluso memorizarlas si es necesario. Quizá los mensajes de otra chica habían sido fruto de mi imaginación, es lo que más quiero creer. Pero, ahora, la curiosidad por ver las fotos de otra persona desnuda, haciendo cosas que no pueden ser contadas y solo vistas, aunque fuese con otra, me carcome por dentro». 

 

  Las fantasías en la mente de Rebeka iban proliferando, aun así, el tiempo siguió corriendo y el tren se detuvo.

 

   Entre la multitud que se desplazaba, Omar aún seguía sobre ella. A plena vista, él parecía alguien sospechoso, un pervertido que aprovechaba la oportunidad para oler los cabellos de una persona ajena, observando de cerca y manteniendo el contacto. La realidad, era que entre los dos, aunque nadie lo notara, la más pervertida del tren era Rebeka. La prueba irrefutable era que, ella agacho su cabeza, dejó caer sus cabellos sobre su rostro mientras bajo la mirada discretamente con tal de ver si el chico que tanto se le arrimaba estaba teniendo una erección. 

  

    «No puedo pensar con claridad, ¿qué estoy haciendo? De tan solo querer tocar su mano. Él está muy cerca, puede hacer cualquier movimiento y quitarme el teléfono si me sigo descuidando. Déjame esconderlo entre mi sujetador y mis senos. No voy a ser la única que se caliente en una situación como esta».  

  

  —Con que mi nombre —dijo ella mientras se guardaba el teléfono sin poder evitar ablandar su cara de bravura con una sonrisa—. Qué tierno de tu parte. Perdono tu osadía de tomarme una foto a escondidas. Por ahora… me temo decirte que tu celular queda confiscado hasta nuevo aviso.

 

 Por supuesto, Rebeka se arriesgó con ese comentario. A ciencia cierta ella simplemente estaba asumiendo algo y esperaba que estuviera en lo correcto. Cuando dijo 'foto a escondidas' su instinto femenino le había gritado y ella no había hecho más que escuchar.  

 

  —¿Hasta nuevo aviso? —le pregunto bien sorprendido, con los ojos abiertos, por el castigo tan poco severo.

 

  Él no negó, tampoco dijo ser inocente ni se extrañó ante las palabras de ella, cosa que hizo que Rebeka asumiera estar en lo correcto.

 

   —Ya es tiempo, aquí nos bajamos —dijo ella, con tal de no responder la pregunta y seguir a las personas que iban en dirección a la salida. 

 

   «Entre todas las contraseñas que alguien podría ponerle a su teléfono ¿Por qué razón elegirías mi nombre? Porque le gusto. No existe otra explicación. Si es así, aún tengo oportunidad, tal vez deba darle un regalo. Atreverme mientras me muevo para salir. Ya está confirmado, si no tomo el primer paso, las cosas seguirán como siempre».

 

  Un paso detrás del otro, los pasajeros bajaban del vagón en la estación de tren correspondiente.

 

   «¿Para qué chequear con mis ojos algo que podría sentir con mis manos?» se preguntó, un tanto indecisa. Rebeka se detuvo, «¡Ahora!» Y discretamente dejó que Omar chocara con ella. «Todo lo que tengo que hacer es esperar con mi mano abierta, detrás de mi trasero, al nivel de su entrepierna, para sentir lo que tanto quiero». 

 

  El choque entre los dos cuerpos se dio lugar y la mano de ella recibió, agarró y masajeo el paquete del chico distraído, que no dudo en dar un pequeño salto por tan inesperada situación.  

 

   «Ufff, si… exactamente en el lugar», pensó ella, teniendo como punto de referencia su pulgar, el cual hizo contacto con la hebilla del cinto de Omar. La tiene dura. Tremendo bulto, lo pude sentir en vivo y en directo. Lástima que no pude ver la reacción de su rostro. Tal vez, de ahora en adelante, él mire más mi falda, descarada y casi más corta de lo permitido».

 

 Omar se quedó pasmado, no sabía si había sido una casualidad o algo intencional, así como tampoco podía interpretar correctamente el lenguaje implícito de las mujeres. Con más dudas que respuestas, tomó un poco de distancia para no evitar plantar sus ojos en la tela que iba meciéndose de un lado a otro, con cada uno de los pasos que daba la chica en su pomposo caminar.

 

   «Ya no me importa tanto tener el cabello suelto», se dijo, casi saltando de la felicidad que no podía contener. «Tal vez luzco menos estricta y por eso, todos me miran más de lo usual. ¡Qué mañana tan maravillosa! Con mi pezón puedo sentir la dureza de su teléfono, le pondría en mis bragas, pero temo mojarlo. Contra mi seno corre menos peligro. Sería aún mejor si comenzara a vibrar. Uy, todavía puedo sentir su erección en mi mano y no hacía mucho me conformaba con toques y caricias indirectas».

 

   De salida a la estación de tren, Omar y Rebeka fueron prácticamente los únicos que tomaron rumbo a la academia. En el sitio en el cual estaban no tenían que valerse de direcciones o señales, la edificación ya tenía mucha fama por ser la única en toda la ciudad, sin más interacción entre ambos, se hallaron en la entrada del centro académico y tomaron caminos separados, además; no tendría de qué hablar, aunque lo quisieran. 

 

    «¿Qué hora es?» se preguntó Rebeka mirando su reloj de mano, eran las siete y cincuenta y tres. «Aún queda tiempo para que las clases empiecen, tal vez pueda pasarme por el baño. No sería la primera vez que juego conmigo misma en la escuela.».

 

  En el centro académico existían tres tipos de baños, para hombres, para mujeres y para todos. Pero no tenían mucha diferencia entre ellos, solo que los de género neutral se mantenían más limpios que los otros.

 

    «Me conozco, me toma tiempo acabar», pensó, un tanto arrepentida.  «El tiempo está muy justo. Mejor paso por mi casillero, tomo mis pertenencias y voy a la sala de profesores para entregar mi tarea a tiempo. Luego iré al aula a tomar asistencia, preparar la pizarra, sacar la basura y ver que todo esté en orden. ¡Qué inconveniente es ser la presidenta y representante de la clase! Sin embargo, mantener mi mente ocupada me va a ayudar a controlar estas ganas…».

 

  Pasando de largo a los baños, se dirigió a los casilleros por el pasillo bien transitado de estudiantes que se movían de un lado a otro, algo un poco diferente de como estaba la estación de tren. 

 

    «Está bien, Rebeka, recuerda esto», se dijo, tan pronto escuchó risas burlescas de personas y que alguien la tropezara sin pedir disculpas. «Hoy también te van a tratar de hacer sentir mal, tendrás que lidiar con personas malhumoradas, celosas, soberbias. No es razón suficiente para responder de vuelta, comenzar un argumento y terminar expulsada. Sé una roca, controla tus emociones y deja que todo se apacigüe a tu alrededor sin dejarte afectar».

 

  Tras respirar fuerte unas cuantas veces y chequear su reloj, entró en la sala de profesores y tras pretender estar interesada en lo que le decían, se paró a escuchar la charla de unas personas.

 

   «¿En verdad es necesario permanecer en esta escuela inútilmente, cuando puedo buscar trabajo y ser independiente?» se preguntó intrigada, mientras decía que sí a las palabras de alguien que le hablaba.

 

   La pregunta venía porque en el fondo ella quería salir de la vida que tenía. Tener que escuchar la charla de señores mayores que, por cierto, no estaba escuchando, ya que podía predecir cuál era el punto final con exactitud. Ellos hablaban con el objetivo de hacerle pasar trabajo y dificultar su existencia. Pero una cosa era querer y otra era poder. Ella podía callarse y escuchar, debido que si no lograba pasar la escuela, cómo podía tener la certeza que podría ser apta para pasar un día de trabajo y sobrevivir, después de todo, los viejos dominan el mundo actual. Esos de poca paciencia, que reclaman y discuten con sus manías, señalan con sus dedos, atribuyen grandes expectativas a los demás y a su alrededor, que nunca asumen estar equivocados porque son incapaces de aprender. 

 

  —... Estos son los planes que el consejo piensa implementar —comentó uno de los presentes. 

 

  —Entiendo —respondió Rebeka, con actitud sumisa y bien educada.  

 

  —Transmite la información a los estudiantes, recolecta las quejas y al final del día coloca el informe sobre mi mesa —dijo el sujeto en medio de su atareada actividad matutina, mientras se daba cuenta que había tenido que apurar su informe para no consumir mucho tiempo. 

 

  Con el libro de matemáticas y la libreta de apuntes, Rebeka salió de la sala de profesores con exactamente dos minutos para llegar a su aula asignada. Tras caminar por el pasillo, se dio cuenta que las puertas estaban abiertas. Entró y observó como era ya usual.

 

  «Algunos ya están sentados en sus puestos, preparándose para comenzar el turno», pensó, para luego dar los buenos días, aunque nadie le respondiera como era común allí. «Ser educado era parte de la sociedad, y si, de vez en cuando te puede librar de algún problema, pero no te daba ni peores ni mejores notas en la escuela, así que ¿para qué ser educado? Bueno, la respuesta era simple, no puedes ser la presidenta de la clase, pedir y demandar trabajo sin seguir las reglas básicas de etiqueta, presentarse, preguntar y pedir».    

 

 Rebeka escribió el día, el mes y el año en la pizarra usando la tiza que tenía a un costado, cerca del borrador, luego escribió el nombre del instructor, la materia y el tema de la clase. Por último, organizó todo y recogió la basura que quedaba a la vista.

 

  Ring, ring, ring.

  

   El timbre sonó, quienes anteriormente se habían quedado en el pasillo hablando, ahora entraban por la puerta y tan pronto como podían, pasaban a ocupar sus respectivos asientos. 

 

  «Mmm, no está él, ni su amigo,», pensó sin estar muy sorprendida, para decir en voz alta:

 

— Presten atención, voy a pasar asistencia.

 

  Ella habló desde el frente del aula, mirando a todos a los ojos. Pronunciando nombre por nombre mientras que cada uno respondía “aquí”, o “presente”, pero casi a último momento, entró un chico que dijo algo diferente. 

 

   —Lo siento “presi”, esperó aún estar a tiempo. 

 

  «Precisamente tenía que ser el mejor amigo de Omar, quien entró en el último momento, haciendo una entrada dramática. No cambia que sea irritante cuando me acorta el título que desde un principio no me gusta tener».

 

  Bajo la mirada poco amigable de Rebeka, el joven se pasó la mano por detrás de la cabeza, ofreció sus disculpas y tomó asiento. 

 

   «Él es característico por tener una personalidad que le diferenciaba de los demás, si tuviera que describirlo diría que es un chico relajado, improvisador, alegre y casi siempre evitaba los problemas a su manera», pensaba Rebeka para agregar en voz alta:

 

—Aún estás a tiempo, el profesor siempre toma diez minutos antes de llegar a la clase. Si se repite tu tardanza me veré obligada a reportarlo, y una vez el instructor entre al aula quedas fuera de la clase, cosa que me obligará a hacer papeleo extra.

 

  Informar por qué ella hacía cada cosa era una manera de tratar de suavizar a quienes le escuchaban. «No es que siempre dé resultado, menos si nadie te presta atención, pero se siente bien decir, “te dije que no lo hicieras” cuando se están tomando medidas al respecto».

 

  —Me disculpan, mejor me siento rápido en este asiento, como siempre —dijo él, con la característica mirada de un niño que estaba a punto de hacer algo malo.

 

  Rebeka levantó sus ojos del papel que sostenía e ignorando el silencioso murmullo de los individuos que ya habían confirmado la asistencia, decidió respirar hondo para agregar:

 

—Ese no es tu asiento, Miguel.

 

El asiento seleccionado por Miguel pertenecía a la mesa en la cual el profesor se sentaba cada vez que estaba de pie por mucho tiempo y no quería regresar a su silla porque era muy baja y no podía hacer contacto visual con los estudiantes. Un puesto que siempre permanecía vacío por estar precisamente marcado con el olor de un trasero viejo, uno que estaba convenientemente pegado a la puerta de entrada y salida. Rebeka pudo deducir que se tramaba algo en el ambiente.

 

  —Puedo dar por concluida la asistencia —dijo Rebeka, no como pregunta, sino como afirmación.  

 

   —No, falta Omar. Yo le vi en la mañana, pude notar que estaba en la cafetería mucho más preocupado de lo usual, como si le doliera la barriga —dijo una chica que se sentaba justo en la esquina de clase.

 

  Rebeka hizo su mayor esfuerzo para comportarse de la forma más civilizada posible. La voz pretenciosa que le provocaba dolor de cabeza y muy malas memorias, pertenecía a su ex mejor amiga, Lizandra, apodada “Liz”. Aunque en el pasado rompieron con muy malos términos, Rebeka le dijo que no quería escucharle más y Liz, como era habitual, se hacía escuchar cada vez que tenía una oportunidad para hablar, por su personalidad tan “intensa”.  

 

    —Si mal no recuerdo y mi mente no me falla, él estaba junto a ti, Mig… —continuó hablando la rubia y aprovecho para abreviar el nombre del chico que ahora se sentaba en el primer puesto y que estaba dando de qué comentar—. ¿Me equivoco?

 

  Rebeka actuó como si no hubiera escuchado las palabras de Lizandra y siguió observando a Miguel.

 

  —Hablando de eso, él tuvo que ir al baño. Tenía problemas en el estómago. Sí, tuvo que ir con mucha urgencia, aseguró dijo Miguel.

 

  Ante el comentario, los integrantes del aula rompieron a carcajadas.

 

  Por otro lado, Rebeka apretó su puño con fuerza. Dado a que no le hacía gracia las carcajadas burlescas e inmaduras de ese grupo de alumnos. «¡¿Cómo se atreve a ensuciar la reputación de su mejor amigo de esa manera?!» se preguntó enojada. «Ya se me había olvidado lo tanto que me molestaba escuchar la voz de esa traicionera, mala amiga y ahora tú sembrando comentarios como ese, tal vez te tenga que poner en la lista de indeseables».

 

En voz alta, Rebeka trató de recuperar el orden, pues estaba decidida a enfocarse en el asunto que tenía por resolver. 

 

  —Entiendo que el miedo puede hacer que alguien sienta deseos de ir al baño, pero Omar no es de esos. Espero que ustedes sean capaces de seguir riendo cuando esté presente y no a sus espaldas.

 

  El comentario por parte de la presidenta fue amargo, pero real. Ninguno de los presentes tenía el valor para reírse de semejante manera en frente de Omar.  

 

  Una vez resuelto el alboroto, Rebeka calculó la situación, cosa que le hizo pensar. «¡¿Qué estás tramando, Miguel?!».

 

  De pronto, la respuesta a la última pregunta vino junto a un característico sonido.

 

   «Ufff, ¿con qué así?», pensó ella. «Alguien está haciendo una llamada y por eso está vibrando su teléfono. Miguel se sentó en el primer puesto y me está prestando mucha más atención de lo normal, como si quisiera saber dónde tengo el teléfono. Eres un libro abierto ante mi intelecto. Pero, debo darte algo de mérito, en frente del aula, me siento tan avergonzada por mi indecencia, que creo que no podré aguantar esta sensación. Ni yo sabía que mis pezones podían estar así de sensibles. Tal vez esté a punto de llegar a caer con mi periodo. Sea lo que sea, ahora tendré que sacarme esta cosa del sujetador, pero si lo hago, tal vez él pueda arrebatármelo y correr, la puerta sigue abierta… Ja. ¡No me hagas reír!».

 

  Tu, tutu, tururu tu… El rítmico sonido de un tono se escuchó paulatinamente entre el murmullo del aula.

 

  Los alumnos se dieron cuenta que un teléfono comenzaba a sonar, lo que les hizo guardar silencio y prestar atención en dirección a dónde provenía el sonido. Alguien tan orgullosa y arrogante como Rebeka, que nadie imagina que fuera tan pervertida, estaba en frente de una clase, sintiendo las vibraciones de un teléfono ajeno en su pecho. 

 

  «¿¡Qué!?» «¡No estaba en vibrador! ¿Qué puedo hacer ahora?» pensó.

 

 —Oh, jo, jo jo. Un teléfono está sonando. No vas a contestar pre-si-den-ta —mencionó Miguel, estirando cada sílaba pronunciada.

 

   «¿¡Y me lo dices tan descaradamente!?», se dijo Rebeka, casi a punto de ser sorprendida en el acto. «Muchos no reconocen que un tono tan común le pertenece a Omar, pero si saco el teléfono ahora, no solo me verán sacándolo de mis pechos, sino que también podrían reconocerlo. Aún el profesor no entra, pero el silencio es cada vez es más alarmante»

 

  En cuestión de segundos, de forma bien improvisada, a Rebeka no le quedó más opción que toser y llevarse la mano al pecho. Tan rápido como pudo, se las ingenió para apretar alguno de los botones que el dispositivo tenía en el borde, para así silenciar la llamada por el momento.

 

  Actuando como pensaba, disimuladamente, ella hizo su mejor improvisación de un estornudo. Uno tan exagerado que le llevó a inclinarse hacia adelante mientras se llevaba la mano al pecho.

 

   —Dejó de sonar… No era tan urgente entonces —dijo ella en voz alta mientras se agarraba el pecho con la mano derecha cual si pretendiera aliviar su congestión—. Por favor, lo voy a dejar pasar por alto, pero de quién sea el teléfono, si vuelve a sonar, tendré que confiscarlo. 

 

 Luego del sermón de la presidenta, quienes antes estaban planeando reírse en frente de Omar, ahora volvían a perder interés en lo que estaba pasando y procedieron a seguir hablando sobre temas más interesantes.

 

   «Tengo aproximadamente cinco segundos para apagarlo cuando vibra», pensó, mientras evitaba quedar expuesta. «Me alegro de no haberlo puesto en mis bragas».

 

Luego de hacerle caso omiso al asunto, bajó el volumen del dispositivo hasta ponerlo en vibrador mientras organizaba sus papeles tan rápido como podía. Justo antes de dirigirse camino a su asiento, Rebeka miró en dirección al otro puesto que estaba vacío, luego a la puerta que aún permanecía abierta y dijo:

 

   —Omar, sé que estás ahí afuera en el pasillo. Por favor entra antes de que el profesor te vea.

 

  La clase se apagó en un silencio sepulcral ante las palabras de la presidenta. El sudor frío corrió por la espalda de quienes se habían reído del comentario de Miguel, cuando por la entrada se asomó el rostro familiar de Omar. Era él quien a pesar que no existía ningún alumno con la camisa por fuera, despeinado y mostrando el pecho, se mostraba imponente ante los profesores. Ese a quien todos respetaban, admiraban y casi que idolatraban, como símbolo de rebeldía en contra de las reglas. 

  

 Omar hizo contacto visual con los presentes, pero, sobre todo, Rebeka era quien dibujaba una expresión facial que significaba “Te tengo en la palma de mi mano”. 

 

   Una vez comprobó que ninguno de los presentes estaba dispuesto a reírse en su cara, saludó a Miguel como si le estuviera dando puntos por el esfuerzo fallido. Luego arrojo el suéter negro sobre su silla y se sentó, hasta que finalmente el profesor entró al aula. 

 

Tras protestar y rabiar por el trabajo que le quedaba, el instructor de la clase de “Cálculos” culpaba entre dientes la ignorancia de sus estudiantes y que poco podía hacer con esos que eran estúpidos.

 

Tras entregar la lista de asistencia, Rebeka aprovechó para caminar en dirección a su puesto, cuidando de guardar su distancia de las bolsas con las cuales pudiera tropezar. Una vez llegó, colocó su libro y libreta sobre la mesa, pretendió hacerles ver que nada sucedía, para esperar a que la clase comenzará oficialmente. Se sentó en el último asiento, uno en el que casi no podía escuchar lo que el profesor hablaba ni ver las letras que se escribían en la pizarra, pero le permitía cumplir su propósito de vigilar a los demás estudiantes. 

 

  «Siendo la presidenta no estoy al frente de la clase, sino al final… irónico, ¿no?», se dijo Rebeka. «De todas las veces que maldije este puesto, hoy es el día en el que estoy feliz de tenerlo, ya que puedo hacer lo que quiero».

 

   Omar estaba que mordía a cualquiera que intentara tocarle, puesto que nadie más que él sabía que cuando comenzara la clase sería el momento perfecto para que Rebeka pudiera hacer de las suyas y abrir el teléfono que tanto quería recuperar. Él no pudo evitar mirar atrás varias veces asustando a los chicos que tenía alrededor.

 

  «Verle así me hace sentir más curiosidad», pensó Rebeka, manteniendo su sonrisa triunfante. «No sé si sería una buena idea abrir su teléfono en este momento. Podría ver algo que me altere… Como sé que soy una chica responsable y calmada, echaré tan solo un pequeño vistazo».       

 

  Sentada en su puesto, con todo organizado y cuidado de que nadie le estuviera viendo, Rebeka se introdujo la mano en el sujetador con la intención de sacar el celular que llevaba ahí dentro. Tras desabotonar discretamente los primeros botones, logró sacar la parte superior del aparato. Volteo la cabeza de izquierda a derecha y con cuidado siguió jalando por los bordes. A pesar de la anchura y el peso, más la fricción que su pezón hacía sobre la pantalla, pudo sacarlo por completo, no sin antes seguir el movimiento con su otra mano, para arreglar el sujetador y ocultar la carne que se asomaba.

 

 Cuando por fin tuvo el teléfono sobre la mesa y los botones de su camisa de vuelta donde debían estar, Rebeka sintió miedo de seguir escuchando las malicias que su corazón le decía que hiciera. De este modo, no tendría que exponerse al peligro de ser amonestada por el uso inapropiado de tecnología. Aunque con toda la poca atención que recibía sentada en la última silla, debía suceder un milagro para que alguien la viera haciendo lo que se dispondría a hacer. Como la chica sensata que era, prefería quedarse en lo seguro, pero sin siquiera proponérselo, sus dedos escribieron la contraseña.

 

  «Mi nombre», letra a letra presionó sobre la pantalla táctil y le dio aceptar. «De todas maneras, debo cambiarlo a modo silencio…» 

 

 [La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.] salió un mensaje en la pantalla.

 

 La mirada de ella quedó confundida. «Tal vez sin mayúscula…».

 

 Tan pronto lo volvió a intentar:  [La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.] 

 

   «Intentaré colocando todas las letras en mayúscula»: [La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.]

 

   «Ja, ja, ja … ¿Me engañó? ¡Me mintió y caí de lleno! ¿Cómo puede ser posible? Cuando me habló al oído, sonó tan convincente. ¡¿Acaso es esta la razón por la que intentaba recuperar su teléfono con tanto desespero?! En verdad tengo deseos de destrozar este aparato. Sí, destrozarlo, pero contra su cara, por descarado y mentiroso».

 

   «Tengo que transformar toda esta energía que tengo en mí», se dijo, como método para calmarse. «Arrancaré la primera hoja en blanco de mi libreta. La arrancaré y la destruiré en pedacitos», siguió pensando. «Por dios, puedo sentir como mis orejas se incendian, tengo calor, estoy tan enojada, que no es gracioso».  

    

  —Rebeka —dijo el instructor tan pronto escuchó el característico sonido de un papel siendo destrozado—. ¿Qué sucede? 

   

 —Nada, siento haber interrumpido la clase —dijo en voz alta—, es que cometí un error.

  

  El profesor arrugó su nariz y tras advertir que no se repitiera la interrupción, continuó explicando el asunto de la materia que debía ser impartida. 

 

   «Sí, cometí un error,», pensó. «Espero entiendas el mensaje ¡Omar! Qué rabia, qué rabia… Rebeka, sabías que alguien te iba a hacer enojar, trata de no terminar expulsada. De olvidarlo todo, despeja tú mente. Qué se le va a hacer ¿no es así?».

  

   «…De regreso a mi rutina. Ya era mucha alegría que alguien pusiese mi nombre como contraseña de su teléfono. Muy lindo para ser cierto…».

 

Luego de dejar de lado una loma del cuerpo desmembrado de una hoja de libreta rayada, Rebeka pasó de estar enojada a triste. Colocó el teléfono a un lado de la mesa, lo suficientemente cerca como para darse cuenta si comenzaba a sonar, pues tenía la intención de apagarlo. Tras sacar el lapicero rosado de su estuche, pasó la página y continuó por el encabezado. 

 

   «Oh, la fecha de hoy» recordó. «Es la misma fecha que escribí en la pizarra. Quedan dos días para mi cumpleaños. Ya casi son veintiún veranos en mi cuerpo, aún virgen por cierto… Mmm, no totalmente virgen, ahora que lo pienso».

 

     «Como chica curiosa, confieso que, aunque desconozco el contacto y las caricias de la carne de un macho, como criatura fogosa y pervertida, sé lo que se siente la inserción de diversos objetos domésticos en mi interior».

 

   «Veinte años con esta condición y entre toda la escuela, puedo presumir ser la más atractiva. No tendré los pechos más grandes o las piernas más redondeadas, ni el cabello más largo, pero sí tengo la mejor figura. Aun así, la culpa se atribuye a que soy muy selectiva, a diferencia de las otras regaladas. Tal vez por esa razón sigo sin acostarme con un hombre a mi edad».

 

  «Él era perfecto. Se comportaba como un animal de vez en cuando, pero creí que en su corazón albergaba puras intenciones».

 

  «Desgraciado que solo me causa dolores de cabeza, sube mi felicidad y luego mi decepción, como un niño que juega con un avión de juguete. Solo que este niño vive en un segundo piso y lanzó el maldito juguete por el balcón para luego recogerlo y subir a tirarlo más lejos».

 

   «¡¿Con que mi nombre?! ¡¿Me acosabas todos los días camino a la escuela?! ¡¡¡No te creo, mentiroso!!! ¡No sabes nada de mí! Yo sí sé todo de ti… cada pequeño comentario que hablabas con tus amigos, cada chisme que corre por los pasillos, toda la información que tiene la escuela de ti, tus gustos, tus colores, tu fecha de cumpleaños. ¿En verdad eres diferente? No me hagas reír… ¡Dónde están las pruebas!».

 

    «No debo llorar, es la segunda vez en el día que descuido mis emociones. Todo por culpa de ese idiota de pelo negro».

 

    «Pero todo es muy triste y ya casi no puedo seguir apuntándole».

 

   «Otra vez tendré que ir a mi casa sola. Otro día más viviendo en la monotonía. Otro año en el que encontraré una carta anónima en mi casillero, dibujos de mí, poesías y ridículas confesiones de amor de alguien comprometido a protegerme desde las sombras. Después de haber investigado por tanto tiempo, tú eras el único que encajaba en el perfil, pero por mentiroso ni aunque seas tú, te voy a aceptar».

 

  «Desaprobaste la prueba, no puedo seguir dejando que juegues con mis emociones».

 

  «¡Aww! ¡Cuántos intentos tengo con este maldito celular para poder adivinar la clave! ¡Si en verdad lo sé todo de ti, esta será la prueba decisiva en la que podré demostrar que eres un farsante!»

 

   Mientras el profesor escribía en la pizarra, con el característico sonido que hacía la tiza sobre la pizarra, Rebeka apuntaba en su libreta, pero no eran las notas sobre las ecuaciones matemáticas, sino cada contraseña que escribía, con tal de no tener la necesidad de repetirla y poner una diferente en cada intento.

 

   «Ciento treinta y dos intentos y aún nada» confesó. «Estoy por rendirme».

 

Mientras resoplaba de la impotencia, Rebeka se dio cuenta de que no había sido capaz de avanzar o prestarle atención a la clase. Un material que, como siempre decía el profesor «va a prueba, estúdienselo». Ella seguía allí, estancada o peor que antes, producto del dolor de cabeza que sentía al no poder seguir generando información para encontrar la contraseña y ponerle punto final al asunto del teléfono.

 

Pero no se quería rendir, estaba encaprichada, por lo que, de ningún modo, podría no seguir intentando, aunque lo más sensato fuese reclamarle al propietario por mentiroso y extorsionarle para que le diera la contraseña. Aunque nada le aseguraba que pudiera seguir existiendo en ella el mismo nivel de curiosidad con otra contraseña, quiso levantarse, hacer callar al profesor e ir directo al asunto en frente de todos.

 

  Rebeka tomó la decisión de respirar hondo, tenía que recordar ser paciente, tomar las cosas con calma y mantener la mente fría, ya que de esta forma los resultados prometen ser más beneficiosos que el resultado de esas decisiones que se toman en caliente y de forma desesperada. Tras dejar salir todo el aire que acumuló en su pecho, miró a través del cristal de la ventana, pero, por desgracia, se podía obtener poco optimismo y ánimo con el panorama de una ciudad en desarrollo, en la cual los edificios tapan el horizonte.

 

   «¿Tal vez deba confiar en él?» pensó distraída. «La pregunta correcta es otra… ¿Quién sería la persona perfecta para mí?»

  

  «Si soy sincera, el chico perfecto sabría mi cumpleaños, así como tampoco me permitiría que lo pasará sola»

 

  {Rebeka 190702} Tras pulsar aceptar, la pantalla del teléfono dio acceso.

 

  «¡No lo puedo creer!».

 

   «Estoy tan feliz que podría salir gritando por la puerta en este momento. Mi corazón se acelera, casi no puedo detenerlo, mis manos sudan y tiemblan. No creo lo que veo, y siento como si en verdad estuviera haciendo algo prohibido… pero, está abierto y puedo explorarlo todo» se dijo, mientras miraba los iconos que flotaban sobre un fondo de pantalla de color claro. 

 

   A pesar de todo lo que sentía, Rebeka permaneció quieta durante unos minutos, con su cara de mejor jugadora de póker. Cualquiera que le mirara creería que no existía nada que perturbara la tranquilidad de esa chica que siempre respiraba apaciblemente, como si estuviera en armonía absoluta con el mundo, disfrutando del silencio y viviendo al máximo el momento.

 

   «Esta sensación de miedo no es buena», se dijo ella, tragando en seco, hecha pedazos en su interior. «Me deja tan nerviosa que me hace querer ir al baño, pero debo aguantar. Me tengo que aguantar, después de todo tengo en mis manos el teléfono de Omar. Ahora que el profesor sigue distraído en su explicación, mejor empiezo por lo mejor, por la galería.  Sería fantástico ver si tiene fotos al desnudo. Tan pronto como las encuentre, las voy a transferir a mi teléfono. Ahh, pensar que estaba tan deprimida, a punto de llorar, ahora estoy tan ¡¡¡¡feliz!!!!».