Cayendo, tosiendo sangre y sin poder reunir las condiciones para efectuar un llamado silencioso, Rey estaba en una situación terrible. Necesita calcular a la perfección la cantidad de energía y el momento preciso para efectuar el movimiento que le hiciera salir disparado hacia atrás. Pero como sus alas habían perdido las plumas, producto de la velocidad y su cuerpo se le incendiaba por la fricción del roce con el viento como si fuese un meteorito, el solo darse la vuelta le resultaba una tarea difícil.
«No puedo ver la luz de la entrada, ¿qué profundidad podrá tener este agujero?» se preguntó Rey, mientras miraba en dirección al círculo de conjuros que había dejado atrás, el cual parecía que ya estaba muy lejos. «Lo mejor de todo es que mi velocidad de caída no va a seguir aumentando. Primeramente, tengo que ponerme de forma vertical, mirando hacia abajo para poder usar un clamado que pueda aminorar la velocidad con la que estoy cayendo. Es fácil decirlo, pero mis músculos están tan contraídos que ni siquiera puedo sentirlos. La fricción del aire me quema y no sé exactamente qué tanto tiempo me queda con tantas cosas por hacer.»
El joven híbrido volvió a toser sangre, la regeneración de su cuerpo estaba consumiendo mucha energía para poder mantener el nivel de daño al margen. Las fuerzas se le marcharon, así como la consciencia. Rey decido cerrar los ojos lentamente, pero aun así no dejó de ver. Por impresionante que sonara, él pudo ser capaz de verse a sí mismo junto a una pequeña luz en su interior oscuro, en el cual vivía una pequeña llama que parecía alimentada por la felicidad.
«Mmm… ¿Estaré durmiendo nuevamente?»
—No creo que sea una pregunta que debas hacerte, solo perderás el tiempo — le dijo a Rey una voz totalmente diferente, que arrojó un comentario al aire.
Era un tono fino, acompañado de notas musicales asociadas solamente a sílabas tarareadas por otra entidad presente.
—La larala la ra la la la… larana na, nara ra.
—Esa llama la siento muy familiar. ¡Su calor me reconforta! Me siento como en casa —dijo Rey, sintiendo la familiaridad del lugar, mientras entraba a un mundo nuevo, en el que no existía el peligro inminente de morir estrellado como un meteorito.
—¿No deseas alcanzarla? —preguntó History, acompañada por los tarareos de Melody. Así era como estas dos entidades se nombraban.
— Na nana na, nanana na nana la.
Ante la pregunta y el tarareo, el joven de ojos blancos estiró su mano y trató de alcanzar el fuego tan cálido que se le mostraba. A punto de tomarlo, notó que algo lo detenía. «¿Qué es esto?» se preguntó, mientras una extraña fuerza lo empezó a succionar de vuelta al momento que debía resolver, con tal de no morir.
—Rey, aún no es tiempo de llegar más arriba como hechicero y despertar el micromundo interno. Tienes que luchar, aférrate a la vida, sea como sea. Resurge todavía más fuerte para que nadie pueda arrancar tu felicidad y regresa una vez más, veremos, si en ese momento, logras pasar la prueba —dijo History, mientras Melody seguía tarareando.
Una vez que perdió de vista la flama, Rey regresó al presente, a sentir el viento, las llamas, el frío y los ojos de un agujero sin fondo que le observaban. Se hizo consciente que su cuerpo estaba cayendo y le intrigó el estado interior que había alcanzado, por lo que, inhaló una bocanada de aire y tan pronto sintió que la tos incontrolable que le atacaba en todo momento había mermado, decidió hacerse con el control de su cuerpo encorvado, cerró sus puños y abrió sus ojos.
«No me permito morir» dijo Rey. Con su pie pudo golpear la pared bruscamente, cosa que le hizo impactar en el lado opuesto del agujero, aunque eso era necesario con tal de aminorar la velocidad de la caída. Tembloroso, con la mirada fija y renuente a dejar que sus propias fuerzas le defraudaran, cruzó las manos en frente de su rostro y redujo considerablemente los daños físicos del siguiente impacto que recibió.
Un tanto más al control de su propia caída, Rey empleó lo que quedaba de sus alas para colocarse correctamente en el mismísimo centro del agujero a la vez que se volteó, poniéndose así de frente al fondo del interminable precipicio. Tomando un respiro profundo, alineó todos sus vórtices de energía, calmó los latidos de su corazón, limpió su mente de emociones, y pronunció una bendición:
—Última voluntad.
Anteriormente, esta bendición se efectuaba solo a individuos al borde de la muerte con tal de hacer que pudieran cumplir un propósito antes de morir irremediablemente. Pero fue mejorada por la hechicera propietaria del Grimoire, conocido como el “Santuario de Atena”, que su maestro Heroclades cargaba a todos lados, para hacer más eficiente su uso y convertirla en una bendición de “potenciación corporal permanente consecutiva”.
‘Consecutiva’, en el sentido que el hechicero debe mantenerse administrando una cierta cantidad de poder con tal que la bendición siga haciendo efecto y ‘permanente’ porque el hechicero no tiene que seguir administrando poder con tal de mantener el efecto. Esto evitaba, en gran medida, las consecuencias perjudiciales para los usuarios que no pudieran seguir administrando energía; pero para los que no supieran cómo usarla o quienes abusaran de su uso, tendrían como consecuencia una muerte súbita, o por lo menos, daños permanentes.
Bajo los efectos de la bendición pronunciada, la cual técnicamente simula regresar el cuerpo a un punto de guardado en específico, que se encontraba de diez a veinte minutos en el pasado, fue que Rey regresó a tener la misma salud que tenía antes de arrojarse por el precipicio. Con esto, él hizo trescientas cuarenta y ocho posiciones diferentes de sus manos con tal de manipular la aerodinámica de su caída. En todas y cada una de las posiciones, Rey utilizó silenciosamente el clamado conocido como “Impacto de viento” que era casi lo mismo que el círculo de conjuros antes creado, solo que mucho menos potente y sin la capacidad de materializar caballos para frenar aún más su descenso.
Los esfuerzos por parte del joven para posicionarse en el sitio óptimo para detener la caída y subir, eran porque sabía que, por tan solo un milímetro de desviación, su cuerpo subiría todo lo que bajó chocando con las paredes y la regeneración otorgada por sus condiciones sobrehumanas no le permitiría mantenerse consciente. Una cosa era subir e impactar contra el techo y otra bien distinta era subir y chocar cientos de miles de veces contra los muros del agujero hasta llegar a chocar con el techo.
«Perfecto, es todo o nada» dijo Rey, quien con sus manos extendidas volvió a efectuar el clamado silencioso de “impacto de viento” solo que administró una cantidad de energía colosal, reguló la velocidad para que fuera la máxima posible y amplificó la cadencia a niveles exponenciales, lo que hizo que la fuerza del golpe del impacto contra el metal del fondo del precipicio, fuera suficiente para reducir su velocidad de caída y hacerle salir despedido todo el camino que había bajado de vuelta a la superficie.
Aunque toda la piel, carne y tejidos del brazo de Rey se desprendieron como efecto secundario, tan solo una décima de segundo después de efectuar el clamado silencioso, la caída comenzó a frenarse. No de forma instantánea, pero el proceso de desaceleración fue tan brusco y descomunal, que para cualquier otro ser vivo que no estuviera bendecido con potenciaciones corporales, hubiera sido letal. Aun así, incluyendo el sacrificio de la carne de su brazo derecho, los cálculos daban resultados favorables a la desaceleración total de su velocidad de caída. Como si pretendiera hacer un aterrizaje seguro en el fondo del abismo, empujándose hacia los lados con su brazo izquierdo, Rey se las ingenió para ajustar su descenso tratando de mantener la posición vertical de su cuerpo.
A dos palmas de tocar el suelo, algo más que solo la oscuridad quedó grabada en la borrosa percepción de la visión del joven. Una puerta abierta, una luz, personas con ojos de cristal, rostros de plástico y narices sobresalientemente redondas, todos cubiertos de una prenda enteriza y armados. Producto a la presión de aire, ellos salieron disparados hacia los lados y contra las paredes.
Sin poder ver más, Rey encorvó su cuerpo para usar el mismo clamado silencioso que hizo con su mano derecha, pero ahora con sus pies para salir desprendido a gran velocidad en dirección opuesta. Aunque sus pies resultaron heridos, no fue tan grave como lo que le pasó a su brazo más diestro, aun así, ese clamado no sería suficiente para hacerle llegar a la superficie. Con cinco chacras bloqueados de los veinticuatro que tenía en su cuerpo, la energía envenenada, su corazón que comenzaba a acelerarse y a punto de toser sangre, sería un suicidio clamar nuevamente. Pero él no tenía que volver a clamar, dado a que aún quedaba el círculo de conjuro flotante en el aire.
«Con tal solo pasar ese círculo, podré llegar a la superficie» pensó Rey, mientras miraba la luz azul neón que se veía cada vez más y más cerca.
Perdió velocidad y extendió su mano izquierda, debido a eso, a Rey no le quedaba más que confiar que llegaría, pero en medio del aire se detuvo antes de alcanzar su objetivo. Tan cerca y a la vez tan lejos, pero no iba a rendirse, después de todo, la bendición que le regresó su cuerpo a un estado saludable, también le había regresado todo el plumaje perdido de sus alas. Sacando las dos inmensas extremidades extras, se impulsó hasta llegar a sostenerse de los dos últimos caballos que se veían dentro del círculo de conjuro, que se desvaneció en el aire.
Apenas salió del agujero, el cuerpo maltrecho de Rey, impactó fuertemente contra el techo de la habitación de evacuación. Sin plumas en sus alas, sus pies en mal estado y con un brazo ausente, Rey soltó un gran chorro de sangre por la boca tan pronto se estrelló de frente contra los metales sólidos.
Los daños recibidos por el cuerpo del joven fueron críticos, tanto así, que rompieron los efectos de las bendiciones, potenciaciones y hechizos que había impuesto en su organismo. Casi perdiendo el conocimiento una vez más, de reojo notó algo que nadie más fue capaz de notar. Ahí estaba de pie, vistiendo prendas negras, como si estuviera esperando a obtener algo sin esconder el inmenso objeto afilado que cargaba con una de sus manos. También estaba White ahí, la bestia blanca que buscaba salir, pero a la vez no podía, ya que estaba atrapada en una dimensión intangible. Resignado a gritar sin poder ayudar, el felino se movió de un lado a otro.
Con una sonrisa como saludo, Rey miró de frente al vacío del que había salido exitosamente, ya que sus cálculos no estuvieron errados. Sabiendo que tenía que hacer algo para no volver a caer, que su cuerpo no podría resistir por sí solo el agarre de la gravedad que se adueñaba de su persona y que tenía un futuro que prometía llevarlo de regreso a donde recién había salido, se dijo antes de cerrar sus ojos: «¿Qué tiene de malo depender de los demás?»
Después de prácticamente resoplar con su boca, Dante se puso en marcha y tras pegar un salto, rescató a su hermano de volver a caer por aquel agujero que no parecía tener fondo.
—Aww —gritó Dante, como si fuera un conquistador, claro, él podía dejar morir a su hermano quien bastante había hecho y merecía descansar en paz, pero también podía salvar al salvador de cientos de personas y ganar aún más reconocimiento con mucho menos esfuerzo.
Jhades también se había preparado para ayudar a su hermano, más por conveniencia que por obligación fraternal, después de todo, el vampiro podía entender el lenguaje de los habitantes de ese mundo, hacer aparecer y desaparecer sus armas, entre otras cosas convenientes, gracias a la magia de su hermano. Él tampoco se enfrentaría a ese tal Gilgamesh, ni tenía fe en que Dante se portara bien sin nadie que le cuidara de cerca, como Rey siempre hacía.
—Lo han logrado, salvadores sean ustedes —advirtió Román con la intención de motivar a los tres pequeños restantes a que salieran de aquella habitación y se mostraran ante quienes aún podían moverse.
Jhades hizo desaparecer su figura y presencia, mientras que Dante, con el pecho inflado, se echó a su hermano inconsciente en el hombro y tan pronto pasó por un lado a Román, se hizo visible ante todos. El licántropo llevó el cuerpo de Rey hasta el otro lado de la puerta y sintió la agradable sensación de ser recibido por aplausos por parte del personal de seguridad y el agradecimiento en los ojos de quienes conservaban sus vidas.
—Gracias a ustedes no ha habido ninguna pérdida —dijo Marín, tras mirar a Román un tanto preocupada, ya que realmente no sabía si estaba diciendo la verdad o no.
Dejando el cuerpo de su hermano en el suelo, Dante amplió la sonrisa de su rostro y extendió sus manos para dar vueltas en el lugar como si estuviera bailando al son de los aplausos que cinco o seis individuos se mantuvieron dando.
—¿Sabes? —agregó Román a modo de susurro cuando Marín se le acercó—. No es demasiado tarde para domar al que te he asignado. ¿Por qué no apelas a su lado civilizado y le enseñas los placeres de la carne como Lía hizo con Rey?
—Pero ¿cómo? —Respondió Marín—. Soy la encargada del personal de seguridad precisamente porque nunca he sido muy buena en las artes amatorias.
—Eres muy fuerte y brusca para un ser humano, pero no será el caso para alguien que no lo es. Confía en mí. Primero déjate caer y muéstrale admiración, dile que tienes envidia de un líder tan admirable y fuerte como él. Después ponte a su nivel y luego, poco a poco, muéstrale el camino de otorgar los placeres del cuerpo.
Marín se quedó pensativa, haciendo como si entendiera el comentario de Román. Era cierto que hasta el momento ella no había podido comunicarse con el lobezno, pero las palabras no eran fronteras para la comunicación, si existía el lenguaje corporal. Además, Dante respondía más a los halagos y recompensas, que a gritos, regaños y castigos.
—Suficiente, dejen de aplaudir, ¿que no ven que es un monstruo y por su culpa estamos condenados a morir? —dijo uno de los sujetos de prendas ostentosas de mal humor, sosteniéndose el brazo sin poder quedarse callado por el dolor que sentía.
Dante se volteó achicando los ojos y sacando sus dientes en respuesta.
—¡¿Te salvaste de morir tu solo?! ¿Acaso salvaste a quien te salvó de morir? Que tengas un brazo roto no significa que no puedas aplaudir. Primeramente, cuando seas alguien invencible, podrás hablar y dar tu opinión, ¿entiendes?
Dante gritaba malhumorado de un lado a otro sin dejar que el personal médico pudiera seguir tocando a quien le había insultado, cosa que aprovechó para fracturarle el otro brazo y después los pies. Claro, las mujeres y niñas que estaban ahí se sintieron contentas con la situación, puesto que la víctima del licántropo era alguien notorio por abusar de las esclavas sexuales.
Una vez la situación siguió escalando, la encargada del personal de seguridad terminó de hacer preparaciones con Lía y Román para arrojar una granada de humo en dirección a Dante, quien estaba enfocando toda su atención en alguien de clase alta que, aunque se desmayara del dolor, aun le gruñía como si fuera comida que estaba a punto de devorar.
—Vaya Dante, eres impresionante—dijo Marín pretendiendo estar fascinada con lo que pasaba, pero evidentemente no era que le saliera con naturalidad—. No te enojes por seres insignificantes. Eres un líder impresionante, fuerte y admirable. Estuve equivocada todo este tiempo en el que te traté como si no lo fueras.
Ninguno de los presentes pudo entender lo que estaba sucediendo, las palabras por parte de Marín estaban tan mal actuadas que no tenían propósito ni fundamento en dicha situación. Por otro lado, Román pensaba «Creo que un gato puede hacer mejores expresiones de estar interesado, no es que tuviera esperanzas en que ella pudiera hacerlo mejor, pero ¿así de mal?»
“Dante el impresionante”, esas palabras rodaron dentro de la mente del licántropo de tal manera que le hicieron sentirse el dios del mundo.
—¡Ohhh! —exclamó él, olvidando las intenciones que tenía de comerse vivo a quien le había insultado, para luego deletrear las silabas de la palabra que tanto se parecía a su nombre en la finalización— ¡Jejeje! Im-pre-sio-nante.
«¡¿Se lo creyó?!» se dijo Marín sorprendida, reconociendo que no era tan mala en las artes seductoras como pensaba.
Por otro lado, Jhades miraba a Rey y se daba cuenta que las fuerzas de su cuerpo se debilitaban y que sus armas no podían salir del espacio en donde estaban, seguramente debido al estado en el que Rey se encontraba. Esa situación le hizo buscar a Lía, quien aún no se había dado cuenta cómo estaba su hermano.
—Vayamos a un lugar más privado —sugirió Marín, empleando de forma más cómoda sus técnicas seductoras mediocres—. Quienes están aquí no merecen tu grandeza y yo tengo muchas preguntas que hacerte.
Dante estaba excitado, puesto que tenía mucho que contar, cuidando que Rey no estuviera despierto, miró cómo el personal médico se acercaba a ponerle varios artefactos. Era conveniente contar la historia a su manera, pero no quería que su hermano híbrido despertara y desmintiera algunas escenas, así que, dándole un último vistazo en dirección al vampiro, que raramente se le veía interesado en hacer algo, resopló un “Mmm”, que significaba “mantente alejado”.
Román, tras ver como Dante y Marín se marchaban, cambió la dirección de su mirada a Lía, quien no se movía de su sitio. Rey estaba tendido en el suelo, entre la vida y la muerte, y ella parecía no saber qué hacer ni cómo reaccionar.
—¡Doctora! ¡Doctora! —grito Román, llamando la atención de la vampira— ¿Qué debemos hacer con él? Aún está vivo.
El sujeto avanzado en edad, estaba cerca del personal médico y aunque no tomó parte en ninguna de las actividades, se incluyó en el grupo, mientras señalaba el cuerpo tendido que casi no respiraba.
La duda que detenía a la vampira era confirmar si Rey estaba vivo o muerto, ella no quería acercarse y tener que confirmar el peor de sus miedos y además se reprochaba por no haber podido entrar y ayudarlo por más que quiso, ya que el viento la mandó a volar. Pero al saber que aquel al que tanto apreciaba aún estaba vivo, pudo tomar un respiro en el lugar y comenzó a dar las órdenes al personal médico de llevar el cuerpo a la sala de operaciones.
Dante se marchó con Marín, Jhades desapareció por un ducto de ventilación y Rey fue cargado a la sala de operaciones. Para Román, todo lo que quedaba eran cuerpos que agonizaban tratando de mantenerse con vida, nada lo suficientemente valioso en lo cual administrar su tiempo. Con la ausencia de los tres hermanos, se sacudió las manos y también se dispuso a marcharse, casi sin ser notado por nadie, silbando al aire.
—Vine con la intención de contar mis hazañas y terminé despertando en una silla atado de brazos y piernas, ¡¿qué podría ser mejor?! —murmuró Dante en su extraño idioma—. ¿Acaso fui engañado por ella? Imposible.
La habitación en la cual el licántropo estaba encerrado no tenía salida, tampoco ventanas, pero contaba con una puerta, había también una cámara, una mesa y una luz encendida justo a un metro de su cara. Era un cuarto de interrogatorio minuciosamente preparado para sacarle información a los esclavos que se atrevieran a organizar conspiraciones en contra del templo, pero al ser Román tan benevolente como dueño, casi no se le daba uso a no ser que un cliente lo solicitara.
Dante intentó acostumbrar su vista a la destellante luz para tratar de ver en la oscuridad, pero sus ojos, que podían ver tan claro en la noche como si fuese de día, tenían un punto débil. Recién había descubierto que, si estaban siendo apuntados con una luz brillante, sus ojos no podrían adaptarse sin antes terminar con la retina quemada, lo cual le provocaba un dolor intolerable. Desistiendo de ver en un sitio en el que no podía, cerró sus ojos para usar los otros sentidos que le quedaban.
Entre las sombras, al otro lado de la luz, un segundo par de ojos rojos se abrieron. Marín estaba contemplando a su presa con un pequeño látigo en la mano. La chica, intranquila, sin deseos de mantenerse estática, comenzó a caminar. Con pasos firmes, uno tras otro, rodeó varias veces al cautivo. Deteniendo su firme caminar en frente de Dante, le colocó el látigo en la cara como si hubiese decidido cómo procedería.
—Impresionante Dante, dime —dijo ella con voz ronroneante y seductora—. A pesar de haber salvado el momento y de lo mucho que quiero que me cuentes tus hazañas de la habitación de evacuación, te até de pies y manos porque creo que Rey ha hecho cosas que tú no, ¿acaso no te molesta siempre quedarte atrás con respecto a tus hermanos?
El licántropo, quien en un principio estaba dispuesto a dislocarse el hombro y partirse las piernas con tal de zafarse de las sogas que le amarraban, apenas escucho el nombre de su hermano, comenzó a pensar diferente. ¿Qué era lo que su hermano había hecho que él no? ¿Por qué estaba en un cuarto solo con una mujer? Las respuestas le vinieron a la cabeza cuando recordó ver cómo la doctora besó a Rey.
«Sí, él hizo lo que padre y madre, lo que mi maestro y su amante… Un líder tiene que ser amado por alguien, besado y calentado. Aún no estoy completo» se dijo a sí mismo el lobezno, para después hablar en voz alta:
—¿Por eso me perseguían?
—Porque te amo —respondió ella titubeando.
Impresionado, el joven abrió sus ojos ante la luz. No podía ver las expresiones de Marín, los gestos de su cuerpo o cualquier indicio que mostraban las personas cuando estaban mintiendo. Pero, aunque se estuviera riendo y diciendo esas palabras para burlarse de él, Dante no hubiera dudado en tomarlas como verdaderas.
—Tú y yo, juntos. Lo demás, no importa —contestó el joven después de mostrar una sonrisa avergonzada mientras esquivaba con su mirada la luz que le encandilaba.
—Pero para ser mejor que tu hermano debes de ser más intrépido y temerario —continuó Marín—. Las parejas se escuchan mutuamente y no salen corriendo por ahí mientras gruñen por los ductos de ventilación, ¿o sí?
Para Dante la revelación tuvo mucho sentido. Era verdad, Rey no se valía de correr y gritar por los pasillos, tampoco su maestro en un pasado. Sin embargo, no podía reconocer que había actuado mal, puesto que le haría ver como un líder débil. No era que careciera de experiencia en el sexo, después de pasar suficiente tiempo despierto en las tres primeras noches eternas que le tomó concluir el entrenamiento, él dormía en la misma cama de su maestro y la maestra de Jhades. No obstante, aunque su contacto con el sexo fue profundo, él no era más que un juguete entre dos individuos que habían vivido cientos de años. Para él era una lástima no haber podido experimentar la iniciación con los demás miembros de la manada, mientras estaba viviendo en el séptimo círculo del infierno.
Amar y ser amados por todos era la iniciación, la misma que también hubiera podido convertirse en una ejecución, dado a su comportamiento. «El maestro, quien amaba y era amado, siempre era perseguido por su pareja, estaba casado y era emboscado a cada momento», pensaba Dante. Ahora no podía perder la oportunidad de formar una manada propia. A punto de decir algo con tal de justificar sus acciones y lucir bien, Marín le interrumpió.
—Yo sé que querías “comprobar” cuánto te amaba —dijo Marín seductoramente, como si le sacara las palabras de la boca al licántropo—. Mientras te perseguía me demostraste lo fuerte, rápido y ágil que eres. Espero que ahora puedas notar lo mucho que me gustas, por eso te tuve que amarrar, pero sé que te puedes escapar en cualquier momento, solo te pido que no lo hagas.
El ego de Dante estaba siendo inflado como nunca, por primera vez alguien le estaba reconociendo como lo que era. Además, si su maestro siempre era capturado porque Katherine era mucho más fuerte, él estaba un paso al frente de Miján por no dejarse capturar con tanta facilidad. Tal vez, esa era la explicación de la manera en la que Marín ahora se comunicaba con gestos mimosos y halagadores. «Claro, madre actuaba así con padre porque ella no podía capturarlo. Mientras que Katherine era fría y brusca con el maestro porque ella podía hacer con él lo que quisiera».
Abarrotado por revelaciones intuitivas de preguntas que se habían quedado sin respuestas, Dante en ningún momento llegó a notar cómo Marín intentaba esconder la vergüenza que sentía al hablar como alguien que sabía algo, aunque realmente no era así. Con un golpe de su látigo contra uno de sus muslos, disfrazando su voz como si estuviera necesitada con tal de poder decir las últimas palabras, ella interrumpió los pensamientos de su cautivo diciendo:
—¡Sé mi macho alfa! Dante, te necesito conmigo.
Las palabras habían sido dichas, él era necesitado por su fuerza, valentía e invencibilidad, pero no sabía qué decir para sonar bien. Como una cereza sobre el helado, el sonido que Marín hacía al desvestirse fue lo que invadió el lugar.
Por otra parte, la intención de Marín al usar su piel desnuda, era fomentar que el deseo de poseer se despertará aún más entre las piernas del joven amarrado. Esperar por una respuesta sería en vano cuando las acciones podían abrir paso a las palabras que podía hablar su cuerpo.
Dante nunca había tenido la oportunidad de ver la figura desnuda de Marín, ella no era musculosa como Katherine, ni tenía una figura delgada y delicada como la de su maestro. Aun así, ella se le ponía al frente y con sus acciones pedía ser vista. Aunque la luz no era suficiente y el cuerpo vestido no era la gran cosa, él se excitaba por lo novedoso que le resultaba el momento.
Agregando leña al fuego en los ojos de Dante, Marín retiró los tirantes de la blusa que llevaba puesta, dejando que su pecho derecho se le saliera dentro del apretado escote.
Viendo lo que las prendas ocultaban, Dante posó su mirada en el desproporcionado aro circular que coronaba a la circunferencia de carne. Aunque el pecho expuesto era lo suficientemente grande como para mecerse de forma hipnotizante de un lado a otro con cada respiración, no era tan llamativo como el sentimiento de tener a Marín sintiéndose cómoda con enseñarle exclusivamente sus partes privadas con tanta facilidad. Eso era suficiente para hacer sentir un poderío embriagante. Después de todo, que se le saliera una tal vez podía haber sido un error, que podía rectificar en cualquier momento, pero no fue así.
«Ella podía fácilmente disculparse, pero sacarse el otro…» se dijo Dante, sin intención de señalar que con uno se conformaba.
Libres de las compresas, Dante notó que Marín tenía senos considerablemente generosos que se movían de un lado a otro, pezones marcados cuyas areolas de color marrón oscuro se hacían ver pequeñas ante lo que parecía algún tipo de endurecimiento de la piel que componía la zona. Ella entendía que nunca había sido buena con las palabras y que su mejor arma secreta era su cuerpo voluptuoso que escondía entre prendas que bien le disimulaban la fabulosa figura que tenía. Cuando alguien parecía no tener atributos femeninos muy significantes y de buenas a primeras se desviste mostrando todo lo contrario, esa situación actuaba como una bomba para los cerebros que no podían procesar la información.
Con los pechos afuera, la lobezna hizo resonar el látigo sobre la mesa y ahí lo dejó, para usar esa otra mano libre con la intención de quitarse, lentamente, el resto de la ropa que le cubría el torso, mientras que las múltiples capas de prendas que se ceñían a sus piernas se quedaron esperando a ser retiradas.
El licántropo tragaba en seco mientras veía a Marín desatándose uno a uno los lazos, sacándose las hebillas, los botones y, por último, retiró con lentitud los atuendos formales del personal de seguridad del templo que se habían desajustado, dejando el torso de su cuerpo femenino expuesto.
«Con la parte de arriba… ¿acaso podré ver entre sus piernas?» se preguntó Dante, sudando, con el corazón que se le quería salir del pecho, sin poder siquiera cerrar sus ojos para parpadear. Él bajó la dirección de su mirada por las líneas que conformaban un abdomen delicado y tierno, uno que no había visto antes, uno que le encantaba. «Ella piensa quedarse desnuda… quitárselo todo y con eso, los dos tendremos sexo».
Dante observó con secreta admiración la manera en la cual Marín se despojó de sus prendas inferiores, como si viera un tesoro oculto en el más profundo de sus sueños. Un rayo electrizante recorrió el cuerpo del joven de ojos rojos, uno que le volvió loco al punto de hacerle menear las caderas con la intención de frotar su miembro, ya bien despierto, contra la mesa. Dentro del espacio entre las piernas de ella, una zona encantadora lo invitaba, casi parecía que lo llamaba por su nombre, con gritos ensordecedores.
Exponiendo su cuerpo, Marín también liberó sus hermosos cabellos lacios, cuyos mechones habían estado bien recogidos de forma profesional con una liga, dejándolos flotar sobre sus hombros y espalda, haciendo resaltar su cuello.
Por supuesto, ni el pelo, la ropa o las expresiones faciales de la fémina desnuda eran de importancia para los ojos del pequeño. Dante clavaba su mirada determinada en los dos pechos y entre las piernas de la lobezna, de arriba abajo y de abajo hacia arriba, como si no supiera por dónde empezar a comer. El fuego de una exploración consumía las ansias del joven enfocado en buscar placer, pero Marín, dándole una patada a la mesa tumbó la luz y apartó eso contra lo que Dante se frotaba. Ella personalmente se acercó y tan pronto extendió su mano derecha, le agarró el miembro por encima del pantalón, para demostrar que ella podía darle más placer que una mesa. Haciendo que la bestia se tranquilizara ante la nueva sensación, siguió mirándole a los ojos.
Petrificado, Dante podía aceptar que había sido tomado por sorpresa, los suaves y cuidadosos movimientos de dedos que pretendían ser bruscos no le dejaron pensar. Con ojos grandes y atentos, él la miró, mientras trataba de mantener una sonrisa. Una expresión facial que decía estar al mando de la situación, pero en verdad no lo estaba en lo absoluto, dado que todo era nuevo y muy repentino. Tal vez para él no era tan malo hacer como su maestro hacía y dejarse llevar ante los caprichos de la fémina que le poseía, después de todo, era el único que estaba sentado sobre una silla amarrado.
Viendo la disposición de no seguir haciéndose el “sabelotodo”, Marín dijo:
—Esto es una felación, por si no lo sabías.
Tan pronto Marín se las arregló para romper el pantalón con sus manos, inmediatamente devoró todo el trozo de carne que había despertado de su profundo sueño. Aunque no pudiera respirar bien y se estuviera dañando las rodillas contra el suelo, ella, con su lengua, se las arregló para incluso llegar a estimularle los testículos.
Contrayendo los músculos de su cuerpo, Dante no pudo mantener su sonrisa triunfante; sin embargo, fue capaz de balbucear alguna que otra palabra como si se hubiera convertido en idiota.
—Con tan solo la sensación de la piel sensible en esa zona, no puedo negar lo bien que se siente, mucho mejor que cualquier otra cosa, estoy a punto de derretirme.
Era algo diferente, él nunca sintió tanto placer en el contacto de su cuerpo con otro. El presente se asemejaba al pasado. Estaban a solas en una habitación oscura, la hembra tomaba la iniciativa, se tocaban las zonas íntimas con euforia y libido. Aunque era un líder que se había ganado la admiración de su hembra, al contrario de su maestro o por alguna otra razón, Dante no podía entender que Marín estuviera actuando mucho más apasionada que cualquier persona que buscara satisfacer su cuerpo con placer.
Ella se dedicaba a mover su cabeza hacia delante y atrás, como si no esperara recibir nada a cambio. No solo su cabeza, ella también usaba sus labios, lengua y garganta, apretando y endureciéndose con maestría, según fuera necesario, con tal de proporcionar placer. Durante todo ese momento, lo único que él podía hacer era esperar y entregarse a sentir, alegrándose de que el sexo no fuera tan doloroso como lo recordaba.
Marín sacó el miembro de su garganta, con la intención de poder levantar su cabeza y mirar de forma soberbia al lobezno. Dante no le pudo devolver la mirada, tenía la quijada levantaba, indefenso, con su estómago expuesto.
Sin dejar de masajear de forma intensa el órgano lleno de baba en frente de su rostro, ella finalmente hizo contacto visual con una cara inocente, una que estaba dispuesta a escuchar, con tal de recibir placer como el que se le daba.
Contenta de tener la mano dominante en el juego, Marín incluso tenía la seguridad de poder decir lo bien que se sentía el licántropo por la reacción de este en su rostro. Contenta por recibir confirmación de su buen trabajo, volvió a devorar lo que tenía en sus manos. Pero esta vez, con su delicada boquita succionó tan fuerte como pudo al mismo tiempo que envolvía el miembro con su lengua y cuidaba de que sus dientes no hicieran contacto, otorgando con cada succión, una oleada de placer.
El sexo oral era algo que ella había estado haciendo desde siempre, después de todo, Marín era una sacerdotisa del templo de artes amatorias y con el calor de su boca, era posible aliviar las penas y los dolores de los clientes que dispusieron de sus servicios. Debido a eso, el sabor amargo y el olor fuerte de un miembro viril que no se había limpiado correctamente en los últimos días, ni siquiera le llamó la atención a la fémina.
Es más, como era la piel libidinosa de un cuerpo joven, esa situación le encantó y le agregó morbo de cierta manera. Aunque no era buena práctica discriminar ni tener preferencias para una sacerdotisa a la hora de dar placer, pensar que ella estaba haciendo el trabajo de limpieza que tenían que haber hecho desde un principio con su boca, le hacía sentir tan sucia como lo que estaba chupando y le encantaba.
Con los respiros incendiados y el color embriagante de la boca de Marín, a Dante se le hacía inevitable no retorcer su cuerpo sobre la silla en la que estaba amarrado. El placer que sentía era tan intenso como una cascada, pero lo peligroso era que esa corriente de agua prometía, terminar en lo que se podía definir, como un volcán en erupción.
Marín sabía cuándo un macho estaba por llegar al clímax, puesto que cuando estaban por eyacular empezaban a cerrar los ojos, levantaban la cabeza, respiraban hondo, hundían el suelo pélvico y tensaban el pene al punto de casi hacerle estallar. Pero ella no era tan ambiciosa como para comerse el mejor plato de una vez.
—¿Me deseas? —pregunto separándose del joven justo cuando estaba a punto de venirse—. Entonces, ¡ven por mí! ¡Hazme recibir tu amor!
A segundos de alcanzar el cielo con sus manos y caer suspendido en una nube, Dante regresó al suelo.
—¡Aww! —gruñó, para posteriormente perforarse el labio inferior con sus colmillos en un intento fallido de recuperar la razón y dijo—: Prepárate, porque te voy a dar con todo lo que tengo.
Ante las palabras confrontativas de su cautivo, Marín se volteó en la pequeña habitación cuya única bombilla estaba tendida en el suelo junto con la mesa astillada. De espalda al joven amarrado, ella se agachó de manera que dejó todo su ser expuesto con tal de recoger el látigo y después regresar a empinar sus caderas y abrirse bien de piernas.
Dante se quería zafar, salir de aquella silla desprendido, sentía rabia al ver una pequeña risa maliciosa correr por el rostro femenino, que parecía regocijarse por tener la situación bajo control. Sin dejar de observar en dirección a las nalgas apetitosas y suculentas que daban ganas de apretar, él vio cómo ella comenzó a golpearlas una y otra vez con fuerza en cada azote.
La piel redondeada y definida de las nalgas de Marín comenzó a enrojecerse, sin mencionar que con cada azote ella gemía y gritaba, valiéndose de su tono más erótico. Mientras se apoyaba con la mano opuesta a la pared, ella acercó sus pezones sensibles a la misma, de modo que la piel endurecida terminó raspando la rugosa superficie vertical. Sintiendo aún más placer por los latigazos que se daba y por la pared contra la cual restregaba sus pezones. Ante la espera de quien tanto hablaba y no hacía nada, ella decidió estimular de forma directa su tan caliente naturaleza expuesta al aire, dándose otra razón para seguir gimiendo de éxtasis, disfrutando por sí misma, puesto que su cautivo no hacía nada por acompañarle.
—¡De nuevo! ¡Estás haciendo que pierda el control! —Dante gritó lo que parecían advertencias vacías. Al borde de la desesperación, el calor que sentía su cuerpo le hacía sudar, las respiraciones aceleradas no eran suficiente para minimizar la sensación de ahogamiento y el corazón estaba a punto de salir entre sus piernas, todo mientras veía cómo la chica de cabellos negros jugaba con su cuerpo y le esperaba seductoramente.
«¡Ella tiene que querer sexo, que conecte mi miembro entre sus piernas!» se dijo el licántropo, como un guerrero enfocado en la batalla y en las capacidades de su cuerpo, y se sentía imparable. Pero ahora que estaba embriagado por los placeres de la carne, una miserable silla y varias sogas le retenían con mucha más eficiencia que antes.
La situación y su mente no le dejaban emplear al cien por ciento su fuerza disponible, ni tampoco le permitían ingeniar soluciones viables. «¿Qué será de mí si no puedo zafarme?» se preguntó Dante. «Ella hizo todo lo que pudo para atraparme y yo no podré hacer nada para corresponderle».
Sobándose los senos contra la pared, acariciándose los labios inferiores, dándose azotes, arañando sus muslos. Marín estrujó con sus manos y apartó sus dos voluminosos glúteos con la intención de dejar totalmente expuesto su ser.
—Aquí… apretados y bien profundos, te esperan mis agujeros. Házmelo cuando te decidas, puedes usarlos cuantas veces quieras, no me cansaré de esperarte.
Dislocando su muñeca y partiéndose el brazo derecho, Dante pudo aumentar el tamaño de su cuerpo, liberarse de las sogas que le ataban a la silla y salir desprendido con agresividad a quien se le ofrecía. Como un animal voraz, deseoso de enterrar su rostro entre las piernas abiertas de Marín, un sentimiento le detuvo, le hizo más cuidadoso, protegiéndolo de caer preso ante las provocaciones. No era el dolor de su labio ensangrentado, ni la molesta sensación de una muñeca dislocada o el proceso regenerativo de un brazo partido, pero sí recordaba, en carne viva, casi perder la cabeza cuando intentó tocar a Katherine sin que ella lo consintiera antes.
“No importa cuánto una presa se te ofrezca, nunca actúes como una bestia. Esta es la primera advertencia, no existirá una segunda oportunidad para que aprendas” sonaron las palabras de Katherine, la vampira amazona cazadoras de bestias, dentro de la mente de Dante.
Con fuerza, el lobezno, quien en su transformación sobrepasaba el tamaño de la fémina, estrelló sus dos manos en la misma pared en la que la chica apoyaba su frente.
En la habitación se escuchaban las fuertes exhalaciones de dos individuos que trataban de controlar la respiración agitada que se les escapaba. Dante no podía proceder, no porque no supiera cómo, sino porque no sabía si debía o no. Él tenía como referencia la relación que su maestro había tenido con una vampira musculosa, la misma que tomaba el papel dominante en la interacción sexual cuando él estaba presente.
Marín se había sorprendido, incluso asustado, puesto que no se esperaba que su cautivo pudiera cambiar de tamaño. Un cuerpo que antes era bajo de estatura, ahora la sobrepasaba. Cuando ella tuvo la oportunidad, miró de reojo su paquete, y sí, esta zona igualó los cambios del cuerpo y duplicó sus proporciones.
—¿Acaso sientes miedo? —preguntó Marín, notando cómo Dante titubeaba como si fuera un perro con un collar—. Interesante, Dante, te doy mi consentimiento. Usa ese miedo a tu favor, sé que puedes, rompiste las sillas y las sogas que te ataban —continuó hablando, quien fascinada y con aires juguetones de seducción, comenzó a acercar lentamente su rostro al rostro del licántropo mirándole los labios.
Con las palabras de quien se le ofrecía, dejando de apoyarse contra la pared, Dante procedió a usar sus manos ya recuperadas para aferrarse a la cintura de Marín con la intención de tener un mejor agarre. Él, intentando demostrar que no tenía miedo, arrojó su cuerpo hacia adelante con fuerza. Tal vez aún no sabía cómo se debía dar un beso romántico, pero sí conocía la manera de usar su miembro viril y meterlo por completo, de una vez, por el primer agujero que encontrara. Con la mente en blanco, sus caderas se movían de forma constante y aunque de vez en cuando sus movimientos se volvían salvajes, la cadencia no disminuía en lo absoluto.
Sintiéndose querida, ante las numerosas embestidas por parte de una bestia ardiente, Marín le dio la bienvenida al azotar de un cuerpo ajeno contra sus nalgas. Separó los labios de su boca en un gesto de gusto deleitante. Meneó sus caderas para incrementar el placer que podía recibir y sentir. Dejó que su carne expuesta recibiera el filo de las garras del licántropo, con tal de no dejar escapar el trozo de carne en erección que golpeaba contra las paredes de su interior.
Cuál perro desesperado que buscaba eyacular toda la carga que tenía en los testículos, tan rápido como podía, Dante comenzó a subir el ritmo de sus embestidas, llegando a sentir que podía alcanzar el clímax en cualquier momento. Pero con el revés de su mano y su puño apretado, Marín se volteó de forma violenta, propinándole dos golpes al lobezno que tenía los ojos cerrados y el rostro de quien estaba a punto de llegar al cielo.
Un piñazo justo debajo de la mandíbula, adicionado al dolor de una brutal patada ascendente entre sus huevos también se sumó en el momento. Dejándolo confundido y desorientado, puesto que no había hecho algo malo. Dante cayó de rodillas al suelo sin saber en qué se había equivocado.
—Recuerda que esto es a mi manera —dijo Marín tras levantar con el cabo de su látigo la barbilla del chico arrodillado que estaba cubriendo su zona privada con sus dos manos y hacía que sus dientes rechinaran, con tal de soportar el dolor que sentía, pero no era suficiente.
Dante tensó los músculos de su cuerpo, incluyendo los de su rostro, que terminaba en una mueca de dolor. Luego resoplaba como un toro herido que abría los ojos lentamente. Aunque quería hablar y pedir explicaciones, la desagradable sensación que ascendía latente entre sus piernas, no se lo permitía.
Marín caminó en círculos, alrededor del cuerpo arrodillado. Muchos hombres después de experimentar dolor en el sexo ni siquiera pueden continuar y se rinden ante la sensación de enojo, pero aquello que estaba en el suelo no era un hombre, era una bestia que estaba siendo puesta a prueba. ¿Pasaba o no?, esa era la pregunta. Cuando ella terminó la vuelta que daba, se inclinó hacia adelante para levantar una pierna por encima del chico arrodillado y colocar su naturaleza bien dilatada y llena de fluidos en la cara de este.
La nariz de Dante enloqueció, las feromonas que la hembra en celo segregaba eran imposibles de ignorar. Tanto que aun sintiendo el dolor que sentía, la erección de su miembro viril ni siquiera tuvo tiempo de descender y si de casualidad lo hubiese hecho, hubiera resurgido como el fénix, gracias al agridulce aroma y sabor de la magnífica anatomía femenina.
Radiante en una forma esplendorosa y seductora por encima de todo, Marín se restregó contra aquel rostro hasta llegar al orgasmo por sí misma. Aun valiéndose de un solo pie para apoyarse y el otro para agarrarse contra el cuerpo arrodillado, ella dejó salir todo lo que tenía en su vejiga junto con las contracciones de placer con tal de humillar al chico, cosa que le hacía sentirse más excitada. «Mi deseo se hace realidad», pensó, «así como dijo Román, puedo dejarme ser yo misma sin tener miedo a que él se rompa como lo hicieron los demás».
Por otro lado, para Dante, la sensación que le provocaba estar siendo dominado era increíblemente mejor de lo que se imaginaba. Los olores con los que ella le había embadurnado el cuerpo gritaban una única cosa, “soy tu hembra”. Pero ella no le decía nada, a pesar de haberle golpeado dos veces. «¿Cuál es la prueba?» se preguntaba, queriendo volver a penetrar la tan estrecha hendidura con su musculo viril, aún más grande e hinchado que nunca, por tener que esperar.
Marín, recuperó el aliento, se dio cuenta que el chico comenzó a volverse activo, estaba usando su lengua para degustar la hendidura que aprisionaba su rostro. Notaba la suavidad del músculo humedecido, cómo se abría sin problemas al interior de su ser. Ella le agarró por los cabellos, gimió pidiendo más, siguió restregándose para disfrutar más intensamente el calor abrasador que emanaba la lengua de un licántropo.
Cuando el orgasmo de ella volvió a estar entre sus puertas, mientras sus cinco sentidos amenazaban con ser inundados por el placer desbordante, Dante se puso de pie haciendo que ella se le separara. Luego, él le agarró los pechos para estrujarlos con la intención de hacerle experimentar dolor, pero ella se derritió de gusto, tanto que volvió a alcanzar el segundo orgasmo.
Dante, llegando a la conclusión de que no podía pagarle con la misma moneda, con sus manos libres comenzó a reaccionar con la intención de alcanzar el placer que se le había sido arrebatado, dos veces. Arrojándose contra el suelo, decidió abrazar con fuerza el cuerpo de su compañera para asegurar que esta no se le escapara ni pudiera golpearlo, antes que él llegara al clímax.
La flama del deseo entre la pareja fue tan ardiente, que incluso se avivaba aún más, con tan solo el roce que provocaba el aire exhalado en la piel del otro. A pesar de no tener melodía, ambos cuerpos quedaron sumergidos en una estrecha danza. Sin más demora, todas y cada una de las caricias y movimientos se detuvieron por un segundo, ambos estaban con sus bocas entreabiertas, dispuestos a disfrutar lo que sentirían.
Debido a que Dante usaba sus dos manos para abrazar el cuerpo de Marín, a pesar que moviera sus caderas con desenfreno, él no podía encontrar el agujero, sin saber que la chica, por supuesto, estaba impidiendo que su miembro se le enterrara entre las piernas. Con mirada juguetona, ella se deleitaba al sentir el trozo de carne golpeando contra su botón de la felicidad, justo en el momento indicado ella dejó que él le penetrara poco a poco, cosa que desembocó en otra inmensa explosión de éxtasis para ella.
Después de tantos intentos fallidos, ya con la lengua afuera, Dante finalmente logró sentir el calor y la humedad que el cuerpo de ella tenía para transmitirle. Tan pronto el miembro viril comenzó a asediarla entre las piernas, fuera que entrase en el agujero correcto o no, Marín dirigió su boca hasta llegar y morder la tetilla derecha de Dante con el mero propósito de hacerle sangrar y provocar dolor.
Al mismo tiempo que rodeo con sus manos libres el cuerpo fornido y buscó con sus dedos, entre las nalgas de este, el agujero prohibido. Ella tenía la intención de ver qué tan profundo podía llegar y qué tanto lo podía abrir. Mientras que con su boca devoraba el pecho derecho de Dante, chupando y mordiendo ese pezón, los dedos índices y el del medio, se encajaron en la retaguardia del lobezno sin que estuviera lubricada, metiéndolos bien profundo y abriendo tanto el anillo de carne como para crear una buena apertura.
Encontrando placer en el sufrimiento, con sus uñas, Dante se aferró a la cabeza de ella para no dejarle escapar mientras aumentaba la velocidad de sus embestidas. A punto de llegar al clímax, ya los músculos de todo su cuerpo comenzaban a temblar y Marín, tan pronto notó cómo el líquido seminal del licántropo golpeaba como un martillo el fondo de su órgano femenino, pensó en que no podría seguir disfrutando.
Por experiencia, cuando un hombre se venía en el coito, perdía dureza y libido, tan pronto derramaba de cuatro a siete disparos, pero el licántropo no era un humano. Él siguió dándole con todas sus fuerzas, una y otra vez, sin perder potencia o virilidad. Ella sintió que el abundante contenido de líquido se derramaba desde su naturaleza, salpicaba entre sus piernas y muslos y aun así le seguía saliendo. Con los rebotes de sus cuerpos pegajosos, el semen del licántropo continuó salpicando hasta mojarle la barriga, el pecho e incluso el cuello.
La situación le volvió frenética, ella quería poder sacar la lengua y probar el sabor de un macho sobre su propia piel, lo que hizo que su adrenalina se disparara. Aunque ya tenía tres orgasmos de los que se estaba recuperando, decidió entregarse y llegar al cuarto sin tener que usar dolor, con tal de retrasar el placer de su pareja y prolongar el que sentía.
Tras llenar sus pulmones profundamente, Rey miró hacia los lados, con la intención de poder erguir su torso sin que nadie le notara. También se dedicó a reevaluar su condición física, mover su mano derecha y apretar los dedos de sus pies. Después de todo, recordaba haberlos sacrificado con tal de salir con vida del agujero por el cual había caído a gran velocidad. Pero ¿de quién se preocupaba de que no lo notara? ¿Los más de cientos de personas que sabían de él? No. Él se preocupaba por dos individuos en particular, uno de los cuales le recibió con un gran grito. Era White, quien le había advertido que se cuidara y no se esforzara tanto, pero él nunca le había hecho caso.
—¡¡Teniéndolo todo calculado!! —gritó el ligre, con furia, dentro del mundo no tangible—. Rey, te vi afanarte segundo a segundo, cayendo en un precipicio, tosiendo sangre, golpeándote, perdiendo fuerzas, incluso perdiendo el conocimiento. Perdiste las alas dos veces, tu brazo derecho y tus piernas, terminaste con el cuerpo destrozado, ¿¡con tal de qué!? Salvar y despertar la admiración de humanos que no te devolverán el favor y tratarán de matarte si sus vidas dependen de ello. Rey, me dijiste que todo estaría bien y que podría salir cuando quisiera, pero no pude ayudarte mientras te estabas muriendo.
Un tanto extrañado por el silencio, sin saber qué responderle al felino, Rey observó a su alrededor hasta posar su mirada en Lía, la vampira, quien estaba hojeando algunos papeles sobre un escritorio, ella devolvió la mirada y dijo:
—Estoy de acuerdo, mira a tu alrededor, no hay nadie, ¿no es así? Y aunque fuera el caso, de una forma u otra, esos a quienes salvaste están condenados a morir.
Rey se llevó la mano a la frente, no se había detenido a pensar cuando vio la cara desesperada de quienes renunciaban a morir, aun en un mundo que les condenaba a perecer. Tampoco era que tuviera excusa para calmar la rabia de White.
—Chequeando los resultados de los análisis de cuando entraste —continuó Lía—, déjame decirte que, aunque uses energía de hechicero, pronto llegarás al estado tres de envenenamiento.
Chequeando sus manos, Rey intentaba descifrar la razón por la cual no se sentía tan envenenado. Después de todo él había llegado a la fase tres cuando hizo el círculo de conjuro, pero con un encantamiento logró revertirlo y quedarse a mitad de la fase dos, aun después de haber clamado su ruta de salida.
—¡No pienses que lo puedes todo! —reclamó White quien veía en el rostro de su compañero las expresiones características de quien encontraba posibilidades a explorar—. La hechicería siempre tiene consecuencias cuando dependes de ella.
—Independientemente de que seas una mezcla homogénea de dos especies —prosiguió Lía— y aunque no existen registros humanos de un hechicero capaz de emplear clamados silenciosos como lo hiciste con los subyugadores, no creo que puedas congelar el tiempo o emplear magia de resurrección.
Rey negó ante las palabras. Él conocía de la existencia de esos conjuros, pero no reunía las características para poder efectuarlos, tampoco era que tuviera el tiempo para estudiar y desarrollar campos en los que dios había invertido sus vidas, con tal de crear y mejorar la mitad de un conjuro.
—Entonces, no estás a salvo de morir —terminó la vampira.
White gruño, sacó los dientes y puso sus orejas hacia atrás. El joven por su lado, con tal de disimular que no tenía ni un argumento para salvar la vida de cientos de desconocidos, indagó en los conocimientos de la joven vampira.
—¿Cómo sabes tanto de hechicería y cuerpos como el mío?
Mostrando una sutil sonrisa, la chica inducida a recordar sobre su pasado, con la mejor disposición, se dispuso a aclarar la curiosidad del joven.
—En mi casa se reclutaban sirvientes y escoltas especiales, y poco a poco comencé a interesarme por todos los conocimientos que ellos acumulaban. Pero nunca pudimos reclutar a alguien tan fantástico como quienes eran capaces de usar la herramienta utilizada en la creación del universo, con tal de crear eventos sobrenaturales a voluntad, de haber tenido un hechicero a mano, mi padre hubiera dado su alma con tal de aprender el camino.
«Cuando intento mirarla a los ojos, no puedo leer dentro de su alma» pensaba Rey un tanto confundido, entendiendo que muchas cosas le hacían actuar de forma irracional y pretendiendo escuchar las palabras de la vampira. «Termino en sus labios… que reflejan mi deseo por ellos como si fuera una trampa. Por un momento creí que podría dominar este gesto involuntario, pero ahora sus pechos también me seducen, su pelo, sus caderas, intento impresionarla, quiero agradarle, busco aceptación y eso me hace perder mucho enfoque. Detrás de ella, está este templo y detrás de este templo existe toda una civilización sometida por un enemigo y detrás están los humanos, no estoy preparado.
—Antes de tomar la descabellada decisión de intentar perderlo todo y sacrificar tu vida por quienes van a morir, te pido, por favor, que pienses en ti. No es del todo malo ser egoísta. Hazlo por mí. ¿Me lo prometes?
White rugió ante la proposición de la vampira, quien se aprovechaba del momento para reafirmar aún más su control sobre las acciones de Rey, pero le traería tranquilidad si su compañero decidía decir que sí ante la promesa, puesto que ella como animal, no era tan buena con las palabras, como para convencer al joven allí presente.
A pesar de que White se marchó sin decir o hacer más y que Rey dijo sí a la promesa, Lía se dio cuenta que sus labios inundaban de deseo el corazón de su espectador e intentó prolongar la conversación lo más posible, pero una vez llegó al final, no supo de qué más hablar.
—Ignora eso —agregó Rey, refiriéndose a la forma en la cual estaba mirando a la vampira, con tal de continuar y enfocarse mejor en otras cosas que le despertaban curiosidad—. Por alguna razón, ¿sabes cuál es la intención de esos seres que cubren sus ojos con cristales, respiran a través de una trompa y visten de prendas enterizas debajo de este lugar?
Desconcertada por la pregunta hecha, la chica de cabellos teñidos decidió prestar más atención no a la preocupante pregunta en sí, sino que más bien decidió preocuparse por la razón de existir semejante duda en aquel joven, recién llegado al sitio.
—No es de mi conveniencia saber más de la cuenta. Pero ¿acaso eso fue lo que viste en el agujero?
Nuevamente, Rey afirmó con su cabeza ante la pregunta.
—Ese es el personal de descontaminación, —respondió ella, regresando en su cara las expresiones melancólicas que había intentado borrar, puesto que le retorcía el estómago pensar que existiera un método para asesinar a tantas personas—. Dado que rescataste a tantas personas, supongo que ganamos mucho más tiempo para pensar en algo.
—Mmm, por ahora estamos obligados a quedarnos dentro del templo, Lía, sin hacer más nada que esperar —pensó Rey al mismo tiempo que sonreía—.
—¿No crees que debemos hacer lo que nos haga sentir bien? —dijo la vampira, terminando la oración del joven.
Aunque Rey no dijera esas palabras directamente, si se resignaba a entregarse a los placeres de la carne, sabía que, si estaba en lo correcto, tendría que esperar a que pasara lo peor, puesto que tan solo en esa situación, podía efectuar su movimiento.
—¿En mi habitación? —continuó Lía con sus preguntas e insinuaciones, tan pronto Rey asentía con su cabeza—. Ahí podemos dormir, divertirnos y puedo enseñarte cosas que no has visto.
Rey respondió a la proposición con una sonrisa, luego se bajó de la mesa y fue hasta el lado de ella.
—Nunca podría decirte que no y lo sabes—, le dijo a Lía.
Gilgamesh estaba sentado sobre el trono del único castillo en Belldewar, su rostro mostraba una expresión bien divertida, mientras miraba en dirección a las pantallas flotantes. Las cientos de cámaras que estaban filmando dentro del templo de las artes amatorias eran imperceptibles. Este templo era controlado por Román, quien era el director encargado de crear el escenario perfecto.
Así que, gritó eufórico: —¡¡Magnífico!! Capaz de salvar a cientos de seres, fortalecer al débil y destruir al fuerte, el nuevo héroe ¡Mi nuevo amigo! No puedo ser paciente, no después de haber esperado tanto tiempo.
Ante sus dos más fieles siervos, el soberano emperador, de postura arrogante gritaba y se balanceaba de un lado a otro.
—Tan pronto pruebe la carne de una mujer, los otros y él estarán listos. No importa lo que haya dicho Román. Ese escurridizo dios parece que también está preparando algo. Abran los canales de entretenimiento, dejen que el universo sea testigo de lo que tengo para ofrecerles. Mientras el público observa el día a día, minuto a minuto, segundo a segundo de la vida de estos candidatos, podrán verme venciendo al mal con mis propias manos. Más que vencerles, destruiré su disposición de enfrentarse a mí, volviéndole mi siervo.
Tras las inmensas puertas del trono, una acalorada discusión se hizo escuchar en las afueras y aunque los guardias hicieran lo mejor para impedirle el paso al individuo que quería ver al emperador, este se hizo con la suyas y abrió la entrada.
Tan pronto los portones se abrieron, Heliúk se mostró desesperado por entrar, aun escapando del agarre de los guardias. Con el primer paso hacia el interior, el subyugador continuó su camino para correr y arrodillarse ante Gilgamesh. Nadie le siguió, tan solo cerraron las puertas, porque sabían qué entrar en la sala del trono sin antes haber sido autorizados conllevaba a la automática sentencia de decapitación.
Heliúk estaba al tanto de las severas consecuencias, pero desde lo más profundo de su corazón, creía que la situación lo ameritaba. De lo único que no estaba seguro, era de si su vida sería perdonada o no, por esa razón tragó en seco, mientras temeroso hacia su mejor reverencia en señal de respeto y disculpas. Tan pronto levantó su cabeza, con una voz insegura y titubeante dijo:
—Mi señor, todopoderoso, alabado y fuerte, conozco mi falta, pero vengo a informarle que he descubierto que, bajo el mando de su mano derecha, Román, se encuentra la existencia de un individuo abominable. El templo debe ser arrojado al espacio y detonado tan pronto como sea posible. Oh, gran y sabio Gilgamesh, quien ha caminado el sendero del conocimiento, escucha mis palabras con tal de tomar las precauciones necesarias.
—¿Y cuál es la condena por una falta como esta? —preguntó el monarca, con tono comprensivo.
—La muerte —respondió Heliúk, temblando y sudando en el lugar.
—La muerte no es suficiente. Basura como tú no es digna de ser llamada humano —dijo el rey con un tono arrogante. Heliúk quiso preguntar el porqué, pero la respuesta se le fue dada—. Le diste la espalda a una batalla, huiste del combate y tu obligación, usaste mi nombre a tu favor y te presentas ante mí con esa cara, sin dudar ni cuestionar mis palabras. ¿Qué acaso no soy el soberano todopoderoso de esta luna que se convirtió en sol? ¿Qué acaso no soy el que sabe, ve y planea todo?
Heliúk palideció, afirmó las palabras de Gilgamesh y se dio cuenta que en las pantallas que flotaban como hologramas se encontraban los tres caídos del cielo, Román, los sobrevivientes del templo y las sacerdotisas de las artes amatorias.
—Soñé con su llegada, —dijo el soberano—, él representa un futuro, ese será y seguirá siendo nada más y nada menos que mi amigo del alma. Alguien que reemplazaría a mi Enkidu. En previsión de esto, mi magnífica presencia le dio permiso y advertencia a Román para hacerle cualificado de estar a mi nivel.
—Pero con el peligro que le representa a este planeta, ¿cómo es posible que hayas permitido semejante…? —Heliúk no pudo terminar la pregunta porque la cólera se había vuelto irrespetuosa ante los oídos de su padre.
Uno de los dos acompañantes de Gilgamesh fue quien interrumpió el informe de Heliúk, quien con su mano hizo que una fuerza misteriosa aprisionara la boca que hablaba sandeces.
—Siente agradecimiento porque no todo está perdido con tu vida — dijo el monarca, mientras que el cuerpo de Heliúk era arrojado violentamente contra las inmensas puertas cerradas.
Incapaz de hacer algo más que suplicar por su vida y pedir perdón por su ofensa, apenas sintió que su boca era liberada, Heliúk dijo las siguientes palabras:
—No sé en qué estaba pensando, se lo suplico, mi señor y soberano, juro que jamás volveré a ofenderle con mi presencia. ¡Perdóneme la vida!
—Mikk, Paul —llamó Gilgamesh por su nombre a sus dos súbditos—. Hagan cumplir mi sentencia, no tengo intenciones de perder mi tiempo en ejecutar a un cobarde, después de todo, si me ensucio las manos no seré mejor que él. Aun así, hagan que sufra tanto como sea posible.
Tan pronto se oyeron las palabras del soberano que negaba su conexión como padre ante el sentenciado, el cuerpo que flotaba contra las puertas cayó bruscamente en el suelo. Heliúk comenzó a gritar descontrolado y aunque trató de huir, Paul volvió a levantar su mano y suavemente la abrió apuntando en dirección a él. A lo largo y ancho de la habitación se pudo escuchar el crujido característico de huesos siendo partidos.
Retorciéndose de dolor, el subyugador no tuvo ni siquiera la oportunidad de salir corriendo por donde entró, debido a que sus piernas estaban destrozadas por completo.
Con la carne de sus pies enredada con sus prendas, Heliúk podía jurar que parecía un trapo torcido, que no era real, pero el dolor que sentía le decía lo contrario. La sangre se escurría fuera y los dos sujetos encargados de ejercer la sentencia ya estaban en movimiento.
«Lo que hice, por lo que luché, y terminar así, ¿acaso está bien?» pensó Heliúk tan pronto vio todo borroso y perdió la visión. «No puedo seguir moviéndome, tampoco es que esté cansado. Oh, padre, desde que supe que eras tú, sabía que yo sería ese hijo del que podrías estar orgulloso, ¿qué pasó? Lo desconozco»
Gilgamesh levantó un tarro de vino en su mano y volvió a prestarle atención a las pantallas que flotaban, puesto que el caído del cielo se había puesto en movimiento con la vampira.