Reina Del Cielo

Chapter 19
Háblame, por favor…


   Con la toalla amarrada en su cintura y las manos vacías, Omar salió del cuarto de Soe, como quien había sobrevivido una feroz batalla. Cuando levantó su mirada, Rebeka pudo decir que se encontraba en una situación difícil de explicar. Después de todo, no se iba a atrever a negarle un favor a su suegra, pero tampoco sabía si cumplir ese favor sería lo más correcto. 

 

  Omar miró a su novia a los ojos, suspiró hondo y con una sonrisa de medio rostro, intentó decir algo, aunque Rebeka lo interrumpió:

 

  —No te preocupes… todo está bien.

 

Tras tener la aprobación que necesitaba, Omar se vistió con el uniforme de la escuela y luego de despedirse, salió a hacer el encargo que se le había mandado.

 

  Pasados unos minutos de la partida de Omar, Rebeka pudo escuchar como su madre la llamó a su habitación.  

 

  Con pequeños pasos, sin darse por enterada, entró y aunque tenía el valor de aceptar lo que le iba a decir, no pudo evitar frenar en seco, al ver a su madre llorar en silencio. 

 

  Una persona buena, agradable y de corazón puro, no tiene derecho a sufrir. Al menos, eso era lo que Rebeka quería creer. Pero la realidad era que ser agradable, buena y de corazón puro, no hacía diferencia con respecto a la cantidad de sufrimiento que le tocaba experimentar en su tiempo de vida. Entonces, ¿por qué no ser lo contrario? «Por esos a quienes tienes a tu alrededor y dependen de ti. Después de todo, mi falta de esfuerzo, dedicación y propósito, para cumplir las expectativas que alguien tiene de mí, es un insulto para semejante persona». 

 

  El sollozar de su madre no solo era capaz de quebrarle los huesos y partirle el corazón, sino que también le trajo pésimos recuerdos. Tan solo escuchó semejante sonido, el día que se llevaron a su padre. 

 

  «¿Se sentiría culpable?», se preguntó Rebeka, mientras se acercaba a ella como una niña pequeña.

 

  Soe, con los ojos entrecerrados y bien cubierta bajo las colchas de la cama, levantó lo que le tapaba, como quien enseñaba una entrada.

 

 Sin necesidad de preguntar, Rebeka deslizó su cuerpo sobre la cama, se acostó bajo las sábanas y abrazó a su madre, quien estaba destrozada por el sufrimiento y necesitaba no sentirse sola. Ella, tapada y bien acomodada, devolvió el abrazo a su hija, que se cuidaba de no lastimar ninguno de los golpes que tenía su madre.

 

  El silencio se hizo presente, interrumpido por las respiraciones entrecortadas de su madre. 

 

  —Lo siento, quisiera ser más fuerte… —dijo Soe— Pero ahora no puedo. 

 

  Rebeka notó cómo la voz de su madre no salía con claridad ni con la ternura tan característica en ella, pues, aunque se limpiara la garganta, le temblaba la voz, como una hoja bajo la ventisca.

 

  «Puedo entender su tristeza», pensó Rebeka. «Con la cara dañada y el cuerpo con dolor, no puedes conseguir comida para mí o mantener la casa. Madre mía, la vida te cerró todas las salidas y te convirtió en una mujer destruida. ¿No es así? Pero yo aún tengo esperanza. Soy joven, soy linda y me resisto a creer que el futuro de nosotros va a ser así de difícil. Quisiera decirte, quisiera hablar contigo de todas mis ideas, pero no puedo hacer más que guardar silencio, aún no sé si va a funcionar o si estoy siendo muy optimista… pero sí sé que te vas a levantar. Que me tienes a mí…».

 

  Tan pronto se terminó el llanto de una mujer que se había jurado no volver a llorar en frente de su hija, Rebeka entendió que Soe había caído rendida. Pero ella no podía hacer lo mismo, sin importar cuantas horas pasarán de largo, no podía hacerlo, después de haber dormido por tanto tiempo la noche anterior. Aun así, aunque su cuerpo estaba sin moverse, la mente de Rebeka iba a más de cien kilómetros por hora. Pensó en todo lo que había hecho y en lo que podía hacer, aunque se veía interrumpida, al notar como su madre se retorcía sobre la cama.

 

   A pesar de estar dormida, Soe dibujaba en su rostro la viva expresión de estar sufriendo un dolor insoportable. Sobre la cama, el cuerpo destrozado de la mujer, poco a poco, se encogía de pies y manos. Estaba envuelta en temblores y escondía su cabeza entre el pecho de su hija.

 

  «Sus músculos se contraen y está sudando, cada vez con más frecuencia. Me preocupa», se dijo Rebeka. «Tal vez el dolor esté regresando. Siento cómo aprieta las sábanas de la cama, el sonido de sus dientes presionados los unos contra los otros, tiembla y se encoge. Definitivamente, su dolor está regresando. Es imposible que pueda seguir dormida… Mmm, se detuvo».

 

  «Casi no respira», pensó Rebeka, luego de dejar de prestarle atención a sus ideas y enfocarse más en el momento. «¿Acaso no debe tomar su medicamento para el dolor? Si, debió de traer algo del hospital…».

 

  Rebeka, se levantó de la cama, suave y cautelosa, con la intención de no incomodar a su madre, para pasar a hurgar entre sus pertenencias, con la intención de encontrar medicamentos para aminorar el dolor. 

 

Tras buscar dentro del bolso de su madre, no encontró nada parecido a medicinas, ni ungüentos o pomadas: «¿Acaso no le dieron nada cuando la dieron de alta?», se preguntó.

 

 «No», pensó Rebeka, al observar de vuelta a su madre. «Conociéndola como la conozco, seguro que no quiso traer medicinas para la casa. Deben ser muy caras y una vez más, el dinero… ¡El maldito dinero en esta sociedad de privilegiados! ¡Aunque no lo sea todo, sí que es la solución a muchos problemas! Una solución a la cual nosotros no tenemos derecho, ¿no es así?».

 

  De un momento a otro, Rebeka escuchó cómo la puerta de la entrada se abría y cerraba. 

 

 —Ya llegué —dijo Omar, anunciando su llegada.

 

  «¿Tal vez, en su salida, se ha encargado de buscar los medicamentos para el dolor de mi madre?», pensó Rebeka, Eso le trajo alivio a su mente y corazón. 

 

  Ella salió de dentro del cuarto y vio a su novio cargando una bolsa. Tenía la cara de alguien que había hecho algo malo, que había roto una promesa. Rebeka, ignorando las expresiones de su novio preocupado, tan rápido como pudo, tomó el paquete y tras darle un caluroso abrazo de agradecimiento, llevó la bolsa de vuelta al cuarto para colocarla sobre la cama, al lado de su madre, que estaba encogida.

 

  «¿Una botella de alcohol? ¿Pastillas para el dolor y para dormir, que venden sin necesidad de prescripción médica?», pensó Rebeka, algo preocupada, más por la botella de alcohol, que, por las otras pastillas, que seguramente su novio había robado. 

 

  Luego de hacer como que despertaba, Soe se acomodó en la cama y se mostró sorprendida con los contenedores de píldoras.

 

  —Umm —Omar se aclaró la garganta, se llevó la mano sobre la cabeza y miró hacia otro lado. — Tenía dinero extra en mi bolsillo — dijo, con la intención de justificar la compra extra.

 

  Aunque eran medicamentos regulares, definitivamente costaban diez veces más que el alcohol de baja calidad. Era tan barato el líquido, que incluso sabía tan fuerte como olía y de no estar en una botella de diferente color, se vería turbio el contenido.

 

  —Gracias, Omar… no tenías que hacerlo —dijo Soe, para luego dirigir una mirada a su hija y continuar hablando—.  No, mi nena, aún no, Cuando el dolor sea insoportable, es que debo tomarlo.

 

  —Cuando el dolor sea insoportable… y no estés triste ¿no? —dijo Rebeka, poniendo a un lado la botella, mientras que Soe respondió con una afirmación cálida en su rostro—. Mi madre es de las que dicen que tomar es mejor cuando está feliz y no cuando está triste. Si estás feliz te dará más felicidad, pero…

 

—Si estás triste, te dará más tristeza —dijo Omar, tras continuar las palabras de su novia, haciendo como que entendía la situación. — Las pastillas te pueden ayudar un poco…

 

 Soe miró los contenedores de píldoras que no había esperado recibir y lo pensó dos veces, para decidir si tomar algunas o no. 

 

Luego de mirar la condición de su madre, que tomó cinco píldoras de cada tipo, Rebeka pudo llegar al punto de querer quitarle todo el dolor del cuerpo a su madre, transferirlo a sí misma y duplicarlo, si era necesario. 

 

  —Hija mía —dijo Soe, tan pronto tragó las diez pastillas—. No te preocupes por mí, hoy es domingo, seguro aún te quedan tareas de la escuela por hacer. Yo estaré bien…

 

  —No, no te quiero dejar aquí sola —dijo Rebeka—. Quiero acompañarte por el resto de la tarde. 

  

 —Hija, no me siento sola. Estamos en la misma casa. No me veas sufriendo, no será bueno para ti. 

 

 Rebeka guardó silencio, no sería considerado de su parte seguir discutiendo, menos si lo hacía con una persona con dolor, que ya había tomado su decisión, pero tampoco quería salir del cuarto.

  

  Omar podía entender que tragar diez pastillas junto a una botella de alcohol, tal vez no terminaría en un bonito escenario. También entendió que su novia necesitaba de alguien que le apoyara y que Soe no estaba del todo equivocada. Después de llenarse del valor necesario, la tomó de la mano y con ese gesto, logró hacer que su chica saliera del cuarto.

 

Una vez afuera del cuarto, con intenciones de cambiar el tema de conversación, Omar dijo:

 

  —Me imaginaba a tu mamá como una persona mucho más… estricta.

 

Rebeka se detuvo en el lugar y al voltearse, agregó:

 

 —No existe nada más severo que la decepción en un rostro noble. 

 

Ella se sentó en la mesa del comedor ubicada frente a la cocina, tomó sopa de arroz como desayuno y miró el reloj.

 

  Omar guardó silencio mientras devoró su comida que le sabía a gloria, tal vez por el hambre o por ser un plato novedoso que nunca había probado.

 

  —Es la primera vez que me siento en una situación como esta —dijo Rebeka en voz alta, frustrada y al mismo tiempo cansada—. No sé cómo procesarlo. No sé qué hacer, no puedo dejar de sentirme culpable. 

 

  —Tal vez… debes ocupar la mente en algo productivo. A veces, siento que me voy a ahogar en el presente si no dejo de preocuparme sobre lo que está fuera de mi control. — dijo Omar con tono suave, sin querer persuadir, pero con la intención de solucionar el problema.

  

  Como si se le encendiera el bombillo de una idea novedosa en su cabeza, Rebeka levantó la mirada y mostró una sonrisa en su rostro.

 

  —¡Subamos a mi cuarto! Como dijo mi madre, tengo tareas que hacer.

 

   —Te acompaño —dijo Omar, sin soltar el plato de comida.

 

  —¿Por qué sigues con la ropa puesta? —preguntó Rebeka algo extrañada, mientras subía por las escaleras con la laptop en la mano.

 

  —Hablas como si no fuera algo normal —respondió Omar, mirando de abajo hacia arriba la hermosa vista que su novia le brindaba. —Tu mamá está en casa. 

 

 —Como si ella no anduviera desnuda.

 

  Ante el comentario Omar, casi escupió la cucharada que se había llevado a la boca, de lo sorprendido que había quedado. Imaginar a su suegra desnuda de un lado a otro en la casa, sería una situación bien incómoda.

 

  En el segundo piso de la casa, dentro del cuarto de Rebeka, el domingo se consumió de a poco, hasta que se hizo de noche. Ella había permanecido frente a su escritorio, terminando las últimas tareas que le quedaban. Omar estaba sobre la cama, mirando al techo, con muchas dudas sobre su futuro. 

 

   —¿Acaso no tienes tareas que hacer? —dijo Rebeka, quien luego le advirtió—. Porque seas mi novio no significa que tienes el privilegio de copiar mis notas. 

 

  Las palabras de ella sonaban con la intención de molestar. Al tener a su madre adolorida y sin casi dinero para comer, el enfoque de hacer las tediosas tareas que tenía pendientes, no había sido el mejor y le estaba tomando mucho más trabajo de lo usual, concentrarse apropiadamente en sus deberes.  

 

   — No tengo tareas. Nadie de nuestra clase las hace, a no ser que necesiten ayuda extra con un contenido en específico. —dijo Omar.

 

 Rebeka retrocedió sobre la silla y se dio vuelta:

 

  —Háblame más de eso.

 

  —Verte ahí, respondiendo preguntas que no van a ningún examen, me demuestra la forma en que los instructores hacen imposible y miserable tu vida en la escuela. 

 

   —No te creo… —aseguró Rebeka, tan asombrada como desilusionada. 

 

  —Probablemente, esa es la respuesta a porqué tienes las notas más altas. Supongo que es mejor enfocarte en cosas que puedes solucionar. ¿Sabes? Por primera vez en este día te he visto reír y pasarla bien, haciendo otra cosa que no fuera sexo. Como si darle respuesta a cada ejercicio te hiciera sentir que cumpliste algo y te queda menos por terminar.

 

  Junto a las palabras de su amado, Rebeka se llevó las manos a la cara en señal de frustración. Al ver la realidad por primera vez, se preguntó si la vida era una ironía.

 

 Por muy difíciles que fuesen los trabajos extraescolares, eran problemas que tenían solución y al resolverles, le daban una efímera sensación de alivio, que le provocaba bienestar. Después de todo, lo que hacía era difícil de aprender y muy fácil de olvidar, si no lo ponía en práctica de vez en cuando. Si dejaba de lado la agradable sensación que le provocaba ¿para qué servía estudiar tanto?  

 

  «Cada asignatura, ejercicio y clase estaba abarrotada por cumplimientos vacíos» analizó.

 

   Era una información curiosa e interesante, pero tan solo servía para programar su comportamiento y distraerle de la realidad. El sistema educacional estaba configurado para hacer que los individuos perdieran el sentido de la dirección y se quedaran en el fondo. 

 

  «En la escuela en la que estoy, nadie suspende por su falta de conocimiento, sino que reprueban por falta de disciplina. Por incumplir las tareas que se les exigen, es que son expulsados. Las notas son: A+ para quienes tienen más de 100. A para los de noventa y uno a cien. B para los de ochenta y uno a noventa, C para los de sesenta y uno a ochenta, y E de… expulsión. Llegar temprano, conocer tu lugar, saber escuchar, respetar a los mayores, no quejarte, ser educada, hacer lo que se te mande y dejar la escuela cuando se te diga, son las reglas que miden el desempeño de los estudiantes. Eso es algo que se puede ver en la sociedad camino al tren todos los días por las mañanas. Nadie es feliz, pero todos están programados para cumplir ciertos parámetros y seguir órdenes, aunque sean infelices y miserables».

 

  —¿Qué te sucede mi amor? —preguntó Omar, con tono preocupado. Incluso se levantó de la cama y puso su mano sobre el hombro de Rebeka, para repetir la pregunta ante la extraña actitud de su chica, quien se comportaba como si estuviese experimentando el dolor de cabeza más grande de su vida.

 

  Rebeka abrió los ojos tan fuertes como podía. Las respuestas a cómo era todo lo que conocía eran increíbles y mientras más lo pensaba, más sentido tenía. ¿Quién quiere lo que tiene? ¿Quién tiene lo que quiere? La respuesta era que se convirtieron en ratas programadas a vivir persiguiendo la felicidad, que no se daban cuenta que toda gira en torno al propósito de comer, engordar y defecar, en un mundo controlado por alguien más. 

 

  «No es bueno para el alma de las personas saber que su libertad, lo que conocen como ser libres, en realidad es la prisión del conocimiento limitado que tienen», pensó Rebeka, como si de una revelación se tratara.

 

  —No puedo evitar reír —respondió Rebeka de forma irónica. —Es para no llorar y querer destruirlo todo. No voy a llorar… no me voy a romper, no le daré el privilegio a esta sociedad.

 

  —¿De qué hablas? —preguntó Omar, sin entenderla.

 

  —Al ser la única que hace tareas, con razón esos engreídos podían señalar cada error ortográfico, cada pequeño fallo de gramática, cada punto y cada número. Dedicaron su tiempo y esfuerzo a revisar exclusivamente mi trabajo. A hacerme ver que no podía cumplir con los requisitos para integrarme a esta sociedad y graduarme.

 

  Más aliviado por entender el comportamiento de su amada, Omar procedió a centrarse en la cama.

 

  —Ser una rata más en esta sociedad, no es vivir una vida que valga la pena vivir. — murmuró Rebeka.

 

Tras poner sus manos sobre la mesa, terminó recostándose sobre la silla y estirando su cuerpo tanto como pudo, para darse la vuelta y levantar sus piernas, con la intención de apoyarlas sobre el regazo de su amado. Luego le dijo:

 

—Querido ¿puedes pasarme la laptop

 

  —Si — respondió Omar, quien al estirar su brazo llegó al otro lado de la cama y tomó el dispositivo.

 

  La laptop estaba junto a la vasija vacía de arroz que había tomado como desayuno en la mañana. 

 

  Tan pronto Omar se repuso sobre la cama, cumplió con la sugerencia de su amada. Dedicado a su tarea, usó sus manos con la intención de masajear los pies de su amada.

 

  Rebeka se puso la laptop sobre sus muslos, ya que tenía curiosidad. Después de todo, la noche anterior había subido un video que había pasado un buen tiempo editando.

 

 «Si no es tan popular, lo pienso borrar. No porque me imagine teniendo un hijo y que ese video aún esté en el internet, tan solo con el propósito de que él o ella sean víctimas de críticas, al ser hijos de una madre que se exhibe indecentemente, sino que no pienso dejar público algo que no es apreciado. Como artista, tengo que conservar algo de dignidad, tampoco es bueno regalar mi trabajo…» pensó. Mientras abría el dispositivo y navegaba entre las ventanas, el miedo comenzó a afectar la rapidez con la que Rebeka se movía por el sitio web. Luego de tragar en seco, levantó la mirada y observó a Omar, quien estaba enternecido acariciándole los pies y haciéndole sentir bien.

 

Una vez dentro de El cielo, Rebeka ingresó su nombre de usuario y contraseña.

 

A la página le tomó unos cuantos segundos cargar. 

 

 Un cartel de advertencia apareció. 

 

  [Usted tiene un balance de 32 dólares en su cuenta.]

 

 —Mmm, treinta y dos dólares. Aunque fuera un video y no un espectáculo de cámara, parece que la aplicación paga por visitas.

 

 —¿Qué? —preguntó Omar, luego de levantar su cabeza.

 

—Oh ¿hable en voz alta? — rectificó Rebeka y luego continuó—. ¿Recuerdas el video que hicimos juntos en la cocina? Me tomé el trabajo de editarlo y subirlo. Ven, mira esto. 

 

 Rebeka bajó sus piernas y con naturalidad se pasó de la silla a la cama, junto a Omar.

 

  Con curiosidad en su mirada y actitud, Omar prestó mucha más atención de lo usual al interior de la pantalla. Como si estuviera preocupado y no muy contento con algo que no sabía. Después de todo, él no recordaba que ningún vídeo fuese tomado, lo que le hizo preguntar:

 

  —¿Un video?

 

  —Si, lo subí con la intención de probar suerte. Usé la estrategia de brindar una muestra, con la intención de ver a cuántas personas les gusta. No sabía que la aplicación paga un dólar por cada mil visitas que reciba un video normal. Tenemos treinta y dos dólares…

 

  —¿Estás diciendo que treinta y dos mil personas nos vieron teniendo sexo? ¿Qué te vieron …?

 

  —Bueno, treinta y cinco… ups, treinta y seis. Parece que, por ser de noche, el tráfico de visitantes está aumentando. No te preocupes, en el video solo aparezco tocándome. Tengo el pelo de otro color y una máscara que me cubre el rostro, mientras que a ti solo se te ve la espalda. ¿Estás enojado? 

 

   —¡Cómo no voy a estar enojado! —exclamó Omar, levantándose de la cama—. ¡No contaste conmigo!… ¡¿Cómo pudiste Rebeka?! 

 

  «La situación está escalando, él está bravo, nunca le había visto de esta manera», pensó Rebeka, impresionada por lo que estaba sucediendo, ya que, desde su punto de vista, no había nada malo.

 

  —Mi amor, cálmate… respira.

 

  —Dame la laptop —dijo, tras extender su mano. — Déjame ver el video.

 

  Sin decir nada, ella cedió. Omar se sentó en la silla del escritorio y tras poner el dispositivo sobre la mesa, con rapidez, dio clic al video y comenzó a verle con una mano en la frente, mientras que sus orejas y rostro se pusieron rojos al punto de casi explotar.

 

  «Tengo miedo, tengo miedo de perderle», pensó Rebeka, en medio de un ataque de pánico, debido a que se había dado cuenta de lo que estaba pasando por alto. «Tengo miedo de cómo está reaccionando. Una de las reglas era hablarlo todo entre los dos y yo fui la primera en romperla. No solo le tomé el video, sino que también lo edité y lo subí sin su consentimiento. No sé qué hacer. No sé en qué pensé cuando subí el video sin preguntarle. Traicione su confianza… pero ¿Por qué su miembro se está poniendo duro? Puedo escuchar su corazón latiendo. Mi corazón asustado también se escucha en este cuarto.  ¿Por qué me estoy mojando tanto? En este momento soy una chica mala y me siento peor por estar excitada… Sé que ofrecerle sexo no arreglará las cosas, o ¿sí? También puedo darle la vuelta a la situación y hacerle creer que la culpa fue suya y decir, yo creí que sabías…»

 

Después de mirar un poco más de diez minutos de video en silencio, la reproducción llegó a su fin y, aun así, los dos chicos guardaron silencio.

 

  Después de un tiempo, Rebeka fue quien se decidió a hablar. Ver a su chico llorando, le dio el valor. 

  

  —Bebé… siento haber roto la confianza que tenías en mí. El video está bien editado y nadie me debió reconocer… lo podemos borrar cuanto antes, yo aún sigo siendo tuya y de nadie más. Háblame, por favor.

 

  —No es que rompieras mi confianza —dijo Omar, como quien se responsabiliza por lo sucedido—. Por culpa de mi incapacidad, te viste obligada a hacer esto. Pero ¿por qué decidiste cargar con todo sola? ¡¿Fue porque estaba durmiendo? y no tengo conciencia ni muestro preocupación por nuestra situación?

 

    —No —respondió Rebeka. —Lo hice porque me perteneces, te quiero solo para mí y no te deseo compartir con nadie más. 

 

  La respuesta fue inesperada para Omar. Rebeka se levantó de donde estaba con la intención de abrazar la cabeza de su amado contra su pecho y no dejarle ir.