Chapter 20
Dolor de madre
Omar no siguió hablando, parecía que no sabía qué decir. Como un niño frustrado por su incapacidad de no saber cómo proteger lo que quería, se aferró a todo lo que tenía para no romper en llanto.
Por otro lado, Rebeka combinó la preocupación con la excitación y no se dio cuenta buscó rozar su pezón derecho justo en frente de la boca de su amado, con la intención de callar su llanto
—No te preocupes, soy toda tuya… —dijo, con tono cálido—. Chúpame y calma tu llanto, mi amor. Chupa con fuerza… para que limpies tus penas. A partir de ahora, no cargaré más con esto sola, sé que te tengo a mi lado y siempre contaré contigo…
—Gracias —dijo Omar, quien ahogó su respiración entrecortada, al usar el pecho de su chica, mientras que la abrazaba con fuerza.
«De la que me salvé, pensé que en verdad lo iba a perder. Mmm, esto se siente muy caliente», pensó Rebeka, en medio de la situación en la que estaba, tras ver por encima de la cabeza de su amado, cómo el video publicado aumentaba el número de vistas. «Estoy inesperadamente caliente. Las drogas hacen sentir bien a las personas en esta sociedad, en especial, si consideramos al sexo como una droga que proporciona felicidad… Existe un futuro bien lucrativo en este mundo. Aún no lo noto muy convencido de actuar, tal vez es porque no está lo suficientemente excitado. Mientras tanto, le voy a dar tiempo a que se decida y puedo ir preparando la cena con las cosas que trajo mi mamá. Si comenzamos un maratón de sexo, tal vez nos pase lo que sucedió el otro día. No saldríamos del cuarto en toda la noche. La única comida que le daría sería yo y su miembro es todo lo que necesito para llenar mis caprichos. Aun así, tendría más riesgo de quedar embarazada y al mismo tiempo, sería la pérdida de una oportunidad para producir dinero.»
—Amor, que crees… —dijo Rebeka, con actitud juguetona— Ya tenemos cincuenta y dos dólares en nuestra cuenta. El sitio funciona. ¿Qué te parece si hacemos un poco más de dinero juntos? Cuento contigo y cuentas conmigo para esto. Si hacemos quinientos dólares adicionales esta noche, podríamos vivir por todo un mes, comprar ropa para ti y seguramente tener las medicinas que mi madre necesita.
Omar guardó silencio y abrió los ojos, mientras Rebeka siguió hablando.
—Si quieres, esta vez te puedes encargar tú. Mientras estabas afuera, se me ocurrieron magníficas ideas y eres quien tiene el papel más importante. Además, te puedo enseñar cómo usar el programa de edición de video.
—No sé… —dijo Omar, quien claramente no sobrepasaba sus sentimientos, pero hacía lo mejor para pretender que sí. — Aún me incomoda que te muestres a las personas, no se siente bien.
Si todo lo que necesitaba era convencer a su amado, Rebeka entendía que la situación estaba solucionada. Además, al conocer qué era lo que le incomodaba a su novio, tenía algo sobre lo que apoyarse para formar un argumento convincente. En el pasado, hablar, convencer y persuadir, era comparado con tener efectos semejantes a la brujería. Con las palabras adecuadas se podía cambiar la manera de pensar de las personas, hacerles tener valor, coraje y dedicación en sus acciones. Era como ponerles bajo un hechizo.
Omar hizo que su cuerpo retrocediera para mirar a su novia a los ojos y pensar dos y tres veces la situación. Estaba excitado, pero no lo suficiente como para actuar de manera irracional.
—Mi amor, la persona que sale en ese video no soy yo. Esa es Yuno, y él no eres tú, es Neo —continuó argumentando Rebeka, con cara de niña desesperada, que quería hacer algo malo y suplicaba por permiso.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Omar, un tanto deprimido, pero a la vez dispuesto a dar su consentimiento.
—Son versiones falsas de nosotros, efímeras escenificaciones de nuestros momentos carnales. Aunque se vea nuestra carne desnuda, nuestras almas siempre serán invisibles a sus miradas. Estoy desnuda solo ante tus ojos, y tú frente a los míos. Allí podemos ser quienes somos, Omar y Rebeka, dos chicos que se aman con locura, viven juntos, ríen juntos. Eso no es captado por el lente de ninguna cámara.
Omar volvió a mirar el video y era real. Dejando de lado la idea que lo habían grabado, ¿Qué diferencia había con los miles de otros videos que había visto?
—¿Qué tienes en mente? —preguntó él.
—Tratar de poner un anuncio ahora, cuando más tráfico tiene el sitio. Entre todas las personas que han visto el video, estoy más que convencida, que al menos cinco de ellas, tienen la posibilidad de ofrecer cien dólares.
Rebeka se volteó, fue corriendo al armario y tras seleccionar un juego de prendas, se vistió y arregló como si fuese a salir. Después se subió en la cama y de rodillas empino su trasero con la intención de seducir la curiosidad del chico que le había observado en silencio.
Omar seguía sentado en la silla, con su atención posada en Rebeka y su miembro viril bien empalmado, tanto, que pudiera decirse que gritaba histéricamente, por no entender la razón por la cual su chica se había vestido.
Rebeka sabía que ver un cuerpo desnudo por mucho tiempo hacía que se pierda interés, que la mirada se acostumbre, que se normalizara como situación. Por ejemplo, ver a las personas usando ropa de playa no era nada novedoso, sin embargo, ver a un hombre con músculos definidos quitándose el suéter en un lugar donde nadie más lo hace resulta llamativo. En el caso de las mujeres, usar tanga en la playa no era nada del otro mundo, tan normal como trabajar por el día y dormir por la noche. Sin embargo, que de buenas a primeras esa misma tanga se quedara expuesta a los ojos de otros individuos, porque la falda se levantara producto a una ráfaga de aire, era una situación digna de causar un alboroto. Ella sabía que todo estaba en el contexto de la situación y que, al estar desnuda, invitaba a Omar a que se la metiera cada vez que quisiera, pero ahora que estaba vestida, le sugería que tenía que desvestirla para poder tener sexo, debía quitar los obstáculos del camino, mientras que antes tenía un camino sin obstáculos de los cuales preocuparse.
Rebeka podía describir la reacción de su chico, como la de alguien que había perdido el acceso al cuerpo que tan acostumbrado estaba a ver. Parecía un adorable gatito, que con sus orejas paradas les prestaba toda su atención a los movimientos de su dueña, como si esperara recibir comida.
—Aún no me has dicho cuáles eran tus ideas —dijo él, ansioso por la espera, mientras movía su pierna hacia arriba y hacia abajo.
—Bueno, mi idea empieza con que tomes la laptop y el teléfono que mejor cámara tenga.
—Ya —dijo Omar, tan pronto colocó sobre su regazo las dos cosas que le había pedido.
—Ahora publica un anuncio en nuestra página, tiene que decir lo siguiente…
{Quiero portarme mal… tan solo a cinco individuos, esos que acepten pagar cien dólares, les mandaré una foto mía exclusiva. No voy a mostrar mi rostro por cuestión de seguridad, pero todo lo demás quedará expuesto, tal como se indique en las instrucciones.}
[/A pagar 100 dólares.\]
[Postear.]
Omar presionó el botón de aceptar y levantó su mirada, para decir las siguientes palabras:
—Creo que tomará un tiempo.
Cien dólares por una foto después de haber visto todo un video gratis, definitivamente era mucho dinero para tener en la cuenta. Además, el hambre ya estaba tocando a la puerta de su estómago y el de su chico. Con la intención de hacerle más difícil la situación, se dispuso a sentarse en la cama.
—Supongo que tienes razón —dijo ella, tras pararse de la cama—. Mientras tanto, mejor vamos a preparar la comida.
Omar no pensaba que sus palabras pudiesen provocar semejante reacción en su amada. Él ya estaba preparado para hacer toda una sesión de fotos, pero antes que pudiera decir algo, Rebeka bajó por las escaleras con toda la ropa puesta. Ante eso, no tuvo más remedio que tomar el teléfono, la laptop y perseguir a su chica, mientras miraba el interior de la pantalla con decepción.
Una vez de vuelta a la cocina en el primer piso, Omar procedió a colocar los objetos electrónicos sobre la mesa del comedor, de modo que miraban en dirección opuesta a la entrada del cuarto de Soe.
—Ayúdame y saca del refrigerador la ensalada, también la carne —pidió Rebeka, con la intención de terminar tan rápido como pudiera, mientras preparaba los utensilios de los que dispondría para preparar los diferentes ingredientes que tenía.
Omar se aseguró de ayudar a su chica, estaba excitado y el hecho que ella se alejara, le hacía querer ganar más su atención. Tanto fue así, que tan pronto tuvo la oportunidad, le puso las manos sobre las nalgas, se le acercó al oído y le dijo:
—Mientras más te veo, más loco me vuelves.
Rebeka se sintió adulada con el comentario, pero la sonrisa que mostró su rostro era de logro, porque estaba consiguiendo que su chico comenzara a perder los sentimientos de duda que le detenían a actuar o hacer cualquier cosa, con tal de conseguir su propósito. Creía que esa era la manera más fácil de convencer a un joven enamorado.
Ante la situación que se asemejaba a un cuchillo de doble filo, Rebeka no fue inmune ni tuvo nervios de acero. También se vio tentada a renunciar a sus planes de corresponder las ganas que su novio le provocaba.
A punto de ceder, tentada a encontrar su boca con la de él, miró sobre su hombro y pudo ver en la pantalla la característica señal de haber recibido una notificación que esperaba por ser leída.
—¿Acaso eso es un pedido? —preguntó Rebeka en voz alta.
Como quien fallaba en su oportunidad de devorar a una presa, Omar se volteó y confirmó las sospechas de su chica.
—Sí, es el primer pedido —dijo Omar, mientras caminaba en dirección a la mesa.
— ¿Qué dice?
—Dice: Una foto de tuya al desnudo en un lugar público con… bla, bla, bla… ¡Baboso!
—Denegado. ¿Existen otros mensajes? — mencionó Rebeka, un tanto decepcionada.
—Sí —dijo Omar, incapaz de mentir ante una pregunta directa.
—¿Cuántos?
—Como treinta mensajes —respondió él.
—¡¿Los ignoraste?!
—Sí —respondió, ante lo cual Rebeka se le quedó mirando y no tuvo más remedio que justificar su acción—. Es que son de personas estúpidas, preguntando por lo imposible. Desde que puse el comentario cuando iba bajando por las escaleras, comencé a pensar que 100 dólares era muy poco como requisito.
Rebeka se sentía contenta al escuchar a su chico protestando, también por el comentario de que cien dólares era muy poco.
—Porque no hacemos algo, mientras la comida se hace, te encargas de elegir las cinco solicitudes que más te exciten —dijo ella, con tono de castigo, mientras cortaba los vegetales sobre el tablero con rapidez y fuerza.
Aunque sonaba como castigo, Omar aceptó la propuesta.
Entre todos los sonidos que provocaba la laptop, se escuchó uno muy diferente, como el que emitía una proposición que estaba siendo aceptada.
—Dime, ¿qué debo hacer? —preguntó ella, con el corazón que se le quería salir del pecho, tras poner sus manos sobre la mesa y dejar a un lado el cuchillo con el que cortaba las verduras.
—Debes halar hacia arriba las bragas que llevas puesta, hasta que se te introduzca entre los labios menores y parezca que la tela está siendo mordida.
Tan pronto Rebeka se volteó, vio a su chico levantarse de donde estaba, para acercarse con el teléfono en la mano y la mirada encendida, buscando entre las aplicaciones del celular la opción de cámara.
Para ella, la manera en la que le hablaba y actuaba hacía que su cuerpo fuese impactado por un rayo de electricidad. La primera proposición era algo que nunca había hecho y sonaba muy excitante.
—Omar, ve al cuarto de mi madre y mira si está despierta. —dijo Rebeka.
Luego de levantar sus ojos y recordar que su suegra estaba en la casa y podía salir en cualquier momento de su habitación, Omar se detuvo en el lugar. Tan rápido y ágil como un ninja, se dispuso a moverse por la casa, procurando que no rechinara la puerta ni el suelo de tablas viejas.
Mientras tanto, Rebeka llenó tanto como podía sus pulmones de aire y movió sus manos de atrás hacia adelante, con el fin de sacarse el miedo del cuerpo y acumular el valor para hacer algo.
Tan silencioso como una pluma que se mecía por el aire, Omar abrió la puerta que daba al cuarto de su suegra y confirmó que estaba dormida. Luego de tomarse el licor de la botella que estaba por debajo de la mitad junto a las diez pastillas, podía confirmar que ni una bomba le podría despertar. No obstante, con intención de ser precavido ante una situación incómoda, colocó algo en el tirador de la puerta. Era un adorno que tenía una soga en su punta, que tomó de una repisa y si el abridor bajaba su nivel, entonces el juguete caería al suelo y haría ruido.
Rebeka vio las precauciones que tomaba su amado, mientras hervía el agua que montó para cocer los vegetales. Tenía la excusa perfecta para seguir retrasando la situación, pero no se lo permitió. De un tirón puso los vegetales en el interior de la cazuela y cerró la olla con una tapa de cristal.
Luego de hacerse la fuerte, vio cómo su chico regresaba a la cocina con el bulto entre sus piernas tan tieso como un hueso.
Con el teléfono en la mano, Omar se agachó frente a su novia. Como buen camarógrafo que pretendía ser, quería tomar la mejor foto del día y ansiaba ver cómo su chica se quitaba lo que tenía puesto y procedía a cumplir la proposición del mensaje.
Con la intención de transmitir decisión y arrojo, Rebeka se desabotonó el pantalón y lo bajó poco a poco, hasta que llegó un poco más arriba de sus rodillas y dejó al descubierto el blúmer que llevaba puesto. Con una mano se subió la blusa que vestía hasta la altura de sus pechos, dejó ver su ombligo y con la otra mano haló la tela de sus bragas.
Los labios inferiores de Rebeka mostraron cómo la prenda ceñida a su piel se estiraba y al mismo tiempo se encogía, pues buscaba acomodarse a la tensión elástica que se creaba por halarla. No obstante, la comisura de su vulva todavía no mordía la tela como le había especificado su novio.
Después de halar un poco más, mover sus piernas, menear sus caderas y ponerse de cuclillas, finalmente Rebeka logró que sus bragas se colaran entre los labios mayores, de modo que lo único que le cubrían era su clítoris y los labios menores.
Un tanto agitada y con los cachetes enrojecidos por la sensación que le provocaba el momento, tan pronto vio cómo su chico tomaba fotos, pasó a retirar suavemente sus prendas inferiores. El pantalón salió fácil, pero sus bragas no, pues parecían estar atoradas entre los voluptuosos trozos de carne que no la dejaban ir.
Omar actuaba como quien no tenía intenciones de esperar a tener la toma perfecta, ya que, desde un inicio, todo parecía perfecto para él, quien no dejaba de presionar el botón de capturar la foto.
Luego de subir uno de sus pies para no tener que agacharse, Rebeka recogió las bragas que estaban entre el pantalón que se había quitado y que ahora quedaban sobre el suelo. Aunque sabía que a su chico no le importaba que su trasero y naturaleza rosada se le abrieran justo en frente de su nariz, debía tomar precauciones. Después de todo, no tener ropa interior y empinarse ante un chico necesitado, era sinónimo de terminar siendo rellenada como un pavo en navidad y dejar de lado el trabajo, para celebrar el acto de la reproducción.
«Se sintió raro, nunca he pensado en meterme algo de este tipo de material», se dijo, tras llevarse la prenda íntima en dirección a su rostro con la intención de olerla.
—¿Le pasarías la lengua? —preguntó Omar.
La proposición no tenía falta de fundamento, pero tampoco propósito lógico alguno. Chupar algo que recién se había introducido en lo más recóndito de sus piernas, así fuera superficialmente, tan solo jugaba un propósito específico en la mente de alguien con ese tipo de deseos morbosos. Desde un principio, Rebeka tenía la intención de oler el pedazo de tela que tuvo puesto por pocos minutos, para confirmar si era reutilizable o no, pero ahora que se le había hecho una proposición semejante, no estaba de más pensarlo dos veces.
Ella no iba a hacer semejante cosa porque le gustara hacerlo, tampoco era que no le gustara. Simplemente, ni le daba ni le quitaba. Sin embargo, precisamente porque la pregunta de su chico sonaba más como un reto antes que una sugerencia, era que lo estaba pensando. En ese momento, podía hacerlo, no le incomodaba del todo y también tenía curiosidad de ver la expresión que podía hacer.
Antes de pasarle la lengua, Rebeka cumplió su propósito original de oler sus bragas y luego que estaban cerca de su boca, pensó: «¿por qué no?».
Tras buscar el área de la prenda que había quedado clavada entre sus labios mayores, Rebeka la volteó y la abrió sobre la palma de la otra mano con sus dedos. Encontró sus fluidos gelatinosos acumulados en la parte más baja. Pudo sentirlos aún calientes y seductoramente, en frente de su chico, abrió la boca, con su lengua recogió la tela para llevársela al interior y cerrar sus labios, asegurándose de morder todo lo que había quedado embarrado en sus partes pudorosas.
Omar aumentó la frecuencia con la cual capturaba las fotos. Una detrás de la otra, seis o tal vez, nueve por segundo. Todo eso porque ahí, en frente de él, estaba su chica, con la parte de abajo desnuda y tan solo sus pechos cubiertos por una blusa. Con sus bragas en la boca y el pantalón a un lado. Era una escena erótica totalmente colmada de morbo, según su punto de vista.
«Mmm, el sabor es un poco fuerte, pero en efecto, mis glándulas salivales están siendo alteradas. Definitivamente, después de esto, mis bragas irán directo a la ropa sucia. Tal vez tenga que lavarlas primero, pero ¿por qué no usarlas para algo más?», pensó.
—¿Te lo meterías? —volvió a preguntar Omar.
El chico no podía respirar adecuadamente, inhalaba y exhalaba como si estuviera a punto de morir por asfixia. Si no fuera porque debía sostener el teléfono con las dos manos, para que no temblara y las fotos no salieran borrosas, ya estaría estrangulando al ganso entre sus piernas con todas sus fuerzas, hasta incluso arrancarle la cabeza, si es que no era lo suficientemente fuerte como para resistir la furia, por el nivel tan alto de excitación que tenía.
Aun saboreando lo que tenía en la boca, Rebeka no se extrañó por la pregunta que su novio le hizo. Ella ya se lo había planteado y apenas tuviera la oportunidad, pensaba hacerlo. Sin titubear, se sacó las bragas de la boca y recostó su cuerpo contra la mesa para poder abrir mejor sus piernas, debido a que el pantalón ya no interfería con sus movimientos.
«Que no sea duro, significa que pasaré trabajo para poder meterlo», se dijo, mientras evaluaba la situación en base a experiencias pasadas. «Aunque está bien lubricado, si no encuentro la manera no entrará con facilidad, al menos no como cualquier objeto que he elegido anteriormente».
Luego de bajar su mano con lentitud, se puso de puntillas y con la mano opuesta, se separó los labios vaginales.
Ante la cámara de Omar, se pudo ver cómo en la entrada inferior de su novia estaba su dedo, envuelto con parte de la tela enrollada de sus bragas.
«Ufff, que caliente me estoy poniendo con esto, más de lo que esperaba. Por otro lado, ¿Acaso mi dedo será suficiente para meterlo? Como es tela, la parte seca absolverá la humedad que precisamente se encarga de facilitar la penetración… pero ¿Qué mejor manera de saber si no se hace el experimento?».
Tan pronto pudo meter un extremo de la prenda en su cavidad reproductora, con sus dedos índice y medio se encargó de empujar la tela al interior de su cuerpo, con paciencia. «Esto me raspa, estoy seca y me siento rellena». Ella notaba que, a pesar de haber mojado considerablemente sus bragas antes del proceso, le estaban dando un poco de resistencia para entrar, pero no era que fuera tan difícil o doloroso como se esperaba. Con calma y unos cuantos empujones, logró hacer que su interior recibiera lo que ella quería.
«Tengo que empujar un poquito por arriba y por abajo, ahí… siento cómo se me mete…». Tan pronto Rebeka sintió que no quedaba más que meterse, se masajeó el botón de placer de forma circular, como una recompensa.
Ella sentía que podía seguir empujando la tela más adentro, pero la idea de que se le pudiera perder y hacer una visita embarazosa al cuarto de urgencias, no era muy agradable. De cierta manera, perder algo en el interior de su cuerpo o que se le rompiera, como le podría pasar con una botella de vidrio, era una de sus mayores fobias. No obstante, jugar entre los límites de lo que era seguro y lo que no, le resultaba excitante.
Por otro lado, Omar estaba tomando fotos de la flor invadida y rellena de su novia. Se podía apreciar como el agujero mostraba su circunferencia con una tela de color oscuro en el medio.
—Amor ¿Qué tal si vendemos estas bragas junto a las fotos? —mencionó Rebeka, con voz de gata en celo—. No creo que sea una buena idea volvérmela a poner. Puede que ahora la tela esté caliente, pero cuando pase el tiempo seguro se va a volver fría e incómoda y lavar la pieza también sería otra pérdida ¿Qué te parece?
—Yo daría un millón de dólares —dijo Omar, con tono desesperado.
—Me agrada escuchar eso, cariño. Dime, ¿Acaso me atrevería a hacer algo más?
Ante la pregunta, Omar se quedó pensando.
Rebeka se sacó las bragas cuidadosamente y tras ofrecérselas a su novio, desenrolló la blusa que tenía puesta. Esta prenda que le cubría el torso, era lo suficientemente larga como para tapar parcialmente sus partes bajas, siempre y cuando no se inclinara mucho ni se moviera de un lado a otro.
Después de voltearse, se dedicó a bajar la calentura que tenía cocinando, por eso sacó los vegetales que había puesto a hervir dentro de la olla.
Omar trataba las bragas de su chica como una figura a la cual idolatrar y venerar por el resto de su vida. A continuación, fue de regreso a la mesa y trató de aliviar la erección que tenía con su mano.
«Siento a mis manos temblar, así como a mi corazón, que me palpita entre las piernas. Quiero que me empotre contra la pared y me dé duro… ¡Aaah!», sintió Rebeka, haciendo lo mejor para mantener su compostura. «Mi cuerpo se siente todo loco y a este paso sería un milagro si termino de hacer la comida. Tal vez deba provocarle un poco más, hacer que me coja, para después culparle. Quinientos dólares es mucho dinero para hacer en una noche… Me pregunto: ¿Cuál será la siguiente pose que tendré que hacer para la próxima foto?».
La pregunta no dejó de rondar en la cabeza de Rebeka.
«Después de todo, mientras más se hace demorar un orgasmo, más fuerte se vuelve», se dijo. «Pero ¡no puedo seguir esperando!».
A punto de ponerse en cuatro, empinar bien su trasero y levantarse la blusa para pedirle a su chico que le hiciera el amor ahí mismo, el sonido de la olla de arroz, le hizo entrar en razón.
Tras tomar un tenedor, abrió la arrocera y revolvió el contenido.
«Ya solo queda la carne… un poco de sazón y colocar la sartén a fuego medio». La chica fue interrumpida por el sonido de un nuevo mensaje que fue aceptado. «¡Él aceptó otra oferta!».
Rebeka se volteó para ver a su novio con cara de desesperada. Omar en cambio, se valió de movimientos rápidos y se dispuso a hacer algo sin decir nada. Aunque sus movimientos podían describirse como normales, su rostro era el de alguien que flotaba por el cielo.
«¿Qué hace?» se preguntó Rebeka. «Tiene el teléfono en la mano, pero camina en dirección opuesta a mí. ¿Será que tener mis bragas le hizo despertar la seguridad y paz interior?».
Ante la mirada de su novia, Omar abrió la puerta superior del refrigerador, hurgó dentro de él y sacó la hielera, lo que hizo que Rebeka cambiara la dirección de sus pensamientos.
«¿¡Hielo!? Mmm. Interesante».
—Pásalo por tus pezones hasta que se endurezcan —demandó Omar, mientras extendía su mano derecha, no como un reto, sino como una orden.
Rebeka mostró obediencia y no pudo evitar sentir una gota de sus fluidos más pudorosos que descendía por su pierna derecha. En ese momento, las hormonas no la hacían pensar en lo absoluto o darse cuenta de cosas que eran fáciles de notar. Las palabras de su novio le hacían vibrar, recordar lo provocativo, apasionado y enloquecedor que era en la cama. Aunado a que debajo del pantalón escolar, estaba capturado un trozo de carne grande, potente y venoso, a punto de estallar, capaz de hacer realidad los sueños de una pervertida como ella.
La intensidad del momento estaba subiendo, así como se desbordaba la zona más sensible del cuerpo de ella.
—A tu orden amo —respondió Rebeka, sedienta y necesitada de continuar con lo que se avecinaba.
Ante los oídos de Omar, la palabra “amo” le infló el pecho con ego, poder y capacidad para controlar el momento.
«¡¡¡Quiero coger!!!», quiso gritar Rebeka. «No estoy reprimiendo este deseo en este momento y te sigues absteniendo. ¿Acaso se cambiaron los papeles?».
Cegada por su mente caótica y condenada a seguir las órdenes de su chico, Rebeka levantó la única prenda restante que vestía, como si quisiera arrancarla de un tirón.
Debido a que tenía dos hielos y dos pezones, eso significaba que debía usar sus manos en el proceso. Con los dientes, Rebeka mordió la punta inferior de la blusa que llevaba puesta para sostenerla bien arriba y dejar sus pechos bien expuestos.
Aguantó los cubos de hielo con las puntas de sus dedos, los llevó a sus pechos y con mucho cuidado los frotó, para sentir la sensación más contradictoria que podía experimentar en el momento. Que el frío la hiciera sentir caliente era una ironía en todo el sentido de la palabra.
En cuestión de pocos segundos, la sensación provocada por el hielo, arrugó y encogió su piel, lo que endureció los pezones de Rebeka. El hielo se derritió en medio de los movimientos circulares que hizo sobre la piel, lo que produjo que las gotas de agua corrieran cuesta abajo, hasta llegar al suelo e incluso se juntaron con sus fluidos más íntimos, que bajaban por sus delicadas piernas blancas.
Ver a su novio tan concentrado en la pantalla del celular, dedicado a su trabajo, sin querer cogerle, la hizo vibrar más. Tenía la idea de portarse mal y no obedecer a la orden de su amo, para que la castigara de alguna manera. Pero la sesión de fotos aún no terminaba, pues él seguía buscando la foto perfecta y no le daba permiso de abandonar su tarea. Quizás decirle amo le había hecho entrar en un papel dominante en la relación, lo que convirtió a Rebeka en una bestia sedienta de carne.
—Llévate el hielo de la mano derecha a la zona más caliente de tu cuerpo y con la izquierda pellizca el pezón derecho, hasta que lo hales tanto como puedas, le ordenó su novio.
Luego de ahogar los deseos que tenía de gemir, Rebeka sintió como se abrió un camino de frío por su abdomen. Ella no quería portarse mal, tampoco detenerse, pero sintió deseos de derretirse a los pies de su novio y suplicarle ser profanada de forma indecente, sucia y pervertida.
—¡Ahh! —gritó sin poder evitarlo, debido a que el frío del cubo de hielo hizo contacto con la parte más caliente que tenía su cuerpo en ese momento, que era tan ardiente que se asomaba como una pequeña capucha al mundo exterior.
El gemido fue digno de hacer que cualquier chico sufriera un ataque y devorara a su presa como una bestia.
—Perfecto —dijo Omar, con un inesperado tono de seriedad y profesionalismo, luego de voltearse y dirigirse a la mesa, con la actitud de haber capturado la foto perfecta.
Perpleja por lo que estaba sucediendo, Rebeka dejó de morderse la blusa. Con esto, la prenda regresó a su posición natural sobre su cuerpo y sus pezones sensibles se resaltaron y hacían notar.
«¡¿Dónde estaba la bestia desesperada que quería hacer todo lo posible por coger?!», se preguntó Rebeka, convertida en un animal sediento de sexo.
Después de voltear con dificultad, arrojó los pedazos restantes de hielo dentro del fregadero y se aguantó lo más fuerte que pudo a la mesa. Si hubiera tenido músculos, de seguro las venas se le hubieran salido y habría arrancado la repisa con sus dedos.
Como si no pasara nada, Omar dejó el teléfono a un lado, tomó un trapo, lo arrojó al suelo y se agachó para limpiar el desastre que su amada había dejado. Tenía la noble intención que su chica no se resbalara con el agua de los hielos derretidos junto a los fluidos de Rebeka, que quedaban en el piso.
«Él está ahí», pensó Rebeka, tras encorvar los dedos de sus pies. «Ufff, está debajo de mí. Me puede ver, sé que me puede tocar si así lo quiere. Aún quedan tres fotos más y podemos separar lo que es el deber del querer. ¡Aaah! Definitivamente, ¡no!».
—¿Qué te pasa? ¡¿Por qué me haces esto?! —preguntó desesperada, sin poder aguantar la situación en la que estaba.
Omar levantó su mirada y abrió los ojos, como quien no entiende a las mujeres.
—¿De qué hablas?
Rebeka se volteó, levantó su pierna y la colocó sobre el bulto de su novio. Las hormonas le habían hecho fallar. Después que ella le dio sus bragas al chico, su comportamiento tan feroz se había desvanecido. Un miembro que hace unos minutos estaba a punto de estallar, ahora no se sentía tan duro. Algo tenía que estar mal. Quizás mientras estuvo entretenida con los vegetales, él había cometido un acto digno de ser condenado.
Después de abrir ojos ante la sensación percibida por la planta su pie y poniendo en su lugar todas las piezas del puzle que su mente ofuscada por la excitación ignoró, Rebeka demandó lo siguiente:
—Sácatela del pantalón.
Mostrando poco orgullo por lo que tenía que hacer y arrodillado en el suelo, Omar se sacó el trozo de carne ante los ojos dominantes de su chica, quien tenía la posición superior en la situación. Rebeka confirmó las sospechas que la estaban invadiendo.
El músculo del amor de Omar estaba rojo, venoso, sostenía una media erección y se encontraba embarrado de semen por todos lados. Esa era la prueba irrefutable del crimen que había cometido.
—Así que te viniste— aseveró la chica, luego de ver que el paquete de su amado estaba compuesto por carne, huevo y leche. Después de cruzar sus brazos, Rebeka le reclamó—: ¿Con permiso de quién lo hiciste?
Sin tener una respuesta concreta que dar, Omar bajó su mirada, como si siguiera las siluetas de la piel blanca que componían el pie que aún lo pisaba. Él no sabía cómo explicar algo tan natural, pues lo que le había sucedido era producto de una excitación muy grande, además que tenía que buscar la manera de controlarse para no tomar cartas en el asunto, ignorar la disposición que su chica tenía y hacerle ver las estrellas ahí mismo.
Los papeles se invirtieron, ahora Omar no tenía más remedio que recibir castigo. Además, que sin estar lo suficientemente excitado, tal vez no tendría la mente tan abierta como la tenía hasta el momento.
—Ya que estás limpiando el suelo, limpia entre mis piernas… con tu lengua.
Si el castigo era ese, Omar estaba dispuesto a ser castigado todos los días, a toda hora. Tras poner sus manos en el suelo y arrodillarse como un caballero que le juraba su honor a una reina, comenzó su trabajo de limpieza de abajo hacia arriba.
«Ahh, sentir su lengua desde la punta de mi pantorrilla hasta lo más profundo de mis entrañas, me hace querer caer al suelo. Del frío de un hielo, al calor de una lengua, el contraste es tan grande que me estoy viniendo… ¡Ohhh! Sí, este es el alivio que tanto estaba buscando. Todos los poros de mi cuerpo se erizan, mis músculos se contraen y quiero recibir más. Aún me quedan tres fotos y terminar de hacer la carne para satisfacer el hambre de nuestros estómagos. Puedo asegurar que durante estos días perdí varias libras, aunque extrañamente me siento con más fuerzas, más agresiva, sin querer soltar a mi presa». Luego de coger a su chico por los cabellos, restregar sus caderas sobre su boca, Rebeka continuó: «No creo que pueda. Tan pronto ese trozo de carne se vuelva a levantar, me lo enterraré de una vez. Quiero que mi sentencia sea ser empalada por él… Estos sentimientos dejaron de ser ganas, evolucionaron y se convirtieron en la urgencia de amar y ser amada, hasta perder el conocimiento».