Reina Del Cielo

Chapter 9


  Omar, siendo más alto que ella, no consiguió ahogar el desespero que le invadía, por lo que hizo que el beso no fuera muy fluido. Rebeka podía notar que él se comportaba como un animal en celo, que quería restregar sus caderas contra ella, pero no podía al tener que mantener su columna encorvada para no romper el beso. Más aún, las lenguas de ambos hacían contacto e invadían el territorio la una de la otra.

 

    «Tan fogoso es este beso que ni siquiera importa que nuestros dientes choquen. ¿Qué más da? Estamos aprendiendo, fue una excelente decisión de mi parte el no usar pintalabios, de haber sido así, esto terminaría en un desastre».

 

  Las personas que pasaban por la calle llegaron al punto de comentar el desagrado que les producía la escena maleducada de una chica siendo besuqueada por un chico tan temprano en la mañana. 

 

  Entre esos comentarios estaban cosas como:

 

 —¡No tienes respeto por ti misma!, ¡Vaya juventud que está perdida!, ¡Desagradable!, ¡Lo único que tienen en la cabeza es la calentura, a ver cuánto duran juntos!, ¡A la escuela!

 

  Pero, ni a Rebeka ni a Omar les importaban semejantes críticas en ese momento. El acto podía ser inmoral, pero no era ilegal.   

 

    —Ufff… —resoplo Rebeka, sintiendo como la temperatura de su cuerpo se incrementaba aún más, lo que le hacía percibir un calor extra que literalmente pasaba de sus orejas a su cara. 

 

 «No sabía que esto podría calentarme tanto…», pensó, tras mantener los ojos cerrados, enfocada en sentir la respiración de su chico, sus manos y la sensación húmeda de su lengua.

 

Luego de sacar la mano debajo de su saya, buscó colarla entre el cinto del pantalón y la piel de su novio. Siguió su descenso hasta encontrarse con lo que era todo un miembro erecto, el cual tenía la punta bien humedecida y terminó embarrando su mano.  

 

Al tener algo con lo que podía rozar su verga, Omar tranquilizó en gran medida los movimientos de sus caderas. Tan pronto las dos bocas se separaron con la intención de recuperar el aliento, él dirigió sus ojos hacia la casa que estaba atrás de su amada, para luego mirarla con ojos de querer más. 

 

  Rebeka, quien aún masajeaba el miembro comprimido de su compañero, pudo entender el mensaje.  

 

   «Quisiera seguirle besando, por lo menos hasta que nuestros labios se desgasten y llegar a lo que viene, después de un beso tan apasionado como este…», pensó. «Olvidarnos de la escuela, entrar a mi casa y cogernos el uno al otro hasta que nuestros corazones se contenten. ¿Si viene mi madre? Le digo que se meta debajo de la cama, estoy segura que no subirá hasta la segunda planta, aunque me vea desnuda y toda agitada. ¿Y si lo hace? ¿Si descubre que estuve teniendo sexo en vez de ser una niña responsable e ir a la escuela? Bueno, de seguro me rompe la cabeza, a mí… y a él. No es que importe ¿no? 

 

    Rebeka lo estaba pensando muy seriamente, tanto, que cada fibra de su cuerpo le decía que con gritos desgarradores. Faltar a la escuela con tal de estar sola en su casa y tener su primera vez con un hombre. Abrirse y entregarse sin pensar en nada más, era el mejor plan.

 

    «Oh, debo decir que tus ojos sugieren una tentadora propuesta: solo por esta vez, un día ausente, nadie lo notaría y así termináramos lo que empezamos. Pero, no…». Respiró con profundidad, tras darse en el rostro con las dos manos, como si intentara recuperar la cordura. «Mi madre está por llegar. No se vería bien que después de tantos sacrificios que hace por mí para que asista a la escuela, le pague con esa moneda. Debo mantener mi promesa de sacar buenas notas en la escuela».

 

  —Omar… —dijo ella, agitada, con ojos que negaban la proposición de su amado.  

 

   Viendo como la presidenta usaba sus manos para darse unas palmadas en sus cachetes ya enrojecidos y salir del estado libidinoso en el que se encontraba, Omar pudo entender la mirada que le estaba dando:

 

   —Entiendo… — le respondió, como quien se arrepentía de haber hecho una sugerencia como esa.

   

  —Te aseguro que dentro de poco tendrás el derecho de hacerme lo que hiciste y más, cada vez que sea sensato hacerlo —dijo ella, como si estuviera reponiendo su falta con una compensación futura aún mayor, para acto seguido arreglar con su mano el pantalón del joven.

 

  En el proceso, apenas terminó de arreglarse, Rebeka sintió que no podía evitar dejar de llevar su mano a la cara, abrió la boca y pasó la lengua por el costado de sus dedos aun mojados, para saborear el líquido preseminal que tenía embarrado.

 

 Luego le dijo:  —Tienes prohibido masturbarte durante todo el día, también te aconsejo que te prepares, pues en la noche de hoy, voy a permitirte entrar a mi casa.

 

  —Pero, Rebeka… ¿Acaso mañana no es tu cumpleaños? —reclamó Omar, ignorando lo que podía implicar que una chica le dejara entrar a su casa.

 

  Rebeka pudo entender que él tal vez creía que ella vivía con una familia normal. Una de esas familias en las que la mamá espera hasta las doce de la noche para felicitar a su hija, pero no. Ella sabía que no era el caso. Bien dentro en su interior la razón de invitar al chico no era siquiera para experimentar sobre los placeres del sexo, era más bien por no pasar la víspera de su cumpleaños a solas, como siempre, desde que su padre había caído preso.

 

  —No te preocupes, mi mamá trabaja por la noche— respondió Rebeka, luego de sentir cómo la tristeza la invadía, al tiempo que los latidos de su corazón disminuían—. Ella regresa a casa por las mañanas para dormir un poco y luego se va por la noche.

 

   Omar agachó su cara como quien se sentía apenado y culpable por no haber tomado la iniciativa más temprano. Dicen que uno de los indicios del verdadero amor es tener la sensación de responsabilidad por cosas que incluso sucedieron cuando uno no estaba. Él volvió a reprocharse no ser apto para ella y Rebeka pudo notarlo, así como también que el bulto entre sus piernas bajó de manera considerable. Para ella era bueno y malo en parte. 

 

    —Por eso quiero que estés conmigo —continuó ella, con tal de animar la mirada de él—. Y que me conviertas en una mujer… hazme ese regalo. Cuídame entre tus brazos por toda la noche.

 

  Él subió su cabeza ante el deseo que su amada tenía, lo que le hizo encontrarse con unos ojos decididos. Sin más expresión que una sonrisa de medio lado, él extendió su mano ante la oferta y Rebeka aceptó la mano extendida. Ambos se pusieron al lado, al tiempo que entrelazaron sus dedos, para emprender el camino a la estación como una pareja.

 

   Las personas que caminaban en dirección contraria a ellos no tuvieron más remedio que hacerse a un lado, ante la mirada que los jóvenes enamorados se mostraron, decididos a no separarse el uno del otro camino a la parada. Pasó lo mismo cuando se montaron y se bajaron del tren. Eran dos polluelos acurrucados, unos tortolitos que se negaban a dejar de compartir el calor de sus cuerpos en un mundo tan frío.

 

   «Si ayer, por tener el pelo suelto, recibí muchas más miradas de lo usual y me gustó. Hoy, ¿qué será de mí?», se dijo Rebeka mirando en dirección a la intimidante y exuberante estructura que representaba la escuela.

 

  Ella era considerada como la chica más notoria y no pudo evitar preocuparse por los comentarios de todas las personas en la escuela cuando le veían junto a Omar, el chico más popular. A pesar de haber decidido emprender una nueva vida con la frente levantada, su resolución comenzaba a flaquear.

 

   «No solo serán las miradas, sino que se le suman las lenguas y los malos comentarios» analizó.

 

   Paso a paso, Rebeka abrazó con sus dos manos el brazo izquierdo de Omar, en busca de protección, lo que produjo que los brazos quedaran aprisionados entre sus pechos, al pasar por la entrada principal.

 

    «Esta vez nadie calla, todos comentan, parecen estar decepcionados. ¿En qué estaba pensando?» Rebeka llegó al punto en el cual ni siquiera pudo seguir viendo por dónde iba y tan solo se enfocó en mirar el suelo. «¿Tal vez debería seguir con la rutina? Ya no me siento tan motivada como antes, como para separarme de él y dejar que su mano se marche. Mi mente dice algo, mi corazón se contradice… debo mantenerme firme».

 

  Comentarios, susurros, chismes, fotografías indiscretas, quienes corrían por el pasillo se detenían y los que estaban sentados en el suelo se ponían de pie con tal de mirar algo que no podían creer.

 

   «No sé cómo comportarme en una situación como esta», analizó Rebeka. «¿Debería decirle que nos veremos luego? Espero poder esconder mi rostro para que él no sé dé cuenta que estoy mintiendo. Tengo que decirle algo».

 

  Un poco más llena de valor, levantó su cabeza e ignorando todas las miradas, vio en dirección a Omar, pero en vez de poder hablar, decidió guardar silencio.

 

 «Cómo podría… sí lo primero que veo es su pecho inflado. Ojos desafiantes y la expresión orgullosa de un triunfador. Acaso estar conmigo es la razón por la cual camina con tanto orgullo de mostrar lo que tiene. Ahora que lo pienso, se ve tan sexy un chico con ojos de fuego que mira a todos los que se atreven a mirarme. Oh ¿Cómo dejarle ir en esta situación? ¡¿En qué estaría pensando?! Tal vez deba dejar de pensar en los demás, porque, aunque tengan uniformes, estos individuos son tan relevantes como las personas de la calle. No quiero hacerle daño y decirle que me debo alejar por su bien. Ya es demasiado tarde para dar vuelta atrás. Entramos en la escuela, nos vieron todos los que nos tenían que ver. No tiene sentido que nos separemos».

 

   Rebeka también infló su pecho y trató de caminar lo más recto posible, con la intención de mirar la situación por el lado más emocionante. Desde cierta perspectiva, los estudiantes no eran diferentes a los adultos contra los que habían luchado antes de llegar al metro. Comentaban, miraban con desprecio, pero no podían hacer más. 

 

   Entre sus pensamientos y conclusiones, se dio cuenta que Omar avanzaba en dirección a la cafetería y de nuevo la tensión volvió a subir en el interior de Rebeka. Ella, que siempre iba a su casillero, luego a la sala de profesores y por último al aula, nunca había experimentado lo que se sentía entrar en la cafetería, mucho menos sosteniendo la mano de Omar. 

 

   «Debo levantar la mirada, inflar mi pecho, dejar de seguir encorvando la espalda y demostrarles a todos que estoy orgullosa de tenerlo a mi lado. En la cafetería está el único grupo de personas que me sería imposible tratar como extraños. No hay vuelta atrás» pensó.   

 

  Ante la entrada de la pareja decenas de bocas siguieron hablando, mientras que el doble de ojos continuó mirando. La diferencia fue que Rebeka pudo ver caras conocidas de los miembros más destacados de la clase, Miguel, Liz y las otras dos chicas que conformaban el grupo de “los chicos populares y por supuesto, los mejores amigos de Omar. 

 

   —Uy, que es lo que ven mis ojos —dijo Miguel en voz alta, tan pronto reconoció la presencia de Omar—. ¿Acaso ya son novios y andan caminando tomados de la mano?

 

  La manera dramática en la que estaba hablando el chico sentado en la mesa, se asemejaba a alguien que se preparaba para dejar ir a su mejor amigo. Aunque Rebeka pudo notar las intenciones secundarias cuando este sujeto desvío su mirada en dirección a Lizandra.

 

   Al contrario de Liz, Miguel era alto y de expresiones aniñadas, con cabellos negros, cortos y descuidados. La chica tenía el pelo rubio bien cuidado que le llegaba hasta debajo de la cintura si se ponía de pie. Los dos vestían el uniforme de la escuela como cualquier otro estudiante que estuviera oficialmente aceptado en ella, pero era como si sus personalidades no pudieran ser comprimidas por este. Mig, como cariñosamente era llamado por los demás, usaba su uniforme sobre una camisa blanca de manga larga, con una chaqueta cerrada de cuello alto y pantalones sueltos rematados con zapatos marrones. Liz se adapta más a la apariencia habitual de las estudiantes y vestía una camisa blanca de manga larga con una cinta roja atada alrededor de su cuello. Sobre sus cabellos tenía un broche dorado al lado izquierdo.

 

   —¡¿En serio?! —Rebeka escuchó la voz irritante de Lizandra.

 

  Para Rebeka, la rubia de cabeza vacía no era mucho más que una sucia, egoísta y regalada, que siempre había querido ser el centro de atención y que a pesar de ser la única amiga en la cual confió unos años atrás, la apuñaló por la espalda.

 

  Con cara de asco, Liz continuó exponiendo sus quejas:

 

—Espero que sepas que salir con ella no es para nada cool… los mayores la odian y en especial tu padre, ¿lo sabes? Además, ella es una mentirosa, nada de lo que te pueda decir es verdad.

 

    A pesar de apretar sus dientes y contener la respiración, Rebeka no pudo dejar de sentirse irritada, la voz plástica y chillona de Lizandra hizo que la sangre le hirviera. Sus venas se incendiaron con violencia, tenía deseos de arrancarle la lengua y sacarle los ojos mientras que su corazón bombeaba coraje. Aun así, se mordió la lengua.

 

  —Si tan necesitado estabas por una pareja con la cual perder tu virginidad, podrías habérmelo preguntado primero.

 

 Pero las últimas palabras de la rubia pretenciosa conformaron la gota que colmó el vaso, con esas cartas puestas sobre la mesa, era imposible para cualquier conservar la calma. Menos cuando Rebeka, de lo enojada que se puso, dejó de saber si era consciente del mundo a su alrededor, pues solo veía a Lizandra con visión borrosa y ojos que se enrojecían mientras sentía el deseo de arrancarle la cabeza. 

 

  Justo cuando la presidenta de la clase soltó el brazo de Omar para clamar por sangre, Mig destrozó el vaso plástico que tenía en su mano al golpearlo tan fuerte como pudo contra la mesa del comedor. El sonido llamó la atención de los estudiantes presentes en la cafetería e hizo que Lizandra se callara.

  

   —Lizandra, si quieres que sigamos siendo amigos, no vuelvas a hacer un comentario como ese. Ella es mi novia, faltarle el respeto a ella, es como faltarme el respeto a mí. ¿Entiendes? —dijo Omar.

 

  Tan inconforme como asustada por no poder seguir hablando, la rubia dejó de prestar atención a Miguel o a Omar, para cruzarse de brazos y mirar al techo con la intención de guardar el enojo que sentía, como si de lágrimas a punto de salir se tratase.

 

  Rebeka sintió como si hubiera sido flechada por el amor una vez más. Las palabras de su chico le regresaron de vuelta al mundo, lo que le hizo recordar que Lizandra, en parte, actuaba de la manera en la que lo hacía porque tenía miedo que su secreto fuera revelado. 

 

   Para Rebeka ser defendida por su chico era tan excitante, pues él había dado un paso hacia adelante y se interpuso en el camino para protegerla, en caso que perdiese el control. 

 

  «Desde este punto de vista su espalda luce tan grande», pensó Rebeka, sin poder esconder su cara de excitación.

 

  —Auch, creo que debo de ir a la enfermería. Estoy sangrando… —dijo Miguel, dejando de ser el chico carismático y despreocupado que era, mientras se presionaba una mano contra la otra

— Acompáñame, Liz… por favor.

 

   La rubia miró por unos segundos a quien le había dirigido la palabra, tan pronto se limpió las lágrimas, sin encontrar palabras para decir, se levantó y fue con Miguel.

 

    «El veneno con saliva de esa serpiente me afectó como no me lo esperaba», se dijo Rebeka, al mismo tiempo que se dio cuenta que por un momento dejó de pensar con claridad. «Si me dejo manipular, ella ganaría dos cosas, mi expulsión y quedarse como una víctima de la situación. Pero esto no pinta nada bien en el futuro. Quería ser aceptada por su grupo de amigos para no alterar mucho su rutina y promover el desarrollo de su zona segura, pero no puedo dejar que mi chico se siga juntando con ellos».

 

  Dado que el ambiente se había vuelto algo tenso, Rebeka dijo:

 

  —Omar, creo que hay muchas personas en este lugar. Tal vez debamos ir a un sitio más privado. 

 

  Como quien notaba que su chica había quedado afectada, Omar respondió a la propuesta con un “sí” tan pronto la idea perfecta se le pasó por la cabeza.

 

  En la mesa en la que usualmente se sentaban los miembros del grupo de Omar para desayunar antes de entrar en el aula, quedaban dos chicas que no dudaron en dar una excusa para que el joven no se preocupara de dejarlas ahí. Se podría decir que ellas estaban muy unidas al punto en el que parecían hermanas, pero no lo eran, ya que eran incluso de años diferentes.  

 

  Con algo de tiempo de sobra y la confirmación de aquellas mujeres, Omar y Rebeka se voltearon en dirección opuesta, con tal de atravesar la otra salida del lugar. Aún más juntos que en el principio, las personas no comentaron mucho, porque la pareja había dejado de ser novedosa.

 

 Aliviada por sobrevivir a semejante ambiente hostil, a Rebeka le quedaba la duda de no saber a dónde su chico la estaba dirigiendo, pero definitivamente no preguntaría en frente de tanta gente.

 

   Por los pasillos, después de atravesar varias salas, Rebeka ya podía imaginar a dónde estaba siendo llevada, dado que el camino prometía terminar justo en el “sitio de las parejas”. Ella pasó de largo por su casillero y también por enfrente de la sala de profesores para llegar a la azotea que se encontraba en el último piso de la escuela, donde el ambiente olía a amor y el sonido mojado de muchos besos resonaba entre las escaleras.

 

   —Tenemos quince minutos para conquistar un espacio, sentarnos y enfocarnos en nosotros—dijo Omar.

 

   Rebeka llegó a pensar que si no fuera porque todos los que aquí se encontraban tenían ropa puesta, el lugar sería una orgía. «Es bueno saber que no soy la única que quiere experimentar y conocer los placeres de sexo».

 

  Excitada y feliz de haber sido llevada al lugar más picante de la escuela, Rebeka se encontró casi a punto de llorar, pues semejante momento nunca se le había pasado por la cabeza. Desde su punto de vista, el chico al que tenía al lado se le había arrodillado, acompañado tomándole la mano y defendido de un terrible demonio, para después llevarle al nido de amor. Tan solo le hacía falta cargarla en brazos como una princesa para convertirse en príncipe.

 

  Con confidencia, Rebeka avanzó al jardín que se encontraba en la azotea de la escuela y busco un lugar en donde sentarse. 

 

  —¿Qué haces bebé? —preguntó Omar, apenas se sentó junto a su novia en un banco para dos y vio como ella sacaba unos cuantos papeles en vez de besarle o imitar lo que estaban haciendo los demás estudiantes a su alrededor. 

 

  —Quiero mostrarte que soy diferente y también quiero introducirte en mis planes —respondió algo atareada, buscando entre los bolsillos de su camisa. «Espera un momento… ¿¡Bebé!? ¡¡¡Ya me llama bebé!!! Tal vez mi cabeza esté a punto de estallar».

 

  —¿Ah? 

   Viendo la tierna y penosa expresión de felicidad combinada con vergüenza que su chica hizo cuando recién fue consciente que había sido llamada por un nombre romántico y meloso que muchas parejas usan, Omar dijo:

 

—Bebé… — pronunció con más confianza—. Sentí que podía hacerlo, no lo pensé dos veces y lo dije.

 

  Rebeka, al punto de explotar de la felicidad, agregó:

 

  —¡Dilo de nuevo! 

  

   —Bebé —respondió Omar mirando justo a los ojos de Rebeka con mirada de galán, acomodándose los cabellos y dándole una sonrisa.

 

  —Repítelo de nuevo y esta vez dilo más suave. 

 

  —Be-bé —repitió alargando las sílabas de la palabra.

 

   —¡Aww! ¡Qué lindo! —dijo Rebeka, con el corazón que casi se le salía de los ojos, para proponer — Ahora dilo en mi oído. —mientras se desabrochaba el primer botón de su camisa. 

  

  Infiriendo que la situación se trataba de un coqueteo, el joven perdió el miedo a lo que podía pasar. Intrigado por descubrir lo que seguiría, se arrojó a llevar sus labios justo al lado del delicado y sonrojado oído de Rebeka:

 

—Bebé.

 

  —Ahora, bésame el cuello y sube hasta mi boca —dijo Rebeka, a la vez que sentía ese cosquilleo entre sus piernas que pasaba cada vez que se estaba excitando.

 

  Los dos pares de labios juguetones se juntaron y abrieron camino para que sus lenguas se encontraran y buscarán llegar una debajo de la otra en un juego de lucha. Ellos imitaban lo que estaban haciendo las demás parejas en los alrededores, que trataban de comerse los unos a los otros. Es que para quienes no han besado nunca, la sensación de hacerlo por primera vez es tan adictiva y excitante que cuesta dejar de experimentarla. 

 

  Una vez que los dos jóvenes comenzaron a embriagarse con el placer que generaba un simple beso, les fue difícil saber cuándo terminar, así que también perdieron la percepción de lo que era el tiempo. 

 

  Los papeles que estaban en la mano de Rebeka pasaron a ser un asunto secundario, aunque al principio tenían prioridad. Después de pasar más de diez minutos en lo que eran besuqueos húmedos, quedaron tan solo cinco minutos antes de entrar a clases. Rebeka retomó las fuerzas para procurar hacer lo que tenían planeado. Apartándose, sacó la determinación que no tenía para romper el beso y poner los papeles que había sacado de su bolsillo entre ella y el chico al que tanto quería.

 

   —Necesito de ti —dijo sonrojada y vulnerable, como si tuviera fiebre—. Dime tú opinión sobre las aplicaciones de trabajo que he pensado hacer. 

 

   —Oh ¿aplicaciones de trabajo? —dijo Omar, sin siquiera preocuparse por limpiar la baba que se escurría por su boca, aunque si se le pudo notar un tono serio en su rostro, como si pudiese presagiar que dentro de poco él no tendría tanto tiempo para pasar junto a ella.

 

  —Cuando cumpla mis veintiún años y pueda trabajar legalmente, quiero ayudar en la casa con mi mamá —dijo Rebeka, recuperando la respiración que le faltaba.  

 

   —Yo te puedo dar dinero —dijo Omar como si estuviera haciendo una broma.

 

  Broma que si resultaba ofensiva para quien le escuchaba, podía perfectamente retractarse y suavizar la situación.  

 

   —Como mujer no quiero depender de ningún hombre —dijo Rebeka, tratando de no sonar ofendida y recordando la razón por la cual su madre se esforzaba tanto en mandarle a la escuela para que tomara buenas notas. — Quiero valerme por mí misma y limpiar la imagen que mi padre dejó. Como entenderás, tengo metas por cumplir.

 

   Cambiando las expresiones de su rostro y dado que el primer comentario no había funcionado, Omar agrego las siguientes palabras con seriedad, pues entendía que era la forma más correcta de actuar:

 

   —Mi trabajo será ayudarte a cumplir esas metas, tienes mi apoyo… deja ver. —Él extendió su mano y tomó los papeles—. Doce aplicaciones, Mmm… todas para negocios y tiendas de conveniencia en las cercanías. El formato está bien organizado y los motivos por los cuales cumplirías con el trabajo se pueden ver bien respaldados con tus notas de sobresaliente y tú puesto de presidenta… Rebeka, te pido que me dejes ir contigo. 

 

   La última frase que Omar dijo no tenía mucho sentido, pero como lo hizo mientras le acariciaba el pelo con una mano y con la que sostenía los papeles le tocaba el muslo, ella accedió a decir que sí. A pesar de querer ser independiente, Rebeka no creía que ir acompañada por su novio sería un acto que le contrariaba. 

 

  Tan pronto Omar regresó los papeles a su propietaria, volvió a posar su mano libre sobre el muslo de su chica, pero esta vez un poco más arriba que antes.

 

  Rebeka guardó las aplicaciones de trabajo en el bolsillo del que las había sacado inicialmente y cuando volteo su cara se encontró con un chico que tal vez no podía seguir disimulando sus deseos por ella. Sintiendo que la mano de él iba subiendo de a poco hasta su entrepierna, el palpitar de su corazón se aceleró nuevamente. 

 

   —Sí, puedes venir conmigo —le dijo, al mismo tiempo que detuvo la mano de él antes que llegara a tocarle en un lugar inapropiado.

 

  «¿Tal vez para los chicos un beso no es lo mismo que para una chica?» se preguntó Rebeka, mientras veía la carita de perrito desesperado que tenía Omar por querer llegar a experimentar más de lo que había vivido hasta el momento. Después de todo, ella pudo encontrar las fuerzas para terminar el beso y poder hablar sobre otros asuntos, mientras que él seguía queriendo más.

 

«En definitiva, si se pudiera preguntar: ¿cuál es la mayor prueba de sí un chico te ama o no? Es una prueba que consiste en dos partes: la primera es hacerle esperar al mismo tiempo que impides que pierdan el interés en ti y la segunda es observar cómo se comporta después de darle el premio por el cual estuvo dispuesto a esperar tanto, para ver si pierden el interés una vez que consigan lo que tanto quisieron».

 

Tras considerar si seguir o no las prácticas amatorias que estaban llevando a cabo, el timbre de entrada a la clase se escuchó. Como si tuviera que despertar de tan placentero sueño, tras caer al áspero y frío suelo al lado de la cama, Omar se levantó a duras penas del banco en el que estaba y siguió la iniciativa de su amada.

 

Luego de saber que era el momento de regresar a la realidad y usando esto como excusa, Rebeka se enfocó en estar particular preocupada por la situación en la cual se encontraba, debido a que no estuvo pendiente al reloj, pues ni siquiera había pasado por su casillero ni por la sala de profesores, mucho menos estaba preparando la pizarra para ayudar con la clase que se daba a primera hora del día.   

  

   «¡El timbre! En este día mi primera clase no es calculo como ayer, tampoco estoy con Omar», se dijo Rebeka, bajando por las escaleras como un relámpago y tras despedirse del chico con otro apasionado beso, tomó un camino diferente al de él.  

 

  «Me daría pena que él viera esta escena, pero no dejaré que nada me derrumbe. No hoy, que soy tan feliz, que tengo alguien que realmente me ama, con quien disfruto al estar en sus brazos, que me hizo sentir apreciada al presentarme a sus amigos con orgullo, con quien camine tomada de manos en la mañana. Todo es perfecto y no puedo permitir que algo pueda arruinarlo» pensó Rebeka, dispuesta a enfrentar el momento que le esperaba a solas.

 

La chica caminó junto a la multitud de estudiantes, dio varios giros en las esquinas y finalmente terminó en frente del aula de la clase que le tocaba. Justo en el momento que iba a entrar la voz de una profesora anciana la detuvo con un “alto ahí señorita”. 

 

  Acompañada de otros dos profesores, la anciana interceptó a la presidenta que iba a entrar en el aula, para reclamar por la tardanza, la falta de materiales que debía tener, por no cumplir con el trabajo que había dejado ayer y por no pasarse por la oficina de los profesores antes que sonara el timbre. 

 

   —Inaceptable, señorita Rebeka, tampoco puedo explicármelo —dijo el señor mayor, ayudando a que la situación escalara como quien le ponía gasolina a un fuego—. Mejor que tu tardanza sea justificable con algo más serio que estarte besuqueando en la azotea, tal como te vieron las cámaras. Si bien el incumplimiento de tu trabajo puede ser justificable, por otra parte, los otros alumnos, por suerte o por desgracia, tienen que tomarse en consideración, ya que tú eres un ejemplo para seguir.

 

  —Vamos ¿puedes darnos una mejor justificación? —preguntó impaciente la anciana.

 

  Rebeka entendía bien que ellos querían que mintiera, cosa que no estaba dispuesta a hacer, porque no tenía ninguna mentira convincente ni motivos.

 

—No—respondió ella en voz alta ante todos los alumnos de la clase que no podían entrar al aula puesto que la puerta pasó a ser bloqueada por un tercer profesor.

 

  Después de negar en voz alta, Rebeka estaba segura que si semejante situación se hubiera dado en el pasado, se habría puesto tan nerviosa que ninguna palabra podría salir de su boca, las piernas le hubieran temblado tanto que no podría estar de pie y que no hubiese podido mirar a los mayores a los ojos por haber cometido semejantes faltas. Pero no era parte del pasado, Rebeka entendía que alguien que estaba a punto de ser mujer, mayor de edad y una integrante digna y reconocida de la sociedad, no tenía por qué tener miedo en esa situación, ya que, en cierta perspectiva, no era tan diferente a los mayores que le acusaban y como mayor que sería, actuaría de una mejor manera que ellos, ante alguien que cometiera una falta en su presencia.

 

  Producto a la inusual respuesta de la presidenta, surgió un penoso silencio entre los veintiocho estudiantes que trataban de entrar en el aula para sentarse en su puesto, ya que estaban cansados de estar de pie. 

 

  Con miradas fulminantes desde arriba de sus hombres, los tres profesores miraron indignados a la presidenta. 

 

En cambio, Rebeka miró en dirección a la puerta bloqueada por la cual entraban uno a uno otros estudiantes que también llegaron tarde, lo que le hizo preguntarse: «¿No van a regañar a los demás que también llegan tarde? Yo me estaba besando, pero ellos seguramente acababan de terminar de bañarse o comer en la cafetería. Son estudiantes que no tienen nada más que hacer con sus vidas que vestirse decentes y llegar temprano ¿por qué es que hay tanto silencio en esta aula donde hay tanta gente? ¿Por qué nadie habla por mí ni me defiende?, ¿por qué siempre soy la única interrogada y cuestionada? en peligro de perder su posición como estudiante ejemplar ¿por qué el director volverá a sugerir otra vez a mi pobre madre que se presente con la vieja excusa de tener una reunión?».

 

   Ella se hizo de oídos sordos mientras que los tres profesores y comenzaron a hablarle y señalarle con sus dedos. Pensó en lo poco que le quedaba para dar el siguiente paso. Pero, y si no lo daba y tenía que permanecer en la escuela hasta que se graduara. ¿Cuál sería la solución?

 

   Aunque todo indicaba que estaba siendo discriminada, todavía estaba afuera del aula frente a los tres profesores y no pensaba de ningún modo seguir cometiendo errores por los cuales ser señalada. Hasta ahora, ella se las había arreglado por sí misma, con un padre preso y una madre que no veía durante las noches, obligada a parar su vida de niña y madurar, para convertirse en una adulta antes de tiempo, siendo estas razones para que cualquiera que tuviera conocimientos de esos factores se hubiera apiadado de ser tan duro con ella.

 

Pero Rebeka recién comenzaba a entender que en ese mundo de ratas no existía nadie que se apiadara de ella ¿en qué beneficiaría expulsarla, castigarla o darle más trabajo? En nada, al menos no para ella, sino para ellos. Expulsarla, castigarla, darle más trabajos y llamar a su madre, era una manera que los viejos tenían de canalizar su odio para sentirse mejores. ¿Qué otra explicación existía para semejante situación? Ninguna.

 

Por llegar un minuto tarde, no pasar por su casillero o por la sala de reunión de los profesores, por estas pequeñas faltas no tan graves, para la cuales podría encontrar una disculpa apropiada y decir “prometo compensar mis faltar y procurar que no se repitan”, no podía ser expulsada de la escuela inmediatamente.

 

Aunque a ella le parecía que sería mucho más sensato quedarse callada y no hacer falsas promesas en lugar de darles una oportunidad a los profesores para que estuvieran detrás de ella. Pero la verdad, los mayores podían con facilidad dejar de tener tan altas expectativas de ella y tratarla igual o incluso ni siquiera tratarla como a los otros estudiantes, como si no existiera. Esa sería la mejor solución, pues, ahora que ella conocía lo que era besar a su novio, estar de manos con él y relacionarse con los demás, no tendría tanto tiempo para encargarse de su trabajo como presidenta y sacar buenas notas al mismo tiempo.

 

   —¡Señorita Rebeka! —exclamó la profesora subida en años levantando su voz—. ¿Acaso está escuchando lo que le estamos diciendo? Se está haciendo de oídos sordos, pues contestar solamente con sí o no a las preguntas que se le hacen, es una de las reglas básicas de la comunicación para dejar saber a quienes le hablan de que sí está prestando atención. Ojalá no espere que nosotros tomemos esto como una falta de respeto y deba preocupar innecesariamente a su madre con tener que hacerle una visita al director, agregando a esto, las faltas previas que ha cometido y aún no reconoce como que sean suyas. Señorita Rebeka, le exijo seriamente una explicación clara e inmediata a sus faltas ¿Está claro?

 

   Rebeka siguió mirando en dirección al pasillo puesto que ya no había nadie y los estudiantes habían entrado, cerró sus ojos y cuando los abrió observó a los ojos de quién le había hablado de una forma, gentil, por así decirlo. Con sus ojos entrecerrados y una sonrisa de sus labios, agregó: 

 

  —No —en respuesta a la última pregunta que se le había hecho.

  —Indignada, estoy seriamente indignada— dijo la profesora, rabiando con sus dientes entrecerrados y los ojos bien abiertos— Te reconocía por ser una estudiante sensata, diligente e inteligente y ahora, de repente, parece que se te apagaron las neuronas y bloquearon las vías auditivas. Acaso quieres ser una mediocre alumna con el potencial que tienes, mira que el mismísimo director me insinuó y pidió de favor que no me esforzara mucho en guiarte por el camino de la excelencia. Y yo, junto a los demás profesores, casi que ponemos en riesgo nuestros títulos pedagógicos con tal de hacer de ti lo mejor que puedes llegar a ser. Pero, ante esta conducta intolerable que me has demostrado, se me cae la cara de pensar en volver a tomarme la atribución de defenderte. Claro, en principio, como es profesional y ético de nuestra parte, los profesores teníamos la intención de decirle todo esto a solas, pero ya que eres la presidenta y representantes de los alumnos, no veo la razón de que tus compañeros de clases no estén presentes. Me enteré de que tu atención en la primera clase del día de ayer tampoco fue muy satisfactoria para el profesor de cálculos. Es cierto que cualquiera puede tener un mal momento, eso lo reconocemos como humanos que somos, pero que un error repetitivo se arregle sin antes ser señalado, no existe, señorita Rebeka, no debes seguir por el camino que vas.

 

  La profesora anciana se había tomado la atribución de dar razones para defenderse a sí misma y hablar palabras más acusadoras con tal de buscarle la lengua a la estudiante que le había ofendido al poner una cara sonriente, quien respondió la pregunta utilizando una respuesta que obviamente era la incorrecta, con tal de hacerle quedar mal enfrente a los demás estudiantes. Claro, los otros dos profesores servían como testigos que la profesora no se había pasado de la raya.

 

  —Oh, ya sé lo que quieres que te diga —dijo Rebeka con voz baja—. Pero, aún no me queda claro qué tipo de comunicación es esta. ¿Es un monólogo en la cual tú me dices y yo callo o es en las dos direcciones, en la que yo puedo hablar y tú me escuchas sin interrumpir? Responde a mi pregunta… profesora.

 

  Los tres adultos presentes pusieron cara de indignación ante el tuteo irrespetuoso de la alumna, aunque, la profesora se vio obligada a ignorar esto, ceder y decir que sí, pues ella misma había hablado de las reglas básicas de la comunicación y toda comunicación para que sea efectiva tanto el emisor y el receptor deben interpretar el mismo significado bajo iguales condiciones.