Chapter 10
Piedras en la ventana
—Producto de un descuido de mi parte —dijo Rebeka, ampliando la sonrisa en su rostro tanto como podía, ya que, si su felicidad iba a resultar en la desgracia de alguien más, quería que esa desgracia fuera lo más grande posible—. Una ligera situación se hizo presente y me ha impedido calcular apropiadamente el tiempo que me quedaba para poder cumplir con mis deberes. Aunque según pudieron ver bien por las cámaras, llegué a tiempo a la escuela. Ahora que tengo una vida social más activa, tengo novio, que es algo que no va en contra de las reglas escolares, puedo asegurar que estos incidentes no se repetirán, pero que tampoco podría continuar siendo la presidenta, ya que tener una vida social activa y saludable es de vital importancia para mi desarrollo como alumna, mucho más cuando durante estos últimos años no tuve ninguna. Ahora mismo, pienso llevar una carta al director si me lo permite, claro. Les pido tan solo un poco más de paciencia, así como agradezco las expectativas tan altas que han tenido conmigo por todos estos años. ¿Por qué no lo avisé con anterioridad? Porque mi noviazgo se hizo oficial esta mañana. También, si me permiten agregar, no creo que en verdad ustedes tengan motivos tan grandes como para que puedan señalar y reprochar mi comportamiento como presidenta, cuando es la primera vez que no alcanzó a tener tiempo para pasar asistencia, preparar la pizarra y botar la basura antes de comenzar una clase. Tampoco pasé por mi casillero ni por el aula de los profesores: pero quizá no hayan aún visto todos los méritos que he logrado hasta este momento.
—Discúlpeme que la interrumpa señorita Rebeka, pero este no es momento para tener un debate cuando ya estamos quince minutos tarde en el turno de clase —interrumpió la profesora, tras ocultar su enfurecimiento al no lograr su objetivo—. Tendrá que verme después de clases si quiere seguir hablando, por ahora tome asiento, pero quiero que entienda, a la segunda tardanza que tenga se le va a levantar un acta y a la tercera no se le permitirá entrar en mi turno y se marcará como ausencia. Cinco ausencias injustificadas a cualquier clase serán suficientes para una expulsión permanente y definitiva. Tome asiento como hicieron sus compañeros.
Rebeka se dio la vuelta, manteniendo una sonrisa triunfante en su rostro. En definitiva, después de aquellas palabras se había quedado mucho más tranquila y su decisión de renunciar a ser la presidenta era la mejor forma de detener a los profesores a que le siguieran tratando como lo hacían hasta el momento. Si la excelencia en esa escuela era peor pagada que la mediocridad, mejor ser mediocre y así librarse de todos los problemas innecesarios que pudiera traer el ser excelente.
En el primer recreo, Rebeka se hizo camino a donde estaba el despacho del director y le dejó a la secretaría su carta de renuncia como presidenta. Eso fue algo que le dijo a la bibliotecaria cuando se la encontró en el pasillo caminando.
—Entonces, ¿esa es tu decisión final? —preguntó la amable señora con una mirada triste.
—Sí —respondió Rebeka, confidente y altanera como nunca.
—A veces, tomar el camino fácil en esta sociedad… te hace terminar en el fondo —dijo la bibliotecaria con la mirada de una madre preocupada—. No creo que cuentes con lo que llaman “el germinar de una heroína”.
—Soy una simple humana, también consciente que mi vigor, inteligencia, destreza, fuerza, resistencia, fe o incluso mi suerte sea lo suficiente ante una muerte inminente. Tampoco es que lo necesite para vivir mi vida, después de todo, esto es el mundo real y no un libro de fantasía.
—Tu libro favorito no es de fantasía, es de historia. Que la muerte te sepa a gloria —dijo la bibliotecaria, como palabras de despedida que no pudieron ser escuchadas por la chica de cabellos negros, la misma que se movió feliz como el viento y regresó a tomar las demás clases que le faltaban.
Durante el resto del día, Rebeka no se contuvo en darle la noticia a los profesores, que, al haberse reunido en una esquina para cuchichear, ya sabían de la noticia y tan solo podían simular sorpresa.
Sin tener que hacer trabajos extras, prestarle atención a la clase o hacerse responsable de pasar la asistencia ni limpiar la pizarra o botar la basura, Rebeka se sintió liberada por el resto del día. Finalmente, estuvo contenta con las expectativas de seguir disfrutando su nueva vida, justo cuando terminó la última clase y fue la primera en salir por la puerta para ir de regreso a su casa junto a su novio.
Por supuesto, estaba ansiosa, porque bien sabía que en su casa no estaba su madre porque había salido a trabajar, como de costumbre. Por eso le daría a Omar el premio que como perrito necesitado con sus ojos había estado pidiendo, pero no era que se la quisiera poner tan fácil, después de todo, él se ganaría el tesoro que estaba entre sus piernas con más esfuerzo.
Rebeka entendía que el amor podía distraer su capacidad de juicio y razonamiento. Había que verla de forma objetiva como prueba. Primero, sentía atracción por él, física y sentimentalmente, al punto en el que incluso resultaba como dependencia. Estaba dispuesta a darle de vuelta bienestar y placeres. Segundo, quería hacer lo que fuera necesario para pasar con él la mayor cantidad de tiempo posible, con mirarle y sentirle cerca era suficiente. Tercero, era como si estuviera bajo un hechizo de bienestar, con que él estuviera feliz, ella también lo estaba.
Tomados de la mano Rebeka y Omar llegaron a la entrada de la casa que en la mañana habían dejado, la chica, con la sonrisa de una gata juguetona, se volteó y dijo las siguientes palabras.
—Déjame entrar en la casa. Mientras tanto, escóndete en el patio y espera mi señal.
Omar guardó silencio y prestó suma atención al plan que le estaban diciendo. Debido a que Rebeka sonaba muy seria en sus palabras, decidió no hacer preguntas y comenzar el arte del espionaje y la paciencia, para no ser detectado, mientras se escondía en el patio.
Tras despedir a su chico con un beso de pico, se volteó, caminó hasta desaparecer de la vista al cruzar la puerta de la casa, pero no sin antes mirar atrás y hacer un guiño con su ojo derecho en señal de complicidad y expectativa.
Una vez dentro, Rebeka cerró la puerta con seguro y fue corriendo en dirección a su cuarto con la intención de arreglar cualquier cosa que pudiera estar fuera de lugar. Ya no estaba bajo el hechizo de embobecimiento, ahora regresaba a ser objetiva y más precavida en sus intenciones de “querer gustar”.
«Dicen que la habitación de una chica es el reflejo de su personalidad. En verdad no quiero que se distraiga con cosas sin importancia», pensó. Por eso, apartó los juguetes y peluches que tenía, tiró debajo de la cama algún libro incriminador y se cercioró que ninguna de sus prendas interiores estuviera expuesta en otro lugar que no fuera el cesto de la ropa sucia.
«Ahora que lo pienso y me miro en el espejo, sería mejor si también tomara un baño antes de empezar la acción. Todo un día de escuela ha hecho que mi piel esté sudada y me sienta muy pegajosa, tampoco es que quiera tener un mal olor en un gran momento».
Como un rayo, fue al baño y abrió el grifo del agua caliente mientras se desvestía y entraba al interior de la bañera.
Entre el desespero y los movimientos de un lado a otro: «¡¡¡Diablos!!! Se me mojo el pelo… deberé secarlo después para que no se note que me bañé».
Ya salida de la bañera y secándose con la toalla que tenía, Rebeka dio un último vistazo a su cuarto, luego de preguntarse si faltaba algo para que el momento fuera perfecto. Su habitación estaba bien, pero:
«¿Qué hay de comer en el refrigerador? y si nos da hambre y no hay nada hecho. Eso podría ser malo ¿no?».
Luego de mirar sobre la mesa, Rebeka recordó las veces que había ido a la cocina y traído un vaso diferente, que se le había olvidado regresar. Habían sido seis veces, ¿por qué seis? Bueno, porque seis eran los vasos vacíos que ella tenía sobre la mesa, apilados en una esquina, detrás de los libros de la escuela.
«Si él quiere comer después que terminemos, me abro de piernas y le digo que siga comiéndome ahí abajo», se dijo, confidente, mientras tomaba los vasos como podía, para devolverlos a la cocina. «¿Y si sangro? Después de todo, esta es mi primera vez con un chico».
Agobiada de tantos “y si” Rebeka intentaba no seguir pensando, después de todo, se había dado cuenta que estaba nerviosa y de cierta manera sentía miedo. Con el miedo, las inseguridades aparecían y no le ayudaban a pensar con claridad. Tan pronto terminó de lavar los vasos, abrió la nevera con tal de ver si tenía algo que comer.
«Creo que puedo usar el vino de mi madre para la ocasión, le diré que lo usé para cocinar».
Más que comer, ella pensaba en tomar. Después de todo, dicen que el alcohol da valor. Volvió a subir a su cuarto con la botella en la mano, lo miró todo, pero un extraño sonido le hizo regresar al presente y mirar el reloj. Habían pasado ya dos horas desde que había dejado a Omar afuera:
—Es de noche y él sigue afuera, el pobre, espero no se lo coman los mosquitos.
Tic Tic…
«¿Qué es ese ruido? Viene de la ventana. Debe ser él. Omar, tan solo han pasado unas horas, ¡que impaciente! Aún no me he secado el pelo, tampoco he hecho nada de comida ni he organizado el estante de libros».
Sin más opción que apegarse a la imperfección de lo esporádico antes que esperar por la perfección de lo que es cuidadosamente planeado, Rebeka no tuvo más remedio que abrir la ventana esperando que se le ocurriera algo convincente que decir. Una justificación que me haga ganar tiempo en esta situación y que, a la vez, lo entretenga.
«Mi habitación está en un segundo piso», se dijo.
Rebeka abrió la ventana que da hacia al patio y tras localizar con sus ojos a Omar, dijo susurrando:
—Debes subir por aquí.
—Pero ¿cómo? —dijo Omar, en respuesta a la petición que había escuchado.
Sin saber qué decir, Rebeka se encogió de hombros ante la pregunta. Tras una última mirada a los ojos decididos de su novio, decidió entrar para poder organizar lo que le quedaba.
«En verdad no puedo creer que tenga tantos libros de autoayuda, educación sexual y romance», se dijo, con una risita nerviosa, esa que desde el principio no se había podido aguantar. «Por más que los apartó a un lado, siempre hay otro libro embarazoso detrás. ¿Quién iba a decir? De pasar a ser dos personas que nos atraíamos en silencio el uno al otro, ahora estamos a punto de recorrer un camino ardiente juntos. Pasar de mirarnos en silencio, saludarnos educadamente, de sonreírnos discretamente el uno al otro, a tocarnos candentemente, besarnos con hambre, a querer desesperadamente estar juntos y ahora… a estar a punto de tener sexo».
Tras arrojar el último libro que creía que le pondría en evidencia, Rebeka se volteó para ver como la cabeza de su amado se asomaba por la ventana.
«Esto no tiene mucho sentido, lo sé…», pensó Rebeka, mientras tendía la cama. «Pero, esconder lo que soy tan solo sucede porque aún no hemos tenido mucha comunicación el uno del otro. Una vez pueda coger confianza y actuar como lo que soy, que él ya no pueda deshacerse de mí, es el plan perfecto. Aunque primero está tener sexo, algo que no puede suceder si antes no hago tiempo para detalles románticos, abrir nuestra intimidad y hacernos sentir especiales, o ¿sí?... ¡Aaah! ¡Él ya está aquí!».
Tan pronto pudo valerse de un firme agarre, Omar subió un pie y luego el otro, lo que le permitió saltar por el marco de la ventana más allá de la mesa de estudios de Rebeka. Esquivando la silla, cayó de pie con las manos extendidas, como si fuera un gimnasta que había terminado de hacer un salto mortal sin sobrevivir.
Luego de encoger sus manos para mirar el tan arriesgado salto que había efectuado, sin casi haberse hecho daño. Tras caer en cuenta que estaba lleno de mugre y pintura en sus manos, agregó — ¿Puedo enjuagarme las manos?
El corazón de Rebeka estaba disparado, a pesar que su chico hablara y actuara con normalidad, pues para ella era la primera vez que tenía a un chico dentro de su cuarto.
«En verdad nunca esperé que fuese tan intrépido», pensó, luego de mantener la distancia y decir en voz alta:
—Puedes pasar al baño y lavarte, si quieres.
Rebeka vio cómo él le pasó por el lado y silenciosamente se dirigió hasta donde estaba el lavamanos.
El silencio se hizo presente, tanto que se pudo escuchar cómo el grifo se habría y el agua caía mientras la espuma se creaba con el frotar de las dos manos que se lavaban la una a la otra. Rebeka se preguntó si acaso él podría escuchar su corazón latiendo como lo hacía, no por excitación, sino por miedo a no saber si estaba haciendo lo correcto.
«Ahora que estamos en mi habitación, sin nadie que nos pueda detener… No me siento preparada, mi cuerpo me dice que es una mala idea, es como si quisiera saltar por la ventana. ¡No sé qué hacer!», se dijo, tragando en seco y retrocediendo un paso.
Omar tomó más tiempo de lo que se tomaría alguien normal para lavarse las manos, algo que le dio oportunidad a Rebeka para seguir pensando y acumular el valor en su cuerpo. Después de todo ¿Qué sería de los humanos si dejaran de hacer las cosas que sentían que estaban mal?
«Supongo que va en ambas direcciones… esa seguridad de sus palabras tan solo es él pretendiendo, después de todo, este no es su territorio y está en la casa de alguien más, sin ser invitado por mi madre».
—Entonces… ¿este es tu cuarto? —preguntó Omar, luego de cerrar el grifo y secarse las manos en la ropa, lo que hizo que Rebeka se pusiera aún más tensa.
—Sí —respondió en voz alta, sin saber qué más decir.
Después de todo, ella creía que una vez que un tigre estaba ante su presa no tardaría mucho tiempo en atacar y devorar la carne. Omar tal vez no era un tigre en el sentido estricto de la palabra, pero si era un hombre sediento por sexo y estando ahí en el cuarto, después de haber esperado por tanto tiempo, ¿qué le hacía no querer atacar?
—Rebeka… —la chica se tensó aún más al escuchar su nombre—. Sé que podría sonar desagradable, pero ¿Te importa si uso el baño? Esta situación me tiene muy nervioso y no sé qué hacer con este malestar en mi estómago.
«¡Perfecto! Eso me dará más tiempo» pensó. También se puso contenta por la inesperada oportunidad y dejó que toda la energía que había preparado para salir corriendo se disipara.
—Sí, claro que sí. No suena desagradable, es natural, muy natural, no hay problema, utiliza el baño todo lo que quieras.
—¿Tú mamá? —dijo él, susurrando.
—No te preocupes, ella no está —respondió Rebeka, con una sonrisa pícara, de quien no quería meterse en problemas.
Tan pronto Omar logró procesar la respuesta a uno de los asuntos que más le preocupaban, su mirada de chico tranquilo y serio cambió a la de alguien que estaba evidentemente confundido, pero aliviado a la vez. Luego de ver a Rebeka, miró hacia la ventana y después la volvió a ver, tras darse cuenta de todo el trabajo que había pasado y el tiempo que esperó ahí afuera.
Pícara y con la misma mirada de gata juguetona que puso al despedirse en la entrada de la casa, Rebeka optó por evitar dar una respuesta, pues con tan solo sonreír de vuelta, era una respuesta suficiente.
Luego de respirar tan profundo como pudo, Omar le regaló una sonrisa, mientras cerró la puerta del baño con ojos de alguien que no se arrepentiría de hacer lo que iba a ejecutar.
Apenas el chico se metió en el baño, Rebeka se dio la vuelta y caminó hasta la cocina con la botella que había subido. No podía negar que se sentía mejor, más dispuesta y con menos miedo. «Ya no me siento tan tensa y las puntas de mi pelo están a punto de secarse por completo. Todo será perfecto. Sí, todo tiene que ser perfecto. En verdad me lo merezco, no es el momento lo importante… es la persona con la que compartimos el momento».
Debajo de las escaleras se pudo escuchar el agua cayendo.
«¿Ese el sonido de la ducha? Ahora que lo pienso, nunca he visto a un chico bañándose, también me preocupa que se demore mucho».
Sin poder reprimir la curiosidad, dejó el arroz cocinándose, para silenciosamente escurrirse de vuelta a la entrada del cuarto de baño. Con el corazón en su pecho, Rebeka acercó lentamente su mano al picaporte de la puerta, se mantuvo de pie, sintiendo como también le temblaban las piernas. Que alguien se estuviera bañando significaba que estaba desnudo, más el sonido del agua caía de forma extraña y rítmica.
Con convicción en su mirada, trató de girar su mano, pero el seguro se lo impedía, algo que la obligó a mantenerse firme del otro lado, tan solo escuchando cómo su chico se bañaba.
Ella podía resistir y marcharse, pero sus recuerdos estaban provistos de recuerdos y métodos infalibles para abrir la puerta que había usado en un pasado. Tragando en seco, ella tomó una pequeña llave larga justo detrás de la lámpara de noche, que cabía por el agujero del picaporte y podía abrir desde el otro lado. Considerando lo que estaba a punto de hacer, se lo pensó por un momento, para luego, sin ni siquiera estar segura, insertar la llave en la cerradura y realizar el esfuerzo para abrirla.
Aún más nerviosa comenzó a girar la llave.
El agua que caía de la ducha se escuchó más constante, como si quien estaba bañándose hubiera dejado de moverse.
Como curiosa que era, Rebeka ignoró este cambio en el sonido y lo primero notó dentro del cuarto de baño que recién había abierto, fue si él había usado o no el baño como ella se lo imaginaba. Con una sonrisa en su rostro, siguió analizando con su mirada:
«Su ropa, está bien doblada en el suelo, déjame tomarla y esconderla por el momento, antes de que se dé cuenta. Tan solo su ropa, puedo decir que entré sin permiso con tal de hacerle una broma…».
—Re… ¡Rebeka! —señaló Omar, quien estaba del otro lado de la cortina que impedía al agua escurrirse fuera de la bañera—, ¿estás ahí?… ¿Qué estás haciendo?
—No me prestes atención, tan solo voy a esconder tu ropa. Es el precio por usar la bañera sin mi permiso.
—No me digas que estás hablando en serio, por favor… no lo hagas.
Rebeka, quien se inclinaba en el suelo ya con el pantalón, los zapatos y la camisa de Omar en sus manos, se dio cuenta de que algo no estaba bien con la respuesta por su parte. Alguien que tartamudeaba y se reservaba el privilegio de reclamar en una situación donde tenía la ventaja, era porque en verdad no la tenía. Algo raro debía de haber estado haciendo.
—¿Sabes qué? Déjame verte… abre la cortina, quiero verte Omar. Como tu novia tengo ese derecho —sentenció, con palabras que sonaron serias, algo que le llevó a pensar. «Si fue capaz de arrodillarse ante mí, declararme su amor y subir hasta un segundo piso, supongo que no retrocederá ante estos caprichos tan triviales que tengo, a menos que esté escondiendo algo”.
El vapor del agua caliente tenía los cristales empañados, Omar no hablaba, parecía estar titubeando e incluso se tomó unos cuantos minutos para abrir la cortina. Y ahí estaba él, de pie, desnudo y con su cuerpo mojado, pero su mirada y comportamiento encajaba aún menos, puesto que no eran apropiados para alguien valiente.
Rebeka pudo inferir que él se había estado masturbando a sus espaldas, dentro de la lucha de su casa, sin que ella se lo hubiera permitido. «¿Qué clase de pervertido haría semejante cosa? ¿Que acaso prefería tocarse y autosatisfacerse sin incluir a su pareja en el acto? ¿Era considerado una marranada?”.
—¿Acaso pretendías romper mi condición de no masturbarte? Explícate, ¡ahora mismo! —demandó Rebeka, mientras se cruzó de brazos, ofendida, sin quitar sus ojos del miembro viril que él trataba de cubrirse, pero como estaba duro, no podía hacerlo por completo, aunque estuviera usando sus dos manos.
Omar agachó su cabeza y miró en dirección al suelo. En la mirada del chico se podía deducir que él prefería bailar sin ropa dentro del tren, por vergonzoso que fuera, antes que ocurriera esa situación.
La olla arrocera se disparó y con esto se hizo escuchar el característico sonido que indicaba “el arroz estaba listo”, pero Omar no se atrevía a decir nada o argumentar una buena justificación o al menos, una excusa.
No era que Rebeka estuviera enojada, era que más bien no sabía cómo sentirse, pero tampoco podía tomar la situación como si no hubiera sucedido, sino, el incidente se repetiría cuando lo que ella quería era que él se tocará en enfrente de ella cada vez que tuviera deseo.
Los minutos que transcurrieron en el baño fueron muchos y muy incómodos para los dos, algo que solo retrasaba los planes de una noche perfecta.
Luego de tomarlo de una manera neutral, Rebeka le aventó una toalla por la cara a su novio y mientras se dio la vuelta, le dijo:
—La cena está preparada. Sécate y baja… te voy a esperar sentada en la mesa.
Arroz amarillo con vegetales recién preparados, frijoles blancos de ayer, ensalada fresca y carne instantánea cuidadosamente servida en cada plato sobre la mesa. La carne y la ensalada junto a los frijoles estaban separados, mientras los dos platos ya estaban servidos con sus porciones correspondientes de arroz. Las raciones en cada recipiente no eran generosas, pero suficientes para dos, después de todo, Rebeka se había asegurado de dejar comida suficiente para que su mamá pudiera comer cuando llegase del trabajo.
Sentada sobre la silla, mientras que la comida se enfriaba, la chica golpeaba la uña de su dedo índice contra la madera de forma impaciente, aun cuando ya escuchaba a su amado bajando por las escaleras.
Tan pronto Omar se hizo presente en el comedor, ella levantó sus ojos para observarle.
Ahí estaba él, encogido de hombros, con los cabellos aún húmedos, caminando como quien se sentía incómodo recorriendo desnudo en una casa ajena y que, de paso, sería sorprendido por una madre sobreprotectora con su hija, que lo que menos sería capaz de hacerle era partirle la cabeza y cortarle los huevos, tan pronto viera lo irrespetuoso que era al andar desnudo en casa ajena.
Ante la mirada de ella, Omar no pretendía avanzar sin decir algo primero y así fue:
—Quería venirme antes de estar contigo —dijo.
Rebeka pestañeó dos veces, para dejar sus ojos bien abiertos. Podía ver pena en el rostro ajeno, pues sus ojos evitaban hacer contacto visual con ella, mientras que el cuerpo buscaba la manera de cubrirse el miembro usando sus dos manos, como si tratara de bajar la erección que aún tenía.
—Hazme un favor y toma asiento — anunció Rebeka, tan pronto detuvo los sonidos provocados por su uña que martillaba la mesa. Omar levantó la cabeza y con rapidez procedió a tomar, como si obedecer lo que se le dijera en ese momento, garantizaría el resultado de un castigo menos severo.
«Omar, famoso por hacer y deshacer, tomar riesgos y salir victorioso ante los demás, temido como un delincuente y respetado por ellos ¿Cómo es que resulta ser tan inseguro de sí mismo ante mí?», se preguntó Rebeka, mientras servía las raciones de carne, ensalada y frijoles en el plato del invitado, cuidando que uno de sus pechos no que quemara con el arroz caliente que ya estaba en el plato de ella
—¿Por qué? — le preguntó a Omar, en referencia a la razón que él tenía para querer venirse antes de tener sexo con ella.
—Es mi primera vez contigo… Quiero durar tanto tiempo como sea posible y no tener que preocuparme de quedar mal— dijo, después de tragar y acomodarse sobre una silla fría y sin acolchar. No tragaba por hambre, sino que lo había hecho para que su voz no temblara al salir, algo que no pudo evitar.
«Más tiempo… quedar mal” interiorizó ella, quien dejó posar el plato de su invitado justo en frente de él, para proceder a servirse.
—En otras palabras, quieres asegurarte de darme duro por mucho tiempo para que me quede encantada con tu actuación y no deje de buscarte cuando tenga deseos de seguir queriendo más sexo.
Rebeka no tuvo pelos en la lengua, quería dejar las cosas en claro y como si fuera una mujer de negocios, tocar cada punto y coma de un contrato, con tal de no llevarse una idea equivocada antes de tomar la decisión que tenía en mente.
—Sí, quiero que no puedas caminar después de lo duro que te dé por toda la noche… También creo, que, a pesar de eyacular diez veces, aún sería incapaz de venirme por más de unos varios minutos, tocándote…
—Oh… —respondió Rebeka, quien decidió tomarlo como un cumplido, mientras dejó de prestarle atención al chico y observó el interior del vaso al cual le dio un sorbo, tras remover de forma circular y oler como si de una copa se tratase.
El silencio inundó la mesa.