Chapter 11
En la cama
Rebeka dibujó una expresión agridulce en su rostro tras probar la bebida, luego tomó los cubiertos en cada mano, se llevó un bocado discreto a la boca mientras cerraba los ojos como si tratara de identificar los sabores de la comida. Omar, tan nervioso que estaba, decidió que era el mejor momento para tratar de cambiar la orientación de la conversación:
—¿Acaso no tienes frío? ¿Alguien puede entrar en la casa? ¿Cómo le explicamos esto?
Las preguntas de él no estaban fuera de lo común, pero tan pronto ella le observó de vuelta, Omar tuvo que cambiar la dirección de sus ojos, ya que de seguro no era muy educado estar mirando a los pechos de quien aún tenía que darle un regaño.
Rebeka, en cambio, entendió que su invitado nunca había comido en la mesa de su casa desnudo o en la de ningún sitio. Por osado y despreocupado que pudiera ser alguien, estar sin ropa era como estar sin equipos especiales mientras se nadaba dentro de aguas negras, con el presentimiento que existían tiburones al acecho en lo oscuro. Ella pudo notar cómo le temblaban los ojos a su invitado, ese que trataba con todas sus fuerzas de no mirarle los pechos cuyos pezones estaban endurecidos, más por la excitación que por el frío.
Las preguntas aún estaban en el aire, pero responderlas no sería divertido, ya que no guiaba a un tema de conversación interesante, sobre todo cuando había cosas que podían llamar mejor la atención del momento. Tras poner el vaso del cual había tomado sobre la mesa, Rebeka intencionalmente dejó caer un tenedor al suelo:
—Ups, ¿puedes alcanzarlo? Creo que cayó de tu lado de la mesa —dijo ella, tras lo cual analizó «Tal vez si fuera más agresiva y no pusiera esta comida de por medio, a estas alturas sería yo quien daría un paso atrás y estuviera actuando como él. Después de todo, estoy en una casa sola, con un chico que me gana en fuerza y tamaño, los dos desnudos, ¿qué le impide enojarse y aventarse sobre mí para obtener lo que quiere?».
Omar, dejando las preguntas sin responder atrás, decidió sumisamente buscar agachando su cabeza por debajo de la mesa.
«Es encantador mirar cómo se comporta y excitante saber que podrá verme el coño. ¿Acaso con esto seguirá aguantándose?”.
En efecto, tras desaparecer su cabeza por debajo del nivel de la mesa, el joven respiró tan hondo como sus pulmones se lo permitieron. Sin decir nada, Omar pareció haber pensado sus movimientos dos veces, mientras extendía su mano. Desde su punto de vista, podía ver el tesoro de su amada entre dos generosas piernas bien abiertas. Aun la rosa no hacía florecer sus pétalos de carne o mostrar el néctar que le componía, pero solo porque esperaba ser abierta. Ese era el mismo sitio que en la noche anterior, le hizo dejar caer el semen caliente sobre la pantalla de su teléfono. Pero él aún tenía en su interior esa sensación de estar en peligro, de ser capturado por algo o alguien y si ya la situación de estar desnudo era algo a considerar, entonces tal vez cuando él estuviera tocando el cuerpo de su novia, ahí sí sería todo peor de explicar.
“¡Culpable de profanar un cuerpo delicado e inocente! ¡Desgraciado, te mato, esa es mi hija! ¡Fuego, pecador degenerado!”, eran las palabras que atormentaban los pensamientos al joven de cabellos negro. En cambio, Rebeka, se echaba hacia adelante en la silla en la que estaba sentada con la intención de abrir más sus piernas y dejarse ver.
«Quiero que te excites más y más, hasta el punto en el que no te puedas controlar y te olvides del regaño que te di. Regresa a ser ese loco descabellado del que me enamoré».
Omar, maravillado por tener el privilegio de ver en persona algo que pensaba no poder ver en su vida, regresó a su posición y con gentileza devolvió el tenedor del suelo hacia la mesa para dejar salir una gran cantidad de aire dentro de sus pulmones, mientras trataba de contenerse.
—Regresando a tu pregunta —dijo ella, al entender que el chico estaba muy complacido en vez de necesitado—. Si bebes lo que tiene el vaso, se te quitará el frío y también te ayudará a relajarte. Al menos es lo que a mí me está ayudando a abrirte las piernas… Respecto a tu preocupación de si alguien puede entrar y vernos, ¿qué tiene de malo tomar riesgos de vez en cuando?
Con los latidos del corazón a cien y la presión arterial por el techo, para Omar no había manera de seguir sintiendo frío cuando le fue confirmado que en la situación existían riesgos. En ese momento, el chico comenzó a cuestionarse el haber hecho o no una pregunta sensata en la situación. Con rapidez, tomó el vaso y se dio un trago, para darse cuenta que había ingerido un buche tan amargo como caliente, que le bajó por su garganta hasta llenar su estómago vacío.
—Aww, ¡esto tiene alcohol!… —decía el joven que pareciera que estuviera soltando vapor por los ojos—. ¡Acaso tú mamá no se enojará si se entera! ¡No podemos consumir esto hasta que no seamos mayores de 26 años!
Para Omar la situación era como agregar otro delito a su condena. Si le encontraban, ya estaba tan cubierto de faltas, que tal vez sería sentenciado con el castigo más alto.
—No te preocupes —dijo Rebeka al ver como la cara de su chico cambiaba al quedarse mirando la bebida que tenían en la mano —Biológicamente no debemos consumirlo a ninguna edad en específico… Siempre va a ser dañino para el organismo, pero he escuchado que acompañado de una comida es mejor que con el estómago vacío. Que tengamos que ser mayores de veintiséis para poder tomarlo es tan solo una regla impuesta por la sociedad. Mientras que con veintiún años somos lo suficientemente aptos para trabajar, pero no para consumir drogas, ¿a qué crees que se deba eso?
Junto a esa pregunta orientada a hacer un debate, Rebeka se llevó la primera cucharada de comida a la boca.
—Es todo por conveniencia del gobierno, caer en las drogas a temprana edad, está probado que decrece la funcionalidad de un individuo en el trabajo y cambia su calidad de vida, pero unas copas de vino por cada comida son recomendadas porque tienen beneficios terapéuticos, no para el cuerpo, sino para la mente.
Los minutos pasaron y con esto la comida sobre los platos fue consumida poco a poco. Tanto Omar como Rebeka se aseguraban de masticar bien y tragar con calma lo que tenían en la boca, pues no había más bebida en la mesa que no fuera el alcohol y ninguno de los dos estaba acostumbrado a consumirlo con fines recreativos.
Sorbo tras sorbo del contenido dentro de los vasos, así como las preocupaciones del momento fueron lavadas en las mentes de los chicos, quienes estuvieron hablando sobre diferentes temas hasta que terminaron de fregar los platos y organizar la mesa.
Aunque se sintiese más ligero y suelto con respecto a sus movimientos, al punto de incluso ponerse un poco torpe, Omar ya se volvía más hambriento, algo que demostraba con sus miradas sugerentes, ignorando por completo el hecho de ser sorprendido o en las consecuencias que traería el momento. El joven cuerpo masculino se movía con su miembro erecto de un lugar a otro, como quien ya había eliminado el pudor hacia otra persona y hacia cualquiera que pudiera entrar en esa casa con la intención de sorprenderle.
—La comida estaba deliciosa, pero no más que la cocinera —dijo Omar, con una sonrisa confidente, que le hizo quedarse en silencio mirando fijamente la respuesta que daría su chica.
«Su mirada…”, pensó ella. «Esos ojos, esos labios, esa presencia que proyecta en la habitación, literalmente, me matan por dentro”.
Rebeka se mordió el labio inferior y luego de bajar sus ojos observó el trozo de carne que le esperaba firme como un soldado e incluso apuntaba hacia ella. Tras pasar su mirada por el cuerpo masculino, mientras dejaba los cristales en el fregadero, sintió una calentura que le hacía gotear entre las piernas. Ese trozo de carne no tenía que decirle nada, ahí parado en silencio, parecía tener el poder para ponerla de rodillas.
Bajo el hechizo de la excitación, se volteó y tomó a su chico de una mano con la intención de llevarle de vuelta a su pieza en el segundo piso.
Los dos, haciendo cualquier cantidad de ruido y alboroto mientras subían las escaleras como si fueran los dos borrachos desnudos que eran, abrieron paso a comportamientos más osados. Rebeka empinaba tanto como podía su cola, incluso usaba las manos de su amado para abrirse las nalgas de vez en cuando. Omar, decidido, sostuvo las dos masas de carne de la chica juguetona y por acto voluntario encajó su cara justo en medio del trasero que estaba bien abierto y le esperaba receptivo.
Respirando tan hondo como podía, el chico restregó su cara por el área sin que le importara tambalearse de un lado a otro de las escaleras, o que Rebeka estuviera gritando de la risa que no podía controlar por la sensación que le provocaba.
Con el paso de los segundos y la intervención de la lengua de Omar entre sus piernas, Rebeka no pudo evitar pasar de reír a gemir y empinar su cola aún más contra la cara de quien estaba más abajo de las escaleras que ella. Con sus ojos cerrados y la boca abierta, llegó a percibir como la punta de la nariz del chico, al principio fría, se presionara contra ella. También sintió como la lengua buscaba entrar tanto como pudiera a su interior. Luego de llegar a sacar su lengua, se sentía tan bien, pervertida y a la vez tan morbosa, que incluso quería más. Escuchar los sonidos, incrementar la presión, que la quijada de él le golpeará más fuerte, incluso, meterse aquella cabeza completa por el agujero si podía.
Rebeka se detuvo en el lugar, se apoyó del pasamanos para mantenerse erguida y se resignó a sentir cómo el chico desconectó su lengua de donde estaba dándole placer y decidió subirla. Con cada escalón que Omar subía, le lamía de forma ascendente con fuego y pasión. Rebeka lo sintió subiendo desde la base de su espalda hasta que llegó al principio del cuello y luego detrás de la oreja. La humedad de la lengua, combinada con el calor de cada respiración que exhalaba, era electrizante para ella, tanto que podía tolerar que su entrepierna encendida se quedara sola por un rato.
«¡Me erizo toda!», pensó, al sentir cómo una estaca se le clavaba entre sus nalgas y buscaba penetrarle de forma frenética. «Él me la quiere meter, pero aún no…».
Con desespero, la punta del falo descifró una entrada, ante lo cual la trigueña se volteó y conectó sus labios con la boca de su amado, mientras que con su mano más diestra aguanto la cabeza de la serpiente.
Aún quedaban los indicios de la esencia que tenía entre sus piernas, mientras seguía pegada a los labios del que la besó desde el cuello hasta la espalda. Besándose el uno al otro, tal vez Omar había dejado de sentir el sabor que tenía en su paladar, pero para Rebeka el morbo de darle un beso indirecto a sus propios fluidos era cautivante.
Las bocas se separaron por un momento, como si estuvieran buscando aire debajo del agua, tanto Omar como Rebeka pasaron de un simple beso a lengüetear y chupar cualquier pedazo de piel que tenían al alcance de sus bocas. Ella seguía agarrando el miembro erecto y palpitante, mientras que él le abrazaba y estrujaba las nalgas. Los lengüetazos regresaron a los labios, la nariz, los pómulos, la frente y las orejas, por lo que se podría decir que se humedecieron de saliva los rostros. Entre respiraciones entrecortadas de excitación y sofoco, cada uno le daba al otro un ligero chupón que terminaba en un gran beso o en una lamida que culminaba en un chupón.
Los amantes dieron varios pasos sobre la escalera y se acercaron más al cuarto. Con sus manos, Omar pasó de estrujar las nalgas de su amada a cogerle los pechos. Rebeka sintió pellizcos y tirones en sus pezones, al tiempo que no podía seguir controlando el miembro viril que se movía con desespero y ansias de ser liberado.
El beso continuó en una competencia de quién se comía primero a quién, hasta que la nariz del chico decidió bajar el camino que había subido, para pasar por el abdomen de su compañera, no sin antes chuparle y saborear las montañas que se erguían imponentes.
Ya que él se volvía a agachar, ella no pudo hacer más que liberar el agarre del miembro viril que prometía volver al ataque. Al tener que tomar precauciones para que Omar no volviera a subir y le clavara su miembro de sorpresa, Rebeka tomó a su novio por los cabellos y cuando llegó a agacharse nuevamente, ella levantó una de sus piernas para dejar que él pudiera probar todo lo que le regalaba ahí abajo.
Más con la intención de ver lo que se iba a comer que de hacer esperar a su compañera, tan pronto tuvo su aliento entre las piernas de su chica, Omar hizo que su dedo índice y pulgar abandonaran el pezón derecho que cuidaban y decidió usarlos para abrir los pétalos de la flor dormida que veía. Ante los ojos del chico floreció un montículo de carne encapuchada. La figura rosa y bastante admirable de un clítoris empinado se hizo ver y salió al mundo, exponiéndose vulnerable a los placeres que podía experimentar el contacto directo de carne contra carne.
Desde arriba, Rebeka miraba cautivada lo que hacía su amado, como si no pudiera creer lo que estaba sintiendo. Abrió la boca y le fue imposible controlar la respiración de su pecho, que junto al calor que le recorría por el cuerpo, iba aumentando hasta hacerle gemir pervertidamente. Entre murmullos, suspiros y gemidos sugerentes por estar experimentando tanto placer, decidió agarrarse el pezón derecho con su mano y apretarlo mucho, porque le resultaba placentero. Sentir que le estaban chupando algo que por tanto tiempo se había cuidado de no enseñar, que le resultaba vergonzoso y pudoroso de exponer, la hacía vibrar en el aire, pero no tanto como la idea de que ese algo… quedaría invadido por el chico que tenía enfrente.
Tras romper la distancia, Omar dejó de chupar para efectuar un lengüetazo sobre aquello que había quedado expuesto bajo la presión de su succión. Ese movimiento bastó para hacer que Rebeka perdiera el equilibrio de su cuerpo, fuera forzada a retroceder en las escaleras y cayera sentada en uno de los escalones. Ella entendía que experimentar semejante sensación por primera vez le había dejado con la cabeza por las nubes. Si así se sentía un lengüetazo, ¿cómo se sentiría tener sexo pleno y violento?
«Estar de pie en este tipo de situación es peligroso», se dijo Rebeka, siendo consciente de no volver a levantarse.
Luego que Omar encontró lo que ansiaba degustar, continuó empinando su nariz entre las piernas de su amada, plantando un beso que precedió a un chupón sobre toda el área que pudo abarcar con su boca bien abierta.
—Espera, hazme lo que vayas a hacerme en la cama —dijo ella, mientras cerraba sus piernas y puso su mano en medio.
Sobre los escalones de la escalera, Rebeka no se sentía muy cómoda como para disfrutar de forma plena y placentera. Tampoco quería tener su primera vez en las escaleras de su casa, eso no sonaba muy bueno para su gusto.
Como un campeón vencedor de mil batallas, Omar se levantó sobre las escaleras y cargó el cuerpo de su amada en brazos. Sin decir más, subió los cinco escalones que faltaban decidió arrojarse sobre la cama, quedando boca arriba.
Rebeka se vio tentada a hacer un sesenta y nueve, pero la idea de no ser lo suficientemente experta para disfrutar y recibir a la vez, le hizo ser más consciente de la situación. Tras gatear sobre la cama y sobre su novio, se colocó a un lado para quedar con las piernas abiertas de par en par. Quería que el chico la siguiera excitando con el sexo oral, por eso se ofrecía al abrirse con sus manos y enseñar sus entrañas rosadas bañadas en elixir lubricante. Pero Omar ya tenía otras intenciones en mente, cuando se arrodilló sobre las sábanas frotando su miembro viril contra sus manos, como si fuera el control remoto de un televisor que no funcionaba.
De pronto, se puso encima de su chica como un animal cegado de pasión que no aguantaba más. Su cabeza no estaba ordenada, su miembro estaba suelto y en libertad. Sin previo aviso o más preparaciones, se abalanzó y metió toda lo que le tenía que meter hasta el fondo, de una embestida.
Rebeka ni siquiera tuvo tiempo para decir algo, demandar por una mejor situación o más calentamientos preliminares para estar lo suficientemente preparada, porque estaba bajo un cuerpo musculoso que sudaba por sus poros los deseos de follar que tenía. Por otro lado, tenía la lengua que antes le había lamido entre las piernas hasta el final de su garganta.
Estaba condenada a sentir cómo la cabeza gruesa y el tronco venoso que componían el músculo sexual de Omar se hicieron paso entre las paredes se su interior apretado y se dio cuenta lo poco preparada que estaba para la penetración. Con la lengua de su amado moviéndose dentro de su boca, su miembro viril también terminó empujando más allá de los límites de su cérvix, hasta recibir un fuerte latigazo por la piel extra que colgaba.
Debajo de un cuerpo cuya espalda musculosa se había abierto, tanto que si ella intentaba abrazarlo no podía llegar a tocar sus manos, Rebeka estaba empalada por debajo y con su boca atrapada, en lo que resultaba un momento mágico de vulnerabilidad y entrega.
De pronto, el miembro del joven hizo su camino de retroceso, casi desde la base hasta la punta. «Qué bien se siente. No siento miedo a quedarme quieta, es como si mis frenos estuvieran rotos… no sé parar, esto es lo que quiero sentir…”.
Con la mirada perdida ante las embestidas que precedieron a la primera penetración, Rebeka recibió la segunda y la tercera, que compartían los movimientos violentos y bruscos de la primera. Tendida entre dos gruesos brazos, un pecho que se enrojecía, ojos que se cerraban, un rostro al que amaba y unos cabellos cortos, puntiagudos, que adoraba ver, no podía hacer nada para detener o apaciguar la intensidad de los movimientos que hacía su chico con las caderas. Por un lado, no era que ella quisiera detenerlos, pues esa sensación la hacía sentir feliz, inundada por el éxtasis producido al acostarse con alguien que se había propuesto conquistar.
Si su himen no hubiese estado abierto por las perversiones que había hecho cada vez que se quedaba sola en casa, podría afirmar que el momento hubiera sido el más doloroso de su vida sexual, pero no… Tan pronto las paredes de su vagina se adaptaron a la fricción, el pene de su amado quedó embadurnado de flujos y el cuello de su cérvix se acostumbró a ser empujado, sentirlo entrar y salir se volvió fascinante.
«Qué fuerte, qué viril, qué macho, cómo me está dando», pensó, para luego decir en voz alta:
—No pares, sigue… más duro, más… hasta el fondo.
Los gritos de ella se hicieron escuchar tan pronto la boca de Omar tomó distancia.
Ante las palabras, los ojos del chico se abrieron, pues estaba sorprendido. Desde su punto de vista, eso era todo lo que podía dar, era lo más profundo que podía llegar y casi estaba llegando al límite de su aguante. Aun así, ella le pedía más, lo que le daba a entender que era bueno, pero no lo suficiente.
Luego de calcular la situación, quizá ni siquiera había transcurrido un minuto para Omar, aunque se sintiera como toda una eternidad, pues tan solo fueron cincuenta segundos de penetraciones.
Rebeka, por otro lado, ella estaba sedienta de placer, ya había ocurrido la peor parte y si lo peor se sentía tan bien, ¿cómo se sentiría que le dieran duro por toda la noche? Si así se sentía un miembro fuerte, duro y palpitante de un hombre, entonces para qué perder el tiempo jugando con sus bocas.
Tras mover sus caderas con sus piernas, Rebeka aprisionó a su amado y le beso, sintiendo que podía llegar a un orgasmo.
De arriba a abajo, de un lado a otro, Omar sintió cómo las caderas de su chica, se tragaban su miembro varias veces, hasta que algo que intentaba retrasar llegó.
Rebeka pudo notar, que a pesar que se estaba moviendo, su chico aminoraba sus esfuerzos, se enfocaba más en cerrar los ojos y contraer su cuerpo, tan duro como podía. Tanto fue así que cuando ella clavó sus uñas en las nalgas de su amado con la intención de tener un mejor punto de apoyo del cual agarrarse para moverse, se sintió como si estuviera arañando una superficie metálica.
En el interior de su vientre, la adictiva sensación de palpitaciones espasmódicas de un miembro a punto de convulsionar, se hizo distinguible. Eso hizo que Rebeka regresara al presente, ya que se pudo imaginar lo que venía y aunque el calor del momento era tan intenso como para nublar la mente, con certeza, el final de la historia se volvía aterrador. Quedar embarazada antes de los treinta años era ilegal en la sociedad. No era que significaba una condena de prisión o algo por el estilo, sino que el gobierno se negaría a brindar sus servicios de ayuda médica gratuita a una mujer que no hubiera trabajado, mínimo, nueve años.
«¡Se va a venir dentro de mí!», pensó. «Así como no pude impedir que me la metiera de manera repentina, tal vez no pueda impedir que se venga en mi interior, que su semen llene mi útero y me fecunde de una…».
Después de todo, ella era tan joven como fértil. Luego de usar hasta lo más profundo su nivel racional, con su mano y un movimiento de cadera, Rebeka se sacó el miembro que ya tenía adentro, tras lo cual lo sintió para convulsionando y retorciéndose sobre su zona pélvica y barriga.
—Espero no cayera nada adentro… — dijo, un tanto desanimada con la situación. Tan pronto levantó su mirada y observó los ojos de Omar, continuó— ¿Acaso quieres dejarme preñada? ¿No sabes que, si lo vamos a hacer así, sin protección, tienes que decirme cuándo estés a punto de venirte para sacarla?
El chico, derrotado y confundido, bajó la mirada. No entendía cómo la situación había terminado tan rápido, de dónde habían aparecido esos meneos de cadera tan osados y excitantes, responsables de hacerle perder el control. Luego de ver el semen y fluidos vaginales combinados sobre su miembro, Omar se dio cuenta que no había sangre.
Para Omar, Rebeka lo estaba regañando por no tomar el control, por hacer algo que él debía saber hacer, por su papel en la situación. Agregando a esto, fue una batalla vergonzosamente perdida, en la cual ni siquiera había alcanzado a dudar más de dos minutos de combate. Tal vez eso no le hacía un candidato apropiado para la plaza de novio permanente.
Para él, era cierto que los hombres podían menospreciar a una mujer en base a con cuántos chicos estuvieron en un pasado, mientras que si un hombre estaba con muchas mujeres se veía como un acto por el cual enorgullecerse ante sus pares. Sin embargo, las mujeres también podían menospreciar a un hombre con poca experiencia en la vida amorosa y se contentarían mucho más con aquellos que eran mayores y hubieran aprendido después de estar con muchas mujeres. Después de todo, tener que supervisar a un chico pervertido no era tarea muy fácil para una chica que buscaba experimentar y disfrutar.
—No… no fue mi intención, no sé lo que me sucedió, creí que podía aguantar más — respondió, mientras intentaba retomar su respiración y se reprochaba no haberse masturbado en el jardín, antes de entrar en la casa —Después de todo, esta es mi primera vez con una chica…
—Y, ¿acaso crees que esta no es mi primera vez con un chico? preguntó Rebeka irritada, como quien entendida que había sido catalogada como puta, de una manera educada. Dejando la educación de lado, el comentario le resultaba ofensivo.
Esta era el tercer regaño de la noche para un chico que había tenido que esperar por horas en el jardín de una casa, cuyo césped no estaba atendido ni en las mejores condiciones. Luego tuvo que escalar por la ventana, ser sorprendido en una situación vergonzosa y difícil de explicar, a consecuencia de tomar alcohol y que no había hecho el trabajo en la cama que pretendía hacer.
—Porque te masturbes, no significa que dejes de ser virgen… —dijo Rebeka, mientras se untaba del semen que estaba en sobre su estómago, para luego hacer movimientos circulares sobre su clítoris. — Que no sangrara, no significa que no fuera mi primera vez con un hombre. Pero cogerme así de fuerte, con la intención de hacerme sangrar, no es muy caballeroso de tu parte. Si me hubiera dolido tanto como para no poder moverme, eso me hubiera hecho querer no estar más contigo, por no saber cómo tratarme con delicadeza. Supongo que me lo merezco, discúlpame si todo lo que he hecho hasta el momento es maltratarte y tener exigencias muy altas de ti… después de todo, fue el resultado del miedo que tuve.
La cara de arrepentimiento y de perrito perdido que tenía Omar en su rostro, era imposible de ignorar. Después de todo, la preocupación que tenía el chico era si en verdad no había sido el primero en la vida de ella, tal vez el sujeto anterior había sido mejor que él en la cama y con esto, ella regresaría con su ex o algo así.
Por otro lado, ver cómo su chica se tocaba con el semen que había dejado caer sobre ella, le resultaba interesante de ver. Era como si se hiciera realidad la fantasía de la noche anterior y al mismo tiempo, le demostraba que las mujeres podían ser pervertidas cuando estaban a solas.
Consciente que estaba jugando con fuego, Rebeka retiró sus dedos del área en donde los tenía:
—Alcánzame una de las toallas húmedas y límpiame — Tras ver cómo el joven hacía su trabajo diligentemente, con una sonrisa en el rostro, ella decidió agregar —Mejor limpia bien, pues me estarás haciendo un oral hasta que se te vuelva a poner dura. Considéralo como tú primer intento… después de todo, en el segundo estabas convencido que ibas a durar más… ¿no?
Contento por las circunstancias, apenas Omar terminó de limpiar lo que consideró necesario, se acostó en la cama y decidió emplear su boca para hacer algo más que hablar y regresó de vuelta a donde ella estaba con sus ojos cerrados, Rebeka tan solo se enfocó en sentir como él le comía de dentro hacia afuera.
«Tal vez mis deseos de ser penetrada violentamente están un poco lejos de mi alcance en este momento, además… no tengo mucha confianza en que él pueda controlarse y venirse afuera de mí. Tampoco quiero usar condones en mi primera vez, pero en verdad, no es que sea él de quien me deba preocupar. Yo soy de quien más me debo cuidar…».
Omar trabajaba diligentemente en su tarea de apreciar y saborear la naturaleza íntima en la cual había clavado su miembro hasta el final.
«Mmm ¿por qué estoy pensando mucho? Diría que se siente bien, pero no lo suficiente. No como la primera vez que me lo hizo. Déjame darle un poco de instrucciones», pensó Rebeka, para continuar luego decirle:
—No te entretengas mucho en el agujero, ve directo a mi clítoris, pásame la lengua por ahí, sí…
Tras escuchar las instrucciones, Omar se dispuso a hacer lo mejor que podía.
—Así, ahora un poco más lento. Humedécete más la lengua… puedes tratar de meterme un dedo o dos y presionar hacia arriba…
Mientras Rebeka dio sus mejores instrucciones, los minutos pasaron y la situación mejoró tanto que ella estaba a punto de llegar, pero en verdad necesitaba una pequeña ayuda de extra estimulación, para hacerlo.
Después de todo, experimentar penetración violenta desde un principio no se podía comparar a la fricción que provocan dos dedos con pobre coordinación por el uso de una lengua inexperta. La situación era como comer una cuchara de azúcar y después tomar un jugo de naranja natural. El paladar ya se había acostumbrado a algo muy dulce, tanto que el jugo de naranja pasaba a sentirse amargo y no tan refrescante.
Caprichosamente, ella sabía que podía activar su mente para llegar, después de todo, se conocía a sí misma mejor que nadie más. Con la intención de ponerle al jugo de naranja algo mucho más dulce que la azúcar, usó su mano para manipular la mano del joven y hacer que le sacara los dedos de su vagina y acto seguido, guiarlo para que encontrara su camino a ser empujado contra su segunda entrada, hasta que se resbalara bien dentro.
«Ufff,», pensó, encorvándose sobre la cama, «¡Ahora sí! Puedo sentir que estoy a punto de venirme».
Ella no logró evitar encorvar aún más su columna, al punto de querer retroceder y aunque lo hizo, con la misma tiró de los cabellos del joven con su otra mano, para llevarlo consigo y no permitirle que se separara.
—¡¡¡Oh sí!!!… —dijo en voz alta, como si estuviera expulsando el aire desde el estómago y no de sus pulmones. «Sentirle tratando de respirar, me hace querer sofocarle más, me hace sentirme más pervertida y ese dedo que cada vez entra más y más en mi puerta de atrás…Ufff».
Omar tan solo pudo sacar su lengua, pues estaba condenando a sentir como le restregaban la piel mojada contra su cara.
Intencionalmente, en el momento orgásmico, Rebeka apretó la cabeza de Omar con sus piernas tan fuerte como pudo, pero los espasmos que como corriente salieron de su clítoris hasta sus extremidades y cuerpo, la debilitaron en fuerza y agarre.
Lo que para ella podía sentirse como el apretón más fuerte que podía desarrollar con sus músculos, para Omar se sintió como si le estuvieran agarrando por las orejas de manera cariñosa.
Aun sintiendo el placer electrizante, con cada lengüetazo que Omar daba por su propia cuenta, Rebeka podía jurar que sentía como si algo más le fuese a salir y el momento no fuera a terminar jamás.
Saciada por el éxtasis de un orgasmo placentero, los ojos de la chica estaban mirando al cielo que se ocultaba detrás del techo de su cuarto. El mismo lugar en donde tantas noches seguidas se había masturbado hasta mojar sus bragas de manera irremediable. En ninguna de esas noches se había sentido como se sentía en ese momento. Ahí estaba, con las fuerzas drenadas, satisfecha, con vapor saliendo de su cuerpo desnudo y poseída de placer.
«Pero la noche aún estaba lejos de comenzar, por qué hablar de terminar».
Luego de retorcerse entre las sábanas, Rebeka no pudo evitar amar el momento, mientras sentía como el dedo, lengua y cara de Omar se retiraba de su cuerpo, sin que ella pudiera hacer nada para mantenerlo cerca.
«Joven y saludable para mí, mejor que viejo y conocedor», pensó, mientras que con sus ojos entreabiertos vio que debajo de sus piernas se volvía a levantar, intimidante e imponente, el miembro erecto de su amado, quien prometía hacer un mejor desempeño en la segunda ronda que en la primera.
—Magnífica experiencia, debo darte crédito —dijo ella de forma ronronearte, luego de pasarse la lengua entre los labios. —Nunca logré llegar a sentir tanto placer por mí sola… es maravilloso venirse de esta manera cuando tan solo haces la mitad del trabajo…
—Rebeka… te a…
Antes de que el joven hablara, ella le interrumpió.
—No, no en un momento como este… no digas esa palabra… porque no las reconozco en la felicidad. El verdadero amor está en la desgracia. Ahora, te voy a entregar mi cuerpo, sin hacer nada y centrarme en recibir, veamos cuantas veces y por cuánto tiempo lo puedes meter y sacar.
En posición de “misionero”, Omar puso sus manos sobre la cama. Se encargó de buscar la manera de mover sus caderas hacia adelante y atrás. Se detenía cuando pensaba que se iba a venir y la sacaba cuando no podía aguantarse más. Así fue como el joven continuó su tarea diligente mientras lo único que hacía Rebeka era frotar su clítoris y contraer las paredes de su vagina cada vez que tenía un orgasmo. La noche transcurrió a su paso, hasta llegar juntamente al amanecer de un nuevo día, indicado por la primera luz del alba.
Luego de venirse sobre su amada, Omar se dio cuenta que ni siquiera le quedaba semen para eyacular o ensuciar las sábanas. Sin nada que limpiar, cayó tendido en la cama; mientras que Rebeka se movió a un lado, con tal de no quedar sobre todo el sudor y fluidos que había generado sobre la cama, que le resultaban fríos e incómodos.
«Una vez, dos veces, tres, muchas como para llevar la cuenta, no. Pero si fue buena la cantidad. Los números no importan más», pensó Rebeka también agitada.
—Amado mío… conseguiste que no pudiera caminar, me tiemblan mucho las piernas y me duele todo el cuerpo… — Tras pasarle la mano por el rostro, continuó—. Quedémonos acurrucados, desnudos sobre la cama. Abrázame fuerte y no te vayas… demuéstrame lo mucho que me amas.
—Rebeka…
—Dime Omar…
—Quiero decirte algo…
—Feliz cumpleaños.