Chapter 13
Responsable
En las entrañas de la luna, donde se encontraban las mazmorras del coliseo, los cuatro individuos, con movimientos apresurados, terminaron encontrándose con algún subyugador que trataba de no morir, mientras seguían atrapados por los temblores del lugar. A pesar que los guardias encontrados no trataban de luchar, sino que escapaban, tanto el vampiro como el licántropo, se valían de sus armas para hacerse cargo de ellos.
Dante y Jhades, estaban malheridos y usaban a sus víctimas como alimento. Encontraron en la sangre y carne humana un exquisito sabor, pero no la suficiente energía como para que se recuperaran del todo. El suelo, las paredes y el techo temblaban como lo podría hacer una casa de goma, si el oro y la plata no fueran tan maleables como lo eran, tal vez adentrarse al interior de una instalación, a punto de ser arrasada, sería más que una locura. Aun así, del techo caían las cámaras y demás mecanismos de ventilación que podían existir, mientras las puertas salían disparadas. Tras esquivar los peligros que los acechaban, se adentraron aún más al interior de los calabozos, al punto de dejar de ver subyugadores y comenzar a notar la existencia de esclavos encarcelados.
En el camino de bajada, para los dos hermanos resultó refrescante el hecho de luchar y matar a más de una docena de sujetos uniformados. Por un lado, alimentaban sus egos y autoestima al no haber perdido el toque que habían recibido por el entrenamiento de sus maestros en un pasado no tan distante y por el otro, limpiaban el tan amargo sabor que les había dejado el combate contra Gilgamesh. Con cada muerto, recuperaban más de la mitad de sus energías para seguir avanzando, como si fueran máquinas imparables de destrucción que se sustentaban de energía renovable.
Daniela y Marín se mantenían detrás, a una distancia parcial de las dos bestias salvajes, que también deformaban las partes apropiadas de sus cuerpos, con tal de ser lo que eran, los depredadores de los humanos. Uno era tan negro como la noche y el otro tan violento como un tornado. Entre miembros destrozados, órganos esparcidos, carne desgarrada y huesos quebrados, ellas caminaban agradecidas de que los dos jóvenes les estuvieran ayudando a avanzar por un lugar que, de otra forma, jamás hubieran pisado. No obstante, el estómago se les quería salir en todo momento, porque no estaban acostumbradas al repugnante olor a sangre, sumado al hecho que la situación prometía ponerse mejor.
La descendiente de querubines no pudo evitar cubrirse los oídos cuando escuchaba a quienes en un pasado fueron esclavos como ella, mientras lloraban, pedían ayuda, al tener sus cuerpos envueltos en un dolor ardiente. Marín se hacía de la vista gorda ante la matanza, después de todo, para ella, los esclavos que decidieron tomar un camino diferente, con tal de someter e imponer las leyes del soberano de los humanos, no eran diferente de los subyugadores.
Al doblar el siguiente pasillo, encontraron un sótano de tres pisos de profundidad con incontables puertas conformadas por rejas de hierro. Cada celda albergaba gente hambrienta, enferma y decadente, que solo gemía de dolor cada vez que exhalaba, ya que no tenían fuerzas para quejarse. Más que una cárcel, el sitio podría describirse como un ático viejo, al que se arrojaban los trastos que no tenían uso, esos que esperaban pacientemente ser desechados. Después de todo, quienes estaban en ese lugar eran considerados como propiedad, objetos, materiales de carne, incluso ganado.
—Son muchos más de lo que esperaba, no creo que podamos cuidarlos a todos. Será mejor que regresen, por si Rey necesita ayuda. Cuando termine de abrir las rejas, les encontraré a mitad de camino, si aún es seguro… —agregó Daniela, quien usaba las fuerzas de su renovado cuerpo para abrir las puertas —Marín, acompáñalos en caso que tengas que regresar por ti misma.
Con las firmes palabras de la descendiente de los querubines, los tres chicos regresaron por donde vinieron.
Por otro lado, en la superficie, entre el mundo de lava y piedras calientes, se escuchaban con más frecuencia los gritos de personas moribundas. De pronto, un estrepitoso sonido hizo que Heliúk mirara al cielo y viera el refulgir de un gran rayo que alumbró de blanco todo lo que era negro y de negro todo lo que era blanco. Era capaz de desintegrar, encender y congelar con su presencia lo que llegara a tocar directamente con su luz.
El sonido de semejante evento fue muy característico, pues se había escuchado poco antes de la inmolación de los tres héroes de la humanidad, tras el retumbar de una de las trompetas del apocalipsis.
—¡El apocalíptico! —exclamó Heliúk, con piernas temblorosas, al encontrar la razón por la cual los humanos habían atribuido esos títulos al hijo híbrido de un vampiro y un licántropo.
Gilgamesh, quien aún conservaba la resistencia de Enlil, en vez de desintegrarse, sintió como sus huesos se incendiaron y su piel se congeló, tan pronto fue envuelto en el potente rayo que hizo crear a su alrededor innumerables cubos de hielo e incendiar aún más los edificios de oro, plata, cobre y diamantes, que se divisaban a la distancia.
Agonizando de dolor, el soberano de los humanos cayó del cielo, de vuelta al coliseo, justo en el centro de lo que era un torbellino de fuego, ante los ojos del hijo que había rechazado y condenado a pelear hasta el día de su muerte.
—Gran amigo mío, perdóname, te lo pido —suplicó Gilgamesh, casi sin poder hablar, pues el aire que aún quedaba en sus pulmones se había convertido en hielo y la piel de su cuerpo se quemaba como una antorcha.
El soberano de los humanos se había equivocado en su visión del futuro, malinterpretado el sueño que había tenido. Todo por un error, por tener la esperanza de encontrar a quien siempre había buscado con tanto afán. Su mundo se encontraba al borde de la destrucción y la vida inmortal que tenía estaba a punto de acabar, pues todo lo que había imaginado era lo contrario.
Por otro lado, Rey extendió sus poderosas alas negras al aire de una luna que gritaba en sufrimiento y temblaba como si se fuese a partir en dos. Con los ojos inyectados en sangre y su forma de bestia imparable, el joven tomó una bocanada de aire con el propósito de clamar el siguiente hechizo, no sin antes dejar de controlar su energía intimidante, exponer en todo su esplendor el espíritu de lucha que le rodeaba y dejar de controlar sus intenciones asesinas.
La energía, espiritismo e intenciones por parte de Rey, salieron al exterior en una cantidad abismal, la cual pudo distorsionar el espacio a su alrededor, haciendo que cualquier individuo que le observara pudiera temblar de miedo.
Ante los ojos encendidos de Gilgamesh, la luna se reacomodó alrededor de su oponente, en un intento por mantener el balance que había perdido. El aire que había sido empujado y comprimido hacia los alrededores, regresó igual de violento a rellenar el vacío que había sido creado. El evento climático terminó en un grandioso choque con el torbellino de fuego que le envolvió, lo que promovió que los vientos comenzaran a perseguirse los unos a los otros, creando una tormenta, que en cuestión de segundos, juntó al cielo con la tierra.
La tormenta trajo consigo un diluvio torrencial que se fusionaba con el fuego ascendente. Era como si el cielo, el viento, la luna, las pocas estrellas que quedaron visibles y el fuego, quisieran reflejar la furia tan grande que tenían.
Dentro de sus entrañas, algo le gritaba a Gilgamesh que su inmortalidad tan anhelada y por tantos trabajos y pruebas conseguida, terminaría cuando su tan apreciado amigo abriera la boca para clamar. Después de todo, ¿cuán poderoso podía ser un hechicero con los conocimientos y habilidades necesarias como para rivalizar contra dioses, siendo un humano? Su amigo estaba muy lejos de ser un humano y a la vez tan cerca de ser un dios, así que la respuesta era evidente.
Con sus labios preparados, Rey no pudo clamar y tampoco usar sus poderes de hechicería. Después de todo, había dicho que ante un oponente debía de hacerse ver fuerte, cuando en realidad no lo era. «Clamar el primer toque, en mi condición, trajo como consecuencia que perdiera todos mis sentidos como precio a pagar po el uso incorrecto del hechizo. No puedo ver, escuchar, sentir ni oler… al menos no perdí también la consciencia, como la última vez que empleé este clamado», pensó Rey, quien volvió a tomar un profundo respiro, como si estuviera haciéndolo por primera vez.
Tras caer en el aire con lentitud, por más que lo intentaba, el joven no podía interpretar ninguna de las imágenes que sus ojos recibían, así como tampoco era capaz de percatarse de nada de lo que sus sentidos le hacían distinguir.
En medio de una batalla, Rey estaba atrapado en un cuerpo que no tenía ningún contacto con el exterior.
«Siento un vacío inmenso que me devora, apropiándose, parte por parte, de este cuerpo. ¿Sentir algo? Incluso “querer”, puede generar poder en una situación como esta. Desear algo que no tenga bases lógicas, se ha de convertirse en realidad, si lo deseo con las fuerzas suficientes. Después de todo, la hechicería es el arte de ignorar y cambiar las leyes de la creación. Los vampiros, los licántropos y demás seres sobre humanos son excepciones de la regla. Tanto tiempo he peleado por sobrevivir, por seguir adelante, ¿qué tiene de malo pelear, para querer ganar, para destruir, para imponer respeto y por venganza ante mi pérdida?”
Envuelto por sentimientos de inconformidad y deseo, los pensamientos del chico se hicieron realidad ante las adversidades. Eso le hizo abrir paso a un sexto sentido capaz de mostrarle una tenue, pero particular visión del mundo exterior.
Rey ni siquiera pudo deleitarse o asombrarse mucho con el mundo de sombras ardientes que pudo llegar a percibir. Aún no era lo suficientemente claro y por forzar desesperadamente su percepción, perdió la conexión con su sexto sentido, en el momento que sintió la presencia del individuo al que quería matar con todas sus fuerzas, ser y alma. Esa era una presencia que seguía existiendo debajo de él, débil pero presente, que se estaba moviendo y debía ser eliminada antes que se recuperara. A pesar de perder la percepción que había alcanzado, no olvidó cómo estaba posicionado su cuerpo ni el de sus enemigos.
Con la efímera percepción de su cuerpo que le quedó grabada en la mente, al no poder hablar, Rey decidió usar sus manos para hacer símbolos de un hechizo condicionado, con el fin de manipular el espacio-tiempo, para que su cuerpo regresará, en parte, a como estaba antes de la pelea.
Con temblorosos brazos y piernas que casi no se podían mover, Rey golpeó con fuerte ímpetu su pecho, sus puños cerrados, rasgados y heridos, para luego extender las manos en forma de T y empezar a hacer un movimiento circular en el cual una mano subía y la otra bajaba. Un destello dorado apareció y el cuerpo carente de sensación, regresó a ser lo que era antes de comenzar la pelea. Tan solo el ojo derecho pudo ver, el oído izquierdo escuchar y las palmas de sus pies lograron sentir lo suficiente, para que el desgastado y torturado cuerpo de un hechicero pudiera seguir clamando y así lo hizo tan pronto tuvo la oportunidad.
—“Segundo toque” —anunció Rey, quien tenía un comportamiento altanero y soberbio. Luego miró hacia el suelo en donde se encontraba su enemigo, que estaba dentro del abismo que comenzaba a crearse, en respuesta a la frecuencia provocada por el primer toque.
Las frecuencias del sonido y luz de este toque clamado por Rey fueron capaces de romper la dirección de las cosas. El fuego y todo lo que se alzaba, comenzó a bajar y hundirse, mientras que el agua y todo lo que bajaba cambió de curso y subió, lo que produjo un efecto de vacío en todo lo estático. El coliseo, las montañas de escombros y fuego encendido por el primer toque, se precipitaron hacia el borde de la tierra. Por otro lado, el agua, contaminada por sangre de los muertos, subió hasta llegar a los cielos.
Las piernas y extremidades de Gilgamesh, que tuvieron menos suerte, se partieron y retorcieron como ramas secas. El fuego que aún le quemaba la piel, cambió de curso y bajó como si fuese un soplete. La sangre ascendió en su dirección, mientras que el cuerpo sentía que sería partido en dos, por la presión que generaba el vacío provocado por cambiar las direcciones lógicas de la materia.
Tras detener su respiración, como consecuencia del primer “toque” el cual le había privado de los sentidos, Rey no logró entender la razón por la cual el segundo “toque” le hizo experimentar algo diferente a lo que había imaginado o tenía calculado como consecuencia. Como si fuese un envase con un gigantesco hueco, la energía que había acumulado en su núcleo se escapaba de su cuerpo de forma involuntaria. Con la ausencia de núcleo, su vida estaba terminada como hechicero. Aun así, afiló más su mirada y dejó salir sus instintos asesinos sin control, pues entendía que tenía la oportunidad de seguir clamando y finalmente destruir a su oponente.
—Necesito un último sacrificio —se dijo entre dientes.
Luego de respirar hondo, el caído del cielo abrió su boca y como si fuese un castigo divino otorgado por la propia luna que lloraba moribunda, un potente rayo le alcanzó. Una descarga eléctrica producida naturalmente golpeó el cuerpo de Rey, en el momento justo en el que iba a clamar.
Tras recibir todo el impacto, Rey tomó medidas de emergencia y cuando era atravesado por la descarga de energía, canceló los tres clamados que había realizado con efecto consecutivo, pues no podía garantizar que se iba a mantener produciendo energía para cumplir las expectativas y ahorrarse el quedarse maldito, por algo que no era el hechizo de los antiblicos.
Tan pronto la luz desapareció, el interior de los ojos afilados del joven quedó como si fueran velas apagadas. Eso no fue tan fácil de notar, pues la energía que distorsionaba el ambiente seguía emanando, sumado a las intenciones asesinas y la ardiente voluntad de lucha de Rey, quien había muerto, por segunda vez, en el campo de batalla contra Gilgamesh.
Al Gilgamesh notar la verdadera fuerza y determinación de su amigo, quien, a pesar de ser impactado por un rayo, ni siquiera pestañó o sintió dolor, tan pronto regresó de vuelta al suelo, no pudo parar de temblar. A pesar de sentir la desagradable sensación de tener sus cuatro extremidades partidas y colgantes, el pánico le hizo arrastrarse con tal de escapar, en cambio, Rey aterrizó lentamente en el suelo infernal.
Heliúk aún estaba asomado y seguía observando la situación con ojos desencajados. Ver el cuerpo gigantesco de una bestia con las alas extendidas que se posaba sobre el suelo que temblaba y lo hacía tan ligero como una pluma, después de ser impactado por semejante explosión eléctrica que le había dejado un zumbido en los oídos, era impresionante.
Román, en cambio, le puso su mano sobre el hombro derecho al humano y salió caminando al encuentro de Rey, tras ignorar los llantos de una luna que se quería partir en dos.
Sin tener nada mejor que hacer, el ex subyugador también salió a caminar entre los cristales que se hacían polvo, para darse cuenta de algo que no habría imaginado nunca.
Rey, encarnación del anterior juez del infierno, el HeroSlayer, el apocalíptico, el híbrido entre un vampiro y un licántropo, estaba parado allí, con los brazos al costado del cuerpo y las alas extendidas y no respiraba. Muerto sin remedio, no se movía en lo absoluto, a pesar de estar irradiando la energía que avivaba las llamas y removía los cristales del suelo.
Román se colocó con rapidez en frente de la criatura que le igualaba en tamaño, cerró su puño y golpeó con fuerza encima de su corazón. El potente impacto se pudo escuchar, pero no movió el cuerpo de Rey, aunque sí pudo ser atravesado con la energía cinética y si hubiese sido una persona normal, incluso pudiera causar daños internos.
De un momento a otro, Rey botó un gran chorro de sangre, que Román tuvo que esquivar. Volvió a inhalar varias bocanadas de aire, tosió varias veces, mientras perdía su forma y tamaño de bestia.
—¿Acaso no estaba muerto? —agregó Heliúk, sorprendido.
—El control y la energía son los que al combinarse de forma consciente o inconsciente capacitan a las sobre especies para sobrepasar una y otra vez a los límites del cuerpo —respondió Román, orgulloso de haber observado la pelea en su estado de meditación. — En otras palabras, el golpe que le di, hizo que su corazón continuará latiendo. Por cierto, Rey, no creo que te queden más muertes de las que puedas sobrevivir.
Rey pudo entender que al anciano, más que explicarle la situación a Heliúk, le estaba diciendo de forma indirecta, que era el responsable de salvarle la vida nuevamente. No obstante, decidió dejar de lado las intenciones de Román, con tal de concientizar que había muerto por segunda vez, cuando la primera ocasión fue durante el sacrificio de la vampira a la que amaba.
«Cada vez que muero, alguien tiene que sacrificarse y sufrir», pensó el joven de ojos blancos. «En una pelea contra alguien que ni siquiera llega a ser un tercio de la mitad de fuerte que padre, me vi obligado a emplear todas las técnicas secretas y hechizos que había aprendido y preparado. Aun así, me quedé sin recursos y tuve que valerme de un factor externo para que mi corazón regresará a funcionar. Me falta mucho para poder hacer una diferencia».
—No tienes que preocuparte, tanto —especificó Román, de manera jocosa como quien le restaba importancia al asunto.
—Aún me quedan muchos motivos para desconfiar de ti, — advirtió Rey, con palabras amargas, lo que hizo que Heliúk tomara distancia por precaución. —Has guiado las decisiones que he tomado hasta ahora. Que seas más sabio de lo que aparentas y aún más fuerte que Gilgamesh, me hace tener la sensación que te podrías estar burlando de mí y que soy tu entretenimiento.
Román entendió que debía suavizar las sospechas que el chico de ojos blancos albergaba en su interior, lo que le hizo hablar con la verdad de frente y cambiar su carácter jocoso y su modo de decir las cosas:
—Rey: siempre oculté mi verdadero poder porque mis intenciones nunca fueron las de luchar, sino encontrar a alguien cualificado para hacerlo por mí, cuando el tiempo de esta luna llegara a su final. Llámalo conspiración y tienes el derecho de desconfiar de mí, porque, aunque aún no te he apuñalado en la espalda, nunca sabrás cuando lo haré, como le hice a Gilgamesh. Cuando llegue el momento, te pido que sea tu turno de juzgar y decidir si estoy lo suficientemente cualificado para ganarme tu confianza. No me tomes a mal, pero ahora que viene al tema y sabiendo las consecuencias, ¿no piensas dejar vivo a ese que tanto insiste en llamarte amigo? Tal vez, sea sensato reconsiderar su posición, para luchar contra lo que nos espera… si es que no te has dado cuenta aún.
Rey hizo una pausa ante la pregunta guiada. Los temblores que provenían del suelo no mentían, mientras que el clima seguía empeorando.
—El final de esta luna no está muy lejos de llegar a su conclusión. Reconozco que debí haber sido más precavido y no apoyarme en el factor suerte, pero pude conseguir decodificar las bendiciones que mantienen vivo al soberano de los humanos. Solo que esa bendición también mantiene viva a esta luna que llaman sol y a todos lo que en ella se encuentran, incluyéndome.
—¿Cómo es posible? —preguntó Heliúk confundido.
—¿Te diste cuenta? —le preguntó Román a Rey, tras levantar sus ojos y mirar al cielo teñido de rojo, que era el mismo firmamento cuyos puntos blancos se hacían más y más grandes, pues no era un cielo de estrellas, sino uno estaba abarrotado por embarcaciones humanas—. La suerte de Gilgamesh fue y aún es el fino hilo que mantiene existiendo a esta luna que muchos llaman sol. Después de tanta destrucción, no creo que nada tenga salvación. Es increíble que la suerte de un individuo sea suficiente para sostener toda esta civilización, junto a la felicidad de millones de vidas humanas, por tanto tiempo.
—Dejando de lado que sea mi padre, —agregó Heliúk— Matarle no solucionará nada si conlleva a nuestra destrucción. Desde un principio él te quiso a su lado con tal de crear grandes cosas. ¿Lo recuerdas, Rey?
Rey respiró con determinación en su mirada, mientras se tocaba la nueva cicatriz de su cuerpo, esa que tenía en un costado del abdomen, que le recordaba el sacrificio de un ser querido que maldijo a Gilgamesh, a la luna que llamaban sol y a todos los que viven en ella, aunque no fuese correcto. Sumado a que ese lugar, desde ese momento y en adelante, carecía de la oportunidad de regresar a ser pacífico. Conquistar sin destruir no era tarea fácil, al menos no en ese punto, en el que todos los humanos que residen en las galaxias colindantes estaban invadiendo y si un dios podía matar a mil humanos, la contribución de mil humanos podía matar a un dios.
—Juntarme con Gilgamesh es hacer que todos los que sean débiles mueran, eso te incluye a ti y a quienes conozco. —respondió Rey. Además, que él había tenido la grandiosa idea de transmitir en vivo y en directo la localización del individuo más odiado por todos los humanos, que era el responsable de todo lo que sucedía.
—Pero las personas pueden cambiar y mi padre no tiene amigos, hasta el momento, porque no existía nadie que pudiera decirle que estaba equivocado, —aseguró Heliúk, quien intentó seguir hablando, pero alguien lo interrumpió, desde lejos.
—¡Rey! —exclamó Jhades en voz alta, con la intención de llamar la atención de su hermano—¿Dónde está Gilgamesh? Estamos recuperados y venimos a ayudarte, en caso que mueras otra vez, ya sabes… lo usual.
“Llegaron tarde,” quiso decir Rey, pero no creía que fuera correcto decirlo, porque sus hermanos se habían comportado bien en el combate anterior.
—Gilgamesh no es más una preocupación —respondió, extrañado con las palabras de su hermano vampiro, quien por naturaleza, no pedía nada a no ser que estuviera ganando algo de por medio.
—Tenemos una situación—dijo Jhades, tan pronto se acercó y bajó su guardia.
Heliúk se detuvo en el lugar, cerró sus ojos y pudo sentir cómo la noticia que incluía al recién revivido con la palabra “tenemos” le traería aún más peso sobre sus hombros. Que un vampiro estuviera hablándole de esa forma, era porque se traía algo entre manos.
Román, en cambio, mostró una sonrisa como quien esperaba escuchar algo.
El vampiro se acercó más que sus otros dos acompañantes. Tras aguantar la respiración, inflar su pecho y tomar la delantera, antes que lo hicieran Dante o Marín, informó: — En la profundidad de las mazmorras, encontramos a más de una docena de prisioneros dispuestos a seguirnos y luchar, junto a quienes fueron salvados del área de descontaminación dentro del templo, quienes también están allí. Ellos son el fuego de la rebelión que dejó Akai.
Rey abrió sus ojos para mirar al vampiro, que la mayoría del tiempo disfrazaba la verdad por hábito. Con la situación, el comportamiento y las circunstancias, no era necesario que estuviera mintiendo, sino que quería creer y hacer creer algo que tal vez no era verdad. Al cambiar la dirección de su mirada hacia Dante, Rey pudo entender que no quería intervenir por miedo a meter la pata. Eso le hacía ver, que, en cierto modo, estaban influenciados por las chicas que les acompañaban, para querer dejar de ser quienes eran y aparentar encargarse de la vida de otros individuos.
«¿Cuánto tiempo mantendrán esa actitud? Al menos, esta vez, no parecen hacer las cosas por competitividad, como antes» pensaba Rey, al tiempo que sabía que si tomaba alguna decisión que no satisficiera los deseos de sus hermanos, eso significaba seguir un camino diferente al de ellos y dejarles atrás, en esa luna a punto de destruirse, lo que conllevaba a la muerte inminente de ellos y la ruptura de la promesa que tuvo con su madre en el pasado.
Los temblores de la luna se duplicaban a cada segundo. Bajo la mirada de Román, hacerse responsable de quien sabe cuántos individuos enfermos y decaídos, era algo que se debía meditar en tranquilidad. Después de todo, si Rey cometía un error y perdía su propia vida por estar haciéndose responsable de otros individuos que ni siquiera conocía, estaría fallando a la promesa de Lía. Pero, si conseguía un lugar próspero para la vida con el precio de estar solo ¿Lía y sus hermanos aguantarían semejante situación?
Tras pensarlo, recordar las palabras de Akai, nombre que sutilmente Jhades dejó caer en su conversación manipulativa y verse en el reflejo de su propio padre, Rey decidió aceptar la sugerencia de su hermano, lo que provocó felicidad en el rostro de los presentes, particularmente en el de Román.
—Traigan a quienes quieran seguir viviendo a este lugar, pero tengan en cuenta que, a partir de este momento, las vidas de quienes me sigan tendrán el mismo peso que las de ustedes. Ni más, ni menos.
Jhades con una enérgica actitud, consiguió lo que tenía previsto obtener y se sintió orgulloso por seguir el camino que su amada le sugirió tomar. Dante y su compañera entendieron su propósito, así que ambos se pusieron en marcha junto a las pisadas de Jhades.
Tras darle un último vistazo a Heliúk, Rey se dispuso a marchar en dirección a donde había escapado Gilgamesh, como si fuese alguien con asuntos pendientes que necesitaba terminar.
«A un enemigo no se le puede dejar con vida, a menos que termine siendo tu amigo”, pensó Rey, mientras caminaba calmadamente.
Una de las paredes de la arena estaba tumbada, lo que mostró la entrada a lo que parecía ser un pasadizo secreto por el cual Gilgamesh había decidido adentrarse. Muy lujoso como para ser transitado por esclavos, muy pequeño como para ser usado en circunstancias normales. Sin duda, el pasaje era uno de los múltiples medios de escape que garantizarían la seguridad de los espectadores importantes.
Rey ya no tenía sus ojos inyectados de sangre, pero se sentía cansado, porque la fisura en su núcleo aún seguía dejando que la energía en su interior escapara.
Tras levantar sus manos, Rey podía ver en su piel manchas negras, lo que representaba el avance de la enfermedad. Paso a paso, observó el final del pasillo. Después de todo, no podía matar a Gilgamesh, sin antes darle tiempo suficiente a sus hermanos.
«Dejar vivir a alguien que podría ser una amenaza en el futuro, no es una muy buena opción… Román no es la excepción, pero siempre existen circunstancias especiales» reflexionó el joven de ojos blancos. «Por otro lado, para que alguien como él escape, es porque sabe que va a morir irremediablemente, si no, ¿por qué habría de hacerlo? Preservar la vida es un instinto natural que todos tenemos».
—Última ronda y será mejor que corras, porque por cada momento que dejes de moverte, estaré más cerca de alcanzarte —dijo Rey en voz alta, con el sonido grave y aterrador de su voz, que resonó por las paredes de todo el lugar.
Por otro lado, Jhades, Dante y Marín corrieron en dirección a las cárceles donde se encontraba Daniela. Sin muchos retrasos en su segundo viaje, los jóvenes notaron expresiones preocupadas en sus rostros. Para ellos, el hecho de no encontrarse con nadie en el punto medio del camino, les resultaba extraño.
«¿Tal vez no he debido dejar a Daniela sola? Si un subyugador quedó vivo y se encontró con ella…» fueron los pensamientos de Jhades, quien aceleró sus pasos, contrariado de preocuparse tanto por un envoltorio de comida. «Después de todo, ella me ha dado tanto trabajo para mantenerla con vida, que dejar que muera por algo insignificante, no tiene sentido».
El vampiro no se reconocía, casi al punto de tener que respirar agitado. Pasado un tiempo, los tres jóvenes llegaron a donde estaban las cárceles y se dieron cuenta de una cruel realidad, que no se les había pasado por la cabeza cuando estuvieron anteriormente.
Daniela y unos cuantos individuos, cuya constitución corporal no era la mejor, recién terminaban de abrir las rejas de la última celda. En el lugar se escuchaba la firme voz de la chica que daba ánimo y exhortaba a seguir adelante a todos y cada uno de los que fueron forzados a convertirse en guerreros, esclavos y damares.
A pesar de la enérgica voz, las miradas de los presentes no querían seguir viviendo, sin contar los que estaban muriendo por heridas o enfermedades. No era que algún muerto fuera a levantarse para seguir viviendo.
Marín, insultada porque, aunque todas las celdas estaban abiertas, nadie vivo quería salir o escuchaba las palabras de Daniela, comenzó a alterarse y golpeó la pared más cercana:
—¿Este es el fuego de la rebelión dejado por Akai? Una miserable ascua de carbón envuelta en cenizas. Les conseguimos un lugar junto al “caído del cielo”, el poderoso ser dijo que quienes le siguieran serían tratados como hermanos y hermanas ¿Acaso con la derrota de Gilgamesh no quieren su libertad en esta luna que no para de temblar?
El vampiro se preguntó preocupado, si esperaba la felicidad de su amada, pero su rostro denotaba tristeza. La infelicidad del saco de sangre era causada por quienes no se levantaban y eso le representaba otro problema.
De los pocos que levantaron sus miradas para observar a la causante de semejante escándalo, alguien lanzó al aire una pregunta:
—¿Para qué seguir viviendo? ¿Para seguir sufriendo? —los lamentos se escucharon, tras esas palabras. —Alargar nuestras vidas donde no existe sitio para ir, es ilusionarse en vano. Junto a la llegada del caído del cielo, corre el comentario que esta luna está considerada como contagiada, por la presencia de un ser categoría tres. Si salimos, igual seremos exterminados, por las fuerzas de la OEM, cuando exploten estos collarines.
Las palabras del individuo, aunque pesimistas, eran la realidad para muchos de los presentes, que no tuvieron las fuerzas suficientes para hablar.
Marín no tuvo más remedio que agachar su mirada.
—¡¿Quién dijo semejante estupidez?! —Ante la impotencia de su amada, Dante rugió con ferocidad mientras obligaba a alguien a ponerse de pie.
Que el lobezno viera sufrir a su chica le provocaba una angustia tan grande en su pecho que no podía soportarla. Eso tan solo se podía aminorar siendo violento contra otros.
Jhades arrancó con sus manos el collarín explosivo que tenía puesto el sujeto al que Dante puso de pie. Con esto, todos los que estaban cerca se asustaron, ya que creyeron que explotaría, pero no fue el caso.
—A pesar que se entregan y aceptan sus muertes, ¿aún tienen miedo a morir? —dijo el vampiro de forma irónica, con desprecio en sus palabras, como si mirara algo desagradable—. Quienes cambian de opinión, aún son libres de quitarse los collares y seguir viviendo.
Ante la milagrosa situación, los presentes sintieron motivación por las acciones de aquel que mostraba sus potentes ojos azules. Con lentitud y aterrados movimientos, de uno en uno, comenzaron a quitarse los collarines, presionando fuerte, tanto los dientes como los párpados. Después de ver que el letal objeto no estallaba, la felicidad y los deseos de vivir inundaron los rostros de los miembros de esa clase oprimida por tanto tiempo.
Tan rápido como pudo y con disimulo, Daniela corrió para encontrarse con su amado y luego de contenerse y evitar abrazarlo, le preguntó. —¿Cómo lo hiciste? — Se refería a los collares.
Los ojos de una chica feliz que le miraban, los movimientos con los que se aproximaba hacia él, eran esos que provocan la felicidad en cualquier joven enamorado. Los mismos que hicieron a Jhades respirar orgullosamente y prepararse para recibir halagos.
—Envoltorio de sangre, mi inteligencia es superior —respondió el vampiro, mostrando triunfo en sus expresiones, con tal de no explicar el resultado de algo que fue producto de pura coincidencia.
—Querubín, —llamó una voz moribunda—. Antes estabas preguntando por alguien como tú, de ojos y cabellos rosados, ¿no? —dijo un individuo que por ahí pasaba, lo que exaltó a la chica, la cual detuvo sus movimientos. —Me temo decirte que él, al ser informado de la muerte de sus padres, le levantó la voz a un oficial y fue transferido hacia otra localización.
El individuo que hablaba, no tenía idea que el otro querubín tal vez era el hermano de ella, lo que le hizo hablar sobre la muerte de sus padres, sin sutileza. Los mismos padres que podían ser los de Daniela, los seres a quienes más quería y adoraba en el mundo. Sabiendo eso, la chica tragó en seco y bajó la cabeza, sentía que quería ser egoísta, tanto que no se conformaría con que su hermano estuviera con vida para sentirse bien.
—Jhades… —dijo Daniela con ojos de querer algo.
Al entender que la felicidad y su momento de grandeza duraba tan poco, Jhades agarró la mano de la descendiente de querubines por primera vez y con seguridad en su mirada, accedió a la petición silenciosa que le hizo. Al vampiro no le incomodaba que su sesión de halagos fuera interrumpida, porque ver la desesperación y el sufrimiento en la cara de la chica que recibió una cruda noticia, le hizo sentir mucha más satisfacción. Tanto que le hizo preguntarse «¿Y si ella logra ver el cuerpo de sus padres muertos?»
—Dante, Marín, ¿pueden encargarse del resto? —preguntó el vampiro, que tenía algo entre manos.
La pregunta por parte del joven de ojos azules recibió una confirmación firme en respuesta. Tanto Dante como Marín estaban decididos a encargarse de quienes necesitaban abandonar la instalación, antes que se derrumbara. Con esto, el vampiro y la descendiente de querubines, se pusieron en marcha a donde señalaba la mano del individuo.
Los temblores del suelo y las paredes empeoraban con cada segundo, indicando que no tenían mucho tiempo. Los dos decidieron emprender el camino a lugares mucho más profundos de la instalación.
Con cada paso que daban al atravesar los tres pisos, las mazmorras se hacían más robustas en estructura y pequeñas. Tanto, que las puertas no eran rejas, sino láminas de metal sólido con remaches y tornillos de materiales inoxidables. En el interior, habitaba tan solo un individuo, el cual no parecía haber perdido las esperanzas de vivir. Entre los sobrevivientes se pudo notar a un pequeño niño verde, el cual le pareció familiar a Jhades, pues era similar a alguien a quien conocía.
Luego de disparar sus armas, Jhades destrozó las cerraduras de las puertas, mientras pasaba apurado con su amada, quien tan solo tenía tiempo de gritar un nombre: Max.
—¡Hagan su camino hacia la arena! —dijo Jhades, en cuanto las puertas se abrían y Daniela decidía por donde ir, casi al borde de la desesperación y el desconsuelo.
Los rincones de la instalación fueron cuidadosamente inspeccionados por los jóvenes hasta que llegaron a lo que parecía ser el final. Una gigantesca compuerta bloqueaba la salida, pero como en un tiempo fue la entrada por la que todas las personas debían pasar para poder dirigirse a las gradas de la arena, el lugar tenía ciertas decoraciones llamativas y numerosos puestos de venta vacíos. Sillas, fuentes, comida aún fresca, alguna que otra persona muerta en el suelo tras ser aplastada por una multitud alocada, paredes lujosas y muchas indicaciones que señalaban, por dónde debían hacer la fila, aquellos que quisieran obtener algo.
Daniela, familiarizada con el sitio, se abrió paso entre los diferentes puestos de ventas, dejando atrás a quien la acompañaba.
—¿Qué es esto? —preguntó Jhades, cuando finalmente llegó al sitio que su amada quería encontrar.
—Esta es la entrada al mini templo de artes amatorias de la arena —respondió la chica entristecida, de no haber podido encontrar a su hermano. —Así como sucede con los hombres, las mujeres no aptas para pelear, tienen la elección de servir a los humanos. Ayúdame a abrir esta puerta que está bloqueada.
Mientras los temblores se hacían más estrepitosos, Jhades mandó a Regres a que se apresurara para abrir la puerta indicada por Daniela, quien hizo espacio a un lado y cubrió sus oídos.
Con el retumbar de explosiones provocadas por el disparar balas de una pistola de energía, la cerradura y diferentes bisagras que mantenían a la puerta de metal en su lugar fueron golpeadas violentamente. El metal no dejaba pasar las balas al interior, pero en su estructura quedaban estrepitosas abolladuras. Desde el otro lado, entre las detonaciones de disparos, se pudieron escuchar murmullos y gritos de docenas de voces preocupadas:
—Aléjense que es peligroso.
Tras una ronda de diez balas, la robusta puerta de metales rosados, se vino abajo y los cuerpos femeninos, cubiertos de pocas prendas, quedaron expuestos.
El pánico de las numerosas mujeres que intentaban protegerse de los temblores del lugar, resultó obvio para Daniela. Ella podía entender que quienes estaban ahí adentro, tenían sus ojos bien abiertos, ante la idea de terminar aplastadas por una puerta de metal semejante. Pero ella no tenía tiempo de entender o explicar sobre la situación. Tras distinguir los rostros y mencionar el nombre de su hermano, siguió avanzando.
Ante la inesperada entrada de un vampiro y una descendiente de querubines por una puerta que recién había sido derribada, las sacerdotisas, con rostros confundidos, se quedaron a la espera de alguna orden que pudiesen recibir. No sabían si alegrarse o preocuparse. Tan solo estaban acostumbradas a recibir órdenes y ofrecer sus cuerpos, ya que, gracias a eso, se habían mantenido vivas por tanto tiempo.
Daniela escaneó con su mirada y continuó su camino de forma apresurada.
—Diríjanse a la arena, junto a los demás, si desean seguir viviendo, —aclaró el joven de ojos azules, que no tuvo más remedio que hablar. No podía negar que las mujeres presentes eran más afines a su gusto, respecto a la apariencia física, pero no en el sufrimiento.
Con deseos de seguir viviendo, las mujeres procedieron a salir del lugar por la entrada principal, sin hacer ninguna pregunta. Por otro lado, al hojear los papeles que llevaban el registro del lugar, Daniela no pudo encontrar el nombre que estaba buscando, eso significaba que su hermano no estaba ahí.
—Le hemos dado la vuelta a toda la arena ¿en dónde más podría estar? —se preguntó Daniela, acercándose más al enorme vacío que incluía la pérdida de las esperanzas.
Los temblores ya deformaban el techo y las paredes, aun así, Jhades empleó su mano para levantar la cabeza caída de su amada y darle ánimos, ya que, para él, la mejor parte, aún no llegaba.
—Daniela. Sigamos buscando…
Luego de secarse las lágrimas con las muñecas, decidió darle su mejor cara a la situación, antes de seguir adelante. Después de todo, tal vez no había llegado a salvar a su hermano ni a sus padres, pero si estaba haciendo algo para salvar a quienes estaban en el coliseo.
—Antes que comenzaran las festividades, un querubín fue ingresado a la fuerza —dijo una de las últimas chicas en salir.
—¿A dónde fue llevado? —preguntó Daniela desesperada.
—A la sala de BDSM, que está al final, bajando las escaleras. Tal vez, por esa razón, no fue inscrito.
Tan rápido como pudo, la chica de cabellos rosados agradeció la información y se fue en dirección a donde le habían indicado. Jhades, motivado a continuar hasta el final, le siguió detrás, muy cerca.
Apenas llegaron al fondo de las escaleras, se encontraron con unas compuertas deprimentes, bañadas con el inconfundible hedor de la sangre. Dentro de ese lugar, salían gritos de dolor y de sufrimiento. Daniela, asustada, empleó sus manos y con fuerza se tapó los oídos para no escuchar. Le desgarraba el alma que semejantes sonidos provinieran de una persona.
El vampiro, sin poder ocultar el deleite en su rostro, levantó sus armas y abrió fuego con tal de tumbar la puerta. Estaba preparado para ejecutar de un disparo a cualquier subyugador, si es que se encontraba con uno.
Apenas la puerta se vino abajo, el vampiro pudo identificar la presencia de dos individuos, uno amarrado a una silla, mientras el otro estaba armado con un cuchillo. Jhades se dispuso a desaparecer y convertirse en una niebla negra, con la intención de aniquilar a quien le podía amenazar, pero Daniela lo detuvo. Ella fue la primera que entró en la habitación, se quedó mirando al torturador a los ojos y no a quien estaba siendo torturado y amarrado sobre una silla, con la cabeza cubierta por una capucha que dejaba ver sus ojos y nariz.
El sujeto que sostenía el cuchillo en sus manos, compartía el color de ojos característico de los querubines, aunque sus ojos estuvieran teñidos de sangre. Ese era el hermano que Daniela, que había estado buscando.
Tan pronto reconoció la presencia de su hermana, soltó el cuchillo por sorpresa.
Luego de bajar sus armas y entender la situación, tras la reacción de su amada, Jhades no tuvo duda que ella estaba a punto de enojarse y pelear. Lo que le resultaría encantador de presenciar.
—¿Quién carajos viene a interrumpirnos? —preguntó el torturado, pero su voz no fue escuchada por la chica.
—Como siempre… el “busca problemas” de la familia. Eres un querubín, tu propósito es ayudar a los humanos no…hacerles estas cosas—, regaño Daniela al torturador de cabellos rosados, quien intentó esconder el cuchillo que había dejado caer al suelo con el pie derecho, detrás de la silla.
—¿Quién dice? —replicó indignado el joven que vestía pocas prendas—. ¿Mi propósito es dejarme torturar, sin oponer resistencia, para ayudar a este humano? Daniela, este sujeto mató a nuestros padres ante mis ojos y pretende matarme si después de esto yo le dejo con vida. ¡¿Cómo me voy a morir tranquilo sin hacer justicia con mis propias manos?! ¿Sin dejar de mostrarle al mundo que puedo ir en contra de mi naturaleza?
—Patéticos… ¿Qué es lo que no entienden? Si deben servir a los humanos es porque nosotros somos sus dioses —dijo el sujeto insultado.
Daniela, aún más enojada, se acercó a donde estaba su hermano, tomó un puñal de la mesa allegada y de una estocada lo clavó en el pecho del humano, que abrió sus ojos como quien presenciaba algo increíble.
—Para tu información, hacer justicia no es torturar… Todo este mundo comenzó a temblar gracias al hermano de Jhades, quien venció a Gilgamesh en batalla. —dijo Daniela, con voz de regaño.
El sujeto de cuerpo joven y un poco más alto que su hermana, frunció su ceño tan pronto la chica tartamudeo el nombre de Jhades. Miró sospechosamente a su hermana, mientras se limpiaba su quijada y luego, agregó desconfiado:
—Nunca en tu vida has tartamudeado el nombre de alguien, ni siquiera soñaste con matar a un humano… ¿Acaso caíste?
En un arranque de rabia, la chica le arrancó el cuchillo del pecho al sujeto moribundo, para apuntar en dirección al pequeño de ojos azules, que miraba enternecido la escena proporcionada por una lluvia de sangre.
Salpicada por el líquido rojo, los cabellos de Daniela ya humedecidos, se movieron de manera ondulante:
—Sí, caí por él, cuándo me salvó de morir.
Max negó con su cabeza, estaba decepcionado y no aprobaba lo que su hermana le decía.
Daniela le dijo: —Te dije que este momento iba a llegar, tarde o temprano ¿Cómo te atreves a romper nuestro trato y no aprobar mi decisión con alegría?
—Nuestro trato era cuando los dos tuviéramos a alguien, no que te aparecieras y me dijeras, “Jh… Jhades” de la nada y sin previo aviso. —comentó el querubín, fuera de sí.
—¿Por qué crees que te vine a buscar? —preguntó Daniela, insultada por la actitud de su hermano—. Estoy aquí porque te quiero junto a nosotros, con tal de no abandonarte, Max.
«Un segundo saco de sangre, dos por uno…» se decía Jhades.
La chica dejó salir lágrimas de sus ojos, gotas que representaban toda una variada cantidad de sentimientos mezclados, que, tal vez, no sería capaz de explicar.
Aun siendo necesitado, entre temblores y sangre, Max rompió a llorar mientras abrazó a su hermana, para luego abrir los ojos y mirar al vampiro que se levantaba con una sonrisa al final del pasillo, como si estuviera considerando una decisión difícil de tomar.
Por otro lado, Jhades miró de vuelta a los ojos que le observaban. En su opinión, la sensación de contaminar la naturaleza inocente de otro individuo no le vendría mal del todo, tras sacar al mundo exterior el egoísmo y la inconformidad que llevaba dentro, algo que le resultaba intenso y muy placentero de sentir.
De pronto, antes que Max pudiera decirle algo más a su hermana, el techo del lugar se achicó, mientras que el suelo comenzó a temblar, de tal forma, que fue difícil sostenerse de pie.
La voz de Jhades se hizo escuchar.
—¿Quieren terminar comprimidos? Nadie sabe cuánto más puede durar este lugar.
Luego de seguir las palabras del vampiro, tanto Daniela como su hermano, salieron disparados de la habitación, que terminó de juntar el techo con el suelo, como si fuese una lata de soda aplastada por un zapato.
Tras subir las escaleras con un paso apurado, el querubín no dejó de llevar consigo uno de los cuchillos que había tomado, pues el poder que emanaba la presencia del joven de ojos azules le resultaba inquietante y aún más aterrador, fue que su hermana matara a alguien sin remordimiento y dejara la memoria de padre y madre atrás, con tanta facilidad. Después de todo, lo que se veía como tortura, fueron sus múltiples intentos fallidos de querer matar al humano con sus propias manos.