Stagnation

Chapter 13
Responsable


En las entrañas de la luna, donde se encontraban las mazmorras del coliseo, los cuatro individuos, con movimientos apresurados, terminaron encontrándose con algún subyugador que trataba de no morir, mientras seguían atrapados por los temblores del lugar. A pesar que los guardias encontrados no trataban de luchar, sino que escapaban, tanto el vampiro como el licántropo, se valían de sus armas para hacerse cargo de ellos.

   Dante y Jhades, estaban malheridos y usaban a sus víctimas como alimento. Encontraron en la sangre y carne humana un exquisito sabor, pero no la suficiente energía como para que se recuperaran del todo. El suelo, las paredes y el techo temblaban como lo podría hacer una casa de goma, si el oro y la plata no fueran tan maleables como lo eran, tal vez adentrarse al interior de una instalación, a punto de ser arrasada, sería más que una locura. Aun así, del techo caían las cámaras y demás mecanismos de ventilación que podían existir, mientras las puertas salían disparadas. Tras esquivar los peligros que los acechaban, se adentraron aún más al interior de los calabozos, al punto de dejar de ver subyugadores y comenzar a notar la existencia de esclavos encarcelados.

  En el camino de bajada, para los dos hermanos resultó refrescante el hecho de luchar y matar a más de una docena de sujetos uniformados. Por un lado, alimentaban sus egos y autoestima al no haber perdido el toque que habían recibido por el entrenamiento de sus maestros en un pasado no tan distante y por el otro, limpiaban el tan amargo sabor que les había dejado el combate contra Gilgamesh. Con cada muerto, recuperaban más de la mitad de sus energías para seguir avanzando, como si fueran máquinas imparables de destrucción que se sustentaban de energía renovable. 

  Daniela y Marín se mantenían detrás, a una distancia parcial de las dos bestias salvajes, que también deformaban las partes apropiadas de sus cuerpos, con tal de ser lo que eran, los depredadores de los humanos. Uno era tan negro como la noche y el otro tan violento como un tornado. Entre miembros destrozados, órganos esparcidos, carne desgarrada y huesos quebrados, ellas caminaban agradecidas de que los dos jóvenes les estuvieran ayudando a avanzar por un lugar que, de otra forma, jamás hubieran pisado. No obstante, el estómago se les quería salir en todo momento, porque no estaban acostumbradas al repugnante olor a sangre, sumado al hecho que la situación prometía ponerse mejor.

 La descendiente de querubines no pudo evitar cubrirse los oídos cuando escuchaba a quienes en un pasado fueron esclavos como ella, mientras lloraban, pedían ayuda, al tener sus cuerpos envueltos en un dolor ardiente. Marín se hacía de la vista gorda ante la matanza, después de todo, para ella, los esclavos que decidieron tomar un camino diferente, con tal de someter e imponer las leyes del soberano de los humanos, no eran diferente de los subyugadores.

    Al doblar el siguiente pasillo, encontraron un sótano de tres pisos de profundidad con incontables puertas conformadas por rejas de hierro. Cada celda albergaba gente hambrienta, enferma y decadente, que solo gemía de dolor cada vez que exhalaba, ya que no tenían fuerzas para quejarse. Más que una cárcel, el sitio podría describirse como un ático viejo, al que se arrojaban los trastos que no tenían uso, esos que esperaban pacientemente ser desechados. Después de todo, quienes estaban en ese lugar eran considerados como propiedad, objetos, materiales de carne, incluso ganado.

   —Son muchos más de lo que esperaba, no creo que podamos cuidarlos a todos. Será mejor que regresen, por si Rey necesita ayuda. Cuando termine de abrir las rejas, les encontraré a mitad de camino, si aún es seguro… —agregó Daniela, quien usaba las fuerzas de su renovado cuerpo para abrir las puertas —Marín, acompáñalos en caso que tengas que regresar por ti misma.

  Con las firmes palabras de la descendiente de los querubines, los tres chicos regresaron por donde vinieron.

 Por otro lado, en la superficie, entre el mundo de lava y piedras calientes, se escuchaban con más frecuencia los gritos de personas moribundas. De pronto, un estrepitoso sonido hizo que Heliúk mirara al cielo y viera el refulgir de un gran rayo que alumbró de blanco todo lo que era negro y de negro todo lo que era blanco. Era capaz de desintegrar, encender y congelar con su presencia lo que llegara a tocar directamente con su luz. 

   El sonido de semejante evento fue muy característico, pues se había escuchado poco antes de la inmolación de los tres héroes de la humanidad, tras el retumbar de una de las trompetas del apocalipsis.

   —¡El apocalíptico! —exclamó Heliúk, con piernas temblorosas, al encontrar la razón por la cual los humanos habían atribuido esos títulos al hijo híbrido de un vampiro y un licántropo. 

  Gilgamesh, quien aún conservaba la resistencia de Enlil, en vez de desintegrarse, sintió como sus huesos se incendiaron y su piel se congeló, tan pronto fue envuelto en el potente rayo que hizo crear a su alrededor innumerables cubos de hielo e incendiar aún más los edificios de oro, plata, cobre y diamantes, que se divisaban a la distancia.

 Agonizando de dolor, el soberano de los humanos cayó del cielo, de vuelta al coliseo, justo en el centro de lo que era un torbellino de fuego, ante los ojos del hijo que había rechazado y condenado a pelear hasta el día de su muerte.

  —Gran amigo mío, perdóname, te lo pido —suplicó Gilgamesh, casi sin poder hablar, pues el aire que aún quedaba en sus pulmones se había convertido en hielo y la piel de su cuerpo se quemaba como una antorcha. 

  El soberano de los humanos se había equivocado en su visión del futuro, malinterpretado el sueño que había tenido. Todo por un error, por tener la esperanza de encontrar a quien siempre había buscado con tanto afán. Su mundo se encontraba al borde de la destrucción y la vida inmortal que tenía estaba a punto de acabar, pues todo lo que había imaginado era lo contrario. 

  Por otro lado, Rey extendió sus poderosas alas negras al aire de una luna que gritaba en sufrimiento y temblaba como si se fuese a partir en dos. Con los ojos inyectados en sangre y su forma de bestia imparable, el joven tomó una bocanada de aire con el propósito de clamar el siguiente hechizo, no sin antes dejar de controlar su energía intimidante, exponer en todo su esplendor el espíritu de lucha que le rodeaba y dejar de controlar sus intenciones asesinas.

   La energía, espiritismo e intenciones por parte de Rey, salieron al exterior en una cantidad abismal, la cual pudo distorsionar el espacio a su alrededor, haciendo que cualquier individuo que le observara pudiera temblar de miedo. 

  Ante los ojos encendidos de Gilgamesh, la luna se reacomodó alrededor de su oponente, en un intento por mantener el balance que había perdido. El aire que había sido empujado y comprimido hacia los alrededores, regresó igual de violento a rellenar el vacío que había sido creado. El evento climático terminó en un grandioso choque con el torbellino de fuego que le envolvió, lo que promovió que los vientos comenzaran a perseguirse los unos a los otros, creando una tormenta, que en cuestión de segundos, juntó al cielo con la tierra.

    La tormenta trajo consigo un diluvio torrencial que se fusionaba con el fuego ascendente. Era como si el cielo, el viento, la luna, las pocas estrellas que quedaron visibles y el fuego, quisieran reflejar la furia tan grande que tenían.

   Dentro de sus entrañas, algo le gritaba a Gilgamesh que su inmortalidad tan anhelada y por tantos trabajos y pruebas conseguida, terminaría cuando su tan apreciado amigo abriera la boca para clamar. Después de todo, ¿cuán poderoso podía ser un hechicero con los conocimientos y habilidades necesarias como para rivalizar contra dioses, siendo un humano? Su amigo estaba muy lejos de ser un humano y a la vez tan cerca de ser un dios, así que la respuesta era evidente. 

  Con sus labios preparados, Rey no pudo clamar y tampoco usar sus poderes de hechicería. Después de todo, había dicho que ante un oponente debía de hacerse ver fuerte, cuando en realidad no lo era. «Clamar el primer toque, en mi condición, trajo como consecuencia que perdiera todos mis sentidos como precio a pagar po el uso incorrecto del hechizo. No puedo ver, escuchar, sentir ni oler… al menos no perdí también la consciencia, como la última vez que empleé este clamado», pensó Rey, quien volvió a tomar un profundo respiro, como si estuviera haciéndolo por primera vez.

   Tras caer en el aire con lentitud, por más que lo intentaba, el joven no podía interpretar ninguna de las imágenes que sus ojos recibían, así como tampoco era capaz de percatarse de nada de lo que sus sentidos le hacían distinguir.

   En medio de una batalla, Rey estaba atrapado en un cuerpo que no tenía ningún contacto con el exterior.

   «Siento un vacío inmenso que me devora, apropiándose, parte por parte, de este cuerpo. ¿Sentir algo? Incluso “querer”, puede generar poder en una situación como esta. Desear algo que no tenga bases lógicas, se ha de convertirse en realidad, si lo deseo con las fuerzas suficientes. Después de todo, la hechicería es el arte de ignorar y cambiar las leyes de la creación. Los vampiros, los licántropos y demás seres sobre humanos son excepciones de la regla. Tanto tiempo he peleado por sobrevivir, por seguir adelante, ¿qué tiene de malo pelear, para querer ganar, para destruir, para imponer respeto y por venganza ante mi pérdida?”

  Envuelto por sentimientos de inconformidad y deseo, los pensamientos del chico se hicieron realidad ante las adversidades. Eso le hizo abrir paso a un sexto sentido capaz de mostrarle una tenue, pero particular visión del mundo exterior.

  Rey ni siquiera pudo deleitarse o asombrarse mucho con el mundo de sombras ardientes que pudo llegar a percibir. Aún no era lo suficientemente claro y por forzar desesperadamente su percepción, perdió la conexión con su sexto sentido, en el momento que sintió la presencia del individuo al que quería matar con todas sus fuerzas, ser y alma. Esa era una presencia que seguía existiendo debajo de él, débil pero presente, que se estaba moviendo y debía ser eliminada antes que se recuperara. A pesar de perder la percepción que había alcanzado, no olvidó cómo estaba posicionado su cuerpo ni el de sus enemigos.

  Con la efímera percepción de su cuerpo que le quedó grabada en la mente, al no poder hablar, Rey decidió usar sus manos para hacer símbolos de un hechizo condicionado, con el fin de manipular el espacio-tiempo, para que su cuerpo regresará, en parte, a como estaba antes de la pelea. 

  Con temblorosos brazos y piernas que casi no se podían mover, Rey golpeó con fuerte ímpetu su pecho, sus puños cerrados, rasgados y heridos, para luego extender las manos en forma de T y empezar a hacer un movimiento circular en el cual una mano subía y la otra bajaba. Un destello dorado apareció y el cuerpo carente de sensación, regresó a ser lo que era antes de comenzar la pelea. Tan solo el ojo derecho pudo ver, el oído izquierdo escuchar y las palmas de sus pies lograron sentir lo suficiente, para que el desgastado y torturado cuerpo de un hechicero pudiera seguir clamando y así lo hizo tan pronto tuvo la oportunidad.

   —“Segundo toque” —anunció Rey, quien tenía un comportamiento altanero y soberbio. Luego miró hacia el suelo en donde se encontraba su enemigo, que estaba dentro del abismo que comenzaba a crearse, en respuesta a la frecuencia provocada por el primer toque.

  Las frecuencias del sonido y luz de este toque clamado por Rey fueron capaces de romper la dirección de las cosas. El fuego y todo lo que se alzaba, comenzó a bajar y hundirse, mientras que el agua y todo lo que bajaba cambió de curso y subió, lo que produjo un efecto de vacío en todo lo estático. El coliseo, las montañas de escombros y fuego encendido por el primer toque, se precipitaron hacia el borde de la tierra. Por otro lado, el agua, contaminada por sangre de los muertos, subió hasta llegar a los cielos.

  Las piernas y extremidades de Gilgamesh, que tuvieron menos suerte, se partieron y retorcieron como ramas secas. El fuego que aún le quemaba la piel, cambió de curso y bajó como si fuese un soplete. La sangre ascendió en su dirección, mientras que el cuerpo sentía que sería partido en dos, por la presión que generaba el vacío provocado por cambiar las direcciones lógicas de la materia.

Tras detener su respiración, como consecuencia del primer “toque” el cual le había privado de los sentidos, Rey no logró entender la razón por la cual el segundo “toque” le hizo experimentar algo diferente a lo que había imaginado o tenía calculado como consecuencia. Como si fuese un envase con un gigantesco hueco, la energía que había acumulado en su núcleo se escapaba de su cuerpo de forma involuntaria. Con la ausencia de núcleo, su vida estaba terminada como hechicero. Aun así, afiló más su mirada y dejó salir sus instintos asesinos sin control, pues entendía que tenía la oportunidad de seguir clamando y finalmente destruir a su oponente. 

—Necesito un último sacrificio —se dijo entre dientes.

Luego de respirar hondo, el caído del cielo abrió su boca y como si fuese un castigo divino otorgado por la propia luna que lloraba moribunda, un potente rayo le alcanzó. Una descarga eléctrica producida naturalmente golpeó el cuerpo de Rey, en el momento justo en el que iba a clamar.

   Tras recibir todo el impacto, Rey tomó medidas de emergencia y cuando era atravesado por la descarga de energía, canceló los tres clamados que había realizado con efecto consecutivo, pues no podía garantizar que se iba a mantener produciendo energía para cumplir las expectativas y ahorrarse el quedarse maldito, por algo que no era el hechizo de los antiblicos.

    Tan pronto la luz desapareció, el interior de los ojos afilados del joven quedó como si fueran velas apagadas. Eso no fue tan fácil de notar, pues la energía que distorsionaba el ambiente seguía emanando, sumado a las intenciones asesinas y la ardiente voluntad de lucha de Rey, quien había muerto, por segunda vez, en el campo de batalla contra Gilgamesh. 

  Al Gilgamesh notar la verdadera fuerza y determinación de su amigo, quien, a pesar de ser impactado por un rayo, ni siquiera pestañó o sintió dolor, tan pronto regresó de vuelta al suelo, no pudo parar de temblar. A pesar de sentir la desagradable sensación de tener sus cuatro extremidades partidas y colgantes, el pánico le hizo arrastrarse con tal de escapar, en cambio, Rey aterrizó lentamente en el suelo infernal.

  Heliúk aún estaba asomado y seguía observando la situación con ojos desencajados. Ver el cuerpo gigantesco de una bestia con las alas extendidas que se posaba sobre el suelo que temblaba y lo hacía tan ligero como una pluma, después de ser impactado por semejante explosión eléctrica que le había dejado un zumbido en los oídos, era impresionante.

   Román, en cambio, le puso su mano sobre el hombro derecho al humano y salió caminando al encuentro de Rey, tras ignorar los llantos de una luna que se quería partir en dos.

Sin tener nada mejor que hacer, el ex subyugador también salió a caminar entre los cristales que se hacían polvo, para darse cuenta de algo que no habría imaginado nunca.

   Rey, encarnación del anterior juez del infierno, el HeroSlayer, el apocalíptico, el híbrido entre un vampiro y un licántropo, estaba parado allí, con los brazos al costado del cuerpo y las alas extendidas y no respiraba. Muerto sin remedio, no se movía en lo absoluto, a pesar de estar irradiando la energía que avivaba las llamas y removía los cristales del suelo.

Román se colocó con rapidez en frente de la criatura que le igualaba en tamaño, cerró su puño y golpeó con fuerza encima de su corazón. El potente impacto se pudo escuchar, pero no movió el cuerpo de Rey, aunque sí pudo ser atravesado con la energía cinética y si hubiese sido una persona normal, incluso pudiera causar daños internos. 

  De un momento a otro, Rey botó un gran chorro de sangre, que Román tuvo que esquivar. Volvió a inhalar varias bocanadas de aire, tosió varias veces, mientras perdía su forma y tamaño de bestia. 

     —¿Acaso no estaba muerto? —agregó Heliúk, sorprendido. 

   —El control y la energía son los que al combinarse de forma consciente o inconsciente capacitan a las sobre especies para sobrepasar una y otra vez a los límites del cuerpo —respondió Román, orgulloso de haber observado la pelea en su estado de meditación. — En otras palabras, el golpe que le di, hizo que su corazón continuará latiendo. Por cierto, Rey, no creo que te queden más muertes de las que puedas sobrevivir. 

  Rey pudo entender que al anciano, más que explicarle la situación a Heliúk, le estaba diciendo de forma indirecta, que era el responsable de salvarle la vida nuevamente. No obstante, decidió dejar de lado las intenciones de Román, con tal de concientizar que había muerto por segunda vez, cuando la primera ocasión fue durante el sacrificio de la vampira a la que amaba. 

  «Cada vez que muero, alguien tiene que sacrificarse y sufrir», pensó el joven de ojos blancos. «En una pelea contra alguien que ni siquiera llega a ser un tercio de la mitad de fuerte que padre, me vi obligado a emplear todas las técnicas secretas y hechizos que había aprendido y preparado. Aun así, me quedé sin recursos y tuve que valerme de un factor externo para que mi corazón regresará a funcionar. Me falta mucho para poder hacer una diferencia». 

   —No tienes que preocuparte, tanto —especificó Román, de manera jocosa como quien le restaba importancia al asunto. 

  —Aún me quedan muchos motivos para desconfiar de ti, — advirtió Rey, con palabras amargas, lo que hizo que Heliúk tomara distancia por precaución. —Has guiado las decisiones que he tomado hasta ahora. Que seas más sabio de lo que aparentas y aún más fuerte que Gilgamesh, me hace tener la sensación que te podrías estar burlando de mí y que soy tu entretenimiento. 

   Román entendió que debía suavizar las sospechas que el chico de ojos blancos albergaba en su interior, lo que le hizo hablar con la verdad de frente y cambiar su carácter jocoso y su modo de decir las cosas: 

   —Rey: siempre oculté mi verdadero poder porque mis intenciones nunca fueron las de luchar, sino encontrar a alguien cualificado para hacerlo por mí, cuando el tiempo de esta luna llegara a su final. Llámalo conspiración y tienes el derecho de desconfiar de mí, porque, aunque aún no te he apuñalado en la espalda, nunca sabrás cuando lo haré, como le hice a Gilgamesh. Cuando llegue el momento, te pido que sea tu turno de juzgar y decidir si estoy lo suficientemente cualificado para ganarme tu confianza. No me tomes a mal, pero ahora que viene al tema y sabiendo las consecuencias, ¿no piensas dejar vivo a ese que tanto insiste en llamarte amigo? Tal vez, sea sensato reconsiderar su posición, para luchar contra lo que nos espera… si es que no te has dado cuenta aún.  

  Rey hizo una pausa ante la pregunta guiada. Los temblores que provenían del suelo no mentían, mientras que el clima seguía empeorando.

   —El final de esta luna no está muy lejos de llegar a su conclusión. Reconozco que debí haber sido más precavido y no apoyarme en el factor suerte, pero pude conseguir decodificar las bendiciones que mantienen vivo al soberano de los humanos. Solo que esa bendición también mantiene viva a esta luna que llaman sol y a todos lo que en ella se encuentran, incluyéndome.     

   —¿Cómo es posible? —preguntó Heliúk confundido. 

  —¿Te diste cuenta? —le preguntó Román a Rey, tras levantar sus ojos y mirar al cielo teñido de rojo, que era el mismo firmamento cuyos puntos blancos se hacían más y más grandes, pues no era un cielo de estrellas, sino uno estaba abarrotado por embarcaciones humanas—. La suerte de Gilgamesh fue y aún es el fino hilo que mantiene existiendo a esta luna que muchos llaman sol. Después de tanta destrucción, no creo que nada tenga salvación. Es increíble que la suerte de un individuo sea suficiente para sostener toda esta civilización, junto a la felicidad de millones de vidas humanas, por tanto tiempo. 

   —Dejando de lado que sea mi padre, —agregó Heliúk— Matarle no solucionará nada si conlleva a nuestra destrucción. Desde un principio él te quiso a su lado con tal de crear grandes cosas. ¿Lo recuerdas, Rey? 

    Rey respiró con determinación en su mirada, mientras se tocaba la nueva cicatriz de su cuerpo, esa que tenía en un costado del abdomen, que le recordaba el sacrificio de un ser querido que maldijo a Gilgamesh, a la luna que llamaban sol y a todos los que viven en ella, aunque no fuese correcto. Sumado a que ese lugar, desde ese momento y en adelante, carecía de la oportunidad de regresar a ser pacífico. Conquistar sin destruir no era tarea fácil, al menos no en ese punto, en el que todos los humanos que residen en las galaxias colindantes estaban invadiendo y si un dios podía matar a mil humanos, la contribución de mil humanos podía matar a un dios.    

   —Juntarme con Gilgamesh es hacer que todos los que sean débiles mueran, eso te incluye a ti y a quienes conozco. —respondió Rey. Además, que él había tenido la grandiosa idea de transmitir en vivo y en directo la localización del individuo más odiado por todos los humanos, que era el responsable de todo lo que sucedía.

 —Pero las personas pueden cambiar y mi padre no tiene amigos, hasta el momento, porque no existía nadie que pudiera decirle que estaba equivocado, —aseguró Heliúk, quien intentó seguir hablando, pero alguien lo interrumpió, desde lejos.

    —¡Rey! —exclamó Jhades en voz alta, con la intención de llamar la atención de su hermano—¿Dónde está Gilgamesh? Estamos recuperados y venimos a ayudarte, en caso que mueras otra vez, ya sabes… lo usual.

  “Llegaron tarde,” quiso decir Rey, pero no creía que fuera correcto decirlo, porque sus hermanos se habían comportado bien en el combate anterior. 

—Gilgamesh no es más una preocupación —respondió, extrañado con las palabras de su hermano vampiro, quien por naturaleza, no pedía nada a no ser que estuviera ganando algo de por medio. 

  —Tenemos una situación—dijo Jhades, tan pronto se acercó y bajó su guardia. 

   Heliúk se detuvo en el lugar, cerró sus ojos y pudo sentir cómo la noticia que incluía al recién revivido con la palabra “tenemos” le traería aún más peso sobre sus hombros. Que un vampiro estuviera hablándole de esa forma, era porque se traía algo entre manos.

  Román, en cambio, mostró una sonrisa como quien esperaba escuchar algo.

El vampiro se acercó más que sus otros dos acompañantes. Tras aguantar la respiración, inflar su pecho y tomar la delantera, antes que lo hicieran Dante o Marín, informó: — En la profundidad de las mazmorras, encontramos a más de una docena de prisioneros dispuestos a seguirnos y luchar, junto a quienes fueron salvados del área de descontaminación dentro del templo, quienes también están allí. Ellos son el fuego de la rebelión que dejó Akai. 

   Rey abrió sus ojos para mirar al vampiro, que la mayoría del tiempo disfrazaba la verdad por hábito. Con la situación, el comportamiento y las circunstancias, no era necesario que estuviera mintiendo, sino que quería creer y hacer creer algo que tal vez no era verdad. Al cambiar la dirección de su mirada hacia Dante, Rey pudo entender que no quería intervenir por miedo a meter la pata. Eso le hacía ver, que, en cierto modo, estaban influenciados por las chicas que les acompañaban, para querer dejar de ser quienes eran y aparentar encargarse de la vida de otros individuos. 

  «¿Cuánto tiempo mantendrán esa actitud? Al menos, esta vez, no parecen hacer las cosas por competitividad, como antes» pensaba Rey, al tiempo que sabía que si tomaba alguna decisión que no satisficiera los deseos de sus hermanos, eso significaba seguir un camino diferente al de ellos y dejarles atrás, en esa luna a punto de destruirse, lo que conllevaba a la muerte inminente de ellos y la ruptura de la promesa que tuvo con su madre en el pasado.

  Los temblores de la luna se duplicaban a cada segundo. Bajo la mirada de Román, hacerse responsable de quien sabe cuántos individuos enfermos y decaídos, era algo que se debía meditar en tranquilidad. Después de todo, si Rey cometía un error y perdía su propia vida por estar haciéndose responsable de otros individuos que ni siquiera conocía, estaría fallando a la promesa de Lía. Pero, si conseguía un lugar próspero para la vida con el precio de estar solo ¿Lía y sus hermanos aguantarían semejante situación?    

  Tras pensarlo, recordar las palabras de Akai, nombre que sutilmente Jhades dejó caer en su conversación manipulativa y verse en el reflejo de su propio padre, Rey decidió aceptar la sugerencia de su hermano, lo que provocó felicidad en el rostro de los presentes, particularmente en el de Román.  

  —Traigan a quienes quieran seguir viviendo a este lugar, pero tengan en cuenta que, a partir de este momento, las vidas de quienes me sigan tendrán el mismo peso que las de ustedes. Ni más, ni menos. 

   Jhades con una enérgica actitud, consiguió lo que tenía previsto obtener y se sintió orgulloso por seguir el camino que su amada le sugirió tomar. Dante y su compañera entendieron su propósito, así que ambos se pusieron en marcha junto a las pisadas de Jhades. 

   Tras darle un último vistazo a Heliúk, Rey se dispuso a marchar en dirección a donde había escapado Gilgamesh, como si fuese alguien con asuntos pendientes que necesitaba terminar.   

   «A un enemigo no se le puede dejar con vida, a menos que termine siendo tu amigo”, pensó Rey, mientras caminaba calmadamente.

 Una de las paredes de la arena estaba tumbada, lo que mostró la entrada a lo que parecía ser un pasadizo secreto por el cual Gilgamesh había decidido adentrarse. Muy lujoso como para ser transitado por esclavos, muy pequeño como para ser usado en circunstancias normales. Sin duda, el pasaje era uno de los múltiples medios de escape que garantizarían la seguridad de los espectadores importantes. 

  Rey ya no tenía sus ojos inyectados de sangre, pero se sentía cansado, porque la fisura en su núcleo aún seguía dejando que la energía en su interior escapara.   

 Tras levantar sus manos, Rey podía ver en su piel manchas negras, lo que representaba el avance de la enfermedad. Paso a paso, observó el final del pasillo. Después de todo, no podía matar a Gilgamesh, sin antes darle tiempo suficiente a sus hermanos.

   «Dejar vivir a alguien que podría ser una amenaza en el futuro, no es una muy buena opción… Román no es la excepción, pero siempre existen circunstancias especiales» reflexionó el joven de ojos blancos. «Por otro lado, para que alguien como él escape, es porque sabe que va a morir irremediablemente, si no, ¿por qué habría de hacerlo? Preservar la vida es un instinto natural que todos tenemos».  

  —Última ronda y será mejor que corras, porque por cada momento que dejes de moverte, estaré más cerca de alcanzarte —dijo Rey en voz alta, con el sonido grave y aterrador de su voz, que resonó por las paredes de todo el lugar.

  Por otro lado, Jhades, Dante y Marín corrieron en dirección a las cárceles donde se encontraba Daniela. Sin muchos retrasos en su segundo viaje, los jóvenes notaron expresiones preocupadas en sus rostros. Para ellos, el hecho de no encontrarse con nadie en el punto medio del camino, les resultaba extraño. 

  «¿Tal vez no he debido dejar a Daniela sola? Si un subyugador quedó vivo y se encontró con ella…» fueron los pensamientos de Jhades, quien aceleró sus pasos, contrariado de preocuparse tanto por un envoltorio de comida. «Después de todo, ella me ha dado tanto trabajo para mantenerla con vida, que dejar que muera por algo insignificante, no tiene sentido». 

  El vampiro no se reconocía, casi al punto de tener que respirar agitado. Pasado un tiempo, los tres jóvenes llegaron a donde estaban las cárceles y se dieron cuenta de una cruel realidad, que no se les había pasado por la cabeza cuando estuvieron anteriormente. 

   Daniela y unos cuantos individuos, cuya constitución corporal no era la mejor, recién terminaban de abrir las rejas de la última celda. En el lugar se escuchaba la firme voz de la chica que daba ánimo y exhortaba a seguir adelante a todos y cada uno de los que fueron forzados a convertirse en guerreros, esclavos y damares. 

   A pesar de la enérgica voz, las miradas de los presentes no querían seguir viviendo, sin contar los que estaban muriendo por heridas o enfermedades. No era que algún muerto fuera a levantarse para seguir viviendo. 

  Marín, insultada porque, aunque todas las celdas estaban abiertas, nadie vivo quería salir o escuchaba las palabras de Daniela, comenzó a alterarse y golpeó la pared más cercana: 

   —¿Este es el fuego de la rebelión dejado por Akai? Una miserable ascua de carbón envuelta en cenizas. Les conseguimos un lugar junto al “caído del cielo”, el poderoso ser dijo que quienes le siguieran serían tratados como hermanos y hermanas ¿Acaso con la derrota de Gilgamesh no quieren su libertad en esta luna que no para de temblar?

  El vampiro se preguntó preocupado, si esperaba la felicidad de su amada, pero su rostro denotaba tristeza. La infelicidad del saco de sangre era causada por quienes no se levantaban y eso le representaba otro problema. 

  De los pocos que levantaron sus miradas para observar a la causante de semejante escándalo, alguien lanzó al aire una pregunta:  

   —¿Para qué seguir viviendo? ¿Para seguir sufriendo? —los lamentos se escucharon, tras esas palabras. —Alargar nuestras vidas donde no existe sitio para ir, es ilusionarse en vano. Junto a la llegada del caído del cielo, corre el comentario que esta luna está considerada como contagiada, por la presencia de un ser categoría tres. Si salimos, igual seremos exterminados, por las fuerzas de la OEM, cuando exploten estos collarines. 

  Las palabras del individuo, aunque pesimistas, eran la realidad para muchos de los presentes, que no tuvieron las fuerzas suficientes para hablar.

    Marín no tuvo más remedio que agachar su mirada.

   —¡¿Quién dijo semejante estupidez?! —Ante la impotencia de su amada, Dante rugió con ferocidad mientras obligaba a alguien a ponerse de pie. 

  Que el lobezno viera sufrir a su chica le provocaba una angustia tan grande en su pecho que no podía soportarla. Eso tan solo se podía aminorar siendo violento contra otros. 

   Jhades arrancó con sus manos el collarín explosivo que tenía puesto el sujeto al que Dante puso de pie. Con esto, todos los que estaban cerca se asustaron, ya que creyeron que explotaría, pero no fue el caso.

  —A pesar que se entregan y aceptan sus muertes, ¿aún tienen miedo a morir? —dijo el vampiro de forma irónica, con desprecio en sus palabras, como si mirara algo desagradable—. Quienes cambian de opinión, aún son libres de quitarse los collares y seguir viviendo.  

   Ante la milagrosa situación, los presentes sintieron motivación por las acciones de aquel que mostraba sus potentes ojos azules. Con lentitud y aterrados movimientos, de uno en uno, comenzaron a quitarse los collarines, presionando fuerte, tanto los dientes como los párpados. Después de ver que el letal objeto no estallaba, la felicidad y los deseos de vivir inundaron los rostros de los miembros de esa clase oprimida por tanto tiempo. 

Tan rápido como pudo y con disimulo, Daniela corrió para encontrarse con su amado y luego de contenerse y evitar abrazarlo, le preguntó. —¿Cómo lo hiciste? — Se refería a los collares. 

   Los ojos de una chica feliz que le miraban, los movimientos con los que se aproximaba hacia él, eran esos que provocan la felicidad en cualquier joven enamorado. Los mismos que hicieron a Jhades respirar orgullosamente y prepararse para recibir halagos.

  —Envoltorio de sangre, mi inteligencia es superior —respondió el vampiro, mostrando triunfo en sus expresiones, con tal de no explicar el resultado de algo que fue producto de pura coincidencia.

     —Querubín, —llamó una voz moribunda—. Antes estabas preguntando por alguien como tú, de ojos y cabellos rosados, ¿no? —dijo un individuo que por ahí pasaba, lo que exaltó a la chica, la cual detuvo sus movimientos. —Me temo decirte que él, al ser informado de la muerte de sus padres, le levantó la voz a un oficial y fue transferido hacia otra localización. 

  El individuo que hablaba, no tenía idea que el otro querubín tal vez era el hermano de ella, lo que le hizo hablar sobre la muerte de sus padres, sin sutileza. Los mismos padres que podían ser los de Daniela, los seres a quienes más quería y adoraba en el mundo. Sabiendo eso, la chica tragó en seco y bajó la cabeza, sentía que quería ser egoísta, tanto que no se conformaría con que su hermano estuviera con vida para sentirse bien. 

   —Jhades… —dijo Daniela con ojos de querer algo.

Al entender que la felicidad y su momento de grandeza duraba tan poco, Jhades agarró la mano de la descendiente de querubines por primera vez y con seguridad en su mirada, accedió a la petición silenciosa que le hizo. Al vampiro no le incomodaba que su sesión de halagos fuera interrumpida, porque ver la desesperación y el sufrimiento en la cara de la chica que recibió una cruda noticia, le hizo sentir mucha más satisfacción. Tanto que le hizo preguntarse «¿Y si ella logra ver el cuerpo de sus padres muertos?»

   —Dante, Marín, ¿pueden encargarse del resto? —preguntó el vampiro, que tenía algo entre manos. 

  La pregunta por parte del joven de ojos azules recibió una confirmación firme en respuesta. Tanto Dante como Marín estaban decididos a encargarse de quienes necesitaban abandonar la instalación, antes que se derrumbara. Con esto, el vampiro y la descendiente de querubines, se pusieron en marcha a donde señalaba la mano del individuo.

 Los temblores del suelo y las paredes empeoraban con cada segundo, indicando que no tenían mucho tiempo. Los dos decidieron emprender el camino a lugares mucho más profundos de la instalación. 

  Con cada paso que daban al atravesar los tres pisos, las mazmorras se hacían más robustas en estructura y pequeñas. Tanto, que las puertas no eran rejas, sino láminas de metal sólido con remaches y tornillos de materiales inoxidables. En el interior, habitaba tan solo un individuo, el cual no parecía haber perdido las esperanzas de vivir. Entre los sobrevivientes se pudo notar a un pequeño niño verde, el cual le pareció familiar a Jhades, pues era similar a alguien a quien conocía.

 Luego de disparar sus armas, Jhades destrozó las cerraduras de las puertas, mientras pasaba apurado con su amada, quien tan solo tenía tiempo de gritar un nombre: Max.  

  —¡Hagan su camino hacia la arena! —dijo Jhades, en cuanto las puertas se abrían y Daniela decidía por donde ir, casi al borde de la desesperación y el desconsuelo. 

  Los rincones de la instalación fueron cuidadosamente inspeccionados por los jóvenes hasta que llegaron a lo que parecía ser el final. Una gigantesca compuerta bloqueaba la salida, pero como en un tiempo fue la entrada por la que todas las personas debían pasar para poder dirigirse a las gradas de la arena, el lugar tenía ciertas decoraciones llamativas y numerosos puestos de venta vacíos. Sillas, fuentes, comida aún fresca, alguna que otra persona muerta en el suelo tras ser aplastada por una multitud alocada, paredes lujosas y muchas indicaciones que señalaban, por dónde debían hacer la fila, aquellos que quisieran obtener algo.

   Daniela, familiarizada con el sitio, se abrió paso entre los diferentes puestos de ventas, dejando atrás a quien la acompañaba. 

    —¿Qué es esto? —preguntó Jhades, cuando finalmente llegó al sitio que su amada quería encontrar. 

    —Esta es la entrada al mini templo de artes amatorias de la arena —respondió la chica entristecida, de no haber podido encontrar a su hermano. —Así como sucede con los hombres, las mujeres no aptas para pelear, tienen la elección de servir a los humanos. Ayúdame a abrir esta puerta que está bloqueada.

  Mientras los temblores se hacían más estrepitosos, Jhades mandó a Regres a que se apresurara para abrir la puerta indicada por Daniela, quien hizo espacio a un lado y cubrió sus oídos.

   Con el retumbar de explosiones provocadas por el disparar balas de una pistola de energía, la cerradura y diferentes bisagras que mantenían a la puerta de metal en su lugar fueron golpeadas violentamente. El metal no dejaba pasar las balas al interior, pero en su estructura quedaban estrepitosas abolladuras. Desde el otro lado, entre las detonaciones de disparos, se pudieron escuchar murmullos y gritos de docenas de voces preocupadas:

  —Aléjense que es peligroso.

 Tras una ronda de diez balas, la robusta puerta de metales rosados, se vino abajo y los cuerpos femeninos, cubiertos de pocas prendas, quedaron expuestos. 

   El pánico de las numerosas mujeres que intentaban protegerse de los temblores del lugar, resultó obvio para Daniela. Ella podía entender que quienes estaban ahí adentro, tenían sus ojos bien abiertos, ante la idea de terminar aplastadas por una puerta de metal semejante. Pero ella no tenía tiempo de entender o explicar sobre la situación. Tras distinguir los rostros y mencionar el nombre de su hermano, siguió avanzando.  

  Ante la inesperada entrada de un vampiro y una descendiente de querubines por una puerta que recién había sido derribada, las sacerdotisas, con rostros confundidos, se quedaron a la espera de alguna orden que pudiesen recibir. No sabían si alegrarse o preocuparse. Tan solo estaban acostumbradas a recibir órdenes y ofrecer sus cuerpos, ya que, gracias a eso, se habían mantenido vivas por tanto tiempo.

   Daniela escaneó con su mirada y continuó su camino de forma apresurada.

   —Diríjanse a la arena, junto a los demás, si desean seguir viviendo, —aclaró el joven de ojos azules, que no tuvo más remedio que hablar. No podía negar que las mujeres presentes eran más afines a su gusto, respecto a la apariencia física, pero no en el sufrimiento.  

  Con deseos de seguir viviendo, las mujeres procedieron a salir del lugar por la entrada principal, sin hacer ninguna pregunta. Por otro lado, al hojear los papeles que llevaban el registro del lugar, Daniela no pudo encontrar el nombre que estaba buscando, eso significaba que su hermano no estaba ahí.

  —Le hemos dado la vuelta a toda la arena ¿en dónde más podría estar? —se preguntó Daniela, acercándose más al enorme vacío que incluía la pérdida de las esperanzas. 

   Los temblores ya deformaban el techo y las paredes, aun así, Jhades empleó su mano para levantar la cabeza caída de su amada y darle ánimos, ya que, para él, la mejor parte, aún no llegaba.

  —Daniela. Sigamos buscando…

Luego de secarse las lágrimas con las muñecas, decidió darle su mejor cara a la situación, antes de seguir adelante. Después de todo, tal vez no había llegado a salvar a su hermano ni a sus padres, pero si estaba haciendo algo para salvar a quienes estaban en el coliseo.

  —Antes que comenzaran las festividades, un querubín fue ingresado a la fuerza —dijo una de las últimas chicas en salir.

  —¿A dónde fue llevado? —preguntó Daniela desesperada.

  —A la sala de BDSM, que está al final, bajando las escaleras. Tal vez, por esa razón, no fue inscrito. 

  Tan rápido como pudo, la chica de cabellos rosados agradeció la información y se fue en dirección a donde le habían indicado. Jhades, motivado a continuar hasta el final, le siguió detrás, muy cerca. 

  Apenas llegaron al fondo de las escaleras, se encontraron con unas compuertas deprimentes, bañadas con el inconfundible hedor de la sangre. Dentro de ese lugar, salían gritos de dolor y de sufrimiento. Daniela, asustada, empleó sus manos y con fuerza se tapó los oídos para no escuchar. Le desgarraba el alma que semejantes sonidos provinieran de una persona. 

    El vampiro, sin poder ocultar el deleite en su rostro, levantó sus armas y abrió fuego con tal de tumbar la puerta. Estaba preparado para ejecutar de un disparo a cualquier subyugador, si es que se encontraba con uno. 

   Apenas la puerta se vino abajo, el vampiro pudo identificar la presencia de dos individuos, uno amarrado a una silla, mientras el otro estaba armado con un cuchillo. Jhades se dispuso a desaparecer y convertirse en una niebla negra, con la intención de aniquilar a quien le podía amenazar, pero Daniela lo detuvo. Ella fue la primera que entró en la habitación, se quedó mirando al torturador a los ojos y no a quien estaba siendo torturado y amarrado sobre una silla, con la cabeza cubierta por una capucha que dejaba ver sus ojos y nariz. 

  El sujeto que sostenía el cuchillo en sus manos, compartía el color de ojos característico de los querubines, aunque sus ojos estuvieran teñidos de sangre. Ese era el hermano que Daniela, que había estado buscando.

   Tan pronto reconoció la presencia de su hermana, soltó el cuchillo por sorpresa.

  Luego de bajar sus armas y entender la situación, tras la reacción de su amada, Jhades no tuvo duda que ella estaba a punto de enojarse y pelear. Lo que le resultaría encantador de presenciar.

   —¿Quién carajos viene a interrumpirnos? —preguntó el torturado, pero su voz no fue escuchada por la chica.

   —Como siempre… el “busca problemas” de la familia. Eres un querubín, tu propósito es ayudar a los humanos no…hacerles estas cosas—, regaño Daniela al torturador de cabellos rosados, quien intentó esconder el cuchillo que había dejado caer al suelo con el pie derecho, detrás de la silla. 

  —¿Quién dice? —replicó indignado el joven que vestía pocas prendas—. ¿Mi propósito es dejarme torturar, sin oponer resistencia, para ayudar a este humano? Daniela, este sujeto mató a nuestros padres ante mis ojos y pretende matarme si después de esto yo le dejo con vida. ¡¿Cómo me voy a morir tranquilo sin hacer justicia con mis propias manos?! ¿Sin dejar de mostrarle al mundo que puedo ir en contra de mi naturaleza?

  —Patéticos… ¿Qué es lo que no entienden? Si deben servir a los humanos es porque nosotros somos sus dioses —dijo el sujeto insultado.

   Daniela, aún más enojada, se acercó a donde estaba su hermano, tomó un puñal de la mesa allegada y de una estocada lo clavó en el pecho del humano, que abrió sus ojos como quien presenciaba algo increíble. 

   —Para tu información, hacer justicia no es torturar… Todo este mundo comenzó a temblar gracias al hermano de Jhades, quien venció a Gilgamesh en batalla. —dijo Daniela, con voz de regaño.

   El sujeto de cuerpo joven y un poco más alto que su hermana, frunció su ceño tan pronto la chica tartamudeo el nombre de Jhades. Miró sospechosamente a su hermana, mientras se limpiaba su quijada y luego, agregó desconfiado:  

  —Nunca en tu vida has tartamudeado el nombre de alguien, ni siquiera soñaste con matar a un humano… ¿Acaso caíste?

   En un arranque de rabia, la chica le arrancó el cuchillo del pecho al sujeto moribundo, para apuntar en dirección al pequeño de ojos azules, que miraba enternecido la escena proporcionada por una lluvia de sangre. 

  Salpicada por el líquido rojo, los cabellos de Daniela ya humedecidos, se movieron de manera ondulante:

  —Sí, caí por él, cuándo me salvó de morir.

  Max negó con su cabeza, estaba decepcionado y no aprobaba lo que su hermana le decía.

 Daniela le dijo:   —Te dije que este momento iba a llegar, tarde o temprano ¿Cómo te atreves a romper nuestro trato y no aprobar mi decisión con alegría? 

    —Nuestro trato era cuando los dos tuviéramos a alguien, no que te aparecieras y me dijeras, “Jh… Jhades” de la nada y sin previo aviso. —comentó el querubín, fuera de sí.

  —¿Por qué crees que te vine a buscar? —preguntó Daniela, insultada por la actitud de su hermano—. Estoy aquí porque te quiero junto a nosotros, con tal de no abandonarte, Max.

  «Un segundo saco de sangre, dos por uno…» se decía Jhades.  

  La chica dejó salir lágrimas de sus ojos, gotas que representaban toda una variada cantidad de sentimientos mezclados, que, tal vez, no sería capaz de explicar. 

Aun siendo necesitado, entre temblores y sangre, Max rompió a llorar mientras abrazó a su hermana, para luego abrir los ojos y mirar al vampiro que se levantaba con una sonrisa al final del pasillo, como si estuviera considerando una decisión difícil de tomar.

Por otro lado, Jhades miró de vuelta a los ojos que le observaban. En su opinión, la sensación de contaminar la naturaleza inocente de otro individuo no le vendría mal del todo, tras sacar al mundo exterior el egoísmo y la inconformidad que llevaba dentro, algo que le resultaba intenso y muy placentero de sentir. 

  De pronto, antes que Max pudiera decirle algo más a su hermana, el techo del lugar se achicó, mientras que el suelo comenzó a temblar, de tal forma, que fue difícil sostenerse de pie. 

   La voz de Jhades se hizo escuchar.

   —¿Quieren terminar comprimidos? Nadie sabe cuánto más puede durar este lugar. 

Luego de seguir las palabras del vampiro, tanto Daniela como su hermano, salieron disparados de la habitación, que terminó de juntar el techo con el suelo, como si fuese una lata de soda aplastada por un zapato.

  Tras subir las escaleras con un paso apurado, el querubín no dejó de llevar consigo uno de los cuchillos que había tomado, pues el poder que emanaba la presencia del joven de ojos azules le resultaba inquietante y aún más aterrador, fue que su hermana matara a alguien sin remordimiento y dejara la memoria de padre y madre atrás, con tanta facilidad. Después de todo, lo que se veía como tortura, fueron sus múltiples intentos fallidos de querer matar al humano con sus propias manos.

 



Una casa y cinco jóvenes

Chapter 13
Esclava, esposas y dolor


La trigueña miró de reojo y lanzó una sonrisa libidinosa al notar la rigidez del miembro del chico. Que a Rey se le mantuviera levantada por verle el culo le daba una sensación de orgullo que reafirmaba los cimientos de su autoestima. Que a pensar que le estaba chupando el trasero a su amiga y pudiera verse asqueroso a miradas ajenas, a él le gustaba y era todo lo que en ese momento importaba.

Rey veía cómo el culito abierto de Samantha le llamaba de forma desesperada. Pero se detuvo un momento, él estaba tan cerca que podía observar la oscuridad en el interior del pequeño agujero. Oler el aroma de un coñito abierto. Saborear los colores de una piel rozada y humedecida. Él sentía que no podía aguantar la tentación de pasar su lengua por toda aquella raja hasta llegar al culo de Samantha. Y así lo hizo.

—¡Aaaah! —gimió Sam al mismo tiempo que empezó a reírse—. ¡Qué lengua esa, no! No… ¡No pares, por favor! —le dijo con excitación—. El dolor de mi coño se desvanece y solo queda placer… ¿Qué es esto, Rey?

—Lo que sintió Juliet —dijo él, justo antes de hacer que su lengua creciera y entrará a explorar cada espacio de aquella vagina bien abierta y dilatada.

Rey se quedó ahí, disfrutando del sabor del coño de Samantha mientras encajaba toda su cara en el culo de esta.

Samantha separó sus piernas y se empinó aún más, como quien en verdad intentaba que la lengua del chico le llegara hasta lo más profundo de su agujero. Valiéndose de su mano izquierda, la trigueña tiró de los cabellos de Rey para llevar la lengua de este más adentro. En ese momento a ella no le importaba que el chico no pudiera respirar, que la situación fuese indecente, o que en alguna manera le pudiera hacer daño, si no que quería sentir placer y agarrar ese orgasmo que se le estaba asomando.

Toda la lengua de Rey estaba perdida dentro del coño de Sam, su nariz dentro del culo de la chica y su mentón rozaba el clítoris que se le restregaba casi que con furia de arriba hacia abajo. Requiriendo respirar, él se alejó un poco. Su nariz salió de dentro de aquel esfínter y en segundos volvió a hundirse más adentro que antes.

Sam siguió restregándose contra aquella cara y con la mano que sostenía los cabellos aprovecho para adentrarse tres dedos en el culo y abrirlo.

Como si los dedos fueran la llave, Sam llegó a alcanzar lo que estaba buscando. El dulce y reconfortante orgasmo que le hizo estremecer los pies. Al borde de caerse, la chica rebusco entre sus memorias y no recordaba haber tenido la oportunidad de venirse usando la cara de alguien más. La sensación era peligrosa, le daba un cierto sentido de poder en la situación y le hacía pensar que se sentía tan bien ensuciar de sus fluidos vaginales la cara tan preciosa que tenía Rey.

—Ufff… este culito está pidiendo verga, ¿no es así? —dijo Rey tras reponerse—. ¿Quieres que le ponga lubricante a mi verga? —preguntó.

—No… creo que con la saliva de tu lengua es suficiente — respondió Sam, aferrándose al culo empinado de Elena, cuál si fuese un náufrago que debía de sostenerse a algo para mantenerse a flote y no caer en el fondo del mar.

Rey se irguió sobre sus rodillas, respirando y viéndose como un dragón enfurecido, acercó su verga hinchada al culo de la trigueña y de un tirón, él penetró el agujero hasta golpear violentamente sus huevos contra el coño de esta. Que su cara fuese cabalgada por el coño y el culo de una mujer, que su vida estuviese a los límites de morir asfixiado, le hizo sentir bien excitado. Eufórico por semejante momento, Rey se limitó a mover su miembro de adentro hacia afuera, una y otra vez, con fuerza, violencia y desgarganté.

—¿Por qué no me duele? ¿Qué es esto? ¡¡¡Se siente bien, pero no tan bien como antes!!! —preguntaba la trigueña, quien estaba acostumbrada al terrible dolor de culo que provoca una penetración tan violenta y sin mucha lubricación como aquellas—. Tu saliva funciona con las heridas, Elena me rompió un poco el culo y ahora el efecto anestésico contra el dolor se vuelve efectivo… Puedes quitármelo…

—No —respondió Rey.

—Aahh, entonces ¡¡¡muérdeme el cuello mientras me coges!!! —Exclamó Samantha desesperada—. Quiero sentir dolor, el mismo que Juliet y Elena sintieron.

—Mmm… si me ofreces a dejar probar de tu cuello y hacer que te duela, te digo que el placer será mío. —Respondió el joven, sacando sus dientes.

—… Pero, si puedes… hazme esperar… —ante las palabras de Sam, Rey hizo una pausa con su boca abierta—. Siempre he creído que las cosas son más excitantes cuando no sé si en verdad me van a pasar, cuando no estoy al control. Digo que me hagas esperar y que me tomes por sorpresa. Que pienses como Elena, ¿es mucho pedir?

—No… por supuesto que no. Pero, si ves y puedes escuchar, sería muy difícil para mí tomarte por sorpresa. Te gustaría si te pongo algo en los ojos. —Sugirió Rey, sabiendo que no podía ser tan creativo y morboso como la rubia, casi que inconsciente.

Samantha no respondió, ella consideró que no era necesario, pues ya había dicho que le gustaban las cosas por sorpresa.

Haciendo justicia al viejo proverbio de quien calla otorga, Rey hizo aparecer en sus manos una máscara para dormir, la cual le colocó a la trigueña sobre los ojos. Sam aún pasaba su lengua por entre la raja y el culo de Elena, quien estaba desplomada en el sofá sin fuerzas de hacer nada.

La rubia se dejaba lamer porque de cierta forma sentía alivio, si se movía de lugar el dolor que tenía en su culo descorchado, así como en el interior de su estómago tal vez se empeoraría y eso era algo que ella no quería.

Con la deprivación de un sentido, Sam pudo ser capaz de percibir aún más por sus otros cuatro. El olor, el tacto, la audición y el sabor. De entre estos, el contacto de su cuerpo con el del joven le hacía vibrar, pero no más que sentir las respiraciones de este, recorrerle el cuello y detrás de la oreja, como quien jugueteaba con su comida y mantenía la boca abierta. Siendo empalada por detrás, ella sintió el contacto de una lengua que se posó justo por el centro de la zona superior de su espalda. Luego otro lengüetazo en el oído y por último en el cuello.

Con la intención de que la situación se sintiera más intensa, Rey hizo aparecer un cubo de hielo con el cual recorrió parte del cuerpo de la trigueña. Tras pasarlo por las tetas de ella, él decidió crear un nuevo camino hacia abajo. Pasando el ombligo, el cubo de hielo que se movía y dejaba un fino trazo de agua, terminó sobre el clítoris de la trigueña.

Sam no se quejaba en lo absoluto, apretó sus manos y respiró con profundidad. Ella se movía, como si intentara adivinar lo que Rey estaba a punto de hacerle con el hielo.

Sosteniendo el cuadrado con el dedo pulgar y medio, Rey adentro su dedo índice al interior de la vagina de Samantha. Él no iba a meter el hielo al interior de la chica, por mucho que la calentura de esta se lo insinuara. Dicho objeto, dejado allí dentro, podría ocasionar aún más daños que placeres.

—¡Ufff! —dijo Sam cuando sintió en su nalga derecha una cachetada provocada por la firme mano opuesta del joven—. Ahhh. ¡Sí!

Tan pronto el hielo se derrite de tanto recorrer la piel caliente de la trigueña, dos pinzas se cerraron sobre los pezones de ella. El dolor en la punta de sus tetas era considerable, pero estaba entre los límites de lo que se podía considerar tolerable. Una tercera pinza se cerró justo sobre el clítoris de ella. La suma de esas tres sensaciones le brindaba un placer extraño. Sam podía sentir cómo las tres pinzas, a pesar de ser pequeñas, pesaban más de lo normal. Tal vez porque tenían una cadena que les ataba y colgaba entre ellas.

Rey, por cada segundo, mantenía sus ojos bien abiertos, comprobando que la trigueña estuviera dispuesta a dejarse torturar. En el sentido literal de la palabra. Y así fue. Samantha no solo gemía y se contorsionaba, sino que también separaba más sus piernas y empinaba su trasero empalado. Así mismo se entregaba una presa arrepentida a su condena. La sentencia era excitación y la condena, prolongar el orgasmo.

—Ese coño abierto tuyo está cogiendo mucho aire, ¿no es así? —dijo Rey—. Pero antes… —el chico, tras hacer aparecer un set te esposas, encadeno las muñecas de Sam a los tobillos de Elena, quien siquiera estaba mentalmente en el lugar—. No quiero que dejes de pasar tu lengua por ese culito tan lindo.

Encadenada de manos y piernas, con pinzas en los pezones y el clítoris, con los ojos vendados y una inmensa verga enterrada bien profundo en su culo, Sam creyó que no se podía poner mejor. Pero estaba equivocada. Sus oídos detectaron el inconfundible sonido que hacía un objeto cuando vibraba, mismo que en segundo le invadió el coño. Se sentía como una inmensa bola redonda que constaba de una extremidad fina, la cual también vibraba fuera del coño, casi que sobre su clítoris aprisionado.

El intenso cosquilleo dejó de ser placentero para volverse casi que insoportable. Si no fuera por el dolor que sentía, Samantha juraba que se habría venido justo cuando ese aparato entró en su coño.

Rey, por otro lado, con su boca abierta, comenzó a babear del placer que sentía. Aunque la descabellada idea era de él, le había tomado por sorpresa que las vibraciones atravesarán la pared vaginal que dividía el recto de Samantha y le estimularán su verga de semejante manera. Repensando en sí poder moverse con la violencia que tenía planeada, Rey tomó unos segundos y cacheteo las nalgas de Samantha con tal de hacer tiempo a acostumbrarse a lo que sentía.

Apoyando sus dos manos sobre el culo y abriéndolo tanto como podía, Rey finalmente decidió retroceder lentamente, hasta sacar más de la mitad de su verga y con tal de aguantar su respiración y empezar el bombeo de adentro hacia afuera como una maquinaria al punto de explotar.

Con brusquedad, valiéndose de una mano, Rey tiró los cabellos de la trigueña y encajó la cara de esta justo en el culo de Elena para decirle al oído. —¿No te dije que quería verte lamiendo ese culo?

—Mmm… sí… alto y claro… mi amo —respondió Sam a la pregunta.

Rey, ya más acostumbrado a la potente sensación que se asemejaban a las de un martillo eléctrico que se irradiaban de dentro del coño de la trigueña, empujó con más fuerza sus caderas contra el cuerpo que casi ni se podía sostener con firmeza. Clavando su verga por completo en el culo de Sam, él hizo que la misma soltara un agudo gemido gutural. Una vez pasaron los minutos que necesito respirar, tiró de los cabellos, sacó lentamente su miembro y antes de que saliera del todo, lo volvió a meter con violencia,

—¡No, no… por favor que me vengo! —suplicó Sam, entre gemidos, una vez perdió las esperanzas de poder seguir aguantando.

—¿Te di permiso de que me hablaras? Oh, niña mala. Te tengo que castigar… —dijo Rey, tratando de imitar la personalidad de Elena, pero no le salía muy bien, puesto que en ese momento la rubia hubiera abofeteado a la trigueña mientras que él advertía lo que iba a hacer sonado un poco rudo y forzado.

—Castígame… castígame… —dijo Sam como quien buscaba más dolor con tal de llegar al clímax.

Las palabras de la trigueña no le resultaban agradables de escuchar al chico de ojos blancos, le invitaba a seguir lo que estaba haciendo. Que en una pelea tu contrincante te provoque a darle más duro, no es bueno, pero tampoco lo era defraudar a quien buscaba más, cosa que hizo a Rey hacer aparecer una vela encendida en sus manos. La luz y el calor que irradiaban el fuego cambiaron el estado sólido de la cera roja, terminando en gotas líquidas que cayeron sobre las nalgas de Sam. Al mismo tiempo que sacaba lento o empujaba hasta el fondo su verga de un solo movimiento.

El culo de Sam estaba muy bien dilatado, su coño se retorcía y las nalgas se le enrojecieron por el calor de la cera caliente. Rey podía notar que a ella le estaba gustando mucho, no solo por la forma en la que no se podía sostener, sino que también en la que se movía. Ella misma se provocaba más dolor al mantenerse erguida sobre sus rodillas y codos, al menearse de atrás hacia delante.

El dildo que se encontraba dentro del coño de Elena fue removido gracias al trabajo de la lengua y los dientes de Sam. Aquella cosa de dos extremidades sostenidas por un arnés salió embarrado por fluidos vaginales de una punta a otra. Como quien encontraba un nuevo pozo de agua en el cual beber, Sam mantuvo el ritmo de su lengua y limpió el consolador para proceder a también darle cariño al coño a su amiga.

—Aaaah ¿Qué están haciendo? —preguntó Elena como si el dolor del culo le regresará.

—Chupándote la concha… necesita limpieza —agregó Sam.

—Prefiero que me des cariño en el culito… —suplicó la rubia—. ¡Oh! Qué bien…

Rey, entendiendo que era momento de aliviar el dolor de Elena, encajó su verga hasta el fondo de Sam y se inclinó para sacar su lengua ensalivada y lamer todo lo que la trigueña había limpiado.

El dolor que sentía Elena, provocado por las cuarteaduras de su esfínter aún abierto, se diluyó como la espuma de una mano enjabonada al ser enjuagada por agua.

—¿Acaso no podías hacerme esto antes? —dijo Elena mientras arrojó un suspiro con su boca abierta. Era deleitante sentir cómo dos lenguas jugueteaban alrededor de su trasero mientras ella estaba en cuatro y solo tenía que enfocarse en sentir placer mientras el dolor se marchaba.

—Yo te limpié primero… —dijo Sam, como quien podía deducir que la saliva de Rey, como mejor funciona era sobre las heridas.

—Y, ¿qué es lo que estoy sintiendo en mis tobillos? —preguntó Elena mientras viró su rostro.

—Son esposas… Tengo la obligación de quedarme aquí — respondió Sam en lo que era un cuchicheo entre dos chicas que se ponían al día la una a la otra.

—Mmm… —Elena parecía haber recuperado la iniciativa—. Entonces, ¿que si te digo que tengo que ir al baño? ¿Qué quiero orinar con tantas ganas que no me puedo aguantar?

“Un camino no muy bueno el que está tomando este desenlace de acciones,” se dijo Rey, dispuesto a hacer desaparecer las urgencias que la rubia estaba sintiendo en su vejiga.

—Qué barbaridad… —se quejó Samantha, que seguía disfrutando de las pequeñas embestidas proporcionadas por Rey, que al parecer no se inmutaba al escuchar las intenciones de la rubia.

—Tendré que usar tu cara como excusado… —dijo Elena con una sonrisa maquiavélica que se le dibujaba en la cara—. No creo que Rey piense dejarte libre. Ahora que eres nuestra esclava.

“Entiendo la indirecta…”, se dijo el joven.

Sam sintió cómo Rey le tomó por los cabellos como si quisiera garantizar que ella no moviese su cara del lugar.

—Sabes, te tiene que doler mucho la lengua —continuó Elena, ronroneante y mimosa—. Soy testigo de todo el esfuerzo y empeño que has puesto, la buena noticia es que mientras me estés lamiendo el clítoris no voy a poder orinar, aunque me esté reventando… la mala noticia, es que, si me vengo y sigues lamiendo, espero tengas la boca cerrada.

Elena recuperaba su poder en la situación y a Samantha no le importaba dejarse humillar de forma deplorable.

Sam no tenía sus manos libres para aferrarse a las nalgas de Elena, no obstante, se mantenía erguida usando los músculos de su espalda sin dejar de enfocar su boca para lamer tanto como podía sobre el botón de placer de la rubia.

Ante los ojos preocupados de Rey quien miraba soberano desde arriba, Samantha parecía estar dispuesta a tragarse cualquier cantidad de orina que pudiera salir de dentro del coño que se estaba comiendo a mordidas y lengüetazos. A pesar de las advertencias de Elena, Sam utilizaba todas sus cartas, en el principio ella succionó, lamió y besó con mucho empeño como si quisiera sacarle el líquido amarillo a la rubia después del orgasmo. Luego, tras tomar un respiro y no ver que lo que tanto buscaba no salía, volvió a lanzarse contra el coño, para hacer que los labios vaginales se adentraran en su boca, que su lengua se perdiera por el agujero y que regresara a lamer el clítoris como una desesperada.

Por parte de la trigueña, tanto tiempo sin poder llegar al orgasmo, prometía toda una explosión de placeres para Sam, tanto que ni siquiera dudaba en lo que hacía o podía llegar a hacer con tal de recibir el premio final.

—Rey… ¿Acaso no puedes follar ese culo como dios manda? —reclamó Elena desde el otro lado, al parecer al borde del orgasmo, como quien quería asegurarse que su compañera también fuera satisfecha.

Finalizando las palabras de la rubia, el chico respiró con profundidad y comenzó a amartillar el culo cuyas nalgas estaban bañadas en cera solidificada, la cual se cuarteaba con cada embestida.

Siendo asediada por una maquinaria taladradora, Samantha no pudo mantener la coordinación de sus lamidas ni mantener los ojos cerrados, o enfocarse en sentir cómo las pinzas le retorcían los pezones y el clítoris, con el movimiento de las cadenas que se movían de un lado a otro con cada embestida que recibía. Ella había intentado mantenerse lo más incorporada, pero ahora casi que se dejaba caer sobre el sofá mientras soltaba gemidos de placer. Las embestidas que recibía por el culo ya ni le dejaban inclinarse apropiadamente para succionar el clítoris de Elena.

—Putita, si no puedes chupar pega bien tu cara y abre la boca —demandó Elena.

Escuchando las palabras de la rubia, Rey levantó su mirada con tal de poder ver el culo y el coño de quien hablaba, abriéndose y dilatándose más, como si ella quisiera empujar algo hacia afuera.

—Te voy a mear toda la cara mientras te meten una verga hasta el fondo del culo.

Ante la advertencia, Samantha ni siquiera chistó. Ella, como buena sumisa que era, obedeció de inmediato subiendo su cara y bajo su pecho, como lo hacía una esclava buena, dejando que alguien más hiciera cuanto quisiera con ella.

—¡Quiero oírlo salir de tu boca que quieres que te meé toda! —volvió a decir Elena.

El joven pudo entender que la rubia necesitaba inspiración y tiempo con tal de poder evacuar el contenido de su vejiga en dicha posición y situación. Después de todo, no eran todos los días que algo semejante se daba lugar en la vida rutinaria de la rubia.

—Sí, me gusta. Sí, quiero que lo hagas —dijo Samantha lo suficientemente excitada como para soltar semejantes súplicas.

 

 

Elena giró su cabeza y miró al techo, cerró los ojos y abrió la boca. Con un poco de esfuerzo, el primer chorrito de líquido salió y se cortó. Después otro pequeño hilo de orina, otro y otro más hasta que salió todo un torrente. A continuación, Rey hizo una mueca al escuchar cómo la trigueña tragaba más de la mitad de lo que le caía en la boca, junto con varios quejidos y gárgaras.

“Si me lo cuentan no lo creo. Samantha y Elena son diablas,” se decía Rey entendiendo que una cosa era excitarse viendo algo que otras personas hacían, que estar en el lugar cuando otras personas estaban haciendo cosas entre los bordes de la perversión y lo asqueroso.

—Déjame tragar y respirar, por favor —suplicó Samantha entre el sonido que hacían las embestidas y nalgas que Rey le daba.

Elena hizo caso omiso a las palabras de la esclava y retrocedió su cuerpo para hacer que se le cortara la orina contra la cara de quien pedía por respirar.

Rey seguía sin poder creérselo creer, no por las constantes embestidas, sino por la distracción tan chocando del momento, él se vio obligado a detenerse y sacar su verga de dentro del culo de Samantha. Aparentando estar agotado, en su límite, y que necesitaba recuperar su aliento por un rato, el chico se preguntaba.

“El meado de Elena ha salido a chorro sin más directo a la boca de Samantha. Ella lo pidió, y, aun así, sigue pidiendo poder tragar. En qué piensa, espero no venga a besarme… ¿No? Si ella quiere besarme es mi deber como un hombre de corresponderle el beso. Mente abierta Rey. Mente abierta, pensamientos fríos y calculadores. Además, si no huele tan fuerte, es porque no debe saber tan mal. ¿Acaso estás dos perdieron la cabeza?”

Sam, como si su culo fuese un polluelo que busca el alimento con la boca abierta, retrocedió su cuerpo con tal de recibir lo que le faltaba. Su sonrisa radiante de alegría y ojos de mirada inocente, no podían pertenecer a una chica que hacía semejantes cosas indecentes, o ¿sí?

—Oh, sí… —Rey regresó al juego, siempre y cuando conservaba su papel dominante no tendría que rebajarse a hacer cosas asquerosas—. ¿Quieres mi verga? ¡Trabaja por ella!

Tampoco era que él pudiera mostrar rechazo, cuando lo que tenía que hacer en esa situación era aceptar los fetiches de quienes se le exponen. “Con toda la cara mojada, encadenada, esposada, con el culo abierto y las nalgas quemadas, ¿tan deseada y feliz te sientes? Ni modo, si es así, ¿quién soy yo para amargarte?”.

—Mueve tu culito, ahora… como esclava que eres, tendrás que follarme tu solita —dijo Rey tras utilizar sus manos para apagar el vibrador dentro del coño de la trigueña, puesto que el aparato era más peligroso para él que para ella.

Sam, contenta porque todo estuviera yendo bien, meneaba su culo de un lado a otro buscando la verga de Rey, apenas encontró lo que buscaba, retrocedió con rapidez haciendo que esa verga se le entrase tan profundo en su ano como era posible.

Rey recuperaba su posición, de vez en cuando descruzaba sus brazos para azotar las nalgas enrojecidas de Sam, dejando sus dedos marcados en la carne con cada golpe. A pesar de todo, la trigueña de ojos vendados no protestaba y se movía con locura, mientras que sus gemidos eran apagados contra el coño y el culo de Elena, quien tenía las intenciones de hacerse venir con aquel rostro para hacer que el resto de su orina saliera.

—Putita, ahora sí estoy por venirme… también lo voy a hacer en tu cara. En tu boca —dijo Elena mientras que tensó su cuerpo.

Las palabras de la rubia cambiaban, ya no eran las de alguien que advertía su próximo movimiento sino las de una chica excitada. Estar haciendo lo que se antojara a la cara de una hermosa chica, no era algo a lo que se le pudiera poner precio alguno. Elena, disfrutando la tan morbosa sensación, tras perseguir con todas sus fuerzas un orgasmo, finalmente pareció estar convulsionando en deseo y éxtasis. Sus piernas y brazos temblaban. Su pecho agitado se desinflaba e inflaba con suma rapidez. Ella apretó la cabeza de Samantha con fuerza contra su coño, reprimiendo el grito que se le quería salir.

Que Elena fuera la única disfrutando no era muy justo, así que Rey se propuso encender el vibrador que estaba dentro del coño de Sam y con la misma empujó su verga lo más profundo que pudo, de tal manera que parte del saco testicular quedó atrapado por el esfínter anal. No obstante, tan pronto la rubia finalizó su orgasmo, como quien no podía soportar las fuertes cosquillas percibidas por su clítoris, ella estremecía su cuerpo con espasmos bizarros de sus músculos, los cuales desembocaban en retorcijones de sus piernas, manos y estómago.

Sobre el sofá se pudo escuchar la llave entre las piernas de Elena, abriéndose en respuesta a cada lengüetazo por parte de la trigueña. Aunque eran las últimas gotas de orina, estas salían disparadas cayendo en la boca abierta de Sam junto al ‘plafaca, que plafata’ de las embestidas que efectuaba Rey, quien de repente enterró sus dientes en el cuello de la trigueña sin dejar de moverse.

Samantha, enceguecida por la lascivia que le provocaba ser humillada, mordida, el vibrador que tenía metido en su coño y las embestidas del chico no pudo evitar dejarse vencer por un orgasmo tan fuerte, que le hizo perder el conocimiento pasado unos segundos.

Esto es todo un orgullo,” se dijo Rey apreciando las pieles desnudas que tenía en frente. “Dos chicas viniéndose, retorciéndose por el goce y la complicidad de entregarse al placer mundano. Caer en esta, mi segunda batalla, no será en vano. La marca de mi bandera formará parte de esta excitante experiencia.”

Divertido, Rey movió sus caderas buscando el camino que le permitiera a su verga convulsionar en potentes latigazos de leche, disparando al interior de Samantha junto con los quejidos que solo podían hacer los toros enfurecidos.

Con la sensación triunfante que provocan los orgasmos cuando son buenos y fuertes, Rey y Elena dejaron salir el aire a bocanadas. En cambio, Sam estaba fuera de sí, tumbada sin conciencia sobre las piernas de la rubia, siendo levantada, literalmente, por la verga empalmada de Rey que aún tenía ensartada en el ojete del culo.

Dudando si hacer algo o no, Rey fue detenido por la advertencia de Elena;

—No creo que sea buena idea despertarla… —dijo ella—, si no limpiamos todo esto, tal vez se arrepienta de todo lo que hizo. Ya le conoces, una vez la excitación se le marcha, ella se tendrá que quedar solo con ser consciente de todo lo que pasó. Tomaste el meado mío y chupar culos mugrientos puede provocar malos efectos.

La rubia tenía muchos puntos claros, pero, aunque se mantuvo consciente, estaba muy cansada como para siquiera levantar un dedo y hacer algo.

De un chasquido de sus dedos, el chico hizo que toda la suciedad e inmundicias desaparecieran del lugar. También reemplazó el modelo y la textura del sofá en el cual estaban. Desaparecieron los juguetes y aparecieron limpios en el interior de una caja convenientemente ubicada a un lado. Por último, los tres cuerpos quedaron impecables, entre almohadas, agradables cobijas y luces tenues.

—Aún no me canso de ver las cosas que eres capaz de hacer

—dijo Elena antes de dejarse caer prisionera del sueño—. Eres mágico del todo.

—No te preocupes, duerme. Mañana será un nuevo día… y tal vez podamos seguir jugando —dijo Rey quien posicionó a Samantha de la mejor manera para que durmiera cómodamente.

—Sí … Nos distrajimos y no terminamos de ver todo lo que Arte tiene en su galería. Dentro de poco ella va a llegar y tal vez no podamos hacerlo con tanta libertad como cuando no está — dijo Elena.

—Tienes razón… —terminó Rey, ya bien acostado en el medio del sofá cama, mientras que la rubia y la trigueña le abrazaban.



Reina Del Cielo

Chapter 13
De regreso


horas de buscar trabajo, significaba un gran estímulo para Rebeka. En un mundo ideal, los vecinos, su madre, su padre, sus amistades, debían de haberle animado, pero, en su mundo, las cosas buenas no se celebraban tanto como le señalaban y criticaban lo que no les gustaba de ella. Además, se había asegurado de no preocuparse por un futuro incierto, con tal de no terminar despojada de la tranquilidad del momento. 

 

  Su madre ya tenía mucho con que cargar, los vecinos se alejaban de ella, no tenía amistades, su padre nunca había estado y quien genuinamente se preocupaba por ella, por el momento, tenía que librar su propia batalla tomando un camino separado. Con esto, el mundo, que no era tan ideal como debía de ser, se volvía gris a la mirada de ella.

 

   “¡Buenos días, Rebeka!”, al menos un extraño debía decirle algo, por educación. “Trabaja duro, sigue tus metas, no dejes que nada te detenga, ¡alcanza lo que te propongas alcanzar!” Y ante las fantasías que tenía en su cabeza, que buscaban darle seguridad, una pregunta invasiva se coló en su mente y se aferró con uñas y dientes. «Y si, por muy diferente que me sienta o me comporte, todos me siguen tratando igual. ¿Me hace ver diferente, en verdad? Al final soy la hija de un criminal». 

 

   A medida que Rebeka avanzaba en la calle, camino a la estación, la velocidad de sus pasos fue aminorando. Se movía entre el sonido que provocaban cientos de pisadas de personas ocupadas, que se movían de un lado a otro. Iba como un fantasma, sin ser notada, ignorada por todos y tratada como nada. Estaba sola, no tenía más que luchar contra los demonios que le atormentaban la mente, esos que roban la tranquilidad, susurrando problemas y fracasos que ni siquiera habían sucedido.

 

  «De vuelta a la realidad. Tal vez…si no lo hubiera tenido a él o a mi madre. Si las cosas no estuvieran saliendo tan bien como lo están ahora… en un momento así, estaría buscando la mejor manera de suicidarme, para pintar el gris de este mundo con el rojo de mi sangre… Rebeka, ¡no es bueno pensar así! Debes alejarte de esos demonios que antes no te dejaban dormir… pero, si no es con el éxtasis de satisfacer mi cuerpo… ahora que estoy sola, ante tanta gente, tan solo queda…».

 

  El viento soplaba, como todas las mañanas, el mismo viento que esperaba que le levantara la falda, mientras Omar estaba persiguiéndola. Ahora, sin que él estuviera detrás de ella, tuvo que disponer de todas sus fuerzas para aguantar las ganas de llorar. Estaba rodeada de personas, mientras que las lágrimas no le dejaban de caer por su rostro y, aun así, nadie la notaba.

 

   En la estación de tren, con la cabeza agachada, esperó a que abrieran las compuertas para abordar. Una vez que fue su turno de entrar, varias personas la empujaron, tanto hombres como mujeres, lo que le hizo pensar que todavía nadie la veía. Al entrar al vagón apretando su mochila con las dos manos, Rebeka fue forzada a darse la vuelta en el lugar, para poder pasar entre los espacios estrechos de personas que no se querían mover. 

 

   «¿Acaso mi vida será así? ¿Cada vez que él no esté a mi lado?», pensó y entendió que el único factor diferente en ese día, era que Omar no estaba con ella. «Pero no, tengo que demostrarle lo contrario, que soy una mujer fuerte e independiente… para que me quiera y no me deje».

 

  En la mitad del vagón, las personas que estaban atrás comenzaron a empujar y Rebeka, con mucho cuidado de no caer torpemente en el suelo, se apoyó de un pasamanos.

 

  —Cuidado por donde caminas —dijo rudamente un sujeto. 

 

  —Acaben de moverse que me bajo en la próxima salida —gritó un hombre, con tono impaciente.

 

  Rebeka estaba absorta, podía verdaderamente llevar a cabo la tarea de seguir avanzando en un lugar en el cual nadie se movía. Tras estar en el medio de quienes querían algo y quienes se conforman con nada, respiró hondo y antes de seguir tratando, pegó un grito.

 

  —¡Con permiso! — anunció con voz temblorosa, mientras se secó las lágrimas del rostro para ver hacia todos los que la miraban desde arriba. Volvió a respirar y aunque casi no se le entendía, siguió gritando—. Qué no me escucharon, muévanse a un lado… necesito pasar.

 

   El desentonado grito de valentía, provocó el movimiento rabioso de unos cuantos y que quienes se estaban quejando dejaran de protestar. Finalmente, siendo notada en la versión fuerte de sí misma, dejó de encoger su cuerpo para hacerse camino entre quienes no se querían mover.

 

  «Viva, nunca me rendiré» pensó. «Que la muerte me encuentre… ese es el suicidio que elijo a partir de este momento. No me pienso quedar callada, ¿por qué? ¿Por consideración a los demás? ¡Si nadie me considera!».

  

  Los susurros de los pasajeros se escucharon y murmuraron: “¡Qué mal carácter! “Eso es algo no digno de una dama”. Quienes no hablaron lanzaron al aire un silbido. Los demás se quedaron con la boca abierta y retrocedían lentamente, como si fueran empujados. 

 

   Rebeka, a pesar de haber entrado en el vagón del tren con buena presencia y bien vestida, estaba allí con los cabellos enredados y levantados hacia arriba, por no haberlos peinado después de tomar un baño en la mañana. Ahora, por chocar con quienes se le interponen en el camino, su camisa estaba zafada y sus prendas estrujadas.

 

   Aun así, continuó dando pasos hacia su posición favorita, con el puño y una expresión amenazadora, como si quisiera golpear con rabia, a quienes pretendían ignorarla. «¡Basta ya de ser una chica débil, endeble, vulnerable y buena, incapaz de valerse por sí misma…!», se dijo. Luego de mirar con ojos encendidos de rabia y estar enojada con cualquiera que estuviera a su alrededor, trató de reprimir el miedo que le estremecía su pecho por estar reprimiendo el llanto. Trató de arrancar los malos pensamientos que la volvían pesimista y contribuían a su baja autoestima. 

 

 Finalmente, se plantó en su lugar favorito del vagón y tan pronto se apoyó con su mano a la parte intermedia del pasamanos que colgaba del techo, sacó su teléfono para darle un vistazo con la esperanza de ver un mensaje de su amado. Con decepción en su rostro, miró una pantalla vacía: 

 

«Espero todo esté bien, escríbeme si puedes…», le mandó un mensaje de texto a Omar.

 

Como era usual, una vez todos estaban acomodados, el tren comenzó a andar. Luego de guardar su celular, levantó su mirada, con tal de poder ver afuera de la ventana. El día se estaba levantando y se hacía presente y aunque las aves volaban, las flores adornaban los pastizales que se movían como olas y los árboles rodeaban las diferentes construcciones, no pudo dejar de notar que, al otro lado de la ciudad, se podía distinguir claramente una instalación compuesta por varios edificios. Las paredes eran negruzcas e interminables, estaba rodeado de púas, grandes torres en las esquinas y faroles por todos lados. La instalación que Rebeka trataba de olvidar, y ahora, por alguna razón, no podía quitar sus ojos de encima de ella, era la cárcel en la cual estaba su padre.

 

  «Claro, no puedo ser mala, porque ahí es en donde van a parar los malos… ¿No es así?», se recordó, tras dejar en el aire un suspiro, lo que parecía descifrar la razón por la cual había notado algo, que durante todos los días que tomaba el tren trataba de no ver.

 

 Aunque el sol estaba afuera y lo iluminaba todo, del otro lado de la ventana, comenzaron a caer del cielo gruesas gotas de agua. Una nube pasajera liberaba sus lágrimas sobre la tierra, entre el sol de la mañana, la cárcel y el sofisticado tren que se movía.

 

Luego de dos paradas, la lluvia y la cárcel desaparecieron de la vista de Rebeka, hasta que finalmente el vagón del tren volvió a parar y abrió sus puertas en su parada.

 

Con la intención de continuar el día y quedarse en dónde debía, se abrió paso por la salida, atravesó la estación y caminó con los demás estudiantes, hasta llegar a la escuela.

 

  —Buenos días —le dijo Rebeka a los pocos estudiantes que ya estaban sentados, tan pronto entró en el aula. 

 

Luego de colocar su mochila sobre la nueva mesa en la cual pretendía tomar asiento, miró el reloj varias veces, siendo consciente que debía de conservar la tranquilidad, aunque sus prendas y apariencia decían lo contrario. Pasaron cinco minutos, respiró hondo y tan pronto entró el profesor, sacó dentro de su pecho el valor suficiente para hablar: 

 

   —Me temo comunicarle, estimado profesor, que por asuntos personales me veré obligada a irme temprano. 

 

  —¡¿Por qué la pizarra no está hecha?! ¡La basura no está recogida! ¡La asistencia no está tomada, y te estás sentando en otro puesto que no es el tuyo! —demandó Bob, apenas entró e hizo oídos sordos a las palabras de quien, para él, aún estaba obligada a ser la presidenta del aula.

 

Tras respirar hondo, Rebeka decidió mantener la calma. — Bueno profesor, al sentarme en esta mesa ya ve usted que no soy responsable de mi cargo como presidenta. La salida temprano es debido a que me gustaría trabajar para ayudar a mi familia con los pagos de la casa. Ser responsable de tantas cosas es fatigoso y no podré seguir manteniendo buenas notas y con mi retirada, también le doy la oportunidad a mis compañeros para que sean capaz de superarse. 

 

Luego de abrir los ojos tan grandes como pudo, el profesor se negó a comenzar la clase y tan rápido como entró, se dispuso a salir por la puerta del aula.  

 

  —¿A dónde va profesor? —preguntó Rebeka, al tiempo que se levantó de su puesto tan rápido que incluso tumbó la silla en la cual estaba sentada, con tal de perseguir a quien se marchaba—. ¿A hablar con el director? Si es así, espero le cuente todo como es en realidad. Que le diga que, desafortunadamente, ahora seré incapaz de seguir siendo presidenta porque quiero trabaja, y que eso no significa que deba olvidar o pasar por alto todos mis servicios prestados. Yo le debo mucho al director, bien lo sabe usted. Pero, tengo que cuidar a mi madre y reponer las faltas de mi padre. 

 

  El profesor seguía caminando y aunque intentó tomar el elevador para subir al segundo piso, se decidió subir por las escaleras. Estar de pie en un lugar implicaba tener que prestar atención y ese acto podría resultar más comprometedor para sus propósitos. La inteligencia de una persona venía acompañada con la capacidad de poder justificar sus acciones y dependiendo de cómo esa persona habla, se proyecta al mundo, por lo tanto, estas acciones podrían ser justificables y ser tomadas con lástima. 

 

   —Entienda que estoy en un aprieto, no me haga la vida más difícil de lo que ya es. ¡Estoy segura que no es muy difícil ponerse en mis zapatos! Ya sé que desde un principio no se me vio bien al ser admitida en esta escuela. Que muchos piensan que terminaré siendo como mi padre y que no hay prueba o razón especial que pueda convencer de lo contrario a quienes tienen esa idea. Pero usted, profesor, usted ha podido verme crecer por años, bajo situaciones estresantes, peor que las que tienen los demás estudiantes y nunca le di razón para creer que sería como mi padre. También, sabe muy bien que yo nunca estuve presente en las reuniones de profesores ni en las reuniones de padres, cosa que con facilidad propicia a que me conviertan en víctima de malos comentarios, chismes y quejas carentes de razón o fundamento. Si no estoy ahí, por muy bien que actúe, basta con señalar lo malo, para que quede atada de manos y piernas sin poder defenderme. ¡Profesor! ¿Acaso piensa seguir caminando sin dirigirme la palabra? 

 

Una vez llegaron al segundo piso, tras avanzar por los pasillos desiertos, ante la recepción estaba la oficina del director con las puertas abiertas. El profesor ni siquiera se tomó la molestia de hablar con la secretaria y simplemente entró demandando ser atendido. Junto al sujeto, Rebeka también entró y aunque no le habían dado la palabra a ninguno de los dos, no estuvo quieto ni un momento en el lugar, pues sobre su escritorio estaba una carta que recién había leído. 

 

  Rebeka se arregló el uniforme y los cabellos lo mejor que pudo, tras entender que de ningún modo debía dejar que el profesor la sacara de la oficina del director para hablar con él en privado. En el estado de ánimo que estaba el viejo, seguro le diría algo que le afectará con su aplicación de trabajo, después de todo, a pesar de ser estudiante, en la sociedad se tiene un expediente y faltas de respetos a los mayores, insolencias, incumplimiento de órdenes no eran muy buenos requisitos si se aplicaba para una posición que tuviera que ver con servicios al público.  

 

   El director, por otro lado, tenía una mirada de no entender bien la situación. Claro, para él era normal que Rebeka no fuese una estudiante para el resto de su vida y, además, con las preocupaciones actuales, lo menos que podía hacer era empezar a trabajar cuanto antes, pero ella aún no estaba preparada para el mundo exterior.

 

 El profesor, por la mirada que tenía en sus ojos, seguro pensaba lo mismo que él, pero Rebeka expresaba lo contrario. Ella tenía que ser persuadida, convencida y de alguna forma mantenerse en la escuela. Para el director, el futuro de una estudiante modelo dependía de las decisiones que tomara en el presente. Si tal vez su padre no fuera un convicto y hubiese estado con ella y su madre para soportar la familia y mantener el valor del apellido, ella hubiera resultado un diamante en bruto.

 

  Rebeka, sentía cómo su respiración se aceleraba y entendía que llorar no traería resultados favorables, después de todo, el director no era famoso por tener preferencias con mujeres ni por dejarse llevar por lágrimas. Por eso tenía que actuar de otra manera, pero si no podía hablar, ¿qué más le quedaba? Su versión fuerte e independiente, esa que miraba decidida y desafiaba con su presencia a quienes pretendían bloquear el camino estaba amenazada.

 

   —Director ¡señor director! —dijo Rebeka en voz alta y miró hacia él, tras ignorar completamente al profesor que había pedido la palabra, algo que estaba totalmente en contra de la educación y los modales enseñados en la sociedad, ya que un joven debía esperar a que se le diera la palabra mientras los mayores hablaban.

 

  Rebeka no tenía tiempo para ser educada, no si su futuro dependía de la decisión final del director. El profesor insultado le reclamó al respecto y aprovecho para señalar la falta de educación, lo que le permitió pasar a argumentar la loca idea que tenía de dejar de ser presidenta, marcharse temprano a buscar trabajo, que su madre debía ser informada al respecto tan rápido como fuera posible, todo sin dejarle hablar ni una palabra y caminando más y más cerca de donde estaba el escritorio del director.

 

  —… Y no solo eso, señor director. Su mala educación, comportamiento y actitud no refinada del todo podría darle una mala imagen a la escuela —continuó el profesor, pasando al final de su argumento—. Si tanto quiere trabajar, puede ser asistente del personal de limpieza en la instalación.

 

Luego de perder la oportunidad que el director le diera la palabra, Rebeka negaba con su cabeza una y otra vez ante lo que decía el profesor. Abrió más los ojos con la sugerencia de formar parte del personal de limpieza, pues sabía que con esa posición llegaría aún más tarde a la casa, sin mencionar, que, de seguro, los profesores y adultos que le tenían riña, dejarían un reguero mucho más grande del que usualmente dejaban durante el día.

 

  Asombrosamente, el director, bien conocido por su poca paciencia, a pesar de ser interrumpido, hasta ahora, había estado relativamente sereno. Tan pronto como se terminaron los ruegos del profesor, devolvió la mirada a Rebeka. 

 

  Rebeka no pudo decir nada, después de todo, qué podía decirle a alguien para convencerlo si a pesar de haber intentado tan duro con el profesor que había seguido, no obtuvo ningún resultado. Aun así, su mirada estaba encendida de inconformidad, no era la misma mirada sumisa que mostraba en el pasado, sino que demostraba una vibrante inconformidad.

 

  El director respiró hondo, de pronto se puso de pie y tan rápido como se volteó, decidió abrir de par en par las enormes ventanas que tenía a su espalda.  Debido a que la puerta de entrada al despacho del director aún estaba abierta, desde el inmenso cielo se precipitó toda una corriente de viento que pasó de lado a los tres individuos. La ráfaga fresca de la mañana, sin ser un estudiante, bajó las escaleras, recorrió los pasillos abriendo los casilleros que no estaban cerrados con candados y salió por la puerta de entrada de la escuela.

 

Con su paso, la fuerte corriente de aire sacudió las cortinas de la ventana en el despacho del director, tan fuerte, que le hizo azotar en el aire, también removió las hojas de los libros y levantó los papeles que no estaban asegurados encima de las mesas. Toda una corriente de papeles y hojas terminaron prisioneras del cauce del viento, como si fueran troncos de madera que flotaban por un río caudaloso.

 

  Ante el reguero, Rebeka se mostró impaciente, casi a punto de correr por el lugar, con tal de no dejar que los papeles y hojas, tal vez importantes, se marcharan, estrujaran, perdieran o terminaran regados. Pero, ella todavía no había recibido una respuesta del director, estaba cansada de ser buena y nunca recibir nada a cambio.

 

Por otra parte, si hacía las cosas esperando recibir algo a cambio, ¿acaso dejaba de ser buena? Para ella, esa pregunta había dejado de tener importancia, pues todo lo que importaba era alcanzar su objetivo. Sí, la anterior Rebeka se hubiese lanzado por el suelo, buscando una solución como lo era cerrar las puertas que tenía detrás, con tal de impedir el desastre que ocurría.

 

  El aire siguió pasando como loco, y el director, aún más fuera de sí, abrió sus brazos al cielo, hasta que el cause tempestuoso fue detenido junto al sonido de un portazo.  Finalmente, a Rebeka no le quedó más remedio que voltearse y cerrar las puertas que tenía detrás. Luego se volteó y quedó mirando al profesor de reojo, con una rabia constante, quien había comenzado a darse la vuelta con gran lentitud solo para ver lo que ella hacía. 

 

  A Rebeka se le pasaba por la cabeza el vago pensamiento por el cual estos dos individuos, por el comportamiento que habían tenido, seguro no tendrían un gesto de buena voluntad hacia ella. El director había abierto las ventanas, lo que con rapidez podía haber cerrado, con tal de minimizar los daños, mientras que el profesor podía haber dicho algo al respecto para prevenir el empeoramiento del desorden. Pero no fue el caso en ninguna de las dos instancias, algo que podría traer como consecuencia ordenarle que recogiera el desorden que se había formado, después de todo, el personal de limpieza consistía en muy pocos miembros como para lidiar con semejante desastre.

 

  Tras respirar hondo y abrir sus ojos ante el sol de la mañana, el director se dio la vuelta con suma lentitud y cuando por fin hizo contacto visual con Rebeka, feliz y con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

 

  —Sé que no recibes cumplidos muy seguido. Pequeña, tus notas son las mejores y tu trabajo, hasta el momento, ha sido excelente. Gracias por tener paciencia en un mundo lleno de gente aburrida… también, quiero desearte feliz cumpleaños… —tras las palabras mencionadas por el director se hizo un gran silencio en el lugar. 

 

  —Ah. Sí, entiendo. Después de todo, es hora de despertar del sueño de ser pequeño, ¿no es así? ¿De buscar aventuras, vivir la vida y crear historias —dijo el profesor pasándose la mano por la parte de atrás de su cabeza? 

 

  —¿Qué? —preguntó Rebeka con tono de confusión.

 

   Los dos individuos, quienes habían vivido más de cien años, parecían estar recordando sus infancias. Después de todo, era fácil olvidar lo que se había quedado atrás, pero para Rebeka, estos dos sujetos parecían estar tomándole el pelo, hasta que el director continuó hablando.

 

  —Tendrás el resto del día libre para hacer lo que quieras hacer. Dejaré saber al resto de los profesores al respecto y te deseo la mejor de las suertes —dijo el director, quien procedió a cerrar las ventanas que había abierto. 

 

 Tomando la palabra del director y el silencio del profesor, Rebeka dibujó en su rostro una sonrisa y tras agradecer varias veces se marchó casi tan rápido o más de cómo había entrado en la oficina. Ella no quería que ninguno de los dos individuos se arrepintiera de la decisión que habían tomado, después de todo, ya era mayor de edad y toda una mujer. 

 

  Rebeka regresó al aula, que estaba abarrotada por murmullos y estudiantes que hacían lo que les parecía. Ante su presencia todos guardaron silencio, creyendo que tal vez sería el profesor, pero al verle a ella, regresaron a comentar, hablar y ponerse al día sobre sus vidas extraescolares. La chica tomó su mochila y se marchó al baño para cambiarse de ropa, estaba con el corazón que se le salía del pecho, ya que, si todo iba bien, tal vez incluso podría completar la lista de entrevistas esa misma mañana, después de todo, no había esperado salir tan temprano.

 

 Con la dirección de doce lugares, vestida formalmente y una sonrisa confidente en el rostro, Rebeka salió por la puerta de entrada de la escuela con la actitud triunfadora de alguien a quien todo el mundo esperaba. 

 

Luego de siete horas, no solo el sol que salía por el este ya estaba a punto de ponerse por el oeste de la ciudad, sino que también las doce direcciones apuntadas en la hoja gastada y arrugada con la cual Rebeka había comenzado el día, ya tenían una línea que les tachaba por el medio. 

 

  Cabizbaja, sentada sobre un columpio viejo en un parque, con los dedos de sus pies descalzos, se consolaba con la agradable sensación que le transmitía la arena amarilla que componía el suelo del lugar. El viento aún le hacía compañía, aunque el sol poco a poco la dejaba. 

 

  «¿Para qué llorar?», se preguntó. «¡Esta es mi maldita realidad! Estuve tan equivocada, mi ingenuidad fue tan grande, al creer que podría hacer lo que quisiera, podría limpiar nuestros nombres, ayudar a limpiar las deudas de nuestra familia. No puedo dejar de pensar en mamá. No puedo ni siquiera regresar a casa, porque aún me atormentan las palabras de todas y cada una de esas personas. Por más que grito en mi mente la palabra “¡basta!” y trato de enfocarme en otra cosa, las acusaciones no dejan mis pensamientos. Aun así, si no soy diferente, puedo actuar diferente con estas ganas de llorar en mi interior y cambiarlas por ganas de querer reír, de buscar la felicidad.

  

   » Ahh. Sí, la hija del terrorista que asesinó al alcalde más querido de la ciudad», se dijo, levantando su cabeza y abriendo sus ojos tanto como podía, para también reír al cielo. «¿No tengo derecho a ser feliz? ¿Tan solo me queda trabajar en un burdel para que todos los hombres resentidos me den lo que merezco? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?… ¿¡¡Por qué comparto el mismo apellido de ese que no me crio y ahora se ausenta de mi vida!!? ¿Por qué razón mi madre lo quiere y no me deja odiarlo?

 

  » Irónico, acaso eso fue lo que quiso decir el director y quería hacerme entender el profesor. Que en la escuela sería el único lugar en donde yo podría estar segura, dentro de esa burbuja. Ja- ja- ja-», pensó y tras respirar hondo, Rebeka se mordió el labio inferior con el colmillo. «Debo calmarme, dentro de poco, seguro que él llegará. No quiero que me vea de esta manera. Tal vez sea mejor si le miento. No puedo permitir que mis problemas le afecten… tampoco es que sepa que fui a las entrevistas sin él».

 

  El sol finalmente se escondió por completo, las farolas de las calles se encendieron, el clima se volvió un tanto más frío y la noche envolvió con su manto a la ciudad. Rebeka siguió meciéndose sobre el columpio viejo, en medio del parque desolado, sacando el teléfono de su bolsillo y mirando si Omar recibía los mensajes que ella le había enviado. Aunque las palabras flotaban en la pantalla, en la esquina aún marcaba un icono gris.

 

  «¿Ya van tres horas pasadas las cuatro y él aún no llega?», se preguntó Rebeka, mirando a las estrellas. «Mi caballero blanco y guerrero de mil batallas, tú que siempre estás aquí cuando te necesito… ahora no. Me niego a creerlo, no tienes miedo a meterte en problemas si es por amor y la única manera en la cual no estarías aquí es si tu padre te hubiera matado».

 

  Rebeka lanzó al aire unas carcajadas y tras respirar hondo, para que la voz no le temblará, dijo en voz alta:

 

  —Omar, ¿por qué aún sigues ahí y no piensas salir? ¿No ves que hace mucho frío y te necesito?  

 

  Inevitablemente, la voz de Rebeka le tembló un poco, ya que no pudo contener la tristeza que se le quería salir.

 

   En el parque, tras las preguntas de la chica, nadie respondió o hizo algún sonido en respuesta. Después de todo, Rebeka estaba pretendiendo confirmar una duda que tenía y no estaba muy segura si en verdad Omar estaba o no en el lugar.

 

  «Él no me respondió, tal vez se esté ocultando de mí», se dijo. «Mejor me levanto del columpio y voy en dirección al lado opuesto del árbol. Somos iguales, él seguro me está dando espacio, le agradezco que no me viera llorar».

 

  Tras caminar sobre la arena, pasando las canales y diferentes equipos diseñados para que los niños pudieran jugar, Rebeka pudo notar una sombra al otro lado del árbol.

 

   —¡Omar! —gritó de manera desesperada, llevándome las manos a la cabeza y apresurando su paso hacia su novio.

 



Rey De-Heavens

Chapter 13
Engullido por la oscuridad


A pesar de que los pequeños asumieron que el Gran Mago Sabio había sido el responsable de invocar semejante criatura, retrocedieron con ojos desconfiados. No solo por la apariencia, sino porque la presencia que irradiaba semejante abominación no era compatible con ninguna forma de vida.

Con movimientos cansados y poco interés por los jóvenes, el gigantesco cuerpo que dejaba sus pechos, barriga y entre piernas quemadas y putrefactas al expuesto, procedió a tomar con sus manos algo que antes no se veía, individuos que ya habían dejado el mundo de los vivos. Constan y Frederick aparecieron de pie, con características fantasmagóricas y rostros de estar perdidos. Los tres pequeños apretaron sus puños mientras contemplaban la escena. La presencia, valiéndose de una lanza rota decorada con joyas muertas, atravesó el cuerpo de aquellos dos. Como mismo una aguja y un hilo cosían sombre dos pedazos de tela, las dos almas quedaron atrapadas en la gruesa cadena que comenzaba en la parte trasera de la lanza rota y terminaba amarrada en la cintura de la criatura. No importó cuánto se resistieron aquellos dos, en pocos segundos terminaron similares al resto de los encadenados,

De los tres agresores principales, Yacer fue el último en encarar a la imponente presencia. Aunque parecía despertar un poco más de importancia en la mirada del Misionero de Mil Almas, pues el espíritu aún estaba atado a los pocos fragmentos de metal. En la mano del cuerpo putrefacto, de un tirar, fue alargado el plasma blanco que representaba la existencia intangible del espíritu humano conectado a los restos de metal.

Cuando la criatura sacó casi por completo la sustancia blanca del cráneo metálico, Yacer, quien no podía escapar del agarre por más que se resistiera, notó que perdía sus fuerzas, deseos y voluntad. El Misionero estaba extrayendo el alma del interior de los restos no orgánicos que habían existido en el cuerpo de Yacer. Al llegar el momento en el que por más que jalara ya no sacaba nada, con rapidez y conocimiento de su trabajo, la criatura usó el filo desgastado de su lanza para separar definitivamente el alma humana del cuerpo no orgánico. Yacer perdió el derecho de su cuerpo para ser el perfecto tributo a cadenas, así como procedieron a ser los demás cientos de seres que habían perecido en el sitio. Aunque el trono quedó en el lugar, apenas terminó su trabajo, la presencia abrió un agujero en donde solo existía aire. Al otro lado de la inquietante fisura flotante se podía ver un gran muro con extrañas inscripciones, el cual exponía su naturaleza única: la puerta principal del infierno. La oscuridad y las sombras se desvanecieron en el aire tras la marchada del Misionero de Mil Almas.

El odio y la rabia en el interior de los jóvenes se había aliviado, aun así, la tristeza se mantenía, lo cual hizo al Gran Mago Sabio decir las siguientes palabras:

—Los estaré esperando en la montaña, lleven a sus compañeros, tal vez pueda hacer algo al respecto —Para, acto seguido, marcharse por donde vino.

Jhades regresó su cuerpo a la normalidad. Sin intercambiar palabras o miradas con sus hermanos, volteó y cogió en brazos lo que queda de su fiel acompañante peludo. Para él las palabras siempre estaban de más. Lo mismo hicieron Rey y Dante. Rey intentaba encontrar una manera de revertir la situación:

“Pero mis artes de resucitación como hechicero ni siquiera se acercan al rango principiante. Por otro lado, aun no comprendo del todo mis capacidades de resurrección como vampiro… Madre fue capaz de revivir a mis hermanos porque los amaba… amar es la condición para usar el control elemental “vida”. Naturalmente ella no ama a ninguno de nuestros felinos”; con aire optimista, él pensó en las palabras de su maestro. “Existen diferentes maneras de alcanzar la misma meta”. Levantando la mirada, observó en dirección al anciano que se marchaba. “Tal vez él tenga una manera diferente. Aunque me extraña que sea él quién se brinde a ayudar… Podría terminar haciendo un pacto no muy favorable. Aun así, cualquier cosa que le devuelva a la vida…”. Rey hizo una pausa, se dio cuenta de que estaba desesperado, de que había caído del todo en las manos de su enemigo.

En un caminar apurado, los dos hermanos no tuvieron más remedio que seguir a Rey de regreso. Jhades estaba alegre de retornar a donde era seguro, aunque tuviera que ensuciarse las prendas que le quedaban con la sangre de su felino. Por otro lado, cabizbajo caminaba Dante, más para agradar a quien no hacía mucho lo había golpeado. Los tres fueron asaltados por algún que otro enemigo aprovechado, pero solo se volvieron a ver los dos destellos alrededor de Rey y todo el problema fue resuelto. Una vez delante de la montaña, los tres jóvenes se las arreglaron para subir. Tanto Jhades como Rey extendieron sus alas mientras que Dante, confiando en sus pies, pegó varios saltos lo suficientemente potentes como para llegar a la punta de la montaña junto con sus dos hermanos y caminar hacia adelante, rodeando los cuerpos que obedecían a Maryam.

Naturalmente, la madre limpiando sus lágrimas, preocupada, descendió de dentro del cuerpo del Coloso de Oscuridad y Sangre hasta el interior de la barrera para recibir a sus hijos. Al principio estaba convencida de que podía, pero al verle los rostros, ella no encontró palabras que pudiera expresar para reconfortar, tranquilizar y animar a sus pequeños.

—Lo siento —No pudo evitar pedir perdón y quedarse a un lado como quien se sentía culpable de no poder hacer más.

Rey, levantando la mirada, mostró el fantasma de un rostro aliviado de dolor y los ojos de conformidad, haciendo entender a su madre que todo estaba bien, que él entendía. Alentada, la madre recuperó fuerzas, reconociendo que su hijo era mucho más fuerte y comprensivo de lo que creía a pesar de no haber muerto. Dante y Jhades, por otro lado, eran quienes habían experimentado el proceso de iniciación; no entendieron mucho el significado, ellos ignoraban el hecho de la muerte de sus felinos y saber si esto revivirán o no era lo menos que podían hacer antes continuar adelantes. Rey retomó su caminar, reincorporándose al paso de sus hermanos. Y así los tres se acercaron al anciano.

El Mago Sabio estaba sentado en una piedra al final, rodeada de abundante vegetación, avivada cálidamente por la luz que recién salía y la sangre de bestias que adornaba la tierra. Rey se arrodilló en el suelo para tender sobre el mismo los restos de su acompañante. Él había entendido que lo que tenía delante era una mesa de ritual. “Estoy desesperado. En efecto. Mi interior es caótico. Cada vez que respiro percibo una sensación diferente. Cada vez que pienso o tengo algún motivo, esta sensación se hace más fuerte… Él lo tenía todo planeado desde el principio… Él me advirtió el camino”. Pasando a hablar en voz alta, Rey continuó:

—No sería yo si no hablo y digo que he venido ante ti para saber si puedo salvarla. Tiene que vivir. Quiero que viva. Por favor, sálvala, haré lo que sea —En silencio hizo una pausa—. Te doy la respuesta que deseas. Tuve que presenciar lo que es la muerte de alguien cercano para darme cuenta.

El Gran Mago Sabio abrió sus ojos con lentitud, pretendiendo no haber esperado dicha situación. Había conseguido el objetivo de hacer más manipulable al pequeño de ojos blancos que siempre había actuado tan arrogante y soberbio. Él sabía que Rey sospechaba que algo se estaba tramando y, claro, no podía proceder con su plan sin antes tener la oportunidad de endeudar al mismo y mostrarle que él era una presencia amigable. Los hilos que ataban al pequeño cuerpo fueron reemplazados por cadenas, cadenas que no venían de arriba sino de las pieles que cargaba y de sus hermanos. Eran las criaturas con las que había pasado un poco de tiempo y ya se había encariñado. Pero dichas cadenas eran finas y débiles, blancas, formadas tan solo por el sentimiento de saber que él era muy fuerte y que se podía enfrentar contra cualquier cosa, pero los que lo siguen no pueden y están atados a las consecuencias. ¿Qué pasaría si él, quien desconocía la muerte, perdía al ser más preciado que tenía? Sin más nada de qué preocuparse, la vida no tendría significado, estaría dispuesto a buscar sangre y poder. Ser fuerte es un camino solitario, pero Rey no estaba acostumbrado a andar solo.

—Aprecio que te dieras cuenta

En victoriosa, en vez de feliz y jocosa, se transformó la expresión en el rostro del longevo ser.

—Querer recuperar, no es un sentimiento que pudieras tener sin antes no haber tenido una pérdida de algo o alguien importante. Siento aprovecharme de esta situación, pero así es la vida si no colaboras bajo mi control.

Tras su comunicado, el anciano hizo un clamado en voz alta:

Gran Altar.

Del suelo se levantó una gigantesca roca plana. El Gran Mago Sabio habló:

—Poned los restos sobre esta piedra… — Hizo una pausa, espero que sus instrucciones fueran llevadas a cabo y continuó—. Regresarlos a la vida tendrá un inconveniente… De ahora en adelante, sus compañeros felinos tendrán el propósito de vivir como servidores de ustedes. Si quieren proceder, espero estén preparados para efectuar la ceremonia.

—¡¿Serán esclavos?! —dijo Rey exaltado, pues la resurrección de algo o alguien por esos medios es tratar de convertirlos en esclavos.

La esclavización del cuerpo después de la muerte era el método más denigrante con respecto a las libertades de vivir y la forma en que los vampiros podían usar con quienes no amaban gracias a sus linajes. El Gran Mago Sabio repuso:

—No exactamente… con el tiempo, pueden llegar a ser independientes. Pero, por ahora, es el único medio. Para comenzar, deben bañar con su sangre las armas que les di.

No haciendo más pregunta, tanto Rey como sus hermanos se hicieron una incisión en la mano. Ellos, con sus dedos, presionaron la herida y esperaron el momento en que la mayor cantidad de sangre saliera hasta que bañaron el instrumento con el cual habían luchado.

—Arrodíllense y extiendan sus armas como ofrenda a ser el futuro cuerpo de sus compañeros.

Tras seguir las instrucciones al pie de la letra, los instrumentos de combate comenzaron a rodearse de un brillo divino, el mismo brillo que la mesa estaba exponiendo y con el cual los restos fueron envueltos:

—Sea uno, el cuerpo y el objeto…. Atraviesen con su arma los restos y hagan de ellos su youses.

—¿Cómo? —preguntó Jhades sorprendido.

—¿youses? —agregó Dante enojado no por saber sobre el término, sino por su frustración al no entender una palabra tan complicada de pronunciar.

Maryam desapareció con la intención de defender el área de las amenazadoras criaturas llamadas por la divinidad del ritual que se estaba dando lugar. Valiéndose de un acentuado tono, el Gran Mago Sabio agregó:

—Es duro, lo entiendo. Déjenme explicarles… los cuerpos de ellos no son utilizables y tampoco podemos clonarlos para implantar el alma de los originales en un cuerpo que no esté envenenado por radiación. Por orden natural, el alma se tiene que envasar en un cuerpo sano para que no pierda los derechos de vivir. Una Quimera necesita de la fusión de diferentes organismos, en este caso un youse es la sintetización de un organismo y un objeto no orgánico tras la fusión de sus energías, almas y fuerza externa. Esto es parte de la vida, a veces de entre todas las elecciones que deberán tomar, tendrán que elegir la menos dolorosa.

Los dos pequeños no tenían más remedio que creer en las palabras de la persona a la que Rey había acudido por ayuda. Los hermanos parecieron tratar de respirar determinación. En el último momento, ellos tuvieron que voltear sus rostros para poder apuntar las armas que portaban en dirección a quienes los habían acompañado por tanto tiempo. Rey, por otro lado, sabía y entendía que existían otros medio menos complicados para revivir a cualquier criatura, aun así, no entendía por qué el anciano se valía de ese en específico. “Él, en verdad, se está tomando más trabajos de los que no debe. ¿Por qué? ¿Qué pretende?

Melody: —Dejar expuesto tu punto más débil —dijo al oído de Rey.

History: —Te encariñas con las criaturas a tu alrededor —dijo al otro oído.

Aunque la acción estaba impulsada por motivos e ideas de que con este acto podría salvar a sus compañeros, no era suficiente para ninguno de los tres pequeños. Todo el tiempo que pasaron dentro del riguroso entrenamiento, los jóvenes aprendieron a cuidar, no a dañar y evitar perturbar el descanso eterno de alguien que dejaba la vida. Aun así, el sonido fino de los objetos de combate se abrió paso junto con el grito de los muchachos. Jhades sintió asco por sentir semejante sensación en sus manos. Dante sintió pena. Rey sintió también que no era lo correcto, pero debía hacerlo.

Las ensangrentadas armas atravesaron el lado de mayor vitalidad que le restaba a los cuerpos muertos. Rey y sus hermanos experimentaron una sensación desagradable, una sensación que no podían ser capaces de describir, pero sí sentir. El dolor ajeno, no era correcto aprovecharse de alguien que no se podía defender, mucho menos de un ser tan querido. Ante los ojos de los tres hermanos, los cuerpos en descanso comenzaron a disiparse en el aire. Querían, pero siquiera podían reaccionar ante la ida física de los restos de sus seres más preciados.

—¿Qué está pasando? — preguntó confundido quién no tenía apellido.

Deseoso de querer retener con sus manos todo aquel brillo que se desvanecía en el aire, el pequeño de ojos blancos preguntó en llanto:

—¿Por qué se desvanece?

Rey enfocó su mirada en a quien le había preguntado, pero no daba respuestas. La expresión de indiferencia que dominaba el rostro del Gran Mago Sabio lo irritó de tal manera que casi no dudó en salir disparado a pedir a la fuerza una explicación convincente.

—No lo hagas, te está probando una vez más —dijo Melody.

—Quiere ver que tan manipulable eres —acotó History.

Con el pasar del tiempo…

—Rey…

Una voz desconocida, tanto como enfurecida, se hizo detrás de los hermanos.

Atónito, Rey decidió girar su rostro.

—¿Te escuché hablar? —Hasta hacer contacto visual con White y continuó hablando, aunque aún le costaba trabajo poder creer lo que estaba viendo—. ¿Esa es tu voz?

—No —respondió White, y enfurecida continuó—: No puedo hablar… Eres tú quien me puede escuchar…

Rey no podía encontrar las palabras para pedir perdón y decidir si dicha disculpa terminaba ofendiendo a la magnífica bestia que había regresado a la vida. Jhades y Dante salieron desprendidos a abrazar aquellos seres, que regresaban, por ser preciados para ellos. Rey se quedó en el lugar, como mismo alguien que había olvidado cómo moverse. White dio un paso adelante; era su manera de llamar al joven que vacilaba en expresar lo que sentía. Rey recuperó el control de sus piernas y, con apuro, avanzó, dio un paso detrás del otro hasta dejar caer su cuerpo sobre la bestia blanca y sostenerse de la misma con tan solo sus manos. Escondiendo su rostro entre los sedosos pelajes de quien siempre le acompañaba, Rey abrazó con fuerza a la criatura que creyó no volver a poder ver jamás.

—¿Por qué lo hiciste? —volvió a la pregunta que aún le restaba en el interior.

White abrió su corazón al chico que tanto apreciaba sin dejar de observar al Gran Mago Sabio:

—Me di cuenta de que te valoro más que a mi propia vida. Que era mi turno de no dejarte morir —dijo ella.

Enfurecida, tras percatarse del delicado estado emocional de su ahora amo y no compañero, reservando muchas palabras que expresarían el porqué de su enfurecida expresión, decidió agregar lo siguiente:

—Rey, mi padre no murió en deshonra, murió luchando y ahora vive en ti. Quiero que dejes de intentar seguir reviviéndole, que no te culpes, que le dejes descansar en paz y aceptes lo sucedido… No es tu culpa, las intenciones son lo que cuentan, pero no dejes que su sacrificio sea en vano.

El pequeño entendió las palabras de su compañera. Revivir a alguien que se hubiera sacrificado era la forma de deshonra más grande que podía existir para un guerrero. Guardando silencio, Rey asintió ante las palabras como quien quería llorar. Perder el peso de una carga tan pesada en los hombros era liberador, al mismo tiempo que refrescante. Por otro lado, Dante en lágrimas dijo:

—Prometo… cuidarte mejor de ahora en adelante.

—Deja de actuar como si fueras invencible y dame más comida de vez en cuando —dijo Dragonidas.

—Me alegro de que estés vivo —dijo Jhades, mientras la felicidad adoptó la forma de lágrimas que abandonaron los ojos del vampiro.

Tanto Dante como Jhades se mostraban más exaltados que Rey, ignorando el hecho de que sus youses se veían con mejor constitución que White, mejores pelajes y hasta músculos con mayor prominencia. Ellos ignoraban las consecuencias que traía la resurrección, así como Rey ignoraba los beneficios que tenía la muerte.

“Regresar a la vida es una maldición, por así decirlo”, pensó el pequeño sin apellido. Ahora que su compañera había sido revivida como objeto, revivió con un propósito: servir y no vivir. “Aun así, me preocupa su enojo acompañado por una naturaleza desobediente ante las palabras del anciano”.

A los ojos de Rey, y para no perder credibilidad dijo:

—Vengan y siéntense —sugirió el Gran Mago Sabio—. Les debo muchos conocimientos que en este momento necesitan —apenas los tres pequeños tomaron asiento—. Sus compañeros, tras este ritual, regresaron a la vida, no como animales, sino como youses. Así se los conoce a esos seres que se les impone las características de un objeto. Técnicamente, son animales con una función o propósito determinado. Esta función es basada respecto al objeto con el que se los fusione. En este caso, lo que trajo a la vida a sus compañeros fue el propósito de un arma, arma que como, lograron experimentar, puede ser capaz de dañar o proteger, según sea empleada. Cuando el arma no pueda seguir ejerciendo su propósito, hasta ese momento la vida de sus compañeros terminará. Les espera un mundo cruel en el cual un arma significa una ventaja muy grande al luchar, como también puede ser un factor que les impedirá seguir desarrollando sus propias habilidades. Ahora, con el tiempo, ellos pueden retomar la libertad que perdieron y encontrar otro propósito… En ese momento y solo si no mueren antes, dejarán de ser youses.

De entre los tres hermanos, Rey nuevamente fue el único en percatarse del elevado precio que tendrían que pagar por el resto de su vida. Por primera vez, el joven de ojos blancos sintió el olor, frío y textura de una cadena que nadie podía ver entrelazando su cuerpo con el de White. Consciente del enojo de su bestia blanca, Rey hizo espacio para palabras de manera que solo ella pudiera escuchar.

—Comprometido estoy por mi egoísmo. Por beneficiarme a mí mismo y buscar alivio en mi corazón, terminé siendo arrastrado… El resultado que tanto exigí fue cumplido, pero este es el precio… Terminé arrancándote la libertad, mi magnífica bestia blanca, bestia que terminó convirtiéndose en un objeto con la obligación de cumplir su propósito. Ya no es tu decisión estar a mi lado, es tu deber… comprendo que no estés feliz.

—Rey —inició White, bajando la gravedad de su voz—. No debes preocuparte. En el pasado pude haber tomado un camino diferente al tuyo, pero me di cuenta de que esa decisión me haría sentir triste. Desde el primer momento en que nos encontramos, cariño y apego hacia ti comenzaron a desarrollarse en mi corazón. Nunca me abandones. Nunca creas que seré capaz de soportar, tener que presenciar tu ausencia. La raíz de todo mi enojo no es que sea incapaz de decidir, sino que en mi muerte fui capaz de recordar quién manipuló la situación para que padre luchara por desespero contra Wulfgang. Quién hizo que madre saliera a buscarlo y nos dejara solos. Quién me separó de mis hermanos. Quién me puso en el sendero por el cual tú caminarías… Fue él… Me irrita que nuevamente sea él quien nos hace estar juntos… Aunque también puede ser mi imaginación, creo que me estuvo utilizando desde un principio…

“¡Hmmm!, él perfectamente puede ser capaz de semejante acto. Pero el hecho de que se dejara ver y que ahora lo recuerdes tiene una razón”, pensó Rey intrigado, quien agregó en voz alta:

—Entiendo. Estoy de acuerdo contigo. Existen muchas cosas sobre él que no encajan… Existe la posibilidad de que yo le haga falta, pero por esa razón tal vez aún estoy vivo —dijo Rey.

Cuando el joven sin apellido levantó su mirada se encontró con los ojos desafiantes del Gran Mago Sabio, ojos que mostraban su fascinación ante lo que presenciaba y había escuchado.

—¡¿Está escuchando nuestra conversación?!

—Sí. Estás en lo correcto… puedo escuchar lo que hablas, ver lo que haces, tener una idea de lo que sientes, pero no puedo saber lo que piensas.

El anciano se comunicaba en una frecuencia diferente con sus pensamientos, aunque estaba hablando sobre otro tema con los otros dos hermanos.

—Rey, no eres quien esperaba que fueras: has resultado muy diferente. ¿Cómo explicarlo?

Las últimas palabras del anciano llenaron de dudas el interior del chico de ojos blancos y despertaron un gruñido del gran felino.

—Como si otra voluntad poco predecible condujese tus acciones, mientras que la otra duerme renuente a despertar. Eres una excepción a la regla del orden natural, pero aun así no te desvías de estas. Con tu cuerpo experimentas sensaciones que provocan emociones, emociones que avivan los ánimos de infundir fuerza en las decisiones que tu voluntad decide tomar. Apreciar es la cualidad más primaria de los seres emocionales. Es la herida por la que los sentimientos pueden entrar e invadir tu cuerpo, humanizándolo, por así decirlo. ¿Acaso crees que podrías odiar o amar a alguien que no te importara? Sí, fui el responsable de las emociones que desarrollaste en tu tiempo de entrenamiento. A ti y a tus hermanos fui yo quien los volvió más emocionales, pero no tienes como probarlo. No me mires como si fuese un enemigo; ahora que deseaste aceptar darme la respuesta que necesitaba, mírame como la vida que te está preparando para lo que se aproxima.

Los ojos del Gran Mago Sabio se cerraron una vez más. Calmado el que había tenido todo un monólogo con Rey, estaba casi llegando al final de la conversación que tenía con los demás presentes. En voz alta, Rey se propuso confirmar la duda que aún le quedaba:

—Nuestros youses, ¿corren peligro de morir físicamente si en un enfrentamiento destruimos nuestras armas de tanto usarlas?

—Efectivamente —respondió el Gran Mago Sabio. —Pero no se preocupen, les puedo asegurar que las armas que poseen son bastante resistentes.

Rey achicó sus ojos, tal vez la catana de Dante y las pistolas de Jhades se regían por estas palabras, pero sus ojos de muñeca no. El anciano estaba escondiendo la verdad y la prueba eran las melladuras que se podían ver en el filo de sus armas. Un sonido enfurecido captó la atención de los presentes en la cima de la montaña. Fue el aviso previo al violento impacto de una enorme criatura contra el lado opuesto de la colina que hizo estremecer todo. Gracias a la ausencia de árboles al pie de la colina, los pequeños corrieron y sin mucho esfuerzo vieron algo que escapó a sus conocimientos.  Un pequeño gigante que vestía armadura completa. Con tono despreocupado, dijo el Gran Mago Sabio:

—Un Cerbro, parece ser el último de los enemigos. Esa criatura es un hijo directo de los Hecatonquiros... Aunque son temerarios, quedan pocos, debido a las guerras entre dioses y titanes; ellos fueron quienes constantemente sufrían la mayor cantidad de pérdidas. Manténganse alejados del peligro como su madre les advirtió; yo voy a dar un vistazo a la residencia a ver cómo esta Silvia…

Mientras se marchaba el anciano pensó: “El cambio de energía y emociones crean reflejos involuntarios en tu cuerpo, así como también pueden generar microimpresiones... Alguien que está experimentando un déficit de energía y lo sabe emocionalmente, no puedes esconderlo, ni escapar, ni luchar… Solo queda una opción. Sería muy inconveniente para mí que les sucediera algo estando bajo mi cuidado, o ¿no? Rey, no espero que me defraudes, sabes lo que tienes que hacer”.

Rey mantuvo la mirada en el anciano que jocoso se marchaba y sin duda algo tramaba. El momento se aproximaba, debía de estar preparado, pero “¿para qué?”, se preguntó. No era muy difícil deducir lo que pensaba el anciano, ya que la manera como se retiraba lo dejaba bien obvio. “Se está alejando para que, cuando suceda algo, no sea culpable…”.

“Les espera un mundo cruel en el cual un arma significa una ventaja muy grande al luchar... Mírame como la vida que te está preparando para lo que se aproxima”., palabras que dijo y me dejaron un sabor amargo… Esos a quienes amo y estimo son mi debilidad. El hilo del vestido del cual Edith me habló… ahora todo concuerda. De esto siempre se trató. Como alguien reencarnado no puedo morir hasta que cumpla con un propósito, pero aquellos a mi alrededor sufrirán las consecuencias de mis actos. ¿Cuál sería mi propósito? ¿Cuándo podré morir? No tengo la respuesta, pero al menos ahora creo saber lo que se aproxima… pero…

La gigantesca bestia se levantó tan rápido como pudo para, de un salto, destruir el suelo y regresar al lugar del cual fue despedida.

“Me siento atado por el miedo a lo incierto y la precaución extrema de perder a aquellos que me rodean”, se dijo el pequeño de ojos blancos apagados por un momento. “Esta sensación, la angustia que siente mi interior por el hecho de poder perder algo, actúa como una especie de frontera que solo limita lo que puedo llegar a ser. En verdad he quedado en sus manos. Maldito seas Gran Mago Sabio. ¿Cómo podré conocer mis límites en el mundo cruel que me espera? Esos límites que eventualmente deberé de poner a prueba para seguir adelante si antes tengo que proteger algo. Tal vez pudiera ser mucho más fuerte si no tuviera nada que perder. El camino es solitario. Entonces, ahora que me he vuelto más defectuoso a los ojos de él, dónde será el mejor lugar para que yo pueda esperar el momento en el que todo suceda. Sí, sus palabras siempre fueron advertencias”, se dijo el pequeño sin apellido mientras observaba a White a su lado.

—Dime, Rey, ¿acaso no te asusta el miedo a no hacer nada y también poder perder algo para siempre? —preguntó White.

—Sí —respondió Rey.

White, cual si fuese una mujer frustrada:

—Solía sobrevivir por un simple instinto básico de saciar y complacer las necesidades de mi cuerpo. Pero experimenté la muerte y me hice consciente de algo: me di cuenta de que no viví todo lo que quise haber vivido a tu lado. No cometas mi error y te entregues a lo que no conoces por pensar simplemente en lo que puedes llegar a ser. Estoy contigo precisamente porque me convertí en la frontera que te protege de un suicidio y también de tus enemigos. Lucha si vas a luchar, descubre tus límites si los quieres descubrir, pero todo esto dentro de los márgenes de vivir un futuro. Un futuro juntos por siempre…

Rey, por un segundo, se llevó la impresión de que su compañera, además de aprender a hablar, había aprendido a sentir. Cambiando el enfoque de su mirada y dejando los sentimientos complicados hacia un lado, Rey también notó que ninguno de los adultos se encontraba en modo coloso, ya no existían gigantes. Solo una tenue brisa de aire, sangre y destrucción. Reflexivos, los ojos del pequeño sin apellido, que consentían lo que su acompañante le había dicho, se cerraron por unos segundos.

Más al tanto de la vida, dichos ojos se abrieron al mundo, decididos y llenos de poderío. Rey tomó el liderazgo, hizo que su compañero felino se transformara en las hojas afiladas, y desprendió en una carrera dirigiéndose a donde la bestia había saltado, pues alrededor de ese mismo lugar se debían encontrar sus padres y los demás miembros del clan.

—¡¿Qué haces, loco?! —preguntó Jhades—. ¡Ahora que llegamos te vas a marchar!

—Aquellos que más anhelan… está ahí adelante —respondió Rey—. Síganme si así lo desean.

Jhades no entendió la aclaración ni el comportamiento de su hermano sin apellido. Pero ¿qué mejor momento para que un depredador estudiará a su oponente que cuando este estuviese ocupado? Además, también junto a los mayores se daría paso la reunión y con el combate llegado a su conclusión, también podía haber una celebración. Jhades tomó las dos pistolas que quedaron flotando y también corrió. Dante, como perro que retiraba sus orejas hacia atrás, dijo:

—Ese es el camino equivocado. Hermanos, ¿que no lo entienden? Este es el mejor momento para poder escapar, no ir en dirección a nuestros padres —dijo agachando su cuerpo como quien pretendía retroceder.

El lobezno estaba exaltado, sabía que su hermano se dirigía al peligro, pero, al contrario de estos, no entendía que en aquel lugar no existía salida, mucho menos escapatoria, aunque fuese lo que más anhelara. En esa dirección estaban todos los que podían terminar con la vida de crías defectuosas, estaban quienes tenían que ser estudiados.

—Solo síguenos, necio. Este lugar no es más que una delicada burbuja rodeada por llamas. Querer escapar nos pone en peligro —le dijo Jhades a Dante.

El lobo, sin más remedio, tomó a su acompañante, quien se trasformaba en catana, y corrió detrás del híbrido y el vampiro insultando a los mismos entre los dientes.

Ahí estaba Wulfgang luchando de frente contra el Cerbro mientras envolvía su cuerpo en un pelaje rojo llameante. A las miradas de los tres pequeños observadores que recién llegaban, el poder destructivo, las intenciones asesinas y el espíritu de lucha que el lobo y los demás expulsaban era algo salido de otro mundo. Maryam tenía toda una inmensa armadura negra con la cual triplicaba el tamaño de su marido y rivalizaba en fuerza bruta contra las mismísimas bestias encolerizadas que pretendían enfrentarle, así fuera en la tierra o suspendidas en el aire. Heroclades siquiera se esforzaba en usar hechizos, solo cargaba de un lado a otro sobre en su hombro a la elfa protegida por una enorme serpiente de madera con ojos verdes. Todo el bosque estaba bajo el control de Ehimus, ella hacía de cada hoja que caía una agresiva jabalina que se estiraba hasta atravesar al objetivo. Metales que alumbraban y escurrían electricidad blindaban el cuerpo de Miján, el cual obviamente estaba al control de toda una horda de objetos voladores. Katherine bailaba en una danza de sangre, agua y vientos, con la cual cortaba y destrozaba las extremidades del enemigo.

Entre todo el caos organizado, el lobo pasó entre los ataques de sus compañeros sin ser tocado y corrió en dirección al Cerbro. El hijo de uno de los Hecatónquiros arrojó su mejor puñetazo hacia Wulfgang con la intención de finalmente aplastar al mismo. Cuando el puñetazo impactó contra el suelo, el lobo con agilidad se le subió en la mano y continuó con su carrera en dirección al rostro de su oponente. El enojado padre envolvió su puño derecho con una inmensa bola de fuego. Apenas llegó a la altura del hombro de su enemigo, Wulfgang saltó, ocasionando así que fuera ineficaz el siguiente ataque del gigante que terminó pegándose a sí mismo. De un golpe bien proyectado, el lobo le destrozó por completo la cara al gigante e incluso hizo que el mismo se levantara del suelo envuelto por llamas con hambre de carne. El gigante, debido al inmenso dolor por el que estaba pasando al tener que experimentar cómo sus ojos y cuerpo eran consumidos por las llamas, enloqueció y agitó sus manos con la intención de apagar el fuego que le envolvía el cuerpo.

Uno de los desesperados manotazos impredecibles casi impactó contra el lobo, que aún suspendía su cuerpo en el aire. En caída, con las garras de su mano derecha, Wulfgang atravesó los blindajes y la gruesa piel de la bestia justo debajo de la caja torácica de esta. Tal cual papel, fue dividido en dos con tan solo el filo de una tijera que no necesitaba cerrar para cortar. Toda la piel de la barriga del gigante pequeño de cuatro brazos incendiado se abrió en dos pedazos. El gigante segado intentó sostener sus órganos con una mano y golpear con la otra al agresor, pero tan pronto como la mano estuvo a punto de proyectar el golpe, la misma fue separada del cuerpo y cayó en el suelo. Los pequeños espectadores se dieron cuenta de algo y Rey fue el primero en comunicarlo:

—Detrás de ese rostro que expresa una permanente tristeza, existe alguien a quien temer. Con razón aún seguimos vivos. Es más fuerte que nosotros juntos.

—Ni en un millón de años podremos vencer a nuestros maestros si llegaran a luchar contra nosotros con seriedad —agregó Jhades.

—Esa sonrisa que parece permanente… esos ojos que se hacen imponer. Mis piernas se aflojan y mis manos tiemblan —dijo Dante.

Con tan solo un revés de sus garras, Wulfgang fue capaz de cortar el brazo descuidado que pretendió golpearle. Aún, encendido en fuegos como una antorcha, el padre se lanzó al rostro de la bestia y, tan fácil como en el inicio, también cortó el otro brazo del gigante, cuya piel y carne ya estaban devoradas por el fuego. Después el otro brazo y el último. El lobo triplicó toda la masa muscular, también su estatura, con la intención de autocapacitarse para el siguiente movimiento. De la manera más bárbara que pudo proceder, Wulfgang tomó los intestinos que colgaban fuera de la barriga del gigante para luego volver a subir con velocidad y rodear la gran cabeza rostizada varias veces.

Antes de caer en el suelo, el Cerbro ya estaba siendo asfixiado por sus propios órganos. Sin brazos para poder liberarse o aliviar su asfixia, el pequeño gigante cayó de frente en el suelo, mientras que la humedad de la sangre que le recubría los intestinos facilitó que estos siguieran apretándole el cuello. Wulfgang tiraba con todas sus fuerzas de los intestinos tensados y enrollados en la garganta a su enemigo. Para el lobo rojo no fue suficiente que su oponente dejase de retorcer en el suelo. Siguió apretando, tirando y escurriendo el cuello con los intestinos que tenía en sus manos. El sonido de huesos y ligamentos cediendo se dio a escuchar para, poco después, la satisfactoria sensación que provocaba separar la cabeza del tronco de un enemigo. Levantando su mano, el licántropo señaló como quien estaba buscando más oponentes, pero todos los enemigos no hicieron más que huir.

El pequeño gigante estaba muerto. Los pocos monstruos restantes temieron ante la presencia del lobo rojo y aquellos que le apoyaban. Habiendo resuelto el problema de los cazarrecompensas, la mirada desafiante de Wulfgang observó en dirección a sus hijos escondidos tras los arbustos. Caminando como quien recién salía de una refrescante rutina de ejercicios, el líder del grupo habló:

—El día en el que puedan entender esto que ahora siento está lejos de llegar.

Los demás presentes abrieron paso y dejaron de hacer ruido, al mismo tiempo que el lobo Fang continuó:

—Desobedecieron los consejos de su madre. Un castigo tiene que ser dado. No tendrán más remedio que odiarme —dijo Wulfgang atemorizando a sus hijos, quienes curiosos habían permanecido ocultos, estudiando los movimientos de todos—. Dante, Jhades… pueden quedarse en donde están. Hablaré con ustedes después. Rey, acércate… Maryam me contó. Para ti, es tiempo de que mueras apropiadamente. No existirá mejor momento que este, pues este será el último y el único para ti. ¿Tienen algo que decir al respecto?

Katherine tomó su espada, se la llevó al hombro y caminó hacia delante como quien estaba ansiosa de que llegase el momento. A ella no le importaba si el pequeño la odiaba por el resto de la vida, puesto a que ya había tomado la decisión de hacerlo. Los presentes del clan se detuvieron y guardaron silencio.

Sin más remedio que salir de donde se escondían, los tres pequeños se pusieron en pie.

Rey sabía que el miedo era quien generaba confusión y avanzó a pesar de que su nombre fuese mencionado y evidentemente tuviera que morir en las manos de la vampira musculosa como proceso de iniciación. “Y ¿si mi teoría de no poder morir está equivocada? ¿Este es mi propósito? Maryam parece estarse sobresforzando para que el veneno en mí y en mis hermanos no se siga desarrollando”. Dante y Jhades miraron a su hermano, el mismo que había sugerido ir hasta el lugar y ahora sería sentenciado a muerte por Katherine. Ellos dos dudaron en haber tomado la mejor decisión al querer escapar y, en cierta forma, se alegraron de no haberlo hecho exitosamente y seguir los consejos de Rey, pues gracias a eso padre los había perdonado con tanta facilidad. Pero, de cierta manera, sentían pena por la situación de su hermano.

Se dijo Rey: “No, la inseguridad me hace más manipulable. Yo no puedo morir… no ahora”. Apenas el pequeño caminó en dirección a los demás, se detuvo y, mirando a Heroclades a los ojos, ofreció una discreta sonrisa de agradecimiento. Su maestro estaba preparado para defenderse de la situación, pero con ese gesto se quedó confundido.

—Padre, madre, maestro y compañía —Rey habló—. Agradezco el tiempo que pasamos juntos y no me arrepiento siquiera un segundo. De aquí en adelante, haga lo que haga, lo disfrutaré al máximo… Esa es mi convicción y la respetaré al máximo. Aunque termine en mi muerte, seguiré apreciando la vida… me temo que tendré que estar lejos de ustedes.

Las palabras de despedida confundieron a los presentes. Wulfgang y Maryam, como padres que eran, conocían que su hijo sabía algo, no por lo que dijo, sino por como lo había dicho. La expresión soberbia de alguien que se estaba preparando para un gran suceso. Katherine, temiendo lo peor, levantó su brazo diestro y, acto seguido, dio un sablazo descomunal con su espada, la cual se quebró en mil pedazos al impactar contra la dureza de la defensa más sólida de la creación. Junto a la sombra negra que hacía como escudo y había aparecido de la nada, la personificación de una garganta dimensional se dio lugar y, cual criatura que vivía, devoró todo a la redonda, incluyendo a los tres pequeños.

Heroclades, incendiado en rabia, gritó al hacer estallar su energía de forma luminosa:

—¡¡¡Hades, no te atrevas!!! Para, acto seguido, clamar—: Zona cero —y detener el tiempo.

El licántropo y los otros ahí presentes corrieron entre los fragmentos de espada que aún flotaban para tratar de salvar a los más pequeños. Aun así, a toda velocidad y con el tiempo detenido, no llegaron a tiempo. Lobato Wulfgang pudo introducir tan solo los ocho dedos de sus manos en la garganta dimensional, y con todas sus fuerzas intentó reabrir la fisura. Maryam multiplicó por mil la fuerza, agilidad y resistencia de los presentes mientras, transformado su cuerpo en humo negro, trató de arrojarse por la fisura junto con sus hijos. Ehimus cuarteó en pedazos el escudo de sombra con su mano y a su vez duplicó y triplicó la energía de los miembros que estaban a su alrededor. Katherine hizo de todo el lugar un vacío absoluto, el cual condensó el aire en una fina capa casi imperceptible alrededor de los cuerpos aliados, mientras que cualquier otro objeto, criatura o materia se desintegraba en el ambiente por la fuerza del vacío. La combinación más peligrosa de habilidades que podía existir y, aun así, el agresor desapareció, mientras que la garganta dimensional se disipó llevándose consigo a los tres niños y eliminó todo rastro de sí.

El tiempo volvió a la normalidad, el espacio también y los cuerpos. Pero perduró la emoción de impotencia junto a los gritos de una madre preocupada que se dieron a escuchar. Maryam apareció arrodillada en el suelo llorando. Wulfgang bajó la cabeza, mientras que los demás miembros de la manada gritaron su ira y al Gran Mago Sabio, quien venía por el camino, se llevó las manos a la cabeza como quien se encontraba con algo inesperado.

Ahí, en la singularidad de un espacio, los tres pequeños se encontraron flotando. En la ausencia del lugar, la luz se alejaba. Se sentía frío. También alivio. Ellos no pudieron gritar, tampoco moverse. La carne, sangre y huesos se sintieron mucho más pesados de lo normal. No pudieron hacer más que perder el conocimiento mientras nuevas cadenas quedaron bordadas entre los encajes de la magnífica creación.

Rey, lento y como quien flotaba por el espacio, pensó: “El principio comienza en este lugar. El frío de la ocurrido reclama cada parte de mi adormecido cuerpo que se niega a descansar. Estoy, por fin, a la deriva de un sitio nuevo. Todo ha sido engullido por la oscuridad. Pero nada puede controlarme ya. Ahora puedo avanzar sin temor a morir. ¿Esto es ser inmortal?”.

Dentro de un templo ubicado en medio de un interminable campo de flores, las hijas de Afrodita cantaron al cielo canciones de aventuras, guerra y tragedias. En la cima de un gran risco, Siddhartha mostró una discreta sonrisa en aceptación de la situación. Sobre su trono, Gilgamesh extendió la copa que sostenía en su mano derecha, y tras voltearla, vertió sobre el suelo el vino que esta contenía. Sosteniendo su guadaña, Áyo reflejó preocupación en su rostro mientras observaba al Dios de armadura azul que le acompañaba. En la cama que más prefería, Zeus tiró de los cabellos de su amante y aumentó la frecuencia de sus embestidas. Al lado de la entrada del infierno, Uriel salió de dentro de las flamas de un candelabro para agachar su cabeza en señal de respeto. De entre los inmensos barrotes en las profundidades del abismo, una misteriosa sombra sonrió ansiosa por realizar el plan que llevaba entre manos. En la entrada del Bosque Siempre Cambiante, Miguel, quien llegaba, respiró hondo mientras acariciaba la cabeza de una de sus más preciadas bestias, quien preocupaba buscaba a su pareja desaparecida. En un mundo de ciudades errantes, un sujeto de cabellos blancos se colocó las manos en la cabeza y gritó al aire sus penas. Dentro de una nave perdida en el espacio, un vampiro dejó de sostener la mano de piel escamada que le animaba, abandonando así los deseos de seguir viviendo. Un gran militar humano con las siglas de [OEM] en su hombro, sacudió la mano de Árjos.

“Hijo sin apellido nacido en el infierno. Puedo asegurar que muchos sintieron el impacto de tu llegada al plano material”, pensó el Gran Mago Sabio mientras convencía a Wulfgang y a Maryam de que no podía ayudarles a salir del infierno. “En la tierra donde reinan los humanos cargarás con una maldición y el cuerpo envenenado. Deberás mostrar tus ojos a todo aquel que desees mirar, mas sufrirás por la debilidad ante la jauría de humanos ansiosos y aún más encendidos en furias después de haber visto lo que es el infierno, quienes reclamaran venganza por los caídos en combate… Eres el portador de la representación del todo en el cosmos, así como el reiniciar. Hazte fuerte para que cumplas tu propósito, o hasta que muestres lo que te hace irregular —dijo El Gran Mago De-Sabios, sitio sobre el Empíreo.

The End