Una casa y cinco jóvenes

Chapter 9
Verte comiéndole


Aunque los gritos eran del placer, perfectamente podrían estar combinados con dolor cosa que hizo a Elena anticipar la situación y obligar a que las piernas de su amiga bajarán y con un fuerte agarre a la cintura de esta, impedir que escapara en caso de que lo intentara.

Rey, con una sonrisa en su rostro, tomó las manos de Juliet para también tirar de esta. Era la primera vez que sentía como su verga se abría camino hacia el interior de un agujero casi cerrado. Como si la carne y el frenillo de su pene fueran a romperse y retroceder en cualquier momento al mismo tiempo que su glande sentía los latidos de un corazón, él siguió encajando su hierro en el agujero.

—¡No me duele! ¡Ni me quema este hierro caliente que me estás metiendo! —Grito Juliet con lágrimas en los ojos—. ¡Sigue y no te detengas! ¡Ayúdame a clávame toda esta verga!

¡Ahhhhhh!

“En verdad se está esforzando.” Se dijo Rey, enternecido por la dedicación de Juliet. “De no haber arreglado su condición médica, ella se hubiera muerto al meterse esta cantidad de mi verga en su cuerpo. Pero ahora, con un coño que perfectamente puede traer a la vida algo tan grande como un bebe de nueve libras, mi verga tiene espacio para ser asimilada.”

En el momento en que la pelirroja dejó de apoyar el peso de su cuerpo con sus pies y literalmente se sentó sobre la verga erecta de Rey, Elena asumió que la penetración no sería una tarea fácil. Aun así, obedeciendo los gritos desgargantes por parte de la pelirroja, la rubia forzó a su amiga a bajar más, hasta que todo el cuerpo de esta dio un paso hacia abajo.

El coño de la pelirroja cedió y partió de una, asimilando más de la mitad de la verga de Rey. Con la cantidad suficiente de verga dentro de su raja, Juliet pudo apoyar sus rodillas sobre la cama, cosa que le hizo aguantar la respiración por los calambres tan intensos que casi le doblaban las piernas.

Elena quedó observando un hilo de sangre brillante que bajaba por el tronco del pene de Rey, aun así, no lo pensó dos veces y comenzó a chuparle el culo a la pelirroja que hacía lo más humanamente posible para no moverse.

Juliet se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar, su cara se enrojeció, y las venas se le salieron por el dolor de soportar partirse en dos. Aun así, ella reía de placer, tanto que podían llamarla loca.

Con más fuerza que habilidad, Rey cargó el cuerpo de la pelirroja para llevarse el coño abierto y sangrante hasta la boca.

Haciendo que su lengua creciera lo suficiente como para extenderse y recorrer el interior de la pelirroja, él lamió, chupo y trago varias veces, reparando los daños y desgarros que ahí estaban. Haciendo de la cueva un lugar más hospitalario para su verga.

Elena, arrancada de su plato favorito, se armó de mucha paciencia y vio todo esto impresionada, claro, moviendo a un lado la verga enrojecida a punto de estallar.

Una vez Rey terminado con sus tareas orales, regresó a Juliet de vuelta sobre su verga y le dejó caer para enterrársela por segunda vez, más fuerte que la primera.

“Ahora sí”, se dijo Rey quedándose más tranquilo.

Una vez más la magia del placer que sustituyó al dolor se dio lugar dentro del órgano amatorio de la pelirroja que reviro sus ojos hasta perderlos. Elena, con su plato de vuelta, no se contuvo tampoco y como curiosa que era, adentro dos de sus dedos en el culo de su amiga para sentir de otra forma la verga que procedería a entrar y salir.

Despojada de tener que aguantar la hiriente sensación de frotar una cortada abierta, Juliet no tenía más que hacer que no fuera portarse bien y entregarse al placer. Notando sensaciones tan únicas como nuevas, sus tetas perforadas se pusieron muy duras. Cogiendo y tirando de sus pezones, Jul comenzó a moverse por sí sola sobre aquella gruesa verga, que más que un hierro, ya era todo un manjar que su coño no quería dejar de comer y tragar. La pelirroja subió y bajó, una y otra vez, rápido y lento, hasta sacarla y luego enterrarla tanto como para chocar sus nalgas contra la base. Por primera vez en su vida, se notaba que la pelirroja no podía parar de disfrutar y poner atención a todo lo que podía sentir su coño con cada nuevo movimiento. Gimiendo, mugiendo y resoplando, Juliet no era capaz de controlarse por el placer que estaba experimentado entre sus piernas.

Elena, viendo que toda la sangre estaba siendo lavada por los fluidos vaginales, decidió dejar de usar sus dedos y volver a emplear la lengua que tanto deseaba probar la sustancia viscosa y blanca que estaba viendo salir de dentro de Juliet. Chupando verga, coño y culo a la vez, la rubia dejó salir su imaginación y comenzó a frotar su clítoris contra el pie de Rey. Con el coño empapado de fluidos, no le tomó mucho tiempo para lograr encajar el dedo gordo de este hasta el fondo y cabalgar como toda una vaquera.

Juliet encorvando su cabeza como quien tenía que ver algo para creerlo, pudo verse la barriga, las tetas que le colgaban y como estaba abierta de piernas sobre el cuerpo fornido de un chico. Ella nunca había alcanzado a verse el clítoris, no era que no fuera lo suficientemente flexible, sino que no tenía porque estaba cubierto por carne. Pero, para su sorpresa, en ese momento, en frente de la inmensa verga que no daba espacio para que nada se escondiera, estaba un pellejo que retrocedía y dejaba al descubierto una bolita de carne roja bien salida. Mismo botón de placer que hacía contacto contra la pelvis de Rey provocando que todo se sintiera más rico.

—¡¡¡Ohhh!!! ¡Qué bien se siente esto, coño!… ¡Manda vergas! Rey, ¡muérdeme! —dijo Juliet al bajar con fuerza y echarse hacia adelante dejando su cuello expuesto.

Rey, eufórico de pasión y encendido en deseos, clavó sus colmillos salidos hasta la mitad en el cuello que se le ofrecía y acto seguido disfruto del agudo chillido que la pelirroja dejó escapar. Aun así, la chica siguió retorciéndose, por lo caliente que le hacía sentir esa situación tan deseada. Sin miedo de ningún tipo, Juliet casi que imitó los frenéticos movimientos que hacía Elena sobre la verga que incluso llegaba a deformarle la barriga. Como si ella ya no sintiera dolor alguno y estuviera poseída por la lujuria.

De pronto el sólido sonido de una nalgada se dio lugar, luego otra y otra. Elena estaba celosa y poniéndole las nalgas rojas a su amiga, fue la única manera en la que la rubia pudo dejar salir su frustración. Por otro lado, Rey dejó su carácter pasivo y comenzó a darle embestidas a la chica que le estaba devolviendo la mordida sin contenerse.

“¡¡¡Dolor, rabia y enojo hacen de esta verga mía una despiadada máquina de sexo!!!” Pensaba Rey entendiendo que estaba lejos de alcanzar el orgasmo, en parte por el dolor en el cuello que le provoca una mordida de dientes poco afilados y por todo lo que tuvo que hacer para follarse a la pelirroja.

Por otro lado, casi que con toda la fuerza que su mandíbula podría generar, Juliet mordía con tal de ignorar los corrientazos de la tercera corrida que estaba experimentado. Desde su perspectiva, ella siempre había imaginado encontrar más placentero hacerlo con lentitud, de forma sensual, sintiendo cada milímetro de la verga entrando y saliendo de su cuerpo, manteniéndose a punto de venir por cuánto tiempo pudiera conseguir. Pero, ante las ansias de Rey que le destrozaba a embestidas al punto en el que le dolería por días, no tenía la experiencia suficiente para contenerse ni controlar la situación aun estando arriba. No tan expertamente como Elena había conseguido.

Rey ya con un ritmo constante, abrió sus ojos y vio como Elena subía por la espalda de Juliet, cuál si fuese una leona en busca de comida. La rubia abrazó por detrás a la pelirroja, cosa que hizo a Rey apartar sus dientes de aquel cuello.

Juliet se levantó sobre el chico y aun dando sutiles meneos de caderas volteo su boca ensangrentada para besar a Elena quien le estaba agarrando las tetas. Una besó a la otra como si fueran novias de toda una vida, aunque la recibidora del beso ‘con sorpresa’ abrió los ojos y trató de resistirse, pero no pudo al ser tomada de los cabellos.

Tres cuerpos fundidos en uno, gozando sin rastros de sufrimiento alguno. Juliet que mantenía sus piernas bien abiertas, Rey que le levantaba en peso y la rubia que se encaramaban sobre ellos. Los golpes y gritos se escuchaban más afinados y fuertes. Las lenguas se buscaron unas a otras y las manos exploraron todo lo que tenían al alcance.

Tal vez por la indiscreción tan grande por parte de la espectadora, Rey no pudo evitar girar su cabeza y observar en dirección a la puerta. Allí, de pie junto a la cama, estaba Samantha. Ella había entrado en el cuarto de la forma más provocativa que una chica podría hacerlo. Sobre la cama se puso en cuatro mostrando su coño encharcado y su anito aún dilatado de la follada que había recibido el día anterior. Parecía un anillo, uno que como mismo lo hacía, una boca con forma de ‘O’ pedía ser lamida, chupada y poseída.

—¿Uniéndotenos? —preguntó Elena, tan pronto reconoció la presencia de la chica tradicional del grupo dentro de la habitación.

—Ustedes… locos… Juliet está sangrando por todas partes… esto no es sexo, es canibalismo… —dijo Sam.

—No si lo haces con un vampiro —se apresuró a responder Juliet—. Sabes, después de un rato su sangre no es que sepa tan mal…

—¿Y qué sabés de vampiros, Juliet? —Le preguntó Sam.

—Todo lo que leí en algunos libros sobre ese tema. Tener sexo con uno era una fantasía que me calienta un montón. Además… tal vez nos convirtamos en vampiras… no sé…

—Si no te desangras primero —afirmó Sam—. Rey ¿qué tienes que decir al respecto?

—No es que Juliet esté muy lejos de la verdad, —respondió el joven bien ocupado en dar embestidas de su verga contra el coño que no dejaba de sentirse apretado—. Pero tal vez ‘vampiras’ no sea el mejor término para definir en lo que se podrían convertir al consumir de mi sangre.

—Rey, deja los temas técnicos, —dijo Elena—. Sam, no sigas aguando la fiesta, ¿te vas a unir o no?

Juliet, quien sabía que no serviría de nada presionar a la trigueña, agregó con voz ronroneante —Elena me estuvo contando todo lo que hizo contigo… desde mi punto de vista, meterte toda esta verga por el culo es más salido que tomar sangre. Yo respeto tus gustos… puedo notar que te mueres de ganas de hacer cosas malas.

—Sam, porque no empiezas por probar el coño de Juliet — dijo Rey, como intento de animar la situación—. Ayer te morías por meter tu lengua en su raja.

Sam mantuvo el silencio, luego su mirada se plantó entre las piernas de Juliet y ese clítoris que descapuchado se hacía ver.

Elena comenzó a reír, Juliet levantó todo su cuerpo hasta sacarse la verga de Rey y apuntar con su entrepierna en dirección a Sam. Como si no fuera suficiente, Elena usó dos de sus dedos para mantener abierto el delicado agujero que le pertenecía a la pelirroja.

—Ufff, cómeme todo mi coño —sensualmente dijo Juliet—. ¿A qué más estás esperando?

Samantha se veía titubeante, al perecer aún no estaba tan caliente como para entrar en territorio lésbico de primero. Una cosa era empezar con un chico y terminar con una chica que hacer lo contrario cuando un chico estaba ahí delante.

—¿Recuerdas lo que te comenté? —dijo Elena—. Que Juliet tenía ganas de verte comiéndole el coño.

—Siempre he tenido ganas de ver a esa carita de chica recta y estirada entre mis piernas, —agrego Juliet, familiarizada con la mirada de Sam—. Déjate de vueltas y chúpame el coño, dale que me estoy enfriando.

“La forma en la que miran sus ojos.” Se dijo Rey pudiendo jurar que la determinación de Sam se iba a quebrantar.

Desviando su cabeza, en cuatro patas sobre la cama, Samantha se lanzó a chupar el coño que Juliet le ofrecía con tantas ganas como culpas podía sentir un drogadicto que se había prometido no consumir y recaía en su vicio sin poderse controlar. La abertura de suculentos labios mayores, rosados y delicados pétalos interiores, clítoris que se escondía y salida con la más mínima caricia y lampiño, entre las piernas de la pelirroja, terminó eclipsada por la boca de la trigueña.

Si Rey pudiera comparar semejante mamada, él diría que dos bocas se estaban besando entre sí ante sus ojos.

Con semejante situación, la trigueña se prendió tan fuerte como pudo al punto en el que fue capaz de tumbarse boca arriba, a lo largo de la cama, el cuerpo de Juliet con sus piernas bien separadas.

Elena, sin desaprovechar la oportunidad, procedió a clavarse la verga de Rey con más entusiasmo que nunca. Aun teniendo el impresionante pedazo de carne clavado hasta las entrañas, la rubia también se tendió sobre el cuerpo de Juliet para chupar coño.

Samantha no le dio importancia a la actitud tan agresiva de

su amiga, podía criticarla para ocultar sus propios defectos de querer chupar coño mientras se metía una verga, pero no era correcto. Después de todo, hasta el momento, el deseo de poder encontrar a personas con las cuales se pudiera identificar y sentirse amada, no había sido más que un lujo. Ella quería poder ser quien verdaderamente era. Que le cuidaran. Que le reconocieran y aceptaran. Y quienes estaban sobre esa cama le habían ayudado. No sería para nada justo tratarlos como ella no quería ser tratada.

Por otro lado, que dos chicas estuvieran colocadas entre las piernas de una tercera era una escena de admiración para Rey, quien sin mucho tacto se irguió entre las sábanas y aguantando la respiración comenzó a embestir a Elena mientras que con su mano masajeaba el culo de Sam. Desde encima, el joven pudo ver con más claridad cómo el par de lenguas se movían hábilmente entre los lados y al interior de la vagina de Juliet. Y así los gemidos se distribuyeron por todos lados. Entre el techo, las paredes, el suelo y sobre la cama, los cuatro chicos se miraban conectados entre placeres carnales.

Juliet, decidió traer hacia ella el torso de Sam con la intención de quedar haciendo un sesenta y nueve sin dejar que esta y Elena le siguieran chupando el coño. Aunque Rey no pudo ver como la pelirroja acercó su lengua al clítoris de la trigueña, bien que se lo pudo imaginar.

“Qué mejor forma de abusar de mis poderes que creando espejos en todas las paredes,” se dijo Rey quien con un chasquido de sus dedos hizo que el techo se volviera de cristal, así como el espaldar de la cama y las paredes.

Los tres gruesos dedos de Rey no exploraron dentro del culo de la trigueña, pero Juliet enseguida se hizo cargo de la situación, cosa que el chico pudo ver por la reflexión del espejo en el espaldar de la cama. Junto a los dedos de Jul, Sam también sintió el contacto de la lengua de la pelirroja sobre su botoncito de placer. La corriente y el morbo que provocaba ser chupada por esa a quien estaba chupando le hizo experimentar un orgasmo en el cual arqueo su espalda y gritó a todo pulmón. No era muy difícil de entender, después de todo, Sam era quien más se había estado aguantando.

Sin la cabeza de la trigueña, Elena también se adueñó del territorio y no dejó de lamer los labios vaginales de Juliet.

Tan pronto Sam se repuso de la sensación que le poseyó por unos minutos, regresó a entrelazar su lengua con la de Elena. Y como cachorros que buscaban la leche de su madre con desesperación, las dos chicas siguieron comiéndose el coño de Juliet justas como quien cumplían fantasías perdidas.

“Mala idea la de estos espejos. Los reflejos rompen mi

concentración al enseñarme algo que es menos peligroso si lo imagino.” Se dijo Rey, quien sabía que no podía seguir viviendo en el presente a menos que no quisiera continuar la jornada sexual que recién había empezado. Aun así, sus ojos no podían desviarse, hipnotizados, se clavaban sobre los dos hermosos cuerpos, las lenguas y el coño que podía ver siendo devorado. “Sin dudas, este momento es mucho más caliente ahora con la presencia y los gemidos de Samantha que nunca, necesito tomar aire, sentir dolor, rabia y enojo para poder aguantar. Si no, tendré a esta rubia inconforme pidiéndome por más.”

Arrojándose sobre el cuerpo de la rubia, Rey le pasó la lengua por el cuello a la misma y acto seguido le encajó los colmillos junto con su verga hasta el final.

Elena no dejó de ocupar coño, lo cual le permitió a Rey poder ver la escena desde más cerca. Él podía ver con más detalles cómo las lenguas de la rubia y las trigueñas luchaban por saborear el coño de Juliet, y que, de momento en momento, las dos se besaban para intercambiar saliva y regresaban a sus tareas lingüísticas.

Rey aceleró las embestidas que le daba a la rubia e incluso se posicionó de una manera en la que se la metía de lado con el propósito de golpear las paredes de aquella vagina que ya se adaptaba a recibir su inmensa verga. Él no quería, pero sin darse cuenta, había caído en la trampa de querer saciar la bomba que en su interior quería explotar por la excitación acumulada.

De pronto, Sam decidió colocar dos de sus dedos dentro del coñito recién cerrado casi por completo de la pelirroja y un tercero en el culo de esta. Los gemidos de Juliet no podían salir muy bien porque quedaban ahogados contra el coño de Samantha, pero esta se movió un poco para escuchar los quejidos de su amiga.

A la rubia que tanto le excitaba el sufrimiento ajeno le parecía deleitante tener los colmillos de Rey clavados en su cuello junto con la verga del mismo, pero no era suficiente. Después de todo la estrella de la noche era Juliet. Con las intenciones de hacer sufrir más a la pelirroja. Elena se sacó toda la verga de dentro de su coño y embarrada de fluidos vaginales le golpeó violentamente con su mano abierta como si de una cachetada se tratara.

“Ufff, ¡¿qué me sucedió?! Este dolor, producto a un manotazo contra la punta de mi verga…” Se dijo Rey, sorprendido por regresar al presente. “… me salvo. Elena pudo percibir que estaba buscando venirme…”

—Rey, la boca de Juliet te espera. —dijo Elena, quien con su mano dirigió al chico hasta el otro lado de la cama—. Dale, no te detengas metela completa y si te vas a venir hazlo directo en su estómago.

El joven, aun procesando todo lo que sucedía, vio como la rubia usaba sus manos para poner su verga entre los labios de la boca abierta de la virgen eterna. Quien ya no le chupaba más el coño a Sam y solo gemía de placer dado a los dedos que la trigueña le estaba metiendo en su coño sensible a percibir, no podía tragar tanto, o ¿sí?

“Las intenciones de esta rubia son ridículas, solo existe una cantidad limitada de cuanta verga una persona pueda tragar. Una boca no es como un coño o la cavidad rectal.”

Una vez escuchó las intenciones de la rubia y vio como Rey se erguía detrás de Sam, sobre ella, Juliet intentó escapar, pero le fue imposible. Menos cuando mediante los movimientos de Elena ya no podía sacarse la inmensa verga venosa de entre los delicados labios finos de su boca.

“Tal vez ¿sí?” Se dijo Rey, quien mirándolo todo bien, podía ver como Juliet estaba boca arriba en la cama, con su barbilla bien alzada, debajo del clítoris a la trigueña, haciendo que su garganta se levantara en un camino recto hacia el estómago. “Pero, sería peligroso si regreso a mi estado de follar con tal de quererme venir y no le presto a su necesidad de respirar.”

Mientras Rey se lo replanteaba, casi que, con lágrimas en los ojos, Juliet respiraba por la nariz profundas bocanadas de aire, mirando la longitud de toda verga que se iba a tragar y la sonrisa confidente que Elena no dejaba de dar. Lo peor de la situación era que ella no podía moverse, aunque lo quisiera. Estaba atrapada por el peso de Samantha quien aún le chupaba el coño.

Elena, haciendo uso de sus manos, volvió a dar una violenta cachetada esta vez en dirección a las nalgas sólidas del joven titubeante. Cual si Rey fuese un potro salvaje siendo expuesto a la libertad de correr por los campos tan veloz y rápido como pudiera, pero a la vez asustado de hacerlo, con ese golpe no le fue suficiente.

—¡Fóllate esa boquita como si me estuvieras rompiendo el coño! —dijo Elena sonando la nalga de Rey nuevamente.

La calentura hizo explosión. La sangre de un semental combustionó hasta explotar, y segado como para siquiera pensarlo dos veces, Rey comenzó a bombear. Después de todo, si Elena le decía algo, era porque tenía razones para decirlo. Con un impulso, él movió sus caderas hacia adelante para cumplir con las palabras de la rubia y cogerse la boca de Juliet.

Samantha, con su cabeza en dirección opuesta, pudo escuchar los sonidos guturales, fluidos, que hacían espuma, arcadas y quejidos más intensos que nunca había escuchado. Era como si alguien se estuviera muriendo asfixiado. Dejando de preocuparse por dar chupones y lamidas en el coño de Juliet, la trigueña se levantó para tener una mejor vista de lo que estaba sucediendo.

—¡La vas a matar Rey…! —exclamó Sam.

—¡No pares hasta que se deje de mover! —dijo Elena, imponiendo su presencia e interrumpiendo la histeria con la cual actuaba Samantha al ver algo que no estaba acostumbrada.

Del grupo, Elena sabía que a Juliet le gusta tragar verga y en la casa, era la que menos tenía ‘gag réflex’. Ese reflejo nauseabundo, de arcadas que le dan a alguien cuando le meten algo en la boca y roza la garganta.

Cuál si fuera la dueña y controladora del caballo cegado, Elena puso sus manos en el pecho del joven e hizo que este dejara de mover su verga quedándose justo en donde estaba.

Sam miró hacia abajo y se encontró con la pelirroja de ojos perdidos por saliva, mocos y lágrimas. Con las fuerzas de su cuerpo y las ganas más grandes de su vida, ella trataba de mantenerse en el lugar a pesar de que los fluidos que le salían de dentro de la nariz le molestaran los ojos. La verga de Rey presionaba contra la tráquea bien levantada y aunque ya faltaba poco para que la mitad desapareciera dentro de la boca, Juliet parecía querer seguir tragando. Roja al punto de incluso ponerse azulada, ella ya no movía sus manos y piernas como quien quería liberarse.

“Cada arcada de su garganta, cada vez que traga, Juliet estrangula mi verga y aunque no me mueva todo se siente tan fuerte… ¡Oh, no!”

En el interior de la garganta, la verga de Rey comenzó a convulsionar grandes chorros de leche cosa que agravaron las arcadas de Juliet. Con más movimientos, mayor se hizo el placer que Rey recibió sin tener que moverse ni un centímetro.

 

“Pérdida por determinación y deseos”, se dijo Rey con la mente en blanco, aun viniéndose sin parar mientras que encogía su cuerpo cuál si se estuviera desinflando de calambre en calambre. “La mejor chupada de toda mi vida.”

—El talento de esta golosa insaciable es tragar verga, gracias a ellos se mantuvo sin tener que dar el coño, —aclaró Elena en voz alta, para darse cuenta de que la información tal vez provocaría ciertas curiosidades y advertir—. Samantha no agües la fiesta.

Entre los bordes de la muerte, Juliet corría con su boca cargada de verga con tal de sentirse viva y dejar atrás las inseguridades que le atormentaban.

Elena exprimió las tetas de la trigueña con su mano izquierda, mientras que empujó las caderas de Rey con la mano opuesta para que este enterrara hasta la mitad su verga dentro de la garganta de la pelirroja que volvía a moverse como si le faltara el aire.

Los huevos dentro del saco testicular de Rey saltaban como dos pelotas, al mismo ritmo de los espasmos orgásmicos. Aun así, adentrar más la punta sensible de su verga al interior de aquella garganta. Chocar su glande con los baches que conformaban los anillos de cartílagos que mantenían a la estructura de la tráquea, era como perder el control de su miembro por el cosquilleo.

Como una ninfa lujuriosa con ganas de llegar a más, Elena entendió que Juliet había llegado al límite de sus capacidades y tras tomar al toro por los huevos hizo que este retrocediera.

—Sorprendente —murmuró Sam cuando Rey se apartó lo suficiente como para que la pelirroja volviera a respirar.

Juliet tragó bocanadas de aire, mientras se aseguraba de escupir todo lo que tenía en su boca. Y, aunque estuvo dispuesta a regresar a seguir tragando verga con tal de ver si podía llegar a abarcar un poco más de lo que había conseguido en el primer intento, ella no pudo resistir las ganas de vomitar toda la leche que le había caído en el estómago a un costado de la cama.

La escena para Sam era mucho más sorprendente que excitante. No entendía la lógica ni tampoco sabía la historia de Juliet, pero ambas parecían encajar cuando ella se hizo consciente que el desayuno aún estaba intacto en la entrada del cuarto, había una soga que colgaba del techo y recordó que Juliet tomaba pastillas para dormir. Más, vomitar sin tener nada en la garganta no era muy usual. Un punto conllevó al otro, Juliet era la que más tetas, muslos y nalgas tenía del grupo, pero todo porque estaba con sobrepeso. Para la trigueña, el último punto era ver que la pelirroja no tenía reflejos de arcadas como una persona normal tendría en dicha situación.

Ahí estaba la pelirroja, ahogándose, luchando por contener el vómito y aun estando hambrienta de verga con tal de busca de llevar bien al límite su garganta, no pudo contenerse hasta que su estómago no quedo limpio del todo.

—Juliet, ¡¿eres bulímica anoréxica?! —dijo Samantha, como quien no podía quedarse callada—. Esto está mal, muy mal, atentaste contra tu vida por todo este tiempo y no nos dijiste nada.

Las expresiones faciales de Juliet cambiaron en un segundo, sus ojos regresaron a la normalidad. Levantó la cabeza, miró lo que había vomitado sobre las sábanas de la cama y hecho a llorar amargamente.

Elena con ojos inyectados por furia, cerró el puño con el que le tocaba las tetas a la trigueña y si no hubiera sido porque Rey le detuvo, esta le hubiera roto la cara a la trigueña por reflejo.

—¡No me compares! ¡¿Acaso piensas que todas tienen un cuerpo tan esbelto como el tuyo?! —preguntó Juliet con gritos, sentada en la cama, ella buscó cubrir su cuerpo desnudo, para después mirar hacia los lados y ver su reflejo, un cuerpo que le hacía sentir culpable—. ¿Crees que ha sido fácil vivir sabiendo que siempre serás la más gorda del grupo? Alguien como yo… con este cuerpo… esta barriga de carne fofa y blanda… de nalgas y tetas caídas que apestan a rancio…

Juliet dejó de seguir hablando puesto a que comenzó a respirar entrecortado.

La trigueña se enojó con la actitud de Elena que quería agredirle, porque para ella no existía razón de recibir un golpe en la cara por parte de alguien que todo lo que tenía en su mente era sexo.

Rey era bueno resolviendo cosas y concediendo deseos, pero no sabía cómo arreglar la forma de pensar de las personas. Tener palabras profundas que pudieran arreglarlo todo y hacer que quienes le escucharan descubrieran la iluminación que necesitaban. Incapaz de decir algo que pudiera mejorar la situación él se enfocó en intentar calmar el comportamiento de la pelirroja al poner su mano en el hombro de esta, pero se vio obligado a tirar de la otra mano de Elena quien quería darle a Samantha.

Aun con las manos neutralizadas, Elena no pudo controlar su propio poder por la rabia y todos los espejos en el cuarto se quebraron en mil pedazos.

Samantha saltó en el lugar ante el ruido de los cristales, mirando en dirección a la rubia que no decía nada.

—¡¿Quieres callarme cuando obviamente existe un problema que resolver?! —dijo Sam recordando como Elena le había advertido la manera de ganarse la confianza e Juliet, pero en ese momento dicho consejo no debía de aplicar.

—Rey… —dijo Juliet con ojos que permanecían abiertos, pero no podían ver del todo.

—Entiendo —respondió el joven como disculpa al ver las lágrimas de la pelirroja corriendo por entre los dedos que intentaban cubrirse el rostro.

Estando de acuerdo y sintiendo pena por Juliet, el joven procedió a arrojarse a Elena sobre su hombro derecho y levantarse de la cama mientras esquivaba la mirada de Sam. Con un chasquido de sus dedos, Rey regresó todo a su lugar y limpio cualquier suciedad que pudiera estar presente. Los espejos rotos desaparecieron y la pared volvió a ser como era antes.

Con el tono quebrado de sus palabras, la pelirroja no permitió que su cuerpo siguiera expuesto, no cuando se sentía tan gorda y desagradable como creía. Aun así, Samantha no pretendía marcharse hasta saberlo todo y encontrar una manera de ayudar a quien le necesitaba.

—Sale de mi cuarto… no necesito a alguien como tú para que me dé consejos —le dijo Juliet específicamente a Sam mientras con su dedo señaló a la salida.

Samantha no tenía palabras para decir ante la manera complicada y autodestructiva de Jul, quien no pretendía abrirse, aceptar ayuda o dar explicaciones. Más, ella mismas le estaba enseñando el camino de salida, cosa que hizo que su corazón se le quisiera saltar por semejante desconsideración a alguien que le quería ayudar. Disgustada al pensar que Juliet y Elena no tenían por qué actuar de semejante forma, o porque Rey no le apoyaba,

Sam quiso seguir hablando y con tal de demandar explicaciones. Pero, el sonido de un llanto de alguien que se tapaba los oídos le hizo entender que no era su posición hablar sin que le fueran a escuchar, ya que como había dicho la misma, ella no necesitaba los consejos de alguien que no sabía lo que era tener el cuerpo gordo y sentirse fea.

Haciendo a sus dientes rechinar de la furia, Elena alcanzó a tomar a la trigueña de la mano para tirarle y que procediera a marcharse de una buena vez. Ella bien sabía que cualquier cosa que dijera sólo iba a empeorar la situación.

—Pero… —Sam intentó decir algo.

—¡Te callas! —se reviró la rubia a la trigueña como una leona—. Ya escuchaste a Juliet. No todas las personas resuelven sus problemas en compañía.

“Elena tiene razón,” pensó Rey. “Juliet perdió la confianza en sí misma y necesita recuperarla. Ya todo lo que podíamos hacer se hizo”.

Una vez los tres quedaron fuera del cuarto, se dio a escuchar el sonido de una puerta siento cerrada y del seguro haciendo clic, clac.

Cuál si hubieran sufrido una derrota de la cual no se repondrán, Rey dejó caer en el suelo a Elena quien sin decir una palabra se marchó en dirección a la cocina. Bajo la mirada de Samantha, la rubia abrió el grifo de agua fría para meter la cabeza ahí, como para pensar por unos segundos antes de hablar. Ella estaba tan enojada que casi podía morder un pedazo de metal, masticarlo y tragarlo sin pensarlo dos veces.

—Acaso no dije; «Samantha no arruines la fiesta».

—¡¿Cómo no me voy a preocupar por Juliet?! Ella necesita ayuda… —respondió Sam como quien respondía a una pregunta necia.

—Necesita apoyo, ser amada y aceptada, no críticas, comparaciones ni sermones, mucho menos señalar problemas sin antes proveer soluciones… —dijo Elena con voz sarcástica.

—No… No es así… Yo no le estaba comparando, criticando ni… pensaba darle un… sermón… —Respondió Sam con cargo de conciencia, entendiendo que la situación iba por ese mismo camino—. Pero ella está ahí, sola en su cuarto, con una soga en el techo y pasando hambre. ¿Cómo es que alguien puede ser feliz así?

—No es tu problema. No molesten a Juliet hasta que ella no decida salir, su estado mental es mucho más delicado de lo que parece… —sugirió Elena, tras llevarse la mano a la frente y apartarse de todos los cabellos mojados que tenía.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no se va a matar?

—preguntó Sam cruzada de manos, moviéndose de un lado a otro como una gallina preocupada.

—Pude conseguir que Rey le diera varias razones para seguir viviendo.

Rey mantenía el silencio, aunque su cuerpo estaba en la cocina su mente estaba en el cuarto de la pelirroja, puesto que la preocupación no le dejaba concentrarse en nada más. Él escuchaba como de dentro de la habitación estaba Jul con un nudo en la garganta que intentaba tragar mientras desenroscaba un pomo de pastillas, las cuales procedió a introducirse, pero no en la boca. Juliet las estaba consumiendo vía rectal, para acto seguido comer toda la comida del plato como si no hubiera un mañana, sin poder dejar de llorar, junto al retrete con tal de estar preparada para vomitar.

“Su estómago, vomitar automáticamente cualquier contenido, ingerir las píldoras de forma oral no tendría sentido.” Pensaba Rey, impotente de no haberse dado cuenta en un pasado. “Viviendo con hambre y no bajar de peso, sin poder tener hijos ni futuro y ella siempre tuvo una sonrisa y se ponía en el lugar de los demás…”

Junto al sonido del agua corriendo, los tres jóvenes se quedaron en silencio. Las palabras no se hacían presente, tampoco era que pudieran dejar de mirar al suelo con tal de verse las caras. De cierta manera, para ellos era muy doloroso tener que tragar un buche tan amargo después de tanta excitación. Pero tenían que ser realistas, aunque rieran o lloraran, el mundo seguiría siendo un lugar caótico en el que no todo podía ser placer, sexo y diversión.



Reina Del Cielo

Chapter 9


  Omar, siendo más alto que ella, no consiguió ahogar el desespero que le invadía, por lo que hizo que el beso no fuera muy fluido. Rebeka podía notar que él se comportaba como un animal en celo, que quería restregar sus caderas contra ella, pero no podía al tener que mantener su columna encorvada para no romper el beso. Más aún, las lenguas de ambos hacían contacto e invadían el territorio la una de la otra.

 

    «Tan fogoso es este beso que ni siquiera importa que nuestros dientes choquen. ¿Qué más da? Estamos aprendiendo, fue una excelente decisión de mi parte el no usar pintalabios, de haber sido así, esto terminaría en un desastre».

 

  Las personas que pasaban por la calle llegaron al punto de comentar el desagrado que les producía la escena maleducada de una chica siendo besuqueada por un chico tan temprano en la mañana. 

 

  Entre esos comentarios estaban cosas como:

 

 —¡No tienes respeto por ti misma!, ¡Vaya juventud que está perdida!, ¡Desagradable!, ¡Lo único que tienen en la cabeza es la calentura, a ver cuánto duran juntos!, ¡A la escuela!

 

  Pero, ni a Rebeka ni a Omar les importaban semejantes críticas en ese momento. El acto podía ser inmoral, pero no era ilegal.   

 

    —Ufff… —resoplo Rebeka, sintiendo como la temperatura de su cuerpo se incrementaba aún más, lo que le hacía percibir un calor extra que literalmente pasaba de sus orejas a su cara. 

 

 «No sabía que esto podría calentarme tanto…», pensó, tras mantener los ojos cerrados, enfocada en sentir la respiración de su chico, sus manos y la sensación húmeda de su lengua.

 

Luego de sacar la mano debajo de su saya, buscó colarla entre el cinto del pantalón y la piel de su novio. Siguió su descenso hasta encontrarse con lo que era todo un miembro erecto, el cual tenía la punta bien humedecida y terminó embarrando su mano.  

 

Al tener algo con lo que podía rozar su verga, Omar tranquilizó en gran medida los movimientos de sus caderas. Tan pronto las dos bocas se separaron con la intención de recuperar el aliento, él dirigió sus ojos hacia la casa que estaba atrás de su amada, para luego mirarla con ojos de querer más. 

 

  Rebeka, quien aún masajeaba el miembro comprimido de su compañero, pudo entender el mensaje.  

 

   «Quisiera seguirle besando, por lo menos hasta que nuestros labios se desgasten y llegar a lo que viene, después de un beso tan apasionado como este…», pensó. «Olvidarnos de la escuela, entrar a mi casa y cogernos el uno al otro hasta que nuestros corazones se contenten. ¿Si viene mi madre? Le digo que se meta debajo de la cama, estoy segura que no subirá hasta la segunda planta, aunque me vea desnuda y toda agitada. ¿Y si lo hace? ¿Si descubre que estuve teniendo sexo en vez de ser una niña responsable e ir a la escuela? Bueno, de seguro me rompe la cabeza, a mí… y a él. No es que importe ¿no? 

 

    Rebeka lo estaba pensando muy seriamente, tanto, que cada fibra de su cuerpo le decía que con gritos desgarradores. Faltar a la escuela con tal de estar sola en su casa y tener su primera vez con un hombre. Abrirse y entregarse sin pensar en nada más, era el mejor plan.

 

    «Oh, debo decir que tus ojos sugieren una tentadora propuesta: solo por esta vez, un día ausente, nadie lo notaría y así termináramos lo que empezamos. Pero, no…». Respiró con profundidad, tras darse en el rostro con las dos manos, como si intentara recuperar la cordura. «Mi madre está por llegar. No se vería bien que después de tantos sacrificios que hace por mí para que asista a la escuela, le pague con esa moneda. Debo mantener mi promesa de sacar buenas notas en la escuela».

 

  —Omar… —dijo ella, agitada, con ojos que negaban la proposición de su amado.  

 

   Viendo como la presidenta usaba sus manos para darse unas palmadas en sus cachetes ya enrojecidos y salir del estado libidinoso en el que se encontraba, Omar pudo entender la mirada que le estaba dando:

 

   —Entiendo… — le respondió, como quien se arrepentía de haber hecho una sugerencia como esa.

   

  —Te aseguro que dentro de poco tendrás el derecho de hacerme lo que hiciste y más, cada vez que sea sensato hacerlo —dijo ella, como si estuviera reponiendo su falta con una compensación futura aún mayor, para acto seguido arreglar con su mano el pantalón del joven.

 

  En el proceso, apenas terminó de arreglarse, Rebeka sintió que no podía evitar dejar de llevar su mano a la cara, abrió la boca y pasó la lengua por el costado de sus dedos aun mojados, para saborear el líquido preseminal que tenía embarrado.

 

 Luego le dijo:  —Tienes prohibido masturbarte durante todo el día, también te aconsejo que te prepares, pues en la noche de hoy, voy a permitirte entrar a mi casa.

 

  —Pero, Rebeka… ¿Acaso mañana no es tu cumpleaños? —reclamó Omar, ignorando lo que podía implicar que una chica le dejara entrar a su casa.

 

  Rebeka pudo entender que él tal vez creía que ella vivía con una familia normal. Una de esas familias en las que la mamá espera hasta las doce de la noche para felicitar a su hija, pero no. Ella sabía que no era el caso. Bien dentro en su interior la razón de invitar al chico no era siquiera para experimentar sobre los placeres del sexo, era más bien por no pasar la víspera de su cumpleaños a solas, como siempre, desde que su padre había caído preso.

 

  —No te preocupes, mi mamá trabaja por la noche— respondió Rebeka, luego de sentir cómo la tristeza la invadía, al tiempo que los latidos de su corazón disminuían—. Ella regresa a casa por las mañanas para dormir un poco y luego se va por la noche.

 

   Omar agachó su cara como quien se sentía apenado y culpable por no haber tomado la iniciativa más temprano. Dicen que uno de los indicios del verdadero amor es tener la sensación de responsabilidad por cosas que incluso sucedieron cuando uno no estaba. Él volvió a reprocharse no ser apto para ella y Rebeka pudo notarlo, así como también que el bulto entre sus piernas bajó de manera considerable. Para ella era bueno y malo en parte. 

 

    —Por eso quiero que estés conmigo —continuó ella, con tal de animar la mirada de él—. Y que me conviertas en una mujer… hazme ese regalo. Cuídame entre tus brazos por toda la noche.

 

  Él subió su cabeza ante el deseo que su amada tenía, lo que le hizo encontrarse con unos ojos decididos. Sin más expresión que una sonrisa de medio lado, él extendió su mano ante la oferta y Rebeka aceptó la mano extendida. Ambos se pusieron al lado, al tiempo que entrelazaron sus dedos, para emprender el camino a la estación como una pareja.

 

   Las personas que caminaban en dirección contraria a ellos no tuvieron más remedio que hacerse a un lado, ante la mirada que los jóvenes enamorados se mostraron, decididos a no separarse el uno del otro camino a la parada. Pasó lo mismo cuando se montaron y se bajaron del tren. Eran dos polluelos acurrucados, unos tortolitos que se negaban a dejar de compartir el calor de sus cuerpos en un mundo tan frío.

 

   «Si ayer, por tener el pelo suelto, recibí muchas más miradas de lo usual y me gustó. Hoy, ¿qué será de mí?», se dijo Rebeka mirando en dirección a la intimidante y exuberante estructura que representaba la escuela.

 

  Ella era considerada como la chica más notoria y no pudo evitar preocuparse por los comentarios de todas las personas en la escuela cuando le veían junto a Omar, el chico más popular. A pesar de haber decidido emprender una nueva vida con la frente levantada, su resolución comenzaba a flaquear.

 

   «No solo serán las miradas, sino que se le suman las lenguas y los malos comentarios» analizó.

 

   Paso a paso, Rebeka abrazó con sus dos manos el brazo izquierdo de Omar, en busca de protección, lo que produjo que los brazos quedaran aprisionados entre sus pechos, al pasar por la entrada principal.

 

    «Esta vez nadie calla, todos comentan, parecen estar decepcionados. ¿En qué estaba pensando?» Rebeka llegó al punto en el cual ni siquiera pudo seguir viendo por dónde iba y tan solo se enfocó en mirar el suelo. «¿Tal vez debería seguir con la rutina? Ya no me siento tan motivada como antes, como para separarme de él y dejar que su mano se marche. Mi mente dice algo, mi corazón se contradice… debo mantenerme firme».

 

  Comentarios, susurros, chismes, fotografías indiscretas, quienes corrían por el pasillo se detenían y los que estaban sentados en el suelo se ponían de pie con tal de mirar algo que no podían creer.

 

   «No sé cómo comportarme en una situación como esta», analizó Rebeka. «¿Debería decirle que nos veremos luego? Espero poder esconder mi rostro para que él no sé dé cuenta que estoy mintiendo. Tengo que decirle algo».

 

  Un poco más llena de valor, levantó su cabeza e ignorando todas las miradas, vio en dirección a Omar, pero en vez de poder hablar, decidió guardar silencio.

 

 «Cómo podría… sí lo primero que veo es su pecho inflado. Ojos desafiantes y la expresión orgullosa de un triunfador. Acaso estar conmigo es la razón por la cual camina con tanto orgullo de mostrar lo que tiene. Ahora que lo pienso, se ve tan sexy un chico con ojos de fuego que mira a todos los que se atreven a mirarme. Oh ¿Cómo dejarle ir en esta situación? ¡¿En qué estaría pensando?! Tal vez deba dejar de pensar en los demás, porque, aunque tengan uniformes, estos individuos son tan relevantes como las personas de la calle. No quiero hacerle daño y decirle que me debo alejar por su bien. Ya es demasiado tarde para dar vuelta atrás. Entramos en la escuela, nos vieron todos los que nos tenían que ver. No tiene sentido que nos separemos».

 

   Rebeka también infló su pecho y trató de caminar lo más recto posible, con la intención de mirar la situación por el lado más emocionante. Desde cierta perspectiva, los estudiantes no eran diferentes a los adultos contra los que habían luchado antes de llegar al metro. Comentaban, miraban con desprecio, pero no podían hacer más. 

 

   Entre sus pensamientos y conclusiones, se dio cuenta que Omar avanzaba en dirección a la cafetería y de nuevo la tensión volvió a subir en el interior de Rebeka. Ella, que siempre iba a su casillero, luego a la sala de profesores y por último al aula, nunca había experimentado lo que se sentía entrar en la cafetería, mucho menos sosteniendo la mano de Omar. 

 

   «Debo levantar la mirada, inflar mi pecho, dejar de seguir encorvando la espalda y demostrarles a todos que estoy orgullosa de tenerlo a mi lado. En la cafetería está el único grupo de personas que me sería imposible tratar como extraños. No hay vuelta atrás» pensó.   

 

  Ante la entrada de la pareja decenas de bocas siguieron hablando, mientras que el doble de ojos continuó mirando. La diferencia fue que Rebeka pudo ver caras conocidas de los miembros más destacados de la clase, Miguel, Liz y las otras dos chicas que conformaban el grupo de “los chicos populares y por supuesto, los mejores amigos de Omar. 

 

   —Uy, que es lo que ven mis ojos —dijo Miguel en voz alta, tan pronto reconoció la presencia de Omar—. ¿Acaso ya son novios y andan caminando tomados de la mano?

 

  La manera dramática en la que estaba hablando el chico sentado en la mesa, se asemejaba a alguien que se preparaba para dejar ir a su mejor amigo. Aunque Rebeka pudo notar las intenciones secundarias cuando este sujeto desvío su mirada en dirección a Lizandra.

 

   Al contrario de Liz, Miguel era alto y de expresiones aniñadas, con cabellos negros, cortos y descuidados. La chica tenía el pelo rubio bien cuidado que le llegaba hasta debajo de la cintura si se ponía de pie. Los dos vestían el uniforme de la escuela como cualquier otro estudiante que estuviera oficialmente aceptado en ella, pero era como si sus personalidades no pudieran ser comprimidas por este. Mig, como cariñosamente era llamado por los demás, usaba su uniforme sobre una camisa blanca de manga larga, con una chaqueta cerrada de cuello alto y pantalones sueltos rematados con zapatos marrones. Liz se adapta más a la apariencia habitual de las estudiantes y vestía una camisa blanca de manga larga con una cinta roja atada alrededor de su cuello. Sobre sus cabellos tenía un broche dorado al lado izquierdo.

 

   —¡¿En serio?! —Rebeka escuchó la voz irritante de Lizandra.

 

  Para Rebeka, la rubia de cabeza vacía no era mucho más que una sucia, egoísta y regalada, que siempre había querido ser el centro de atención y que a pesar de ser la única amiga en la cual confió unos años atrás, la apuñaló por la espalda.

 

  Con cara de asco, Liz continuó exponiendo sus quejas:

 

—Espero que sepas que salir con ella no es para nada cool… los mayores la odian y en especial tu padre, ¿lo sabes? Además, ella es una mentirosa, nada de lo que te pueda decir es verdad.

 

    A pesar de apretar sus dientes y contener la respiración, Rebeka no pudo dejar de sentirse irritada, la voz plástica y chillona de Lizandra hizo que la sangre le hirviera. Sus venas se incendiaron con violencia, tenía deseos de arrancarle la lengua y sacarle los ojos mientras que su corazón bombeaba coraje. Aun así, se mordió la lengua.

 

  —Si tan necesitado estabas por una pareja con la cual perder tu virginidad, podrías habérmelo preguntado primero.

 

 Pero las últimas palabras de la rubia pretenciosa conformaron la gota que colmó el vaso, con esas cartas puestas sobre la mesa, era imposible para cualquier conservar la calma. Menos cuando Rebeka, de lo enojada que se puso, dejó de saber si era consciente del mundo a su alrededor, pues solo veía a Lizandra con visión borrosa y ojos que se enrojecían mientras sentía el deseo de arrancarle la cabeza. 

 

  Justo cuando la presidenta de la clase soltó el brazo de Omar para clamar por sangre, Mig destrozó el vaso plástico que tenía en su mano al golpearlo tan fuerte como pudo contra la mesa del comedor. El sonido llamó la atención de los estudiantes presentes en la cafetería e hizo que Lizandra se callara.

  

   —Lizandra, si quieres que sigamos siendo amigos, no vuelvas a hacer un comentario como ese. Ella es mi novia, faltarle el respeto a ella, es como faltarme el respeto a mí. ¿Entiendes? —dijo Omar.

 

  Tan inconforme como asustada por no poder seguir hablando, la rubia dejó de prestar atención a Miguel o a Omar, para cruzarse de brazos y mirar al techo con la intención de guardar el enojo que sentía, como si de lágrimas a punto de salir se tratase.

 

  Rebeka sintió como si hubiera sido flechada por el amor una vez más. Las palabras de su chico le regresaron de vuelta al mundo, lo que le hizo recordar que Lizandra, en parte, actuaba de la manera en la que lo hacía porque tenía miedo que su secreto fuera revelado. 

 

   Para Rebeka ser defendida por su chico era tan excitante, pues él había dado un paso hacia adelante y se interpuso en el camino para protegerla, en caso que perdiese el control. 

 

  «Desde este punto de vista su espalda luce tan grande», pensó Rebeka, sin poder esconder su cara de excitación.

 

  —Auch, creo que debo de ir a la enfermería. Estoy sangrando… —dijo Miguel, dejando de ser el chico carismático y despreocupado que era, mientras se presionaba una mano contra la otra

— Acompáñame, Liz… por favor.

 

   La rubia miró por unos segundos a quien le había dirigido la palabra, tan pronto se limpió las lágrimas, sin encontrar palabras para decir, se levantó y fue con Miguel.

 

    «El veneno con saliva de esa serpiente me afectó como no me lo esperaba», se dijo Rebeka, al mismo tiempo que se dio cuenta que por un momento dejó de pensar con claridad. «Si me dejo manipular, ella ganaría dos cosas, mi expulsión y quedarse como una víctima de la situación. Pero esto no pinta nada bien en el futuro. Quería ser aceptada por su grupo de amigos para no alterar mucho su rutina y promover el desarrollo de su zona segura, pero no puedo dejar que mi chico se siga juntando con ellos».

 

  Dado que el ambiente se había vuelto algo tenso, Rebeka dijo:

 

  —Omar, creo que hay muchas personas en este lugar. Tal vez debamos ir a un sitio más privado. 

 

  Como quien notaba que su chica había quedado afectada, Omar respondió a la propuesta con un “sí” tan pronto la idea perfecta se le pasó por la cabeza.

 

  En la mesa en la que usualmente se sentaban los miembros del grupo de Omar para desayunar antes de entrar en el aula, quedaban dos chicas que no dudaron en dar una excusa para que el joven no se preocupara de dejarlas ahí. Se podría decir que ellas estaban muy unidas al punto en el que parecían hermanas, pero no lo eran, ya que eran incluso de años diferentes.  

 

  Con algo de tiempo de sobra y la confirmación de aquellas mujeres, Omar y Rebeka se voltearon en dirección opuesta, con tal de atravesar la otra salida del lugar. Aún más juntos que en el principio, las personas no comentaron mucho, porque la pareja había dejado de ser novedosa.

 

 Aliviada por sobrevivir a semejante ambiente hostil, a Rebeka le quedaba la duda de no saber a dónde su chico la estaba dirigiendo, pero definitivamente no preguntaría en frente de tanta gente.

 

   Por los pasillos, después de atravesar varias salas, Rebeka ya podía imaginar a dónde estaba siendo llevada, dado que el camino prometía terminar justo en el “sitio de las parejas”. Ella pasó de largo por su casillero y también por enfrente de la sala de profesores para llegar a la azotea que se encontraba en el último piso de la escuela, donde el ambiente olía a amor y el sonido mojado de muchos besos resonaba entre las escaleras.

 

   —Tenemos quince minutos para conquistar un espacio, sentarnos y enfocarnos en nosotros—dijo Omar.

 

   Rebeka llegó a pensar que si no fuera porque todos los que aquí se encontraban tenían ropa puesta, el lugar sería una orgía. «Es bueno saber que no soy la única que quiere experimentar y conocer los placeres de sexo».

 

  Excitada y feliz de haber sido llevada al lugar más picante de la escuela, Rebeka se encontró casi a punto de llorar, pues semejante momento nunca se le había pasado por la cabeza. Desde su punto de vista, el chico al que tenía al lado se le había arrodillado, acompañado tomándole la mano y defendido de un terrible demonio, para después llevarle al nido de amor. Tan solo le hacía falta cargarla en brazos como una princesa para convertirse en príncipe.

 

  Con confidencia, Rebeka avanzó al jardín que se encontraba en la azotea de la escuela y busco un lugar en donde sentarse. 

 

  —¿Qué haces bebé? —preguntó Omar, apenas se sentó junto a su novia en un banco para dos y vio como ella sacaba unos cuantos papeles en vez de besarle o imitar lo que estaban haciendo los demás estudiantes a su alrededor. 

 

  —Quiero mostrarte que soy diferente y también quiero introducirte en mis planes —respondió algo atareada, buscando entre los bolsillos de su camisa. «Espera un momento… ¿¡Bebé!? ¡¡¡Ya me llama bebé!!! Tal vez mi cabeza esté a punto de estallar».

 

  —¿Ah? 

   Viendo la tierna y penosa expresión de felicidad combinada con vergüenza que su chica hizo cuando recién fue consciente que había sido llamada por un nombre romántico y meloso que muchas parejas usan, Omar dijo:

 

—Bebé… — pronunció con más confianza—. Sentí que podía hacerlo, no lo pensé dos veces y lo dije.

 

  Rebeka, al punto de explotar de la felicidad, agregó:

 

  —¡Dilo de nuevo! 

  

   —Bebé —respondió Omar mirando justo a los ojos de Rebeka con mirada de galán, acomodándose los cabellos y dándole una sonrisa.

 

  —Repítelo de nuevo y esta vez dilo más suave. 

 

  —Be-bé —repitió alargando las sílabas de la palabra.

 

   —¡Aww! ¡Qué lindo! —dijo Rebeka, con el corazón que casi se le salía de los ojos, para proponer — Ahora dilo en mi oído. —mientras se desabrochaba el primer botón de su camisa. 

  

  Infiriendo que la situación se trataba de un coqueteo, el joven perdió el miedo a lo que podía pasar. Intrigado por descubrir lo que seguiría, se arrojó a llevar sus labios justo al lado del delicado y sonrojado oído de Rebeka:

 

—Bebé.

 

  —Ahora, bésame el cuello y sube hasta mi boca —dijo Rebeka, a la vez que sentía ese cosquilleo entre sus piernas que pasaba cada vez que se estaba excitando.

 

  Los dos pares de labios juguetones se juntaron y abrieron camino para que sus lenguas se encontraran y buscarán llegar una debajo de la otra en un juego de lucha. Ellos imitaban lo que estaban haciendo las demás parejas en los alrededores, que trataban de comerse los unos a los otros. Es que para quienes no han besado nunca, la sensación de hacerlo por primera vez es tan adictiva y excitante que cuesta dejar de experimentarla. 

 

  Una vez que los dos jóvenes comenzaron a embriagarse con el placer que generaba un simple beso, les fue difícil saber cuándo terminar, así que también perdieron la percepción de lo que era el tiempo. 

 

  Los papeles que estaban en la mano de Rebeka pasaron a ser un asunto secundario, aunque al principio tenían prioridad. Después de pasar más de diez minutos en lo que eran besuqueos húmedos, quedaron tan solo cinco minutos antes de entrar a clases. Rebeka retomó las fuerzas para procurar hacer lo que tenían planeado. Apartándose, sacó la determinación que no tenía para romper el beso y poner los papeles que había sacado de su bolsillo entre ella y el chico al que tanto quería.

 

   —Necesito de ti —dijo sonrojada y vulnerable, como si tuviera fiebre—. Dime tú opinión sobre las aplicaciones de trabajo que he pensado hacer. 

 

   —Oh ¿aplicaciones de trabajo? —dijo Omar, sin siquiera preocuparse por limpiar la baba que se escurría por su boca, aunque si se le pudo notar un tono serio en su rostro, como si pudiese presagiar que dentro de poco él no tendría tanto tiempo para pasar junto a ella.

 

  —Cuando cumpla mis veintiún años y pueda trabajar legalmente, quiero ayudar en la casa con mi mamá —dijo Rebeka, recuperando la respiración que le faltaba.  

 

   —Yo te puedo dar dinero —dijo Omar como si estuviera haciendo una broma.

 

  Broma que si resultaba ofensiva para quien le escuchaba, podía perfectamente retractarse y suavizar la situación.  

 

   —Como mujer no quiero depender de ningún hombre —dijo Rebeka, tratando de no sonar ofendida y recordando la razón por la cual su madre se esforzaba tanto en mandarle a la escuela para que tomara buenas notas. — Quiero valerme por mí misma y limpiar la imagen que mi padre dejó. Como entenderás, tengo metas por cumplir.

 

   Cambiando las expresiones de su rostro y dado que el primer comentario no había funcionado, Omar agrego las siguientes palabras con seriedad, pues entendía que era la forma más correcta de actuar:

 

   —Mi trabajo será ayudarte a cumplir esas metas, tienes mi apoyo… deja ver. —Él extendió su mano y tomó los papeles—. Doce aplicaciones, Mmm… todas para negocios y tiendas de conveniencia en las cercanías. El formato está bien organizado y los motivos por los cuales cumplirías con el trabajo se pueden ver bien respaldados con tus notas de sobresaliente y tú puesto de presidenta… Rebeka, te pido que me dejes ir contigo. 

 

   La última frase que Omar dijo no tenía mucho sentido, pero como lo hizo mientras le acariciaba el pelo con una mano y con la que sostenía los papeles le tocaba el muslo, ella accedió a decir que sí. A pesar de querer ser independiente, Rebeka no creía que ir acompañada por su novio sería un acto que le contrariaba. 

 

  Tan pronto Omar regresó los papeles a su propietaria, volvió a posar su mano libre sobre el muslo de su chica, pero esta vez un poco más arriba que antes.

 

  Rebeka guardó las aplicaciones de trabajo en el bolsillo del que las había sacado inicialmente y cuando volteo su cara se encontró con un chico que tal vez no podía seguir disimulando sus deseos por ella. Sintiendo que la mano de él iba subiendo de a poco hasta su entrepierna, el palpitar de su corazón se aceleró nuevamente. 

 

   —Sí, puedes venir conmigo —le dijo, al mismo tiempo que detuvo la mano de él antes que llegara a tocarle en un lugar inapropiado.

 

  «¿Tal vez para los chicos un beso no es lo mismo que para una chica?» se preguntó Rebeka, mientras veía la carita de perrito desesperado que tenía Omar por querer llegar a experimentar más de lo que había vivido hasta el momento. Después de todo, ella pudo encontrar las fuerzas para terminar el beso y poder hablar sobre otros asuntos, mientras que él seguía queriendo más.

 

«En definitiva, si se pudiera preguntar: ¿cuál es la mayor prueba de sí un chico te ama o no? Es una prueba que consiste en dos partes: la primera es hacerle esperar al mismo tiempo que impides que pierdan el interés en ti y la segunda es observar cómo se comporta después de darle el premio por el cual estuvo dispuesto a esperar tanto, para ver si pierden el interés una vez que consigan lo que tanto quisieron».

 

Tras considerar si seguir o no las prácticas amatorias que estaban llevando a cabo, el timbre de entrada a la clase se escuchó. Como si tuviera que despertar de tan placentero sueño, tras caer al áspero y frío suelo al lado de la cama, Omar se levantó a duras penas del banco en el que estaba y siguió la iniciativa de su amada.

 

Luego de saber que era el momento de regresar a la realidad y usando esto como excusa, Rebeka se enfocó en estar particular preocupada por la situación en la cual se encontraba, debido a que no estuvo pendiente al reloj, pues ni siquiera había pasado por su casillero ni por la sala de profesores, mucho menos estaba preparando la pizarra para ayudar con la clase que se daba a primera hora del día.   

  

   «¡El timbre! En este día mi primera clase no es calculo como ayer, tampoco estoy con Omar», se dijo Rebeka, bajando por las escaleras como un relámpago y tras despedirse del chico con otro apasionado beso, tomó un camino diferente al de él.  

 

  «Me daría pena que él viera esta escena, pero no dejaré que nada me derrumbe. No hoy, que soy tan feliz, que tengo alguien que realmente me ama, con quien disfruto al estar en sus brazos, que me hizo sentir apreciada al presentarme a sus amigos con orgullo, con quien camine tomada de manos en la mañana. Todo es perfecto y no puedo permitir que algo pueda arruinarlo» pensó Rebeka, dispuesta a enfrentar el momento que le esperaba a solas.

 

La chica caminó junto a la multitud de estudiantes, dio varios giros en las esquinas y finalmente terminó en frente del aula de la clase que le tocaba. Justo en el momento que iba a entrar la voz de una profesora anciana la detuvo con un “alto ahí señorita”. 

 

  Acompañada de otros dos profesores, la anciana interceptó a la presidenta que iba a entrar en el aula, para reclamar por la tardanza, la falta de materiales que debía tener, por no cumplir con el trabajo que había dejado ayer y por no pasarse por la oficina de los profesores antes que sonara el timbre. 

 

   —Inaceptable, señorita Rebeka, tampoco puedo explicármelo —dijo el señor mayor, ayudando a que la situación escalara como quien le ponía gasolina a un fuego—. Mejor que tu tardanza sea justificable con algo más serio que estarte besuqueando en la azotea, tal como te vieron las cámaras. Si bien el incumplimiento de tu trabajo puede ser justificable, por otra parte, los otros alumnos, por suerte o por desgracia, tienen que tomarse en consideración, ya que tú eres un ejemplo para seguir.

 

  —Vamos ¿puedes darnos una mejor justificación? —preguntó impaciente la anciana.

 

  Rebeka entendía bien que ellos querían que mintiera, cosa que no estaba dispuesta a hacer, porque no tenía ninguna mentira convincente ni motivos.

 

—No—respondió ella en voz alta ante todos los alumnos de la clase que no podían entrar al aula puesto que la puerta pasó a ser bloqueada por un tercer profesor.

 

  Después de negar en voz alta, Rebeka estaba segura que si semejante situación se hubiera dado en el pasado, se habría puesto tan nerviosa que ninguna palabra podría salir de su boca, las piernas le hubieran temblado tanto que no podría estar de pie y que no hubiese podido mirar a los mayores a los ojos por haber cometido semejantes faltas. Pero no era parte del pasado, Rebeka entendía que alguien que estaba a punto de ser mujer, mayor de edad y una integrante digna y reconocida de la sociedad, no tenía por qué tener miedo en esa situación, ya que, en cierta perspectiva, no era tan diferente a los mayores que le acusaban y como mayor que sería, actuaría de una mejor manera que ellos, ante alguien que cometiera una falta en su presencia.

 

  Producto a la inusual respuesta de la presidenta, surgió un penoso silencio entre los veintiocho estudiantes que trataban de entrar en el aula para sentarse en su puesto, ya que estaban cansados de estar de pie. 

 

  Con miradas fulminantes desde arriba de sus hombres, los tres profesores miraron indignados a la presidenta. 

 

En cambio, Rebeka miró en dirección a la puerta bloqueada por la cual entraban uno a uno otros estudiantes que también llegaron tarde, lo que le hizo preguntarse: «¿No van a regañar a los demás que también llegan tarde? Yo me estaba besando, pero ellos seguramente acababan de terminar de bañarse o comer en la cafetería. Son estudiantes que no tienen nada más que hacer con sus vidas que vestirse decentes y llegar temprano ¿por qué es que hay tanto silencio en esta aula donde hay tanta gente? ¿Por qué nadie habla por mí ni me defiende?, ¿por qué siempre soy la única interrogada y cuestionada? en peligro de perder su posición como estudiante ejemplar ¿por qué el director volverá a sugerir otra vez a mi pobre madre que se presente con la vieja excusa de tener una reunión?».

 

   Ella se hizo de oídos sordos mientras que los tres profesores y comenzaron a hablarle y señalarle con sus dedos. Pensó en lo poco que le quedaba para dar el siguiente paso. Pero, y si no lo daba y tenía que permanecer en la escuela hasta que se graduara. ¿Cuál sería la solución?

 

   Aunque todo indicaba que estaba siendo discriminada, todavía estaba afuera del aula frente a los tres profesores y no pensaba de ningún modo seguir cometiendo errores por los cuales ser señalada. Hasta ahora, ella se las había arreglado por sí misma, con un padre preso y una madre que no veía durante las noches, obligada a parar su vida de niña y madurar, para convertirse en una adulta antes de tiempo, siendo estas razones para que cualquiera que tuviera conocimientos de esos factores se hubiera apiadado de ser tan duro con ella.

 

Pero Rebeka recién comenzaba a entender que en ese mundo de ratas no existía nadie que se apiadara de ella ¿en qué beneficiaría expulsarla, castigarla o darle más trabajo? En nada, al menos no para ella, sino para ellos. Expulsarla, castigarla, darle más trabajos y llamar a su madre, era una manera que los viejos tenían de canalizar su odio para sentirse mejores. ¿Qué otra explicación existía para semejante situación? Ninguna.

 

Por llegar un minuto tarde, no pasar por su casillero o por la sala de reunión de los profesores, por estas pequeñas faltas no tan graves, para la cuales podría encontrar una disculpa apropiada y decir “prometo compensar mis faltar y procurar que no se repitan”, no podía ser expulsada de la escuela inmediatamente.

 

Aunque a ella le parecía que sería mucho más sensato quedarse callada y no hacer falsas promesas en lugar de darles una oportunidad a los profesores para que estuvieran detrás de ella. Pero la verdad, los mayores podían con facilidad dejar de tener tan altas expectativas de ella y tratarla igual o incluso ni siquiera tratarla como a los otros estudiantes, como si no existiera. Esa sería la mejor solución, pues, ahora que ella conocía lo que era besar a su novio, estar de manos con él y relacionarse con los demás, no tendría tanto tiempo para encargarse de su trabajo como presidenta y sacar buenas notas al mismo tiempo.

 

   —¡Señorita Rebeka! —exclamó la profesora subida en años levantando su voz—. ¿Acaso está escuchando lo que le estamos diciendo? Se está haciendo de oídos sordos, pues contestar solamente con sí o no a las preguntas que se le hacen, es una de las reglas básicas de la comunicación para dejar saber a quienes le hablan de que sí está prestando atención. Ojalá no espere que nosotros tomemos esto como una falta de respeto y deba preocupar innecesariamente a su madre con tener que hacerle una visita al director, agregando a esto, las faltas previas que ha cometido y aún no reconoce como que sean suyas. Señorita Rebeka, le exijo seriamente una explicación clara e inmediata a sus faltas ¿Está claro?

 

   Rebeka siguió mirando en dirección al pasillo puesto que ya no había nadie y los estudiantes habían entrado, cerró sus ojos y cuando los abrió observó a los ojos de quién le había hablado de una forma, gentil, por así decirlo. Con sus ojos entrecerrados y una sonrisa de sus labios, agregó: 

 

  —No —en respuesta a la última pregunta que se le había hecho.

  —Indignada, estoy seriamente indignada— dijo la profesora, rabiando con sus dientes entrecerrados y los ojos bien abiertos— Te reconocía por ser una estudiante sensata, diligente e inteligente y ahora, de repente, parece que se te apagaron las neuronas y bloquearon las vías auditivas. Acaso quieres ser una mediocre alumna con el potencial que tienes, mira que el mismísimo director me insinuó y pidió de favor que no me esforzara mucho en guiarte por el camino de la excelencia. Y yo, junto a los demás profesores, casi que ponemos en riesgo nuestros títulos pedagógicos con tal de hacer de ti lo mejor que puedes llegar a ser. Pero, ante esta conducta intolerable que me has demostrado, se me cae la cara de pensar en volver a tomarme la atribución de defenderte. Claro, en principio, como es profesional y ético de nuestra parte, los profesores teníamos la intención de decirle todo esto a solas, pero ya que eres la presidenta y representantes de los alumnos, no veo la razón de que tus compañeros de clases no estén presentes. Me enteré de que tu atención en la primera clase del día de ayer tampoco fue muy satisfactoria para el profesor de cálculos. Es cierto que cualquiera puede tener un mal momento, eso lo reconocemos como humanos que somos, pero que un error repetitivo se arregle sin antes ser señalado, no existe, señorita Rebeka, no debes seguir por el camino que vas.

 

  La profesora anciana se había tomado la atribución de dar razones para defenderse a sí misma y hablar palabras más acusadoras con tal de buscarle la lengua a la estudiante que le había ofendido al poner una cara sonriente, quien respondió la pregunta utilizando una respuesta que obviamente era la incorrecta, con tal de hacerle quedar mal enfrente a los demás estudiantes. Claro, los otros dos profesores servían como testigos que la profesora no se había pasado de la raya.

 

  —Oh, ya sé lo que quieres que te diga —dijo Rebeka con voz baja—. Pero, aún no me queda claro qué tipo de comunicación es esta. ¿Es un monólogo en la cual tú me dices y yo callo o es en las dos direcciones, en la que yo puedo hablar y tú me escuchas sin interrumpir? Responde a mi pregunta… profesora.

 

  Los tres adultos presentes pusieron cara de indignación ante el tuteo irrespetuoso de la alumna, aunque, la profesora se vio obligada a ignorar esto, ceder y decir que sí, pues ella misma había hablado de las reglas básicas de la comunicación y toda comunicación para que sea efectiva tanto el emisor y el receptor deben interpretar el mismo significado bajo iguales condiciones.