Una casa y cinco jóvenes

Chapter 10
Alcohol + Violación a la privacidad de una chica trans


Después de pasar un rato en la cocina, reflexionando sobre el incidente que sucedido con Juliet, Rey, Elena y Samantha se marcharon a sus cuartos. Ninguno quería salir de casa a trabajar, o participar en guerras importantes que podrían beneficiarlos en dirección a la estabilización de aquel mundo post apocalíptico, porque en ellos existía la esperanza de que algo pudiera ocurrir dentro, fuera bueno o malo.

Samantha parecía un fantasma en pena vagando por los pasillos. Elena, una leona encerrada que miraba detrás de los barrotes de la jaula que caminaba de un lado a otro. Juliet dormía y lloraba de vez en cuando. Sin embargo, Rey se hizo de fuerzas para considerarse a sí mismo como un mayordomo pendiente a las demandas de cualquiera. Se le podía ver con expresiones neutrales, aún desnudo, secando los vasos sobre la meseta en la cocina y dispuesto a preparar algún que otro novedoso trago alcohólico para lavar las penas.

“Ahora que lo pienso bien,” se dijo Rey. “No hemos tenido, ni el tiempo, ni el interés de disfrutar de bebidas alcohólicas…”

Aunque en el mundo del pasado existían restricciones con respecto a la edad, la única restricción que existía en el presente era conseguir la bebida. No existían adultos para decir que no o recriminar, y después de todo, el alcohol facilitaba en gran medida la comunicación.

Revolviendo bien y picando el hielo, Rey percibió que Samantha había desaparecido. Como si finalmente la trigueña hubiera decidido encerrarse en su cuarto y dejar de preocuparse por el tema. Con una chica menos a su alrededor, las cosas definitivamente serían menos interesantes.

—¿Le apetece a Elena una piña colada? —sugirió Rey con aires de mayordomo.

La rubia se detuvo en el lugar, levantó las orejas, fijó sus ojos en el chico y decidió tomar asiento en frente de la meseta. —¿Qué es eso?

—Un trago compuesto por jugo de piña, hielo, ron blanco y crema de coco.

—Mmmm, nunca la he probado. Bueno, por tratar… — Respondió Elena, quien después de olisquear la copa, bebió un sorbo y acto seguido un gran buche, así hasta tragarse medio vaso y protestar porque casi se le enfría el cerebro—. Uuuuyaaaa. No está nada mal, quiero otro, y otro… Quiero dormir borracha a ver si se me pasan los pesares.

—No creo que te dé tiempo a dormirte para que se te marchen los pesares. Pienso que Samantha tiene una manera de reponer su falta —dijo Rey con los ojos cerrados mientras preparaba otros dos vasos.

—Mmmm. A veces considero la posibilidad de que sepas todo lo que sucede en esta casa —dijo Elena achicando los ojos—. Aunque si fuera el caso, en verdad me mirarías a mí y a los demás con otros ojos. No serías tan inocente al actuar. Por eso me atrevo a decir que sabes lo que quieres saber.

La rubia se pasó la mano por el cuello, justo donde estaban los agujeros de los colmillos que él le había clavado, no hacía mucho.

Rey guardó silencio. El alcohol en verdad facilita la comunicación.

Los pasos suaves y silenciosos de alguien que hacía algo malo se dieron a escuchar en el pasillo, pero esta vez, los oídos de Elena no dejaron escapar dicho sonido desapercibido. Confiando en la advertencia de Rey, la rubia habló. — Samantha…

Ahí, parada con las manos juntas en frente de su pecho, Sam apretaba algo: —En verdad no creo que sea lo más correcto… pero…

—¿Qué? —le preguntó Elena a la trigueña.

—Es el teléfono de Arte…

—¿Estuviste revisando el cuarto de Arte antes que yo? — preguntó Elena, bien sorprendida, el alcohol le estaba haciendo exagerar sus expresiones faciales —. ¡Y te atreviste a quejarte de mí!…

—¡No encontré esto porque hubiera hurgado en su cuarto! — respondió Sam como quien no quería seguir cargando con más culpas—. Hace unos días le vi botándolo junto a la basura de su pequeño cesto…

—Ese en el que solo arroja el papel con el que se limpia el semen, —Interrumpió Elena a Samantha—. En su cuarto.

Poniéndose roja como un tomate, Samantha respondió; —

¡No! —y con la misma procedió a continuar—. Le vi deshaciéndose de todo a la vez…

La trigueña extendió sus manos y las abrió para así enseñar lo que era un celular color negro. Tenía la pantalla rota, pero no un roto que no le pudiera funcionar. El dispositivo evidentemente prendía, pero seguro tenía una clave de acceso.

No hacía mucho las palabras de alguien aún sonaban en el odio de Sam, si Arte no quería ser más hombre, ¿por qué razón debía de conservar algo que le recordaba al pasado? Que ella se deshiciera de su antiguo celular, ese en el que tal vez guardaba todos los recuerdos, antes de declarar sus intenciones, daba mucha más solidez a que tuviera porno de él mismo.

—Mmmm —Elena miró a Rey con ojos brillantes. Ojos que agradecían que el chico no estuviera equivocado en su conclusión de que Sam enmendaría su falta—. Y ¿está bloqueado? ¿Quieres que Rey haga algo al respecto? —le preguntó Elena a Sam.

—Sí —respondió la trigueña, casi sin poder ocultar la curiosidad que sentía del todo.

—Bueno, ya era tiempo para meternos a hurgar el pasado de Arte —agregó Elena levantando sus manos al aire—. No tenemos excusa, podemos ver cuánto porno queramos, pero después de lo de Juliet, tal vez no exista nada mejor que hacer. Ahora, Samantha, ¿estás segura de lo que quieres hacer y de que no te vas a arrepentir?

—Sí —repitió la trigueña.

—No te creo… Rey, prepárale un trago. El que más alcohol tenga con tal de darle valor a una pendeja.

—¡Marchando! —dijo Rey, quien al momento puso un pequeño vaso sobre la mesa, un limón y sal.

—¡¿Están tomando alcohol?! —preguntó sorprendida la trigueña, quien veía como el pequeño vaso era llenado hasta el tope por un líquido amarillo proveniente de una botella no muy grande.

—¡Dale! Tómatelo antes de seguir… si no, me niego. —dijo Elena ya por la tercera copa de su trago.

—Esto es ‘valor condensado’ puro… Este trago se conoce como “disparo de tequila” …

—Fácil de tomar… te hueles la sal, te exprimes el limón en el ojo y, por último, creo que te tragas vaso con líquido y todo. — Interrumpió nuevamente Elena, esta vez a Rey sin evitar poner en evidencia lo contenta que estaba.

A Samantha se le creó un ‘tip’ nervioso en el ojo. Estaba dispuesta a hacerlo, pero como su cerebro no entendía el propósito del limón y la sal, no tuvo más remedio que quedarse paralizada en el lugar. No era que tampoco pudiera tragarse todo un vaso de cristal.

—Elena ya está pasada de tragos… —respondió Rey—. Parece que no es muy resistente.

—Sí, yo sí he tomado y mucho. En las fiestas me tomaba la sidra que mis padres dejaban, probé cerveza a escondidas y… también me tomé un pomo de perfume un día.

—Samantha, regresando al trago de ‘valor’ —repuso Rey con seriedad, no quería que Sama se marchara—. Quienes son expertos no necesitan la sal ni el limón y se toman varios tragos pegados de la botella. Pero el propósito de la sal es suavizar la sensación que provoca el tequila y el limón amortigua el sabor de la sal. Por ende, el orden es el siguiente… lames la sal, te tomas el vaso de tequila y tan rápido como puedas muerdes el limón. El trago del valor y ya está servido…

Elena dio palmadas al aire y un grito de coraje a su compañera. No era que Samantha estuviera obligada a tomar la bebida. No tenía que probarle nada a nadie. Se dio cuenta de que había caído en lo que era el típico estereotipo de situaciones que llevaban a un pobre desarrollo y malas experiencias. En la casa ya tenían acceso al porno, a tener sexo abierto y explícito entre los inquilinos y ahora a drogas como lo era el alcohol. Por sus amigos, no muy buenos influyentes, ella estaría a punto de subir otro escalón y hacer algo que nunca había hecho y que siempre le habían advertido que no debía. Pero, apartando la adicción, ¿qué otra cosa podría suceder que ya no hubiera sucedido?

—Piensa que te piensa, cuidado no se te reviente la cabeza —dijo Elena—. Anda, que ya me lo tomo yo por ti.

La rubia se arrojó contra el vaso, que si no hubiera sido porque Samantha le gritó que no lo hiciera, ya se lo hubiera tomado sin siquiera valerse de la sal o el limón. Dando unos pasos, y respirando tan profundo como sus pulmones se lo permitieron, la trigueña se situó en frente del trago mientras que la rubia pretendía ser de piedra. Para lo que estaba a punto de hacer, ella necesitaba sus dos manos y liberarse del dispositivo le ayudaría en gran medida.

Viendo que Samantha estaba decidida a tomarse el trago, Elena cambió la dirección de sus ojos para ver al segundo objeto de su interés y extender sus manos con tal de recibirlo. Pasando de mano en mano, Rey recibió el teléfono que le pertenecía a Arte.

—Ponte una pizca de sal entre los dedos de la mano con la que piensas sostener el vaso. —Rey proveía las instrucciones y Samantha obedecía al pie de la letra—. Agarra el limón con la mano opuesta. Cuando estés preparada, lame la sal, tómate el contenido y por último muerde el limón.

—Mi forma era mejor —reclamó Elena aburrida.

—Mentira —reclamó la trigueña como quien no quería que le apuraran.

—Entonces porque no lo haces de una vez… —agregó Elena—. Me tienes esperando y ya sabes cómo me pongo cuando estoy impaciente, empiezo a recordar tus cagadas. Si quieres que no trate de meter mi pie por tu culo, tómate eso de una vez por todas.

Samantha, presionada por las palabras de la rubia, lamió la sal de su mano, se vertió todo el contenido del pequeño vaso en la boca y tratando tanto como pudo de luchar contra la ardiente sensación que le provoca el alcohol al bajarle por la garganta, mordió el limón abriendo un ojo y cerrando el otro.

Rey arrojó una discreta sonrisa al aire, mientras que Elena simplemente casi se orina a carcajadas por la cara que Sam estaba haciendo.

—Ahora sí, estás perdonada por lo de Juliet y no te guardo rencor alguno —dijo Elena casi después de secarse las lágrimas, mientras que Sam tosía sus pulmones a fuera—. Has pasado la prueba del valor. Rey… podemos proceder.

—Claro que sí… —respondió Rey al mismo tiempo que procedió a acercarse en dirección a la sala para colocar el teléfono sobre la computadora

 ¿Ya funciona?… ¿Ya funciona? —preguntaba Elena como una niña persistente a Rey, ella iba de un lado a otro mientras que abrazaba la botella de tequila entre sus tetas con fuerza.

Tan pronto Rey afirmó, ante las insistentes preguntas, la rubia se lanzó sobre la silla que controlaba la computadora.

Samantha un tanto más repuesta del tan amargo trago que se había dado, arrojó un comentario mientras que tomo asiento para evitar que el mundo a su alrededor siguiera dándole vueltas. —

¿Y acaso tú sabes de hackear teléfonos o algo?

—No, pero sí que ‘el todo mágico de Rey’ va a consentir nuestros deseos. No es un mal precio, por dejarle que me use como ‘cum-disposal’.

—¿Cum qué?

—Vertedero de semen —Elena aclaró las dudas de Sam.

Rey intercambió una mirada vibrante con la rubia que se había atrevido a llamarse a sí misma ‘su vertedero de semen’. Tal vez producto al alcohol que inhibe las capacidades de dudar, pero dicho término implicaba que la rubia estaba dispuesta a dejarse coger cada vez que él quisiera.

—Ya… de regreso a lo interesante. Quiero ver el pasado de Arte… —dijo Elena.

Rey también tomó asiento. Él sabía que el dispositivo que Sam le había dado no tenía mucha información, pero no le era difícil recuperar los archivos, videos y fotos borrados. Por cada segundo que pasaba, dicho dispositivo reconstruyó y exploraba lo que se había almacenado en la nube desde el día en el que se creó la cuenta. Todo para satisfacer la curiosidad de la rubia zafada.

En la pantalla apareció una réplica perfecta del teléfono que estaba siendo explorado por la rubia, solo que este dispositivo no tenía el vidrio cuarteado o se veía desgastado por el tiempo ni el uso. Dentro del fondo negro flotaban aproximadamente de veinte a treinta iconos, entre ellos, 3Fuz, Badrooo, Tender.

Tanto Elena, Sam como Rey abrieron los ojos ante la sorpresa de ver como en el pasado, Arte hacía el intento de buscar pareja. Por el teléfono, dentro del ciber mundo, puedes ser quien quieras ser y buscar a alguien para un encuentro ocasional, o para una relación a largo tiempo. Pero, sobre todo, sabiendo las actuales preferencias de Arte, el de seguro buscaría alguien fuera de su grupo social con quien pudiera satisfacer sus deseos reprimidos.

Ellos encontraron algo de seguro. Sentimiento que hizo acelerar el corazón de los presentes. Tragar saliva, sentir ganas de ir al baño, respirar con más frecuencia y hasta sudar.

Tanto Elena como Samantha tragaron en seco y se vieron forzadas a mirar hacia los lados, como si quisieran prevenir que nadie más estuviera en el lugar. Hurgar en la privacidad de alguien más provocaba un éxtasis tan morboso. Miedo, combinado con adrenalina y excitación en iguales proporciones.

—Por dónde empezamos… por dónde, —preguntó la rubia que ya había posicionado el cursor del ratón sobre el icono que decía Galería—. El objetivo de entrar a su habitación era buscar si tiene porno, entrar en las habitaciones de citas solo nos demorará… no es así.

—Pero lo hace más interesante. Yo no creo que las fotos y los videos sean los más relevantes en este caso, sino que los sentimientos. Ver lo que ella era capaz de escribir, las respuestas de los demás… pienso que esas cosas son más interesantes y lindas.

—Eres una sentimental… pero estoy de acuerdo… —agregó Elena después de achicar los ojos. —Empezamos por Badrooo… En la pantalla se cargó la aplicación, abrió y dejó expuesto como una docena de perfiles de hombres y chicas por igual.

Muchas conversaciones ni siquiera estaban abiertas y casi todas eran genéricas con el mismo mensaje de ‘Hola…’ La mayor parte de las conversaciones que Arte había dejado en visto justo cuando descubría que tan lejos vivía el otro que le escribía. Muy lejos como para que existiera la oportunidad para que pasara algo. Así sucedió en Tender y lo mismo en 3fuz.

Pero, Elena no se mostraba desanimada ni los presentes. Estas aplicaciones solo eran un intento de salir de la vida rutinaria, pero quienes más tenía que decir era Whats_App y Mess_enger. Con un tanto de desespero, la rubia ingresó a la aplicación verde que se valía de un teléfono blanco en el medio. Entre todos los contactos se encontraban fotos muy sugerentes. La rubia decidió abrir una conversación y mientras subía y bajaba pudo ver una foto que le dejó boquiabierta. Arte tenía su culo al aire, se veía que estaba dentro de un baño público usando ropa interior de mujer.

—Para, para… déjame leer. —Reclamo Samantha, Elena pareció buscar lo que era el principio de la conversación y ahí se detuvo—. [Mmmnn, ¿Y dónde estás ahora… trabajando?] [¿Llevas puesto lo que te regale?] [Enséñamelo…]

Por el contexto de las fotos y la vestimenta, se podía notar que Arte trabajaba en lo que era una especie de cafetería o un lugar bien público.

—[¿Y si todos los que te ven supieran lo que yo sé? ¿Qué eres una pequeña y sucia Sissy?]

—¿Quién es ‘Sissy’, tú que lo sabes todo? —Le preguntó Samantha a Elena.

—Es un término que se le atribuye a chicos tímidos, cobardes, débiles… muchachos que al mismo tiempo se comportan como chicas. —Respondió Elena ya mientras abría y cerraba sus piernas.

—[No, por favor… que no se enteren. Yo me porto bien.]

—[Procura entonces dejar guardado en tu culo eso que deje.

Hasta que yo quiera recogerlo.]

—[Sí… no he usado el baño.]

—[Entregarlo limpio como te lo metí… o, castigo para ti. Por ser una sucia Sissy.]

Samantha y Elena parecían tener fuego entre las piernas, una llama tan grande que siquiera se les podía apagar con toda el agua que salía de entre sus vaginas. Por otro lado, Rey tenía una mirada muerta, cuál si se arrepintiera de todo lo que estaba sucediendo. Tan solo que, por no mostrar debilidad, se abstuvo de decirle a Samantha que dejara de leer en voz alta los comentarios, o de retirarse de la habitación.

Entre conversaciones y conversaciones, Elena fue surfeando por los contactos del teléfono y también leyó en voz alta aquellos mensajes que más le llamaban la atención mientras se frotaba el clítoris después de subir uno de sus pies sobre la mesita en la cual se encontraba el teclado.

—[Al principio me sentía raro al saber lo que eras, pero después me di cuenta de que tenía beneficios conocer sobre tu secreto.]

 [Entre mi novia y tú… tú eres quien mejor monta verga.]

 [Siempre recuerdo ese momento… cuando, unos segundos después de que mi mujer comenzará a bañarse, yo ya te la tenía enterrada hasta el final y tu empotrado contra la pared tratando de aguantar no gritar.]

[Sé que te gusta desempacar mi paquete y metértelo en la boca, aunque esté sucio y maloliente…]

[Me contaron que te encanta tragar leche con tu culo casi tanto como con la boca.]

 [Mi novio necesita cogerte. Esta semana estoy con mi periodo y tomarás mi lugar en la cama. Sales del baño como siempre nada más que apague las luces.]

[Sé que necesitas de mi verga para que puedas seguir con tu vida.]

[Una vez te crezcan las tetas vas a saber lo que se siente cuando se mueven porque alguien te esté cogiendo el culo con fuerza como te lo hago.]

 [Si cuento tu secreto, esos viejos no desperdiciarán más leche en el baño o sobre papel porque siempre tendrán tu boca disponible. ¿No es así?]

[Esta semana fue dura… Me encantas cuando me das tu culo abierto para que descargue mi furia.]

—¡Santos cielos! Si estos son los mensajes, no me imagino las fotos y los videos… ¡Entra en la galería ya! —dijo Samantha bien impaciente.

Ahí, sin mucha más insistencia, Elena dio varios clics y abrió el icono de la galería. La primera imagen que apareció consistía en Arte, arrodillado en el piso de un callejón, con una verga en la boca y otras dos en cada mano. Desde un ángulo de arriba, la foto impactó tanto que Elena necesito tomar un trago de alcohol. Arte se veía delicado, inocente, bien vestido, con los ojos abiertos, chupando la verga de tres extraños.

—Pantalón negro, camisa blanca… eso tuvo que haber sido detrás de su trabajo —asumió Samantha.

En la siguiente foto se podía ver el final de la espalda de Arte, el cual terminaba con su pantalón, dejando al expuesto un hilo dental de color rojo que se colaba entre sus dos nalgas hasta perderse. En la siguiente foto, Arte seguía chupando verga, pero esta vez con la camisa desabotonada, tanto que se le podía ver un pezón. Siguiente foto, Arte tenía en la boca la verga que de que sostenía con su mano derecha, y en la próxima le estaba pasando la lengua por los huevos del tipo parado a su mano izquierda.

Para Rey, no era la primera vez que veía a alguien chupando vergas, pero nunca había visto a su amigo en pleno apogeo fuera del closet. Le parecía mentira ver como protagonista de semejantes fotos al chico que dormía bajo el mismo techo, compartía comida y reían como si nada de manera tan inocente todo el tiempo. A Rey, ver los mensajes, no le había hecho del todo consciente, pudiera decirse que, si no hubiera visto las fotos, se marcharía hasta la tumba asegurando que Arte, aunque se proclamará a sí misma como mujer, era hetero y nunca había comido verga. Jamás se hubiese podido creer que esa misma persona disfrutara tanto de estar chupando tres y hasta cuatro vergas a la vez.

—¿Podría ser uno de ellos su jefe? —preguntó Elena.

—Lo más probable. —Respondió Samantha para mantener el silencio por un rato. Era cierto que, en las fotos, Arte siempre se mostraba en una posición sumisa, frágil y asustadiza. Pero también reía con discreción. —Para ser honesta, siempre creí que cualquier hombre se sentiría humillado en una situación como esta.

—Arte no es un hombre —aclaró Elena.

—Lo era hasta no hace mucho —dijo Sam.

—No creo… tampoco es que entremos en el concepto de sí; se hace mujer o naces mujer. Pero pienso que sí, un hombre en una situación como esa se sentiría humillado. Como por ejemplo… Rey, ¿te imaginas chupando verga así como Arte? —Una mueca involuntaria emergió en el rostro del aludido junto como un retortijón de estómago y toda una sensación de asco. Lo cual hizo que Elena continuará—. Lo ves.

—Bueno, si la circunstancia fuera propicia y tal vez yo no proviniera de la familia que provengo, tal vez no me incomodaría estar en una situación como esa. —Aseguró Samantha, corroborando la suposición de la rubia. Rey y Elena observaron a la trigueña al punto de ponerla nerviosa—. Bueno, si voy a ser una puta zafada no tiene mucha lógica quedarte con tan solo una verga. Puedes disfrutar del sexo cuanto quieras siempre que nadie de tu alrededor se entere. Ni me miren así, Elena sigue bajando… La rubia obedeció y en pantalla aparecieron nuevas imágenes.

Estas eran diferentes, mostraban a Arte con labios pintados de negro, usando espejuelos y una peluca, sentado sobre un sofá con la mano metida dentro del pantalón. Evidentemente, se estaba masturbando mientras miraba en dirección a lo que era una cama. En la otra estaba ya en cuatro sobre la cama, pero con las patas unidas en donde todo lo que se le veía eran sus nalgas abiertas y una sutura de carne en donde debía de estar la vagina de cualquier mujer. Las otras fotos mostraban a una impresionante verga en primer plano que se iba acercando al culito blanco que estaba empinado. En otra foto se veía lo que era un pene de plástico al lado de la primera verga que parecía dirigirse a la boca de Arte.

Las imágenes eran vibrantes, cargaban tanta excitación que tanto Elena como Samanta no podían dejar de masturbarse y gemir. Las fotos mostraban una escena en la cual todos sabían que el culito de Arte iba a ser penetrado, pero aún no sabían cuántas fotos tendrían que avanzar para llegar al evento tan esperado. Tal vez la siguiente o la próxima.

Finalmente, completamente desnuda y en primer plano, se pudo ver cómo el hombre le metía la verga por el culo mientras que Arte chupaba el plástico negro que llevaba puesto una mujer. La mujer del grupo, en la siguiente foto, tenía sus dos dedos con forma de gancho metidos dentro del culo abierto de Arte mientras que la verga esperaba para volver a entrar. Se notaba que ella había acariciado con sus dedos el orto del Arte y después los había deslizado por la humedad del orificio y en esa foto le estaba castigando al tirar hacia arriba con su mano.

—Qué mujer esa —comentó Sam—. No puedo creer que le esté abriendo el culo a Arte para que su marido se venga y el semen caiga adentro.

—Pues así es —dijo Elena al pasar a la siguiente foto y ver convertirse en realidad lo que Samantha había dicho—. De todos en esta casa, él de seguro fue y es el más activo. Nunca sospeché que pudiera llegar a tanto.

Por otro lado, entre los comentarios de las chicas, Rey pensaba que no sería una mala idea cambiar el tapizado de tela de los muebles de la sala por un material impermeable.

“Si de ahora en adelante ellas van a crear la costumbre sentarse y masturbarse en la sala, sus fluidos vaginales van a manchar y mojar los asientos”.

—Tengo que darme otro trago para poder seguir sin pensar en cómo poder ver a la cara a Arte de ahora en adelante —dijo Samantha sacudiendo las manos.

—¡¿Otro trago de valor?! —preguntó Elena, con una sonrisa maquiavélica—. Nena, yo soy dueña de la botella y si quieres tomarte otro trago tendrás que usar mi coño como vaso.

—Bueno… como jarra será —dijo Sam devolviendo la sonrisa, ella estaba aludiendo al exagerado tamaño que tenía la vagina de la rubia.

—Descarada que tu culo está mucho más abierto —se defendió Elena—. Bueno, te animas o ¿no?

Rey con una sonrisa, no prestó mucha atención a la situación que se estaba dando entre las chicas, casa que le hizo advertir; — No creo que sea una buena idea. El alcohol puede irritar…

—No agües la fiesta, Samantha ven aquí y prepárate, —dijo Elena mientras que se acostó en el piso y comenzó a subir sus piernas hasta que las caderas quedaron de forma vertical con su cuerpo. Una vez empinada, la rubia continuó—. Sam, agárrame las piernas, quiero que pongas tu coño en mi cara y que no despegues tu lengua de mi clítoris. Rey, echar un chorrito constante que me pase por la raja y que caiga en la lengua de Samantha.

—… el área genital —terminó de hablar el joven quien fue interrumpido por la hiperactividad de Elena dando órdenes.

“En este punto, Elena es del tipo de personas que solo aprenden cuando experimentan dolor…” habló Rey para su interior, con la botella en la mano. “Aunque creo, que debería ser un dolor lo suficientemente insoportable para que no lo vuelva a hacer.”

Las posiciones entre las dos chicas ya estaban tomadas y a Rey, la verga ya le golpeaba casi que contra la barriga de lo morboso que se estaba presentado la situación. Ver a Samantha haciendo una cuclilla sobre el rostro de Elena mientras que pegaba su lengua al clítoris de su amiga y dejaba la boca abierta para tragar alcohol, no tenía comparación. Él no se iba a poner moralejo y actuar de sabiendo ante lo que sucedería luego.

Sin que Elena tuviera tiempo a pensarlo dos veces, Rey vertió un poco del contenido de la botella sobre el sitio exacto y hasta que no vio que, a la boca de la trigueña, término desbordada de alcohol, no se detuvo.

Samantha, por otro lado, cerró la boca y tragó todo el alcohol para terminar exhalando como si fuera un dragón que escupía fuego por el lugar. Aunque esta vez no se había valido de la sal o el limón, ella pensaba que el trago ya no se sentía tan fuerte.

—¡Uy! ¡Uy! ¡Uy! —Exclamaba Elena, quien apenas se liberó, se levantó y corrió como el viento para la cocina. La rubia se trepó sobre la meseta y se sentó en el fregadero al mismo tiempo que abrió el grifo de agua. Con las manos ella se lavó el coño como si fuera algo que estaba cogiendo candela.

Rey no pudo evitar mostrar una expresión de saber en lo que iba a terminar la situación, mientras que esta vez fue Sam quien rompió en carcajadas.

Después de unos minutos los presentes se reincorporaron, aunque la diferencia era que Elena tenía el coño rojo, Samantha estaba más borracha y Rey la tenía parada.

—Ahora, que retomamos el tema, —dijo Sam—. Esas fotos parecen tomadas en un hotel. La mujer del video se ve joven, sí, podría decir que tiene menos de cuarenta.

—Quizás fue una salida loca. Algo que hizo con una pareja de casados. —También justificó Elena mientras seguía pasando las fotos.

En las demás imágenes Arte estaba chupando la verga, pero no la chupaba como en las fotos anteriores, sino que daba la impresión de que ella estaba recorriendo el camino de las venas que se le salían a la verga que tenía en enfrente. Como si Arte quisiera sentir el relieve del miembro viril, real y tangible, que se estaba metiendo en la boca, mientras que era el turno de la mujer de darle por el culo con el consolador plástico.

—¡Apa! ¡A Rey se le está bajando! —se quejó Samantha.



Reina Del Cielo

Chapter 10
Piedras en la ventana


  —Producto de un descuido de mi parte —dijo Rebeka, ampliando la sonrisa en su rostro tanto como podía, ya que, si su felicidad iba a resultar en la desgracia de alguien más, quería que esa desgracia fuera lo más grande posible—. Una ligera situación se hizo presente y me ha impedido calcular apropiadamente el tiempo que me quedaba para poder cumplir con mis deberes. Aunque según pudieron ver bien por las cámaras, llegué a tiempo a la escuela. Ahora que tengo una vida social más activa, tengo novio, que es algo que no va en contra de las reglas escolares, puedo asegurar que estos incidentes no se repetirán, pero que tampoco podría continuar siendo la presidenta, ya que tener una vida social activa y saludable es de vital importancia para mi desarrollo como alumna, mucho más cuando durante estos últimos años no tuve ninguna. Ahora mismo, pienso llevar una carta al director si me lo permite, claro. Les pido tan solo un poco más de paciencia, así como agradezco las expectativas tan altas que han tenido conmigo por todos estos años. ¿Por qué no lo avisé con anterioridad? Porque mi noviazgo se hizo oficial esta mañana. También, si me permiten agregar, no creo que en verdad ustedes tengan motivos tan grandes como para que puedan señalar y reprochar mi comportamiento como presidenta, cuando es la primera vez que no alcanzó a tener tiempo para pasar asistencia, preparar la pizarra y botar la basura antes de comenzar una clase. Tampoco pasé por mi casillero ni por el aula de los profesores: pero quizá no hayan aún visto todos los méritos que he logrado hasta este momento.

 

   —Discúlpeme que la interrumpa señorita Rebeka, pero este no es momento para tener un debate cuando ya estamos quince minutos tarde en el turno de clase —interrumpió la profesora, tras ocultar su enfurecimiento al no lograr su objetivo—. Tendrá que verme después de clases si quiere seguir hablando, por ahora tome asiento, pero quiero que entienda, a la segunda tardanza que tenga se le va a levantar un acta y a la tercera no se le permitirá entrar en mi turno y se marcará como ausencia. Cinco ausencias injustificadas a cualquier clase serán suficientes para una expulsión permanente y definitiva. Tome asiento como hicieron sus compañeros. 

 

  Rebeka se dio la vuelta, manteniendo una sonrisa triunfante en su rostro. En definitiva, después de aquellas palabras se había quedado mucho más tranquila y su decisión de renunciar a ser la presidenta era la mejor forma de detener a los profesores a que le siguieran tratando como lo hacían hasta el momento. Si la excelencia en esa escuela era peor pagada que la mediocridad, mejor ser mediocre y así librarse de todos los problemas innecesarios que pudiera traer el ser excelente.   

 

  En el primer recreo, Rebeka se hizo camino a donde estaba el despacho del director y le dejó a la secretaría su carta de renuncia como presidenta. Eso fue algo que le dijo a la bibliotecaria cuando se la encontró en el pasillo caminando.

 

  —Entonces, ¿esa es tu decisión final? —preguntó la amable señora con una mirada triste. 

 

  —Sí —respondió Rebeka, confidente y altanera como nunca. 

 

   —A veces, tomar el camino fácil en esta sociedad… te hace terminar en el fondo —dijo la bibliotecaria con la mirada de una madre preocupada—. No creo que cuentes con lo que llaman “el germinar de una heroína”. 

 

   —Soy una simple humana, también consciente que mi vigor, inteligencia, destreza, fuerza, resistencia, fe o incluso mi suerte sea lo suficiente ante una muerte inminente. Tampoco es que lo necesite para vivir mi vida, después de todo, esto es el mundo real y no un libro de fantasía.

 

  —Tu libro favorito no es de fantasía, es de historia. Que la muerte te sepa a gloria —dijo la bibliotecaria, como palabras de despedida que no pudieron ser escuchadas por la chica de cabellos negros, la misma que se movió feliz como el viento y regresó a tomar las demás clases que le faltaban.

 

 Durante el resto del día, Rebeka no se contuvo en darle la noticia a los profesores, que, al haberse reunido en una esquina para cuchichear, ya sabían de la noticia y tan solo podían simular sorpresa.

 

  Sin tener que hacer trabajos extras, prestarle atención a la clase o hacerse responsable de pasar la asistencia ni limpiar la pizarra o botar la basura, Rebeka se sintió liberada por el resto del día. Finalmente, estuvo contenta con las expectativas de seguir disfrutando su nueva vida, justo cuando terminó la última clase y fue la primera en salir por la puerta para ir de regreso a su casa junto a su novio.

 

  Por supuesto, estaba ansiosa, porque bien sabía que en su casa no estaba su madre porque había salido a trabajar, como de costumbre. Por eso le daría a Omar el premio que como perrito necesitado con sus ojos había estado pidiendo, pero no era que se la quisiera poner tan fácil, después de todo, él se ganaría el tesoro que estaba entre sus piernas con más esfuerzo.

 

Rebeka entendía que el amor podía distraer su capacidad de juicio y razonamiento. Había que verla de forma objetiva como prueba. Primero, sentía atracción por él, física y sentimentalmente, al punto en el que incluso resultaba como dependencia. Estaba dispuesta a darle de vuelta bienestar y placeres. Segundo, quería hacer lo que fuera necesario para pasar con él la mayor cantidad de tiempo posible, con mirarle y sentirle cerca era suficiente. Tercero, era como si estuviera bajo un hechizo de bienestar, con que él estuviera feliz, ella también lo estaba.

 

  Tomados de la mano Rebeka y Omar llegaron a la entrada de la casa que en la mañana habían dejado, la chica, con la sonrisa de una gata juguetona, se volteó y dijo las siguientes palabras. 

 

  —Déjame entrar en la casa. Mientras tanto, escóndete en el patio y espera mi señal. 

 

  Omar guardó silencio y prestó suma atención al plan que le estaban diciendo. Debido a que Rebeka sonaba muy seria en sus palabras, decidió no hacer preguntas y comenzar el arte del espionaje y la paciencia, para no ser detectado, mientras se escondía en el patio.

 

  Tras despedir a su chico con un beso de pico, se volteó, caminó hasta desaparecer de la vista al cruzar la puerta de la casa, pero no sin antes mirar atrás y hacer un guiño con su ojo derecho en señal de complicidad y expectativa.

 

  Una vez dentro, Rebeka cerró la puerta con seguro y fue corriendo en dirección a su cuarto con la intención de arreglar cualquier cosa que pudiera estar fuera de lugar. Ya no estaba bajo el hechizo de embobecimiento, ahora regresaba a ser objetiva y más precavida en sus intenciones de “querer gustar”.  

 

  «Dicen que la habitación de una chica es el reflejo de su personalidad. En verdad no quiero que se distraiga con cosas sin importancia», pensó. Por eso, apartó los juguetes y peluches que tenía, tiró debajo de la cama algún libro incriminador y se cercioró que ninguna de sus prendas interiores estuviera expuesta en otro lugar que no fuera el cesto de la ropa sucia.

 

   «Ahora que lo pienso y me miro en el espejo, sería mejor si también tomara un baño antes de empezar la acción. Todo un día de escuela ha hecho que mi piel esté sudada y me sienta muy pegajosa, tampoco es que quiera tener un mal olor en un gran momento».

 

  Como un rayo, fue al baño y abrió el grifo del agua caliente mientras se desvestía y entraba al interior de la bañera.

 

 Entre el desespero y los movimientos de un lado a otro: «¡¡¡Diablos!!! Se me mojo el pelo… deberé secarlo después para que no se note que me bañé».

 

  Ya salida de la bañera y secándose con la toalla que tenía, Rebeka dio un último vistazo a su cuarto, luego de preguntarse si faltaba algo para que el momento fuera perfecto. Su habitación estaba bien, pero:

 

«¿Qué hay de comer en el refrigerador? y si nos da hambre y no hay nada hecho. Eso podría ser malo ¿no?».

 

Luego de mirar sobre la mesa, Rebeka recordó las veces que había ido a la cocina y traído un vaso diferente, que se le había olvidado regresar. Habían sido seis veces, ¿por qué seis? Bueno, porque seis eran los vasos vacíos que ella tenía sobre la mesa, apilados en una esquina, detrás de los libros de la escuela.

 

   «Si él quiere comer después que terminemos, me abro de piernas y le digo que siga comiéndome ahí abajo», se dijo, confidente, mientras tomaba los vasos como podía, para devolverlos a la cocina. «¿Y si sangro? Después de todo, esta es mi primera vez con un chico».

 

  Agobiada de tantos “y si” Rebeka intentaba no seguir pensando, después de todo, se había dado cuenta que estaba nerviosa y de cierta manera sentía miedo. Con el miedo, las inseguridades aparecían y no le ayudaban a pensar con claridad. Tan pronto terminó de lavar los vasos, abrió la nevera con tal de ver si tenía algo que comer. 

 

   «Creo que puedo usar el vino de mi madre para la ocasión, le diré que lo usé para cocinar».

 

  Más que comer, ella pensaba en tomar. Después de todo, dicen que el alcohol da valor. Volvió a subir a su cuarto con la botella en la mano, lo miró todo, pero un extraño sonido le hizo regresar al presente y mirar el reloj. Habían pasado ya dos horas desde que había dejado a Omar afuera:

 

   —Es de noche y él sigue afuera, el pobre, espero no se lo coman los mosquitos.  

 

 Tic Tic…

 

  «¿Qué es ese ruido? Viene de la ventana. Debe ser él. Omar, tan solo han pasado unas horas, ¡que impaciente! Aún no me he secado el pelo, tampoco he hecho nada de comida ni he organizado el estante de libros».

 

  Sin más opción que apegarse a la imperfección de lo esporádico antes que esperar por la perfección de lo que es cuidadosamente planeado, Rebeka no tuvo más remedio que abrir la ventana esperando que se le ocurriera algo convincente que decir. Una justificación que me haga ganar tiempo en esta situación y que, a la vez, lo entretenga. 

 

  «Mi habitación está en un segundo piso», se dijo.

 

   Rebeka abrió la ventana que da hacia al patio y tras localizar con sus ojos a Omar, dijo susurrando: 

 

  —Debes subir por aquí. 

 

  —Pero ¿cómo? —dijo Omar, en respuesta a la petición que había escuchado. 

 

   Sin saber qué decir, Rebeka se encogió de hombros ante la pregunta. Tras una última mirada a los ojos decididos de su novio, decidió entrar para poder organizar lo que le quedaba. 

  

  «En verdad no puedo creer que tenga tantos libros de autoayuda, educación sexual y romance», se dijo, con una risita nerviosa, esa que desde el principio no se había podido aguantar. «Por más que los apartó a un lado, siempre hay otro libro embarazoso detrás.  ¿Quién iba a decir? De pasar a ser dos personas que nos atraíamos en silencio el uno al otro, ahora estamos a punto de recorrer un camino ardiente juntos. Pasar de mirarnos en silencio, saludarnos educadamente, de sonreírnos discretamente el uno al otro, a tocarnos candentemente, besarnos con hambre, a querer desesperadamente estar juntos y ahora… a estar a punto de tener sexo».

 

  Tras arrojar el último libro que creía que le pondría en evidencia, Rebeka se volteó para ver como la cabeza de su amado se asomaba por la ventana.

 

  «Esto no tiene mucho sentido, lo sé…», pensó Rebeka, mientras tendía la cama. «Pero, esconder lo que soy tan solo sucede porque aún no hemos tenido mucha comunicación el uno del otro. Una vez pueda coger confianza y actuar como lo que soy, que él ya no pueda deshacerse de mí, es el plan perfecto. Aunque primero está tener sexo, algo que no puede suceder si antes no hago tiempo para detalles románticos, abrir nuestra intimidad y hacernos sentir especiales, o ¿sí?... ¡Aaah! ¡Él ya está aquí!».

 

 

Tan pronto pudo valerse de un firme agarre, Omar subió un pie y luego el otro, lo que le permitió saltar por el marco de la ventana más allá de la mesa de estudios de Rebeka. Esquivando la silla, cayó de pie con las manos extendidas, como si fuera un gimnasta que había terminado de hacer un salto mortal sin sobrevivir.

 

Luego de encoger sus manos para mirar el tan arriesgado salto que había efectuado, sin casi haberse hecho daño. Tras caer en cuenta que estaba lleno de mugre y pintura en sus manos, agregó — ¿Puedo enjuagarme las manos? 

 

  El corazón de Rebeka estaba disparado, a pesar que su chico hablara y actuara con normalidad, pues para ella era la primera vez que tenía a un chico dentro de su cuarto. 

  

  «En verdad nunca esperé que fuese tan intrépido», pensó, luego de mantener la distancia y decir en voz alta:

 

—Puedes pasar al baño y lavarte, si quieres. 

 

Rebeka vio cómo él le pasó por el lado y silenciosamente se dirigió hasta donde estaba el lavamanos.

 

   El silencio se hizo presente, tanto que se pudo escuchar cómo el grifo se habría y el agua caía mientras la espuma se creaba con el frotar de las dos manos que se lavaban la una a la otra. Rebeka se preguntó si acaso él podría escuchar su corazón latiendo como lo hacía, no por excitación, sino por miedo a no saber si estaba haciendo lo correcto.

 

  «Ahora que estamos en mi habitación, sin nadie que nos pueda detener… No me siento preparada, mi cuerpo me dice que es una mala idea, es como si quisiera saltar por la ventana. ¡No sé qué hacer!», se dijo, tragando en seco y retrocediendo un paso.

 

  Omar tomó más tiempo de lo que se tomaría alguien normal para lavarse las manos, algo que le dio oportunidad a Rebeka para seguir pensando y acumular el valor en su cuerpo. Después de todo ¿Qué sería de los humanos si dejaran de hacer las cosas que sentían que estaban mal?  

 

  «Supongo que va en ambas direcciones… esa seguridad de sus palabras tan solo es él pretendiendo, después de todo, este no es su territorio y está en la casa de alguien más, sin ser invitado por mi madre».

 

  —Entonces… ¿este es tu cuarto? —preguntó Omar, luego de cerrar el grifo y secarse las manos en la ropa, lo que hizo que Rebeka se pusiera aún más tensa. 

 

   —Sí —respondió en voz alta, sin saber qué más decir. 

 

  Después de todo, ella creía que una vez que un tigre estaba ante su presa no tardaría mucho tiempo en atacar y devorar la carne. Omar tal vez no era un tigre en el sentido estricto de la palabra, pero si era un hombre sediento por sexo y estando ahí en el cuarto, después de haber esperado por tanto tiempo, ¿qué le hacía no querer atacar? 

 

   —Rebeka… —la chica se tensó aún más al escuchar su nombre—. Sé que podría sonar desagradable, pero ¿Te importa si uso el baño? Esta situación me tiene muy nervioso y no sé qué hacer con este malestar en mi estómago.

 

  «¡Perfecto! Eso me dará más tiempo» pensó. También se puso contenta por la inesperada oportunidad y dejó que toda la energía que había preparado para salir corriendo se disipara.

 

—Sí, claro que sí. No suena desagradable, es natural, muy natural, no hay problema, utiliza el baño todo lo que quieras.

 

   —¿Tú mamá? —dijo él, susurrando. 

   

  —No te preocupes, ella no está —respondió Rebeka, con una sonrisa pícara, de quien no quería meterse en problemas.

 

  Tan pronto Omar logró procesar la respuesta a uno de los asuntos que más le preocupaban, su mirada de chico tranquilo y serio cambió a la de alguien que estaba evidentemente confundido, pero aliviado a la vez. Luego de ver a Rebeka, miró hacia la ventana y después la volvió a ver, tras darse cuenta de todo el trabajo que había pasado y el tiempo que esperó ahí afuera.

 

  Pícara y con la misma mirada de gata juguetona que puso al despedirse en la entrada de la casa, Rebeka optó por evitar dar una respuesta, pues con tan solo sonreír de vuelta, era una respuesta suficiente.

 

 Luego de respirar tan profundo como pudo, Omar le regaló una sonrisa, mientras cerró la puerta del baño con ojos de alguien que no se arrepentiría de hacer lo que iba a ejecutar.

 

  Apenas el chico se metió en el baño, Rebeka se dio la vuelta y caminó hasta la cocina con la botella que había subido. No podía negar que se sentía mejor, más dispuesta y con menos miedo. «Ya no me siento tan tensa y las puntas de mi pelo están a punto de secarse por completo. Todo será perfecto. Sí, todo tiene que ser perfecto. En verdad me lo merezco, no es el momento lo importante… es la persona con la que compartimos el momento».

 

  Debajo de las escaleras se pudo escuchar el agua cayendo.

 

  «¿Ese el sonido de la ducha? Ahora que lo pienso, nunca he visto a un chico bañándose, también me preocupa que se demore mucho».

 

 Sin poder reprimir la curiosidad, dejó el arroz cocinándose, para silenciosamente escurrirse de vuelta a la entrada del cuarto de baño. Con el corazón en su pecho, Rebeka acercó lentamente su mano al picaporte de la puerta, se mantuvo de pie, sintiendo como también le temblaban las piernas. Que alguien se estuviera bañando significaba que estaba desnudo, más el sonido del agua caía de forma extraña y rítmica.

 

  Con convicción en su mirada, trató de girar su mano, pero el seguro se lo impedía, algo que la obligó a mantenerse firme del otro lado, tan solo escuchando cómo su chico se bañaba.

 

   Ella podía resistir y marcharse, pero sus recuerdos estaban provistos de recuerdos y métodos infalibles para abrir la puerta que había usado en un pasado. Tragando en seco, ella tomó una pequeña llave larga justo detrás de la lámpara de noche, que cabía por el agujero del picaporte y podía abrir desde el otro lado. Considerando lo que estaba a punto de hacer, se lo pensó por un momento, para luego, sin ni siquiera estar segura, insertar la llave en la cerradura y realizar el esfuerzo para abrirla.

 

 Aún más nerviosa comenzó a girar la llave.

 

  El agua que caía de la ducha se escuchó más constante, como si quien estaba bañándose hubiera dejado de moverse.  

 

   Como curiosa que era, Rebeka ignoró este cambio en el sonido y lo primero notó dentro del cuarto de baño que recién había abierto, fue si él había usado o no el baño como ella se lo imaginaba. Con una sonrisa en su rostro, siguió analizando con su mirada: 

 

   «Su ropa, está bien doblada en el suelo, déjame tomarla y esconderla por el momento, antes de que se dé cuenta. Tan solo su ropa, puedo decir que entré sin permiso con tal de hacerle una broma…».

 

   —Re… ¡Rebeka! —señaló Omar, quien estaba del otro lado de la cortina que impedía al agua escurrirse fuera de la bañera—, ¿estás ahí?… ¿Qué estás haciendo?

    

  —No me prestes atención, tan solo voy a esconder tu ropa. Es el precio por usar la bañera sin mi permiso.

 

   —No me digas que estás hablando en serio, por favor… no lo hagas.

 

   Rebeka, quien se inclinaba en el suelo ya con el pantalón, los zapatos y la camisa de Omar en sus manos, se dio cuenta de que algo no estaba bien con la respuesta por su parte. Alguien que tartamudeaba y se reservaba el privilegio de reclamar en una situación donde tenía la ventaja, era porque en verdad no la tenía. Algo raro debía de haber estado haciendo.

   

   —¿Sabes qué? Déjame verte… abre la cortina, quiero verte Omar. Como tu novia tengo ese derecho —sentenció, con palabras que sonaron serias, algo que le llevó a pensar. «Si fue capaz de arrodillarse ante mí, declararme su amor y subir hasta un segundo piso, supongo que no retrocederá ante estos caprichos tan triviales que tengo, a menos que esté escondiendo algo”.

 

  El vapor del agua caliente tenía los cristales empañados, Omar no hablaba, parecía estar titubeando e incluso se tomó unos cuantos minutos para abrir la cortina. Y ahí estaba él, de pie, desnudo y con su cuerpo mojado, pero su mirada y comportamiento encajaba aún menos, puesto que no eran apropiados para alguien valiente.

 

  Rebeka pudo inferir que él se había estado masturbando a sus espaldas, dentro de la lucha de su casa, sin que ella se lo hubiera permitido. «¿Qué clase de pervertido haría semejante cosa? ¿Que acaso prefería tocarse y autosatisfacerse sin incluir a su pareja en el acto? ¿Era considerado una marranada?”.

 

  —¿Acaso pretendías romper mi condición de no masturbarte? Explícate, ¡ahora mismo! —demandó Rebeka, mientras se cruzó de brazos, ofendida, sin quitar sus ojos del miembro viril que él trataba de cubrirse, pero como estaba duro, no podía hacerlo por completo, aunque estuviera usando sus dos manos.

 

   Omar agachó su cabeza y miró en dirección al suelo. En la mirada del chico se podía deducir que él prefería bailar sin ropa dentro del tren, por vergonzoso que fuera, antes que ocurriera esa situación.

 

    La olla arrocera se disparó y con esto se hizo escuchar el característico sonido que indicaba “el arroz estaba listo”, pero Omar no se atrevía a decir nada o argumentar una buena justificación o al menos, una excusa. 

 

  No era que Rebeka estuviera enojada, era que más bien no sabía cómo sentirse, pero tampoco podía tomar la situación como si no hubiera sucedido, sino, el incidente se repetiría cuando lo que ella quería era que él se tocará en enfrente de ella cada vez que tuviera deseo.

 

   Los minutos que transcurrieron en el baño fueron muchos y muy incómodos para los dos, algo que solo retrasaba los planes de una noche perfecta.

 

   Luego de tomarlo de una manera neutral, Rebeka le aventó una toalla por la cara a su novio y mientras se dio la vuelta, le dijo:

 

   —La cena está preparada. Sécate y baja… te voy a esperar sentada en la mesa. 

 

  Arroz amarillo con vegetales recién preparados, frijoles blancos de ayer, ensalada fresca y carne instantánea cuidadosamente servida en cada plato sobre la mesa. La carne y la ensalada junto a los frijoles estaban separados, mientras los dos platos ya estaban servidos con sus porciones correspondientes de arroz. Las raciones en cada recipiente no eran generosas, pero suficientes para dos, después de todo, Rebeka se había asegurado de dejar comida suficiente para que su mamá pudiera comer cuando llegase del trabajo.

 

  Sentada sobre la silla, mientras que la comida se enfriaba, la chica golpeaba la uña de su dedo índice contra la madera de forma impaciente, aun cuando ya escuchaba a su amado bajando por las escaleras.

 

   Tan pronto Omar se hizo presente en el comedor, ella levantó sus ojos para observarle.

 

   Ahí estaba él, encogido de hombros, con los cabellos aún húmedos, caminando como quien se sentía incómodo recorriendo desnudo en una casa ajena y que, de paso, sería sorprendido por una madre sobreprotectora con su hija, que lo que menos sería capaz de hacerle era partirle la cabeza y cortarle los huevos, tan pronto viera lo irrespetuoso que era al andar desnudo en casa ajena.

 

  Ante la mirada de ella, Omar no pretendía avanzar sin decir algo primero y así fue: 

 

   —Quería venirme antes de estar contigo —dijo.

 

  Rebeka pestañeó dos veces, para dejar sus ojos bien abiertos. Podía ver pena en el rostro ajeno, pues sus ojos evitaban hacer contacto visual con ella, mientras que el cuerpo buscaba la manera de cubrirse el miembro usando sus dos manos, como si tratara de bajar la erección que aún tenía. 

 

   —Hazme un favor y toma asiento — anunció Rebeka, tan pronto detuvo los sonidos provocados por su uña que martillaba la mesa. Omar levantó la cabeza y con rapidez procedió a tomar, como si obedecer lo que se le dijera en ese momento, garantizaría el resultado de un castigo menos severo.

 

 «Omar, famoso por hacer y deshacer, tomar riesgos y salir victorioso ante los demás, temido como un delincuente y respetado por ellos ¿Cómo es que resulta ser tan inseguro de sí mismo ante mí?», se preguntó Rebeka, mientras servía las raciones de carne, ensalada y frijoles en el plato del invitado, cuidando que uno de sus pechos no que quemara con el arroz caliente que ya estaba en el plato de ella

 

 —¿Por qué? — le preguntó a Omar, en referencia a la razón que él tenía para querer venirse antes de tener sexo con ella.

 

   —Es mi primera vez contigo… Quiero durar tanto tiempo como sea posible y no tener que preocuparme de quedar mal— dijo, después de tragar y acomodarse sobre una silla fría y sin acolchar. No tragaba por hambre, sino que lo había hecho para que su voz no temblara al salir, algo que no pudo evitar.

 

  «Más tiempo… quedar mal” interiorizó ella, quien dejó posar el plato de su invitado justo en frente de él, para proceder a servirse.  

 

   —En otras palabras, quieres asegurarte de darme duro por mucho tiempo para que me quede encantada con tu actuación y no deje de buscarte cuando tenga deseos de seguir queriendo más sexo.

 

  Rebeka no tuvo pelos en la lengua, quería dejar las cosas en claro y como si fuera una mujer de negocios, tocar cada punto y coma de un contrato, con tal de no llevarse una idea equivocada antes de tomar la decisión que tenía en mente.

  

  —Sí, quiero que no puedas caminar después de lo duro que te dé por toda la noche… También creo, que, a pesar de eyacular diez veces, aún sería incapaz de venirme por más de unos varios minutos, tocándote…

 

   —Oh… —respondió Rebeka, quien decidió tomarlo como un cumplido, mientras dejó de prestarle atención al chico y observó el interior del vaso al cual le dio un sorbo, tras remover de forma circular y oler como si de una copa se tratase. 

 

  El silencio inundó la mesa.