Una casa y cinco jóvenes

Chapter 6
Puerta sin seguro


El silencio se hizo presente por unos segundos. Como si todo fuera obvio para la chica que había preguntado. En cambio, Rey se quedó pensativo, él quería encontrar la respuesta que Elena se negaba a contarle. Aunque también podría irse a su cuarto y encerrarse como forma de escapatoria al momento tan incómodo que la rubia le estaba haciendo pasar.

“Tal vez ella tenga razón… algo dentro de mí no quería dejar que Samantha se marchara. No, después de estarla pasando tan bien, pero creo que eso sería egoísta. Actuar con mi verga y no mi cabeza no es muy noble que digamos”.

—Samantha se fue porque tú la dejaste, cobarde.

La palabra cobarde había sido mencionada dos veces, si pudiera existir la combinación entre una serpiente y una araña en un cuerpo humano, esa tal vez podía ser Elena ahí presente.

—¿A qué llamas cobarde? —volvió a preguntar Rey con algo de confusión, tal vez aquella situación se estaba dando por una diferencia de puntos de vista y no por una artimaña de la rubia para hacer su jugada.

—¿Acaso no entiendes por qué Samantha es tan tradicional, conservadora y mojigata como es? Como hombre que eres te falta iniciativa al aclarar las cosas, Rey.

—¿En qué sentido?

Como quien señalaba lo necia que había sido la pregunta, Elena continuó:

—Dos mujeres encueras enfrente tuyo, ¿qué hiciste? Esperaste que te dijéramos algo para que entonces actuarás. Sin mencionar que con ninguna de las dos te viniste. No solo ahora, sino que en todo este tiempo te hemos estado dando señales de nuestra disposición a follar y tú nunca das el primer paso. No somos de cristal ni tan inocentes como piensas Rey, ella actúa como lo hace para tratar de gustarte más; ¿acaso todo hay que decírtelo como a un niño pequeño? —la última pregunta la rubia no pudo evitar hablar en tono burlesco e irónico.

Rey, llevándose la mano a la frente, se dio cuenta de que por no tomar una decisión tal vez estaba perdiendo todo lo que podía ganar. Las palabras de Elena eran irrefutables, si una chica cree que el chico busca una relación estable y desaprueba comportamientos inapropiados, entonces ella, al principio y por amor, puede mostrar una cara diferente.

—Me tienes aquí, enfrente de ti y no me coges. Ella se marchó y no le perseguiste. Tu indecisión trae consecuencias, pero aún no es demasiado tarde, digo, ¿si es que te gustamos las dos por igual y quieres un todo o nada? —repuso Elena haciendo que se encendiera la curiosidad en los ojos del joven—. ¿Qué crees que ella estaría haciendo en su cuarto a solas?

—Tratando de despejar su cabeza —respondió Rey como quien tenía la respuesta correcta a la interrogante.

La rubia no pudo evitar darle en la cabeza a Rey tan pronto este dijo algo que no era la respuesta correcta. —Si le dejamos terminar lo que está haciendo, ella se arrepentirá de lo que hicimos y la única manera de vivir con semejante carga es pretendiendo haberse olvidado de lo que pasó. Recuerda lo que dijo cuando comenzamos: “Me sentiría más cómoda si me lo imponen… como castigo… no importa que me resista o diga que no… o que llore, grite… o me desmaye en el proceso”. Ella se está haciendo la de rogar, Rey.

A Rey le costaba atar los cabos sueltos del comportamiento de una chica, también, le era difícil saber la forma correcta en la cual debía actuar, más cuando dentro de su corazón las sugerencias de Elena se sentían equivocadas. Pero, vale destacar que una vez Samantha se viniera a solas, todo el calor y los deseos sexuales que le motivaban a comportarse con tanta libertad saldrían de su cuerpo, dejando el cascarón de a una chica tradicional. Arrepintiéndose de haberle entregado el culo de una a quien le importaba y quería dar una buena imagen, y sin nadie a su lado que le apoyase, no sería buena combinación.

En un profundo estado de meditación, Rey podía sentir cómo el tiempo pasaba y no necesariamente a la misma velocidad de las manecillas del reloj, sino que a la velocidad de dos dedos que, de un lado a otro, frotaban un clítoris de forma frenética.

“Seguir mi sentido de razón, obedecer los consejos de Elena, ¿qué debo hacer?”, se preguntaba Rey. “Una vez ella finalice con su masturbación, no quiero que regrese a ser estricta y recta como mismo fue en la mesa”.

—Arggg. Aún sigues pensando sin actuar, —reclamó Elena, para luego, tras titubear acercarse a la oreja de Rey y decir las siguientes palabras—. Ella no está gritando… ella te está llamando como siempre lo ha hecho. Detrás de la puerta de su cuerpo, desesperada porque su macho entre y le domine, que contente su corazón de sumisa. Lo que tienes que hacer es convertirte en ese amo.

Visualizándose a sí mismo haciendo entrada en un cuarto ajeno, invadiendo la privacidad cuando alguien más se estaba masturbando, y arriesgando a romper la confianza que con tanto trabajo se había ganado, no era muy tentando. Ante la proposición de Elena, Rey no supo ni qué responder, pero sí se levantó de su asiento casi a punto de perder la razón. Elena alumbró todas las expresiones de su rostro con una sonrisa maliciosa.

—Sí. Ella no tiene puesto el seguro… Dime Rey, si en verdad quieres privacidad, antes de hacer algo indebido, pondrías el seguro en la puerta, ¿no es así?

Rey afirmó, después de todo, lo había hecho por la mañana.

—Ella nunca dijo «No me sigan» ni, «déjenme sola» Rey negó con su cabeza mirando al pasillo.

—Ahora, si dejas la puerta sin seguro es porque quieres que alguien entre y te vea. Samantha es una chica complicada y te quiere, así como también quiere que luches por ella y demuestres la disposición que tienes para meterla. Eso les gusta a las mujeres… ella se marchó porque se sintió tan avergonzada de creer que era la única que actuaba por excitación. —Rey trago en seco, aún se sentía indeciso, pero ya se le estaba parando la verga con la idea de abrir la puerta y ver a la trigueña con las patas abiertas sobre la cama, Elena continuó—. Vayamos a comprobarlo…

Tan pronto Rey se mostró dispuesto a obedecer la sugerencia de Elena, esta le agarró por la punta de la verga como si fuera una soga que tiraba de un carrito y avanzó hasta llegar justo en frente de la puerta de la habitación de Samantha.

En frente de la entrada, el joven escuchaba los gemidos eróticos de Sam, estaba a punto de cometer una locura impensable. Si la rubia estaba equivocada, la trigueña se iba a enojar con todos sus derechos, pero ¿si no?

Con una sonrisa tan desafiante como confidente, Elena agarró el picaporte dorado y con un brusco movimiento abrió la puerta de par en par para avanzar tan rápido como pudo tirando de la verga de Rey con tal de garantizar que este no se acobardara y marchara.

Samantha estaba en cuatro sobre la cama que quedaba justo enfrente de la puerta, con la mano derecha dentro de su culo empinado y la cabeza sobre la almohada. Con calentura ella miró a los dos intrusos y apartó la mirada al mismo tiempo que se sacaba la mano y dejaba expuesto el interior oscuro de su recto abierto.

—Me alegra que los dos viniera… —dijo Sam con su boca contra la almohada.

Elena había estado en lo correcto, la puerta abierta y Samantha aún desnuda con las piernas bien abiertas, pidiendo verga con su culo. Rey tenía que actuar como el amo que la trigueña necesitaba, controlarla y hacerla su sirvienta con tal de alcanzar el propósito de someterla, sin embargo, las palabras no pudieron salir de su boca. Él creía que no tenía nada bueno que decir.

—Samantha, Rey demanda que le hagas venir como dios manda

—dijo Elena tomando el lugar de Rey, dejando que la puerta a sus espaldas se mantuviera abierta para poder acercarse a la cama y subirse en ella.

Por otro lado, Rey ya tenía su verga tan rígida que cuando la rubia se la soltó le golpeó con fuerza en el abdomen, provocando un sonido semejante al de un aplauso, pero más alto. Golpes parecidos se escucharon cuando la rubia le dio dos nalgadas a Samantha, una en cada nalga.

—¿Quién te mandó a marcharse y dejarnos calientes puta sucia?

—dijo Elena ya de rodillas sobre la cama—. Otra escenita como esa y te ganarás un castigo muy severo. Uno que te dejará escurriendo fluidos vaginales durante toda una semana. Y no podrás hacer nada para salvarte porque yo misma te estaré supervisando. —Sam abrió la boca y se llevó su otra mano sobre su pubis para dedearse de forma circular el clítoris ya enrojecido. Elena pasó su mano por entre las nalgas de la trigueña y después de lubricar lo suficiente, ella cerró su puño y lentamente decidió introducirlo por el culo que ya estaba esperando recibir algo.

—Así es Samantha, esto es todo lo que necesitas sentir, mi mano entrando y saliendo de dentro de ti.

Sam mordió las sábanas para poder mantener el silencio, no era que le doliera tanto como le encantaba, pero tenía que gritar tan alto como podía con tal de excitarse.

—¿A qué estás esperando? —preguntó Elena, impaciente, mirando a Rey de reojo mientras se abría los labios vaginales, como si fuera su turno de recibir verga.

La proposición de la rubia casi que le hizo perder el control al joven, sin contar que le estaba viendo meter la mano derecha en el mismo agujero que antes había adentrado su verga a la trigueña. Rey se colocó justo detrás de la rubia, y con facilidad logró introducir su miembro hasta la mitad dentro de la cavidad vaginal de la misma. Sintiendo ser bien recibido por el coño de su amiga, él decidió empezar a bombear hacia atrás y adelante, al mismo tiempo que empujaba el cuerpo de Elena y así Samantha también sentía la sensación de estar siendo penetrada al mismo ritmo que la rubia.

—Puedes continuar un poquito más adentro —sugirió Elena entre gemidos de placer.

—Pero siento que toco algo… —dijo Rey preocupado.

—Sí, eso que sientes y mueves con la punta de tu verga es mi cérvix. Para otras mujeres tal vez sea una acumulación de nervios que se rehúsan a sentir algo más que dolor, pero para mí, que me des ahí, es la mejor sensación que puedo experimentar.

Con aquellas palabras y esperando que el coño de la rubia fuese tan elástico como para aceptarle, Rey comenzó a enterrar su verga con más profundidad, pero bien lento.

—¿Acaso eso es todo lo que tienes? —resopló Elena— ¡Vamos Rey! ¡Haz que me duela!

Antes las palabras de Elena, Sam separó más las piernas y pasó sus dedos entre sus labios vaginales con mayor velocidad. Rey, por otro lado, dejó de contenerse con tal de satisfacer las demandas de la rubia que le entregaba su coño dejándose usar y abusar por él, no fuera que ella se marchara insatisfecha.

Los gritos ronroneantes de Elena hacían que el ambiente se intensificara. Cada vez que ella afirmaba lo bien que Rey le estaba dado, o cuando insultaba a Sam con tal de mantener el morbo en su punto máximo, era como si ella fuese la directora de la orquesta. Después de todo, no existía alguien más responsable que dicho momento se diera lugar.

Los tres chicos sobre la cama comenzaron a mugir entre placeres, sin dejar de aumentar la agresividad con la que se daban los unos a los otros.

Para Rey la situación comenzaba a trascender lo que era tan solo sexo o amistad, llegado a la confianza y aceptación plena de exponer los unos a los otros sus deseos mundanos. Era cierto que su apego por aquellas dos chicas ya sobrepasaba los límites de la amistad, pero el sentimiento de saber que ellas se le ofrecían y le aceptaban, incluso en el momento más íntimo que habían experimentado, le dejaba sentir tranquilidad y sentirse reciprocado. Por otro lado, tanto Elena como Samantha, se estaban pajeando con ganas pensando en lo morbosa que era la situación, al punto en el que querían seguir jugando entre ellas sin importar que pudieran quedar en cuestión sus identidades sexuales.

—Mmmmm, lástima que seamos tres en este cuarto… —se quejó Samantha quien acomodo sus piernas sobre la cama y cambió la mano con la cual se frotaba el clítoris, al parecer ya estaba cansada.

—¿Te apetecería chuparle el coño a Juliet? Podemos ir a su cuarto, aunque esté dormida me dio el permiso de jugar con su cuerpo a mis anchas —agregó la rubia convencida de que el miembro restante en la casa no se iba a sentir mal de formar parte en un acto sexual no consentido.

“Elena, no eres fácil.” Se dijo Rey como quien descifraba las intenciones de la rubia. “Dices eso porque si Juliet estuviera escuchando detrás de la puerta abierta, este sería el momento perfecto para que ella hiciera su entrada.”

Aun sabiendo qué semejante situación no sería posible, Rey no pudo evitar fantasear con sus pensamientos; “¿con se sentiría estar con cuatro chicas a la vez?”. Él bien que podía sentir que la mencionada dormía como una piedra en su habitación y dudaba de que ella fuera a formar parte de algo como lo que se estaba dando lugar. Pero Elena era buena en lo que hacía y si ella se lo proponía, quien era él para decir que no sucedería.

—Que sea mañana —sugirió Samantha sin negar a la proposición, en parte porque tal vez estaba sintiendo pena por la pelirroja—. Si no ha venido hasta ahora, es porque debe de estar durmiendo. No quiero aprovecharme de tus permisos para usarlos como míos…

—Si se diera el caso, aparte de chuparle el coño, ¿qué más piensa hacerle a la pelirroja? —preguntó Elena con curiosidad, a pesar de ser penetrada, ella no podía reprimir sus hacías de conversar. “Para excitarse más Sam tiene que gritar, pero creo que Elena necesita saber”, supuso Rey quien ya no se podía enojar, mientras se aseguraba de mantener el ritmo, así como la oreja parada, pues la conversación prometía ser interesante de escuchar. Que Sam estuviera hablando abiertamente de las cosas que pudiera hacer en una situación lujuriosa con otra chica, mientras tenía una mano en el culo, no era algo muy común.

—No es que quiera hacer tanto… —dijo la trigueña moviendo con más fuerza sus dedos. Rey pudo notar que Elena comenzó a aumentar la velocidad con la cual metía y sacaba su mando con la intención de igualar el ritmo con el que se pajeaba Samantha—. ¿Y si a ella le gustan más las vergas que los coños?

—Tiene a Rey para que le haga compañía, pero no creo… — respondió Elena con naturalidad.

“Conmigo puedes contar siempre que quieras”, Rey quiso decir, pero escuchar y dar embestidas devastadoras a un paso constante eran dos actividades que demandaban de todo su ser y capacidades.

Por otro lado, la excitación de experimentar con Juliet lo mismo que estaba sintiendo con Elena hizo que Sam dejara escapar un gemido contra las sábanas. También meneo las caderas con brusquedad.

—Debo advertirles que la pelirroja es bastante sensible con respecto a la apariencia de su cuerpo. Así como a ti, Sam, te cuesta dejar la mente abierta, a ella no le gusta mucho desnudarse. Una vez lo hace, aunque se vea maravillosa, tenga tremendas tetas y un coñito suculento, de esos de los que tienes que abrir para poder ver los labios menores, deben de mantenerse neutral. Ni adular mucho, ni mostrar desprecio. De esa manera ella puede llegar a zafarse mucho en la cama, al final, la idea de la salchicha fue de ella.

Elena tuvo que guardar silencio por un momento, las embestidas de Rey le estaban haciendo dejar de pensar con claridad.

Contar cosas privadas sobre alguien más hacía que no solo la temperatura del momento subiera, sino que también la velocidad de los dedos de Samantha y las embestidas de Rey.

“Esta información cuesta oro, es como hacer trampa… saber lo que le gusta a una chica y atacar a los puntos débiles con tal de que abra las piernas. Uffff, Elena, eres tremenda…”.

Dejando de sentir como las bolas del chico que le cogía en cuatro patas ya no le daban contra el clítoris y rebotaban como antes, Elena gritó:

—¡Cógeme más duro Rey, hazme tu puta perra!

La rubia parecía estar teniendo un ataque de locura al darse ella misma una nalgada y empujar para atrás todo su cuerpo hasta llegar a tocar las caderas de Rey para pegar un grito gutural. De alguna forma tomaba el momento como castigo, ella había dado información pervertida, pero no estaba recibiendo nada por parte de Sam.

Las palabras y acciones de la rubia hicieron que Rey dejará de fantasear con lo que podía darse lugar y cayera en el presente. Sin tener que escuchar y haciéndose consciente de la realidad, él agachó la cabeza viéndose el pecho, su abdomen definido, y la base de su gruesa verga la cual tenía encajada por completo en el interior de una chica que lucía tan pequeña y delicada que parecía a punto de romperse en cualquier momento.

“Más…” Pensaba quien tal vez él no hubiera visto muchos otros coños en su vida, pero ese en el que se estaba adentrando ya se estrechaba hasta el límite, se sentía tan bien como se veía, tanto que los labios mayores suaves y mullidos se volvían finos y estirados cuando la verga salía. Aun así, la dueña quería más duro, que se la cogieran con la intención de que se rompiera. “… duro.”

Respirando con profundidad, ante los deseos de una chica demandante, Rey hizo una pausa para apreciar lo que estaba entre sus manos. Un magnífico culo que empinado se podría considerar el mismísimo camino al cielo. ‘¡Bang!’ La primera embestida se hizo escuchar y aunque Elena casi que no se pudo mantener en cuatro por el impulso con el cual se le dio por detrás, Rey se encargó de agarrarla y mantenerla en posición. Otra embestida y otra, tanto que llegaron a ser dos por segundo contra las nalgas de la rubia que parecían estar esculpidas a base de cuclillas.

Como un boxeador que luchaba en el ring y lanzaba puñetazos sin detenerse, por todo el tiempo que Rey fuera capaz de aguantar su respiración él seguiría dando golpes, cosa que podía llegar a durar alrededor de cuatro minutos.

Pasado un minuto y alrededor de ciento treinta penetraciones, las nalgas de Elena se mantenían firmes y aunque no rebotaban ni amortiguaban las embestidas ya se iban enrojeciendo. De no ser por la tonificación otorgada por el trabajo duro y entrenamiento diario, Rey podía asegurar que no serían tan redondeadas y empinadas como eran y que en un momento como ese, tal vez podrían caer prisioneras de dolor. Sin embargo, la rubia no se quedaba atrás con tal de adueñarse de la verga que cabalgaba. Siendo cargada por las manos del joven, ella incluso consiguió dejar escapar gemidos de placer que pasado los dos minutos se convirtieron en gritos.

Rey podía sentir cómo las caderas que sostenía estaban moviéndose descaradamente, buscando placer mientras sus manos apretaban las de él implorando que no se le ocurriera

detenerse. Dejándose llevar por el morbo y recordando el culo de Sam, con sus pulgares, él se propuso ejercer más presión a lados opuestos de las nalgas de Elena. Abriendo las dos voluptuosas masas de carne, él podía ver mejor como su verga, toda cubierta por fluidos brillantes y jugos vaginales que salpicaba con cada embestida, se hundía hasta perderse completamente y salía hasta sacar la cabeza. Así como el culo de Elena, del mismo color de sus pezones, no podía dejar de abrirse y cerrarse cuál si estuviera cediendo a ser utilizado y abusado.

“Cuatro minutos, quinientas cincuenta y dos embestidas, mi verga tan caliente como su vagina por la fricción y esta rubia sigue aguantando. Ufff… Yo quiero seguir aguantando, pero estar cogiéndomela a este ritmo, ver su culito temblando, su mano metida en el culo de otra chica y a Samantha masturbándose como una loca frenética, ya me están empujando al límite. El poder del enojo no está a mi alcance en este momento y si contraigo mis músculos no podré moverme…”.

—¿Por qué no me ayudas a ponerme juguetona con Juliet? —le preguntó Sam a Elena mientras se dispuso a mover sus piernas y encontrar una mejor posición en el lugar.

—A… Ahh… aah… —la rubia había escuchado la pregunta de la trigueña, pero no podía hablar, tampoco pensar con claridad. Por un momento ella creyó que no sacaría nada de información morbosa, pero estuvo equivocada—. ¡Claro que sí! Si quieres te dejo mirar cómo cogemos y después si te animas puedes adentrarte. Pero para pescar a esa sirena necesito una buena carnada y la verga de Rey es la mejor para esta situación, ella también putea con Rey, aunque él no se dé cuenta. ¡Rey! Tienes que llenarle toda la raja de leche hirviente a Juliet… así… Samantha se la puede tomar toda después, así mismo se va a tomar tu lechita de mi coño…

“¿Es esto una señal, una premonición del futuro o palabras sucias para excitarse?” Se preguntó Rey, quien ante la disposición de la rubia pasó a acomodarse mejor sobre la cama. Dejando escapar toda una bocanada de aire, con rapidez volvió a inhalar y trancar su pecho en lugar mientras que levantó su pie izquierdo y lo apoyó firmemente sin llegar a cambiar su rodilla derecha de sitio. Él soltó la mano correspondiente de la cadera de Elena y la llevó hasta el hombro de esta.

Samantha se tendió bocarriba sobre la cama con sus dos manos cansadas, Elena aprovechó la oportunidad para lanzarse de boca contra el clítoris de la trigueña y comenzó a juguetear alrededor con su lengua hasta incluso llegar a meterla tan profunda como pudo. No hacía falta tener los ojos abiertos, para saber lo mucho que Elena disfrutaba de chuparle el coño de su amiga.

Por otro lado, aunque los cabellos rubios de una cabeza agachada le impedían ver la belleza de un coño bien cuidado, afeitado, con sus pliegues rosados el cual de seguro ya tenía el clítoris expuesto, víctima de succión de unos labios. Rey ya se había preparado para otros cuatro minutos de imparable asedio violento contra el cérvix de quien le pedía que se viniera dentro, y sin que pasaran dos segundos él reinició con su ataque.

Después de varios chupones y entre lamidas de perrita que limpiaba su plato, Elena comenzó a suplicar; —Ay, ay, así… cógeme como a una puta que quieres romper, metémela como si me odiaras para que te vengas que Sam quiere tu lechita. Que bien se siente tu verga dentro de mí… más duro… no puedo esperar a poder metérmela por el culo…

“¿Más duro?” Se preguntó Rey como quien veía una misión imposible de cumplir. “Estoy casi que, al venirme, me falta el aire, el corazón se me quiere salir, estoy bañado en sudor, los músculos de mis pies se están quemando y tengo tanta sed que me tomaría todo un cubo de agua. Aun así, ¿me pides más duro? No… no me puedo rendir… si me muero, moriré con honor entre la gloria de ser abrazado por dos mujeres.”

—¡¡¡Aaaaah!!! —rugió Rey al final del octavo minuto.

Entre embestidas aún más violentas, Elena hacía movimientos de lengua sobre el coño de su amiga y soltaba las palabras más sucias que esa boquita tan linda de ella nunca había dicho en frente de ninguno de los presentes. En ese momento nada podía parecer o sonar más sexy que la rubia, esa de boca pequeña chupando un coño, todo jugoso y lleno de mantequilla. Ni los sonidos de aplauso, ni los gemidos desenfrenados de Samantha.

Elena dejó escapar el sonido de un fuerte chupón.

—¿Cómo empezaste a comerle el coño a Juliet? —preguntó Samantha, quien ya estaba arqueando la espalda.

“Otra pregunta…”, pensaba Rey. “Dios, estamos cogiendo por todos los aires, yo me juego la vida y ustedes hablan… hacen que el tamaño de mi verga sea un chiste. Tal vez deba aumentarlo más, ohhh, el poder del enojo regresa a mí…”.

—A ella… le encanta andar sin ropa interior… —respondió Elena sin separar sus labios de entre las piernas de la trigueña, haciendo que la vibración de las cuerdas vocales de sus palabras también estimulará al encapuchado botón sensible de placer—. Un día ella caminaba por el pasillo… y yo iba detrás… al suelo, entre sus piernas, se cayó un pepino y apenas lo tomé, no pude evitar llevármelo a la boca. Ella no supo qué hacer, ni qué decirme, pero yo le levanté la saya que llevaba puesta y se lo volví a introducir. Desde ese día siempre le meto mano para asegurarme que lo que tenga dentro no se le caiga… Cuando estuvimos solas, lo primero que nos animamos a hacer fue besarnos… y después… chuparnos las tetas, y por último empezamos a chuparnos el coño la una a la otra…

Sam abrió más su boca ante la noticia, mientras que Elena hundía su cara entre las dos piernas, dedicándose a lamer, hablar y chupar. Tanto que, con los dedos de su otra mano, la rubia abrió los labios interiores y exteriores de aquel coño para poder meter su lengua y llegar a explorar los pliegues más intrincados que tal vez se le hubieran pasado por alto.

Rey, quien tomando otra bocanada de aire, pudo llegar a distinguir el olor a jabón que emanaba del cuerpo recién duchado de Juliet en el otro cuatro. Así como el embriagante olor a coño, mantequilla y culo roto que le impregnaba. “Oh, no… ahora, yo sintiendo el olor de Juliet durmiendo sin ropa interior…”.

Elena llegó a notar como su chico volvió a perder vigor en sus embestidas, siendo una de dos. Que ya estaba cansado, o que estaba a punto de venirse. Por sí o por no, la rubia, a pesar de sentirse el coño hinchado como nunca, sacudió sus caderas como una gata en celo, y enfrente Sam hizo lo mismo. Las dos no tenían mucho espacio para moverse y coger velocidad, pero tan pronto Elena se acomodó, ella agarró con su mano la verga de Rey para apretarla y que este sintiera el doble mientras se estaba moviendo dentro de su vagina.

“Ella aguantándome la base de la verga con una mano, mientras que se mete el resto con ferocidad. Este movimiento sé ve mucho en un oral, la chica chupa y pajea al mismo tiempo. No sabía que Elena podía pajear y coger simultáneamente… esto es malo.”

—Dentro mi Rey, hazlo bien dentro. Sí… sí… sigue así. Que tu leche me golpee el útero…

Después de demandar y gemir con deseos, la rubia volvió a succionar la zona íntima de Samantha. Esta vez casi que, con todas sus fuerzas, como si su objetivo fuera secarle las tetas a través del coño a la trigueña.

Las piernas de Elena comenzaron a temblar en el lugar, tanto como la verga de Rey, al mismo tiempo que Samantha gritaba a todo pulmón.

“Ya… viví de forma honorable… ha, haaaa.” Se dijo Rey aferrándose al cuello de la rubia, inyectando toda la leche que le salía de dentro de su verga hasta lo más profundo del coño que penetraba. Él pudo notar como sus caderas se movían de forma desincronizada, el alma se le marchaba por su miembro, la saliva se le caía la boca abierta, y aunque tenía que respirar no podía ya que el placer era mucho. Sobre la rubia que se prendía al coño de la trigueña, Rey buscó apoyo con tal de no caerse en ese momento debido a que su cuerpo comenzó a temblar. Al borde de perder el conocimiento, él logró respirar una bocanada corta con la cual bufo.

Aunque Rey hubiera dejado de moverse para respirar agitado, Elena podía sentir como los huevos del chico no dejaba de bombear leche al interior de su coño, mientras que la verga le daba latigazos contra el cérvix. Con el útero desbordándose de contenido, el canal vaginal tuvo que dar paso al líquido que no podía seguir siendo almacenado cosa que salió a presión entre los pliegues de la verga que aún tapaba el coño con su presencia.

 

Samantha, por otro lado, pudo ver la cara de Elena viniéndose cosa que le hizo llegar al punto en el que todo su cuerpo cedió al placer de otro orgasmo. Con sus manos libres la trigueña abrazo contra ella la cabeza de la rubia asegurándose de callar los gritos que esta pudiera dar, con su coño.

Siendo asfixiada por la mano de Rey en su cuello, con su boca contra el coño de Samantha y sus rodillas que no podían llegar a la cama, Elena se quedó en blanco. Gracias a toda la leche que estaba recibiendo, ella siquiera había terminado su primer orgasmo cuando un segundo más potente le sobrevino, y sin poder gritar o respirar, en cuestión de segundos, un tercero se hizo presente. Ella estaba prisionera en algo que no podía contener, toda una corriente electrizante de placer que le invadía de forma imparable.

Recordando que sostenía con sus gruesas manos en el cuello de su amiga, Rey retiró sus agarres y se reincorporó sobre la cama. Con sus manos detrás de la nuca, empapado en sudor, él respiraba tan profundo como podía, manteniendo los ojos cerrados. Cada exhalación del chico era tan fuerte que casi que podía confundirse con miles de aplausos de un público que motivaba al ganador de una pelea bastante reñida.

Siendo capaz de colocar sus rodillas de vuelta en el colchón y de volver a respirar, Elena pudo liberarse de la devastadora sensación de la cual caía víctima irremediable cuando experimentaban múltiples orgasmos seguidos. Recuperando la respiración, así como el control de su cuerpo, ella sacó su mano de dentro de Sam y con pasión dejó sus piernas bien abiertas, con tal de besarle las tetas con brusquedad y empezar a llorar en el proceso.

Aun siendo penetrada por la impresionante verga, Elena subió su cabeza hasta que pudo lograr un beso en el cual entrecruzó su lengua con la de Samantha. Con el contacto de sus labios, la rubia buscaba hacer que su amiga no notara que ella estaba llorando de felicidad.

La trigueña ignoró los ojos llorosos de su amiga. Ella se embriagaba con el sabor de su propio coño y con rapidez tomó a la rubia por la nuca para procurar continuar el beso tan húmedo que estaban teniendo con los ojos cerrados.

Cuál si fueran dos novias desesperadas por comerse la una a la otra, Sam tiraba de los cabellos de la rubia para pasar la lengua por las mejillas de esta cosa que le hacía sentir nuevamente el sabor de su coño, para continuar el beso.

Sin poderse sostener en cuatro por más tiempo, Elena se tumbó sobre la trigueña y cosa que hizo a Rey entender que, si quería seguir, debía continuar en donde estaba el calor del momento. Sin esperar a que le llamaran, con la verga en su mano, de rodillas, camino hacer la cabeza de la cama para ir acercando su miembro justo al lado de las caras de las chicas que se fundían en un apasionado beso aun entre espasmos orgásmicos.

Al principio, la verdadera razón por la cual Sam no se había dedicado a chupar la verga era porque era demasiado grande y le daba pena tener que hacer una cara no muy bonita en el proceso de felación. Pero, en ese momento, el olor a fluidos vaginales combinados con leche de verga era lo suficientemente embriagante como para no preocuparse por qué cara pudiera hacer en frente de alguien que le gustaba.

Elena fue la primera en girar la cabeza y sacar su lengua en dirección al tronco para lamer la verga como si fuera un delicioso manjar.

Pocos segundos después, Rey pudo ver como la lengua Sam también se asomó entre sus labios. Ella definitivamente pensaba sumarse a la degustación, tímidamente lo hizo hasta coger confianza y seguir.

“Ahora que es cuando más sucia y sensible la tengo”, se dijo Rey, “que sus lenguas hagan el trabajo no se compara a lo que sentí cuando me lave y seque con un trapo. Wao… si, coge confianza Sam… si, así… si te entra en la boca te llegará a la garganta de seguro. Pero qué vista más hermosa cuando tus ojos se encuentran con los míos. Aprecia esta verga toda llena de fluidos vaginales y leche. Si se me para de nuevo esto va a continuar, pero contigo trigueña…”

Sumergidos en pensamientos indecentes, Rey pudo ver cómo sus dos amigas tocaban sus lenguas mientras le lamían el miembro. De pronto, Sam se colocó en la punta de su falo que perdía potencia y con rapidez se lo adentro tan profundo como pudo. Las muecas que una persona hace cuando algo le llega a la garganta y se pone a punto de vomitar no son nada lindas, al menos, no en otro contexto que no fuera ese ahí presente. Cosa que, para los ojos de Rey, no existiera en un mundo una mujer que se viera fea si está ponía caras cuando se metía su verga tanto profundo como podía. Elena, por otro lado, se le podía ver sacando su lengua para lamer el saco testicular y chuparlo. Ambas eran dedicadas en sus trabajos de limpiezas, escurrían y chupaban todos los fluidos que podían ver, incluso esos que ya estaban secos, tragaban cuanta verga podían, cogían aire y volvía con la rutina.

Con sus manos y compartiendo el trabajo, las chicas comenzaron a masajear la verga de Rey con tal de prevenir que siguiera decreciendo en tamaño. Elena comenzó a enfocarse más en la base del inmenso trozo de carne, repasaba por los huevos del joven y por último intentó entrar su lengua entre las piernas de este. Sam, por otro lado, estaba posicionada en la delantera, ya encaprichada a tratar de abrir su boca tan grande como podía con tal de meterse la punta de la verga del chico hasta lo más profundo de su boca.

La rubia, como quien no podía llegar a donde quería con su lengua, decidió regresar el camino que ya había recorrido y seguir chupando el saco testicular de Rey mientras que se propuso terminar la tarea con su mano. Apenas Elena encontró un agujero por el cual deslizar uno de sus dedos bien lubricados, pudo sentir como palpitaban los huevos junto al tronco de la verga que chupaba, queriendo decir que Rey estaba a punto de venirse otra vez.

“¿¡Qué es esto!?” Se preguntó el chico sorprendido.

Como acto de sorpresa, Samantha sintió los espasmos de una verga semi erecta ya cuando pudo adentrarse el glande del Rey por completo en su boca. El primer disparo de leche hirviente cumplió los deseos de la trigueña, pues terminó dándole contra la parte de atrás de la garganta mientras ella respiraba.

Sin poder contenerse, la trigueña retrocedió para respirar y toser tan fuerte como podía pues, por un segundo, tuvo el presentimiento de que se iba a ahogar.

—¡No sabía que podías hacer eso! —dijo Elena, divertida, como quien encontraba una técnica secreta de la que sería capaz de usar en todo momento.

—Yo tampoco… —respondió Rey moviéndose de un lado a otro como quien quería que le sacaran el dedo de donde estaba.

—No te sientas mal, es perfectamente natural…

Las palabras de consuelo por parte de la rubia se detuvieron cuando un vergazo le dio en la cara por los movimientos que Rey hacía aun viniéndose y escupiendo leche de un lado a otro. A ella no le incomodo el golpe, al menos no tanto como le incitaba a chuparle los huevos al chico para levantarse, y mientras que el semen de Rey seguía saltando sobre la cara de Samantha, lanzarse a besar a su amiga que intentaba contener su tos. La rubia lamió la cara de su amiga y trago toda la leche que pudo escurrir con su lengua de la piel con mucho gusto, ignorando solo aquella que había quedado en los cabellos negros.

Manteniendo sus ojos bien cerrados al final, Samantha saco su lengua como quien quería disimular escupir algo que no podía tragar, pero Elena regresó y recogió lo que la trigueña despreciaba para devolverlo en un beso.

Ante los ojos de Rey, el intercambio de saliva y semen entre aquellas dos chicas no podía verse más excitante. Y estaba sucediendo mientras que su miembro aún convulsionaba y se le sacudía el cuerpo. En cuestión de dos pestañeos, él vio como el resto del semen que había caído sobre la cara y las tetas de Samantha terminó en la boca de Elena, quien tragaba y tragaba al mismo tiempo qué lamia y daba lengüetazos.

—Mejor cógele el gusto a la leche porque aún tengo el coño cargado. —Advirtió Elena quien poniéndose de pie sobre la cama se inclinó en frente de la cara de su amiga.

Rey se dejó caer de culo sobre el colchón y aunque no se acostó del todo hizo lo mejor para no perder la conciencia ante los orgasmos consecutivos más fuertes, brutales y violentos de toda su vida hasta el momento. Sin poder resistirse a tumbarse de lado sobre la cama, él vio como Samantha le lamía el coño a Elena.

—Y tú… —dijo Elena—. Procura hacer que mis tetas crezcan…

—¿Eh? —preguntó Rey en una exhalación.

—Definitivamente, pude sentir tu verga aumentando su tamaño con mi coño. No te hagas el desentendido, algo así de grande no cabía en el pantalón a nadie.

—¿Cómo es que después de todo esto aún no pierdes las fuerzas y los deseos de seguir demandando? —preguntó Rey como quien estaba dispuesto a acceder a cualquier capricho en la situación en la que estaba.

—No me desvíes la pregunta… puedes ¿sí? o ¿no?

—Mañana, tu deseo se hará realidad… —respondió Rey.

—¡Yo quiero tetas grandes y dos buenos pares de nalgas, también un abdomen definido! —dijo Samantha, tan pronto despegó la boca del coño de Elena.

—Está bien, las dos tendrán lo mismo mañana… ahora, necesito… descansar… —de pronto, la razón se hizo lugar en el rostro de Sam, cosa que parecía preguntar, «si puedes hacer semejantes cosas ¿por qué fue que Arte tuvo que salir de la casa?»—. No me tomen a mal, debo admitir que esto no es más que un abuso de mis poderes, pero no puedo hacer que el cuerpo de Arte cambie a algo diferente de lo que es y ella lo sabía. En otras palabras, es más fácil amplificar las dimensiones de algo que ya existe, que crear algo no, más si contradice la naturaleza del cuerpo.

Una vez la curiosidad de las dos chicas fue satisfecha, Rey se quedó mirando al techo del cuarto. Entre las estrellas que decoraban la pintura, él pensó. “Aaaah. Qué locuraaa… no lo puedo creer, mi primer trío… Magnífico, esta sensación de no sentir mis piernas, creo que también podría dormir tan profundo como nunca… Hmmm… ¿Cómo será de aquí en adelante, me pregunto?”

Rey abrió los ojos que se le cerraban solos, para ver a Samantha regresando a su trabajo, abriendo con sus manos aún más las nalgas de Elena para hundir su cara en ese tesoro. La trigueña parecía adicta al coño de Elena, como si después de haber probado el sabor de otro coño ella no podía dejarlo atrás.

Sin más que rendirse ante el sueño que le caía, Rey se dijo; “Si hasta ahora era difícil controlarme, no sé cómo lo voy a hacer cuando ellas tengan los cuerpos esculturales que demandaron tener. Viéndonos las caras en esta casa… ¿Qué será de mí?”



Reina Del Cielo

Chapter 6
¡Ciento sesenta y dos mil fotos!


  «¡Ciento sesenta y dos mil fotos!» se alarmó, tan pronto abrió el icono de la galería y vio en la esquina superior derecha el número que representaban la cantidad de imágenes guardadas. «En verdad tengo mucho que chequear. Supongo que podré echarle un vistazo a todo antes del primer recreo de la mañana, cuando venga el profesor hasta mi mesa para demandar por algún favor o cualquier cosa que se le ocurra».

 

  Preparándose para la ocasión en la cual el profesor se aproximaría hasta su puesto, Rebeka puso el teléfono desbloqueado en medio de lo que era una trinchera de libros y libretas. Entonces, de forma totalmente discreta, comenzó a balancear su dedo índice de un lado a otro de la pantalla. Al mismo tiempo que disimulaba con su lápiz estar tomando notas, aunque el profesor pretendiera acercarse, ella mantendría su posición a cubierto y no podría ser señalada de estar haciendo algo indebido.

 

   «Mmm, a primera vista todas pertenecen a sitios que conozco, pero que se repiten en diferentes ángulos y con otras personas. Están incluso alineadas cronológicamente en un bucle rutinario, la primera fue tomada hace seis años. La parada del bus, la biblioteca, el centro comercial, una vieja escuela a la que solía ir, la formación de los estudiantes de primaria, el parque, mi casa…».

 

  Rebeka pestañeó dos veces seguidas y se acomodó sobre el asiento.

 

«¿¡Mi casa!? Raro, muy raro. Déjame dejar mi libido y morbo sexual por un segundo, no buscar más por carne y chequear nuevamente, regresar a la primera foto… y abrirla».

 

  En el teléfono, las fotos aparecían organizadas en filas de siete e infinitas columnas cuya pantalla tan solo podía mostrar trece celdas, claro que no se podía distinguir el contenido interno de cada foto. Solo se podían ver los exteriores, y colores sólidos con alguna que otra silueta. Cuando Rebeka ya quería quitarse las sospechas y aunque solo tenía que presionar la imagen y acercar, se le ocurrió que sería mejor no proceder, pero ¿debía de verdad detenerse? A pesar de la obviedad de la pregunta, ella no pudo contener sus impulsos.

 

   «El parque… al fondo», tras tocar la primera foto, se acercó tanto como pudo para ver mejor a la niña que se sentaba al lado de los arbustos «¡Estoy yo! Hace diez años… Si mal no recuerdo, ese fue el primer día que nos conocimos… Cuando mi padre fue tomado bajo custodia por las autoridades».

 

Tras levantar la mirada, Rebeka se cercioró que nadie la mirara y regresó a plantar sus ojos en la pantalla del teléfono. Aunque pretendiera estar calmada, de nuevo llegó el punto en el que su mente volvió a sobrecargarse de información. Tantos pensamientos le vinieron a la cabeza que apenas podía seguir actuando normal. 

 

  El profesor hace preguntas a los estudiantes para confirmar si entendían. Mientras que los cuestionados confirmaban y escribían durante el transcurso de la clase el tiempo en el reloj fue pasando.

 

   La pantalla del teléfono se oscureció, era momento en el que casi se iba a apagar y Rebeka debía de tomar una decisión, porque dentro de unos pocos minutos sería la hora del recreo, el momento en el que sonaría el timbre, pero ella se mantuvo pensando en el pasado.

 

   «Cuando me levanté por la mañana, en ese día», pensó, distante y perdida en el presente. «Unos señores uniformados llegaron a mi casa y le sugirieron a mi madre que me dejara salir a jugar. Yo sabía que algo no estaba bien cuando me dieron permiso para que me fuera por mi cuenta. Como no sabía a dónde ir, caminé tanto como pude hasta llegar a un parque que llamó mi atención, ahí lo encontré al él. Omar era un desastre, lleno de mugre y heridas, pero jugamos por un tiempo, hasta que llegó el atardecer y su madre vino a recogerle».

 

«Me quedé sola, sentada, jugando con la tierra. Ese debió ser el momento en el que me tomaron esta foto. Recuerdo no moverme del lugar hasta que se hizo de noche y sentí los pasos de alguien. Estaba asustada y esperanzada a la vez, creí que eran mis padres los que me venían a recogerme, o que tal vez sería un extraño, pero fue él quien nuevamente regresó». 

 

   —Mmm, esto… —me dijo él como quien quería ayudar—. Alguien llama a una niña perdida. Tal vez esté equivocado, pero luces pérdida.  

 

   «Con semejante noticia, con mucha ilusión me levanté tan rápido como pude, en verdad no sabía a dónde ir. Él me llevó de vuelta a mi casa mientras sostenía mi mano con fuerza. Ahora recuerdo… él siempre se ha descrito a sí mismo como una persona olvidadiza, esa es la razón por la cual siempre le toma foto a todo lo que considera importante… Nostálgico momento del pasado, retratado en una foto, guardado en la galería del teléfono del chico al que tanto quiero. Lo mejor es que aún me queda una larga fila por seguir revisando, pero no es lo mismo con el tiempo, debo apurarme». 

  

 Metafóricamente, corriendo contra el reloj de la pared, Rebeka con su dedo, de manera activa, recorrió la galería, viendo en las fotos numerosos paisajes, animales, el cielo, árboles, notas, a Omar con sus amistades y a ella en el fondo.

 

  «Cada vez observo con más frecuencia fotos mías», se dijo, al ver las primeras veintitrés mil fotos. «Tienen un mejor ángulo de enfoque, debo admitir. Diría que es más como un pequeño chico tímido con miedo a ser descubierto, pero que en cada intento se arriesga y atreve a más».

 

  Rebeka se acomodó los cabellos, levantó la mirada y vio el reloj. El ambiente estaba tranquilo, el profesor revisaba algún papel y los estudiantes resolvían los ejercicios de práctica.

 

   «Jo… el niño tímido tiene agallas. Esto definitivamente fue por la mañana, mientras caminaba por la parada, son fotos que capturaban el paisaje debajo de mi falda», continúo un poco más, después de las cincuenta mil fotos. «Debo de admitir que el primer año de secundaria mi ropa interior era bastante aburrida y poco sexy, pantaloncillos cortos, pero… ¿Es que acaso él no guarda fotos de sí mismo? Ya he recorrido más de la mitad y no he visto ninguna, Aww, por ahora me conformaría con una de él, frente al espejo de su baño, enseñando todo su cuerpo o de lado… Mmm, tengo que controlarme, he estado lubricando más tiempo del normal, no quiero tener que llegar a cambiarme la ropa interior. En caso que tuviera que hacerlo, no traigo otra prenda, tampoco pasé por el baño por la mañana. Usualmente suelo poner un poco de papel sobre mi ropa interior para retener fluidos, pero hoy no es el caso…»

 

    «Ahora que lo pienso mejor, tampoco tengo fotos mías desnuda en mi propio teléfono. ¿Tal vez exista algo en común?», tras detener su dedo cuando estaba cerca de las cien mil fotos, Rebeka disimuló y subió su cabeza para mirar en dirección a la pizarra. 

 

  El profesor estaba copiando la tarea, cosa que no le apresuraba mucho puesto que casi siempre le tomaba foto para ahorrarse el tener que escribir. 

 

  «Si lo pienso bien, no tengo motivos para tener fotos de mí misma. ¿De qué serviría tener el cuerpo que veo todos los días guardado en mi galería? A no ser que pretendiera enviar esas fotos a alguien que las apreciara… o por curiosidad de ver un punto de vista diferente de , pero luego termino eliminándolas. Si él se escribiera con otra, debería tener fotos personales ¿no?».

 

   «Oh, interesante… más fotos de mis bragas, estas son más recientes. No me veo nada mal vistiéndolas. Los encajes a los lados hacen resaltar los cachetes de mis nalgas. También tiene muchas más fotos de mí, haciendo diferentes actividades físicas, en varias posiciones y mientras camino, pero en todas aparezco de espalda, con mis cabellos recogidos, cargando mi cartera, libros o mochila».

  

 Una vez llegado al tope de las ciento sesenta mil fotos, el dedo de Rebeka no pudo seguir subiendo.

 

   «¿Ya? ¿¡Este es el final!?», pensó. «Ufff… qué aburrido. Lindo que tenga tantas fotos mías, pero aburrido… no haber visto sus atributos de hombre unas cuantas veces. Bueno, qué se le va a hacer, de la galería pasamos para los mensajes, aún me da tiempo, creo… Seguro que esta área es más interesante».

 

 Tan pronto presionó el ícono azul que tenía una carta blanca en el medio, Rebeka se quedó petrificada mientras que sus pupilas se movían de un lado a otro sobre la pantalla del teléfono ajeno.

 

  «Muchos números desconocidos», pensó. «Todos enviándole fotos, ningún mensaje de texto. ¿Acaso estuve equivocada y si tiene otra? Déjame ver el más reciente».

 

  Rebeka seleccionó el mensaje más reciente, para ver un cuadro vacío que necesitaba ser descargado para poder abrirse. Confundida, repitió el movimiento de su dedo y terminó leyendo el siguiente mensaje en vez de ver lo que quería ver:

 

    [Para poder cargar el archivo, deberá de descargar el contenido. ¿Deseas descargar la imagen?]

 

 Rebeka dio a aceptar.

 

   [No se puede descargar. Espacio insuficiente. Vacíe la memoria, antes de continuar.]

 

   «Interesante», pensó. «Déjame ver qué puedo borrar… como todas estas imágenes de debajo de mi falda no fueron consentidas, esas serán las primeras».  

 

  Entonces, como si de su propio teléfono se tratara, se dirigió a la galería y con naturalidad selecciono toda la primera fila de imágenes y sin titubear, presiono el botón que decía [Eliminar] unas cuantas veces, para regresar al buzón de mensajes electrónicos. 

   

  «¡Aww!», gritó en su interior. «¡Maldito teléfono, no me queda mucho para arrojarte contra la pared! ¡Ya van más de 1500 imágenes borradas y aún me sigues diciendo “espacio insuficiente”!».

  

 De regreso a la galería, Rebeka seleccionó al azar otras cien fotos y dio en el botón [Eliminar].

 

   «Finalmente» dijo más aliviada, al ver resultados. Decidió no esperar para satisfacer su curiosidad, pues el reloj seguía contando los segundos. «Aww, pude descargar una. Déjame ver… Mmm, fotos mías, de esta mañana. Ahora todo tiene una mejor explicación, pero por qué tiene tantos números anónimos que le mandan fotos mías. Ahora que recuerdo, cuando estaba en el interior del tren, escuché a un señor preguntando por el teléfono que se le había perdido». 

 

  Rebeka necesitó recordar unas cuantas pistas para poder deducir lo que era necesario en esta situación: 

 

   «Déjame buscar en internet al respecto». Saco su teléfono y tras poner algunas palabras en la barra de búsqueda, pudo llegar a la sección de noticias más recientes. «Cuarenta y dos casos de teléfonos perdidos o posiblemente robados. Sí, definitivamente es la estación que usamos para tomar el tren por la mañana. Oh, mi amado, te estás enredando una soga en el cuello, las autoridades ya tienen abierta una investigación y todo…».

 

  Profesor:

 

—¿Alguna pregunta con respecto a la clase de hoy o a la tarea? 

 

Luego de mirar el reloj sobre la pizarra, Rebeka pudo notar como la hora del recreo había llegado:

 

   «El tiempo puede pasar rápido en la escuela también, todo lo que se necesita es estar entretenida. ¿Quién lo diría?», se quejó, al mismo tiempo que escondía y acomodaba lo que le quedaba sobre la mesa.

 

  Ante la pregunta arrojada por el profesor, los alumnos se negaron a decir que sí, pues todos desesperaban por entrar el recreo y responder lo contrario, traería como consecuencia, extender la clase. 

 

  El profesor miró hacia el último puesto y continuó hablando —De lo contrario pregúntenle a Rebeka. Por supuesto, en la siguiente clase tienen una prueba sorpresa de todo el contenido que dimos hoy, el grado afectará sus notas finales en un cuarenta y cinco por ciento —.

 

  «Sí, el profesor Bob puede ser viejo y gordo, pero no tonto», se dijo Rebeka, manteniendo una mirada calmada. «Durante la clase te percataste que yo me había pasado el tiempo casi sin mirar a la pizarra o preguntar, como es usual en mí. Claro, si quieres darme trabajo, tengo que hacerte pasar trabajo. Que no se acercara a mí tenía un objetivo. Dejar que me confiara ¿no es así? Te imaginaste que tal vez estaba cansada o dibujaba como otros, pero no te importó. Tampoco es que puedas echarme de la escuela por no atender o no saber cómo responder alguno de los ejercicios. Prefieres hacer esto».

 

  ¿Por qué Rebeka había sido el objetivo de este profesor y de tantos otros, así como del director? ¿Por qué cuándo cometía un error, se le imponía el mayor de los castigos disfrazados como trabajo? a pesar de todo lo que trabajaba y se esforzaba al máximo ¿No sería suficiente con llamarle la atención por no atender? ¿Tenía el profesor que poner el peso de todos los estudiantes de la clase sobre un asunto tan delicado como las notas finales? ¿Para qué hacerle ver a todos sus compañeros de clase que ella tenía que cargar con todas las culpas y responsabilidades de sus calificaciones? 

 

  «No. Todo lo que a ese profesor le importa es hacer que me rinda, que no quiera regresar a la escuela. No quiere verle el rostro a la hija de un asesino. Pero, así como todos se reían a espaldas de Omar, quisiera ver si ese viejo tiene las agallas para tratarme como lo hace, si mi padre estuviera aquí».

 

   A Rebeka la irritación le corría por las venas y más al ver que los ojos de todos los que estaban en la clase le miraban. 

 

 Con la intención de crear su camino de salida ante la situación que había creado, el profesor dio un fuerte golpe contra su escritorio con la intención de organizar los papeles que había recogido y acto seguido, sin siquiera levantar la mirada, procedió a marcharse por la puerta.

 

 —Podrán encontrarme en la biblioteca al final del día —dijo Rebeka, con su mejor rostro de seguridad, pretendiendo no estar al borde de la rabia y desesperación.

  

  Con el timbre sonando en ese mismo momento, los estudiantes decidieron disfrutar lo que tanto habían estado esperando antes que la siguiente clase comenzará y no pudieran merendar. Todos menos uno, Omar. 

 

  «Bueno», pensó Rebeka, regresando a su estado de buen humor. «Algo interesante está por darse lugar. Tú que estuviste nervioso durante toda la clase, ahora buscas la manera de acercarte. Por más que lo intentes, no me podrás decepcionar, mi adorado Omar».

 

   —Omar, acompáñanos a la cafetería, no sería lo mismo sin ti —Lizandra habló en el camino de salida, mientras arrojó una mirada a Rebeka. 

 

  «La regalada, falsa, traicionera víbora es capaz de hablar…», pensó Rebeka, a punto de arrojarse sobre ella y halarle los pelos. «Seguro se dio cuenta de que él me está prestando mucha más atención de lo usual. Qué pena me da tu caso, pero él es mío, su corazón está entre mis manos desde hoy, sucia, envidiosa, celosa y arrogante, que por más que intentes no puedes mantener la boca cerrada, ni quitarme lo que me pertenece…».

 

  Omar, pasándose la mano por la cabeza, bien pensativo, agregó:

 

—Ah, jaja… Tengo que hablar con Rebeka y no puedo esperar hasta el fin del día. Tuve muchas dudas en el tema de la clase.

 

  Miguel, tomando la iniciativa, se arrojó a la situación:

 

—No se preocupen chicas, me tienen a mí… hoy pago el desayuno de ustedes, si lo quieren. 

 

  Las chicas:

 

—Qué caballeroso, bien, apurémonos antes que comience el siguiente turno.

 

  En un aula que fue literalmente abandonada por los estudiantes como si estuviera incendiada, quedaron tan solo dos. Rebeka limpiaba la pizarra y Omar, quien aún estaba sentado. Ella intentaba imaginarse las maneras con las cuales podría seguir apoderándose del corazón del chico salvaje y descuidado que tenía atrás. Tampoco era que pudiera dejar de preguntarse si existía alguien más que estuviera pasando por lo mismo y qué hizo esa persona. Él buscaba la manera de ser perdonado y no caer al interior del agujero del rechazo. 

  

   El tiempo libre se acababa. De un momento a otro ella escuchó como Omar se le acercaba por detrás y como cruda respuesta a este acercamiento, mantuvo su espalda recta y aumentó la fuerza con la cual usaba el borrador, hasta que se decidió a susurrar las siguientes palabras: 

 

 —¿Qué quieres… mentiroso?

 

  Rebeka mantuvo un tono de voz y timbre que podía congelar el aire a su alrededor, aunque no fue suficiente, pues ella volteó su rostro, pretendiendo estar indignada, al mismo tiempo que cerró los ojos y levantó la quijada.

 

  —No soy alguien que diría mentiras… —dijo Omar, mientras tomaba asiento frente a ella, agachando su cabeza y con voz ronca, le manifestó: — Por favor Rebeka. No seas mala, tan solo fue una verdad a medias. Dentro de ese teléfono se encuentra en juego la opinión que tú podrías tener sobre mí. Tengo que proteger esa opinión y también protegerte a ti.

 

 Más como un reto, con la curiosidad de saber si tenía la fuerza y el control que de verdad creía tener, Rebeka se detuvo para colocar él teléfono de Omar sobre la mesa en la que se había sentado, para mirarle a los ojos y preguntarle: 

 

 —¿Mi opinión sobre ti? Pruébame. ¿Cuál es la contraseña?

 

  Ante las palabras de la embravecida chica cruzada de manos, Omar no respondió, solo tomó el teléfono, como un gato que tenía miedo y que estiraba su garra esperando ser golpeado por su dueño. Ya con su teléfono en la mano ingresó la contraseña y lo colocó de vuelta sobre la mesa como si con su rostro hubiese dicho, que sea lo que dios quiera.

 

    —La contraseña larga es tú nombre, más la fecha de tú cumpleaños. La corta es “BK”. No estoy orgulloso de que dentro, en la galería, tenga fotos de tus bragas… las he estado tomando a escondidas.

 

  —¿Eres quien deja cartas y mensajes en mi casillero? —preguntó Rebeka, sin cambiar en lo absoluto las expresiones de su rostro.

 

  —Si, soy yo, también dibujos y poemas…

 

 —Los dibujos no tienen color, los poemas están llenos de faltas de ortografía y las cartas siempre están estrujadas. Para la sociedad no existe valor en nada de lo que has hecho, ¿lo sabes?  

 

 —Es cobarde, lo admito…— dijo Omar, rompiendo las expresiones de su rostro al saber la opinión que Rebeka tenía sobre lo que él había hecho hasta el momento — Fue así como pude encontrar una vía para calmar esto que siento por ti, aunque sea una horrenda persona y no sea digno de ti… cuando pones ese rostro, me das miedo.  

 

  —¿Qué no eres digno? ¿A qué te refieres? —Tras ignorar que le daba miedo al chico que más miedo daba en toda la escuela, Rebeka preguntó con frialdad mientras tomaba el teléfono en su mano, abrió la aplicación de llamar y marcó algunos números. 

 

   —Por lo que sufres, cada día, segundo y momento… es culpa de mi familia… y por asociación, soy igual de responsable… no creo que sea justo, no lo creo… 

 

   Tan pronto Rebeka escuchó semejante razonamiento, dejó de hacer lo que estaba haciendo. No lo podía entender, tampoco era que sus conocimientos fueran los suficientes como para formular una respuesta o reaccionar de la manera más correcta ante esas palabras. Ella entendía que por ahora debía respirar tan hondo como pudiera, dejar ir, junto al aire que exhaló, cualquier problema o inconformidad que tuviera.

 

   «Esto es lo mejor. Por mi bien emocional, sé que es mejor no indagar en el asunto, aunque me rehusó a creer que su respuesta esté bien justificada. Yo estoy feliz, no quiero que mi felicidad vaya en picada por asuntos del pasado cuando tenemos que vivir el presente», se dijo, indiferente a las razones que Omar había dicho.

 

  Rebeka presionó el botón de llamar, había marcado el número de su teléfono, así que esperó hasta que sonara.

 

  Omar, en cambio, estaba esperando escuchar numerosas réplicas, reprimendas y hasta la expulsión de la escuela por comportamiento indecente y acoso. Sin embargo, se mostró tan impresionado, que abrió sus ojos como platos, para acto seguido pasar a limpiar el sudor de su frente. 

 

  —Dejarás el sentido de culpa, así como yo, cuando entiendas que lo que sucedió, aunque no fue como hubiera querido, sucedió porque así era debido —dijo, para pensar, mientras que Omar trataba de entender.

 

«Tal vez me estoy dejando llevar mucho por mi actuación de chica enojada. Bueno, no puedo negar que estoy disfrutando del placer de dejarlo así, hacerle subir y bajar en una montaña rusa de emociones, como él me hace a mí. Pudiera dejarlo así hasta por la noche. Mi silencio en verdad es inquietante, pero quiero hacerle sentir más, aún más… estrellar una bomba nuclear en su mente».

 

  Rebeka, aun con su actitud de hielo, apagó el teléfono de Omar y se lo guardó de vuelta en el sujetador para luego ir en dirección a su puesto y tomar el resto de sus cosas. En el proceso, con su mano derecha, se quitó las bragas humedecidas que ya se empezaban a sentir incómodas y, con suma naturalidad y frialdad, se las entregó junto con lo que tenía en la otra mano mientras pensaba: 

 

   «No creí que tenerle tan cerca y tan sumiso me pondría de esta manera». 

 

   Omar recibió ambos objetos con una sola mano, se veía tan tenso que seguro no había respirado por un buen rato. El teléfono de la chica que estaba acosando seguro tenía mucha información jugosa en el interior, pero más jugoso se veía la ropa interior de ella.  

 

 —Por ahora, no tenemos nada más de que hablar —dijo Rebeka, haciendo que Omar volviera a respirar—. Espera mi llamada en la noche… mi teléfono no tiene contraseña.

 

   Rebeka hizo una pausa y se dijo para sus adentros: «Si se lo digo en un tono más amenazante se va a sentir menos tenso. Un tono que corresponda a la gravedad del crimen efectuado es el perfecto». Claro, no podía decir sus pensamientos de modo que Omar pudiera escucharlos, pero si continuó en voz alta:

 

  —Más te vale contestar— dijo con voz de estar segura de sí misma, para continuar —Tengo las pruebas necesarias para entregarte a la policía como el ladrón de teléfonos. Tú padre y las autoridades no estarán nada felices con la noticia… 

 

  Poniendo una pausa a las palabras que soltaba de manera arrogante de su boca, Rebeka observó al reloj sobre la pizarra. «Debo ir a mi casillero para buscar los libros de la siguiente materia».

 

  —Adiós, Omar —dijo, luego de darse la vuelta de manera seductora, cosa que hizo que su saya - falda - se levantara—. Una cosa más te tengo que decir, y que quede bien claro: te prohíbo robar otro teléfono para tomarme fotos a escondidas. Aprende a disfrutar del momento y deja de vivir dentro de tu galería.

  

  Rebeka, caminó por los pasillos, organizó las clases y hacía lo que usualmente hacía, lo que le permitió pasar el resto del día con mucha más frescura de lo normal. «Podría acostumbrarme a hacer mis actividades de rutina sin bragas», pensó, poniendo particular atención en las personas que le devolvían la mirada.

 

   «¿Cómo actuarían las personas a mi alrededor si supieran que no tengo bragas?», se preguntó. «Hoy en día aún no podemos andar con los pechos al aire en lugares públicos. Pero no es que se especifique que esta situación en la que ando sea ilegal del todo».

 

   «Bueno, ya casi es el final del día, tiempo para que yo termine con mi jornada», pensó. «Ah, no… aún tengo que ir a la biblioteca por si alguien se presenta para consultar sobre la primera clase».

 

  —Muy buenas tardes, señorita Rebeka —una amable anciana vestida de forma elegante interrumpió los pensamientos de la muchacha que iba casi camino a salida de la escuela.

 

Rebeka se volteó y tras saludar continuo:

 

—¿Acaso el profesor de matemáticas se tomó el trabajo de solicitar sus servicios para asegurarse que cumpla con mis deberes extraescolares? 

 

  —No —respondió la anciana—, es mucho peor, al menos para ti. El profesor de matemáticas se dirigió al director y pidió tomar el lugar de supervisión bibliotecaria. Apenas escuché la noticia, no supe cómo responder, pues especificó que desea encargarse personalmente de supervisar tus servicios como tutora, porque no puede tomar el riesgo que alguien suspenda su prueba y empeore su reputación. Que, “el rey de los cielos” tenga misericordia de ti y llene de bondad el corazón de quienes estén a tu alrededor.

 

Luego de ver marchar a la bibliotecaria, Rebeka respiró tan hondo como sus pulmones se lo permitieron antes de dirigirse a la biblioteca.

 

—Maldito sea “El rey de los cielos”. ¿Qué dios hace algo por alguien? —resopló malhumorada.

 

  —¿Acaso te sientes mal? —preguntó el profesor, tan pronto alzó la mirada desde su escritorio y pudo darse cuenta de que esa, a quien estaba esperando, recién abría la puerta para entrar en la biblioteca.

 

  Claro, Rebeka actuó como si aquel individuo que tan mal le caía, no estuviera y pasó a sentarse en la silla de tutorías dentro de una biblioteca tan grande como vacía.

 

 —Te he notado algo distraída durante mi clase. Inaceptable ¡cómo no iba a castigarte por semejante insulto! Después de todo, es trabajo de un profesor corregir la cabeza de una estudiante que no hace más que incumplir con sus deberes. Me decepciona que la presidenta no dé el ejemplo.