erótica
Reina Del Cielo
Chapter 31
Sexo y sangre
Rebeka no sabía qué hacer, no podía controlar su respiración, estaba asustada y no podía creer la situación en la que se encontraba.
«Esto no puede estar sucediendo», se dijo. Luego de tragar en seco y respirar hondo, Rebeka procedió a preguntar:
—¿Quién eres? —Pero su voz temblorosa no hizo sonido alguno, lo que la forzó a repetir su pregunta.
Luego de dar un paso hacia atrás y buscar algo con lo cual defenderse, la chica se envalentonó y volvió a preguntar:
—¿Quién eres?
El sujeto anciano vestía un fino traje y mantenía una inmaculada barba, tenía la corbata desabrochada, como si necesitaba respirar y sostenía un vaso de licor con el hielo derretido. Lucía tranquilo, como si tuviera todo bajo control y nada le podía pasar. Con una sonrisa en su rostro, procedió a responder la pregunta que se le había hecho.
—Yo… —hizo una pausa como para asegurarse, juguetonamente, que no hubiese nadie más en el cuarto. — Soy un gran admirador y también tu protector… por así decirlo.
La palabra “protector” proveniente de alguien que claramente necesitaba tener poder y ser admirado por ella, la había hecho pensar, pero no por tener curiosidad.
Con tal de ganar tiempo, la chica siguió hablando.
—¿A qué te refieres con protector?
—Muchas personas en este mundo odian a tu padre… —dijo el sujeto, con voz calmada, para luego darse un trago, como si quisiera ser visto con buenos ojos. — Por correlación, te odian a ti, al punto en el que a nadie le importaría si desapareces. Pero estas personas han visto tu cuerpo desnudo y quieren poseerlo.
El sujeto puso el vaso de alcohol sobre su pie izquierdo y levantó la mano para empujar hacia atrás la manga de su traje, con tal de ver la hora en el reloj tan lujoso que tenía.
—No puedes culpar el poder que tienen el dinero y las armas, no es lo que sean capaces de hacer por sí solas, pues el problema son las personas ¿Me entiendes, pequeña? Entre los “buitres de colores”, en este imperio que ejerce su poder a través de chantajes, violencia y crímenes, existe una inmensa suma de dinero para secuestrarte, pero yo… tú benefactor, he estado trabajando duro para evitar esa situación… Bueno, después del director de la escuela en la que estabas.
El sujeto sabía su nombre, así como también hacía alarde de las facultades que tenía para ejercer el poder, que le permitía dominar la vida de otro. La situación era realmente seria, aunque podía estar mintiendo en todo lo demás, si sabía un detalle como ese y tenía la personalidad que tenía ¿Qué más podía saber y hacer?
—Quiero decirte, que, si continúas trabajando bajo el sector de la “prostitución”, mi jefe y yo podremos seguir protegiéndote. Si te retiras, así como hiciste después de acosar a un profesor, estarás fuera de las manos y del territorio de esta organización. Sé que eres una chica inteligente, que sabe lo que quiere… una vida plena y sin preocupaciones, ¿No es así?
—Algo me dice que quieres algo más que prevenir mi retiro o garantizar la vida que quiero —dijo Rebeka, que, por la actitud del sujeto, fue capaz de inferir más, ya que era la impresión que le daba. Después de todo, un favor con otro se paga. Y ¿Qué podía pedir un individuo que pensaba que el mundo giraba en torno a él?
Con una sonrisa en su rostro, el sujeto se levantó de la silla y con ojos de animal, miró el cuerpo aún desnudo de Rebeka, que estaba bajo la toalla que llevaba puesta para cubrirse.
—No soy diferente a los demás, porque también quiero tu cuerpo. Pero no pienso obligarte y deberías estar contenta por eso. Desde que te estuve mirando, me entró la curiosidad de saber lo que se siente destruirte por dentro… Eres la única en el top 10, que aún no prueba este trozo de carne que tengo entre mis piernas.
Junto con sus palabras, el individuo se desabrochó el cinturón, luego el botón y por último la portañuela de su pantalón, para sacarse el miembro.
Rebeka no pudo evitar mirar aquella cosa gigantesca que tenía dos veces el tamaño de la de Omar. Terminaría en el hospital, si semejante miembro se lo clavaban a la fuerza.
¡Pum!
Junto al golpe sólido que se escuchó, tanto Rebeka como el sujeto, miraron hacia atrás.
¡Pum!
Era Omar, quien con algo en la mano estaba golpeando el cristal que daba hacia el balcón.
¡Pum!
Tan pronto el vidrio se destrozó, el joven saltó como un loco al interior del cuarto, gritando e insultando al hombre.
—¡¡¡Maldito, te mataré!!!
Omar se detuvo en seco, la cama era todo lo que separaba al individuo con la verga afuera y a él.
— ¿¡Cómo es posible!? Maldito loco ¡Estamos en el piso más alto!
—¡¡¡Te mataré malnacido!!!! — gritó Omar, mientras lo apuntaba con el hacha que había usado para romper el vidrio.
—¿Así que me matarás? Ven e inténtalo.
En medio de tantos gritos, Rebeka ni siquiera sabía si sentirse aliviada o no. A pesar que su caballero blanco había venido al rescate y no estaba sola, las piernas aún le temblaban y casi no podía mantenerse en pie.
Al intentar dar un paso hacia adelante, Rebeka sintió como uno de los vidrios traspasó la carne de la planta de su pie, lo que la hizo arrodillarse del dolor.
Omar y el hombre se siguieron gritando, mientras rodeaban la cama. Rebeka no sabía qué hacer, pero entendía que su mejor opción era bloquear la puerta. ¿Qué podría suceder si alguien más entraba? Después de todo, en las mafias no existía una sola persona. La mejor salida era por la ventana, que seguro daría a un lugar en donde había mucha gente.
El hombre mayor, aun con su miembro en erección, esquivó el hachazo descendente que efectuó Omar y tras dar un puñetazo directo al rostro del chico, lo tumbó al suelo y lo hizo retroceder.
Con las fuerzas que pudo, tras sentir cómo los vidrios se adentraban más en la planta de sus pies, Rebeka se las ingenió para derribar uno de los gabinetes que quedó justo en frente de la puerta, con tal de bloquearla, para que nadie pudiera abrirla y entrar.
Al voltearse, Rebeka vio a Omar siendo estrangulado y golpeado por el hombre mayor, al punto que ni siquiera se podía defender o hacer nada. Por alguna razón, eso no la sorprendió en lo absoluto, pero ella no cerró la puerta para evitar que alguien se metiera entre Omar y el sujeto, sino para que nadie se metiera entre ella y el sujeto.
Al ver a su novio siendo derribado por el tipo, que claramente peleaba mejor, una rabia incomparable invadió la mente de Rebeka. Luego de olvidar los cristales rotos en el suelo, el dolor de sus pies por el miedo que sentía o los retorcijones en su estómago, tomó una de las gavetas del mueble caído y con todas sus fuerzas, la dejó caer desde arriba sobre la cabeza del hombre que estaba agrediendo a su amado.
El sonido seco retumbó en las paredes de la habitación y la madera se partió en varios pedazos.
Por instinto de protección, el sujeto dejó de estrangular al joven, para llevarse las manos a donde había recibido el golpe, mientras cayó arrodillado. Omar se separó del sujeto, respiró tanto como pudo, lo que hizo que el color de su cara regresara a la normalidad.
Rebeka supo que no era suficiente un golpe en la cabeza con una gaveta de madera falsa, que, si acaso, podría dejar al agresor atontado, pero no iba a resolver la situación. Así que la madera astillada que había quedado del gavetero, pues con otro golpe con algo como eso, no lograría dejar al sujeto inconsciente.
Ella mantuvo sus ojos abiertos, ya que no había pestañeado en todo ese tiempo. Además de eso, respiraba lento pero profundo, sin pensar mucho. Ni siquiera le importó que se cayera la toalla que la cubría, pues tan solo veía los movimientos del sujeto a punto de levantarse. En su campo de visión, justo al frente de sus pies, estaba el hacha tirada en el suelo, con la que su amado rompió el cristal tan grueso de la ventana de la habitación.
Omar aguantó la respiración y tragó en seco, para luego ver, cómo en cuestión de segundos, su chica agarró el hacha del suelo, la levantó como hizo con la madera y golpeó la cabeza del sujeto mayor, que recién se enteró que otro golpe iba hacia él.
Rebeka usó todas sus fuerzas para bajar el instrumento sobre la cabeza del sujeto. Tan pronto el golpe conectó con sus manos, Rebeka pudo sentir cómo la carne se abría paso, pero los huesos se mantuvieron firmes, lo que provocó que sintiera una vibración incómoda.
Debido que el hombre aún se cubría la cabeza, los ocho dedos principales salieron volando con el filo del hacha que llegó a hacer contacto con el cráneo. El sonido seco fue preocupante.
Luego de gritar como si no pudiera creer lo que estaba pasando, el hombre perdió el equilibrio y cayó de frente al suelo, lo que le hizo usar sus manos para no caer de frente sobre los vidrios. Al ver sus dedos ausentes y la sangre que bajaba de su cabeza goteando entre sus manos, trató de arrastrarse, mientras pedía clemencia.
Rebeka volvió a levantar el hacha, esta vez salpicando las paredes del cuarto junto a la piel de su cuerpo desnudo. Tras poner un pie sobre la espalda de quien al principio fue su agresor, ella efectuó otro golpe con el afilado pico del hacha contra el cuello de quien se arrastraba, pero no le provocaron la muerte.
Tres golpes de una débil chica no fueron suficientes para acabar con la vida de un hombre corpulento y fuerte como ese tipo. Luego de entregarse a sus instintos, Rebeka volvió a levantar el hacha y golpeó varias veces, hasta que la sangre y las entrañas de su víctima se dispersaron por el lugar.
Con cada golpe que daba, Rebeka veía a la sociedad y a los hombres que se querían aprovechar de su cuerpo, por ser débil.
—¡Rata! —gritó la chica—. Estás a mis pies ¿Qué se siente morir como un perro?
Ella quería seguir gritando, dejar salir toda la furia que había acumulado por tantos años, pero no podía dejar de respirar, por lo agitada que estaba, mientras golpeaba al hombre una y otra vez con el filo del hacha. Sin ni siquiera poder levantar el arma completamente, los golpes continuaron, aunque las manos le dolieran y se lastimara al seguir aguantando ese instrumento.
El cuerpo que no paraba de retorcerse, finalmente dejó de respirar o hacer sonidos con su garganta.
—Amor… —dijo Omar, sentado en el suelo, tras aguantar su cabeza con las manos.
Rebeka escuchó el susurro de su chico.
«Aww, quiere hablarme, pero yo no quiero escucharle, si es una disculpa lo que tiene que decirme». Como si el tiempo pasara con lentitud, tomó el aire necesario y miró a su chico cubierto de sangre. «Aun viéndole en un estado tan vulnerable como este, no puedo dejar de amarle y de sentirme como en el primer momento, recordar que mi amor por él es tan “montaña rusa” como siempre. Aunque sus acciones hacen que me sienta decepcionada, tan pronto entiendo que todo fue un malentendido y que él es el chico perfecto, hace que me sienta más enamorada».
—Amor —dijo Omar levantando su cabeza, sentado en el suelo—. Te ves maravillosa, gracias por salvar mi vida.
Sobre un cuerpo que aún dejaba salir sangre caliente, Rebeka no pudo evitar ser electrocutada por la sensación de estar excitada. Las palabras de su amado accionaron una extraña sensación en esa parte de ella, que en otro momento, probablemente la hubiera hecho caer de rodillas y perder el control. Aun así, aunque sus piernas no le respondieron, sus manos fueron en busca de su zona más íntima, en frente de ese, que no fue egoísta en ningún momento y siempre la dejó llegar al clímax primero.
—Asegúrate siempre que tus ojos nunca dejen de verme linda —dijo Rebeka, más como una advertencia, pues se sentía poderosa e imparable.
La cara de su novia era la misma que ponía siempre que estaba a punto de tener un orgasmo, pero, por alguna razón, no podía. Luego de dejar todo atrás, el joven se levantó de donde estaba y con sus brazos abiertos envolvió en un fuerte abrazo el cuerpo tembloroso de su chica.
Rebeka dejó salir lágrimas, pero no eran de miedo ni de dolor, eran de felicidad, de todas las cosas por las que estaba agradecida y por tener al mejor novio del mundo. Ella se lo dijo en voz alta, a gritos, con todas sus fuerzas e hizo que se marcharan las angustias que le retenían. En medio de sus lágrimas, le juró que lo amaba con todo lo que tenía y aunque sus palabras dejaron de ser entendibles, sus lágrimas hablaron por ella.
La chica pasó de creer que podía con todo, de tener envuelto a su cuerpo en una coraza de acero, a volver a quedar desnuda y dejarse ver como realmente era. Para ella, ese era el secreto de una pareja.
Cuando las lágrimas y el llanto dejaron de fluir, la pareja se besó con fuerza. Aún abrazados, entre vidrios y sangre, dieron la vuelta en el mismo lugar, como si estuvieran en una especie de baile de salón.
Con la intención de no seguirse lastimando, Rebeka se paró sobre los zapatos que su novio tenía puestos y bajo el sonido de los vidrios al ser pisados en el piso, Omar caminó por el lugar dando pasos básicos que terminaron en vueltas, con movimientos circulares que abrieron camino a la cama.
Sin inseguridades ni falta de confidencia, ambos florecieron y buscaron sexo entre sus cuerpos ensangrentados. Tal vez separados fueran una cosa, pero juntos, eran algo completo.
En la situación tan enferma en la que se encontraban, Omar bajó su mano hasta llegar a las piernas de su amada y efectuó los movimientos que su chica necesitaba para venirse. Rebeka no se resistió en lo absoluto, se entregó a la sensación, al momento, al presente, a la oportunidad de acabar y borrar de su cuerpo el recuerdo de haber podido ser violada.
— Amado mío, aunque tus ojos no sean los mismos, aunque tu comportamiento, príncipe de mi soledad, sea aún más salvaje y desesperado, aun así… porque te pertenezco y me perteneces, fóllame con toda tu intensidad. ¡Con tu mano no será suficiente, Omar! Si tanto me amas, no te atrevas a dejarme atrás, porque nunca lo haría contigo.
De rodillas sobre la cama, el joven se desvistió tan rápido como pudo y aunque su miembro estaba bien lejos de estar en erección, Rebeka no dudó en ofrecerle una entusiasmada felación.
—¡No voy a controlar mis gritos, no me negaré a expresar cuánto te amo! —vociferó Rebeka, mientras se puso en cuatro sobre la cama, una vez el miembro de su chico estaba lo suficientemente erecto para proceder con el acto.
—Si todo lo que tengo para entregarte es amor, entonces te lo daré tan duro como pueda.
Con solo una embestida, el joven clavó su ser hasta el interior de su chica, quien no se limitó a gemir y gritar tanto como pudo.
Aguantándose a las caderas de Rebeka e impulsándose tan duro como las fuerzas de cada músculo de su cuerpo se lo permitía, Omar llegó a desplazar la cama del lugar en el que estaba, con el vaivén de sus movimientos.
«Me está dando tan duro como puede», pensó Rebeka, quien todo lo que podía hacer con su boca era gritar frenéticamente, además de usar la fuerza de sus manos y piernas para empujarse hacia atrás, con tal de hacer que su chico la penetrara más y más duro. «Sí, así. Golpea tus caderas contra las mías, no te contengas, muéstrame tu risa enferma, que te mostraré la mía, reiré a carcajadas en dirección al cuerpo del hombre que quiso poseerme, pero no pudo».
—¡Vente en mí, Omar! ¡Lléname con tu leche, hasta que ese líquido hirviente golpeé el final de mi vientre y se vuelva espuma en mi vagina, de lo duro que me des! Vente en mí, insemíname, hazme un hijo… que no importen las consecuencias, que el futuro se vaya a la mierda.
—Tus deseos son órdenes, mi reina —dijo Omar, quien no aminoró el ritmo de sus embestidas y a pesar de estarse viniendo, sacó las fuerzas necesarias para seguirle dando, hasta que el semen que había eyaculado se convirtió en espuma, justo como se lo pidió Rebeka.
La chica escuchó el grito de su novio, el rugido de un guerrero que se negaba a caer rendido en batalla.
Una vez el miembro de Omar se volvió tan flácido que se negaba a entrar donde debía, fue que el chico se detuvo.
Sobre la cama, en el último piso de uno de los hoteles más lujosos del centro de la ciudad, estaban dos cuerpos agitados, fundidos en uno, embarrados por la sangre de un enemigo, entre sudor, fluidos, silencio, vidrios y un muerto en el suelo. Rebeka pudo escuchar el inconfundible sonido que alguien provocó al tocar la puerta de la habitación con discreción.
Tal vez el grito de su chico fue el problema. Una voz no familiar de otro hombre, podía alarmar a quien estuviera vigilando la entrada.
Luego de regresar a la realidad, Omar rompió la conexión entre su chica y él. Sin estar haciendo su función de tapón en las entrañas de su novia, todo su esperma salió como si fuera una cascada.
Rebeka siguió con sus caderas levantadas y la cola empinada, para facilitar la fecundación y mantener la sensación tan morbosa que la excitaba. Pensó que ser libre, en cierto modo, significaba tener la decisión de crear vida propia. Cuando vio a su novio sentándose a un costado de la cama, aceptó que el acto reproductivo no continuaría más.
Aún con los zapatos puestos y el pantalón por debajo de las rodillas, Omar se sentó en el borde de la cama, al lado de su chica y luego de eso, se llevó las manos a la cabeza, como si le doliera tanto, que no podía pensar con claridad. Se inclinó hacia adelante, para notar que la puerta estaba bloqueada, lo que le proporcionó un poco de calma, con respecto a la situación que tenían.
—¿Qué hacemos? — preguntó él.
«Oh, el semen aún caliente se escurre dentro de mí, lo puedo sentir. ¿Por qué tiene que venir alguien a tocar la puerta en un momento como este?»
Para Rebeka la situación pintaba mal. Todo era un desastre, no tenía ropa, estaba bañada en sangre y aún había un cadáver en el suelo. Aunque pudieran escapar no llegarían muy lejos. Luego de regresar al presente, dejó de poner sus ojos en blanco, para levantar el torso de su cuerpo en la cama y mirar hacia atrás. «Sí, ahí está la cámara de mi laptop, grabando… ¿Qué puede ser peor?»
Después de mantener la calma y disimular, para que su chico no se diera cuenta del dispositivo que se encontraba en la repisa en el baño, Rebeka manifestó:
—Debemos marcharnos por la ruta que usaste para venir, es mejor si algunas personas nos ven, además, si usamos los pasillos, dudo que lleguemos a los elevadores. Antes de salir, es mejor prenderle fuego a la habitación. El humo hará que se dispare el sistema antincendios y el agua podrá borrar nuestras huellas, atraerá a las autoridades y nos dará un poco más de margen para salir de aquí.