erótica
Reina Del Cielo
Chapter 32
Fuga
—Buena idea, mi amor. En verdad, no estoy pensando con claridad últimamente. Dime ¿En qué te puedo ayudar? —agregó Omar.
Al otro lado de la puerta, comenzaron a llamar por su nombre, al hombre que buscaban.
«Ohhh» Chasqueó Rebeka con su lengua.
—Nuestros amigos parecen estarse impacientando —gritó— ¿¡No escuchaste cómo me estaban cogiendo!? No molestes más y márchate.
Omar miró a su chica y ladeó su cabeza. No creía que el individuo en el pasillo se fuera a marchar, por algo tan poco convincente como aquella excusa.
«Bueu…», pensó Rebeka, aún excitada. «Es una lástima dejar que su semen se escape de mis entrañas, pero no tengo más remedio que levantarme y ponerme a trabajar».
Como si usara una toalla sanitaria, Rebeka se puso papel higiénico sobre su parte íntima antes de usar sus bragas, que recién había encontrado en el suelo junto a otra ropa. Aunque la prenda estaba en medio de un pequeño lago de sangre, milagrosamente no se había manchado. Las bragas parecían un sobreviviente, un náufrago que flotaba a la deriva sobre una embarcación.
—Qué olor más repugnante ¿Cuántos litros de sangre tendría este asqueroso hombre para cubrir casi todo el cuarto? — preguntó Rebeka, un tanto enojada por los inconvenientes que traía el líquido rojo. — Amor, trata de buscar algo para cubrirnos, una sábana o algo. Límpiate al menos la sangre de la cara, mientras busco algo para limpiarme los pies y pienso qué hacer para salir de esta situación.
Luego de tirar lo que estaba encima de la cama, para crear un camino por el cual caminar, Rebeka se dirigió a la cocina, caminando con la punta de sus pies. Abrió el grifo de agua, se lavó la cara, el pecho y los pies, lo que le facilitó sacarse algún vidrio que tenía encajado y pudo sentir con sus dedos. «Mi corazón aún late tan rápido, no siento dolor y todo esto parece un sueño. Qué sensación más rara. Si Omar no ha dicho nada, es porque tal vez siente lo mismo que yo… Es una locura que tuviera sexo al lado de un cadáver, frente a una cámara y una ventana abierta. Es una locura que pudiera matar a alguien y sentirme así, decir lo que dije, haber hecho lo que hice. No puedo pensar en eso, solo debo escapar».
Apenas Rebeka terminó de limpiarse, tanto como pudo, le preguntó a Omar si había encontrado algo y le pidió que arrojara los zapatos que había traído junto a las medias.
Tras abrocharse los cordones de los zapatos, respiró hondo hacia adentro y después hacia afuera. «Esta sensación de euforia se me está pasando. Ya me duelen las heridas, tal vez aún tenga vidrio en mis pies, pero caminar no es un problema».
Viendo que podía caminar con sus zapatos puestos sobre los vidrios rotos y sangre, Rebeka no tuvo que seguir el camino de almohadas que había hecho. Con una idea en mente, tomó la hornilla eléctrica antes de ir de regreso al cuarto.
—Omar, ayúdame a voltear el colchón de la cama sobre él.
El sujeto estaba ahí, sin moverse, con los sesos dispersados por el suelo, la cabeza abierta en dos pedazos y el cuello deforme. Ver semejante escena impactó a Rebeka, quien con rapidez volteó su cabeza y trato de no dirigir su mirada al lugar.
Entre ambos voltearon el colchón, que dejaron que cayera sobre el cadáver.
Los sujetos que estaban en el pasillo volvieron a tocar la puerta, amenazaron con abrirla a la fuerza, ya que estaban llamando a alguien, que por estar muerto, no respondía responder.
—Aww… ¡Qué gente más impaciente! —se quejó Rebeka, luego de conectar la hornilla eléctrica a la toma de corriente más cercana que encontró.
Los golpes en la puerta se volvieron patadas que sonaban con una fuerza estrepitosa, al punto que Omar tuvo un ataque de rabia con el cual pateó el cristal que separaba al baño del cuarto y lo rompió en pedazos.
Después de ignorar el comportamiento errático de su amado, Rebeka comenzó a buscar su celular, y disimuladamente, tras cerrar su laptop, lo arrojó dentro del agua de la bañera. Salió del cuarto de baño con las demás cosas recogidas en el interior de su mochila y se detuvo a ver si la resistencia de la hornilla eléctrica que había puesto contra el colchón, ocasionaba el fuego que buscaba.
Sobre el colchón apareció un poco de humo, después un leve fuego, que, sin mucha demora, comenzó a crecer y a transformarse en una nube negra ascendente.
Contenta por su logro, Rebeka se envolvió entre las sábanas limpias que había encontrado su novio y junto a él, fue en dirección al balcón, atravesaron el vidrio roto e hicieron contacto con el mundo exterior.
—Con que así fue como llegaste hasta acá arriba —mencionó, feliz por el logro de su amado.
—Los edificios necesitan una máquina de estas para limpiar los cristales, hoy es mi día de suerte, a decir verdad —dijo Omar, quien, de forma intrépida y temeraria, saltó al cajón colgante y extendiendo sus manos le manifestó: — Ven, salta. Todo estará bien, yo estaré contigo.
Después de ver al manto de nubes que separaba al cielo en dos, a más de seiscientos metros sobre el suelo, Rebeka miró a su chico y con un remordimiento en el estómago pensó:
«Es mucho más fácil decirlo que hacerlo. El viento es intimidante y la altura aterradora, tanto así, que me hace sentir insignificante. Tengo mi estómago revuelto por la realidad que estoy viendo… Saltar y morir se convierte en la menor de mis preocupaciones en este momento… Morir…».
Rebeka se paró sobre el balcón cuyo humo y olor a quemado ya se intensificaban, al punto de volverse insoportable.
Con la sábana que la cubría como si fuera una capa, sus pechos expuestos, unas bragas y un par de zapatos, miró las estrellas que componían el cielo, las nubes que pasaban por debajo y los brazos de Omar. Entre la habitación del edificio, el cielo y su amado, la trigueña se paró sobre la baranda con los ojos cerrados.
La chica aguantó con fuerza las sábanas que la cubrían, para luego dar un salto de fe hacia las manos abiertas de Omar, quien la esperaba con ansias. El chico abrazó a su novia con todas sus fuerzas, ella era todo lo que tenía y si por alguna casualidad la perdía, no sería capaz de perdonarse. Sin permitir que el humo negro y tóxico que comenzaba a salir por el balcón los afectara, Omar accionó los controles de la cabina para hacerla bajar, aunque se moviera de forma estrepitosa.
Tras bajar por la máquina que usaba el personal de servicios de limpieza de cristales, Rebeka besó con deseo los labios de su amado y evitó que controlara el aparato. En cierta manera, si tener sexo la había hecho olvidarse de haber matado a alguien, besar la haría dejar de lado que podía morirse.
«Si ser libre es tomar la decisión de crear vida, también lo es dejar la vida a voluntad» se dijo Rebeka, mientras miraba a su amado. «Mi estómago se comprime más. Vivir de fantasías no es bueno, aunque podamos escapar, la realidad me espera. Lo que nos resta de nuestro futuro es cruel, amado mío. De ser la hija de un asesino, a ser acusada de homicida y tener un hijo. Lo que me espera no es vida… pero, tan egoísta como soy, te hice prometerme que no me dejarás…».
El viento golpeaba los cristales del edificio y a los oídos de la chica llegaban susurros de palabras que sonaban tan frías como tentativas. Después de seguir su camino de bajada hasta que las nubes lo cubrieron todo, las ráfagas de viento se llevaron al cielo las palabras que trajeron, como si guardaran silencio junto a los jóvenes que pasaron a través de los gigantes flotantes de algodón. Ante los ojos de Rebeka, las luces de la civilización aparecieron, junto al sonido de los vehículos de las autoridades.
«En caso que todo siga saliendo bien y sobrevivamos, tendría que ser una fugitiva y de los uniformados, por desgracia, no se llega muy lejos. Omar, mírame… por muy inocente que sea, terminaría yendo a la cárcel por un largo tiempo. ¡No te quedes callado y trata de leerme la mente! Este es el momento, tal vez la única oportunidad».
Con sus manos, Rebeka apretó la espalda de su amado.
«Omar, el viento me llama ahora. Así como vine al mundo, me puedo marchar… Si no me quieres dejar ir, acompáñame… ¿Acaso existe algo más romántico que morir juntos? Quiero decirte esto Omar, quiero hablar contigo y contarte sobre mis planes de suicidio, pero… no es mi deseo convencerte como siempre lo hago. De seguir viviendo, terminaré siendo como mi padre, ese a quien tanto odié por ser lo que es. Ahora entiendo que muchas veces, detrás de un asesino, existe un motivo para matar. Con mi cuerpo teñido de sangre es que me doy cuenta… Como dicen, no aprendemos por experiencias ajenas. Después de tanto tiempo, un dicho tan viejo como ese, aún tiene efecto».
En el beso apasionado de los dos cuerpos, Omar abrió sus ojos y vio lágrimas en el rostro de su amada, lo que le hizo preguntar:
—¿Estás bien mi amor?
«No» pensó Rebeka, quien respondió con una sonrisa contradictoria. «Tal vez, solo tal vez, en este momento me arrepiento ¡Porque no te das cuenta Omar!».
—Sí —respondió ella, contrariando sus pensamientos—. ¡¿Oh?! —Luego de mirar hacia arriba, decidió cambiar el tema de conversación. — Las llamas pueden salir de la ventana. Se ven magníficas, a pesar de estar cubiertas por las nubes.
Después de llegar más abajo de la mitad del edificio, el viento le acarició la cara a Rebeka una última vez, antes de dejar de soplar. En cambio, las manos de Omar la sostuvieron con fuerza.
—Rebeka, no te dejaré —gritó él, con una sonrisa amarga.
Rebeka cerró sus ojos con fuerza para dejar de llorar, pero no pudo. El sonido de las alarmas de fuego retumbaba dentro del edificio, junto a las sirenas de los carros de las autoridades y las entidades que combatían el fuego.
Como hormigas, por la única entrada que ahora se había convertido en salida, las personas que estaban dentro del edificio, corrían despavoridas.
«Ahh, no fue una buena idea venir a este lugar. Pero ¿De qué vale arrepentirse? La mirada de mi amado parece la de un niño pequeño, alguien confundido por no saber lo que está diciendo. Se me hace un nudo en la garganta, pero, vuelvo a encontrarme con la misma pregunta. ¿Para qué seguir viviendo? Por más que vuelva a preguntarme, no tengo una respuesta. Por más que intente ser agradecida por lo que tengo, no encuentro razones. No me puedo quedar callada. Tengo que decirlo, tengo que hablar y ser sincera»
Se podían escuchar gritos en la distancia, que dirigían a la multitud entre las luces rojas, blancas, azules y amarillas que invadían el sitio.
—Omar—dijo Rebeka — Entonces… ¿Por qué no me acompañas en un último viaje? Dejemos esta vida juntos…
A pesar de tenerle abrazado, Rebeka pudo accionar el botón apropiado para detener el descenso del ascensor en el que estaban montados.
—Aún estamos a una buena altura, solo debemos saltar y la gravedad resolverá nuestros problemas.
Omar se mordió los labios con tal de no llorar, sin borrar la sonrisa amarga de su rostro, miró y abrazó con más fuerza a su amada, para continuar con el descenso del pequeño ascensor. Parecía estar buscando qué decir, una manera de justificar tantas promesas que se habían quedado sin cumplir.
—Todo está saliendo bien mi amor… Prometo ir al hospital. Nos podemos entregar y decir que todo lo que sucedió fue en defensa propia. En verdad te amo, no te pienso dejar ir. Me lo pediste ahí arriba, lo prometimos con nuestros cuerpos — aseguró el chico. — Además, tengo miedo de que no exista nada más allá de la muerte. Pasemos un poco más de tiempo juntos, veamos a tu padre una última vez, despidámonos de nuestros amigos, hagamos esas cosas que nos quedan por hacer juntos, por favor…
Las palabras de Omar hicieron que las expresiones del rostro de Rebeka cambiarán. De cierta forma, la salvaron, ya que lo tenía a él y no necesitaba nada más.
«Con planes de vivir ¿Quién piensa en querer morir? ¿No es así? Es un tanto caótico, pero es todo lo que tengo, él me tiene, lo amo y me ama. A pesar de todo, sin importar que tan bajo me caiga en esta sociedad, él es todo lo que necesito para vivir».
Después de pensarlo, Rebeka expresó: —Gracias por animarme… luz de mis ojos. Ahora que la sangre se está enfriando, es como si no fuera yo. La revoltura de mi estómago me está matando y no puedo dejar de pensar en el rostro de ese sujeto que maté.
—Fue una experiencia traumática, mi amor, es normal sentirse así, — le dijo Omar.
—¡Ustedes! —Un grito captó la atención de Rebeka y Omar, pues desde el suelo, un uniformado estaba gritando y haciendo señales—. ¡Bajen rápido!
Ante los ojos de una persona que se preocupaba por la seguridad ajena, el pequeño ascensor continuó descendiendo hasta que se detuvo en el suelo, junto a una zona con advertencias y seguridad apropiada.
—¡¿Todo bien?! —preguntó el uniformado, manteniendo la distancia y agachando la cabeza. Sin dar tiempo para dejar que los chicos dieran una respuesta, el individuo continuó—. ¡Evacúen el área! Es peligroso estar cerca del edificio.
El sujeto que cubría su rostro, tenía una apariencia familiar para Rebeka, quien, al ser tratada como una víctima afectada por el incendio, no le dio mucha importancia y se enfocó en seguir las indicaciones para evacuar, haciendo uso de la ruta que se les indicaba.
Tras pasar por la multitud que estaba en la calle principal, la chica que se cubría con una sábana y su amado, se propusieron llegar más allá de la zona de peligro, en la forma más discreta posible. Esquivaron a las demás personas, porque sus prendas tenían sangre. Rebeka estaba desnuda y cualquier indicio de estar involucrados en el incendio, podría traerles problemas innecesarios.
«Que ese uniformado no preguntara nada, es imposible», pensó Rebeka, quien creía que era una situación muy buena para ser verdad. «Ese sujeto se veía familiar, su estatura, su barbilla, su voz y nos dejó ir así, sin más. ¿Será que la tristeza me come por dentro? Me está apretando el corazón y también mi estómago. Aunque no se note, aún estamos cubiertos por el olor de la sangre, tanto así, que sería más sensato ir a casa caminando, antes de usar algún transporte».
Con cada segundo que pasaba, la adrenalina del momento se marchaba y Rebeka se hacía aún más consciente de todo lo que había pasado. Incluso comenzó a reflejar problemas para caminar, por las heridas que tenía en sus pies y trataba de aminorar el dolor con un característico cojeo. No podía dejar de mirar el suelo y aunque en un principio tildó a su novio de paranoico, por más preguntas que se hiciera para disociar su mente, se sentía arrepentida, con miedo, sin entender ni saber qué hacer. Sumado a que no tenía la protección de nadie.
Después de apretar la mano de su amada, Omar se sentía en control de la situación, caminaba adelante con su pecho erguido y la mirada desafiante de quien tomaba las mejores decisiones de hacia dónde ir. Hasta que de pronto sintió cómo su chica se detuvo.
Luego de pararse en el lugar, Rebeka abrió la boca y cuidando de no ensuciar a su chico, vomitó la poca comida que le quedaba en su estómago.
«Seré la paranoica ahora» pensó Rebeka, quien no sabía identificar entre el cargo de conciencia o la culpa de haber matado a alguien. «Pero, por alguna razón, siento que alguien nos sigue… ¿Cuándo se convirtieron las calles en un callejón sin luz?».
Tras aprovechar que se limpiaba mientras estaba inclinada, con discreción, la trigueña observó hacia atrás y en la profundidad de la calle, se podía ver la sombra de una persona que pegaba su cuerpo contra la pared, con tal de ocultar su presencia. El sujeto fue fácil de identificar, incluso en la oscuridad, por el uniforme que llevaba puesto, era el mismo que le había hablado en el elevador y le indicó el camino de evacuación. El que fue a su casa y la interrogó con respecto a los celulares perdidos «¿Por qué habría de seguirnos?» se preguntó Rebeka, quien le dijo a su amado:
—Omar, tenemos un problema.
Agitada, sin dejar de limpiarse el rostro o levantar su cabeza del suelo, Rebeka escuchó un sonido seco, que por alguna razón le trajo muy malos recuerdos, pues ya lo había escuchado con anterioridad. Uno de esos momentos fue cuando Omar cayó de espalda y se dio en la cabeza, el otro fue hace unos minutos, con el sonido que el hacha hizo al golpear la cabeza del hombre. Era el mismo sonido sordo de un cráneo rompiéndose, que volvió a escuchar, entre las paredes de un callejón sin salida.
Rebeka no tuvo que levantar sus ojos. Aunque no dejó de mirar al suelo con los ojos bien abiertos, luego de revivir las sensaciones de un evento postraumático, vio el cuerpo desplomado de Omar caer ante sus pies.
Se oyeron las pisadas apuradas de unos hombres que se hicieron presentes, pero ninguno pertenecía a las autoridades y el sujeto que la estaba vigilando desde lejos, se mantuvo en su lugar.
—O… mar… —Sin tener tiempo ni siquiera a decir más o levantar su mirada, una bolsa oscura tapó la cabeza de Rebeka. El borde del nailon le llegó hasta el cuello y tras ser estirado con fuerza por el sujeto que la doblaba en tamaño, hizo el trabajo de una soga que la estranguló.
Rebeka movió sus manos de un lado a otro, efectuando frenéticos espasmos con sus uñas, intentando arañar la cara de alguien, con tal de defenderse, al mismo tiempo que trataba de aliviar la presión que la bolsa ejercía sobre su cuello. Obligada a ponerse de pie, ni siquiera pudo llegar a tocar el rostro de su agresor, de ser así y sin pensarlo dos veces, estaba dispuesta a encajar sus uñas en los ojos del sujeto que la asfixiaba.
Sin poder respirar, por la presión en el cuello y la bolsa plástica que se cerraba en su cara cada vez que expandía los pulmones agitados, sin previo aviso, Rebeka sintió la fuerza total y plena de un puñetazo de boxeador de peso pesado. Los nudillos macizos como martillos, la hicieron chocar con el sujeto que tenía detrás y sentir como su cara se quebró en varias partes que no tenía, su nariz fue desplazada y uno de sus dientes delanteros se le había desencajado, al punto que podía escupirlo si tenía la oportunidad.
Con el sabor metálico de la sangre que le inundaba el paladar, a punto de perder el conocimiento y sin sentido de la orientación, Rebeka intentó llamar a su amado, con tal de saber si estaba bien, pero no pudo. Para ella, era imposible que su caballero blanco se quedara sin hacer nada, aunque lo último que recordaba era verle en el suelo con la cabeza partida y los ojos abiertos, pero sin ver nada.
Atontada por el golpe, en pánico por el diente que casi se tragaba, aturdida por el dolor y sin poder respirar, Rebeka sintió cómo sus capacidades para moverse se esfumaron. Entre intervalos lúcidos, distinguía las voces que hablaban. Sus manos y piernas fueron amarradas, alguien la cargó, fue arrojada al pavimento en un lugar concurrido, al punto que en su caída que se dio en la cabeza con algo duro, un hierro, tal vez. Un sujeto la volvió a golpear sin razón aparente y otro la pisoteó.
—Si no se queja es porque aún está inconsciente —dijo alguien.
«Un vehículo… estoy siendo secuestrada». Rebeka llegó a esa conclusión cuando escuchó el sonido distintivo de una puerta de corredera cerrándose y al carro que se puso en movimiento.
—Inyéctale con la droga, de todas maneras, no quiero casualidades si las autoridades nos detienen.
«Omar, Omar, Omar», Rebeka llamaba a su novio en sus pensamientos, ya que no podía hablar.
—¡Guao! ¡Guao! Cuidado con la mercancía. Con esa cantidad de droga, debes ver si aún respira de vez en cuando.
—No te preocupes, esa dosis es en base a su peso. Además, no respirar tan solo causará daño cerebral y nuestro jefe no expresó inconveniente al respecto.
—Este es el trabajo más fácil de nuestras vidas.
—Sí, gracias a ese chico que usó el elevador para limpiar los cristales que dejamos instalados, no nos hizo falta ensuciarnos las manos ni asaltar a algún taxista. Me preocupaba cómo íbamos a entrar en ese edificio o a su casa, sin dejar mucha evidencia.
—Las autoridades me sorprendieron por un momento. Creí que iban a tomarlos en custodia cuando se bajaron del ascensor.
—Creo que alguien se murió allá arriba. Ella tiene los zapatos manchados de sangre y el chico que la acompañaba no estaba en buenas condiciones. Hablando de eso, creo que lo mataste.
—Sí ¿Viste?… Le di con todas mis fuerzas, para serte sincero. Si no perdió la vida, al menos le borré todas las ideas del disco duro.
Bajo el efecto de la droga que le había sido administrada, Rebeka dejó de escuchar la conversación que ocurría a su alrededor y lo que sucedía.
«Ay, Omar… no puede ser cierto, prometiste que nunca me ibas a dejar. El mundo da vueltas. No puedo respirar bien. Al menos, espero que estés bien».
«Existen cosas peores que la muerte…», pensó Rebeka, sin brillo alguno en su mirada. «Ahora, estoy flotando en el aire, una cuerda me sostiene inmóvil, boca abajo. No puedo hacer nada, tan solo respirar. Mi lengua fue cortada, mis manos y mis pies también. Me queda un ojo, un pulmón, un riñón, la mitad de mi hígado. Estaba así cuando desperté y los escuché hablar. Podía haber sido peor, al menos pasé por las operaciones estando inconsciente. Ahora, tan solo queda el dolor de la pérdida».
Rebeka tenía el rostro vendado, sus brazos llegaban a la altura de sus codos y sus piernas hasta sus rodillas, estaba atada por el torso por una cuerda que la suspendía del suelo.
«No sé cuánto tiempo ha pasado ya. Colgada, sin ni siquiera poder hacer contacto con el suelo».
Rebeka comenzó a tararear mientras se balanceaba con su cabeza, ya que de esa manera una ligera corriente de aire le acariciaba el cuerpo desnudo y se sentía bien.
«Seguramente pasará un buen tiempo hasta que regrese alguien a limpiarme o alimentarme, no es que pueda masticar o tragar, tengo entendido que me alimentan por el estómago y me hidratan con fluidos intravenosos. Tengo cables en mi espalda para que no pueda llegar a arrancarme lo que tengo puesto. La última vez que lo intenté, algo desagradable paso. Esa persona me golpeó hasta casi dejarme inconsciente y luego, con un trapo rugoso, me limpió como si tuviera poca paciencia o estuviera en un apuro. Darme electroshock en mi cabeza fue el castigo. Tengo un agujero de ocho centímetros en mi cráneo para monitorear mi actividad cerebral. Dice, que regresé a la conciencia cuando estaban taladrando el agujero. Debo pensar tanto como pueda, no perder las respuestas. Recordarlo todo, si salgo de esto, ellos me la pagarán, lo juro…».
Rebeka disponía de mucho tiempo para pensar y en el lugar no había nadie que la molestase. La habitación constaba de un techo, paredes sólidas, sin ventanas y además de los cables que colgaban del techo, estaba vacía. Pero llegó un momento, en el que después de tanto pensar, su mente comenzó a llenar los vacíos. De vez en cuando podía sentir el glorioso aroma de pan horneado, la voz de su madre, la risa de su padre, los cumplidos de su novio y los chistes jocosos de sus amigos.
Ante sus seres queridos estaba desnuda, pero no sentía vergüenza. A pesar que no podía hablar, mover su cuerpo o levantar la cabeza, entre las ilusiones del mundo delirante, se sintió cómoda y solamente lamentó no tener sus brazos para abrazar a quienes amaba o pies para caminar en dirección a donde la llamaban.
Meciéndose y tarareando, permaneció inmersa en un semisueño, del que una y otra vez se despertaba. Pero cada vez que lo hacía veía todo oscuro, sentía dolor y era como una pesadilla. Con el tiempo, dormir se convirtió en vivir y vivir en dormir. Al estar despierta lo consideraba todo como un sueño de mal gusto, en el que se preocupaba por una realidad confusa, carente de esperanzas, que la obligaba a cooperar con lo que se le pedía en el momento, en la cual necesitaba perder el miedo para mantener la calma. Mientras que durmiendo regresaba al paraíso de una vida perfecta.
Detrás de los cristales, unos sujetos pasaban con tablillas y hojas para llenar. De vez en cuando entraban al cuarto y miraban con expresiones serias los números y el desarrollo del experimento. Aunque los cambios no se encontraron enseguida, estos individuos pudieron percibir una velocidad considerable en el proceso de sanación de las heridas.
—Mañana pueden dejar que ande por el suelo. Si se reabren las heridas aborten el procedimiento.
Las palabras de un individuo hicieron que Rebeka despertara de su sueño, lo que le llevó a preguntarse.
«Si mañana es mañana, entonces ¿Hoy es hoy? En esta pesadilla los días pasan».
Rebeka escuchó al grupo de individuos marcharse, junto al sonido que hacía una puerta siendo cerrada. Sola una vez más, con el paso de las horas se adentró en su realidad, en la que no tenía motivos para llorar, arrepentirse y preguntarse por qué razón le podría suceder algo como eso.
Si no era porque aún le quedaba el privilegio de soñar con su amado y creer que él estaba ahí fuera, esperando su llegada o buscándola, Rebeka preferiría morir al dejar de respirar conscientemente. Mientras estaba despierta, sentía unos enormes deseos de estar con él, salir, luchar, defenderse o incluso rogar a los secuestradores por tener la oportunidad de ver a Omar una última vez y saber que él estaba bien.
Luego de dejar de ser suspendida por la cuerda que la amarraba de la cintura, Rebeka tocó el suelo por primera vez en mucho tiempo. No lo hizo directamente con sus manos o piernas ausentes, sino que cayó sobre un trapo. No sentía mucha curiosidad por saber lo que se sentía desplazarse como un perro por el lugar. De cierta manera, levantarse sobre sus cuatro extremidades le resultaba doloroso, pues las operaciones aún no estaban sanadas del todo.
Las nuevas extremidades de Rebeka no sangraban y a pesar de doler, las demás heridas ya estaban curadas casi del todo.
Cuando estaba despierta y venían los sujetos de caras serias y uniformes blancos, Rebeka no podía enterarse de las investigaciones, puesto que, como no podía hablar, nadie, ni siquiera el alma más gentil de la instalación, podría responder a su pregunta. Así que, cuando los sujetos entraban en la habitación a tocarla con objetos filosos y darle alimentos raros, ella tenía que conformarse con escuchar de vez en cuando y tratar de encontrar significado en los suspiros, las miradas y las caras que hacían, porque ni siquiera hablaban.
Más tarde, cuando ya se había acostumbrado a arrastrarse, aunque no lo hacía del todo bien, se acercaba a la puerta junto con la manta que tenía en el suelo, con tal de echarse ahí y tal vez poder escuchar algo.
—Aún no hemos comprobado los factores de inmortalidad, pero la regeneración es un dos por ciento más rápida que la de un humano promedio — dijo alguien, quien, al parecer, leía la tablilla afuera de la puerta. Eso sucedía cuando Rebeka mostraba que sus heridas dejaban de sangrar, mientras que, en el caso contrario, cuando le inyectaban enfermedades, poco a poco, escuchaba con más frecuencia una misma frase, que sonaba decepcionada: «Resultados inconclusos».
«No dejo de toser, mi cuerpo se calienta, tengo escalofríos y no paró de soltar mocos. También me siento mal del estómago. Pero en este mundo de sueños, cuando camino con mis extremidades ausentes ya no me duele como antes ¿Tal vez estoy perdiendo la sensibilidad?», pensó Rebeka, encogiéndose y temblando por la fiebre que sentía.
Sucesivamente y con los ojos llenos de lágrimas de felicidad, regresó a su realidad. Esa en la que su novio le decía: «tranquila, amor, aquí estoy. Prometí no dejarte nunca ¿No es así?». En el sueño, devoraba y saboreaba la comida que su madre querida había preparado con tantas ganas. Después de comer hasta más no poder, iba corriendo a su habitación para tumbarse perezosamente en la cama entre todos sus muñecos, leer libros y ver a su chico jugar en la computadora.
Tras regresar a su pesadilla, producto de los pequeños ataques de asfixia que le provocaba su condición médica, Rebeka ni siquiera se dignaba a abrir el ojo que le quedaba. Escuchó el sonido de un cubo que se abría con una tapa de plástico y cuyo contenido fue vertido sobre ella, a pesar que tenía frío. Sin poder moverse, sintió cómo se le despojó de la manta que tenía.
Enferma, ardiendo en fiebre y siendo atormentada por escalofríos, debilidad y fatiga, entre intervalos inconscientes, Rebeka escuchaba algunos comentarios procedentes de quienes venían a observar. Al borde de la muerte, escuchaba voces una y otra vez, veía luces de colores y dejaba de sentir. Oía discusiones acerca de cuál sería el próximo experimento, cómo se debía comportar el sujeto de prueba y que decían: “Sujeto experimental con electrodos en el cerebro, recuperó la conciencia y a su forma, pidió de rodillas que se terminara con su vida. El procedimiento duró un cuarto de hora, la muerte fue confirmada clínicamente, su carne aún no se descompone, aunque el metabolismo detuviera su funcionamiento. Las células de su organismo no están siendo reemplazadas y aun así no se descomponen, a pesar de tener varios órganos ausentes. Se espera su regreso a la vida en tres días”.
«¿Seguir en esta pesadilla?» se preguntó Rebeka llorando, tras escuchar a los sujetos marcharse. «No, gracias, ya tengo suficiente».
Las luces y la falta de sensación, eran la única cosa grata que sentía Rebeka. Ella creía que morir en su pesadilla resultaría con quedarse sin nada en su realidad. Pero sus preocupaciones desaparecieron cuando su familia hizo todo lo posible para que se olvidase de la pesadilla con la cual se había levantado. Después de todo, el negocio que tenían iba en buen camino, casi de la noche a la mañana los clientes aumentaban para oler como Soe cocinaba. La casa había sido ampliada, dos lindos perritos también formaban parte de la familia y hacer dinero no era lo único por lo que debían preocuparse. El negocio cerraba por un mes, para que todos juntaran sus maletas y fueran a un viaje que, naturalmente, habían esperado por mucho tiempo. Con su amado al lado, amigos y familia, iba a conocer el mundo. Las personas la trataban bien y no le importaba darle todo lo que tenía a algún sintecho. Los buenos tiempos se repetían una y otra vez, con más alegría que antes. Viajes al espacio, aterrizajes en la luna, ver la tierra desde otra perspectiva. En su mundo, Rebeka descubrió una gran pasión por la música. Tocar el violín por primera vez le hizo sentirse realizada, en especial, cuando comenzó a tocarlo en conciertos. Su música era conmovedora y las personas no paraban de agradecerle por su talento.
Como si se hubiese tragado un poco de agua salada en medio del mar, Rebeka despertó en su pesadilla, donde todo era oscuridad y escuchó una voz que le preguntaba:
—¿Por dónde comenzamos?
Entre los sonidos de alguien organizando uno a uno, un grupo de objetos, la persona que le hablaba le dijo:
—Por limpiar la piel.
Con una esponja y un balde de agua, Rebeka sintió cómo le limpiaba el cuerpo, mientras estaba en el suelo.
«Con que a esto se refería ¿No son humanos?» se preguntó, luego de sentir el resultado de orinar y defecar en el mismo lugar. «He perdido todos los privilegios de ser un ser humano. Nada de lo que pruebo tiene sabor, ni siquiera el suelo. Sin lengua todo es insípido. En esta pesadilla no tengo lágrimas restantes en mi ojo… pero los escucho».
—El síndrome de disfunción multiorgánica es severo, los cálculos sobre cuántas células permanecieron intactas después de la muerte, fueron erróneos una vez más.
Luego de escuchar al sujeto hablar, Rebeka se enteró un poco más de lo que estaba sucediendo con su cuerpo, que no se sentía muy bien. El individuo repetía con frecuencia sus explicaciones a quien lo seguía, como si quisiera enseñar a alguien que se iniciaba en un trabajo nuevo y porque quien escuchaba no parecía entender todo a la primera.
Luego de pretender estar muerta, Rebeka trataba de sentir menos entusiasmo con lo que escuchaba. Se sintió contenta por la inesperada explicación de lo que sucedía, de todo lo que le habían hecho y de los motivos. La verdad es que, con esa información, la pesadilla que vivía tenía buenas razones. Sin embargo, estos argumentos aplicaban para su condición y situación actual, pero no respondían algo que siempre había querido saber. ¿Cómo estaba… él?
Una vez se marcharon los sujetos, Rebeka permaneció acostada, después de entender algo que le destrozó el corazón. No podía dormir, lo que significaba no poder despertar de su pesadilla. Incapaz de existir en dos mundos a la vez, se preguntó: ¿Cómo podría compensar seguir viviendo? a pesar de saber que era otro espécimen de un experimento humano para alcanzar la inmortalidad.
Sin moverse, tratando de no respirar, no podía salir de la pesadilla, lo que le comenzó a asustar. Si no podía soñar, ir a su casa, juntarse con las personas que amaba, mirar desde la ventana a la distancia, sentía que cada vez iba a recordar con menos claridad las cosas que vivió. Su nombre, su familia, sus aspiraciones.
«¿Quién es él?», llegó a preguntarse. «Mal olor… líquidos cayendo en el suelo, chorro inestable de agua. El sonido salpicando hacia los lados, estoy colgando. No puedo despertar, no puedo recordar».
Rebeka intentó hablar, apenas se dio cuenta que había personas que se estaban tomando su tiempo para observarla. Ellos murmuraron en respuesta, pero no dirigieron a los quejidos que dio.
«Si no puedo despertar, quisiera morir. Aún le tengo a… él. ¿Quién es él?» se preguntó Rebeka. «Mi amado… ¿Cuál era tu nombre? ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué no puedo hablar? ¿Por qué no puedo odiarlos?».
—Rebeka
«¿Om…ar?»
—¿En qué estás pensando?
«Fue mi error exigir tanto de ti y seguir esperando por más. En verdad fui dichosa y rica, cuando estaba contigo. Quiero descansar eternamente, para que no te tengas que preocupar por regresar a mí. Ahora, en el borde del olvido y la vida, entiendo que he sido una carga para ti, algo sin sentido. Tenías una vida, pero te traje aquí conmigo. Usa esta oportunidad. Sigue viviendo, por ti y por mí. Entiérrame en tus recuerdos.»
—Si dejas de creer en mí, en ti, en vivir, entonces, ¿Qué te queda? si no puedes morir.
«Mis recuerdos, mi sufrimiento.»
—No es tu culpa que la vida terminara así, no puedes perder la esperanza. No puedes dejar de recordar que te iba a proteger sin importar que… No puedes dejar de creer. Estamos bien profundo en esto, juntos y todo está bien. Mi vida no estaba del todo bien y me salvaste de ella. Deja que sea quien te salve, quien venga a buscarte… Rebeka.
«O…mar…»
—Escucha el llanto del silencio, no pienses en el momento, deja que el infierno se vuelva tu cielo. He pensado que, tal vez… nuestras vidas no regresen a lo que solían ser. Es muy posible que ni siquiera podamos experimentar el aburrimiento de la rutina una vez más, Rebeka. Tal vez sea egoísta de mi parte, pero en verdad quiero que seas tú, quien venga a salvarme. Tan lejos y tan cerca, no creo que esté de más si descansas un poco. Sé fuerte, mi amada reina.