Reina Del Cielo

Chapter 27
Pensando en él


  —Supongo que ahora tendrás mejores sueños —dijo Rebeka, con una sonrisa cálida en su rostro.

 

  Ante la expresión de la trigueña, Lizandra sintió cómo una especie de sentimiento familiar le invadió de recuerdos la cabeza. Esa sonrisa cálida era parecida a la que Soe le dio muchas veces, incluso en ese momento que intentó chantajearla, con tal de satisfacer su curiosidad. Esa era una sonrisa que parecía desenmarañar la verdad en el interior de una persona y perdonarla por ser de naturaleza imperfecta.  

 

Tras ver que la situación se dirigía a una caída emocional, la trigueña aprovechó la distracción de Lizandra y se acomodó en la cama con deseos de agilizar el proceso. 

 

  Rebeka se quitó la blusa y de un tirón también lanzó las bragas que llevaba puestas, para regresar a la posición en la cual estaba. 

 

  Tenía a otra mujer totalmente desnuda en frente de ella. Lizandra trago en seco, gracias a lo que estaba viendo. Observó minuciosamente el cuerpo de su amiga, mientras que comenzó a quitarse lo que le quedaba de ropa, de modo que, de un movimiento a otro, su cara quedó entre las piernas de la trigueña. 

 

Vio sus labios inferiores completamente limpios, depilados y dotados de jugosos fluidos internos que se asomaban al exterior de su amiga, que quedaban expuesta ante sus ojos con total naturalidad. Ella recordó que nunca se había cansado de ver semejante escena en fotos o en los videos que estaban en internet, pero tenerlo en carne y hueso si era algo a considerar. Además, tener la capacidad de poder tocar, oler y saborear, se sentía aún más tentador. Embriagada de poderes y de una oportunidad exclusiva, Lisandra sentía que no podía seguir controlando las ganas prohibidas que le invadían.

 

Después de ver sus pechos, Rebeka también pudo observar en medio de las piernas de Lizandra. El monte de venus de la rubia estaba liso, pero no por estar depilado, sino porque allí no crecían vellos. A simple vista tan solo quedaba la piel, no existían vellos cortados al ras, de los cuales se pudieran ver las puntas. Era una superficie lampiña. 

 

  Cuando Lizandra arqueó aún más su espalda, mientras estaba en cuatro sobre la cama, levantó su trasero, alzó sus nalgas abiertas e hizo que desapareciera la vista de su entrepierna.

 

   No era muy difícil imaginar lo que estaba por suceder. Lizandra casi que se babeaba por lo que se iba a comer, no lo hacía aún, tan solo porque no sabía por dónde empezar. Después de todo, quería dejar una buena impresión. Tras avanzar con su cabeza y contener la respiración, la rubia decidió ir directo al asunto, con su lengua afuera.

 

  El primer contacto del músculo humedecido contra la carne que palpitaba en medio de fluidos, con un toque de excitación, fue mágico. Mucho más, cuando Lizandra se propuso dibujar con su lengua los movimientos de una serpiente, desde arriba hacia abajo y después, desde el apretado esfínter de Rebeka hasta ascender al capullo que palpitaba de placer, no sin antes detenerse a succionar los labios vaginales.

 

  Rebeka miró al techo, conteniendo su aliento, porque se dio cuenta de que, mientras no pensara que era la que estaba comiendo, pegando su cara y restregando su lengua contra la naturaleza lubricada de otra mujer, la situación se le hacía más pasable. Con la mente despejada, de un momento a otro, sintió cómo los movimientos de la lengua de su amiga recorrían cada uno de sus pliegues que formaban los pétalos entre sus piernas, fueran gruesos o finos. De arriba a abajo, la respiración de Lizandra también impactaba sobre el clítoris de Rebeka, provocando un cosquilleo placentero, que se marchaba cada vez que la rubia ponía sus labios en forma de “O” y chupaba la punta del encapuchado punto de placer de la trigueña.

 

  Rebeka se dio cuenta que, independientemente de ambos sexos, un oral no se sentía nada desagradable, especialmente cuando la persona era dedicada en lo que hacía.  

 

  Desde el punto de vista de Lizandra, cada vez que chupaba la carne jugosa, terminaba respirando tan hondo como podía, con tal de inhalar hasta la esencia de la piel, de la cual podía ver vellos púbicos que iban naciendo entre los poros. Pero los músculos de una lengua demasiado juguetona eran susceptibles a cansarse, lo que hizo a la rubia tener que valerse de la ayuda de sus dedos.

 

  Con los movimientos de una lengua que se enfocaba tan solo en la punta de la hendidura entre las piernas de una mujer, Rebeka percibió cómo su amiga se iba acomodando hasta que pudo tocarle los labios con los dedos. En tan solo minutos, la trigueña pudo sentir cómo sus entrañas permitieron la entrada de tres dedos.

 

  Con parte de su mano en el interior de lo más íntimo de la sexualidad de su amiga, Lizandra se cuestionó si la hazaña habría sido posible por lo excitada que estaba Rebeka en el momento. Después de todo, cuando una mujer se excita, no solo lubrica, sino que también dilata más fácil su entrada, con tal de recibir a su pareja. ¿Qué su amiga estuviera excitada significaba que ella estaba haciendo un buen trabajo?  Los tres dedos eran la prueba, la respiración y que se le abriera de piernas como lo hacía, eran señales que indicaban que sí. Por todo el rato que había estado acariciando, calentando y moldeando el cuerpo para la penetración de sus dedos, era para que la situación se diera con más rapidez.

 

  El momento era excitante para Lizandra, tanto que, si no estuviera tan preocupada por dar una buena impresión, estuviese jugando con su cuerpo. Pero ¿para qué jugar consigo misma si su amiga podía hacerle el mismo favor con su boca? Además, si había tomado tanto tiempo para que la naturaleza de Rebeka se mojara ¿Cuánto tomaría para que Rebeka se atreviera a hacerle lo mismo a ella?  

 

     La idea de hace un sesenta y nueve estaba matando a Lizandra, así como la incertidumbre de si podía dejar o no su entrepierna sobre la cara de su amiga; especialmente, cuando no podía estar segura de lo que sucedería, pero con lo excitada que se veía Rebeka, de seguro que se animaría o al menos eso pensaba la rubia.  

 

    Más cómoda con la situación, Rebeka comenzó a suspirar, no por estar excitada, sino porque anhelaba más. De cierta forma, tres dedos ya no la llenaban. «El miembro de Omar siempre me hace gemir bien alto cuando golpea el final de mis entrañas ¿Será posible que usemos algún juguete? No quiero dejar la cama ni hacerla sentir mal, debo admitir que su oral es genial y que tuviera el valor para meterme tres dedos mientras los mueve de un lado a otro en mi interior, pero no tener un trozo de carne de hombre a mi lado con la cual poder ser castigada… ¡Ohhh! Ojalá que por esa ventana que está abierta, Omar subiera e hiciera su entrada con tal de follarme».

 

  Después de aprovechar los ojos cerrados de la dedicada Lizandra, Rebeka trató de confirmar su corazonada mirando a la ventana. De momento, le pareció ver una sombra, casi como si en verdad hubiera alguien mirándola desde fuera, pero no era el caso, el cristal estaba empañado y al ser un segundo piso, confirmaba que allí nadie podría pararse a observar, sin antes hacer un ruido considerable. 

 

  Rebeka admitía que en el hipotético caso de que los chicos estuvieran ahí, les invitaría a entrar de una vez. Pero no era el caso y la situación era un tanto frustrante. «¿Qué puedo hacer para sentir más?», se preguntó.

 

  Con una idea en mente, Rebeka tomó a Lizandra por los cabellos, empinó sus caderas hacia arriba, con tal de crear más fricción y restregó su capullo contra la cara de ella.

 

  —¡Chupa duro! —dijo Rebeka, cuando en la puerta que colindaba con las escaleras, pudo ver a Omar y a Miguel.

 

  Para Lizandra el momento había llegado, la oportunidad de brillar, no parar y seguir luchando sin importar cuán cansada estuviese. Después de todo, Rebeka debía estar cerca de alcanzar un orgasmo para tomarle de los pelos y moverse como lo estaba haciendo.

 

  Por otro lado, con la escena que estaba montada en su cabeza y que no se había atrevido a perder, Rebeka cerró los ojos y cuando los abrió, estaban los dos chicos de pie, quienes entraron desnudos, hasta colocarse a ambos lados de la cama. Ella pedía dos miembros viriles y ahora tenía dos bien parados, potentes y soberbios, que la apuntaban, mientras que Lizandra aumentaba la fuerza de sus succiones, tan fuerte como sus mejillas podían, con el fin de complacer las demandas que se le habían hecho de forma explícita. 

 

  Rebeka se sentía pervertida, estaba entregándose a otra chica, en frente de dos jóvenes libidinosos que la miraban y se tocaban. En la habitación se escucharon los gemidos de Rebeka y de dos chicos que se masturbaban tan fuerte, como para crear sonidos húmedos con la fricción que hacían con sus manos.

 

 Lizandra se encontraba al límite, pero también estaba convencida de que, ahora más que nunca, no podía parar, bajar el ritmo o cambiar la posición en la que estaba. La rubia ignoró el dolor de su mano, el cansancio de su lengua y el entumecimiento de su mandíbula, con tal de llegar a darle el tan ansiado premio a su amiga, con tan solo un oral.

 

  Tanto Omar como Miguel se quedaron ahí, parados, mirando a Rebeka tocarse los pechos con la otra mano y dejando su boca abierta como si quisiera tragar carne. De pronto, su novio se subió sobre la cama y le puso su miembro en la cara mientras que Miguel se colocó detrás de Lizandra. Rebeka se pudo imaginar la inmensidad de ambos falos, los cuales estaban al punto de explotar y avanzar con determinación para entrar en los respectivos agujeros y comenzar a bombear sin cuidado alguno. Usar y abusar de los agujeros de las dos chicas distraídas, sin permiso o aviso alguno, era excitante. 

 

  Rebeka se dio cuenta que tanto Omar como Miguel eran tan solo ilusiones de sus pensamientos, de una imaginación necesitada. Pero, sin ni siquiera tener tiempo para sorprenderse, de repente, sintió la corriente placentera de un orgasmo entre sus piernas. 

 

  Con sus dedos dentro de su amiga, Lizandra pudo sentir algún espasmo peritoneal, pero lo que en verdad la llevó a distinguir que el orgasmo de su amiga no había sido fingido, fue que contrajo los músculos de sus piernas y se incomodaba al sentir la sensación con su capullo del placer.

 

   Agitada por haber pasado sus límites como diez veces, Lizandra levantó su cabeza orgullosa por ver como las piernas de su amiga se retorcían y encogían de un lado a otro en la cama, cada vez que el sensible clítoris era tocado. 

 

  —¿Quién necesita a los chicos? —preguntó Lizandra.

 

  —Se sintió bonito, pero no creo que mi cabeza estuviera en el momento. Si te soy sincera, me vine pensando en Omar… —dijo Rebeka, preocupada por haber vuelto a tener una alucinación.

 

  El corazón de la rubia se quebró silenciosamente en mil pedazos, pues hasta el momento, había tenido la ilusión de hacerlo todo bien. Aunque se preparó para lo peor, nunca creyó que la verdad doliera tanto. Esta nueva sensación de humillación se le pasó por la cabeza y le dolió más que estar ahí desnuda, haber sido llamada ladrona o lesbiana. 

 

  Casi a punto de llorar, Lizandra se sentó en la cama y preguntó:

 

  —¿Qué me faltó? ¿Qué puedo hacer mejor? Ayúdame, no me quiero quedar así.   

 

   —Creo que tienes que ser más agresiva —respondió Rebeka, después de pensar en la situación. 

 

  —¿Agresiva? ¿Cómo? —pregunto Lizandra un tanto confundida

 

  —¿Quieres que te haga venir? —respondió Rebeka, quien luego de levantarse de la cama, fu al closet y buscó la caja de juguetes. —Entonces deja que haga lo que quiera con tu cuerpo.

 

Luego de tragar en seco, Lizandra sintió miedo de responder a la última pregunta. Pero como estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por quien amaba, dijo que sí, con un gesto de su cabeza. 

 

  —Primero, quiero hacerte entender algo. Tan pronto crea que no estás disfrutando me pienso detener… así que, muéstrame tu sonrisa cada vez que te mire a los ojos, sin importar que… ¿Entiendes?

 

  La respiración de Lizandra comenzó a acelerarse, su corazón corría como loco ante la voz autoritaria de Rebeka. De regreso a la cama, Rebeka tomó a Lizandra por los cabellos y la apretó tan fuerte como pudo, con la intención de borrar la sonrisa que tenía en su rostro.  

 

  —Así me gusta —dijo Rebeka, poniendo su mano opuesta sobre el cachete correspondiente de Lizandra. 

 

  Con suavidad y delicadeza, Rebeka dio tres palmadas sobre el cachete de su amiga, sin dejar de mirarle a los ojos.

 

   Lizandra mantenía su sonrisa, a pesar del dolor que le provocaba tener sus cabellos agarrados sobre la cama.

 

   Hincada de rodillas, la rubia sintió cómo la cuarta cachetada se volvió más fuerte, la quinta aún más y la sexta casi que le arranca el rostro, si no fuera porque sus cabellos estaban siendo sostenido. Aun así, tras sentir la comezón en su piel, no dejó de sonreír, lo que hizo que Rebeka le devolviera la expresión. 

 

Luego de dejar de sostener los cabellos de Lizandra, la trigueña usó su otra mano para cachetear el otro lado de la cara de su amiga, de manera que ambos cachetes quedaron rojos y calientes.

 

  —Una rubia de ojos azules, con cara blanca y de ángel, ahora tiene los cachetes rojos… Esta es la agresividad de la que estaba hablando, pero aún no se acaba, levanta tus pechos.

 

 Las dos circunferencias que sobresalían del pecho de Lizandra parecían estar rebotando contra el suelo de lo agitada que estaba. Pero lo que veía Rebeka era que aún estaban blancas, lo que no duró por mucho tiempo, después de unos cuantos azotes. 

 

Tras subirse a la cama, Rebeka posó su mano sobre la garganta de su amiga y apretó lo suficiente como para inmovilizarla y la tumbó de espalda sobre las sábanas.

 

  Lizandra no sabía lo que estaba sucediendo, sentía dolor en ambos lados de su cara, sobre sus pechos y ahora que estaba siendo asfixiaba, pero no era que no pudiera seguir aguantando, así que continuó riendo, aún más cuando vio que Rebeka se le sentó arriba de la cara. En la posición en la que estaba, con la garganta siendo apretada, Lizandra pudo ver cómo Rebeka agarraba un grueso juguete que se llevó a la boca para humedecerlo. 

 

  —Piensa en esto como un castigo que te mereces —dijo Rebeka entre susurros. — Que después de haber hecho tanto, puedas seguir viviendo sin ser castigada no es justo ¿No es verdad? Después de esto tus pecados serán limpiados, tus culpas expiradas y tu cargo de conciencia se marchará. No tendrás que sentirte culpable después de haber limpiado tus faltas como lo haces ahora. Tan solo te digo, si te vuelves a equivocar y deseas portarte como niña mala, otro castigo te estará esperando.

 

  De un momento a otro, Lizandra sintió un fuerte azote entre sus piernas, pero no pudo gritar porque estaba siendo estrangulada y le faltaba el aire. Aun así, no dejó de mantener su sonrisa. El dolor, en cierta manera, se sentía liberador, le liberaba de la culpa que le desbordaba el pecho y era excitante.  

 

  Rebeka amenazó con usar sus caderas para sofocar a su amiga. Pero no lo hacía, porque esperaba por algo más. Cuando Lizandra no pudo seguir manteniendo su sonrisa por sentir que se ahogaba, abrió su boca para recibir una bocanada de aire y lo hizo, solo que con la naturaleza de Rebeka sobre su cara. 

 

  La trigueña retiró su mano del cuello de su amiga y se sentó en su cara, cuando Lizandra no pudo aguantar las ganas de respirar. Al mismo tiempo, Rebeka volvió a azotar despiadadamente entre las piernas de Lizandra. Sin darle mucho chance para que repusiera su agitación, Rebeka se levantó y la miró a los ojos. Ahí estaba, respirando agitada, con una sonrisa de oreja a oreja y la piel rubia que se había puesto colorada.

 

  —Perfecto —dijo Rebeka, tan pronto se sacó la punta del juguete que sostenía en la boca. 

 

  Lizandra estaba ansiosa por saber lo que venía, no podía ocultarlo ni dejar de retorcer o contraer sus pies, como si quisiera aliviar la picazón del azote que le habían dado. El extremo opuesto de la imitación de órgano reproductor de hombre que Rebeka tenía en la mano, era de forma cilíndrica, como si tuviera el propósito de funcionar como un tope y terminó en el interior de la boca de Lizandra.

 

  —Muerde bien duro o empuja con tu lengua, solo no dejes que se te caiga.

 

  Tras dar sus instrucciones, Rebeka volvió a agacharse sobre la cara de Lizandra, lo que le permitió dejar caer todo su peso y adentrarse el objeto hasta lo más profundo de su ser, para luego tocar con el esfínter de su “chiquito” la nariz de la rubia. 

 

  Lizandra pudo ver algo maravilloso, ya que era una barra de silicona que imitaba, de manera realista, la forma de un pene, la cual sostenía con su boca y se adentraba en la cavidad vaginal de su amiga hasta perderse totalmente, para luego aparecer ante sus ojos embadurnada de fluidos descendientes. A pesar de no poder respirar cada vez que su amiga bajaba sus caderas, no buscó la forma de cambiar la posición o acomodarse, porque, de cierta forma, estaba en el paraíso. Después de todo, era la posición que había esperado hacer. 

 

  Rebeka extendió sus manos y mientras movía sus caderas furiosamente, se agarró de los pechos de Lizandra, con tal de no perder el equilibrio, además de aplastarlos, sobarlos y azotarlos de vez en cuando. Entre las embestidas de su cadera contra el rostro de la rubia, la trigueña se dispuso a retorcer los pezones rosados con igual agresividad y estirar su carne tanto como pudiera, una vez entendió que no iba a perder el equilibrio. Ella trataba la piel de su amiga como si fuera de goma. Por otro lado, Lizandra aceptaba el dolor sin levantar sus manos y todo lo que hacía era apretar las sábanas tanto como podía.

 

  Sin dejar de empujar su cuerpo contra el consolador que se clavaba una y otra y otra vez, Rebeka se inclinó hacia adelante. La indefensa flor de Lizandra estaba ahí expuesta, a la altura de la boca de Rebeka, quien dejó que de sus labios brotase un chorro de babas que resbaló por su lengua hasta que cayó en el punto medio.

 

  Lizandra no lo podía creer, ni siquiera le habían tocado directamente ahí abajo y ya estaba a punto de explotar de un orgasmo, por el nivel de excitación, deseo y expectativas morbosas, pero no tanto como había estado esperando el orgasmo. No obstante, no quería parecer débil ante lo que técnicamente era un castigo. No deseaba exponer que toda aquella situación masoquista le estaba gustando. Tampoco era que pudiera hablar, tenía la boca cubierta por los fluidos de Rebeka y si dejaba de usar su lengua para empujar y sus dientes para morder, el trozo de plástico retrocedería, provocándole deseos de vomitar.

 

   Lizandra sintió cómo su amiga le hurgaba entre las piernas con sus dedos, parecía que estaba abriendo cuanto podía los labios mayores, con tal de dejar al descubierto el capullo de la mariposa a punto de emerger.

 

  Rebeka dejó de moverse y se inclinó aún más hacia adelante, visualizando su objetivo, cerrando los ojos y abriendo su boca. Estaba decidida, aunque al principio le daba asco hacerlo, pero ya con la situación tan acalorada, la rubia se merecía un premio. Luego de verlo como una recompensa a dar por haber resistido, le hacía pensar en la situación de chupar entre las piernas de otra mujer como algo menos desagradable.

 

  Lizandra quería negarse, no quería que ocurriera lo que estaba a punto de suceder, pero no podía decir nada. Aunque con sus manos tratara de detener la cabeza de su amiga, de repente, sintió lo que era el calor de una boca abierta que se apoyaba sobre su vulva y procedió a chupar, al mismo tiempo que la lengua comenzó a moverse.

 

  Sin ni siquiera tener que terminar de respirar, Rebeka pudo sentir cómo todo el cuerpo de Lizandra comenzó a temblar, como si estuviera muriéndose de frío. Con un espasmo tras otro, la rubia pareció perder el control de su cuerpo.

 

  Era un orgasmo tan fuerte como ningún otro, pero no fue todo. Rebeka se levantó sobre la cama y tan pronto como pudo, sacó el dildo de la boca de su amiga, para luego decirle en voz baja y al oído:

 

  —No, aún no, Lizandra. Esto aún no termina, no hasta que el fondo de tus entrañas quede bien relleno. Sí, este trozo de plástico todo embarrado de mí va a entrar en ti. Abre bien las piernas.

 

  Con tal de encontrar la fuerza de voluntad para seguir las órdenes de la trigueña que le miraba a los ojos, Lizandra se agarró los pechos tan duro que parecía que se los iba a reventar. Manteniendo la sonrisa, abrió las piernas.

 

En un movimiento uniforme, Rebeka insertó el consolador de una sola vez hasta el final de su amiga, quien aún sentía los espasmos del primer orgasmo, para pasar a experimentar otro totalmente diferente, que se fusionó con el primero. 

 

   Las contracciones intermitentes en el interior de las paredes vaginales de Lizandra fueron de tal magnitud que, el dildo insertado parecía moverse de arriba a abajo a voluntad propia, a pesar de haber sido dejado ahí por Rebeka. Pero por mucho que se movía, el pesado plástico no quería salirse, como si estuviera siendo mordido ferozmente por una boca sin dientes.

 

  La mente de Lizandra estaba siendo invadida por un placer intenso, sin pensamientos, problemas o preocupaciones. El mundo parecía moverse junto a las contracciones rítmicas de su órgano amatorio, el cual le provocaba la sensación de felicidad, satisfacción y placer más grande que había sentido hasta el momento. Si la liberación por asumir las consecuencias de sus actos, ser castigada y buscar el perdón en el dolor, se sentía de forma semejante, no estaba de más equivocarse.

 

  Desde el punto de vista de Rebeka, Lizandra había perdido el conocimiento por unos segundos, y cuando regresó al presente fue que pudo hablarle. 

 

   —¿Quién necesita de los hombres? —dijo Rebeka en forma irónica — El orgasmo que se siente cuando estimulas el clítoris y la vagina al mismo tiempo, no tiene comparación. Si entrenas a Miguel, vas a poder experimentar esta sensación todas las veces que quieras.

 

Luego de respirar agitada, Lizandra se tomó su tiempo para recuperarse de la sensación de no sentir sus piernas. También apreció cómo el objeto que tenía bien enterrado en su vagina se salió, sin que hiciera nada por sacarlo. Aún con una sonrisa de oreja a oreja, la rubia se apartó los cabellos y no pudo creer que semejante estado de placer fuera posible, lo que la llevó a preguntar:

 

 — ¿Experimentas esto todos los días con Omar?  

 

  —Bueno, la sensación más fuerte siempre pasa la primera vez. Ahora mis orgasmos tienen más o menos la misma intensidad, depende de cuánto tiempo me retenga para tenerlos. El dolor a veces funciona, para hacer la piel más sensible y retrasar el llegar al clímax, así como le pasa a Omar. Con su consentimiento, cada vez que tenemos sexo fuera del trabajo y lo veo a punto de venirse, lo cacheteo, así como él a mí. 

 

  Por alguna razón, Rebeka se imaginaba a Lizandra abofeteando a Miguel sin razón o motivo alguno, lo que la llevó a advertir que no quería que sucediera.  

 

  —Ufff, increíble. Además de los golpes ¿Qué me recomiendas?

 

   —El misionero —respondió Rebeka, orgullosa de darle clases a alguien que le prestaba tanta atención. — Tú con las piernas bien abiertas, él en el medio dándote, mientras te tocas el clítoris tanto como puedas. La sincronización es crucial, pero una vez te conozcas, ya sabrás cómo llegar. Si tu mano se cansa, usa un vibrador.

 

  —Pero, no sé si me pueda venir —reclamó Lizandra. —Después de todo, es la primera vez que me vengo así y fue contigo. 

 

  —Yo me pude venir pensando en Omar —dijo Rebeka. — Puedes pensar en mí, cada vez que te quieras venir. 

 

   Después de acomodarse en la cama, la trigueña tomó su teléfono y tras desbloquear la pantalla, colocó la cámara en modo de autorretrato. 

 

  —Ven, vamos a besarnos, para mi cliente —mencionó Rebeka. — No te preocupes, buscaré una manera en la cual no se te reconozca la cara. 

 

  —¡Pasa las originales! ¡Quiero tenerlas como recuerdo!  —pidió Lizandra, tras acomodarse sobre la cama, al lado de su amiga.

 

  Una vez que las dos pudieron mirarse a los ojos y después de titubear unas cuantas veces, fue que se dieron a la tarea de besarse. El arte de besar no necesariamente tiene que ser incompleto, después de todo, sin importar el género, un beso viene con lengua, algo que ellas terminaron entrelazando. El beso también tenía que ser sensual y sexy, para asegurarse que los clientes no se aburrieran, encontraran el sentimiento y quisieran seguir comprando.

 

  Varias horas pasaron hasta que los chicos llegaron y por supuesto, tan pronto Omar y Miguel subieron las escaleras, se encontraron con un tierno escenario. Dos chicas, un poco más que amigas, abrazadas sobre la cama, con todo lo que habían usado aún regado, sin preocupaciones por el mañana o de lo que pasaría. No tenían nada que esconder ni de lo cual avergonzarse. 

 

  —Trajimos comida —dijo Omar, tan pronto Rebeka se despertó.

 

En cambio, Miguel estaba que se subía por las paredes.   

 

Luego de rascarse los ojos, Lizandra bostezo y rodó por la cama, con la intención de ir al baño. 

 

  —Acaso no vas a preguntar lo que sucedió, para que tu novia quedara así de roja—indagó Rebeka, como si se diera cuenta, que tal vez, se le había pasado la mano. 

 

  —No te preocupes por eso, le dije que lo podíamos ver después, por la noche —dijo Omar, apuntando a una de las cámaras que estaban sobre el escritorio. 

 

  —Ohhh, una cámara espía. Qué excitante —agregó Rebeka.  

 

 —Quiero la grabación sin editar ¿Me escucharon? —gritó Lizandra, lo que hizo a todos reírse a carcajadas.