erótica
Reina Del Cielo
Chapter 26
Probando una relación abierta
En la entrada de la casa, con sus miradas llenas de orgullo, Rebeka y Omar despidieron a la pareja de uniformados, quienes se marcharon temprano en la mañana, en dirección a la escuela. Lizandra y Miguel parecían estar sintiendo un nostálgico sentimiento, al devolver la despedida a sus amigos, quienes se quedarían en la casa, mientras ellos tenían el deber de ir a la escuela a estudiar.
Tras despedirse de sus amigos, cerrar la puerta principal y regresar al interior de la casa, Omar y Rebeka se tomaron el tiempo de desayunar calmadamente, leer el periódico e incluso limpiar un poco la casa. Gracias a lo liberados que se sentían al no tener que ir a la escuela, ni estar bajo la presión de exámenes, tareas y estudios, una vez terminaron los quehaceres, se dedicaron a hacer algo que ya tenían planeado. Omar se sentó a ensamblar la nueva computadora que se habían comprado junto a las cámaras y el escenario de fotografía que le había llegado el viernes pasado por entrega de correo. Desde hacía tiempo, tenía la idea de hacer un cuarto especial de grabación con equipos semiprofesionales. Rebeka se sentó en el reclinable con su cobija favorita, una taza de café con leche y uno de los libros que no había terminado de leer.
Como Omar era su propio jefe, Rebeka pudo ver que su amado se estaba tomando muy a pecho su nuevo trabajo, tanto que pensó lo siguiente: «Me preocupa que se obsesione. Dicen que los hombres trabajan con tal de aliviar el estrés que sienten».
Rebeka pensaba eso, porque sabía bien que Omar aún no superaba la muerte de Soe, a pesar de tratar de aparentar lo contrario, seguía bajando de peso, sonreía con menos frecuencia y casi no dormía. Era como si trabajara con tal de no pensar.
—¡Qué bien! —dijo Omar en voz alta, mientras encendió la máquina, lo que hizo que Rebeka levantara su mirada.
La computadora que finalmente fue ensamblada, contaba con tan solo tres piezas, una pantalla, un ratón y un teclado. Parecía que tenía todo lo necesario para operar sin mucha demora.
—Estuve viendo cómo editar un programa diseñado para reconocer expresiones faciales y otras características distintivas.
—¿Oh? —mencionó Rebeka intrigada.
—Sí, recuerda que las personas se preocupan mucho por la imagen social que tienen —Tras encender la computadora, Omar se dirigió al buscador de internet y se las ingenió para buscar un video que pudiera explicar mejor la idea que tenía en mente. — Existen varios programas que pueden buscar y rastrear información de uno en la Deep web. Tan solo tengo que configurarlo apropiadamente y se encargará de buscar fotos y videos nuestras, que se pudieran haber filtrado, algo que nos quita ganancias al final del día.
—Cariño, si te vas a pasar mucho tiempo delante de la pantalla, recuerda que te puedes dañar la vista —advirtió Rebeka, que bien sabía que, si no cuidaba a su chico, nadie más lo iba a hacer, ni siquiera él.
Ella regresó a su libro, mientras que Omar siguió frente a la pantalla del ordenador. Así pasaron seis horas en las cuales un cálido silencio invadió la vida de los jóvenes, que no tenían preocupación alguna. Ese silencio se llamaba tranquilidad.
De vez en cuando, Rebeka se levantaba a estirar las piernas, reemplazar la taza de café con té o ir al baño. Mientras que Omar, buscaba que tomar o comer mientras que el programa tenía cargaba la información.
Una vez que cayó la tarde, Omar puso a funcionar el programa, tras seguir las meticulosas instrucciones de videos y libros de programación que había visto, mientras trabajaba. Superficialmente, el escaneo pudo encontrar aproximadamente veinte sitios en los que se publicaba, de manera gratuita, fotos y videos de ellos y otros cinco sitios en donde alguien más recibía dinero por vender material ajeno. No era justo para quienes pagaban por el privilegio de tener la exclusividad del contenido de la cuenta en “El cielo”.
Omar no tardó en pedir que se retiraran las fotos y videos, tras aplicar demandas por violación de los derechos de propiedad intelectual y el no consentimiento de los autores. En cuestión de minutos, uno tras otro, los sitios web, por miedo a ser cerrados totalmente, retiraron el contenido que se les había pedido y, en cambio, dejaron un cartel de disculpas, que redireccionaba a un enlace con el material original.
Pasaron las tres de la tarde y aunque Omar estaba orgulloso de sus logros, Rebeka comenzó a actuar más nerviosa de lo normal, tanto que estaba a punto de limpiar lo que había aseado hacía menos de cinco minutos. Ahora parecía que ella no quería pensar. Todo era porque esa tarde, tanto Lizandra como ella, se quedarían solas en el cuarto, para tener su primera experiencia lésbica, tal como lo habían acordado en la mañana, después de levantarse.
Tan puntual como debía ser, el timbre de entrada sonó y no era muy difícil saber quiénes eran. Miguel y Lizandra llegaban de la escuela.
Omar recibió el saludo de quienes llegaban, aún sentado en la mesa, sin casi desviar sus ojos de la pantalla. Mientras pensaba sobre asuntos que le indignaban.
—¡¿Me vas a decir que no te has levantado de ahí en todo el día?! —dijo Miguel, pretendiendo estar sorprendido, porque no estaba tan nervioso como Lizandra. — Bueno, el día de hoy en la escuela fue tan pesado como lo puede ser un lunes, así que, tanto tú como yo, ¡nos merecemos un tiempo de chicos! No hemos salido al centro deportivo desde que tienes novia, así que es hora de aprovechar. Ella también tiene que pasar su tiempo de “chicas” con Lizandra.
A punto de arrastrar a Omar por la mano, Miguel estaba determinado a llevárselo hasta la puerta, lo que hizo que el joven se quejara por lo poco que le faltaba para terminar las cosas que estaba haciendo. Tanto Rebeka como Lizandra se quedaron calladas durante todo el proceso, fueron a despedir a los chicos a la puerta y después que los vieron marcharse, procedieron a adentrarse silenciosamente en la casa.
A veces, hacer las cosas en público da una sensación de valor que no se siente mucho cuando se está solo. No se podía predecir cuál estaba más tensa en esa situación, en la que podían arrepentirse de haberse quedado solas.
Pasaron diez minutos y ninguna hizo contacto visual con la otra, tampoco intercambiaron palabras. Rebeka fue la primera en romper el silencio:
—Sabes, continuando con la pregunta que te hice el otro día…
—¿Qué pregunta? —preguntó Lizandra nerviosa, entre la cocina y la sala, aun sin sentarse.
—A pesar de tener tanto dinero ¿Por qué tienes la necesidad de robar mis cosas?
Lizandra guardó silencio, abrió los ojos y negó con la cabeza, como si estuviera sorprendida, aunque no tenía nada que decir en su defensa, porque era culpable. Tener la idea de llegar a acostarte con alguien y que, de momento, esa persona te acuse de ladrona, no era algo que fuera a terminar bien o ¿sí?
—La persona con quién me he estado escribiendo me dijo muchas otras cosas interesantes —dijo Rebeka, ya que entendía que Lizandra no iba a hablar. — Entre esas cosas, “Anónimo” asegura que siempre has estado celosa de mí. Que, de acuerdo a tu personalidad, quieres ser como yo y en verdad se me hizo muy obvio, pues con el último par de zapatos que se desaparecieron, el ladrón tendría todo un juego de ropa mía. Tiene mucho sentido, tanto que me hace cuestionar si tiene o no la razón y quieres ser como yo.
Rebeka extendió las últimas cinco palabras de su acusación.
Lizandra dio un paso hacia atrás mientras que Rebeka lo dio hacia adelante. La trigueña vio algo que no se esperaba en los ojos de su amiga. Los ojos azules denotaban vivas expresiones de incredulidad, sorpresa y a la vez, deseos de salir corriendo de aquella casa. La mirada de la rubia le confirmaba que sus suposiciones no estaban muy lejos de la verdad, pero también, que esa persona que le había estado escribiendo, no era su amiga encubierta, como ella suponía.
—“Anónimo” me dijo que existía una manera de realmente aclarar si esas dudas eran ciertas o no —dijo Rebeka, extendiendo su mano. — Dame tu teléfono…
Lizandra se volteó tan rápido como pudo y trató de salir corriendo, pero tan pronto abrió la puerta de salida, con su mano, Rebeka la empujó de vuelta antes que se cerrará con brusquedad. Mientras respiraba al borde de un ataque de ansiedad, Lizandra no tuvo más remedio que tirarse al suelo, con tal de proteger su teléfono.
—Lizandra, esta es tu oportunidad — continuó Rebeka, esta vez con tono de familiaridad y cooperativo. — El trato de la mañana se sostiene. Tal vez no puedas ser yo, pero si podemos juntarnos y ser una por una vez. Necesito que confirmes mi suposición, así como que también enfrentes tu inseguridad y me dejes ver tu teléfono.
La actitud de Lizandra se podría describir como la de alguien asustado. Una persona que por casualidad de la vida había tenido un chance para poder recuperar lo que había perdido y aunque no quisiera robar o hacer daño, lo había hecho sin querer y sus crímenes estaban expuestos, lo que potencialmente terminaría en una nueva pérdida. Pero como escuchó que la propuesta de la mañana se mantenía y que debía enfrentar sus inseguridades, tomó el valor para levantar su cabeza y mirar sobre su hombro a quien aún extendía su mano.
—No existe nada más humillante que esto, por favor —aseguró la rubia, desde el suelo.
— Cualquier cosa menos esto.
Luego de entender que no podía negociar su escapatoria quedándose sentada en el suelo, Lizandra cedió a ofrecer su teléfono ya abierto, lo que le permitió a Rebeka sostenerlo.
Directo a la galería privada, las fotos más recientes confirmaban las sospechas que tenía la trigueña, pero no que Lizandra fuera quien le escribía, haciéndose pasar por el usuario “Anónimo”, dispuesto a pagar mucho dinero.
En las últimas fotos y casi las únicas que tenía, Lizandra lucía las prendas que se habían perdido. En la privacidad de su habitación, la rubia se había hecho el mismo peinado y usaba poses frente del espejo, con las cuales pretendía ser Rebeka. Pasando entre esas fotos llegó el momento en el que se presentó Miguel.
«En esta relación somos cuatro», pensó Rebeka, como quien llegaba a la conclusión en la que finalmente las piezas encajaban. «Si Lizandra no era quien se hacía pasar por “Anónimo”, entonces tenía que ser Mig, quien también tiene dinero para gastar y desde un principio, quiso dárnoslo, con tal de pagar por quedarse a vivir en la casa. Ahora todo encaja. Por eso no opuso mucha resistencia en que esta situación se diera, así como también se llevó a Omar para dejarnos solas».
—No necesito que me devuelvas lo que te llevaste… —dijo Rebeka. — A menos, por consideración a mí, si quieres seguir llevándote más cosas, pídelas o reemplázalas, con algo nuevo.
Ante las palabras de Rebeka y que le devolviera el celular, Lizandra miró hacia arriba sorprendida, con una pregunta que salió entre sus labios.
—¿No me tienes asco?
—No —respondió Rebeka. — Párate del suelo y vamos a mi cuarto.
Una vez que subieron las escaleras, Rebeka fue la primera en tirarse sobre la cama, para después darle varias palmaditas al espacio vacío que estaba a su lado. Entendiendo la señal, Lizandra se acercó y tan discreta como podía, se sentó sobre el lugar.
—Los tiempos en los cuales éramos mejores amigas, de vez en cuando pasan por mi cabeza y siento nostalgia. Los extrañaba —dijo Rebeka mirando al techo. — Solo que mi resentimiento en ese momento era mucho mayor y no me dejaba mostrártelo. Siento mucho si te hice sentir mal, Liz. En cierta manera, no podía aceptar lo que mi madre y tú estaban teniendo, fuese por amor o por dinero.
—No eres tú quien se tiene que disculpar… fui yo… en verdad fui yo quien dejó que el dinero se me subiera a la cabeza. Me creí que era mi padre, abusé de la confianza que me dieron.
El tono con el que Lizandra soltó las últimas palabras era como si se estuviera confesando, admitiendo algo de lo que se arrepentía y hubiera querido cambiar, de tener la oportunidad.
—Indiscutiblemente, fuiste quien más daño sufrió… —agregó Rebeka, con voz de aceptación.
—Era tu amiga y simplemente estabas descubriendo sobre tu cuerpo y sexualidad. Al reprimirte por un error y hacerte sentir tan mal como pude, te corté las alas y dejaste de ser tú.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Lizandra curiosa.
—Tu galería de fotos indecentes, es aburrida…
—¡Mentira! —se defendió Lizandra—. Tal vez en comparación con lo que has hecho no se vea gran cosa, pero te digo que son fotos que a cualquiera le excitarían, si se las enseño.
—A mí no me excitaron en lo absoluto —respondió Rebeka, mirando al techo, probando lo equivocada que estaba la afirmación que Lizandra le había dado. — Todo lo que soy, lo que aprendí con respecto al ámbito pervertido, sexual y exploratorio, lo aprendí de ti. A tocarme cada vez que estoy triste, a dejar las cosas que me molesten de lado, a luchar por quien quiero, a vestirme sexy, a buscar compulsivamente la manera de experimentar más placer. Sin embargo…
—Dejé de ser la que era —respondió Lizandra, como quien reconoció algo que no quería aceptar.
—Sí —afirmó Rebeka.
—El miedo y el arrepentimiento me perseguían todas las noches antes de dormir —dijo Lizandra, mirando al pasado, en el que estaba sobre una cama sin poder conciliar el sueño. — Cuando estaba contigo, no me importaba lo que dijera nadie, pero cuando dejamos de ser amigas comenzó a importarme lo que dijeran los demás. Cada palabra en el pasillo, cada mirada… todo se sentía como si supieran mi secreto, que yo era la culpable de por qué nos separamos, Rebeka.
—Dime.
—Te quiero decir, que sentí y aún siento… atracción por ti — confesó Lizandra.
—No te puedo corresponder, al menos no en sentimientos —respondió Rebeka.
—Lo sé, pero siento que decírtelo hace que se alivie este peso en mis hombros.
—A decir verdad, sabiendo lo que sientes por mí, no creo que sea justo para ti que yo quiera experimentar contigo con la intención de ganar dinero —Ante esas palabras, Rebeka se volteó sobre la cama, dándole la espalda a la rubia e hizo como quien estaba reconsiderando las cosas.—Jugar con tus sentimientos, hacerte disfrutar algo que tal vez no vas a poder tener nunca, es muy cruel… creo que demasiado, para que puedas soportarlo.
—No, no es cruel… es todo lo que siempre soñé.
Lizandra se quitó los zapatos y se acostó en la cama, abrazando por detrás a su amiga, como si buscara consolarla y convencerle de lo contrario.
Con las cortinas entreabiertas, la luz del atardecer se escurría al interior del cuarto y de un momento a otro, se posó sobre la mano derecha de Lizandra, la cual discretamente acarició los pechos de Rebeka.
—¿Sabes? —dijo Rebeka, luego de detener los movimientos de su amiga—. Más que por trabajo y aunque me prometí que no lo haría, pienso atesorar esta primera vez en la cual me voy a dejar tocar por otra mujer. Dejando el dinero de lado y siguiendo mi curiosidad, me alegra que seas la primera mujer que haga lo que quiera hacer con mi cuerpo. No nos arrepentiremos, te lo prometo.
Sobre la cama, Rebeka se puso boca arriba, lo que le facilitó a Lizandra el acceso a los pechos que tocaba.
Sorprendida por estar viendo con tanta claridad lo que tenía enfrente, con dedos temblorosos, Lizandra subió la blusa que cubría los pechos de su amiga hasta verle los pezones. La rubia tenía curiosidad de saber lo que se sentía al chupar los pechos de otra mujer. Ante la mirada de su amiga, que se dejaba hacer, Lizandra se recogió el pelo hacia un lado, al tiempo que se inclinó. Abrió ligeramente sus labios y besó los pechos, que se levantaba como si fueran una imponente corona sobre el cuerpo de Rebeka.
Rebeka sintió el mismo cosquilleo que le podía provocar Omar cuando le daba cariño. La diferencia era que los cabellos de Lizandra, más largos que los de su novio, cayeron sobre su pecho y también le hicieron cosquillas. Ahora, que fuera otra mujer la que estuviera chupando su pecho, se sentía un tanto diferente. No podría describirse como antinatural, ya que todas las mujeres se amamantan de los pechos de sus madres cuando son pequeñas. Pero, se podría decir que era algo que no era esperado que pasara, una vez que eran grandes, al menos en su mente y ante los ojos de la sociedad.
Tras despegarse casi a la fuerza de lo que había atrapado con su boca desesperada, Lizandra levantó el torso sobre la cama. Se hizo un moño con la felpa que tenía en la mano y luego de desabotonarse la camisa, se quitó el sujetador y dejó sus pechos expuestos.
Rebeka pudo notar que las aureolas de su amiga eran mucho más claras que las de ella y que tenían una tonalidad casi rosada.
—¿Puedes hacérmelo? —preguntó Lizandra, con la cara sonrojada, al mismo tiempo que se inclinó hacia adelante. — En estos días mis pechos han estado muy sensibles…
Con un seno sobre su boca, Rebeka tan solo tuvo que abrir sus labios para sacar su lengua y mojar con su saliva, para después deslizar el pecho de forma lenta y constante, hasta el interior de su boca.
Aun con sus ojos abiertos, la trigueña observó las expresiones que su amiga dibujaba en su rostro. Era como si a Lizandra le encantara la sensación de una forma que no podía ser descrita, tanto así, que mientras gemía, se llevó los dedos de su mano derecha a la boca, no para chuparles, sino que para llenarles de saliva.
En la posición en la que estaba, Lizandra se sacó los dedos de la boca y se dedicó a acariciar el pezón derecho de Rebeka, como si quisiera causarle un orgasmo con esa sensación. Después de inclinarse nuevamente, fue hacia el otro pezón, que seguía sin mostrar signos de endurecimiento.
«Si pudiera describir sus esfuerzos, diría que actúa como si fuera mi amante», pensó Rebeka, quien no sentía a su coño humedecerse o palpitar por la excitación con la situación. «Ella se esfuerza tanto como puede. Tengo que darle crédito por ser tan dedicada en lo que hace. Como si procurara que cada movimiento sea tan suave como erótico ¿Quién conoce mejor el cuerpo de una mujer que otra mujer? Aun así, aunque Omar sea brusco, desesperado y en busca de obtener tanto como puede cada vez que hace algo sexual, me agrada más que ella. Tal vez ya van varios minutos, pero no se cansa de estar paseando sus dedos, tratando lo mejor que puede para apenas rozar mi carne con la yema de sus dedos humedecidos o la punta de su lengua. Me pregunto cómo se pondría el miembro de mi novio al verme siendo amada por otra chica… esa cosa grande, gorda y venosa, que parece tener voluntad propia».
Mientras lamía y estimulaba con cuidado, la zona erógena del pecho de Lizandra, Rebeka usaba una pequeña, pero suficiente potencia de succión, para hacer que su compañera aumentara el ritmo de su respiración.
Ante la mirada de Lizandra, estaba arriba de una chica heterosexual, que a pesar que tantas veces trató de conquistarla, nunca pudo. Tal vez era su última oportunidad para “lesbianizar” a su amiga. Si podía convertir aquel cuerpo de rostro dulce, mirada inocente y características angelicales, en una buscadora compulsiva de placeres desviados, tal vez no tenían que ser oficialmente novias, pero sí podían ser amantes, cada vez que sintieran antojo de pasarla bien entre ellas.
Lizandra seguía enfrascada en los pechos de Rebeka, no porque no quisiera hacer otra cosa, sino que tenía miedo de bajar su mano y encontrarse con una fuente seca que significaba la pérdida total de sus esperanzas.
Después de acumular todo el valor que pudo, la rubia deslizó su otra mano por el vientre de Rebeka. En su camino y de forma estratégica, los dedos que habían emprendido su descenso se detuvieron para hacer presión con la base de su palma, debajo del ombligo de Rebeka. Tras presionar en el sitio, procedió a hacer movimientos circulares, como si jugara con los cabellos cortados que estaban ahí.
Para la rubia, el hacer este masaje y descenso sin ser detenida por su amiga, era un triunfo digno de contar. Después de todo, cuando Miguel le fue a meter la mano entre la tela y su naturaleza por primera vez, se asustó por lo rápido y precipitado del gesto que, según su opinión, llevaba preparación.
Por otro lado, Rebeka ya estaba aburrida por la espera y estaba fantaseando con lo que más le encantaba que Omar le hiciera. Ella quiso que la falta de interés por tener sexo, se convirtiera en un deseo incontrolable por querer coger tan duro como su ser, alma y cuerpo se lo permitiera en cuestión de tan solo pocos segundos y eso era envidiable.
«Tal vez, ella me está tratando como le gusta que le traten», se dijo Rebeka, aún con el pezón de Lizandra en la boca, a punto de morderlo, con tal de hacer algo nuevo. «Mmm, morder… maltratar a este cuerpo no suena tan mal, después de todo, si es la última vez que estoy con una mujer, es mejor si lo llevo al extremo… ¿no?».
Lizandra podía sentir lo caliente que ya se estaba poniendo entre sus piernas, por estar haciendo lo que le gustaba hacer con una chica y no tener que lidiar con la impaciencia con la que se comportan los chicos. La rubia también se preguntaba si la intimidad de su amiga estaba igual de caliente que la de ella. La curiosidad era tanta que fue lo que le hizo sobrepasar el miedo que le detenía y continuar el descenso hacia donde estaba el órgano reproductor de Rebeka.
La trigueña aún tenía sus bragas puestas, lo que hizo que Lizandra tuviera que escurrir sus dedos por debajo de la tela elástica, antes que llegaran a tocar directamente la carne húmeda y sensible que ahí le esperaba. Después de meter su mano por debajo de las bragas y a punto de llegar al comienzo de la naturaleza de la trigueña, Lizandra decidió que era más apropiado no avanzar tanto y que era mejor bajar a jugar con esos labios, por encima de la tela que los cubría, para que el contacto no fuera tan directo y, por ende, se volviera más erótico y excitante.
Los roces y caricias que no eran directos se sentían menos que los que sí lo eran, por eso, Rebeka comenzó a mover sus piernas, abriéndolas tanto como podía, con tal de permitir el acceso a su amiga, que tanto se esforzaba por tocarle, mientras ella le acariciaba un pezón y chupaba el otro.
«Tres movimientos a la vez es algo de lo cual estar orgullosa, pero Omar me hubiese arrancado la ropa con los dientes en este momento. O al menos hubiese apartado la tela que osara meterse en el camino, para clavarme su estaca como si fuera un animal… Oh, Omar… y ¡Ay! Rubia, te estás ganando que quiera quitarte toda esa inocencia romántica».
Luego de acariciar sobre la tela, Lizandra finalmente comenzó a sentir cómo se iba mojando desde adentro, por el medio y en donde estaba la flor de Rebeka, que era algo que le alegraba. También notó que su amiga se abría de piernas y con su lenguaje corporal la invitaba a seguir avanzando. Tal vez podría ser real, tal vez no, pero ni en sus sueños más húmedos y calientes, la rubia había sido capaz de llegar a tanto con otra mujer, mientras tomaba la iniciativa.
—Rebeka, quiero confesarte otra cosa… —dijo Lizandra apenas se despegó del pezón de su amiga. Tan pronto la trigueña afirmo con su cabeza, la rubia continuó. — Por las noches, muchas veces antes de dormir, me tocaba hasta llegar el punto más alto antes de venirme, porque así tenía más probabilidades de terminar soñando con cosas pervertidas como estas. Todavía lo hago muchas veces. Es la única manera que tengo de escapar de mi burbuja.
Rebeka sintió como un nostálgico sentimiento le invadía. Después de todo, de ese tipo de confesiones era que había nacido, crecido y cimentado, la amistad entre ellas.