Una casa y cinco jóvenes

Chapter 13
Esclava, esposas y dolor


La trigueña miró de reojo y lanzó una sonrisa libidinosa al notar la rigidez del miembro del chico. Que a Rey se le mantuviera levantada por verle el culo le daba una sensación de orgullo que reafirmaba los cimientos de su autoestima. Que a pensar que le estaba chupando el trasero a su amiga y pudiera verse asqueroso a miradas ajenas, a él le gustaba y era todo lo que en ese momento importaba.

Rey veía cómo el culito abierto de Samantha le llamaba de forma desesperada. Pero se detuvo un momento, él estaba tan cerca que podía observar la oscuridad en el interior del pequeño agujero. Oler el aroma de un coñito abierto. Saborear los colores de una piel rozada y humedecida. Él sentía que no podía aguantar la tentación de pasar su lengua por toda aquella raja hasta llegar al culo de Samantha. Y así lo hizo.

—¡Aaaah! —gimió Sam al mismo tiempo que empezó a reírse—. ¡Qué lengua esa, no! No… ¡No pares, por favor! —le dijo con excitación—. El dolor de mi coño se desvanece y solo queda placer… ¿Qué es esto, Rey?

—Lo que sintió Juliet —dijo él, justo antes de hacer que su lengua creciera y entrará a explorar cada espacio de aquella vagina bien abierta y dilatada.

Rey se quedó ahí, disfrutando del sabor del coño de Samantha mientras encajaba toda su cara en el culo de esta.

Samantha separó sus piernas y se empinó aún más, como quien en verdad intentaba que la lengua del chico le llegara hasta lo más profundo de su agujero. Valiéndose de su mano izquierda, la trigueña tiró de los cabellos de Rey para llevar la lengua de este más adentro. En ese momento a ella no le importaba que el chico no pudiera respirar, que la situación fuese indecente, o que en alguna manera le pudiera hacer daño, si no que quería sentir placer y agarrar ese orgasmo que se le estaba asomando.

Toda la lengua de Rey estaba perdida dentro del coño de Sam, su nariz dentro del culo de la chica y su mentón rozaba el clítoris que se le restregaba casi que con furia de arriba hacia abajo. Requiriendo respirar, él se alejó un poco. Su nariz salió de dentro de aquel esfínter y en segundos volvió a hundirse más adentro que antes.

Sam siguió restregándose contra aquella cara y con la mano que sostenía los cabellos aprovecho para adentrarse tres dedos en el culo y abrirlo.

Como si los dedos fueran la llave, Sam llegó a alcanzar lo que estaba buscando. El dulce y reconfortante orgasmo que le hizo estremecer los pies. Al borde de caerse, la chica rebusco entre sus memorias y no recordaba haber tenido la oportunidad de venirse usando la cara de alguien más. La sensación era peligrosa, le daba un cierto sentido de poder en la situación y le hacía pensar que se sentía tan bien ensuciar de sus fluidos vaginales la cara tan preciosa que tenía Rey.

—Ufff… este culito está pidiendo verga, ¿no es así? —dijo Rey tras reponerse—. ¿Quieres que le ponga lubricante a mi verga? —preguntó.

—No… creo que con la saliva de tu lengua es suficiente — respondió Sam, aferrándose al culo empinado de Elena, cuál si fuese un náufrago que debía de sostenerse a algo para mantenerse a flote y no caer en el fondo del mar.

Rey se irguió sobre sus rodillas, respirando y viéndose como un dragón enfurecido, acercó su verga hinchada al culo de la trigueña y de un tirón, él penetró el agujero hasta golpear violentamente sus huevos contra el coño de esta. Que su cara fuese cabalgada por el coño y el culo de una mujer, que su vida estuviese a los límites de morir asfixiado, le hizo sentir bien excitado. Eufórico por semejante momento, Rey se limitó a mover su miembro de adentro hacia afuera, una y otra vez, con fuerza, violencia y desgarganté.

—¿Por qué no me duele? ¿Qué es esto? ¡¡¡Se siente bien, pero no tan bien como antes!!! —preguntaba la trigueña, quien estaba acostumbrada al terrible dolor de culo que provoca una penetración tan violenta y sin mucha lubricación como aquellas—. Tu saliva funciona con las heridas, Elena me rompió un poco el culo y ahora el efecto anestésico contra el dolor se vuelve efectivo… Puedes quitármelo…

—No —respondió Rey.

—Aahh, entonces ¡¡¡muérdeme el cuello mientras me coges!!! —Exclamó Samantha desesperada—. Quiero sentir dolor, el mismo que Juliet y Elena sintieron.

—Mmm… si me ofreces a dejar probar de tu cuello y hacer que te duela, te digo que el placer será mío. —Respondió el joven, sacando sus dientes.

—… Pero, si puedes… hazme esperar… —ante las palabras de Sam, Rey hizo una pausa con su boca abierta—. Siempre he creído que las cosas son más excitantes cuando no sé si en verdad me van a pasar, cuando no estoy al control. Digo que me hagas esperar y que me tomes por sorpresa. Que pienses como Elena, ¿es mucho pedir?

—No… por supuesto que no. Pero, si ves y puedes escuchar, sería muy difícil para mí tomarte por sorpresa. Te gustaría si te pongo algo en los ojos. —Sugirió Rey, sabiendo que no podía ser tan creativo y morboso como la rubia, casi que inconsciente.

Samantha no respondió, ella consideró que no era necesario, pues ya había dicho que le gustaban las cosas por sorpresa.

Haciendo justicia al viejo proverbio de quien calla otorga, Rey hizo aparecer en sus manos una máscara para dormir, la cual le colocó a la trigueña sobre los ojos. Sam aún pasaba su lengua por entre la raja y el culo de Elena, quien estaba desplomada en el sofá sin fuerzas de hacer nada.

La rubia se dejaba lamer porque de cierta forma sentía alivio, si se movía de lugar el dolor que tenía en su culo descorchado, así como en el interior de su estómago tal vez se empeoraría y eso era algo que ella no quería.

Con la deprivación de un sentido, Sam pudo ser capaz de percibir aún más por sus otros cuatro. El olor, el tacto, la audición y el sabor. De entre estos, el contacto de su cuerpo con el del joven le hacía vibrar, pero no más que sentir las respiraciones de este, recorrerle el cuello y detrás de la oreja, como quien jugueteaba con su comida y mantenía la boca abierta. Siendo empalada por detrás, ella sintió el contacto de una lengua que se posó justo por el centro de la zona superior de su espalda. Luego otro lengüetazo en el oído y por último en el cuello.

Con la intención de que la situación se sintiera más intensa, Rey hizo aparecer un cubo de hielo con el cual recorrió parte del cuerpo de la trigueña. Tras pasarlo por las tetas de ella, él decidió crear un nuevo camino hacia abajo. Pasando el ombligo, el cubo de hielo que se movía y dejaba un fino trazo de agua, terminó sobre el clítoris de la trigueña.

Sam no se quejaba en lo absoluto, apretó sus manos y respiró con profundidad. Ella se movía, como si intentara adivinar lo que Rey estaba a punto de hacerle con el hielo.

Sosteniendo el cuadrado con el dedo pulgar y medio, Rey adentro su dedo índice al interior de la vagina de Samantha. Él no iba a meter el hielo al interior de la chica, por mucho que la calentura de esta se lo insinuara. Dicho objeto, dejado allí dentro, podría ocasionar aún más daños que placeres.

—¡Ufff! —dijo Sam cuando sintió en su nalga derecha una cachetada provocada por la firme mano opuesta del joven—. Ahhh. ¡Sí!

Tan pronto el hielo se derrite de tanto recorrer la piel caliente de la trigueña, dos pinzas se cerraron sobre los pezones de ella. El dolor en la punta de sus tetas era considerable, pero estaba entre los límites de lo que se podía considerar tolerable. Una tercera pinza se cerró justo sobre el clítoris de ella. La suma de esas tres sensaciones le brindaba un placer extraño. Sam podía sentir cómo las tres pinzas, a pesar de ser pequeñas, pesaban más de lo normal. Tal vez porque tenían una cadena que les ataba y colgaba entre ellas.

Rey, por cada segundo, mantenía sus ojos bien abiertos, comprobando que la trigueña estuviera dispuesta a dejarse torturar. En el sentido literal de la palabra. Y así fue. Samantha no solo gemía y se contorsionaba, sino que también separaba más sus piernas y empinaba su trasero empalado. Así mismo se entregaba una presa arrepentida a su condena. La sentencia era excitación y la condena, prolongar el orgasmo.

—Ese coño abierto tuyo está cogiendo mucho aire, ¿no es así? —dijo Rey—. Pero antes… —el chico, tras hacer aparecer un set te esposas, encadeno las muñecas de Sam a los tobillos de Elena, quien siquiera estaba mentalmente en el lugar—. No quiero que dejes de pasar tu lengua por ese culito tan lindo.

Encadenada de manos y piernas, con pinzas en los pezones y el clítoris, con los ojos vendados y una inmensa verga enterrada bien profundo en su culo, Sam creyó que no se podía poner mejor. Pero estaba equivocada. Sus oídos detectaron el inconfundible sonido que hacía un objeto cuando vibraba, mismo que en segundo le invadió el coño. Se sentía como una inmensa bola redonda que constaba de una extremidad fina, la cual también vibraba fuera del coño, casi que sobre su clítoris aprisionado.

El intenso cosquilleo dejó de ser placentero para volverse casi que insoportable. Si no fuera por el dolor que sentía, Samantha juraba que se habría venido justo cuando ese aparato entró en su coño.

Rey, por otro lado, con su boca abierta, comenzó a babear del placer que sentía. Aunque la descabellada idea era de él, le había tomado por sorpresa que las vibraciones atravesarán la pared vaginal que dividía el recto de Samantha y le estimularán su verga de semejante manera. Repensando en sí poder moverse con la violencia que tenía planeada, Rey tomó unos segundos y cacheteo las nalgas de Samantha con tal de hacer tiempo a acostumbrarse a lo que sentía.

Apoyando sus dos manos sobre el culo y abriéndolo tanto como podía, Rey finalmente decidió retroceder lentamente, hasta sacar más de la mitad de su verga y con tal de aguantar su respiración y empezar el bombeo de adentro hacia afuera como una maquinaria al punto de explotar.

Con brusquedad, valiéndose de una mano, Rey tiró los cabellos de la trigueña y encajó la cara de esta justo en el culo de Elena para decirle al oído. —¿No te dije que quería verte lamiendo ese culo?

—Mmm… sí… alto y claro… mi amo —respondió Sam a la pregunta.

Rey, ya más acostumbrado a la potente sensación que se asemejaban a las de un martillo eléctrico que se irradiaban de dentro del coño de la trigueña, empujó con más fuerza sus caderas contra el cuerpo que casi ni se podía sostener con firmeza. Clavando su verga por completo en el culo de Sam, él hizo que la misma soltara un agudo gemido gutural. Una vez pasaron los minutos que necesito respirar, tiró de los cabellos, sacó lentamente su miembro y antes de que saliera del todo, lo volvió a meter con violencia,

—¡No, no… por favor que me vengo! —suplicó Sam, entre gemidos, una vez perdió las esperanzas de poder seguir aguantando.

—¿Te di permiso de que me hablaras? Oh, niña mala. Te tengo que castigar… —dijo Rey, tratando de imitar la personalidad de Elena, pero no le salía muy bien, puesto que en ese momento la rubia hubiera abofeteado a la trigueña mientras que él advertía lo que iba a hacer sonado un poco rudo y forzado.

—Castígame… castígame… —dijo Sam como quien buscaba más dolor con tal de llegar al clímax.

Las palabras de la trigueña no le resultaban agradables de escuchar al chico de ojos blancos, le invitaba a seguir lo que estaba haciendo. Que en una pelea tu contrincante te provoque a darle más duro, no es bueno, pero tampoco lo era defraudar a quien buscaba más, cosa que hizo a Rey hacer aparecer una vela encendida en sus manos. La luz y el calor que irradiaban el fuego cambiaron el estado sólido de la cera roja, terminando en gotas líquidas que cayeron sobre las nalgas de Sam. Al mismo tiempo que sacaba lento o empujaba hasta el fondo su verga de un solo movimiento.

El culo de Sam estaba muy bien dilatado, su coño se retorcía y las nalgas se le enrojecieron por el calor de la cera caliente. Rey podía notar que a ella le estaba gustando mucho, no solo por la forma en la que no se podía sostener, sino que también en la que se movía. Ella misma se provocaba más dolor al mantenerse erguida sobre sus rodillas y codos, al menearse de atrás hacia delante.

El dildo que se encontraba dentro del coño de Elena fue removido gracias al trabajo de la lengua y los dientes de Sam. Aquella cosa de dos extremidades sostenidas por un arnés salió embarrado por fluidos vaginales de una punta a otra. Como quien encontraba un nuevo pozo de agua en el cual beber, Sam mantuvo el ritmo de su lengua y limpió el consolador para proceder a también darle cariño al coño a su amiga.

—Aaaah ¿Qué están haciendo? —preguntó Elena como si el dolor del culo le regresará.

—Chupándote la concha… necesita limpieza —agregó Sam.

—Prefiero que me des cariño en el culito… —suplicó la rubia—. ¡Oh! Qué bien…

Rey, entendiendo que era momento de aliviar el dolor de Elena, encajó su verga hasta el fondo de Sam y se inclinó para sacar su lengua ensalivada y lamer todo lo que la trigueña había limpiado.

El dolor que sentía Elena, provocado por las cuarteaduras de su esfínter aún abierto, se diluyó como la espuma de una mano enjabonada al ser enjuagada por agua.

—¿Acaso no podías hacerme esto antes? —dijo Elena mientras arrojó un suspiro con su boca abierta. Era deleitante sentir cómo dos lenguas jugueteaban alrededor de su trasero mientras ella estaba en cuatro y solo tenía que enfocarse en sentir placer mientras el dolor se marchaba.

—Yo te limpié primero… —dijo Sam, como quien podía deducir que la saliva de Rey, como mejor funciona era sobre las heridas.

—Y, ¿qué es lo que estoy sintiendo en mis tobillos? —preguntó Elena mientras viró su rostro.

—Son esposas… Tengo la obligación de quedarme aquí — respondió Sam en lo que era un cuchicheo entre dos chicas que se ponían al día la una a la otra.

—Mmm… —Elena parecía haber recuperado la iniciativa—. Entonces, ¿que si te digo que tengo que ir al baño? ¿Qué quiero orinar con tantas ganas que no me puedo aguantar?

“Un camino no muy bueno el que está tomando este desenlace de acciones,” se dijo Rey, dispuesto a hacer desaparecer las urgencias que la rubia estaba sintiendo en su vejiga.

—Qué barbaridad… —se quejó Samantha, que seguía disfrutando de las pequeñas embestidas proporcionadas por Rey, que al parecer no se inmutaba al escuchar las intenciones de la rubia.

—Tendré que usar tu cara como excusado… —dijo Elena con una sonrisa maquiavélica que se le dibujaba en la cara—. No creo que Rey piense dejarte libre. Ahora que eres nuestra esclava.

“Entiendo la indirecta…”, se dijo el joven.

Sam sintió cómo Rey le tomó por los cabellos como si quisiera garantizar que ella no moviese su cara del lugar.

—Sabes, te tiene que doler mucho la lengua —continuó Elena, ronroneante y mimosa—. Soy testigo de todo el esfuerzo y empeño que has puesto, la buena noticia es que mientras me estés lamiendo el clítoris no voy a poder orinar, aunque me esté reventando… la mala noticia, es que, si me vengo y sigues lamiendo, espero tengas la boca cerrada.

Elena recuperaba su poder en la situación y a Samantha no le importaba dejarse humillar de forma deplorable.

Sam no tenía sus manos libres para aferrarse a las nalgas de Elena, no obstante, se mantenía erguida usando los músculos de su espalda sin dejar de enfocar su boca para lamer tanto como podía sobre el botón de placer de la rubia.

Ante los ojos preocupados de Rey quien miraba soberano desde arriba, Samantha parecía estar dispuesta a tragarse cualquier cantidad de orina que pudiera salir de dentro del coño que se estaba comiendo a mordidas y lengüetazos. A pesar de las advertencias de Elena, Sam utilizaba todas sus cartas, en el principio ella succionó, lamió y besó con mucho empeño como si quisiera sacarle el líquido amarillo a la rubia después del orgasmo. Luego, tras tomar un respiro y no ver que lo que tanto buscaba no salía, volvió a lanzarse contra el coño, para hacer que los labios vaginales se adentraran en su boca, que su lengua se perdiera por el agujero y que regresara a lamer el clítoris como una desesperada.

Por parte de la trigueña, tanto tiempo sin poder llegar al orgasmo, prometía toda una explosión de placeres para Sam, tanto que ni siquiera dudaba en lo que hacía o podía llegar a hacer con tal de recibir el premio final.

—Rey… ¿Acaso no puedes follar ese culo como dios manda? —reclamó Elena desde el otro lado, al parecer al borde del orgasmo, como quien quería asegurarse que su compañera también fuera satisfecha.

Finalizando las palabras de la rubia, el chico respiró con profundidad y comenzó a amartillar el culo cuyas nalgas estaban bañadas en cera solidificada, la cual se cuarteaba con cada embestida.

Siendo asediada por una maquinaria taladradora, Samantha no pudo mantener la coordinación de sus lamidas ni mantener los ojos cerrados, o enfocarse en sentir cómo las pinzas le retorcían los pezones y el clítoris, con el movimiento de las cadenas que se movían de un lado a otro con cada embestida que recibía. Ella había intentado mantenerse lo más incorporada, pero ahora casi que se dejaba caer sobre el sofá mientras soltaba gemidos de placer. Las embestidas que recibía por el culo ya ni le dejaban inclinarse apropiadamente para succionar el clítoris de Elena.

—Putita, si no puedes chupar pega bien tu cara y abre la boca —demandó Elena.

Escuchando las palabras de la rubia, Rey levantó su mirada con tal de poder ver el culo y el coño de quien hablaba, abriéndose y dilatándose más, como si ella quisiera empujar algo hacia afuera.

—Te voy a mear toda la cara mientras te meten una verga hasta el fondo del culo.

Ante la advertencia, Samantha ni siquiera chistó. Ella, como buena sumisa que era, obedeció de inmediato subiendo su cara y bajo su pecho, como lo hacía una esclava buena, dejando que alguien más hiciera cuanto quisiera con ella.

—¡Quiero oírlo salir de tu boca que quieres que te meé toda! —volvió a decir Elena.

El joven pudo entender que la rubia necesitaba inspiración y tiempo con tal de poder evacuar el contenido de su vejiga en dicha posición y situación. Después de todo, no eran todos los días que algo semejante se daba lugar en la vida rutinaria de la rubia.

—Sí, me gusta. Sí, quiero que lo hagas —dijo Samantha lo suficientemente excitada como para soltar semejantes súplicas.

 

 

Elena giró su cabeza y miró al techo, cerró los ojos y abrió la boca. Con un poco de esfuerzo, el primer chorrito de líquido salió y se cortó. Después otro pequeño hilo de orina, otro y otro más hasta que salió todo un torrente. A continuación, Rey hizo una mueca al escuchar cómo la trigueña tragaba más de la mitad de lo que le caía en la boca, junto con varios quejidos y gárgaras.

“Si me lo cuentan no lo creo. Samantha y Elena son diablas,” se decía Rey entendiendo que una cosa era excitarse viendo algo que otras personas hacían, que estar en el lugar cuando otras personas estaban haciendo cosas entre los bordes de la perversión y lo asqueroso.

—Déjame tragar y respirar, por favor —suplicó Samantha entre el sonido que hacían las embestidas y nalgas que Rey le daba.

Elena hizo caso omiso a las palabras de la esclava y retrocedió su cuerpo para hacer que se le cortara la orina contra la cara de quien pedía por respirar.

Rey seguía sin poder creérselo creer, no por las constantes embestidas, sino por la distracción tan chocando del momento, él se vio obligado a detenerse y sacar su verga de dentro del culo de Samantha. Aparentando estar agotado, en su límite, y que necesitaba recuperar su aliento por un rato, el chico se preguntaba.

“El meado de Elena ha salido a chorro sin más directo a la boca de Samantha. Ella lo pidió, y, aun así, sigue pidiendo poder tragar. En qué piensa, espero no venga a besarme… ¿No? Si ella quiere besarme es mi deber como un hombre de corresponderle el beso. Mente abierta Rey. Mente abierta, pensamientos fríos y calculadores. Además, si no huele tan fuerte, es porque no debe saber tan mal. ¿Acaso estás dos perdieron la cabeza?”

Sam, como si su culo fuese un polluelo que busca el alimento con la boca abierta, retrocedió su cuerpo con tal de recibir lo que le faltaba. Su sonrisa radiante de alegría y ojos de mirada inocente, no podían pertenecer a una chica que hacía semejantes cosas indecentes, o ¿sí?

—Oh, sí… —Rey regresó al juego, siempre y cuando conservaba su papel dominante no tendría que rebajarse a hacer cosas asquerosas—. ¿Quieres mi verga? ¡Trabaja por ella!

Tampoco era que él pudiera mostrar rechazo, cuando lo que tenía que hacer en esa situación era aceptar los fetiches de quienes se le exponen. “Con toda la cara mojada, encadenada, esposada, con el culo abierto y las nalgas quemadas, ¿tan deseada y feliz te sientes? Ni modo, si es así, ¿quién soy yo para amargarte?”.

—Mueve tu culito, ahora… como esclava que eres, tendrás que follarme tu solita —dijo Rey tras utilizar sus manos para apagar el vibrador dentro del coño de la trigueña, puesto que el aparato era más peligroso para él que para ella.

Sam, contenta porque todo estuviera yendo bien, meneaba su culo de un lado a otro buscando la verga de Rey, apenas encontró lo que buscaba, retrocedió con rapidez haciendo que esa verga se le entrase tan profundo en su ano como era posible.

Rey recuperaba su posición, de vez en cuando descruzaba sus brazos para azotar las nalgas enrojecidas de Sam, dejando sus dedos marcados en la carne con cada golpe. A pesar de todo, la trigueña de ojos vendados no protestaba y se movía con locura, mientras que sus gemidos eran apagados contra el coño y el culo de Elena, quien tenía las intenciones de hacerse venir con aquel rostro para hacer que el resto de su orina saliera.

—Putita, ahora sí estoy por venirme… también lo voy a hacer en tu cara. En tu boca —dijo Elena mientras que tensó su cuerpo.

Las palabras de la rubia cambiaban, ya no eran las de alguien que advertía su próximo movimiento sino las de una chica excitada. Estar haciendo lo que se antojara a la cara de una hermosa chica, no era algo a lo que se le pudiera poner precio alguno. Elena, disfrutando la tan morbosa sensación, tras perseguir con todas sus fuerzas un orgasmo, finalmente pareció estar convulsionando en deseo y éxtasis. Sus piernas y brazos temblaban. Su pecho agitado se desinflaba e inflaba con suma rapidez. Ella apretó la cabeza de Samantha con fuerza contra su coño, reprimiendo el grito que se le quería salir.

Que Elena fuera la única disfrutando no era muy justo, así que Rey se propuso encender el vibrador que estaba dentro del coño de Sam y con la misma empujó su verga lo más profundo que pudo, de tal manera que parte del saco testicular quedó atrapado por el esfínter anal. No obstante, tan pronto la rubia finalizó su orgasmo, como quien no podía soportar las fuertes cosquillas percibidas por su clítoris, ella estremecía su cuerpo con espasmos bizarros de sus músculos, los cuales desembocaban en retorcijones de sus piernas, manos y estómago.

Sobre el sofá se pudo escuchar la llave entre las piernas de Elena, abriéndose en respuesta a cada lengüetazo por parte de la trigueña. Aunque eran las últimas gotas de orina, estas salían disparadas cayendo en la boca abierta de Sam junto al ‘plafaca, que plafata’ de las embestidas que efectuaba Rey, quien de repente enterró sus dientes en el cuello de la trigueña sin dejar de moverse.

Samantha, enceguecida por la lascivia que le provocaba ser humillada, mordida, el vibrador que tenía metido en su coño y las embestidas del chico no pudo evitar dejarse vencer por un orgasmo tan fuerte, que le hizo perder el conocimiento pasado unos segundos.

Esto es todo un orgullo,” se dijo Rey apreciando las pieles desnudas que tenía en frente. “Dos chicas viniéndose, retorciéndose por el goce y la complicidad de entregarse al placer mundano. Caer en esta, mi segunda batalla, no será en vano. La marca de mi bandera formará parte de esta excitante experiencia.”

Divertido, Rey movió sus caderas buscando el camino que le permitiera a su verga convulsionar en potentes latigazos de leche, disparando al interior de Samantha junto con los quejidos que solo podían hacer los toros enfurecidos.

Con la sensación triunfante que provocan los orgasmos cuando son buenos y fuertes, Rey y Elena dejaron salir el aire a bocanadas. En cambio, Sam estaba fuera de sí, tumbada sin conciencia sobre las piernas de la rubia, siendo levantada, literalmente, por la verga empalmada de Rey que aún tenía ensartada en el ojete del culo.

Dudando si hacer algo o no, Rey fue detenido por la advertencia de Elena;

—No creo que sea buena idea despertarla… —dijo ella—, si no limpiamos todo esto, tal vez se arrepienta de todo lo que hizo. Ya le conoces, una vez la excitación se le marcha, ella se tendrá que quedar solo con ser consciente de todo lo que pasó. Tomaste el meado mío y chupar culos mugrientos puede provocar malos efectos.

La rubia tenía muchos puntos claros, pero, aunque se mantuvo consciente, estaba muy cansada como para siquiera levantar un dedo y hacer algo.

De un chasquido de sus dedos, el chico hizo que toda la suciedad e inmundicias desaparecieran del lugar. También reemplazó el modelo y la textura del sofá en el cual estaban. Desaparecieron los juguetes y aparecieron limpios en el interior de una caja convenientemente ubicada a un lado. Por último, los tres cuerpos quedaron impecables, entre almohadas, agradables cobijas y luces tenues.

—Aún no me canso de ver las cosas que eres capaz de hacer

—dijo Elena antes de dejarse caer prisionera del sueño—. Eres mágico del todo.

—No te preocupes, duerme. Mañana será un nuevo día… y tal vez podamos seguir jugando —dijo Rey quien posicionó a Samantha de la mejor manera para que durmiera cómodamente.

—Sí … Nos distrajimos y no terminamos de ver todo lo que Arte tiene en su galería. Dentro de poco ella va a llegar y tal vez no podamos hacerlo con tanta libertad como cuando no está — dijo Elena.

—Tienes razón… —terminó Rey, ya bien acostado en el medio del sofá cama, mientras que la rubia y la trigueña le abrazaban.



Reina Del Cielo

Chapter 13
De regreso


horas de buscar trabajo, significaba un gran estímulo para Rebeka. En un mundo ideal, los vecinos, su madre, su padre, sus amistades, debían de haberle animado, pero, en su mundo, las cosas buenas no se celebraban tanto como le señalaban y criticaban lo que no les gustaba de ella. Además, se había asegurado de no preocuparse por un futuro incierto, con tal de no terminar despojada de la tranquilidad del momento. 

 

  Su madre ya tenía mucho con que cargar, los vecinos se alejaban de ella, no tenía amistades, su padre nunca había estado y quien genuinamente se preocupaba por ella, por el momento, tenía que librar su propia batalla tomando un camino separado. Con esto, el mundo, que no era tan ideal como debía de ser, se volvía gris a la mirada de ella.

 

   “¡Buenos días, Rebeka!”, al menos un extraño debía decirle algo, por educación. “Trabaja duro, sigue tus metas, no dejes que nada te detenga, ¡alcanza lo que te propongas alcanzar!” Y ante las fantasías que tenía en su cabeza, que buscaban darle seguridad, una pregunta invasiva se coló en su mente y se aferró con uñas y dientes. «Y si, por muy diferente que me sienta o me comporte, todos me siguen tratando igual. ¿Me hace ver diferente, en verdad? Al final soy la hija de un criminal». 

 

   A medida que Rebeka avanzaba en la calle, camino a la estación, la velocidad de sus pasos fue aminorando. Se movía entre el sonido que provocaban cientos de pisadas de personas ocupadas, que se movían de un lado a otro. Iba como un fantasma, sin ser notada, ignorada por todos y tratada como nada. Estaba sola, no tenía más que luchar contra los demonios que le atormentaban la mente, esos que roban la tranquilidad, susurrando problemas y fracasos que ni siquiera habían sucedido.

 

  «De vuelta a la realidad. Tal vez…si no lo hubiera tenido a él o a mi madre. Si las cosas no estuvieran saliendo tan bien como lo están ahora… en un momento así, estaría buscando la mejor manera de suicidarme, para pintar el gris de este mundo con el rojo de mi sangre… Rebeka, ¡no es bueno pensar así! Debes alejarte de esos demonios que antes no te dejaban dormir… pero, si no es con el éxtasis de satisfacer mi cuerpo… ahora que estoy sola, ante tanta gente, tan solo queda…».

 

  El viento soplaba, como todas las mañanas, el mismo viento que esperaba que le levantara la falda, mientras Omar estaba persiguiéndola. Ahora, sin que él estuviera detrás de ella, tuvo que disponer de todas sus fuerzas para aguantar las ganas de llorar. Estaba rodeada de personas, mientras que las lágrimas no le dejaban de caer por su rostro y, aun así, nadie la notaba.

 

   En la estación de tren, con la cabeza agachada, esperó a que abrieran las compuertas para abordar. Una vez que fue su turno de entrar, varias personas la empujaron, tanto hombres como mujeres, lo que le hizo pensar que todavía nadie la veía. Al entrar al vagón apretando su mochila con las dos manos, Rebeka fue forzada a darse la vuelta en el lugar, para poder pasar entre los espacios estrechos de personas que no se querían mover. 

 

   «¿Acaso mi vida será así? ¿Cada vez que él no esté a mi lado?», pensó y entendió que el único factor diferente en ese día, era que Omar no estaba con ella. «Pero no, tengo que demostrarle lo contrario, que soy una mujer fuerte e independiente… para que me quiera y no me deje».

 

  En la mitad del vagón, las personas que estaban atrás comenzaron a empujar y Rebeka, con mucho cuidado de no caer torpemente en el suelo, se apoyó de un pasamanos.

 

  —Cuidado por donde caminas —dijo rudamente un sujeto. 

 

  —Acaben de moverse que me bajo en la próxima salida —gritó un hombre, con tono impaciente.

 

  Rebeka estaba absorta, podía verdaderamente llevar a cabo la tarea de seguir avanzando en un lugar en el cual nadie se movía. Tras estar en el medio de quienes querían algo y quienes se conforman con nada, respiró hondo y antes de seguir tratando, pegó un grito.

 

  —¡Con permiso! — anunció con voz temblorosa, mientras se secó las lágrimas del rostro para ver hacia todos los que la miraban desde arriba. Volvió a respirar y aunque casi no se le entendía, siguió gritando—. Qué no me escucharon, muévanse a un lado… necesito pasar.

 

   El desentonado grito de valentía, provocó el movimiento rabioso de unos cuantos y que quienes se estaban quejando dejaran de protestar. Finalmente, siendo notada en la versión fuerte de sí misma, dejó de encoger su cuerpo para hacerse camino entre quienes no se querían mover.

 

  «Viva, nunca me rendiré» pensó. «Que la muerte me encuentre… ese es el suicidio que elijo a partir de este momento. No me pienso quedar callada, ¿por qué? ¿Por consideración a los demás? ¡Si nadie me considera!».

  

  Los susurros de los pasajeros se escucharon y murmuraron: “¡Qué mal carácter! “Eso es algo no digno de una dama”. Quienes no hablaron lanzaron al aire un silbido. Los demás se quedaron con la boca abierta y retrocedían lentamente, como si fueran empujados. 

 

   Rebeka, a pesar de haber entrado en el vagón del tren con buena presencia y bien vestida, estaba allí con los cabellos enredados y levantados hacia arriba, por no haberlos peinado después de tomar un baño en la mañana. Ahora, por chocar con quienes se le interponen en el camino, su camisa estaba zafada y sus prendas estrujadas.

 

   Aun así, continuó dando pasos hacia su posición favorita, con el puño y una expresión amenazadora, como si quisiera golpear con rabia, a quienes pretendían ignorarla. «¡Basta ya de ser una chica débil, endeble, vulnerable y buena, incapaz de valerse por sí misma…!», se dijo. Luego de mirar con ojos encendidos de rabia y estar enojada con cualquiera que estuviera a su alrededor, trató de reprimir el miedo que le estremecía su pecho por estar reprimiendo el llanto. Trató de arrancar los malos pensamientos que la volvían pesimista y contribuían a su baja autoestima. 

 

 Finalmente, se plantó en su lugar favorito del vagón y tan pronto se apoyó con su mano a la parte intermedia del pasamanos que colgaba del techo, sacó su teléfono para darle un vistazo con la esperanza de ver un mensaje de su amado. Con decepción en su rostro, miró una pantalla vacía: 

 

«Espero todo esté bien, escríbeme si puedes…», le mandó un mensaje de texto a Omar.

 

Como era usual, una vez todos estaban acomodados, el tren comenzó a andar. Luego de guardar su celular, levantó su mirada, con tal de poder ver afuera de la ventana. El día se estaba levantando y se hacía presente y aunque las aves volaban, las flores adornaban los pastizales que se movían como olas y los árboles rodeaban las diferentes construcciones, no pudo dejar de notar que, al otro lado de la ciudad, se podía distinguir claramente una instalación compuesta por varios edificios. Las paredes eran negruzcas e interminables, estaba rodeado de púas, grandes torres en las esquinas y faroles por todos lados. La instalación que Rebeka trataba de olvidar, y ahora, por alguna razón, no podía quitar sus ojos de encima de ella, era la cárcel en la cual estaba su padre.

 

  «Claro, no puedo ser mala, porque ahí es en donde van a parar los malos… ¿No es así?», se recordó, tras dejar en el aire un suspiro, lo que parecía descifrar la razón por la cual había notado algo, que durante todos los días que tomaba el tren trataba de no ver.

 

 Aunque el sol estaba afuera y lo iluminaba todo, del otro lado de la ventana, comenzaron a caer del cielo gruesas gotas de agua. Una nube pasajera liberaba sus lágrimas sobre la tierra, entre el sol de la mañana, la cárcel y el sofisticado tren que se movía.

 

Luego de dos paradas, la lluvia y la cárcel desaparecieron de la vista de Rebeka, hasta que finalmente el vagón del tren volvió a parar y abrió sus puertas en su parada.

 

Con la intención de continuar el día y quedarse en dónde debía, se abrió paso por la salida, atravesó la estación y caminó con los demás estudiantes, hasta llegar a la escuela.

 

  —Buenos días —le dijo Rebeka a los pocos estudiantes que ya estaban sentados, tan pronto entró en el aula. 

 

Luego de colocar su mochila sobre la nueva mesa en la cual pretendía tomar asiento, miró el reloj varias veces, siendo consciente que debía de conservar la tranquilidad, aunque sus prendas y apariencia decían lo contrario. Pasaron cinco minutos, respiró hondo y tan pronto entró el profesor, sacó dentro de su pecho el valor suficiente para hablar: 

 

   —Me temo comunicarle, estimado profesor, que por asuntos personales me veré obligada a irme temprano. 

 

  —¡¿Por qué la pizarra no está hecha?! ¡La basura no está recogida! ¡La asistencia no está tomada, y te estás sentando en otro puesto que no es el tuyo! —demandó Bob, apenas entró e hizo oídos sordos a las palabras de quien, para él, aún estaba obligada a ser la presidenta del aula.

 

Tras respirar hondo, Rebeka decidió mantener la calma. — Bueno profesor, al sentarme en esta mesa ya ve usted que no soy responsable de mi cargo como presidenta. La salida temprano es debido a que me gustaría trabajar para ayudar a mi familia con los pagos de la casa. Ser responsable de tantas cosas es fatigoso y no podré seguir manteniendo buenas notas y con mi retirada, también le doy la oportunidad a mis compañeros para que sean capaz de superarse. 

 

Luego de abrir los ojos tan grandes como pudo, el profesor se negó a comenzar la clase y tan rápido como entró, se dispuso a salir por la puerta del aula.  

 

  —¿A dónde va profesor? —preguntó Rebeka, al tiempo que se levantó de su puesto tan rápido que incluso tumbó la silla en la cual estaba sentada, con tal de perseguir a quien se marchaba—. ¿A hablar con el director? Si es así, espero le cuente todo como es en realidad. Que le diga que, desafortunadamente, ahora seré incapaz de seguir siendo presidenta porque quiero trabaja, y que eso no significa que deba olvidar o pasar por alto todos mis servicios prestados. Yo le debo mucho al director, bien lo sabe usted. Pero, tengo que cuidar a mi madre y reponer las faltas de mi padre. 

 

  El profesor seguía caminando y aunque intentó tomar el elevador para subir al segundo piso, se decidió subir por las escaleras. Estar de pie en un lugar implicaba tener que prestar atención y ese acto podría resultar más comprometedor para sus propósitos. La inteligencia de una persona venía acompañada con la capacidad de poder justificar sus acciones y dependiendo de cómo esa persona habla, se proyecta al mundo, por lo tanto, estas acciones podrían ser justificables y ser tomadas con lástima. 

 

   —Entienda que estoy en un aprieto, no me haga la vida más difícil de lo que ya es. ¡Estoy segura que no es muy difícil ponerse en mis zapatos! Ya sé que desde un principio no se me vio bien al ser admitida en esta escuela. Que muchos piensan que terminaré siendo como mi padre y que no hay prueba o razón especial que pueda convencer de lo contrario a quienes tienen esa idea. Pero usted, profesor, usted ha podido verme crecer por años, bajo situaciones estresantes, peor que las que tienen los demás estudiantes y nunca le di razón para creer que sería como mi padre. También, sabe muy bien que yo nunca estuve presente en las reuniones de profesores ni en las reuniones de padres, cosa que con facilidad propicia a que me conviertan en víctima de malos comentarios, chismes y quejas carentes de razón o fundamento. Si no estoy ahí, por muy bien que actúe, basta con señalar lo malo, para que quede atada de manos y piernas sin poder defenderme. ¡Profesor! ¿Acaso piensa seguir caminando sin dirigirme la palabra? 

 

Una vez llegaron al segundo piso, tras avanzar por los pasillos desiertos, ante la recepción estaba la oficina del director con las puertas abiertas. El profesor ni siquiera se tomó la molestia de hablar con la secretaria y simplemente entró demandando ser atendido. Junto al sujeto, Rebeka también entró y aunque no le habían dado la palabra a ninguno de los dos, no estuvo quieto ni un momento en el lugar, pues sobre su escritorio estaba una carta que recién había leído. 

 

  Rebeka se arregló el uniforme y los cabellos lo mejor que pudo, tras entender que de ningún modo debía dejar que el profesor la sacara de la oficina del director para hablar con él en privado. En el estado de ánimo que estaba el viejo, seguro le diría algo que le afectará con su aplicación de trabajo, después de todo, a pesar de ser estudiante, en la sociedad se tiene un expediente y faltas de respetos a los mayores, insolencias, incumplimiento de órdenes no eran muy buenos requisitos si se aplicaba para una posición que tuviera que ver con servicios al público.  

 

   El director, por otro lado, tenía una mirada de no entender bien la situación. Claro, para él era normal que Rebeka no fuese una estudiante para el resto de su vida y, además, con las preocupaciones actuales, lo menos que podía hacer era empezar a trabajar cuanto antes, pero ella aún no estaba preparada para el mundo exterior.

 

 El profesor, por la mirada que tenía en sus ojos, seguro pensaba lo mismo que él, pero Rebeka expresaba lo contrario. Ella tenía que ser persuadida, convencida y de alguna forma mantenerse en la escuela. Para el director, el futuro de una estudiante modelo dependía de las decisiones que tomara en el presente. Si tal vez su padre no fuera un convicto y hubiese estado con ella y su madre para soportar la familia y mantener el valor del apellido, ella hubiera resultado un diamante en bruto.

 

  Rebeka, sentía cómo su respiración se aceleraba y entendía que llorar no traería resultados favorables, después de todo, el director no era famoso por tener preferencias con mujeres ni por dejarse llevar por lágrimas. Por eso tenía que actuar de otra manera, pero si no podía hablar, ¿qué más le quedaba? Su versión fuerte e independiente, esa que miraba decidida y desafiaba con su presencia a quienes pretendían bloquear el camino estaba amenazada.

 

   —Director ¡señor director! —dijo Rebeka en voz alta y miró hacia él, tras ignorar completamente al profesor que había pedido la palabra, algo que estaba totalmente en contra de la educación y los modales enseñados en la sociedad, ya que un joven debía esperar a que se le diera la palabra mientras los mayores hablaban.

 

  Rebeka no tenía tiempo para ser educada, no si su futuro dependía de la decisión final del director. El profesor insultado le reclamó al respecto y aprovecho para señalar la falta de educación, lo que le permitió pasar a argumentar la loca idea que tenía de dejar de ser presidenta, marcharse temprano a buscar trabajo, que su madre debía ser informada al respecto tan rápido como fuera posible, todo sin dejarle hablar ni una palabra y caminando más y más cerca de donde estaba el escritorio del director.

 

  —… Y no solo eso, señor director. Su mala educación, comportamiento y actitud no refinada del todo podría darle una mala imagen a la escuela —continuó el profesor, pasando al final de su argumento—. Si tanto quiere trabajar, puede ser asistente del personal de limpieza en la instalación.

 

Luego de perder la oportunidad que el director le diera la palabra, Rebeka negaba con su cabeza una y otra vez ante lo que decía el profesor. Abrió más los ojos con la sugerencia de formar parte del personal de limpieza, pues sabía que con esa posición llegaría aún más tarde a la casa, sin mencionar, que, de seguro, los profesores y adultos que le tenían riña, dejarían un reguero mucho más grande del que usualmente dejaban durante el día.

 

  Asombrosamente, el director, bien conocido por su poca paciencia, a pesar de ser interrumpido, hasta ahora, había estado relativamente sereno. Tan pronto como se terminaron los ruegos del profesor, devolvió la mirada a Rebeka. 

 

  Rebeka no pudo decir nada, después de todo, qué podía decirle a alguien para convencerlo si a pesar de haber intentado tan duro con el profesor que había seguido, no obtuvo ningún resultado. Aun así, su mirada estaba encendida de inconformidad, no era la misma mirada sumisa que mostraba en el pasado, sino que demostraba una vibrante inconformidad.

 

  El director respiró hondo, de pronto se puso de pie y tan rápido como se volteó, decidió abrir de par en par las enormes ventanas que tenía a su espalda.  Debido a que la puerta de entrada al despacho del director aún estaba abierta, desde el inmenso cielo se precipitó toda una corriente de viento que pasó de lado a los tres individuos. La ráfaga fresca de la mañana, sin ser un estudiante, bajó las escaleras, recorrió los pasillos abriendo los casilleros que no estaban cerrados con candados y salió por la puerta de entrada de la escuela.

 

Con su paso, la fuerte corriente de aire sacudió las cortinas de la ventana en el despacho del director, tan fuerte, que le hizo azotar en el aire, también removió las hojas de los libros y levantó los papeles que no estaban asegurados encima de las mesas. Toda una corriente de papeles y hojas terminaron prisioneras del cauce del viento, como si fueran troncos de madera que flotaban por un río caudaloso.

 

  Ante el reguero, Rebeka se mostró impaciente, casi a punto de correr por el lugar, con tal de no dejar que los papeles y hojas, tal vez importantes, se marcharan, estrujaran, perdieran o terminaran regados. Pero, ella todavía no había recibido una respuesta del director, estaba cansada de ser buena y nunca recibir nada a cambio.

 

Por otra parte, si hacía las cosas esperando recibir algo a cambio, ¿acaso dejaba de ser buena? Para ella, esa pregunta había dejado de tener importancia, pues todo lo que importaba era alcanzar su objetivo. Sí, la anterior Rebeka se hubiese lanzado por el suelo, buscando una solución como lo era cerrar las puertas que tenía detrás, con tal de impedir el desastre que ocurría.

 

  El aire siguió pasando como loco, y el director, aún más fuera de sí, abrió sus brazos al cielo, hasta que el cause tempestuoso fue detenido junto al sonido de un portazo.  Finalmente, a Rebeka no le quedó más remedio que voltearse y cerrar las puertas que tenía detrás. Luego se volteó y quedó mirando al profesor de reojo, con una rabia constante, quien había comenzado a darse la vuelta con gran lentitud solo para ver lo que ella hacía. 

 

  A Rebeka se le pasaba por la cabeza el vago pensamiento por el cual estos dos individuos, por el comportamiento que habían tenido, seguro no tendrían un gesto de buena voluntad hacia ella. El director había abierto las ventanas, lo que con rapidez podía haber cerrado, con tal de minimizar los daños, mientras que el profesor podía haber dicho algo al respecto para prevenir el empeoramiento del desorden. Pero no fue el caso en ninguna de las dos instancias, algo que podría traer como consecuencia ordenarle que recogiera el desorden que se había formado, después de todo, el personal de limpieza consistía en muy pocos miembros como para lidiar con semejante desastre.

 

  Tras respirar hondo y abrir sus ojos ante el sol de la mañana, el director se dio la vuelta con suma lentitud y cuando por fin hizo contacto visual con Rebeka, feliz y con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

 

  —Sé que no recibes cumplidos muy seguido. Pequeña, tus notas son las mejores y tu trabajo, hasta el momento, ha sido excelente. Gracias por tener paciencia en un mundo lleno de gente aburrida… también, quiero desearte feliz cumpleaños… —tras las palabras mencionadas por el director se hizo un gran silencio en el lugar. 

 

  —Ah. Sí, entiendo. Después de todo, es hora de despertar del sueño de ser pequeño, ¿no es así? ¿De buscar aventuras, vivir la vida y crear historias —dijo el profesor pasándose la mano por la parte de atrás de su cabeza? 

 

  —¿Qué? —preguntó Rebeka con tono de confusión.

 

   Los dos individuos, quienes habían vivido más de cien años, parecían estar recordando sus infancias. Después de todo, era fácil olvidar lo que se había quedado atrás, pero para Rebeka, estos dos sujetos parecían estar tomándole el pelo, hasta que el director continuó hablando.

 

  —Tendrás el resto del día libre para hacer lo que quieras hacer. Dejaré saber al resto de los profesores al respecto y te deseo la mejor de las suertes —dijo el director, quien procedió a cerrar las ventanas que había abierto. 

 

 Tomando la palabra del director y el silencio del profesor, Rebeka dibujó en su rostro una sonrisa y tras agradecer varias veces se marchó casi tan rápido o más de cómo había entrado en la oficina. Ella no quería que ninguno de los dos individuos se arrepintiera de la decisión que habían tomado, después de todo, ya era mayor de edad y toda una mujer. 

 

  Rebeka regresó al aula, que estaba abarrotada por murmullos y estudiantes que hacían lo que les parecía. Ante su presencia todos guardaron silencio, creyendo que tal vez sería el profesor, pero al verle a ella, regresaron a comentar, hablar y ponerse al día sobre sus vidas extraescolares. La chica tomó su mochila y se marchó al baño para cambiarse de ropa, estaba con el corazón que se le salía del pecho, ya que, si todo iba bien, tal vez incluso podría completar la lista de entrevistas esa misma mañana, después de todo, no había esperado salir tan temprano.

 

 Con la dirección de doce lugares, vestida formalmente y una sonrisa confidente en el rostro, Rebeka salió por la puerta de entrada de la escuela con la actitud triunfadora de alguien a quien todo el mundo esperaba. 

 

Luego de siete horas, no solo el sol que salía por el este ya estaba a punto de ponerse por el oeste de la ciudad, sino que también las doce direcciones apuntadas en la hoja gastada y arrugada con la cual Rebeka había comenzado el día, ya tenían una línea que les tachaba por el medio. 

 

  Cabizbaja, sentada sobre un columpio viejo en un parque, con los dedos de sus pies descalzos, se consolaba con la agradable sensación que le transmitía la arena amarilla que componía el suelo del lugar. El viento aún le hacía compañía, aunque el sol poco a poco la dejaba. 

 

  «¿Para qué llorar?», se preguntó. «¡Esta es mi maldita realidad! Estuve tan equivocada, mi ingenuidad fue tan grande, al creer que podría hacer lo que quisiera, podría limpiar nuestros nombres, ayudar a limpiar las deudas de nuestra familia. No puedo dejar de pensar en mamá. No puedo ni siquiera regresar a casa, porque aún me atormentan las palabras de todas y cada una de esas personas. Por más que grito en mi mente la palabra “¡basta!” y trato de enfocarme en otra cosa, las acusaciones no dejan mis pensamientos. Aun así, si no soy diferente, puedo actuar diferente con estas ganas de llorar en mi interior y cambiarlas por ganas de querer reír, de buscar la felicidad.

  

   » Ahh. Sí, la hija del terrorista que asesinó al alcalde más querido de la ciudad», se dijo, levantando su cabeza y abriendo sus ojos tanto como podía, para también reír al cielo. «¿No tengo derecho a ser feliz? ¿Tan solo me queda trabajar en un burdel para que todos los hombres resentidos me den lo que merezco? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?… ¿¡¡Por qué comparto el mismo apellido de ese que no me crio y ahora se ausenta de mi vida!!? ¿Por qué razón mi madre lo quiere y no me deja odiarlo?

 

  » Irónico, acaso eso fue lo que quiso decir el director y quería hacerme entender el profesor. Que en la escuela sería el único lugar en donde yo podría estar segura, dentro de esa burbuja. Ja- ja- ja-», pensó y tras respirar hondo, Rebeka se mordió el labio inferior con el colmillo. «Debo calmarme, dentro de poco, seguro que él llegará. No quiero que me vea de esta manera. Tal vez sea mejor si le miento. No puedo permitir que mis problemas le afecten… tampoco es que sepa que fui a las entrevistas sin él».

 

  El sol finalmente se escondió por completo, las farolas de las calles se encendieron, el clima se volvió un tanto más frío y la noche envolvió con su manto a la ciudad. Rebeka siguió meciéndose sobre el columpio viejo, en medio del parque desolado, sacando el teléfono de su bolsillo y mirando si Omar recibía los mensajes que ella le había enviado. Aunque las palabras flotaban en la pantalla, en la esquina aún marcaba un icono gris.

 

  «¿Ya van tres horas pasadas las cuatro y él aún no llega?», se preguntó Rebeka, mirando a las estrellas. «Mi caballero blanco y guerrero de mil batallas, tú que siempre estás aquí cuando te necesito… ahora no. Me niego a creerlo, no tienes miedo a meterte en problemas si es por amor y la única manera en la cual no estarías aquí es si tu padre te hubiera matado».

 

  Rebeka lanzó al aire unas carcajadas y tras respirar hondo, para que la voz no le temblará, dijo en voz alta:

 

  —Omar, ¿por qué aún sigues ahí y no piensas salir? ¿No ves que hace mucho frío y te necesito?  

 

  Inevitablemente, la voz de Rebeka le tembló un poco, ya que no pudo contener la tristeza que se le quería salir.

 

   En el parque, tras las preguntas de la chica, nadie respondió o hizo algún sonido en respuesta. Después de todo, Rebeka estaba pretendiendo confirmar una duda que tenía y no estaba muy segura si en verdad Omar estaba o no en el lugar.

 

  «Él no me respondió, tal vez se esté ocultando de mí», se dijo. «Mejor me levanto del columpio y voy en dirección al lado opuesto del árbol. Somos iguales, él seguro me está dando espacio, le agradezco que no me viera llorar».

 

  Tras caminar sobre la arena, pasando las canales y diferentes equipos diseñados para que los niños pudieran jugar, Rebeka pudo notar una sombra al otro lado del árbol.

 

   —¡Omar! —gritó de manera desesperada, llevándome las manos a la cabeza y apresurando su paso hacia su novio.