Reina Del Cielo

Chapter 13
De regreso


horas de buscar trabajo, significaba un gran estímulo para Rebeka. En un mundo ideal, los vecinos, su madre, su padre, sus amistades, debían de haberle animado, pero, en su mundo, las cosas buenas no se celebraban tanto como le señalaban y criticaban lo que no les gustaba de ella. Además, se había asegurado de no preocuparse por un futuro incierto, con tal de no terminar despojada de la tranquilidad del momento. 

 

  Su madre ya tenía mucho con que cargar, los vecinos se alejaban de ella, no tenía amistades, su padre nunca había estado y quien genuinamente se preocupaba por ella, por el momento, tenía que librar su propia batalla tomando un camino separado. Con esto, el mundo, que no era tan ideal como debía de ser, se volvía gris a la mirada de ella.

 

   “¡Buenos días, Rebeka!”, al menos un extraño debía decirle algo, por educación. “Trabaja duro, sigue tus metas, no dejes que nada te detenga, ¡alcanza lo que te propongas alcanzar!” Y ante las fantasías que tenía en su cabeza, que buscaban darle seguridad, una pregunta invasiva se coló en su mente y se aferró con uñas y dientes. «Y si, por muy diferente que me sienta o me comporte, todos me siguen tratando igual. ¿Me hace ver diferente, en verdad? Al final soy la hija de un criminal». 

 

   A medida que Rebeka avanzaba en la calle, camino a la estación, la velocidad de sus pasos fue aminorando. Se movía entre el sonido que provocaban cientos de pisadas de personas ocupadas, que se movían de un lado a otro. Iba como un fantasma, sin ser notada, ignorada por todos y tratada como nada. Estaba sola, no tenía más que luchar contra los demonios que le atormentaban la mente, esos que roban la tranquilidad, susurrando problemas y fracasos que ni siquiera habían sucedido.

 

  «De vuelta a la realidad. Tal vez…si no lo hubiera tenido a él o a mi madre. Si las cosas no estuvieran saliendo tan bien como lo están ahora… en un momento así, estaría buscando la mejor manera de suicidarme, para pintar el gris de este mundo con el rojo de mi sangre… Rebeka, ¡no es bueno pensar así! Debes alejarte de esos demonios que antes no te dejaban dormir… pero, si no es con el éxtasis de satisfacer mi cuerpo… ahora que estoy sola, ante tanta gente, tan solo queda…».

 

  El viento soplaba, como todas las mañanas, el mismo viento que esperaba que le levantara la falda, mientras Omar estaba persiguiéndola. Ahora, sin que él estuviera detrás de ella, tuvo que disponer de todas sus fuerzas para aguantar las ganas de llorar. Estaba rodeada de personas, mientras que las lágrimas no le dejaban de caer por su rostro y, aun así, nadie la notaba.

 

   En la estación de tren, con la cabeza agachada, esperó a que abrieran las compuertas para abordar. Una vez que fue su turno de entrar, varias personas la empujaron, tanto hombres como mujeres, lo que le hizo pensar que todavía nadie la veía. Al entrar al vagón apretando su mochila con las dos manos, Rebeka fue forzada a darse la vuelta en el lugar, para poder pasar entre los espacios estrechos de personas que no se querían mover. 

 

   «¿Acaso mi vida será así? ¿Cada vez que él no esté a mi lado?», pensó y entendió que el único factor diferente en ese día, era que Omar no estaba con ella. «Pero no, tengo que demostrarle lo contrario, que soy una mujer fuerte e independiente… para que me quiera y no me deje».

 

  En la mitad del vagón, las personas que estaban atrás comenzaron a empujar y Rebeka, con mucho cuidado de no caer torpemente en el suelo, se apoyó de un pasamanos.

 

  —Cuidado por donde caminas —dijo rudamente un sujeto. 

 

  —Acaben de moverse que me bajo en la próxima salida —gritó un hombre, con tono impaciente.

 

  Rebeka estaba absorta, podía verdaderamente llevar a cabo la tarea de seguir avanzando en un lugar en el cual nadie se movía. Tras estar en el medio de quienes querían algo y quienes se conforman con nada, respiró hondo y antes de seguir tratando, pegó un grito.

 

  —¡Con permiso! — anunció con voz temblorosa, mientras se secó las lágrimas del rostro para ver hacia todos los que la miraban desde arriba. Volvió a respirar y aunque casi no se le entendía, siguió gritando—. Qué no me escucharon, muévanse a un lado… necesito pasar.

 

   El desentonado grito de valentía, provocó el movimiento rabioso de unos cuantos y que quienes se estaban quejando dejaran de protestar. Finalmente, siendo notada en la versión fuerte de sí misma, dejó de encoger su cuerpo para hacerse camino entre quienes no se querían mover.

 

  «Viva, nunca me rendiré» pensó. «Que la muerte me encuentre… ese es el suicidio que elijo a partir de este momento. No me pienso quedar callada, ¿por qué? ¿Por consideración a los demás? ¡Si nadie me considera!».

  

  Los susurros de los pasajeros se escucharon y murmuraron: “¡Qué mal carácter! “Eso es algo no digno de una dama”. Quienes no hablaron lanzaron al aire un silbido. Los demás se quedaron con la boca abierta y retrocedían lentamente, como si fueran empujados. 

 

   Rebeka, a pesar de haber entrado en el vagón del tren con buena presencia y bien vestida, estaba allí con los cabellos enredados y levantados hacia arriba, por no haberlos peinado después de tomar un baño en la mañana. Ahora, por chocar con quienes se le interponen en el camino, su camisa estaba zafada y sus prendas estrujadas.

 

   Aun así, continuó dando pasos hacia su posición favorita, con el puño y una expresión amenazadora, como si quisiera golpear con rabia, a quienes pretendían ignorarla. «¡Basta ya de ser una chica débil, endeble, vulnerable y buena, incapaz de valerse por sí misma…!», se dijo. Luego de mirar con ojos encendidos de rabia y estar enojada con cualquiera que estuviera a su alrededor, trató de reprimir el miedo que le estremecía su pecho por estar reprimiendo el llanto. Trató de arrancar los malos pensamientos que la volvían pesimista y contribuían a su baja autoestima. 

 

 Finalmente, se plantó en su lugar favorito del vagón y tan pronto se apoyó con su mano a la parte intermedia del pasamanos que colgaba del techo, sacó su teléfono para darle un vistazo con la esperanza de ver un mensaje de su amado. Con decepción en su rostro, miró una pantalla vacía: 

 

«Espero todo esté bien, escríbeme si puedes…», le mandó un mensaje de texto a Omar.

 

Como era usual, una vez todos estaban acomodados, el tren comenzó a andar. Luego de guardar su celular, levantó su mirada, con tal de poder ver afuera de la ventana. El día se estaba levantando y se hacía presente y aunque las aves volaban, las flores adornaban los pastizales que se movían como olas y los árboles rodeaban las diferentes construcciones, no pudo dejar de notar que, al otro lado de la ciudad, se podía distinguir claramente una instalación compuesta por varios edificios. Las paredes eran negruzcas e interminables, estaba rodeado de púas, grandes torres en las esquinas y faroles por todos lados. La instalación que Rebeka trataba de olvidar, y ahora, por alguna razón, no podía quitar sus ojos de encima de ella, era la cárcel en la cual estaba su padre.

 

  «Claro, no puedo ser mala, porque ahí es en donde van a parar los malos… ¿No es así?», se recordó, tras dejar en el aire un suspiro, lo que parecía descifrar la razón por la cual había notado algo, que durante todos los días que tomaba el tren trataba de no ver.

 

 Aunque el sol estaba afuera y lo iluminaba todo, del otro lado de la ventana, comenzaron a caer del cielo gruesas gotas de agua. Una nube pasajera liberaba sus lágrimas sobre la tierra, entre el sol de la mañana, la cárcel y el sofisticado tren que se movía.

 

Luego de dos paradas, la lluvia y la cárcel desaparecieron de la vista de Rebeka, hasta que finalmente el vagón del tren volvió a parar y abrió sus puertas en su parada.

 

Con la intención de continuar el día y quedarse en dónde debía, se abrió paso por la salida, atravesó la estación y caminó con los demás estudiantes, hasta llegar a la escuela.

 

  —Buenos días —le dijo Rebeka a los pocos estudiantes que ya estaban sentados, tan pronto entró en el aula. 

 

Luego de colocar su mochila sobre la nueva mesa en la cual pretendía tomar asiento, miró el reloj varias veces, siendo consciente que debía de conservar la tranquilidad, aunque sus prendas y apariencia decían lo contrario. Pasaron cinco minutos, respiró hondo y tan pronto entró el profesor, sacó dentro de su pecho el valor suficiente para hablar: 

 

   —Me temo comunicarle, estimado profesor, que por asuntos personales me veré obligada a irme temprano. 

 

  —¡¿Por qué la pizarra no está hecha?! ¡La basura no está recogida! ¡La asistencia no está tomada, y te estás sentando en otro puesto que no es el tuyo! —demandó Bob, apenas entró e hizo oídos sordos a las palabras de quien, para él, aún estaba obligada a ser la presidenta del aula.

 

Tras respirar hondo, Rebeka decidió mantener la calma. — Bueno profesor, al sentarme en esta mesa ya ve usted que no soy responsable de mi cargo como presidenta. La salida temprano es debido a que me gustaría trabajar para ayudar a mi familia con los pagos de la casa. Ser responsable de tantas cosas es fatigoso y no podré seguir manteniendo buenas notas y con mi retirada, también le doy la oportunidad a mis compañeros para que sean capaz de superarse. 

 

Luego de abrir los ojos tan grandes como pudo, el profesor se negó a comenzar la clase y tan rápido como entró, se dispuso a salir por la puerta del aula.  

 

  —¿A dónde va profesor? —preguntó Rebeka, al tiempo que se levantó de su puesto tan rápido que incluso tumbó la silla en la cual estaba sentada, con tal de perseguir a quien se marchaba—. ¿A hablar con el director? Si es así, espero le cuente todo como es en realidad. Que le diga que, desafortunadamente, ahora seré incapaz de seguir siendo presidenta porque quiero trabaja, y que eso no significa que deba olvidar o pasar por alto todos mis servicios prestados. Yo le debo mucho al director, bien lo sabe usted. Pero, tengo que cuidar a mi madre y reponer las faltas de mi padre. 

 

  El profesor seguía caminando y aunque intentó tomar el elevador para subir al segundo piso, se decidió subir por las escaleras. Estar de pie en un lugar implicaba tener que prestar atención y ese acto podría resultar más comprometedor para sus propósitos. La inteligencia de una persona venía acompañada con la capacidad de poder justificar sus acciones y dependiendo de cómo esa persona habla, se proyecta al mundo, por lo tanto, estas acciones podrían ser justificables y ser tomadas con lástima. 

 

   —Entienda que estoy en un aprieto, no me haga la vida más difícil de lo que ya es. ¡Estoy segura que no es muy difícil ponerse en mis zapatos! Ya sé que desde un principio no se me vio bien al ser admitida en esta escuela. Que muchos piensan que terminaré siendo como mi padre y que no hay prueba o razón especial que pueda convencer de lo contrario a quienes tienen esa idea. Pero usted, profesor, usted ha podido verme crecer por años, bajo situaciones estresantes, peor que las que tienen los demás estudiantes y nunca le di razón para creer que sería como mi padre. También, sabe muy bien que yo nunca estuve presente en las reuniones de profesores ni en las reuniones de padres, cosa que con facilidad propicia a que me conviertan en víctima de malos comentarios, chismes y quejas carentes de razón o fundamento. Si no estoy ahí, por muy bien que actúe, basta con señalar lo malo, para que quede atada de manos y piernas sin poder defenderme. ¡Profesor! ¿Acaso piensa seguir caminando sin dirigirme la palabra? 

 

Una vez llegaron al segundo piso, tras avanzar por los pasillos desiertos, ante la recepción estaba la oficina del director con las puertas abiertas. El profesor ni siquiera se tomó la molestia de hablar con la secretaria y simplemente entró demandando ser atendido. Junto al sujeto, Rebeka también entró y aunque no le habían dado la palabra a ninguno de los dos, no estuvo quieto ni un momento en el lugar, pues sobre su escritorio estaba una carta que recién había leído. 

 

  Rebeka se arregló el uniforme y los cabellos lo mejor que pudo, tras entender que de ningún modo debía dejar que el profesor la sacara de la oficina del director para hablar con él en privado. En el estado de ánimo que estaba el viejo, seguro le diría algo que le afectará con su aplicación de trabajo, después de todo, a pesar de ser estudiante, en la sociedad se tiene un expediente y faltas de respetos a los mayores, insolencias, incumplimiento de órdenes no eran muy buenos requisitos si se aplicaba para una posición que tuviera que ver con servicios al público.  

 

   El director, por otro lado, tenía una mirada de no entender bien la situación. Claro, para él era normal que Rebeka no fuese una estudiante para el resto de su vida y, además, con las preocupaciones actuales, lo menos que podía hacer era empezar a trabajar cuanto antes, pero ella aún no estaba preparada para el mundo exterior.

 

 El profesor, por la mirada que tenía en sus ojos, seguro pensaba lo mismo que él, pero Rebeka expresaba lo contrario. Ella tenía que ser persuadida, convencida y de alguna forma mantenerse en la escuela. Para el director, el futuro de una estudiante modelo dependía de las decisiones que tomara en el presente. Si tal vez su padre no fuera un convicto y hubiese estado con ella y su madre para soportar la familia y mantener el valor del apellido, ella hubiera resultado un diamante en bruto.

 

  Rebeka, sentía cómo su respiración se aceleraba y entendía que llorar no traería resultados favorables, después de todo, el director no era famoso por tener preferencias con mujeres ni por dejarse llevar por lágrimas. Por eso tenía que actuar de otra manera, pero si no podía hablar, ¿qué más le quedaba? Su versión fuerte e independiente, esa que miraba decidida y desafiaba con su presencia a quienes pretendían bloquear el camino estaba amenazada.

 

   —Director ¡señor director! —dijo Rebeka en voz alta y miró hacia él, tras ignorar completamente al profesor que había pedido la palabra, algo que estaba totalmente en contra de la educación y los modales enseñados en la sociedad, ya que un joven debía esperar a que se le diera la palabra mientras los mayores hablaban.

 

  Rebeka no tenía tiempo para ser educada, no si su futuro dependía de la decisión final del director. El profesor insultado le reclamó al respecto y aprovecho para señalar la falta de educación, lo que le permitió pasar a argumentar la loca idea que tenía de dejar de ser presidenta, marcharse temprano a buscar trabajo, que su madre debía ser informada al respecto tan rápido como fuera posible, todo sin dejarle hablar ni una palabra y caminando más y más cerca de donde estaba el escritorio del director.

 

  —… Y no solo eso, señor director. Su mala educación, comportamiento y actitud no refinada del todo podría darle una mala imagen a la escuela —continuó el profesor, pasando al final de su argumento—. Si tanto quiere trabajar, puede ser asistente del personal de limpieza en la instalación.

 

Luego de perder la oportunidad que el director le diera la palabra, Rebeka negaba con su cabeza una y otra vez ante lo que decía el profesor. Abrió más los ojos con la sugerencia de formar parte del personal de limpieza, pues sabía que con esa posición llegaría aún más tarde a la casa, sin mencionar, que, de seguro, los profesores y adultos que le tenían riña, dejarían un reguero mucho más grande del que usualmente dejaban durante el día.

 

  Asombrosamente, el director, bien conocido por su poca paciencia, a pesar de ser interrumpido, hasta ahora, había estado relativamente sereno. Tan pronto como se terminaron los ruegos del profesor, devolvió la mirada a Rebeka. 

 

  Rebeka no pudo decir nada, después de todo, qué podía decirle a alguien para convencerlo si a pesar de haber intentado tan duro con el profesor que había seguido, no obtuvo ningún resultado. Aun así, su mirada estaba encendida de inconformidad, no era la misma mirada sumisa que mostraba en el pasado, sino que demostraba una vibrante inconformidad.

 

  El director respiró hondo, de pronto se puso de pie y tan rápido como se volteó, decidió abrir de par en par las enormes ventanas que tenía a su espalda.  Debido a que la puerta de entrada al despacho del director aún estaba abierta, desde el inmenso cielo se precipitó toda una corriente de viento que pasó de lado a los tres individuos. La ráfaga fresca de la mañana, sin ser un estudiante, bajó las escaleras, recorrió los pasillos abriendo los casilleros que no estaban cerrados con candados y salió por la puerta de entrada de la escuela.

 

Con su paso, la fuerte corriente de aire sacudió las cortinas de la ventana en el despacho del director, tan fuerte, que le hizo azotar en el aire, también removió las hojas de los libros y levantó los papeles que no estaban asegurados encima de las mesas. Toda una corriente de papeles y hojas terminaron prisioneras del cauce del viento, como si fueran troncos de madera que flotaban por un río caudaloso.

 

  Ante el reguero, Rebeka se mostró impaciente, casi a punto de correr por el lugar, con tal de no dejar que los papeles y hojas, tal vez importantes, se marcharan, estrujaran, perdieran o terminaran regados. Pero, ella todavía no había recibido una respuesta del director, estaba cansada de ser buena y nunca recibir nada a cambio.

 

Por otra parte, si hacía las cosas esperando recibir algo a cambio, ¿acaso dejaba de ser buena? Para ella, esa pregunta había dejado de tener importancia, pues todo lo que importaba era alcanzar su objetivo. Sí, la anterior Rebeka se hubiese lanzado por el suelo, buscando una solución como lo era cerrar las puertas que tenía detrás, con tal de impedir el desastre que ocurría.

 

  El aire siguió pasando como loco, y el director, aún más fuera de sí, abrió sus brazos al cielo, hasta que el cause tempestuoso fue detenido junto al sonido de un portazo.  Finalmente, a Rebeka no le quedó más remedio que voltearse y cerrar las puertas que tenía detrás. Luego se volteó y quedó mirando al profesor de reojo, con una rabia constante, quien había comenzado a darse la vuelta con gran lentitud solo para ver lo que ella hacía. 

 

  A Rebeka se le pasaba por la cabeza el vago pensamiento por el cual estos dos individuos, por el comportamiento que habían tenido, seguro no tendrían un gesto de buena voluntad hacia ella. El director había abierto las ventanas, lo que con rapidez podía haber cerrado, con tal de minimizar los daños, mientras que el profesor podía haber dicho algo al respecto para prevenir el empeoramiento del desorden. Pero no fue el caso en ninguna de las dos instancias, algo que podría traer como consecuencia ordenarle que recogiera el desorden que se había formado, después de todo, el personal de limpieza consistía en muy pocos miembros como para lidiar con semejante desastre.

 

  Tras respirar hondo y abrir sus ojos ante el sol de la mañana, el director se dio la vuelta con suma lentitud y cuando por fin hizo contacto visual con Rebeka, feliz y con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

 

  —Sé que no recibes cumplidos muy seguido. Pequeña, tus notas son las mejores y tu trabajo, hasta el momento, ha sido excelente. Gracias por tener paciencia en un mundo lleno de gente aburrida… también, quiero desearte feliz cumpleaños… —tras las palabras mencionadas por el director se hizo un gran silencio en el lugar. 

 

  —Ah. Sí, entiendo. Después de todo, es hora de despertar del sueño de ser pequeño, ¿no es así? ¿De buscar aventuras, vivir la vida y crear historias —dijo el profesor pasándose la mano por la parte de atrás de su cabeza? 

 

  —¿Qué? —preguntó Rebeka con tono de confusión.

 

   Los dos individuos, quienes habían vivido más de cien años, parecían estar recordando sus infancias. Después de todo, era fácil olvidar lo que se había quedado atrás, pero para Rebeka, estos dos sujetos parecían estar tomándole el pelo, hasta que el director continuó hablando.

 

  —Tendrás el resto del día libre para hacer lo que quieras hacer. Dejaré saber al resto de los profesores al respecto y te deseo la mejor de las suertes —dijo el director, quien procedió a cerrar las ventanas que había abierto. 

 

 Tomando la palabra del director y el silencio del profesor, Rebeka dibujó en su rostro una sonrisa y tras agradecer varias veces se marchó casi tan rápido o más de cómo había entrado en la oficina. Ella no quería que ninguno de los dos individuos se arrepintiera de la decisión que habían tomado, después de todo, ya era mayor de edad y toda una mujer. 

 

  Rebeka regresó al aula, que estaba abarrotada por murmullos y estudiantes que hacían lo que les parecía. Ante su presencia todos guardaron silencio, creyendo que tal vez sería el profesor, pero al verle a ella, regresaron a comentar, hablar y ponerse al día sobre sus vidas extraescolares. La chica tomó su mochila y se marchó al baño para cambiarse de ropa, estaba con el corazón que se le salía del pecho, ya que, si todo iba bien, tal vez incluso podría completar la lista de entrevistas esa misma mañana, después de todo, no había esperado salir tan temprano.

 

 Con la dirección de doce lugares, vestida formalmente y una sonrisa confidente en el rostro, Rebeka salió por la puerta de entrada de la escuela con la actitud triunfadora de alguien a quien todo el mundo esperaba. 

 

Luego de siete horas, no solo el sol que salía por el este ya estaba a punto de ponerse por el oeste de la ciudad, sino que también las doce direcciones apuntadas en la hoja gastada y arrugada con la cual Rebeka había comenzado el día, ya tenían una línea que les tachaba por el medio. 

 

  Cabizbaja, sentada sobre un columpio viejo en un parque, con los dedos de sus pies descalzos, se consolaba con la agradable sensación que le transmitía la arena amarilla que componía el suelo del lugar. El viento aún le hacía compañía, aunque el sol poco a poco la dejaba. 

 

  «¿Para qué llorar?», se preguntó. «¡Esta es mi maldita realidad! Estuve tan equivocada, mi ingenuidad fue tan grande, al creer que podría hacer lo que quisiera, podría limpiar nuestros nombres, ayudar a limpiar las deudas de nuestra familia. No puedo dejar de pensar en mamá. No puedo ni siquiera regresar a casa, porque aún me atormentan las palabras de todas y cada una de esas personas. Por más que grito en mi mente la palabra “¡basta!” y trato de enfocarme en otra cosa, las acusaciones no dejan mis pensamientos. Aun así, si no soy diferente, puedo actuar diferente con estas ganas de llorar en mi interior y cambiarlas por ganas de querer reír, de buscar la felicidad.

  

   » Ahh. Sí, la hija del terrorista que asesinó al alcalde más querido de la ciudad», se dijo, levantando su cabeza y abriendo sus ojos tanto como podía, para también reír al cielo. «¿No tengo derecho a ser feliz? ¿Tan solo me queda trabajar en un burdel para que todos los hombres resentidos me den lo que merezco? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué!?… ¿¡¡Por qué comparto el mismo apellido de ese que no me crio y ahora se ausenta de mi vida!!? ¿Por qué razón mi madre lo quiere y no me deja odiarlo?

 

  » Irónico, acaso eso fue lo que quiso decir el director y quería hacerme entender el profesor. Que en la escuela sería el único lugar en donde yo podría estar segura, dentro de esa burbuja. Ja- ja- ja-», pensó y tras respirar hondo, Rebeka se mordió el labio inferior con el colmillo. «Debo calmarme, dentro de poco, seguro que él llegará. No quiero que me vea de esta manera. Tal vez sea mejor si le miento. No puedo permitir que mis problemas le afecten… tampoco es que sepa que fui a las entrevistas sin él».

 

  El sol finalmente se escondió por completo, las farolas de las calles se encendieron, el clima se volvió un tanto más frío y la noche envolvió con su manto a la ciudad. Rebeka siguió meciéndose sobre el columpio viejo, en medio del parque desolado, sacando el teléfono de su bolsillo y mirando si Omar recibía los mensajes que ella le había enviado. Aunque las palabras flotaban en la pantalla, en la esquina aún marcaba un icono gris.

 

  «¿Ya van tres horas pasadas las cuatro y él aún no llega?», se preguntó Rebeka, mirando a las estrellas. «Mi caballero blanco y guerrero de mil batallas, tú que siempre estás aquí cuando te necesito… ahora no. Me niego a creerlo, no tienes miedo a meterte en problemas si es por amor y la única manera en la cual no estarías aquí es si tu padre te hubiera matado».

 

  Rebeka lanzó al aire unas carcajadas y tras respirar hondo, para que la voz no le temblará, dijo en voz alta:

 

  —Omar, ¿por qué aún sigues ahí y no piensas salir? ¿No ves que hace mucho frío y te necesito?  

 

  Inevitablemente, la voz de Rebeka le tembló un poco, ya que no pudo contener la tristeza que se le quería salir.

 

   En el parque, tras las preguntas de la chica, nadie respondió o hizo algún sonido en respuesta. Después de todo, Rebeka estaba pretendiendo confirmar una duda que tenía y no estaba muy segura si en verdad Omar estaba o no en el lugar.

 

  «Él no me respondió, tal vez se esté ocultando de mí», se dijo. «Mejor me levanto del columpio y voy en dirección al lado opuesto del árbol. Somos iguales, él seguro me está dando espacio, le agradezco que no me viera llorar».

 

  Tras caminar sobre la arena, pasando las canales y diferentes equipos diseñados para que los niños pudieran jugar, Rebeka pudo notar una sombra al otro lado del árbol.

 

   —¡Omar! —gritó de manera desesperada, llevándome las manos a la cabeza y apresurando su paso hacia su novio.