Reina Del Cielo

Chapter 14
Suicidarse es de cobardes


  Omar, tan pronto se dio cuenta que había sido descubierto, se movió de un lado a otro como quien quería tomar distancia. Con expresiones y movimientos desesperados, el chico se arrojó de donde estaba con la intención de no apoyar sus pies en el suelo y aguantar el peso de su cuerpo con la soga que tenía alrededor del cuello. 

 

  Morir en silencio era una tarea difícil, pero al parecer estaba determinado a hacerlo.

 

  —¡Alguien, ayuda, por favor! —gritó Rebeka, quien con las pocas fuerzas que tenía abrazó las caderas de su novio y trató de levantarle.

 

  Sin dejar de gritar, Rebeka, desesperada, de vez en cuando miraba a su amado quien se estaba ahorcando y su cara ya se volvía entre roja y azul. 

 

   —¡Súbete en mis hombros! ¡Apóyate de mí! ¡Por favor no me dejes sola! ¡Te necesito a mi lado…! —Con sus palabras el joven aún seguía sin usar sus manos para aferrarse y aunque lo hacía torpemente, él trataba de entregarse a la muerte sin moverse. Rebeka entendió que, con llantos y súplicas, no llegaría a nada, después de todo, sus doce entrevistas fallaron de esa manera. —¡Omar! Escúchame bien, si tú mueres te prometo que me voy a tirar bajo las ruedas del tren, no será nada lindo, pero sí será tu culpa. 

 

  Al escuchar las palabras enojadas de su amada, el cargo de consciencia que Omar tuvo fue tan grande que literalmente entró en razón. Por el alboroto y los gritos por parte de Rebeka, algunas personas se detuvieron en las afueras del parque, pero solo se decidieron a mirar, nadie a ayudar. El que más hizo, estaba llamando a las autoridades y dando la dirección del lugar en voz alta.   

 

  Omar, imaginando a su amada siendo atropellada, tomó la soga con sus manos y usando las pocas fuerzas que le quedaban, aminoró la tensión entre el nudo y su cuello, lo que le permitió liberarse del collar que se había hecho y caer, junto a su chica, sobre la arena del parque.

 

  Rebeka quedó agitada ante la situación. Tenía los pelos de punta y miraba a su amado con ira en sus ojos. Cerrando sus puños, tuvo que gritarle una cantidad torrencial de insultos, con tal de reprimir los deseos de golpearle, por el susto tan grande que había recibido.

 

  En cambio, Omar siguió retorciéndose por el suelo mientras respiraba como un pez fuera del agua, repitiendo una palabra:

 

   —Lo siento.  

 

  Regresando al presente, Rebeka observó a su alrededor. Cada vez había más y más personas, ninguna se acercaba, tal vez por miedo a quedarse con los zapatos llenos de arena o a que fuera a pasarles algo, pero todos hacían lo mismo. Primero preguntaban curiosos sobre la situación a quienes parecían saber y luego, cuando pretendían entender de qué iba el evento, daban su opinión al respecto. 

 

   —Es mejor si nos vamos. Las autoridades deben estar en camino para interrogarnos —le dijo Rebeka a Omar, quien le abrazaba la pierna con la intención de llorar y no ser visto—. Quedarnos solo nos traería más problemas en un momento como este. ¿Puedes levantarte y caminar? 

 

  Ante la última pregunta, el joven afirmó con su cabeza.

 

  Dejando de lado todo el enojo y decepción que sentía por dentro, Rebeka procedió a ponerse de pie. La situación la había asustado y no estaba contenta con Omar, pero también entendía que aún no sabía la razón por la cual su chico había tomado esa decisión.

 

   «Es patético que un hombre intente cometer suicidio», pensó Rebeka, mientras ayudó a Omar a ponerse de pie. «No es para nada atractivo y menos cuando pide disculpas de una forma tan miserable. Pero no podría decirle lo que pienso, reconozco que estoy enojada en este momento. También sé que me suelo arrepentir mucho después de decir algo en este estado».

 

Tras emprender camino ante las manos que los señalaban y las voces que les gritaban que debían quedarse hasta que vinieran las autoridades, Rebeka orientó los pasos de su amado.

 

  —¡No te atrevas a tocarme! —le dijo Rebeka exaltada a uno de los individuos—. Cuando pedí ayuda no hiciste nada y ahora quieres hacer que me quede hasta que vengan las autoridades para tu entretenimiento personal y poder decir que algo novedoso paso en tu vida miserable y patética. No me hagas reír. Lo mismo va para todos ustedes, si no son diferentes a este “sujeto”, entonces son iguales. 

 

   Ante las palabras enojadas, Rebeka y Omar se abrieron paso entre la multitud que no podían hacer más que estar decepcionados y refunfuñar con las cosas que los más jóvenes debían decir y hacer, por respeto a los mayores.

 

  Después de caminar unos cuantos bloques, incluso dejaron detrás a esas personas que les seguían, pero la mala noticia es que algunos la conocían perfectamente, así como también conocen a Omar. Bastaba con que ellos les dieran los nombres a las autoridades.

  

  Sí, era cuestión de tiempo para que las autoridades fuesen por ellos, con la intención de hacer algunas preguntas. Claro, en un mejor sitio y en otro lugar, después se podía pensar en una convincente excusa, pero por el momento la casa de Rebeka era el único paradero al que podía regresar sin ser atormentado por miradas y dedos acusadores.

   

  «Con las autoridades presentes, mientras también tendré que ver a mi mamá, quien debe estar tan ilusionada para felicitarme por mi cumpleaños. Ahh, ya me la imaginó gritándome, todo por tener un novio. Pero es todo lo que me queda», pensaba atareada, tras abrir la puerta de entrada al jardín de su casa.

 

  «Mmm. Las luces no están encendidas», pensó Rebeka. «Tal vez sea una fiesta sorpresa… ya que la sorpresa es la que se va a llevar cuando me vea».

 

  Casi tirando de la mano a Omar, Rebeka abrió la puerta de su casa y tras valerse de unos cuantos empujones y movimientos bruscos logró que el decaído de su novio entrara primero al interior. Al menos funcionaría como escudo de carne, en caso que a su madre le diera un ataque de histeria. Sin embargo, Omar no había dejado de mirar al suelo en todo el viaje y tan pronto entró a la casa, decidió apoyar la frente contra la pared más cercana con tal de no mirar a su novia a los ojos.

 

  «Es raro, hoy es el día de mi cumpleaños y mi madre no estuvo esperando a que llegara de la escuela para ir al trabajo. Ella siempre pide unas horas de llegada tarde en este día y usualmente esas horas son hasta las doce de la noche», pensó Rebeka, al mirar cómo se mantenía calmado Omar y que el reloj marcaba las ocho y media de la noche.

 

Luego de volverse a enfocar en la actitud poco contribuyente del chico que la acompañaba, decidió preocuparse más por él que por su madre. Después de todo, ocuparse de los problemas ajenos era buen remedio para olvidar los propios.

 

  —Omar, deja de pegar la frente a la pared. Ven conmigo, quítate los zapatos. Recuéstate en el sofá conmigo, respira hondo y relájate. Ahora, hablemos de lo que te hace sentir así, pero antes déjame traerte un vaso de agua —dijo. Tras lo cual, por cada palabra, hacía una acción que contribuía a mejorar la situación de su amado.  

 

  En el proceso, ella también se quitó los zapatos, el sostén y se recogió el pelo con una liga, la cual estaba sobre una de las repisas, mientras iba camino a la cocina. Tras abrir el refrigerador, tomó la jarra de agua y notó que la comida que había dejado el día anterior no había sido tocada, lo que indicaba que su mamá tal vez nunca llegó a casa. 

 

  «¿Un novio nuevo?» pensó, como justificación al inusual comportamiento de su madre.  

 

  Tan pronto llenó un vaso de agua, regresó la jarra al refrigerador y marchó de vuelta a la sala cuidando de no botar el contenido en el suelo, justo cuando creía que todo estaba mejor, Rebeka con actitud optimista, iluminó en su rostro una sonrisa, pero se frenó en seco, cuando se encontró a su novio sin poder contener el llanto, tapándose el rostro con sus manos, sobre el sofá, con los pies encogidos hacia arriba.

 

  Con rabia en sus movimientos, se acercó al sofá, le levantó la cabeza a Omar para hacer que la mirara a los ojos. «En las películas siempre veo cómo la chica abofetea al chico en este tipo de situaciones, pero tan solo porque tiene el lado izquierdo de su rostro hinchado, opto por controlar mi diestra ya preparada para hacerle entrar en razón», se dijo. «Ahora que le veo mejor, tiene la misma ropa, no se ha bañado… no solo eso, la razón por la que estoy tan enojada con él es porque me veo en sus ojos…».

 

   Rebeka fue consciente que cada vez que estaba sola, sus demonios la hacían llorar si no buscaba la manera de poder ignorarles. Cada vez que caía en un bache emocional, se sentía más y más culpable de estar en esa situación y no poder salir por sí misma. Le entristecía que el mundo perdiera colores ante sus ojos, que todo se sintiera igual y que no hubiese nadie a su lado que pudiera rescatarle cuando lo necesitaba.

 

  Omar siguió desviando sus ojos, pero Rebeka pudo entender algo que le había sido invisible hasta el momento. Su novio también era humano y necesitaba de alguien para continuar viviendo y seguir siendo importante.

 

   —Omar, sécate las lágrimas y límpiate los mocos. ¿Qué sucedió en tu casa? ¿Acaso el problema en el que te metiste por no avisar que pasarías la noche fuera, fue tan grande como para que pensaras en quitarte la vida? —preguntó, dispuesta a escuchar e ir directo al tema.

 

Luego de respirar hondo ante la pregunta de su amada, Omar finalmente hizo contacto visual y mientras lloraba comenzó a reírse. Una risa que hacía sentirse estúpido, pues significaba que se estaba riendo de su propia desgracia. 

 

 «Mi pregunta le hizo cambiar el llanto por la risa… no es una buena señal», pensó, presagiando lo peor, pero ¿qué podía ser peor? 

 

   —Mis padres ni siquiera notaron mi ausencia… a mi familia nunca le importé… —dijo él con respiración entrecortada.

 

   Tan pronto terminó la oración, volvió a romper en llanto.

 

   A Rebeka la situación ya la estaba desesperando, pues quería saber la historia completa sobre lo que sucedió, pero también temía que tal vez no fuera el mejor momento para que Omar estuviera preparado para contar lo que le pasaba. Sin más remedio que ser paciente, respiró bien adentro, se tomó un trago de agua y procedió a sentarse al lado de su amado con la intención de esperar a que se le secara el llanto y finalmente pudiera hablar tranquilamente. 

 

   —Ven recuéstate en mis piernas… —dijo ella, una vez estuvo bien acomodada—. Llora cuanto quieras… está bien ser vulnerable conmigo. Después de todo, es el mayor acto de valentía que podrías demostrarme.

 

  «Más de treinta minutos han pasado y aún no se detiene, me preocupa mi mamá que aún no llega, sin mencionar mis pies entumecidos», pensó, al tiempo que estaba por quedarse dormida, mirando lo lento que podía llegar a ser el minutero del reloj.

 

   —Gracias…  —dijo Omar, quien parecía haberse calmado un poco.

 

   «Esta es mi oportunidad, mientras le hago cosquillas en el pelo debo hacerle la pregunta más importante que aún llevo guardada. Espero que no vuelva a romper en llanto. Aunque…  por alguna razón, verle llorar tan cerca de mi pecho me hace querer darle la teta para que se calme, ¿en qué cosas pienso?», se dijo, para agregar en voz alta:

 

   —Dime, mi amor… ¿Por qué intentaste suicidarte y dejarme atrás en este mundo tan cruel e injusto? 

 

   —Porque mis planes para protegerte se arruinaron. El mundo exterior no es igual que la escuela… y de mis manos, perdí el mejor regalo que podría darte. Te lo dije hoy por la mañana, que podríamos casarnos, así podrías renunciar a tú apellido y no serías discriminada por la condena que tu padre carga. Como sabes, el alcalde que fue asesinado era mi tío y con su apellido todos te querrían — aseveró.

 

—Esta mañana, cuando llegué a mi casa, escuché a mi padre hablando en su despacho con respecto al caso de los teléfonos robados de la estación de tren. Un teléfono reportado desaparecido fue encontrado destrozado por los rieles y en él se hallaron tres huellas, entre ellas una que coincidía con los registros… la tuya. Tienen planeado hacerte responsable e interrogarte, tan pronto contacten con tu madre — dijo el chico.

 

—En ese momento entré a su oficina y le intenté detener, le dije que no eras culpable, así como también le comenté que el otro par de huellas eran mías y podía probarlo, también le dije que había robado todos los demás teléfonos y la razón por la cual lo hice. Él ni siquiera se enfureció, solo me pregunto si te amaba y le dije la verdad… en ese momento, cuando me atreví a decirle que estaba dispuesto a casarme contigo y buscaba su aprobación, me golpeó y me dijo “Ya me temía semejante atrocidad… desde este momento estás desheredado del apellido de mi familia… sal de mi vista extraño”.  Mi madre ni siquiera le dio importancia… Si me suicido, las últimas palabras de la nota que llevo en mi bolsillo entrarán en el sistema, lo cual esclarecerá y limpiara las sospechas sobre ti… no tengo el valor de volverte a ver llorando y morir es todo lo que puedo hacer— culminó Omar.  

 

  Rebeka escuchó las palabras de su amado sin interrumpirle y solo cuando terminó de hablar, fue que se dispuso a decir algo:

 

   —Suicidarse es de cobardes, el amor no tiene precio, tiene valor y con valor se paga… Quédate a mi lado si en verdad quieres demostrarme que me amas. ¿Sabes? Te necesito, ya eres un hombre y yo una mujer. Nos hicimos juntos, al mismo tiempo… podremos con esto, juntos.

 

  La voz calmada de Rebeka se hizo escuchar en la sala de la casa. El sonido tenue de dos suaves labios dándose un beso y el brillo iluminador de una sonrisa que trataba de levantar el ánimo a quien le miraba, inundaron la sala. Por muy enojada que estuviera, no podía evitar verse reflejada en su amado, después de todo, si sus propios planes no se hubieran cumplido hasta el momento, ella tal vez estuviera en la misma posición que él, tratando de dejar la vida, con tal de abandonar todo sufrimiento. 

 

  La oscuridad del lugar fue invadida por las luces de las autoridades y poco después, se escuchó

el sonido de alguien tocando a la puerta.

 

  Tanto Rebeka como Omar levantaron sus cabezas ante el sonido y se miraron el uno al otro entre las luces que iban y venían.  

 

  —Creo que es el momento —dijo ella, apenas tragó en seco, con tal de controlar el susto que tenía en su estómago. 

 

  El interior de la sala se iluminaba con luces rojas y azules que parpadeaban, los dos se levantaron en dirección a la puerta principal. 

 

  —Amor, toma la nota. Si son las autoridades, diles la verdad. No mientas por mí, no lo merezco… —dijo Omar, mientras la acompañaba a la puerta, previendo que se los llevarían a los dos al mismo tiempo. 

 

Sin pensarlo dos veces y antes de abrir la puerta, Rebeka se metió el papel en la boca y después de masticarlo varias veces se lo tragó, dejando a Omar perplejo en el acto.

 

  Antes que Omar pudiera reclamarle, abrió la puerta y con sus ojos observó en dirección a los uniformados que estaban de pie. Un hombre subido en años, grande y aunque viejo, aún conservaba las características de un cuerpo disciplinado. La mujer era de estatura mediana, escondía su rostro con la gorra que cargaba y llevaba sus manos en la espalda como para que no le incomodaran. 

 

  —Rebeka… —dijo quien se paraba de primero, enseñando una insignia autoritaria en su pecho—. Debes acompañarnos a la estación. 

 

 Tan pronto Omar quiso seguir avanzando, fue detenido por la segunda persona, quien tenía una constitución femenina, no muy bien resaltada por su uniforme. 

 

  —Las órdenes son con ella. Por favor, contribuya al desenvolvimiento favorable de este proceso. Espere dentro de la casa y no interfiera con las autoridades.

 

—Amor, haz lo que te dicen. No te preocupes por mí… 

 

  Rebeka vio cómo Omar levantó su mirada y apretó los dientes, porque el hombre viejo le estaba retando con la mirada. 

 

   Resignándose a la separación que indicaba la despedida, Omar siguió avanzando y con esto provocó la agresividad prematura en el comportamiento de la oficial femenina, quien reaccionó y puso su mano sobre uno de los dispositivos que cargaba en su cinturón. Sin embargo, el sujeto mayor siguió observándola, sin tener razón para actuar o reaccionar, pero evidentemente buscando una.

 

  —¡Omar! —dijo Rebeka, con tono bien enojado.

 

Luego de mencionar su nombre como un regaño, el chico dejó de desafiar al oficial y retrocedió, mientras miraba a su amada. Si él hubiera tenido orejas de perro, en ese momento las hubiera bajado como un cachorro triste, que pretendía hacer caso y no seguir causando problemas.

 

Tras dejar salir una bocanada de aire en señal de alivio, la oficial relajó su postura y dejó de andar a la defensiva, para mostrar el camino a la patrulla que estaba afuera. El sujeto se dio media vuelta y procedió a avanzar.    

 

  «Exactamente, las cuatro de la madrugada y aún estoy sentada en una sala de interrogación. Más de siete horas sentada aquí, sin dormir, comer o ir al baño… ¿En verdad es necesario?», se dijo Rebeka, mientras miraba a los alrededores.

 

   Ya estaba cansada de mirarse en el espejo que tenían enfrente de la mesa. El enorme cristal que lo reflejaba todo, debía tener algún otro propósito que el de hacer ver a la habitación de paredes blancas más grande de lo que en verdad era. Después de todo, era una sala de interrogación.

 

   «Un nuevo día parece que será menos productivo que el anterior. Estos sujetos en verdad se están tomando su tiempo, seguro me miran detrás del espejo».

 

   Cansada de seguir esperando, Rebeka decidió hablar en voz alta:

 

  —¿Saben? Ayer no tuve un lindo día y ya estoy comenzando a tener hambre, sueño, deseos de ir al baño y frío. Esto es inhumano, les parece si comenzamos con esto…  

 

  Del otro lado del espejo se escuchó un estrepitoso sonido, como el que hacía alguien cuando tiraba de una puerta. Acto seguido, el cristal se volvió totalmente claro, tan claro que podía compararse con el aire, cosa que no vemos, pero bien sabemos que está ahí.

 

  Tan pronto el hombre tomó asiento, la puerta detrás de él se volvió a abrir para hacer ver a una mujer, quien, al contrario del uniformado, parecía estar de buen humor por comenzar la jornada, a pesar de la gran cantidad de papeles que tenía entre sus manos. 

 

  Rebeka notó que la uniformada constantemente agachaba su cabeza para arreglarse los lentes, que caminaba con cuidado de no caerse, porque los tacones le molestaban y que también cuidaba, por todos los medios, de no provocar la furia del sujeto al que acompañaba.

 

  La uniformada se sentó en frente de Rebeka, al otro lado del vidrio y tan pronto arregló los papeles que traía en sus manos, levantó la mirada para preguntar de forma educada: 

 

  —Señorita Rebeka, ¿acaso sabe por qué ha sido citada a esta interrogación? 

   

  —No…  —dijo Rebeka e hizo una pausa. 

 

  Apenas Rebeka respondió, el oficial con sus dos manos golpeó la mesa y miró con desprecio a los ojos de la interrogada para gritar:

 

  —Mentira… ¡Mentirles a las autoridades es un delito y se paga con la cárcel!

 

  Un sujeto que al principio se había mostrado tan frío y calculador mientras provoca el comportamiento de Omar, no tenía sentido que ahora se alterara de semejante manera, a no ser que quisiera presionarla psicológicamente.

 

   Rebeka aguantó la respiración, miró el comportamiento del sujeto, quien evidentemente tenía razón para justificar sus palabras. La pared que les separaba tal vez no le dejaba ver hacia el otro lado, pero no era igual desde el punto de vista de los uniformados, ya que ellos podían ver más información como si fuera una pantalla. Ella no había dicho mentiras, pero al tener una idea de cuál podía ser la razón y decir que no, provocó la reacción del uniformado, quien, con su brusco sonido, hizo que hasta la mujer que estaba sentada a su lado saltara de su asiento. 

 

   «Esta violencia no la esperaba», se dijo Rebeka, sin evitar que sus lágrimas se le salieran. «Para aparentar ser fuerte ante personas que tienen el mando, es mejor dejar salir todo lo que guardo en mí. Y si ella saltó con el comportamiento de su compañero, eso significa que él en verdad está enojado».

 

 —… estoy segura. No estoy segura —continuó hablando en voz alta, como quien pretendía terminar una oración dejada a medias y aclarar el malentendido. 

 

   —Ahh, con que tienes más de una razón para estar en este lugar. ¿Acaso no vas a decir la verdad? No tengo tiempo para tus lágrimas —dijo el sujeto, moviendo su cuerpo hacia atrás y cruzándose de brazos. 

 

    Rebeka, le miró a los ojos, con la intención de confrontar a un hombre que evidentemente no estaba ahí para ayudarle. 

 

   —Existen dos razones por las que no estoy segura de estar aquí o no. Si es por lo que sucedió en el parque solo estábamos jugando…

 

    —Qué parque, ni qué ocho cuartos. Acaso esto te parece familiar…  —dijo el sujeto, como quien sabía lo que había sucedido en el parque y no le daba importancia, después de todo, no se habían llevado a Omar. No obstante, él arrojó sobre la mesa un teléfono destrozado.

 

   Tan pronto Rebeka vio el teléfono, hizo que su cara se cambiará, de tristeza a estar decepcionada. Para ella era el momento perfecto de enfrentarse a la sociedad, de mirar con desprecio a quien con desprecio le miraba. Después de todo, ese sujeto que estaba ahí era parte del sistema, alguien que para ella formaba parte de la clase más baja de alimañas que componían la sociedad. Alguien que disfrutaba la oportunidad de degradar, cazar y ejercer su poder sobre los demás.

 

   —No me siento segura contigo. No te quiero seguir viendo la cara… —dijo Rebeka al cruzarse de brazos y también hacer retroceder su cuerpo.

 

   —¿¡Qué!? —respondió él, su rostro parecía no entender la situación, ni tampoco lo que le decía la pantalla. Después de todo, él esperaba que ella se sintiera culpable al ver el teléfono, no que ella culpabilizara a quien lo estaba sacando.

 

   La uniformada, quien por todo este tiempo se había mantenido callada, decidió tomar la iniciativa y hablar:

 

 —Creo que deberías dejarnos solas. Los protocolos en este caso son diferentes…

 

  —¿Acaso crees que tienes la experiencia suficiente? Las máquinas se equivocan y claramente este es uno de esos casos. Debemos tomar la situación a la antigua —dijo el sujeto cuál si quisiera que Rebeka no le escuchara después de apartarse a una esquina con ella. 

   

   —Sí, pero las cosas son diferentes. Recuerda que mi trabajo aquí es como testigo para hacer de este interrogatorio una situación imparcial. Según el testimonio de la pantalla estuviste equivocado y ella ya no es una sospechosa de robo, sino que es una víctima y tu comportamiento no es el más indicado. Evidentemente, ella no seguirá hablando si no se siente segura… 

 

   Después de que el hombre se fuera a regañadientes, la uniformada se quedó sola con la interrogada. 

 

   —¿En dónde está mi mamá? —preguntó Rebeka, con preocupación.

  

  —Me temo informarle que su mamá se encuentra en el hospital, su condición es estable… Solo estará en observación por unos cuantos días —dijo ella, apenas se quitó los lentes para mirar a la interrogada a los ojos. Como si fuese su deber decir la verdad y no ocultar información.

  

    La noticia dejó devastada a Rebeka, miles de cosas le pasaban por la cabeza como motivo por el cual su madre podía estar teniendo un problema médico. Pero el hecho de saber que estaba estable le calmaba de cierta manera.

 

   —Te puedo dar el nombre del hospital, la dirección y la habitación en la que se encuentra, también puedo dejarte salir de aquí lo antes posible. Solo necesitó que seas fuerte y respondas a unas cuantas preguntas. Puedes responder con un “sí”, con un “no”, puedes guardar silencio y también puedes agregar un testimonio explicando el motivo. Quiero que sepas que ante nuestros ojos has dicho una mentira y eso ya te tiene en muy mala posición. ¿Entiendes?

 

   —Sí —respondió Rebeka, para tratar de despejar su mente con respecto al tema de su madre y pensar. «Parece que en verdad no puedo mentir. Pero, tal vez, pueda ocultar la verdad». 

 

  —Primera pregunta: ¿Reconoces este teléfono? 

 

  —Sí —respondió.

 

  —¿Por qué tú huella digital fue encontrada en él? 

 

  —Porque lo tome sin permiso y lo arroje a las vías del tren —respondió ella, para continuar pensando.  «Hasta ahora todo marchaba bien, las preguntas no son muy comprometedoras».   

  

 —¿Has tomado alguno de los otros teléfonos reportados como perdidos? 

 

 —No. 

  

 —¿Sabes en dónde están los otros teléfonos?

 

  —No. 

 

  —¿Has robado algún otro teléfono en los últimos cinco años? 

  

  —No. 

  

  —La siguiente pregunta deberás de responderla con un testimonio. ¿Cuál fue la razón por la cual tomaste y destruiste propiedad ajena sin permiso?

 

   —Porque me enoje mucho…

  

   —Perfecto. Quieres agregar algo.

  

  —Sí, tomaron fotos debajo de mi falda con la cámara de ese teléfono.

 

  —¿Algo más que quieras agregar? —preguntó la uniformada, haciéndose hacia adelante sobre su puesto y prestando atención a las palabras de quien hablaba sin decir mentiras.

  

  —No —dijo Rebeka.

 

   —Rebeka, tu testimonio por el cual hiciste procesión de propiedad ajena y la destruiste es válido, pero no puede ser verificado por nuestro sistema. Se necesitará una ayuda externa para el proceso de verificación. Si en la verificación se demuestra lo contrario, señorita, me temo decirle que usted podría ir directo a la cárcel por hacer que las autoridades invadan la privacidad de un individuo destacado de la sociedad y por difamar la reputación del propietario del teléfono. ¿Segura que quiere sostener ese testimonio?

 

   —Sí —respondió Rebeka sabiendo que, como mismo lo era un arma, un teléfono o cualquier otro dispositivo que fuera dejado desatendido, recae absolutamente como responsabilidad del propietario en caso de ser usado con malos fines. 

 

   La uniformada se miraba intrigada ante las palabras de Rebeka, a ese punto, usualmente las personas no se retenían a declarar semejante acusación.

 

—Para terminar el caso y levantar la sesión. Pido acceso a las fotos de este teléfono en nombre de la cuestionada con la premisa de verificar si existen imágenes indecentes de la misma… —dijo la uniformada en dirección al cristal. 

  

   De la pared invisible a la cual Rebeka miraba, se hicieron aparecer numerosas imágenes proyectadas y una barra que abría más y más fotos que se habían pedido. De los cientos de miles de imágenes de mujeres y hombres desnudos, teniendo sexo explícito, posando para la cámara, exhibiendo, tocando y hasta maltratando sus genitales, salieron las últimas fotos que, comparadas al resto, eran bien inocentes. Pero en efecto, en primera plana se posicionaron y las últimas imágenes tomadas, pertenecían a la vista de abajo de la falda de Rebeka. En la esquina de la pantalla, el tiempo y la localización aparecieron, cosa que validaron haber sido tomadas de ella.

 

   —¿Quieres levantar cargos contra el propietario del teléfono? —preguntó la uniformada, quien tragó en seco y trató de ignorar los horrores pornográficos que había visto.

 

  Regresando al momento, Rebeka hizo una pausa ante la sugerencia, después de todo, dichas fotos habían sido enviadas a un número de teléfono en particular. El número de su amado, si ella levantaba cargos al respecto, la situación escalaría con el encarcelamiento de todos los propietarios de teléfonos y la pena de muerte de Omar por haber robado tantas veces. 

 

  —Solo si la investigación en mi contra continúa —respondió Rebeka—. Ahora, quiero saber el lugar en donde se encuentra mi madre. 

 

  —¿Acaso no quieres que se haga justicia? —preguntó la uniformada evidentemente poniendo sus sentimientos personales en la escena. 

 

  —¿Justicia? Primero mírate a ti y a tu compañero. Cuando ahí afuera existen verdaderos criminales, asesinos, delincuentes y ladrones, están aquí… tratando de aplicar la máxima ley a alguien como yo, por un teléfono desaparecido y roto. No quiero que se entretengan en casos insignificantes como este si primeramente pueden investigar otras cosas. 

 

  La uniformada respiró hondo y guardó silencio. Sin decir más, apuntó la dirección en un papel y tras esperar a que en medio de la pared de cristal se abriera una rendija cuadrada, la pasó para que Rebeka pudiera obtenerla.

 

  —Siento que sea tan tarde en la madrugada, que no pudieras dormir y que el sistema sea tan injusto y burocrático como lo es, pero con tus notas y aptitud, puedes perfectamente aplicar y convertirte en lo que soy, con tal de hacer una diferencia —dijo la uniformada, un tanto apenada por la situación que evidentemente su compañero había ocasionado.

 

  —Oponerme al sistema y después terminar irremediablemente perteneciendo a él —comentó Rebeka—. No te preocupes, es lo que viene incluido en el paquete de ser la hija de un criminal y alguien que no se puede defender. A veces, pienso que esta sociedad no quiere que sea diferente a mi padre. 

 

Tras tomar la nota de papel, Rebeka se levantó de la silla y recogió sus cosas, para proceder a tomar el camino indicado por las luces verdes colocadas sobre las puertas.