Chapter 6
¡Ciento sesenta y dos mil fotos!
«¡Ciento sesenta y dos mil fotos!» se alarmó, tan pronto abrió el icono de la galería y vio en la esquina superior derecha el número que representaban la cantidad de imágenes guardadas. «En verdad tengo mucho que chequear. Supongo que podré echarle un vistazo a todo antes del primer recreo de la mañana, cuando venga el profesor hasta mi mesa para demandar por algún favor o cualquier cosa que se le ocurra».
Preparándose para la ocasión en la cual el profesor se aproximaría hasta su puesto, Rebeka puso el teléfono desbloqueado en medio de lo que era una trinchera de libros y libretas. Entonces, de forma totalmente discreta, comenzó a balancear su dedo índice de un lado a otro de la pantalla. Al mismo tiempo que disimulaba con su lápiz estar tomando notas, aunque el profesor pretendiera acercarse, ella mantendría su posición a cubierto y no podría ser señalada de estar haciendo algo indebido.
«Mmm, a primera vista todas pertenecen a sitios que conozco, pero que se repiten en diferentes ángulos y con otras personas. Están incluso alineadas cronológicamente en un bucle rutinario, la primera fue tomada hace seis años. La parada del bus, la biblioteca, el centro comercial, una vieja escuela a la que solía ir, la formación de los estudiantes de primaria, el parque, mi casa…».
Rebeka pestañeó dos veces seguidas y se acomodó sobre el asiento.
«¿¡Mi casa!? Raro, muy raro. Déjame dejar mi libido y morbo sexual por un segundo, no buscar más por carne y chequear nuevamente, regresar a la primera foto… y abrirla».
En el teléfono, las fotos aparecían organizadas en filas de siete e infinitas columnas cuya pantalla tan solo podía mostrar trece celdas, claro que no se podía distinguir el contenido interno de cada foto. Solo se podían ver los exteriores, y colores sólidos con alguna que otra silueta. Cuando Rebeka ya quería quitarse las sospechas y aunque solo tenía que presionar la imagen y acercar, se le ocurrió que sería mejor no proceder, pero ¿debía de verdad detenerse? A pesar de la obviedad de la pregunta, ella no pudo contener sus impulsos.
«El parque… al fondo», tras tocar la primera foto, se acercó tanto como pudo para ver mejor a la niña que se sentaba al lado de los arbustos «¡Estoy yo! Hace diez años… Si mal no recuerdo, ese fue el primer día que nos conocimos… Cuando mi padre fue tomado bajo custodia por las autoridades».
Tras levantar la mirada, Rebeka se cercioró que nadie la mirara y regresó a plantar sus ojos en la pantalla del teléfono. Aunque pretendiera estar calmada, de nuevo llegó el punto en el que su mente volvió a sobrecargarse de información. Tantos pensamientos le vinieron a la cabeza que apenas podía seguir actuando normal.
El profesor hace preguntas a los estudiantes para confirmar si entendían. Mientras que los cuestionados confirmaban y escribían durante el transcurso de la clase el tiempo en el reloj fue pasando.
La pantalla del teléfono se oscureció, era momento en el que casi se iba a apagar y Rebeka debía de tomar una decisión, porque dentro de unos pocos minutos sería la hora del recreo, el momento en el que sonaría el timbre, pero ella se mantuvo pensando en el pasado.
«Cuando me levanté por la mañana, en ese día», pensó, distante y perdida en el presente. «Unos señores uniformados llegaron a mi casa y le sugirieron a mi madre que me dejara salir a jugar. Yo sabía que algo no estaba bien cuando me dieron permiso para que me fuera por mi cuenta. Como no sabía a dónde ir, caminé tanto como pude hasta llegar a un parque que llamó mi atención, ahí lo encontré al él. Omar era un desastre, lleno de mugre y heridas, pero jugamos por un tiempo, hasta que llegó el atardecer y su madre vino a recogerle».
«Me quedé sola, sentada, jugando con la tierra. Ese debió ser el momento en el que me tomaron esta foto. Recuerdo no moverme del lugar hasta que se hizo de noche y sentí los pasos de alguien. Estaba asustada y esperanzada a la vez, creí que eran mis padres los que me venían a recogerme, o que tal vez sería un extraño, pero fue él quien nuevamente regresó».
—Mmm, esto… —me dijo él como quien quería ayudar—. Alguien llama a una niña perdida. Tal vez esté equivocado, pero luces pérdida.
«Con semejante noticia, con mucha ilusión me levanté tan rápido como pude, en verdad no sabía a dónde ir. Él me llevó de vuelta a mi casa mientras sostenía mi mano con fuerza. Ahora recuerdo… él siempre se ha descrito a sí mismo como una persona olvidadiza, esa es la razón por la cual siempre le toma foto a todo lo que considera importante… Nostálgico momento del pasado, retratado en una foto, guardado en la galería del teléfono del chico al que tanto quiero. Lo mejor es que aún me queda una larga fila por seguir revisando, pero no es lo mismo con el tiempo, debo apurarme».
Metafóricamente, corriendo contra el reloj de la pared, Rebeka con su dedo, de manera activa, recorrió la galería, viendo en las fotos numerosos paisajes, animales, el cielo, árboles, notas, a Omar con sus amistades y a ella en el fondo.
«Cada vez observo con más frecuencia fotos mías», se dijo, al ver las primeras veintitrés mil fotos. «Tienen un mejor ángulo de enfoque, debo admitir. Diría que es más como un pequeño chico tímido con miedo a ser descubierto, pero que en cada intento se arriesga y atreve a más».
Rebeka se acomodó los cabellos, levantó la mirada y vio el reloj. El ambiente estaba tranquilo, el profesor revisaba algún papel y los estudiantes resolvían los ejercicios de práctica.
«Jo… el niño tímido tiene agallas. Esto definitivamente fue por la mañana, mientras caminaba por la parada, son fotos que capturaban el paisaje debajo de mi falda», continúo un poco más, después de las cincuenta mil fotos. «Debo de admitir que el primer año de secundaria mi ropa interior era bastante aburrida y poco sexy, pantaloncillos cortos, pero… ¿Es que acaso él no guarda fotos de sí mismo? Ya he recorrido más de la mitad y no he visto ninguna, Aww, por ahora me conformaría con una de él, frente al espejo de su baño, enseñando todo su cuerpo o de lado… Mmm, tengo que controlarme, he estado lubricando más tiempo del normal, no quiero tener que llegar a cambiarme la ropa interior. En caso que tuviera que hacerlo, no traigo otra prenda, tampoco pasé por el baño por la mañana. Usualmente suelo poner un poco de papel sobre mi ropa interior para retener fluidos, pero hoy no es el caso…»
«Ahora que lo pienso mejor, tampoco tengo fotos mías desnuda en mi propio teléfono. ¿Tal vez exista algo en común?», tras detener su dedo cuando estaba cerca de las cien mil fotos, Rebeka disimuló y subió su cabeza para mirar en dirección a la pizarra.
El profesor estaba copiando la tarea, cosa que no le apresuraba mucho puesto que casi siempre le tomaba foto para ahorrarse el tener que escribir.
«Si lo pienso bien, no tengo motivos para tener fotos de mí misma. ¿De qué serviría tener el cuerpo que veo todos los días guardado en mi galería? A no ser que pretendiera enviar esas fotos a alguien que las apreciara… o por curiosidad de ver un punto de vista diferente de mí, pero luego termino eliminándolas. Si él se escribiera con otra, debería tener fotos personales ¿no?».
«Oh, interesante… más fotos de mis bragas, estas son más recientes. No me veo nada mal vistiéndolas. Los encajes a los lados hacen resaltar los cachetes de mis nalgas. También tiene muchas más fotos de mí, haciendo diferentes actividades físicas, en varias posiciones y mientras camino, pero en todas aparezco de espalda, con mis cabellos recogidos, cargando mi cartera, libros o mochila».
Una vez llegado al tope de las ciento sesenta mil fotos, el dedo de Rebeka no pudo seguir subiendo.
«¿Ya? ¿¡Este es el final!?», pensó. «Ufff… qué aburrido. Lindo que tenga tantas fotos mías, pero aburrido… no haber visto sus atributos de hombre unas cuantas veces. Bueno, qué se le va a hacer, de la galería pasamos para los mensajes, aún me da tiempo, creo… Seguro que esta área es más interesante».
Tan pronto presionó el ícono azul que tenía una carta blanca en el medio, Rebeka se quedó petrificada mientras que sus pupilas se movían de un lado a otro sobre la pantalla del teléfono ajeno.
«Muchos números desconocidos», pensó. «Todos enviándole fotos, ningún mensaje de texto. ¿Acaso estuve equivocada y si tiene otra? Déjame ver el más reciente».
Rebeka seleccionó el mensaje más reciente, para ver un cuadro vacío que necesitaba ser descargado para poder abrirse. Confundida, repitió el movimiento de su dedo y terminó leyendo el siguiente mensaje en vez de ver lo que quería ver:
[Para poder cargar el archivo, deberá de descargar el contenido. ¿Deseas descargar la imagen?]
Rebeka dio a aceptar.
[No se puede descargar. Espacio insuficiente. Vacíe la memoria, antes de continuar.]
«Interesante», pensó. «Déjame ver qué puedo borrar… como todas estas imágenes de debajo de mi falda no fueron consentidas, esas serán las primeras».
Entonces, como si de su propio teléfono se tratara, se dirigió a la galería y con naturalidad selecciono toda la primera fila de imágenes y sin titubear, presiono el botón que decía [Eliminar] unas cuantas veces, para regresar al buzón de mensajes electrónicos.
«¡Aww!», gritó en su interior. «¡Maldito teléfono, no me queda mucho para arrojarte contra la pared! ¡Ya van más de 1500 imágenes borradas y aún me sigues diciendo “espacio insuficiente”!».
De regreso a la galería, Rebeka seleccionó al azar otras cien fotos y dio en el botón [Eliminar].
«Finalmente» dijo más aliviada, al ver resultados. Decidió no esperar para satisfacer su curiosidad, pues el reloj seguía contando los segundos. «Aww, pude descargar una. Déjame ver… Mmm, fotos mías, de esta mañana. Ahora todo tiene una mejor explicación, pero por qué tiene tantos números anónimos que le mandan fotos mías. Ahora que recuerdo, cuando estaba en el interior del tren, escuché a un señor preguntando por el teléfono que se le había perdido».
Rebeka necesitó recordar unas cuantas pistas para poder deducir lo que era necesario en esta situación:
«Déjame buscar en internet al respecto». Saco su teléfono y tras poner algunas palabras en la barra de búsqueda, pudo llegar a la sección de noticias más recientes. «Cuarenta y dos casos de teléfonos perdidos o posiblemente robados. Sí, definitivamente es la estación que usamos para tomar el tren por la mañana. Oh, mi amado, te estás enredando una soga en el cuello, las autoridades ya tienen abierta una investigación y todo…».
Profesor:
—¿Alguna pregunta con respecto a la clase de hoy o a la tarea?
Luego de mirar el reloj sobre la pizarra, Rebeka pudo notar como la hora del recreo había llegado:
«El tiempo puede pasar rápido en la escuela también, todo lo que se necesita es estar entretenida. ¿Quién lo diría?», se quejó, al mismo tiempo que escondía y acomodaba lo que le quedaba sobre la mesa.
Ante la pregunta arrojada por el profesor, los alumnos se negaron a decir que sí, pues todos desesperaban por entrar el recreo y responder lo contrario, traería como consecuencia, extender la clase.
El profesor miró hacia el último puesto y continuó hablando —De lo contrario pregúntenle a Rebeka. Por supuesto, en la siguiente clase tienen una prueba sorpresa de todo el contenido que dimos hoy, el grado afectará sus notas finales en un cuarenta y cinco por ciento —.
«Sí, el profesor Bob puede ser viejo y gordo, pero no tonto», se dijo Rebeka, manteniendo una mirada calmada. «Durante la clase te percataste que yo me había pasado el tiempo casi sin mirar a la pizarra o preguntar, como es usual en mí. Claro, si quieres darme trabajo, tengo que hacerte pasar trabajo. Que no se acercara a mí tenía un objetivo. Dejar que me confiara ¿no es así? Te imaginaste que tal vez estaba cansada o dibujaba como otros, pero no te importó. Tampoco es que puedas echarme de la escuela por no atender o no saber cómo responder alguno de los ejercicios. Prefieres hacer esto».
¿Por qué Rebeka había sido el objetivo de este profesor y de tantos otros, así como del director? ¿Por qué cuándo cometía un error, se le imponía el mayor de los castigos disfrazados como trabajo? a pesar de todo lo que trabajaba y se esforzaba al máximo ¿No sería suficiente con llamarle la atención por no atender? ¿Tenía el profesor que poner el peso de todos los estudiantes de la clase sobre un asunto tan delicado como las notas finales? ¿Para qué hacerle ver a todos sus compañeros de clase que ella tenía que cargar con todas las culpas y responsabilidades de sus calificaciones?
«No. Todo lo que a ese profesor le importa es hacer que me rinda, que no quiera regresar a la escuela. No quiere verle el rostro a la hija de un asesino. Pero, así como todos se reían a espaldas de Omar, quisiera ver si ese viejo tiene las agallas para tratarme como lo hace, si mi padre estuviera aquí».
A Rebeka la irritación le corría por las venas y más al ver que los ojos de todos los que estaban en la clase le miraban.
Con la intención de crear su camino de salida ante la situación que había creado, el profesor dio un fuerte golpe contra su escritorio con la intención de organizar los papeles que había recogido y acto seguido, sin siquiera levantar la mirada, procedió a marcharse por la puerta.
—Podrán encontrarme en la biblioteca al final del día —dijo Rebeka, con su mejor rostro de seguridad, pretendiendo no estar al borde de la rabia y desesperación.
Con el timbre sonando en ese mismo momento, los estudiantes decidieron disfrutar lo que tanto habían estado esperando antes que la siguiente clase comenzará y no pudieran merendar. Todos menos uno, Omar.
«Bueno», pensó Rebeka, regresando a su estado de buen humor. «Algo interesante está por darse lugar. Tú que estuviste nervioso durante toda la clase, ahora buscas la manera de acercarte. Por más que lo intentes, no me podrás decepcionar, mi adorado Omar».
—Omar, acompáñanos a la cafetería, no sería lo mismo sin ti —Lizandra habló en el camino de salida, mientras arrojó una mirada a Rebeka.
«La regalada, falsa, traicionera víbora es capaz de hablar…», pensó Rebeka, a punto de arrojarse sobre ella y halarle los pelos. «Seguro se dio cuenta de que él me está prestando mucha más atención de lo usual. Qué pena me da tu caso, pero él es mío, su corazón está entre mis manos desde hoy, sucia, envidiosa, celosa y arrogante, que por más que intentes no puedes mantener la boca cerrada, ni quitarme lo que me pertenece…».
Omar, pasándose la mano por la cabeza, bien pensativo, agregó:
—Ah, jaja… Tengo que hablar con Rebeka y no puedo esperar hasta el fin del día. Tuve muchas dudas en el tema de la clase.
Miguel, tomando la iniciativa, se arrojó a la situación:
—No se preocupen chicas, me tienen a mí… hoy pago el desayuno de ustedes, si lo quieren.
Las chicas:
—Qué caballeroso, bien, apurémonos antes que comience el siguiente turno.
En un aula que fue literalmente abandonada por los estudiantes como si estuviera incendiada, quedaron tan solo dos. Rebeka limpiaba la pizarra y Omar, quien aún estaba sentado. Ella intentaba imaginarse las maneras con las cuales podría seguir apoderándose del corazón del chico salvaje y descuidado que tenía atrás. Tampoco era que pudiera dejar de preguntarse si existía alguien más que estuviera pasando por lo mismo y qué hizo esa persona. Él buscaba la manera de ser perdonado y no caer al interior del agujero del rechazo.
El tiempo libre se acababa. De un momento a otro ella escuchó como Omar se le acercaba por detrás y como cruda respuesta a este acercamiento, mantuvo su espalda recta y aumentó la fuerza con la cual usaba el borrador, hasta que se decidió a susurrar las siguientes palabras:
—¿Qué quieres… mentiroso?
Rebeka mantuvo un tono de voz y timbre que podía congelar el aire a su alrededor, aunque no fue suficiente, pues ella volteó su rostro, pretendiendo estar indignada, al mismo tiempo que cerró los ojos y levantó la quijada.
—No soy alguien que diría mentiras… —dijo Omar, mientras tomaba asiento frente a ella, agachando su cabeza y con voz ronca, le manifestó: — Por favor Rebeka. No seas mala, tan solo fue una verdad a medias. Dentro de ese teléfono se encuentra en juego la opinión que tú podrías tener sobre mí. Tengo que proteger esa opinión y también protegerte a ti.
Más como un reto, con la curiosidad de saber si tenía la fuerza y el control que de verdad creía tener, Rebeka se detuvo para colocar él teléfono de Omar sobre la mesa en la que se había sentado, para mirarle a los ojos y preguntarle:
—¿Mi opinión sobre ti? Pruébame. ¿Cuál es la contraseña?
Ante las palabras de la embravecida chica cruzada de manos, Omar no respondió, solo tomó el teléfono, como un gato que tenía miedo y que estiraba su garra esperando ser golpeado por su dueño. Ya con su teléfono en la mano ingresó la contraseña y lo colocó de vuelta sobre la mesa como si con su rostro hubiese dicho, que sea lo que dios quiera.
—La contraseña larga es tú nombre, más la fecha de tú cumpleaños. La corta es “BK”. No estoy orgulloso de que dentro, en la galería, tenga fotos de tus bragas… las he estado tomando a escondidas.
—¿Eres quien deja cartas y mensajes en mi casillero? —preguntó Rebeka, sin cambiar en lo absoluto las expresiones de su rostro.
—Si, soy yo, también dibujos y poemas…
—Los dibujos no tienen color, los poemas están llenos de faltas de ortografía y las cartas siempre están estrujadas. Para la sociedad no existe valor en nada de lo que has hecho, ¿lo sabes?
—Es cobarde, lo admito…— dijo Omar, rompiendo las expresiones de su rostro al saber la opinión que Rebeka tenía sobre lo que él había hecho hasta el momento — Fue así como pude encontrar una vía para calmar esto que siento por ti, aunque sea una horrenda persona y no sea digno de ti… cuando pones ese rostro, me das miedo.
—¿Qué no eres digno? ¿A qué te refieres? —Tras ignorar que le daba miedo al chico que más miedo daba en toda la escuela, Rebeka preguntó con frialdad mientras tomaba el teléfono en su mano, abrió la aplicación de llamar y marcó algunos números.
—Por lo que sufres, cada día, segundo y momento… es culpa de mi familia… y por asociación, soy igual de responsable… no creo que sea justo, no lo creo…
Tan pronto Rebeka escuchó semejante razonamiento, dejó de hacer lo que estaba haciendo. No lo podía entender, tampoco era que sus conocimientos fueran los suficientes como para formular una respuesta o reaccionar de la manera más correcta ante esas palabras. Ella entendía que por ahora debía respirar tan hondo como pudiera, dejar ir, junto al aire que exhaló, cualquier problema o inconformidad que tuviera.
«Esto es lo mejor. Por mi bien emocional, sé que es mejor no indagar en el asunto, aunque me rehusó a creer que su respuesta esté bien justificada. Yo estoy feliz, no quiero que mi felicidad vaya en picada por asuntos del pasado cuando tenemos que vivir el presente», se dijo, indiferente a las razones que Omar había dicho.
Rebeka presionó el botón de llamar, había marcado el número de su teléfono, así que esperó hasta que sonara.
Omar, en cambio, estaba esperando escuchar numerosas réplicas, reprimendas y hasta la expulsión de la escuela por comportamiento indecente y acoso. Sin embargo, se mostró tan impresionado, que abrió sus ojos como platos, para acto seguido pasar a limpiar el sudor de su frente.
—Dejarás el sentido de culpa, así como yo, cuando entiendas que lo que sucedió, aunque no fue como hubiera querido, sucedió porque así era debido —dijo, para pensar, mientras que Omar trataba de entender.
«Tal vez me estoy dejando llevar mucho por mi actuación de chica enojada. Bueno, no puedo negar que estoy disfrutando del placer de dejarlo así, hacerle subir y bajar en una montaña rusa de emociones, como él me hace a mí. Pudiera dejarlo así hasta por la noche. Mi silencio en verdad es inquietante, pero quiero hacerle sentir más, aún más… estrellar una bomba nuclear en su mente».
Rebeka, aun con su actitud de hielo, apagó el teléfono de Omar y se lo guardó de vuelta en el sujetador para luego ir en dirección a su puesto y tomar el resto de sus cosas. En el proceso, con su mano derecha, se quitó las bragas humedecidas que ya se empezaban a sentir incómodas y, con suma naturalidad y frialdad, se las entregó junto con lo que tenía en la otra mano mientras pensaba:
«No creí que tenerle tan cerca y tan sumiso me pondría de esta manera».
Omar recibió ambos objetos con una sola mano, se veía tan tenso que seguro no había respirado por un buen rato. El teléfono de la chica que estaba acosando seguro tenía mucha información jugosa en el interior, pero más jugoso se veía la ropa interior de ella.
—Por ahora, no tenemos nada más de que hablar —dijo Rebeka, haciendo que Omar volviera a respirar—. Espera mi llamada en la noche… mi teléfono no tiene contraseña.
Rebeka hizo una pausa y se dijo para sus adentros: «Si se lo digo en un tono más amenazante se va a sentir menos tenso. Un tono que corresponda a la gravedad del crimen efectuado es el perfecto». Claro, no podía decir sus pensamientos de modo que Omar pudiera escucharlos, pero si continuó en voz alta:
—Más te vale contestar— dijo con voz de estar segura de sí misma, para continuar —Tengo las pruebas necesarias para entregarte a la policía como el ladrón de teléfonos. Tú padre y las autoridades no estarán nada felices con la noticia…
Poniendo una pausa a las palabras que soltaba de manera arrogante de su boca, Rebeka observó al reloj sobre la pizarra. «Debo ir a mi casillero para buscar los libros de la siguiente materia».
—Adiós, Omar —dijo, luego de darse la vuelta de manera seductora, cosa que hizo que su saya - falda - se levantara—. Una cosa más te tengo que decir, y que quede bien claro: te prohíbo robar otro teléfono para tomarme fotos a escondidas. Aprende a disfrutar del momento y deja de vivir dentro de tu galería.
Rebeka, caminó por los pasillos, organizó las clases y hacía lo que usualmente hacía, lo que le permitió pasar el resto del día con mucha más frescura de lo normal. «Podría acostumbrarme a hacer mis actividades de rutina sin bragas», pensó, poniendo particular atención en las personas que le devolvían la mirada.
«¿Cómo actuarían las personas a mi alrededor si supieran que no tengo bragas?», se preguntó. «Hoy en día aún no podemos andar con los pechos al aire en lugares públicos. Pero no es que se especifique que esta situación en la que ando sea ilegal del todo».
«Bueno, ya casi es el final del día, tiempo para que yo termine con mi jornada», pensó. «Ah, no… aún tengo que ir a la biblioteca por si alguien se presenta para consultar sobre la primera clase».
—Muy buenas tardes, señorita Rebeka —una amable anciana vestida de forma elegante interrumpió los pensamientos de la muchacha que iba casi camino a salida de la escuela.
Rebeka se volteó y tras saludar continuo:
—¿Acaso el profesor de matemáticas se tomó el trabajo de solicitar sus servicios para asegurarse que cumpla con mis deberes extraescolares?
—No —respondió la anciana—, es mucho peor, al menos para ti. El profesor de matemáticas se dirigió al director y pidió tomar el lugar de supervisión bibliotecaria. Apenas escuché la noticia, no supe cómo responder, pues especificó que desea encargarse personalmente de supervisar tus servicios como tutora, porque no puede tomar el riesgo que alguien suspenda su prueba y empeore su reputación. Que, “el rey de los cielos” tenga misericordia de ti y llene de bondad el corazón de quienes estén a tu alrededor.
Luego de ver marchar a la bibliotecaria, Rebeka respiró tan hondo como sus pulmones se lo permitieron antes de dirigirse a la biblioteca.
—Maldito sea “El rey de los cielos”. ¿Qué dios hace algo por alguien? —resopló malhumorada.
—¿Acaso te sientes mal? —preguntó el profesor, tan pronto alzó la mirada desde su escritorio y pudo darse cuenta de que esa, a quien estaba esperando, recién abría la puerta para entrar en la biblioteca.
Claro, Rebeka actuó como si aquel individuo que tan mal le caía, no estuviera y pasó a sentarse en la silla de tutorías dentro de una biblioteca tan grande como vacía.
—Te he notado algo distraída durante mi clase. Inaceptable ¡cómo no iba a castigarte por semejante insulto! Después de todo, es trabajo de un profesor corregir la cabeza de una estudiante que no hace más que incumplir con sus deberes. Me decepciona que la presidenta no dé el ejemplo.