Chapter 18
Eres un sucio
Con una sonrisa de oreja a oreja y una oferta que no podía negarse a rechazar, Omar olvidó el hambre que literalmente le había despertado y bajó las escaleras para meter su cara justo entre las piernas de su amada.
Con Omar haciéndole un oral, Rebeka volvió a tomar la laptop que había arrojado a un lado y presionó el botón de “subir video”. Ella no lo estaba pensando con tanta claridad y aunque la culpa y el arrepentimiento fueran inmensos, al punto de aplastarle por las consecuencias de sus actos, estaba dispuesta a engrandecer el egoísmo que tenía adentro. Quería sentirse orgullosa de su cuerpo, no dejar que nada ni nadie la afecte o defina, por la manera en la que piensen de ella.
Posteriormente, Rebeka se despertó del sueño tan profundo que había logrado conciliar sobre el sofá de la sala de su casa. Después de permanecer despierta por treinta y seis horas, no era de extrañar que dormir se sintiera similar a perder el conocimiento.
«¡¡¡Ahh!!!» dijo Rebeka, mientras se estiraba tanto como podía, sobre el sofá en el que estaba acurrucada junto a su novio. «Qué mañana más magnífica. Tal vez es porque estoy enamorada, pero no puedo evitar amar y hacer todas las cosas que normalmente hago si estoy junto a él. Amarnos, dormir, despertar, volver a amarnos… todo sin ropa… y… sin que importe el hambre».
Tras rascar sus ojos con las manos cerradas, se retiró los cabellos y observó a su novio, quien también comenzaba a despertarse.
Omar no se hubiese despertado mucho más tarde tampoco. Aunque si le molestaron los movimientos de estiramiento de su amada, él era quien más tiempo de sueño había tenido para sentirse repuesto y descansado. Sin embargo, intentó cubrirse el rostro y acomodarse para seguir durmiendo, si no fuera porque su amada lo despertó plantándole una lluvia de besos, hubiera podido continuar invernando hasta la noche.
«Con él, la intensidad de los colores a mi alrededor se amplifica. Todo se siente aún más maravilloso y cálido con él a mi lado. ¡Qué feliz estoy! ¡¡Más besos para ti!!».
—¡Buenos días, bebé! —dijo Omar, quien no demoró en rectificar su postura en la cama y responder a los besos que le daba su amada—. O ¿buenas tardes?
«Es el segundo día que despertamos juntos, pero siento aún más curiosidad de observarle, disfrutarle y sentirle a mi lado», pensó Rebeka, quien no se demoró en decir:
—Remolón, vamos a darnos un baño y comenzar lo que nos queda de día. Si seguimos acostados nos van a salir raíces…
Luego de conocer el secreto más fundamental para hacer a una mujer feliz, Omar respiró tan profundo como pudo y dijo la palabra mágica “sí”, como si estuviera ignorando todo el cansancio que aún le queda, el hambre que le debilitaba y la pereza de verse perdido y sin salida, que le esperaba.
Los cálidos rayos del sol entraban por las ventanas de la casa y tocaban todo con su luz. De un lado a otro, se iluminaron las paredes de los cuartos, los muebles y los libros, de modo que no quedaba nada que estuviera oscuro para la mirada de Rebeka, quien podía ver el cuerpo desnudo de su chico y él también podía verla.
Ambos entraron al baño, tomaron una ducha y tan pronto se secaron, terminaron por lavarse la boca juntos.
Rebeka estaba tan feliz que incluso tarareaba. Tal vez no tenía trabajo, ni dinero y casi nada para comer, pero estaba feliz de tenerle y de estar al lado de quien amaba. Mientras tanto, se levantaron del sofá y durante el baño, no pudo desviar su mirada.
Omar recordó el regaño que había recibido referente a no orinar en la bañera, tan pronto pudo corrió a donde estaba el sanitario y con rostro de alivio, dejó ir la presión que probablemente había estado sintiendo desde que comenzó a bañarse.
«Ver cómo un chico orina se siente excitante y novedoso», pensó Rebeka, impresionada por el fuerte sonido que se creaba con el caer de un líquido sobre el otro a semejante altura. «Ups, ahora que le escucho, me dan ganas de orinar también».
Tras moverse torpemente, con el cepillo de dientes aún en la boca, luego que Omar terminó de sacudir las últimas gotas de su miembro flácido, Rebeka pasó a ocupar su lugar en el estrecho cuarto de baño.
«Mmm, ¿orinar de pie hace que los chicos siempre dejen reguero? Se me olvidó chequear antes de sentarme. Tal vez es mejor si en un futuro él usa el baño como las chicas, sentado. Así no me tengo que sentar sobre gotitas incómodas… además, cuánta agua toma al día, ayer no le vi tomando ni un vaso. Por eso es por lo que su pipí sale tan… concentrado».
—Omar —dijo Rebeka—. Esas gotitas de orina que dejaste alrededor de la taza donde me estoy sentando no dejarán un buen olor en mi piel.
—Oh, lo siento mi amor… —dijo, al darse cuenta de algo. Después preguntó: — ¿por qué te sentaste?
—Tenía urgencia de usar el baño… y tan solo por hoy, no me voy a incomodar por eso.
Como quien entendía que debía de ser más cuidadoso, Omar asintió con su cabeza. Pero, ante la sensual vista de una chica sentada a punto de hacer sus cosas, no pudo evitar que su verga se volviera a despertar.
Por otro lado, la chica no pudo evitar dejar de mirar a los ojos de su amado. Ahí, sentada sobre el sanitario y con las piernas bien abiertas, sacó lo que tenía almacenado en su vejiga.
Omar pudo ver el proceso en el que el gran chorro se convirtió en un fino hilo que terminó regado entre los labios inferiores de su amada.
«Pude sentirlo. Ya tan solo son unas cuantas gotas que empujo con mi pelvis… pero, esto está a punto de volverse incómodo» pensó Rebeka.
—Omar, ¡fuera del baño! —dijo, luego de cerrar las piernas con rapidez, al tiempo que se esforzaba en contraer su abdomen.
Ante el cambio de actitud de su amada, Omar se detuvo a pensar si había hecho algo que enojara a su chica, mientras que ella lo empujaba fuera del baño. De un momento a otro, se pudo escuchar como algo pesado cayó en el agua dentro del inodoro y llegó al fondo.
Omar se dio cuenta de lo que se trataba la situación y con una sonrisa en su rostro, observó en dirección hacia Rebeka, quien no quería hacer contacto visual, pero tampoco levantarse de donde estaba.
—¿Qué sucede mi amor? —preguntó Omar, aun con el cepillo de dientes en la boca.
Con una sonrisa juguetona, Rebeka jalo de la cadena, para dejar que, junto al sonido del agua, todo lo que quedaba en sus intestinos cayera y se marchara.
En ese momento, no podía mirar a su chico, aunque sabía que mantuvo su sonrisa bien amplia. Liberada de las ganas que le habían entrado, extendió su mano para alcanzar el papel de baño, pero él le detuvo.
«¡¿Uy?!», pensó, sin entender la posición de su amado. «¿Qué pretende hacer?»
Las acciones de Omar se volvieron la respuesta que ella trataba de encontrar.
Con rapidez, sostuvo lo que ella intentaba alcanzar, el papel higiénico y tras enrollarlo en su mano, lo acercó a Rebeka, con firmes intenciones expuestas en su mirada.
—¡No! —exclamó Rebeka, mientras con su mano estirada mantuvo la distancia entre ambos.
—En la salud, y en la enfermedad… Yo seré tus manos, tus piernas, tus ojos, tu abrigo y todo lo que necesites que sea, en esta vida o en otra, en el cielo o en el infierno —dijo Omar, quien aprovechó para agregar—. Agradece que no te limpie con mi lengua, dale… que no te dé pena.
—Tan linda que te había quedado la primera parte —reclamó Rebeka, tras negar con la cabeza y aplicar todas sus fuerzas para resistirse.
Ante la insistencia de su novio, sintió que no era adecuado seguirle deteniendo, porque tampoco era que pudiera ganar la pelea. Después de todo, creía que ser vulnerable ante quien más amaba, en un momento de incomodidad, pudor y pena, es una muestra de amor. Era dejar ir la relación por un buen camino y era la manera de saber que el amor era verdadero y sólido, no como esos amores que mientras más conoces a la otra persona, más te decepciona. «Más intentas cambiarle. Tal vez deba dejar de tratar de hacerle diferente», se dijo.
Con pensamientos encontrados en mente, Rebeka dejó de alejar a su amado con las manos y se propuso soportar como él se le acercaba. Sin tener más opción que dejarse limpiar, se sostuvo de él con fuerza, tras rodear la cintura de él con sus manos, apretó su cabeza contra el abdomen que tenía enfrente y así se las ingenió para levantar ligeramente su cola de la taza y quedarse empinada.
Luego de mirar a su amada, Omar se dio cuenta que ella había cerrado los ojos con fuerza, como si no le gustaba la idea que le hicieran algo y, pero se dejaba.
«Siento su cuerpo inclinándose…», pensó ella, quien, al tener los ojos cerrados, percibió con su cuerpo. «Su mano está bajando por mi espalda… El papel está tocándome, sus dedos haciendo presión. Uy, el movimiento de atrás hacia adelante, pasando por debajo de mi… Más papel… se vuelve a echar hacia adelante, esta vez puedo sentir cómo sus dedos se encorvan aún más… Está rastrillándome hacia afuera, limpiando y llevando lo más que pude. Nuevamente, dejó caer el papel dentro de la taza. Recoge otro pedazo, y repite el movimiento por tercera vez… ¡cuando se va a terminar esta pesadilla!».
Con la intención que su novio no volviera a tomar más papel higiénico, Rebeka decidió hablar en voz alta:
—Omar —agregó Rebeka con voz temblorosa—. Aún no es suficiente, debes usar agua y jabón… así, voy a estar lista para que me comas en cualquier momento.
—Está bien, mi corazón —respondió con voz cálida.
Sin separar su cuerpo o dificultar que su amada le siguiera abrazando, Omar tomó el jabón con su mano derecha y después sostuvo una pequeña regadera con la izquierda.
El aparato estaba convenientemente instalado al lado del sanitario y consistía en una cabeza con un botón en la punta y una apertura con forma de mini ducha en el otro extremo, que usa el
agua de entrada del sanitario y tiene el largo apropiado para su propósito.
«La sensación del agua», pensaba Rebeka, «junto al movimiento circular y resbaladizo de la espuma se siente erótico, sucio y pervertido».
—Mete uno de tus dedos un poco —dijo ella en voz alta—. No mucho… solo un poco…
Omar, como buen oyente que era, siguió las instrucciones que se le indicaban.
—Ahora enjuaga bien… — Con el final del proceso, Rebeka dejó de enterrar su frente en el abdomen de su amado, para decir como quien quería cambiar el tema y olvidar lo que había sucedido — Pero ¿qué tenemos aquí? Es tu “cosa” dura y caliente como roca, si pudiera hablar diría que está pidiendo colarse en algún agujero a gritos. ¿Acaso, te excita tanto esta situación?
Ante el comentario, Omar pareció quedarse sin palabras.
—Eres un sucio… — le dijo, luego de mirarlo seductoramente, de abajo hacia arriba.
Rebeka estaba contenta de poder ser quien era en frente de su novio. Sabía que, por el amor que le tenía y había demostrado, la iba a soportar, así todo lo que pidiera fueran caprichos. Tan pronto como pudo, tomó papel higiénico y se secó, para darle el toque final. Luego dejó caer ese papel sobre el agua, mientras agarraba el trozo de carne cilíndrico que tenía enfrente y le trataba como si fuera una baranda de la cual necesitaba apoyarse, aunque lo que hizo fue llevarla directamente a su boca. Se veía roja, hinchada y hasta más grande, por lo que, tan pronto cerró sus ojos pudo sentir el delicioso sabor a piel con la punta de su lengua y, sin detenerse, avanzó cuanto pudo, buscando que le llegara hasta la garganta y más abajo, si era que podía.
«El sabor es amargo, pero se desvanece con rapidez», pensó, mientras hizo retroceder su cabeza y se dedicó a degustar, sin masticar lo que tenía en la boca. Eso que podía chupar y no tragar y que sin importar cuanto lamiera, nunca se le iba a desgastar. «Mmm, me pregunto si puedo hacer que termine en mi boca».
La chica, dedicada y entusiasmada, usó una mano para acariciarle los testículos a su amado, mientras que con la otra meneó el miembro libidinoso con más firmeza de lo que lo hacía con su boca.
«No creo que sea suficiente», se dijo, al pasar treinta segundos. «Me empieza a doler la mandíbula, tanto o más que como me duelen los músculos de la mano, pero no me daré por vencida. Le sacaré lo que tiene adentro, así tenga que exprimir sus bolas…».
Pasados dos minutos, miró hacia arriba y se encontró con la mirada tierna de alguien que disfrutaba lo que le estaban haciendo, pero que no se iba a venir. Un tanto frustrada por la falta de práctica, preguntó sensualmente:
—Cariño, ¿estoy haciendo algo mal?
—No mi amor —respondió él, para luego preguntar—. ¿Por qué?
—Porque no te vienes… —reclamó Rebeka, inflando sus mejillas y mostrando cara de inconformidad ante la situación.
—¿No llevas ni cinco minutos y ya quieres que me venga? —preguntó Omar, divertido por los reclamos de su novia.
—¡Sí! —exclamó ella—. Vente en mi boca, ya. ¡Dale!
—¿Estás dispuesta a hacer lo que sea? —preguntó él, lo que hizo que Rebeka asintiera con una mirada desafiante. —Entonces, pon tus manos detrás de la espalda en donde yo las vea. Cruza los dedos, la regla es que no puedes separarlas, si lo haces, me detendré…
—Y, ¿qué piensas hacer? —preguntó Rebeka, con ojos interesados.
—Usar tu boca duro y sin piedad.
Atraída y excitada por la proposición, tentada a intentarlo, Rebeka puso la espalda recta y empinó su pecho, para proceder a llevarse las manos hacia atrás y entrecruzar los dedos cómo se le había dicho. Luego de cerrar los ojos y mirar hacia arriba con ojos bien atentos, abrió su boca y sacó la lengua.
Rebeka pudo sentir cómo la mano de Omar se posó en su cabeza, desde arriba. El agarre fue firme e intencionado, para no dejar que se moviera hacia atrás cuando impulsara hacia adelante sus caderas. En su lengua pudo percibir cómo el trozo de carne se le posaba con firmeza, como si estuviera siendo guiada por la otra mano.
Durante todo el proceso, el miembro de Omar se movió de un lado a otro sobre la lengua que estaba afuera. Rebeka comenzó a entender que su novio estaba siendo considerado con ella, pues podía metérsela hasta el final. Ella pensaba que las intenciones de él era llegarle hasta la garganta y más si, si así lo deseaba, pero cuando abrió los ojos, todo lo que vio fue el rostro excitado de su chico que se masturbaba frenéticamente, de modo que su glande era todo lo que rozaba y tocaba la humedad de su lengua.
Tal vez, en su mente, la escena si era violenta y salvaje, pero en el presente, Omar tan solo se limitaba a conformarse con el sentimiento de poder hacer lo que estaba pensando.
«Mmm» dijo Rebeka, quien reconoció que aún le quedaba práctica para alcanzar la velocidad perfecta, la coordinación adecuada y los movimientos precisos para ordeñar el músculo viril de su novio, tan rápido como se podía ordeñar a sí mismo.
Tras sentir que los movimientos de la mano de su chico se detuvieron, pensó: «Estos son sus espasmos al venirse».
En efecto, la carne roja, hinchada y caliente, comenzó a convulsionar leche al interior de la boca abierta. Tres fuertes latigazos, un cuarto y quinto un tanto pobres, tan espesos que no tuvieron el impulso suficiente como para salir disparados, sino que se escurrieron hacia afuera. En cambio, Omar dejó salir todo el aire que tenía y se afincó bien en sus pies, para evitar no perder el equilibrio.
Rebeka se mantuvo con la boca abierta, como quien esperaba por más y cuando vio que no sería posible, guardó la lengua y tragó, lo que le hizo toser unas cuantas veces.
El teléfono de la sala comenzó a sonar.
—¿Por qué me diste tan poquita leche en mi desayuno de hoy? —preguntó de manera inconforme, entre tos y tos, ignorando el teléfono que sonaba. — Esto no fueron ni tres tristes gotas…
—No tengo idea —respondió Omar con cara de confusión. — Creo que me tienes seco y tal vez necesite tiempo para reponerme.
—Tienes dos horas para bañarme en leche, mi piel necesita tratamiento y rehidratación —demandó Rebeka de forma juguetona.
—Claro que sí… —respondió. — ¿Puedo usar el baño por un rato? También lo estoy necesitando.
—Y si te digo que tienes que sentarte sobre mis piernas abiertas y buscar la manera de apuntar correctamente…
Omar no pudo dejar de mirar al techo y reprimir las carcajadas que se le querían salir. Las demandas de su amada eran irrazonables, pero no podía hacer más que tratar de hacer lo mejor que pudiera. Reírse de su propia desgracia que el karma le había provocado, era una manera de abordar la situación de forma diferente.
—Tal vez otro día, ahora, por favor, ahora ten piedad de mí… —suplicó, tan pronto se dio cuenta de lo determinada que estaba su amada.
Luego de mostrar una actitud divertida por el comportamiento de su novio, Rebeka se levantó de donde estaba y recogió los cabellos con sus manos. Apenas cedió su puesto, se propuso salir por la puerta, y le dijo:
—Voy a ver qué puedo hacer de desayuno.
Después de sentarse en el sanitario, Omar lanzó al aire una pregunta:
—Amor, el teléfono ha estado sonando por un buen rato. ¿Acaso no lo vas a contestar?
Rebeka se dispuso a bajar por las escaleras, al tiempo que le dio una respuesta a su amado:
—No, seguramente es mi padre que llama los domingos a esta hora. — Ella estaba decepcionada de lo sucedido hasta el momento y si para ser feliz había que mantenerse alejada de las cosas que le podían hacer sentir triste, entonces prefería no hablar con su padre y tener que decirle la verdad. — Con lo que nos pasó ayer, a mi mamá, a ti y a mí, no tengo ánimos de responder su llamada y creo que mi mamá tampoco. De todas maneras, él está a punto de salir. Ya hablaremos en ese momento.
Gracias a que la puerta del baño del segundo piso se había quedado abierta, Omar pudo escuchar las palabras de su amada, a pesar que ella estuviera merodeando por la cocina y que el teléfono sonara insistentemente. —¡¿A punto de salir?! —preguntó, como quien buscaba confirmación.
—Sí —respondió Rebeka, tras abrir una puerta y sacar una cazuela del estante para llenarla con agua—. El asesinato del alcalde no fue esclarecido totalmente y mi padre, el único sospechoso, se declaró inocente durante todo ese tiempo. Como no pudieron probarle cargos reales, tiene derecho a salir de la cárcel bajo libertad condicional. ¿Acaso no lo sabías?
—No, a decir verdad, no lo sabía.
Tan pronto el timbre del teléfono dejó de sonar, se escucharon golpes en la puerta, lo que le paró los pelos de punta a Omar.
—A buena hora, esa debe de ser mi mamá. Es raro que toque a la puerta si tiene llave—. gritó Rebeka despreocupada.
La idea de que quienes tocaran a la puerta fueran las autoridades, hizo que Omar respirara hondo, para intentar mantener la calma. Si se lo iban a llevar, no sería nada honorable de su parte, comportarse como un gato asustado en frente de la chica que amaba. De cierta forma, el chico prefería ser interrogado y llevado preso, que tener que hablar con la madre de su novia. Después de todo, si no recibe la aprobación de ella, su vida con su novia sería un infierno garantizado, ya que nadie en estado de cordura sería capaz de hacer que su amada eligiera entre él, un mero novio que se hizo oficial hace poco y su familia. Tampoco era que Rebeka fuera de esas que gritara «sálvame de mi familia, llévame contigo» y aunque fuese el caso, no tenía a donde llevarla.
Después de encontrar la fuerza interna que necesitaba para ser quien era, Omar pudo escuchar cómo la puerta del frente se abrió y con los ojos afilados de un asesino a punto de completar su trabajo, sintió cómo su estómago se encogió, tras escuchar una animada voz que dio los buenos días mientras entraba:
—Toqué el timbre porque me contaste que tu novio tiene costumbres de nudista —dijo la dulce voz de una madre que era incapaz de enojarse, sin importar lo que sucediera.
Omar sudaba frío y se hizo consciente de las palabras de su suegra, para llegar a la conclusión de querer desaparecer, volverse una partícula de polvo y flotar con el viento o irse por el drenaje. “Tu novio tiene costumbres de nudista,” eran las palabras que rodeaban su cabeza y le arrancaban el aire. Pero, aunque quería pedirle explicaciones a su novia por dañar su imagen y mentir, optó por buscar algo para ponerse. Claro, si se vestía, probaría que Rebeka había mentido y la situación podría estar parcialmente resuelta. Sin embargo, en el cuarto de baño solo se encontraban dos toallas, además que la puerta estaba abierta y aún no había terminado.
—Hija, tú también andas sin ropa… —reclamó la madre—. Te va a dar un resfriado. La juventud en verdad es maravillosa, disfrútala mucho que luego se marcha.
—Mamá, llegaste a tiempo, estaba haciendo de desayuno sopa de arroz y veo que trajiste algo… no era necesario. ¿No tenías que haber salido de alta del hospital ayer?
—Técnicamente me dejaron salir hoy por la mañana, la enfermera me ayudó en muchas cosas y me dio una dosis extra de medicamentos y terapia curativa. Vine en la mañana y como vi que no había nada para desayunar, salí a comprar comida. En la mañana se me olvidó tocar…
—¡¡¡Y nos viste durmiendo en el sofá!!! —exclamó Rebeka enojada—. Por qué no nos despertaste, podíamos haber ido a hacer las compras por ti.
—La juventud es un tesoro, hija y estaban durmiendo los dos con tanta tranquilidad, después de no haber comido nada. Incluso les tomé fotos. — Al escuchar lo que decía la madre de su novia, Omar sentía como se le revolvía el estómago y menos mal que estaba sentado en el sanitario, pues nada podía ser peor para él.
“Incluso les tomé fotos”. Prueba irrefutable de que era culpable y había sido capturado infraganti. Ni bailando en sosa cáustica podría limpiarse.
—No cambies el tema ¿cuántas veces te he dicho que cuentas conmigo?
Mientras Rebeka le reclamaba a su madre, la señora procedió a sentarse sobre una de las sillas de la cocina y con los ojos achinados junto a una risa cómplice, escuchó pacientemente los reclamos de su hija como si estuviera acostumbrada.
Después de un corto tiempo, Omar acumuló el valor suficiente para tirar de la cadena y con una toalla enrollada en la cintura, bajó por las escaleras en busca de su ropa. Paso a paso, el chico parecía como si el alma se le hubiera salido del cuerpo.
—Mmm, pero qué hombre —dijo la madre de Rebeka, tan pronto notó la presencia del chico.
—¿Omar? Ven, no te preocupes, no tengas pena. Mi nombre es Soe y me alegra que pases tiempo con mi pequeña. Puedes sentirte como en casa. Traje un poco de comida para la cena y también para que desayunen tranquilos, pues ya comí en el camino. Le estaba diciendo a mi nena que es muy dura consigo misma.
—Madre ¡¿me estás escuchando?!… —reclamó Rebeka de forma quisquillosa—. ¿Cómo que ya comiste en el camino? ¿Es que no vas a comer con nosotros? Qué cosa más grande, tienes que comer más. Acabas de salir de un hospital… Omar, ¡dile que tiene que comer con nosotros!
—Hola… —dijo Omar, después de mirar a quien le saludaba con la mano, mientras se levantaba de donde estaba e hizo una expresión de cansancio y de querer dormir.
Rebeka pudo ver cómo cambian las expresiones en el rostro de su novio. Pasó de estar apenado y sin saber dónde meterse, a alguien que de una manera u otra sentía lástima. Eso le hizo no estar equivocada. Su madre era la representación de una persona que se quitaba lo que no tenía para dárselo a su hija, incluso la comida y por mucho que quisiera disimularlo, lo estaba reflejando al mundo.
—Qué sueño tengo — dijo Soe, luego de organizar la silla—. Me voy a mi habitación, necesito descansar un poco. Si tengo hambre, como un poco después.
Los rasgos de Soe eran parecidos a los de Rebeka, tanto así, que, si hubiera estado en mejores condiciones, con una piel menos maltratada por el tiempo, cualquiera podría decir que eran hermanas. Dejando de lado el hecho que Rebeka estaba desnuda haciendo el desayuno, Soe vestía un gran abrigo, junto a unas gigantescas gafas negras, con la evidente intención de ocultar los moretones en el lado izquierdo de su cara.
En dirección a su habitación en el fondo del primer piso, Soe pretendía no escuchar los reclamos de su hija, quien prácticamente ya tenía un plato en la mano.
Omar vio como tan pronto la madre de su amada entró en su habitación, cerró la puerta delicadamente, dándole la excusa a su hija que iba a comer después, cuando tuviese hambre.
—¡Claro que no sientes hambre! Si no sientes dolor por los medicamentos, ¡¿qué hambre vas a sentir?! —gritó Rebeka frustrada, en el momento en el que se dispuso a regresar de vuelta a la cocina con el plato que tenía en la mano.
Después de ver que su novio tenía el semblante por el suelo, Rebeka decidió reclamarle:
—¡¿Y esa cara?!
Ahí estaba Omar, aun de pie, cubriéndose con una toalla, con su cabeza baja, casi llorando:
—Una pésima primera mala impresión de mí… Oh, no sé qué hacer —respondió, con ganas de morirse.
—Bueno, tendrás que hacer algo, porque mi madre quiere hablar contigo en su cuarto.
Omar había visto a su novia y a su madre recorrer la casa, pero en ningún momento había escuchado semejante conversación. Tan pronto escuchó la noticia, no pudo evitar reflejar en su cara que creía que Rebeka le estaba mintiendo para jugar con él.
—Aún estoy desnudo —reclamó, tan pronto entendió que su novia no mentía, ya que le estaba dando el plato que tenía en la mano.
Tras apretar bien la toalla que tenía alrededor de su cintura, Omar se dispuso a tomar con dos manos el plato de comida que le habían dado. En esa situación tan delicada, no quería dejar caer nada.
Como un pequeño niño a punto de ser regañado, Rebeka vio caminar a su amado en dirección al cuarto de su madre, mientras que le acompañaba y animaba.
—Oh, espera… —dijo Omar—. Entonces la señal que ella me estaba haciendo con su mano mientras se iba a su habitación, no era de despedida sino de que le acompañara.
—Precisamente —respondió Rebeka, quien se dispuso a abrir la puerta y entrar la habitación junto a él.
El interior del cuarto de Soe era sencillo, como si estuviera intencionado a tener la menor cantidad de objetos de los cuales cuidar. Después de todo, no estaba mucho tiempo en la casa, y lo más esencial la cama, que al ser tan grande como era, le reafirmaba su soledad.
—Puedes dejar el plato en la cómoda —indicó Soe—. Mi niña, por favor, dejarnos a solas un momento.
—Sí mamá —respondió Rebeka a regañadientes.
Tras aceptar la sugerencia de su madre, se dio la vuelta y salió por la misma puerta que había entrado, pero tan pronto la cerró, pegó su oreja sobre la madera barnizada, con la intención de poder escuchar la conversación.
—Omar… ¿No? —Soe repitió de nuevo el nombre del chico como si se le hubiera olvidado que ya había hecho la pregunta—. Apruebo tu relación con mi hija. No quiero poner más peso en tus hombros, tampoco es que quiera regalártela, pero las circunstancias de mi familia no son las mejores. Son jóvenes y sé que el sexo es tentador, más cuando se está explorando por primera vez. Como madre, te pido que seas responsable y no la embaraces. Un hijo, ante las leyes de esta sociedad, sería destruirle la vida y el porvenir a mi hija, quien aún no ha vivido.
—Entiendo perfectamente, señora —respondió Omar, que había sonado como un militar, desde el otro lado de la puerta.
—Si algún día llegase a faltar… ¿estarías dispuesto a cuidar de ella y protegerla? No me des una respuesta y simplemente piénsatelo. Eres joven y a mis ojos, ingenuo, irresponsable y soberbio… La felicidad que sientes en este momento no es una muy buena consejera para tu respuesta. Lo mismo quiero que hagas cuando estés enojado, abstente de dar una respuesta. Es el mejor consejo que una mujer vieja como yo te puede dar, con tal que en el futuro no te arrepientas. Cambiando de tema ¿te puedo pedir un favor?
—Sí —respondió él con firmeza.
—¿Será que podrás recibir un paquete en la dirección que te voy a dar?
—Sí. ¿Qué es? Si es que puedo preguntar.
—Dinero y una botella de alcohol —respondió Soe.
Detrás de la puerta, Rebeka sonrió con amargura. Después de llevar la uña del dedo gordo a la boca, se dijo: «Mamá está teniendo una recaída».
Debido a que no se podía escuchar más conversación del otro lado, Rebeka se despegó de la puerta y se marchó a la cocina, donde pretendió no haber escuchado nada.