Stagnation

Chapter 8
Con palabras como esas


   Lía tomó la mano del joven y emprendió el camino hacia las afueras del centro clínico para llegar al templo de las artes amatorias. Entre los dos, el silencio estaba presente, pero se podía decir lo contrario dentro de la consciencia de la doctora. 

  «Que dolorosa es esta sensación de culpa, ahora más que nunca» pensaba Lía, al oír los pasos que resonaban por las paredes de los pasillos desolados. «Tal vez no es una buena idea llevarle a mi habitación. De ser así, lo trataré como a los demás. ¿Cómo pretendo esperar que él sea diferente? No, me vienen a la mente los rostros de las personas que he traído para pasar la noche. Aunque no creo que sea el momento para estarme arrepintiendo y pensar en cosas innecesarias como esas». 

 Una vez dejó de lado el pasillo principal y se dirigió al otro lado de la instalación donde estaban los dormitorios, el ambiente comenzó a contaminarse con gemidos y quejidos de personas entregadas a las artes amatorias. Muchos de los sobrevivientes de la caída en la sala de evacuación tenían sus aposentos en aquel lugar. No era de extrañar que al estar tan cerca de morir quisieran volver a sentirse vivos. 

 «Me hace sentir mal verlo con la intención de aliviar este fuego en mi interior», pensó Lía, «pero tampoco es que me sienta con ánimo suficiente para no hacer nada excitante mientras tenga la oportunidad. Es mejor mantener ocupada la mente atendiendo las necesidades del cuerpo, que pensar en las calamidades que nos esperan en un futuro no muy lejano. ¿Será que le gustará mi cuerpo expuesto ante sus ojos?».

  Rey caminaba callado, pensativo, buscando motivos y evaluando todo lo que había sucedido hasta el momento. De cierta manera, era bueno que la vampira no notara su cara de preocupación porque responder cualquier pregunta al respecto no le sería muy fácil.

  De nuevo estaba nerviosa, su cuerpo parecía escapar a las restricciones que su mente había impuesto, la chica respiraba con profundidad, más que todo cuando se vio obligada a posar su mano sobre el picaporte de la puerta que daba a su dormitorio. Una vez entraran juntos, no existiría vuelta atrás.

   «Ohhh, necesito tenerle en mi interior» pensó Lía frente a la entrada de su habitación, luego de girar la perilla de la puerta. «Pero tengo miedo, de mí, de sus ojos, si me rechaza… si le doy asco». 

Abrió la puerta lentamente y aprovechó para advertir al joven, con tono avergonzado, mientras se acercaba al interruptor de la luz: 

—Por favor, no mires el desorden y siéntete como en casa. 

  La descendiente del linaje Priom, casi sentía - literalmente - cómo el chico le respiraba en el cuello. «¿No pude haber dicho algo más natural?», se reclamó a sí misma.

  Por otro lado, para Rey, la expresión “no mires el desorden” fue un tanto confusa, pues cuando ella prendió la luz toda la habitación se encontraba organizada, limpia e incluso con un acogedor aroma. Eso lo sacó de sus pensamientos calculadores con respecto a los movimientos de su enemigo en aquel mundo.

  Lía se dio cuenta que Rey estaba inspeccionando con su mirada en busca de desorden. Apenada por la confusión ocasionada, intentó disfrazar su comentario con una apurada invitación a pasar, mientras con su mano indicó donde se encontraba el sofá para que su invitado no dudara en ponerse cómodo. 

  Ansiosa, la vampira observaba el cabello, las orejas, la espalda y las piernas del joven, al igual que cómo caminaba al interior de la habitación y ella cerraba de a poco la puerta. «Ni que fuera la primera vez que traigo a alguien a mi cuarto para divertirme», pensó, a la vez que trataba de recuperar la compostura, arriesgándose a quitarse el panti que tenía puesta en ese momento, antes de entrar a su habitación. «Sentir el aire refrescante de la casa entre las piernas, siempre ha sido una de las mejores maneras en las que he podido ponerme cómoda».

   —¿Te apetece un poco de agua? —preguntó Lía con rapidez, casi sin dejar que el pequeño se acomodara en el asiento, guardando la prenda que se había retirado en el bolsillo de su bata de doctora. 

   La mirada y la manera tan esperanzada con la que la chica estaba ofreciendo el agua, hicieron que a Rey le resultara imposible negarse a recibirla. Él sintió el aroma familiar de mujer y sin tener sed, aceptó con una agradable sonrisa en su rostro. 

  «Ahora que lo pienso, ¿cuál es la mejor manera de engañar a tus enemigos?» preguntó Rey tan pronto la vampira le dio la espalda. «Engañando a sus aliados… y los aliados de mi enemigo son…»

  Lía apurada y nerviosa, se dirigió rápidamente a la cocina y tan pronto se deshizo de su abrigo de laboratorio, abrió el refrigerador y se dio cuenta de que existían muchas más opciones para ofrecer que tan solo agua. «Después de todo, él no ha tenido contacto con la civilización ni los avances gastronómicos de los humanos». Reconociendo su torpeza, la doctora agarró todo lo que pudo y antes de que su invitado se acomodara en el sillón de dos plazas acolchonadas ya estaba trayendo todo lo que había agarrado. 

  Debido a la innecesaria y exagerada atención que daba a su visita, por el apuro y sin querer, a Lía se le derramó uno de los contenedores encima mientras los colocaba sobre la pequeña mesa que dividía el sofá y el estante de libros al otro lado. Apenada por el insignificante error que a ella le parecía imperdonable, comenzó a disculparse muchas veces e intentó limpiarse y secarse, pero fue en vano.

   Rey la miraba divertido, de cierta manera le parecía encantadora su torpeza. Con intenciones de calmar y hacer que su servidora se relajara, dijo las siguientes palabras: 

 —El olor es agradable y apetecible, pero no creo que nada de lo que me has traído sea agua. ¿Qué es?

  —Estas cosas… —dijo, mientras se removía más prendas con tal de ir sintiéndose más cómoda en sus constantes viajes de ida y vuelta a la cocina—. Son refrescos y jugos. Esto otro es jamón y carne seca. También tengo yogurt, leche, pan y otras cosas por las que existe el pecado de la gula en la humanidad. Tal vez sean de conveniencia para tu paladar.  

  Rey miró atentamente entre las piernas de la doctora que se agachaba al frente, pero posó su atención en dirección a la mesa. Las comidas y bebidas humanas le resultaban muy intrigantes, ya que tan solo había comido carne y sangre, nunca otras variaciones innecesariamente trabajosas de crear en un ambiente de supervivencia.

   —Adelante, Rey, prueba cualquier cosa.

  Comer la comida del enemigo no era del particular agrado de Rey, pero si ese manjar era ofrecido por una mano amiga, ¿para qué quejarse? Tomó el trozo de jamón con cautela, mordió un pedazo, luego comió del pan y después pasó a juntarlos para morderles simultáneamente. También probó un bocado de carne seca, una mordida del pescado. Tragó el jugo, después el refresco junto al yogurt, uno detrás de otro. Probó todo lo que estaba sobre la mesa, comió y bebió hasta saciarse.

  Lía estaba contenta con la cara de su invitado, tan contenta que se le ocurrió ir a buscar otras tres botellas de líquido. 

  —¿Qué es eso? —preguntó Rey disfrutando de cada bocado que le daba. 

  —Esto es para mí, para que me ayude un poco —dijo ella.

  —¿Puedo probarlo? —volvió a preguntar. 

  —Claro que sí, aunque el sabor no es tan placentero como todo lo que tienes sobre la mesa. Esto es cerveza, también tengo vino, ron y alcohol. 

  La doctora sirvió en tres vasos el contenido de cada envase que había traído. Por supuesto, ella pretendía quedarse con la cerveza.

  Tras olfatear el ron, Rey le dio un sorbo y sintió una sensación incómoda bajando por la garganta. Luego tomó el vino y por último probó la cerveza, dejando de lado el alcohol puro.

   —Diría que esto no está nada mal.

  Lía abrió los ojos, estaba sorprendida. 

—¿Acaso has tomado estas bebidas antes? —preguntó ella.

  —Sí, incluso sé cómo prepararlas como sustitutas del agua. Es esencial para la supervivencia —respondió el pequeño, quien prefirió seguir ingiriendo bebidas dulces a tener que soportar la amarga sensación. 

  —¿Sabes… —Lía titubeó por un momento, ¿puesto que ella sabía que su libido era la que hablaba—? ¿Sabes si puedes embriagarte? 

  Desde el punto de vista de ella, si el joven se embriagaba, tal vez no la iba a juzgar cuando estuviera desnuda.

   —Si es alcohol natural, por más que tome, nunca me voy a embriagar —respondió Rey, como si ya lo hubiera intentado. 

   —Tomará tiempo, pero con un medicamento puedo hacer que tu metabolismo baje y sientas lo que es estar ebrio, ¿quieres? 

  Rey recordó a su maestro y la manera en la cual se embriagaba hasta más no poder cada vez que iba a hacerse de noche, con tal de pasar “un mejor rato”, con sus dos mujeres y respondió: 

—Sí, ¿por qué no? —ya que podía deducir que iba a pasar la noche con la vampira y ella parecía no estar pensándolo dos veces. 

   En la botella de ron, Lía introdujo dos tabletas que comenzaron a disolverse en el líquido y procedió a llevarse las otras botellas de vidrio para que no estorbaran. 

  —Después que te tomes todo el contenido, con el tiempo, seguro te hará efecto. Mientras tanto, vamos a darte un baño, cortarte él pelo y ponerte más cómodo.

  Sin razones suficientes para decir que no, Rey procedió a hacer lo que se le decía y mientras era ayudado por la doctora y con la botella de ron entre sus pies, se bañó, se cortó el pelo y también se echó perfume como si nunca lo hubiera hecho. Al final de todo este proceso, vestido con prendas inferiores, ya no le quedaba mucho ron a la botella, pero aún no se sentía ebrio. La forma para describir la sensación era otra: estaba más contento y menos pensativo sobre el futuro. Aun así, mientras estaba desnudo y era bañado por Lía, ella no había hecho ningún movimiento libidinoso, cosa que le extrañó.

 —Mientras te hace efecto la bebida, déjame bañarme —dijo Lía y tras observar la mirada del chico se dio cuenta que claramente le estaba sugiriendo que procediera—. ¿No te molesta si necesito estar bajo el agua caliente por un poco más de tiempo a solas, con mi cuerpo?

  —Por supuesto que no —respondió bien atento, mientras se daba cuenta de las inseguridades que parecían poseer a la doctora, por lo que agregó—: Entonces, déjame recoger la comida que dejé atrás en la mesa.

  —Gracias —replicó ella más calmada, con menos peso sobre sus hombros y manteniendo la botella de alcohol a su alcance.

  Seducida con la actitud de su invitado, Lía procuró apurarse con tal de no romper la atmósfera, se apartó los cabellos del rostro y lo miró cálidamente con su cabeza un poco inclinada. Observó la espalda desnuda del cuerpo fornido que no le incomodaba ver desnudo, pero apenas había asimilado que estaba semi vestido con las prendas que ella eligió. Luego de dar un gran respiro, pasó al interior de otra habitación y tras tomar sus prendas, junto a una toalla, con calma y naturalidad, se adentró en el cuarto de baño y se aseguró bien de cerrar la puerta.

En el recibidor, Rey se detuvo por un momento. Su mente fue invadida todos los recuerdos nostálgicos de su casa en el paraíso. Movió su cabeza de un lado a otro, decidió organizar todo el reguero que había causado al probar la comida humana, con tal de mantenerse ocupado, pero apenas terminó de desechar la basura, se dio cuenta que no sentía la obligación de colocar nada de vuelta en el refrigerador, debido a que en el mundo del que venía esa caja podía crear comida infinita. Tal vez era que el alcohol estaba haciendo efecto, facilitando que múltiples memorias de su pasado regresaran al presente, al punto que al hacer las mismas cosas que había hecho en el pasado, le producían la creencia que tal vez estaba teniendo un déjà vu.

  De pronto, el inconfundible olor a sangre mezclada con vapor de agua, lo trajeron de vuelta al presente. Sí, Rey pudo recordar que, aunque la doctora no tuviera ropa interior y prácticamente tuviese sus piernas abiertas en frente de su tan aguda vista, no era como que viera algo diferente a la tela.  

  «Supongo que, para tener sexo, ella tiene que quitarse esas cosas que le atan la piel» pensó Rey abriendo la puerta del refrigerador, para luego cerrarla y abrirla varias veces con tal de ver si la comida en el interior regresaba a ser abundante, pero no fue así.

   —Lía, habla conmigo —sugirió el chico, mientras regresaba la comida que había tirado a la basura de vuelta a la caja climatizada. 

  «¿Cómo voy a botar comida si no es infinita? Qué error más grande de mi parte» Se reclamó Rey, a la par que sacaba las cosas de donde las había tirado. Recordaba que en su casa, la caja climatizada era mágica y cada vez que la cerraba todo lo que estaba dentro volvía a regresar. Pero como no era el caso, él no debía botar, aunque fueran restos, la tan preciada comida que se le había ofrecido. Después de todo, dijo que lo recogería y no que lo arrojaría como basura.  

    —Lo notaste, ¿no es así? —dijo ella con voz preocupada—. En mi defensa, las agujas del reloj no son las únicas que cosen heridas, pero no me sentiría bien al estar contigo y dejar a mi cuerpo en las condiciones en las que está. Me hiciste darme cuenta de que nada de esto— Lía miró en dirección a su cuerpo desnudo para ser testigo de lo que era la piel y carne llena de costuras de diferentes hilos de colores, cortes, moretones, cicatrices, agujas enterradas y postillas— era necesario. Tú, con tan solo mirarme a los ojos, pudiste descifrar todo lo que sucedía en mi interior. Pero quiero en verdad gustarte y estar contigo teniendo mi piel completamente desnuda.

    —Te acepto como eres —dijo Rey reafirmando su confianza en la vampira—. Pero si así lo necesitas y crees que será mejor, tómate tu tiempo.

  Dentro del cuarto de baño, sobre la sangre que se escurría por el tragante, Lía hizo aparecer una sonrisa en su rostro. «Con palabras como esas… te adueñas de mi corazón en cada segundo», pensó, para luego cerrar el grifo de agua y colocar alcohol por su cuerpo. El dolor que le provocaba el alcohol era lo de menos, ya que no sentía nada más que el agua caliente y cómo le limpiaba el cuerpo. El líquido se encargaba de prevenir cualquier infección o bacteria que pudiera quedar en las heridas abiertas de su piel y hacer más lenta la regeneración de su cuerpo. Después de todo, el momento en el que expondría su cuerpo no estaba muy lejos de llegar. 

   «Estar ebrio, de cierta manera, es luchar contra la sensación de perder el dominio de mis funciones cognitivas y a la vez estar contento», se dijo Rey, aliviado por haber acomodado todo lo que había botado en el refrigerador, ya que, desperdiciar comida no era algo que se pudiera hacer y aunque los envases de metal, papel y cristal no eran de su agrado, tal vez Lía, quien no había comido aún, pudiera hacer un estofado con ellos. «Después de todo, los humanos son muy raros».

  —Rey —llamó Lía desde dentro del cuarto de baño. Ella ya había terminado de liberar su piel de las costuras e hilos—. Por favor, ¿podrías alcanzarme una de las bolsas de sangre que se encuentran dentro del frigorífico?

  —Está bien. 

Al recibir la confirmación por parte de su invitado ella colocó la tijera ensangrentada sobre una asombrosa cantidad de hilos cortados. Abrió la ducha y pasó a enjuagarse el alcohol y la sangre mientras escuchaba cómo el joven complicaba su pedido. Lía, como vampira, no había consumido comida humana puesto que, primeramente, necesitaba sangre para usar sus habilidades y lograr recuperarse de sus heridas, como también reponer el contenido de su cuerpo que se había escurrido por el tragante en el proceso.

   —Aquí tienes —dijo Rey sosteniendo una bolsa roja en frente de la puerta del baño que estaba cerrada. 

   —Podrías… voltearte —sugirió Lía, quien no quería que la viera. Ella ni siquiera quería verse a sí misma.

  —Entiendo —respondió Rey, al voltear su rostro y extender su mano por detrás de la temida puerta que se abrió, para dejarse caer en el suelo y sentarse mirando en dirección opuesta. 

   Al cabo de veinte minutos, la doctora finalmente salió del baño y dio un suspiro de alivio y calma. Sus heridas aún estaban ahí, pero habían dejado de sangrar y ya no tenía nada que se le encajara en la piel. Terminó de secarse el cabello, parcialmente desteñido con una toalla de color negro y Lía pudo notar en el espejo cómo sus cabellos regresaban a ser blancos. Ella usualmente no se lavaba la cabeza, pero era una ocasión especial, el color del tinte era otra manera de ocultarse ante quien se iba a entregar. 

  Decidida a avanzar, Lía salió de donde estaba, cerrando los ojos y abriendo sus manos como si se entregara a ser vista. La mayoría de las veces, tal vez por la excitación y el deseo de eyacular, los hombres devoraban por compromiso y lástima, a pesar de sentirse asqueados con la apariencia de su cuerpo. Pero Rey estaba tumbado en el suelo, con los ojos cerrados posando la cabeza sobre sus brazos. Aprovechando la oportunidad, ella se enrolló la toalla en el pelo y se cubrió el cuerpo antes de caminar con la intención de confirmar si su invitado aún estaba despierto. 

 «Tal vez dos píldoras y toda una botella de ron fue mucho» pensaba Lía, un poco sorprendida.

   Lía tropezó con una de las alfombras en el suelo, que tenían la intención de atrapar el agua que pudiera escurrirse de dentro del baño, pero no estaban posicionada en el lugar que ella recordaba haberla colocado. 

   —Ya tomaste un baño —dijo Rey, un tanto ebrio, mientras mantenía los ojos cerrados y buscaba acomodar su cabeza—. Yo también tomé uno.

Tras enfrentarse a algo que no esperaba, Lía decidió hacer caso omiso a la información que le había dado el joven, ya que no tenía sentido y decidió sentarse junto a él. A ella no le preocupaba que la piel desnuda de sus piernas hiciera contacto con la superficie de las losas del baño, al menos no tanto como ver a su invitado acostado de forma incómoda por tener que esperarla.

   A pesar de todas las personas que había tenido y tratado de la misma manera, ante ella estaba alguien que se comportaba diferente. En ocasiones anteriores, una vez salía del baño, terminaba empotrada contra la pared por el sujeto que impacientemente esperaba cogerla y experimentar las artes amatorias divinas, más que amar su cuerpo. Sin embargo, Rey no estaba haciendo nada de eso, parecía un felino, que esperaba tranquilo, en un lugar calientito, con su cuerpo encogido. 

Al compartir su pequeño tapete con la doctora, Rey, sin darse cuenta, hizo acogedor el ambiente, para esa mujer que se preocupaba por quienes estaban a su alrededor y que siempre esperaba ser vista como un objeto sexual y esta vez quería convertirse en algo diferente.  

  Mejor acomodada, Lía ofreció sus muslos como almohada, cosa que le permitió acariciar los cabellos de su invitado. Ella entendió que el ambiente era perfecto, que era todo lo que ella quería y había deseado. Sin embargo, era la contaminada, la principal responsable de que los individuos anteriores solo quisieran cogerla y marcharse, después de todo, ninguno nunca supo que era una vampira. Por más que estaba decidida a no reflejar esto, con la intención de no diluir el momento, la chica fue traicionada por las micro expresiones de su rostro, que mostraban tristeza y falta de ánimo.

   Él, con su oído izquierdo sobre la piel de ella, podía distinguir perfectamente los temblores que daba un corazón cuando sentía remordimiento.  

   —Mmm. ¿Qué sucede? ¿Acaso existe algo que no sea de tu agrado? —preguntó Rey, más arrojado por el alcohol que por su sentido común.

  Secándose las lágrimas, Lía pido disculpas y susurró:

  —No debes preocuparte. Son cosas mías. 

  —Si existe algo que perturbe tu corazón... Estoy dispuesto a escuchar. 

   Lía aún intrigada, intentó hablar varias veces, pero no pudo, hasta que finalmente dejó de aferrarse a la pregunta que surgió en su mente. 

  —Mis sentimientos me traicionaron al verte así. ¿Cómo es que siempre dices lo que necesito escuchar y haces lo que necesito que hagas? Sé que podría sonar inconforme, pero quiero saber, ¿cómo puedes lidiar tan bien conmigo? 

   —Es que eres única, Lía —respondió Rey—. En ti he conseguido las reacciones que con nadie más he podido conseguir. Lo tuyo y lo mío florece naturalmente, sin ser forzado… como debe ser.

  —Entonces, ¿me prometes que nunca te va a importar que me aproveche de ti y sea egoísta? —preguntó Lía, mientras buscaba limpiar, una vez más, las inseguridades que la estaban invadiendo.

   —Nunca —respondió Rey. 

  Con lágrimas en los ojos, Lía respiró profundo. Sus sentimientos de culpabilidad se estaban interponiendo en lo dispuesta que estaba a mostrar lo feliz que podía hacer a Rey con su cuerpo. Después de todo, era la razón por la que lo había traído. Tomó la iniciativa y se propuso continuar la conversación en su cuarto. 

  Ambos se levantaron de donde estaban. Rey trataba de no caerse y Lía procuró abrazar fuertemente a su invitado por la espalda, con tal que no la viera.

  El joven pudo sentir que era el momento, que la toalla que cubría el cuerpo de la fémina se había caído al suelo y que sus pechos le rozaban la piel de la espalda.

 Los latidos de su corazón se aceleraron y Rey hizo que el efecto de la intoxicación se desvaneciera. Cuando estaba a punto de alterar las características de su cuerpo, escuchó en su oído derecho dos tímidas sugerencias por parte de la vampira.  

  —No utilices energía. Mantén los ojos cerrados con tal de resistir el mareo. Quédate así y déjame ser yo quien cambie mi cuerpo, quédate así y deja que sea yo… 

   Para la vampira, Rey se mostraba mucho más apetecible y lindo mientras mantenía su forma. A pesar que él tuviera sus músculos definidos y el cuerpo robusto, ella sentía que podía cargarle contra su pecho, levantarle del suelo y abrazarlo como una esponjosa almohada. 

    Suave y con ligereza, Lía se desplazó en dirección a la cama. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, se dejó caer de espalda sin titubear, para así terminar acostada y dejar recostar el cuerpo de Rey en el espacio que estaba abierto a un lado. Dejó de sostener al joven, se llevó las manos sobre los pechos para cubrirse, en caso que Rey no pudiera resistir la curiosidad de abrir sus ojos.

  —¿Las prendas están de más? —preguntó Rey, reconociendo que era el momento de retirarse lo poco que tenía puesto, después de todo, el sexo se hacía al conectar su parte íntima con la de ella—. ¿Debería desvestirme? 

  Lía asintió y levantó su torso de la cama, con una curiosa mirada de espectadora que esperaba ansiosa y se dispuso a ver cómo Rey se desvestía. Rey evitó abrir los ojos, se quitó las prendas que se había puesto después de haber sido bañado y perfumado y quedó expuesto por completo.

  Lía extendió su mano, dejó de cubrirse los pechos para tocar el rostro de Rey, después la quijada, el cuello, el pecho y abdomen. Sin necesidad de tener que llegar más abajo del ombligo, la vampira pudo hacer contacto con la naturaleza que le enloquecía y tanto deseaba que se endureciera. Le llegaron los recuerdos de la primera noche juntos, cuando ella bañaba el cuerpo inconsciente de Rey, sobre una mesa fría y metálica.

  «¿Por dónde comienzo? ¿Qué hago?», se preguntó Lía, mientras respiraba con mayor profundidad e intensidad.

  Sobre la cama, Rey se vio envuelto por los cariñosos abrazos de Lía, quien se dedicó a pasarle la lengua por el cuerpo, respirar el olor de su piel y sentir el calor que emanaba. En el clímax de la situación, Rey sentía cómo los cabellos de Lía le acariciaban el abdomen y su miembro se derretía en el calor abrazador de una boca. Entonces Rey levantó su cabeza en dirección al rostro de ella, que permanecía mirándole los labios con un fogoso deseo, pero no se atrevió a aventurarse, pues después de estar cerca, se inundó de dudas y vacilaciones ante la situación.

  —Siento que quiero juntar mis labios con los tuyos una vez más —habló Lía, una vez dejó salir el miembro viril de Rey de dentro de su boca—. Acaso, después de esto… ¿Sería un beso capaz de demostrarte cuánto te quiero? 

   —Un beso, un respiro, un simple pensamiento serían suficientes —dijo él, tan contento y dispuesto a incluso prometer el cielo—. Es más, quiero que conozcas mi eterna disposición a estar contigo. Ámame, demuestra cuánto me quieres manifestando esa sensación de querer poseerme. Entrégate junto a mí, da rienda suelta a tus instintos sobre esta cama. 

   Lía, volvió a recibir el permiso de ser tan egoísta como quisiera, se arrojó hacia los labios del híbrido, dispuesto a aceptarla. Rey sintió cómo todo el cuerpo de la hembra, suave, acogedor y con aroma a jabón, se le abalanzó como si ella fuese una ola y él se convirtiera en la arena de una playa. Los pezones trillaron el camino desde las rodillas hasta la parte superior del fornido abdomen. Las respiraciones se hicieron presentes en su boca y así, con ternura, ella le mostró todo su amor aguantándole el rostro con las dos manos acostada sobre él. 

 «Con los ojos cerrados y después de tanta espera», pensó ella, mientras sentía el abrazo de su macho, quien le correspondía al beso, entrelazando su lengua con la de él. «¡¿Quién iba a decir que amar pudiera llegar a sentirse tan bien?!»

   Los dos pares de labios calientes y húmedos se hicieron conscientes que estaban descubriendo un largo y apasionado camino. En el transcurso iniciado por un beso, Lía comenzó a dejarse llevar, abandonó uno a uno los propósitos conscientes que desde un principio pretendió hacer experimentar al joven.

 Rey comenzaba a tener el deseo por intensificar las sensaciones que su piel estaba percibiendo. La necesidad de sentir le hizo oscilar sus caderas, junto al movimiento descontrolado de sus manos por el cuerpo de quien lo hacía sentir tan fogoso. Él, de alguna manera, agarró las nalgas de la vampira, abrió y apretó cuanto pudo con tal de cargar el cuerpo en peso y encontrar el ángulo perfecto para que su miembro pudiera encontrar el camino secreto al interior de una mujer.  

  Entre las llamas de un incendio apasionante provocado por la fricción de dos cuerpos, ellos se detuvieron para mirarse el uno al otro en lo más profundo de sus ojos. Asombrados con lo que experimentaban y con lo que veían, parecía que buscaban la confirmación de seguir o de parar. Enterraron las preguntas en el silencio de la habitación, continuaron la búsqueda de placeres con mayor veracidad, amplificaron los besos y caricias ya inventadas por cuerpos que se amaban apasionadamente. 

 Compartieron una ardiente mirada como si fuera combustible en ignición, la pasión y el deseo se abrieron paso entre sábanas blancas de la cama que acogía a los cuerpos, cuyos rostros aún estaban juntos, con alientos que inhalaban y exhalaban hondos suspiros.

 «Tibio, placentero, delicado» pensaba Rey. «Frotar la desnudez de ella es tan agradable al tacto. Más suave que las sábanas, mejor que la sensación que te hace sentir el pelaje de cualquier animal. Un terreno tan explorable y caliente que la aspereza de mi mano podría ocasionarle daños. Sus pechos, dos considerables acumulaciones de carne sin músculo alguno, deleitan la sensación que pueden percibir mis dedos. Los amaso, sopeso, toco y aprieto… y se endurecen en respuesta. Ella es mía y se entrega a mí, yo soy suyo y me entrego a ella. Es adictivo… quiero más».

  Flotaron en la embriagante sensación que provocaba el efecto de sustancias nocivas combinado con el éxtasis del sexo y luego Rey agregó, en voz alta:  

  —Lía, te sientes hermosa.

   Él aún no había bajado su cabeza, para ver plenamente con sus ojos el cuerpo desnudo que exploraba con sus manos. En cierta forma, Rey estaba pidiendo hacerlo, debido a que había notado la sutil incomodidad que la vampira sentía cuando la veían desnuda. 

   Ante las palabras del chico que tocaba su cuerpo expuesto con tanta atención, Lía se puso más nerviosa y suspiró profundamente con tal de calmar sus inseguridades. Se había armado de una coraza de fuerte autoestima, pero sus pechos, después de todo, estaban llenos de cicatrices, moretones, heridas y agujeros, así como el resto de su piel. La inseguridad estaba con ella en la cama, haciéndole compañía, esperando a derribar las pretensiones que la mantenían a flote.  

   —Discúlpame —dijo ella entre gemidos—. Te dejo que los acaricies con tu lengua y labios. Te permito que los saborees y los huelas todo lo que quieras hasta que los desgastes, si así lo deseas, pero no te recomiendo que los veas, si tienes otra opción. Tengo miedo de que te parezca desagradable. 

  Avergonzada, la vampira había hecho una aclaración, para reprimirse, «No me acostumbro a este momento de incertidumbre» y volvió a llevarse sus manos a los pechos. «Sé que es parte de mi responsabilidad, pero este es el momento en el que más vulnerable me siento. Él se dio cuenta de que lo estoy estudiando con mi mirada, que estoy prestando atención a su reacción mientras va explorando mi cuerpo. Retira las hebras de hilos que atravesaban y surcaban mi carne, no me limpia de las grotescas cicatrices ni de los agujeros, tampoco de los moretones…»   

   Rey se apartó lentamente y dejando de sostener las nalgas de la vampira, decidió agarrarla de los hombros y apartarla hacia arriba. Él, con un timbre bajo de voz, rebosante de ternura, dijo: 

    —Lía, mira mi cuerpo. Enfermo, lleno de cicatrices, rugosidades y asperezas. Cada centímetro de mi piel ha sido marcado. Tal vez, si nunca hubiera tenido que luchar, si mi vida, mi familia y nacimiento hubieran sido perfectos, si hubiera existido alguien que me protegiera, probablemente nunca hubiera tenido ninguna de estas marcas, al igual que tú. Siéntete orgullosa de lo fuerte que has sido y de permanecer aún con vida para regalarme este momento. Si hubiéramos vivido en un mundo perfecto o no hubiéramos sobrevivido, nunca podríamos saber lo que es alcanzar la grandeza que viene con la experiencia de sobrevivir. Te acepto precisamente porque eres como yo, acepto tu pasado, así como aceptaré tu futuro, porque cada vez que me pierdo en tus ojos me encuentro a una maravillosa criatura. 

  —Dime, ¿quién te enseñó tanto? —preguntó ella. 

  —Miles de incontables maestros. —Entendió que la respuesta era muy vaga, por eso, Rey decidió aclararle—: Árboles que vivieron para alcanzar un cielo inalcanzable, árboles que cayeron y siguieron viviendo como libros, árboles que fueron mi casa y me protegieron, de ellos aprendí y por ellos he podido ayudarme a vivir.   

Las palabras dulces de alguien que estaba encaprichado en saciar sus placeres, hicieron que Lía arqueara su espalda y abriera sus brazos sobre la cama. Exponiendo sus pechos maltratados a los ojos del joven. 

 Ante los ojos de Rey, los dos generosos senos quedaron expuestos junto al resto del cuerpo compuesto de maravillosas curvas femeninas al desnudo. Como si regresara al pasado en el que no sabía nada, completamente cautivado por observar algo nuevo, detalló lo redondo de los pechos que tenía delante, que no eran tan firmes ni tan erguidos. La piel estaba estirada y se desparramaba hacia los lados, sin obviar las innumerables huellas que habían dejado todo tipo de heridas. Se podría decir que eran unos magníficos senos llenos de magia que invitaban a tocar y acariciar. 

Con cariños y caricias se podía limpiar el pasado que contaban las cicatrices. Rey bajó su mirada, se convirtió en espectador de una barriga que, a pesar de ser esbelta y plana, tenía un curioso y seductor montículo a la altura del ombligo. Aún más abajo, entre las piernas, dos inusuales labios tan seductores como los que componían la boca de ella, extraordinarios y llenos de novedades para la mirada, pudieron ser apreciados.

  La vampira, sentada sobre las caderas del joven, decidió seguir exponiendo su cuerpo. Cerró sus ojos, levantó sus rodillas abiertas hasta poner los pies sobre la cama, e inclinándose hacia atrás, abrió con sus manos la naturaleza que tenía entre las piernas. Los labios mayores se hicieron ver hasta conectarse con el esfínter anal. La anatomía del área estaba ausente de la carne que les separa el uno del otro, lo que hacía que se viera raro, anatómicamente incorrecto.

   Rey entendía que tener habilidades de regeneración no significaba que un cuerpo diera prioridad a la sanación de partes con propósitos estéticos. De la misma manera, en la que no sanaban los agujeros en las orejas de la doctora en los que usaba aretes, una vez que la piel se acomodaba, la herida entre sus piernas quedaba sanada de semejante manera. Una operación tal vez podría construir el tejido, pero ¿quién, en un mundo de humanos, iba a operar a una vampira sin darse cuenta que no era humana?      

   Por otro lado, Lía conocía el cuerpo de su compañero como la palma de su propia mano. Las cicatrices que tenía, la forma de las pequeñas aberturas que creaban los músculos que se hacían notar, cada poro y cada lunar. No dudaba en apreciarlos nuevamente, pero mantenía sus ojos cerrados para no ver sus expresiones. Era el momento decisivo. Desde que ella había propuesto ir al cuarto, la situación que tanto trataba de evitar estaba ocurriendo y le rompería el corazón ver a Rey comportándose como los demás sujetos a los cuales se entregó.

  El joven levantó su mirada, el peso de la vampira que se sentaba sobre su miembro viril no le incomodaba, pero el silencio y los ojos cerrados de ella, sí. Notó que Lía mordía su labio inferior y dejaba al descubierto unas cuantas muecas de placer en su rostro, al sentirse observada y al descubierto, por eso Rey decidió extender su mano para tocar el clítoris de la fémina con su pulgar.

Al sentir el cálido tacto de un dedo sobre su botón de placer, la inseguridad que la golpeaba comenzó a diluirse. Reunió el valor suficiente para ver la reacción que su compañero tenía en su rostro ante ese momento, Lía abrió sus ojos tímidamente y observó lo que tarde o temprano debía ver.

    «Sobrevivir a la condena de Gilgamesh, “muerte por sexo violento”, solo había sido posible para mí porque mi vagina se juntó con mi cavidad rectal cuando fue perforada por la lanza del semidiós. Desde ese momento, mis víctimas, los hombres que dejo llegar hasta este punto con vida y que tienen grandes esperanzas de experimentar las artes amatorias de los dioses, me ven como un adorno roto», pensó la vampira, que continuó: «Pero no puedo creer lo que estoy viendo. A pesar de que haya visto otros cuerpos, verdaderamente no le interesan mis cicatrices, ni mi condición. Él no piensa que estoy rota. Creí que estaba mintiendo, que solo pretendía hacerme sentir bien o simplemente no tenía una correcta noción de lo grotescas que podían llegar a lucir mis partes íntimas cuando no estaban cosidas…». Lía dejó escapar toda su inseguridad en una exhalación y comenzó a menearse sobre el miembro viril del joven. 

   —¿Cuánto has vivido? —preguntó la doctora—. ¿Cuánto tiempo fue necesario para que quisieras entregarte al amor, a pesar de caer del cielo a un mundo tan violento y devastador como este? ¿Para usar tu voz en el corazón de alguien tan perdida como yo? ¿Para que tengas fe en el futuro que vamos a tener? ¿Para reírte y confiar? ¿Para dormir juntos y mantener la esperanza de que volvamos a despertar juntos? ¿Para tener la confianza de luchar contra alguien tan capaz de hacer y deshacer? 

   Rey entendió las preguntas desesperadas de una vampira que buscaba creer y vivir más allá de lo que le tocaba, tanto la entendía, que cuando vio las lágrimas cayendo de los ojos que lo estaban mirando, guardó silencio. No era algo que pudiese responder con facilidad. Las personas a veces necesitan números para sentirse complacidas, él no tenía un número en particular para dar. 

Podía decir que había vivido alrededor de trece noches eternas, aunque la eternidad no se caracteriza por ser definida. Podría decir que había vivido lo suficiente para leer incontables libros. Que había luchado hasta quedarse sin aliento en los círculos más bajos del infierno, que llegó al purgatorio y pudo subir al tártaro. Aun así, entre todas estas respuestas, no existía un número y tampoco era que su apariencia hubiera cambiado. Dejó que el silencio contestara, le dio una sonrisa cálida, a pesar de saber que él no era el problema de la situación, debido a que la mayor parte del tiempo, por su personalidad, estaba propenso a encariñarse con quienes le necesitaban y se volvía arrogante con aquellos con más poder que él. 

 La vampira estaba avergonzada por preguntar semejantes cosas, pero la curiosidad le ganaba y si su amado quería hacer su camino entre sus piernas, debía responderle. Ante el silencio del joven, ella tomó una de las sábanas y se cubrió como forma de protesta, demandando una respuesta. Ella hacía ver que no entregaría su cuerpo hasta recibir lo que quería, después de todo, para ella estaba bien ser egoísta. 

   —Soy Rey “De Heavens” —dijo él, acentuando las expresiones afiladas de sus ojos como si estuviera buscando descifrar lo que se le presentaba alrededor—. Hijo no deseado de un licántropo y un vampiro. Descendiente directo de dos espíritus trascendentales. La reencarnación del anterior juez y reconstructor del infierno. Estoy aquí y te garantizo que tengo un millón de propósitos que cumplir antes de morir —respondió con la tranquilidad y serenidad de un león soberano que reinaba sobre todo lo que sus ojos podían ver.

  Lía tragó en seco y se le subió el corazón a la garganta puesto que a veces se olvidaba que aquel que estaba entre sus piernas podía llegar a ser tan aterrador como el mismo infierno.

 Extremadamente enfocado, al punto de verse obsesionado, Rey, con sus ojos bien abiertos observó en dirección al vacío sin emociones, se apoyó en las percepciones agudizadas obtenidas por su linaje mixto. Con ojos, poder y apariencia que le inspiraron miedo a la doctora, también miraba a sus enemigos con la intención de evocar lo mismo.

  Con el propósito de regresar a la atmósfera romántica de antes, la vampira mostró sus deseos de entablar el acto sexual y se detuvo de seguir diluyendo el momento. Descubrió su cuerpo y abrió nuevamente sus piernas ante el rostro del chico, mostró la zona más erógena de su cuerpo, esa que merecía la pena ser explorada, con tal de calmar la mirada del joven, deseoso por demostrar la seriedad con la que pretendía sostener sus palabras.

  Ante la mirada afilada del joven, ella comenzó a tocarse de forma circular. En segundos, la libido de Lía volvió a resurgir, lo que la liberó de todas las inseguridades que podían atarle, Tan inmenso como perfecto era el placer de dejarse desear y amar a la vez. Estos sentimientos surgieron entre las cenizas del miedo. Dispuesta a entregar su cuerpo roto, a perder, a cantar, bailar y caer entre el techo de su cuarto y la cama, juntó sus piernas, pero le abrió los brazos a quien la miraba. Tras ambicionar curiosidades que le abarrotaron el interior, con sus besos, Lía quería que el joven se sintiera mejor y que con su cuerpo su invitado encontrara la casa que buscaba. Bajó su mano más diestra, empleó dos de sus dedos para abrir sus labios inferiores dejando al descubierto el orificio que se encogía, ya humedecido.

   El joven, viendo los movimientos de la vampira, tenía la sensación de que se estaba volviendo más activa y enfocada en experimentar placer. Sintió sus labios, viéndola desnuda para él, le tentaba verdaderamente a no seguir estando de mal humor ni preguntando cosas que podrían pasar cuando en realidad ni siquiera habían sucedido. Su músculo de hombre estaba a escasos centímetros de encajarse en una abertura que le haría sentir mejor que nunca.

  Mientras contemplaba los ojos de él, la vampira se entregaba a la apasionada comprensión de aquella nueva y poderosa emoción que guiaba sus actos lujuriosos. Luego de haber perdido el control, prejuicios y moral, comenzó a dejar caer su cuerpo en silencio, con la respiración entrecortada, abriendo la boca y cerrando los ojos para realizar el apasionado ritual sagrado.

   No era la primera vez en la vida de la vampira en la que estaba siendo consciente de que su corazón no podía amar a alguien de la misma manera. «Aun así, ¿por qué no corresponder las necesidades que Rey me despierta?» se preguntó. «Después de todo, seguir diciendo que soy egoísta, en este momento, a alguien que me mira de forma infinitamente tierna como lo hace él, sería devastador.»

  Las caricias de Lía se hicieron más activas y osadas, mientras que Rey depositaba numerosos besos sobre los pechos desnudos, hasta que sintió que su miembro se coló entre los labios inferiores de su amada y profanó el calor al líquido que estaba dentro y escurría.

  Durante el tiempo que Rey se mantuvo con su cabeza encajada entre las dos circunferencias, Lía se negó a romper el silencio que reinaba en la habitación. Para ella, no hablar ni gemir se sentía morboso, tanto como lo era probar la fruta prohibida. Debido a que la sensación de estar haciendo algo indebido era demasiado profunda como para ser expresada con meros gemidos opacantes, su mirada gritó la intensidad de la emoción.

  Rey estaba ahí abajo, rozando, chocando, pasando y hasta golpeando de vez en cuando la carne de una vulva bien acolchada, pero todo esto con sus ojos bien abiertos, mientras miraba las expresiones faciales de su compañera. Con su boca, se hizo perfectamente capaz de usar su lengua con tal de explorar todas las zonas perdidas de los generosos pechos. 

   En el momento indicado, los dedos índice y medio de la mano derecha de la vampira, se adentraron lentamente en el interior de ella antes de que lo hiciera el trozo de carne palpitante y hormigueante que esperaba ser recibido. En el éxtasis del momento, ella rebasó la entrada y llegó al punto de no retorno, explotando así, la llama de pasión en las respiraciones del joven. 

  Rey no se detuvo, aunque podía usar su lengua y manos libres de forma simultánea, siguió hundiendo los pezones de ella más y más en el interior de su boca. 

   Lía, valiéndose de su elasticidad, siguió avanzando sus dedos restantes y con el tiempo llegó a meter su mano en forma de puño para garantizar el contacto y tensión con las paredes en su interior. En ese momento, que sintió sus entrañas inundadas y con el trozo de carne que esperaba posado entre sus nalgas, el placer se volvió ilimitado, no por el momento, sino por el resto de las cosas buenas que podrían suceder y debían hacerse esperar. Después de todo, esa podría ser la última noche de su vida y era mejor si no se valía de todos y cada uno de los juguetes que tenía organizados en el interior de su armario para satisfacer su cuerpo, sino que podía disfrutar lo que era natural. 

 «Ohhh, sentir su respiración tan cerca de mi piel, como se ahoga con mis pechos en su boca» pensó, al cerrar los ojos y arquear su espalda. «Cómo succiona con fuerza, y como juega con la punta de su lengua. Mi mano, su miembro, él debajo de mí y yo encima de él».

   Tal vez por el éxtasis, por no haberlo hecho durante mucho tiempo, la vampira fue sorprendida por la electrizante sensación de lo que era un orgasmo. Uno causado por un simple juego preliminar. Ya no era momento de quedarse callada, Lía se agarró a la almohada y dejó salir un grito de placer, acompañado por ojos tan abiertos como su boca. «Solo cuando me entregué a amar por primera vez a otra mujer» pensó ella, «fue la primera vez que tuve un orgasmo así de rápido. De ahí en adelante, con la repetitividad, el sexo lésbico perdió la magia».

   —Quiero que me digas dos cosas, —demando Rey.

   —Lo que quieras, —respondió jadeando, aun retorciéndose sobre la cama, dispuesta a responder cualquier pregunta en ese momento.

   —Lo que te haga y no te guste en esta cama, lo que te guste y no te haga contra esta cama, no necesitas hacerlo todo por ti sola.

«Definitivamente, esto no fue por el éxtasis o por mi abstinencia, él es quien hace que mi cuerpo vibre, salte de miedo, caiga de excitación y explote de alegría.» pensó ella, al darse cuenta de la situación.

  Encendida, tan pronto sintió como una segunda mano intentaba rellenarle, Lía no pudo decir palabras en voz alta. Haciendo obvios los placeres que estaba sintiendo, comenzó a darle paso a sus jadeos y exhalaciones excitadas que se convirtieron en gemidos y palabras, que incluso daban a conocer una y otra vez lo hondo que él le estaba introduciendo su mano en el interior. 

   —¿Por qué tan obsesionados con el placer, si es el dolor quien nos mantiene vivos? Rey, sigue, busca que me duela. Haz que me sienta viva, muérdeme ahí —siguió diciendo la vampira, mientras la mano de Rey iba más adentro en el interior de ella y apretó con fuerza su mandíbula—. Ufff, en verdad haces que se sienta tan bien que no estoy segura de poder seguir aguantando. —dijo, al tiempo que puso su mano sobre la cabeza del joven, agarrándole por los cabellos con la intención de que este no abandonará lo que le había pedido. 

  Aunque de forma bien incómoda para el joven, una vez que las dos manos estuvieron en el interior de la doctora, ella movió sus caderas de un lado a otro, de forma circular y de adelante hacia atrás para ejercer la presión necesaria, al igual que la velocidad indicada, con tal de volver a detonar en un segundo orgasmo mucho más fuerte que el primero.

 Rey, con su mano, pudo sentir todas y cada una de las contracciones que Lía experimentó en sus paredes vaginales. Aun mordiendo con una fuerza considerable sobre la circunferencia de carne de sus pechos, Rey levantó sus ojos para ser testigo de lo que podría llamarse placer, satisfacción, relajación, alegría y demás expresiones que podían quedar en el rostro satisfecho de la chica que le aguantaba por los cabellos y  le apretaba contra su pecho con fuerza. 

   —Y aquí, un segundo orgasmo, —dijo ella—, tú, quien dijo y tanto habló sobre complacerme y satisfacer mis deseos. Tendrás que seguir esperando, debido a que todos estaban satisfechos. Ahora es mi turno, deja que, con mi boca, tal cual tú has hecho, yo pueda compensar mi falta, antes de enseñarte mi mejor arma en las artes amatorias.

  Lía dejó salir las manos de Rey de su interior, así como también le liberó los cabellos, para luego deslizarse sobre la cama hasta llegar a la parte íntima del joven. Devoró de una vez el miembro viril de su compañero y usó las técnicas que pertenecían al orden secreto. Con estos movimientos, los mismos que en el pasado ningún humano pudo propagar, ya que su destino era morir junto a la conclusión del abismal éxtasis de gozo, Lía arrancó los gemidos de Rey.

  Para la vampira, era delicioso ver como alguien de gestos confidentes y temperamento reservado se entregaba a gemir y retorcer sus piernas y manos. Con los ojos cerrados, Rey podía entender cómo era que los humanos morían ante las artes amatorias de Lía. Esto lo había visto en las memorias de ella cuando bebió de su sangre, además de estar sintiendo un placer tan inmenso como el que nunca había imaginado poder llegar a experimentar con otra especie no procedente del linaje del espíritu celestial del viento frío. Ahí, sobre la cama, Rey sentía como su miembro pasaba la garganta de ella y se introducía por entre los pliegues vocales hasta la tráquea. Las cuerdas vocales y la epiglotis de Lía se cerraban y vibraban como si fueran un terremoto, cada vez que respiraba. Sin embargo, eso no era todo, sino que también percibía como sus testículos estaban siendo masajeados por la base de la lengua, mientras que la punta estaba buscando por donde introducirse al interior de él, por detrás. 

  Con el placer que provoca la vibración, la estimulación en sus testículos y esfínter anal, ningún humano se daría cuenta que su miembro viril había sido perforado por uno de los colmillos de la vampira y que en todo este proceso la sangre estaba cayendo directamente en el estómago de ella. Sin mencionar que esos sujetos eran viejos antes del acto y para funcionar bien, tomaban un brebaje afrodisíaco que les garantizaba la solidez de sus miembros, incluso después de muertos.  

   —Aunque parezca que estoy a punto de ahogarme en cualquier momento, —dijo Lía entre arcadas— no te preocupes, déjame recibir toda tu explosión de fluidos, mis pulmones pueden tolerar el líquido.

   —Ohhh… —suspiró Rey, después de volverse a sumergir en semejante corrientazo de placer. 

   Con sus ojos cerrados, disfrutaba una y otra vez como aquella lengua lamia entre sus piernas, la garganta alojaba a su miembro y las vibraciones masajeaban toda la punta de su miembro viril. Cuando pensó que estaba preparado para soportar semejante placer nunca experimentado, un indescriptible calor húmedo envolvió la punta de su miembro.

  Seductora, más que nunca, Lía siguió tragando hasta que los dientes superiores de su boca hicieron contacto con la piel púbica de Rey. Juguetona, la vampira esperaba a que los ojos de su pareja le miraran para que este fuera testigo de cómo con su boquita hacía semejante odisea.

 Las vibraciones ya estaban haciendo que Rey respirara con profundidad, aun así, de un momento a otro, lo que se sintió como una succión le tomó por sorpresa. Sin saber si podría seguir aguantando, el híbrido abrió sus ojos, le devolvió la mirada a aquella chica que estaba contenta de lo que estaba haciendo. 

   —¿Quieres que me detenga? —preguntó Lía tan pronto como se apartó del ensalivado trozo de carne en erección, no sin antes frotarlo explosivamente con una de sus manos libres contra los cachetes de su cara.

   Aquella pregunta no merecía respuesta por parte del joven, quien de un golpe puso el rostro más desanimado de toda su vida ante la noticia juguetona. 

 Con una risa picaresca, la chica obtuvo el consentimiento mudo de su compañero, volvió a introducirse el músculo amatorio de su invitado en la boca y esta vez, mientras succionaba la punta con todas sus fuerzas, empleando sus dos manos, comenzó a masturbarle al mismo tiempo. Las dos delicadas y suaves manos más la boca y la lengua pertenecientes a la vampira, comenzaron a masajear de adelante a atrás, sobre las piernas del chico, que abría sus ojos cada vez más y más, mientras se dibujaba una sonrisa de placer en su rostro. 

  Tras unos minutos en este acto repetido, el joven noto algo diferente. Sintió en su miembro la presencia de tan solo una mano y que el calor húmedo que le hacía sentir la boca de su compañera estaba abarcando aún más territorio. 

 «De nuevo” se dijo Rey, mientras sentía que su miembro volvía a encontrarse con una especie de tope y aun así, Lía seguía forzando su cabeza hacia adelante, a la vez que sacaba la lengua tanto como podía. 

   Una vez más, terminó aguantando la respiración y con su nariz volvió a tocar la piel de la pelvis de su compañero. Tuvo algunas arcadas, se retiró, dejó el miembro completamente bañado de flujos bucales, para repetir el proceso, una y otra vez, hasta que lo volvió a colocar entre las cuerdas vocales.

 «No puedo tener suficiente de esta sensación tan enfermiza,” se dijo ella, mientras observaba el rostro de Rey con la intención de buscar indicios de si se iba a venir. Tan pronto se decidió a hablar en voz alta, alejó su boca una vez más y apretó tan fuerte como pudo el glande para así cortarle el camino a explotar.

  —Rey, quiero que me cojas… —dijo Lía, alzando su cabeza junto con su cuerpo. 

  Con su lengua, la vampira formó un camino de saliva que subía por la pelvis, el abdomen, el pecho y el cuello del joven.

  —No te preocupes —habló la vampira, orgullosa de lo que tenía planeado, después de todo, era su última arma en el campo de las artes amatorias—. Ya preparé muy bien la zona encargada de recibirte. Sí, la preparé, masajeé alrededor hasta que poco a poco comencé a sentir como uno de mis dedos se resbalaba al interior. Luego dos, y con un poco de dolor, tres. Los fluidos que mi vagina segregó, mientras cumplía el morboso capricho de adentrarme completamente tu miembro en mi boca, hasta casi mis pulmones, fueron los que más me ayudaron. Si no lo hubiese hecho de esta manera, en este momento, podría sentirse incómodo para ti.

   Al final de las sensuales palabras, los meneos de caderas y el contoneo de su pecho, Lía había terminado agachada de espaldas sobre Rey. Sostuvo el miembro del joven con su mano, lo guio en dirección al agujero por el cual debería adentrarse, ese que había sido preparado.

   Tanto el orificó anal como el agujero vaginal de Lía estaban conectados y los músculos de ambos no funcionaban de la mejor manera. Apenas sintió la resistencia de su glande contra algo, Rey pudo entender cuál era la otra entrada de la cual ella estaba hablando, esa que estaba localizada justo debajo del clítoris y por la cual eran expulsados los desechos líquidos del cuerpo femenino.

  De un momento a otro, ella se dejó caer bruscamente, haciendo que el joven experimentara de una forma precipitada la penetración. 

   —Lo siento por ti —dijo Lía, con expresión divertida por el placer de sentirlo—. En la cama me gusta que me duela cuando soy penetrada. Recuerdas el principio, lo que hiciste con tu mano y tus dientes. Ahora quiero que lo hagas de nuevo, pero esta vez con tus dos manos, mientras que me encargo de moverme sobre ti. ¿Crees que podrás?

  Sin decir nada, Rey pudo ver desaparecer la cabeza y la espalda de Lía, al mismo tiempo que se levantaron los dos grandes montículos de carne y también se abrió la cueva de los placeres que tenía entre las piernas.

   La doctora introdujo en su boca los dedos del pie derecho de Rey, al tiempo que comenzó a mover sus caderas con rapidez y movimientos amplios, al punto de llegar a sacarse, varias veces, el miembro del joven de su interior por accidente y tener que volver a adentrárselo con su mano. Volvió a abrir con brusquedad una y otra vez los esfínteres musculares que conformaban la entrada de la uretra, que se conectaban con la vejiga vacía.  

  Sobre la misma cama, Lía continuó con sus movimientos fantásticos, desplegó gemidos y acrobacias increíbles, que incluyeron arquear su espalda hasta el punto de poder besar los labios de Rey, valiéndose de una lujuria sobrehumana que estremecía toda la habitación y llenaba a Rey del deseo implacable de morir ahí, en el interior de ella. 

  Por más que empujaba con sus dos manos, hasta incluso tenerla adentro, más arriba de sus codos, Rey creía que podía seguir entrando, que era capaz de regresar a la barriga de una mujer, flotar en el líquido amniótico que tanto le facilitó la vida, que incluso volvería a nacer. Los efectos del alcohol no le hacían pensar de forma racional, en lo absoluto, menos en ese momento que estaba perdido entre los placeres de la carne.

    —Eres audaz y perfeccionista en tu trabajo, podemos tratarlo después, —dijo ella entre gemidos, como si había leído los pensamientos del joven—. Pero ya casi estoy a mi límite, concéntrate en ti. Quiero que explotes en placer junto a mí.  

  Con las indicaciones de su compañera, Rey entreabrió la boca y fue capaz de sentir que el momento estaba a punto de llegar, sin que pudiera resistirse o evitarlo de alguna manera.

 El choque de movimientos entre los dos cuerpos se volvió más fuerte, hasta que ambos se detuvieron dando un respiro extremadamente hondo, sintiéndose el uno al otro, disfrutando del éxtasis acompañado por la lluvia de fluidos que se disparaba entre las piernas de la vampira.

   —Si lo que incomoda a tus ojos es que no lo hayamos hecho de la manera correcta, te tengo una buena explicación. Quería que te vinieras, deseaba regalarte en esta, tu primera vez conmigo, la experiencia que pudieras eyacular en mi interior. Quiero que seas consciente que solo puedes terminar dentro de mi vagina en el momento que quieras que yo te dé un descendiente, —dijo la vampira mientras acaricia con su mano el rostro del chico. 

   Con una mirada comprensiva, Rey asintió con su cabeza en todas y cada una de las pautas que hacía la vampira en su explicación. Sin mucho rodeo, cuando vio oportuno, Rey agregó un comentario en voz alta; 

  —Aún tengo deseos de continuar. 

  —Puedo sentirlo, la dureza de tu miembro es apreciable —respondió Lía—, ¿acaso te excita la idea de fecundarme? Bueno, ya que sabes mis reglas básicas, puedes hacer con mi cuerpo lo que quieras. Pero antes, abre la boca, saca tu lengua, haz crecer tus colmillos y desgárrame la superficie íntima hasta que sangre. Comenzaremos con un buen beso rojo y está demás decir, que en esta ronda no tienes por qué ser delicado. Te dejo que me muerdas en donde desees, que arañes mi piel si así lo quieres, me golpees si te apetece y que trates de romperme, porque ahora es que voy a disfrutar corromperte y hacerte experimentar los fetiches raros que nuestra especie puede llegar a tener. Te garantizo que calentaremos la noche con el fuego de nuestros cuerpos. 

  En el palacio real, dentro de la sala del trono de Gilgamesh, flotaban numerosas pantallas y la misma cantidad de mujeres en el suelo tiradas. Todas desnudas, algunas se podían mover, otras no, mientras que cuatro de ellas usaban sus bocas arrodilladas a los pies del emperador que se paraba de brazos cruzados, mirando eufórico hacia arriba. En uno de esos hologramas estaba el rostro temerario de Rey, mirándole fijamente, con los ojos emblanquecidos y afilados, de alguien que con su arrogancia evocaba confrontación. Era un oponente que sabía que estaba mirando directamente a una cámara que le grababa. 

  —Señor, con todo respeto mi señor —dijo la voz de una mujer—. Esa criatura es muy peligrosa, ultra, super peligrosa. Si lo deja con vida no hará nada bueno.

  —¡No! —grito Gilgamesh, quien de un revés de su mano decapitó a quien había osado hablar sin permiso cuando lo que tenía que era usar su boca, labio y lengua con tal de generar placer—. Él es perfecto, el mejor rival con el que me pueda enfrentar jamás. Mi único propósito será destrozar su voluntad. ¡Hacerle mío y de nadie más! ¡Aunque tenga que sacrificar toda esta luna que he creado!

  Mientras las palabras arrogantes del emperador resonaban, la sangre del cuerpo decapitado se dispersó por todo el lugar y bañó los cuerpos de quienes estaban presentes. Pero ninguna de las mujeres se atrevió a reaccionar, pues sabían que podrían sufrir la misma sentencia.

  —¡Que den la orden! —grito el soberano emperador.

  Jhades había dejado de ser niebla y caminaba entre los pasillos. Se cuidaba de los reflejos, con tal de no verse a sí mismo, merodeaba por los pasillos desolados del templo de las artes amatorias como si fuera una sombra. No era que estuviera intentando encontrar a alguien con quien hablar, sino que prefería estar solo y por esa razón se alejaba lo más que podía del centro médico. Aún tenía su mente preocupada por ser traicionado y que la chica encargada de cuidarle quisiera venderle a las autoridades. Eso le estaba ocasionando un vacío existencial que quería negar. ¿Era tan malo ser vampiro?  

 «Era mejor si me hubiera quedado con madre y padre, al juntarme con ellos fui tragado por un agujero, quien sabe si traen más problemas” pensaba Jhades. «Los vampiros viven mucho tiempo, tanto como para no darse el lujo de terminar muertos o en una vida de sufrimiento.” 

 De pronto, notó algo raro, las paredes a su alrededor estaban vibrando, cosa que no le extrañaba debido a las tantas veces que había sucedido, aunque esta vez era diferente, tanto que le hizo tomarse el trabajo de desaparecer como niebla. Luego de las vibraciones, un grupo de sujetos vestidos con trajes especiales que les mantenían aislados del ambiente, aparecieron. Estaban inconfundiblemente bien organizados y tenían muchos materiales en sus manos.

  Jhades mantuvo oculta su presencia y observaba como el grupo de gente fabricaba en cuestión de segundos una pared sólida al final del pasillo, para luego retirarse y seguir avanzado en otra dirección, con más materiales. Tan pronto el grupo de humanos se alejó del lugar, el vampiro hizo aparecer una mueca amargada en su rostro.

  «La suerte no está de mi lado», se dijo, sin atreverse a alzar su voz como para ser escuchado. «Simples humano, quieren que de aquí en adelante lo que exista sea un laberinto, aunque la temperatura entre el oro y los demás metales preciosos es totalmente diferente a la de este muro falso que acaban de construir. El sistema de ventilación aún está conectado, sin mencionar que con mis armas puedo atravesar cualquier columna. Todo esto es un mediocre acto con tal de retenernos a mis hermanos y a mí. Es tan mediocre, que no existe nada que merezca la pena hacer». 

   Carente de deseos e intenciones de advertir a los demás, Jhades uso las características de su cuerpo en estado gaseoso para colarse por las ventanillas de ventilación y atravesar lo que eran diez paredes falsas y terminó en un oscuro pasadizo. Concentró su cuerpo en un solo lugar, se materializó y vio como si fuera de día, por lo que, le prestó atención a las trampas capaces de matar a una persona normal.

 «¿Mmm? No solo un laberinto está siendo construido» pensó, mientras estudiaba la situación. «Trampas y rústicos artefactos de vigilancia casi tan grandes como una persona. Ignorantes, que no saben ni siquiera qué estoy aquí, me muevo libre como el viento si así lo deseo, pero ¿y si nada de esto está siendo construido con la intención de detenerme?

   Como el único caído del cielo que no se había alineado a las expectativas de una sacerdotisa, Jhades avanzó mientras evitaba las trampas, con la intención de exponerse de forma vulnerable a un ataque. Desde un principio, no le gustaba la idea de tener que esforzarse más de la cuenta, pero la desinformación no era buena en ninguna guerra. 

  —Me niego a creer que yo tenga más abundancia de comida, si no pretendo al menos ser atrapado. —susurro el vampiro al aire, como si hablara con su estómago vacío—, después de todo, nada de esto podría rasguñar mi piel.

  De repente, el olor del sitio cambió, la esencia y el miedo perteneciente a un ser delicado se hacía paso entre la humedad y el polvo del lugar, pues ya había algunas trampas accionadas. 

  —No quiero ensuciarme, —se dijo, para volver a desaparecer en el aire y hacer de sus armas una copia de él—. Hazte valer de algo, revuélcate un rato, a ti no te importará. 

  El ligre blanco que pertenecía al vampiro, ya estaba acostumbrado a hacer los trabajos sucios de él. Tras dejar de lado cualquier contemplación y demora, la figura felina se levantó en dos piernas y caminó en dirección a una trampa y terminó intencionalmente cautivo en una gran red que estaba en el techo. Una vez envuelto entre las sogas y mallas, una alarma se escuchó y luego una temerosa chica portadora de una espada entre sus manos se acercó cautelosa y bien temerosa. 

   —¿No eres un subyugador? —preguntó ella—. ¿Por qué caerías en tu propia trampa? ¿Estás bien?

   Jhades, estaba disperso en la oscuridad, listo para devorar a su víctima y mostró una sonrisa amargada. Entre dientes, maldijo a su hermano híbrido, por tener la capacidad de entender el nuevo lenguaje, Él sabía que debía agradecer semejante facilidad, pero no ahora, que iba a comer. 

El vampiro dejó el hambre de lado y se decidió a responder las preguntas con más preguntas. —¿Y si fuera más que un subyugador? ¿Si yo fuera un cazador en busca de una víctima perfecta para satisfacer mi apetito? ¿Aun así, estarías decidida a matarme? ¿Realmente, esas manos temblorosas, ya tomaron la decisión de quitarle la vida a quien te amenaza? 

Una vez que la espada cayó al suelo, la muchacha rompió en un ataque de pánico mientras se miró las manos, como si pertenecieran a una criatura horrorosa. Iba en contra su naturaleza hacer daño, pero ella estaba ahí, con la intención de aprovechar el descuido de sus enemigos y matarle si podía, pero por el simple hecho que tuvo que hacer preguntas antes de actuar, ya había perdido la ventaja. La respuesta era no, ella no estaba preparada para matar a alguien, así fuera en defensa propia y Jhades se dio cuenta de esto.

 «Definitivamente» pensó Jhades, luego de dejar salir un suspiro. «Si la mato, me la como y desaparezco su cuerpo, tal vez terminaré con mala digestión. Madre me dijo que no jugará con la comida, pero me causa capricho comer algo con más vida que ese saco de huesos que me acaba de preguntar si estoy bien. Tal vez sea mejor si la engordo un poco y después la devore. En este mundo no está de más tener una esclava, alguien que necesite, que tal vez me ayude a sentirme menos solo. Definitivamente pienso ocultar el deseo de que más factores sigan haciéndole la vida miserable, para no perder mi propósito como protector, engordarla y comerla. 

  Tras pensar, sin una gota de culpabilidad, Jhades dijo en voz alta;

  —Saco de sangre, no soy de quien te debes preocupar. A cambio de tu agradecimiento, aceptaré tus servicios como mi esclava.

 —Definitivamente, quiero confiar en alguien, por favor, ten piedad de mí y ayúdame a seguir adelante, recién alcancé mi libertad y no quiero seguir siendo una simple propiedad —suplicó la mujer, quien rápidamente se dispuso a tratar de apagar la alarma de la trampa y liberar el cuerpo del ligre.

   Jhades también pudo notar como aquella chica parecía no poder ver, lo desaliñada que estaban las pocas prendas con las cuales cubría tan solo su barriga. Que ella no quisiera ser su esclava era un problema, pero por qué lo seguía salvando, no daba la vuelta y se marchaba. Atacar por la espalda, apuñalar el hígado y ahorcar el cuello de alguien que estaba corriendo no era justo, pero si apetitoso para Jhades.

  —Saco de sangre, acaso no me escuchaste. El trato es que seas mi esclava, si no, ¿por qué me estás salvando? ¿Por qué no te marchas? 

Haciendo uso de casi todas sus fuerzas, ella volvió a buscar con las manos por el suelo, hasta que encontró la espada que había soltado y con su filo cortó la red e hizo caso omiso a las palabras que le hablaban.

  Luego que se aseguró que el cautivo estuvo liberado, contenta por al menos haber hecho un acto de bondad, dejó salir las siguientes palabras: 

—Porque corrí y corrí, sin poder encontrar salida, al menos pude encontrar algo bueno que hacer con mi vida. Salvarte a ti. Ellos vienen por mí, yo escuché que en la enfermería está un ‘caído del cielo’ bien poderoso del que todos tienen miedo, yo me quedaré aquí, te daré un poco más de tiempo.

  «¿Acaso está desistiendo y se rinde? ¿Con lo que queda de su frágil existencia quiere defenderme?» pensó Jhades, mientras evaluaba la situación aún desde las sombras. «Su mirada se ve perdida, todo su cuerpo está hecho un desastre, sus cabellos sucios y sus piernas huelen a inmundicias. Esta chica parece haber estado escapando de algo que ahora quiero encontrar, debido a que me abre más el apetito cuando la comida se comporta de forma lógica.» 

 Tras hacer que su cuerpo en estado gaseoso volviera a solidificarse, Jhades habló en voz alta casi como quien tenía dolor de cabeza.

  —Acaso no puedes darte por vencida tan fácil, saco de sangre.

   El vampiro mantuvo la distancia y levantó su pie para tocar por el hombro a la chica arrodillada, debido a que no quería ensuciarse las manos, pero sí llamar la atención de ella.

  —Si has sido tú quien me estuvo hablando durante todo este momento, ¿quién es él? —preguntó confundida, mientras miraba en la oscuridad, que no le dejaba ver mucho más allá de su nariz.

 —Mi Youse, —respondió Jhades atormentado por tener que dar explicaciones innecesarias—, quien no tiene importancia. ¿Sabes qué? Yo también estoy escapando y la mirada en tus ojos me dice que estamos en las mismas condiciones. ¿Dónde están tus perseguidores?  

  —¿Quieres ayudarme? ¿Quieres que seamos amigos? —La mujer, similar a un querubín, hizo dos preguntas con voz y movimientos esperanzados, pero tras respirar y pensarlo dos veces muy bien, se mantuvo firme— No, debes marcharte. 

 Ella no sabía que Jhades tenía el rostro disgustado, levantaba las manos y negaba con la cabeza ante las palabras amigas, puesto que para él la comida no tenía valor en ninguna otra manera que siendo servida o sirviendo.

   Daniela, apoyándose en la espada con su cuerpo todo tembloroso, intentó volver a ponerse de pie, pero no lo alcanzó. La espada se le resbaló y su punto de apoyo se le fue, provocando una caída inminente en la cual terminó desparramada contra el suelo.

  —Déjame sin mirar atrás o sentirte culpable, no puedes contra los subyugadores.

  —Mmm, interesante, sacó de sangre con falsas ideas —dijo Jhades, un tanto más cómodo con su decisión, tanto que incluso dejó salir al aire unas carcajadas—. Los subyugadores, si ellos son quienes te persiguen no creo que sea tan malo después de todo, mantenerte conmigo.  

  Tras las divertidas palabras de un vampiro que había encontrado algo con lo cual entretenerse, mandó a su Youse, recién liberado, a que se ocupara con rapidez del cuerpo cansado que a duras penas podía respirar. Jhades no tenía intenciones de ensuciar sus manos, por lo que se alejó un poco. 

   Nuevamente, el vibrar de muchas personas pisando el suelo llamó la atención del vampiro.

   —Regres, —era el nombre de la bestia felina capaz de transformarse en dos armas de fuego y en persona—. Deja de perder el tiempo con una forma humana, pasa a ser lo que eras antes, —dijo Jhades, un tanto molesto por tener que pensar en cómo hacer las cosas correctamente—. Si la cargas en tu lomo será mucho más fácil, no es que ese cadáver pese tanto y así aprovechamos de movernos a un lugar más apropiado.

   El pequeño cuerpo, siguió las órdenes del vampiro, cambió hasta transformarse en un inmenso tigre, el cual llevó a cabo la proposición de su compañero y terminó colocándose a la muchachita en su lomo. 

  Aún sin caer totalmente en el sueño, ella sintió como terminó sobre la espalda de un gran felino. Comprometida a contribuir con lo que podía, dijo: 

—Sigue recto— aunque lo dijo con una voz tenue, la indicación fue bien recibida por Jhades. —Dentro del agujero vas a encontrar un pasillo a la derecha. Después tendrás que dar un giro hacia la izquierda, ahí debe haber una puerta. Tengo la esperanza que sea una habitación en la que podamos refugiarnos. 

  «De amigos a darme órdenes, ¿será pretencioso este mero envoltorio de comida?»

   Jhades quiso ahorrarse el trabajo de hablar y dio una señal con su mirada al Ligre cuando le miró a los ojos. Al entender la situación, Regres se dispuso a seguir las direcciones que le habían sido dadas y tan cuidadoso como el gato que era, ni siquiera tenía que mirar hacia abajo para evitar las numerosas trampas que componían el suelo. Eso no hubiera podido suceder si mantenía su forma humana.

  Los tres no tardaron mucho en llegar a su destino. Como la chica había dicho, se encontraron con una gran compuerta que indicaba el final del pasillo. En apariencia, vieja, oxidada, rodeada por polvo, mugre y tampoco parecía que funcionara. 

«¿Esto es una habitación?» pensó Jhades, al preguntarse por qué estaba decepcionado. «Es que por más que la observo, no existe manera lógica de poder abrirla.» 

  Con sus ojos cautelosos, buscaba si la gran puerta tenía alguna cerradura o ranura por la cual se insertará algún tipo de llave, pero no encontró nada. Tampoco era que pudiera transformarse en gas para pasar al otro lado, ya que, no existía ningún ducto de ventilación cercano y la habitación, de cierta manera, era hermética. 

 «No creo que las ruinas de una antigua instalación sean muy limpias» concluyó Jhades, por lo que hizo que sus uñas aumentaran de tamaño. Si tenía que tocar algo sucio, prefería hacerlo con partes de su cuerpo que no se pudieran ensuciar. Dio varias estocadas con sus dedos, raspó y buscó diferentes sonidos, hasta que encontró un curioso compartimiento cubierto por una placa metálica.

 Intrigado por el artefacto que estaba a punto de encenderse y mostrar números, el vampiro hizo presión en los bordes de la tapa metálica hasta que entró lo suficiente como para hacer un sonido de clic. Apenas el joven retiró su mano, se aseguró de arrancar la tapa que sostenía entre las uñas, la dejó expuesta y en la esquina de la puerta un mecanismo se encendió. 

Unos pasos comenzaron a sentirse aún más cerca, casi al doblar del pasillo en donde se encontraban los tres individuos. En ese ambiente, una persona normal habría saltado de los nervios, pero el joven no era una persona normal, era un vampiro que constantemente estaba corrigiendo su conducta, con el objetivo de no parecerse a un animal. Tras respirar hondo, Jhades desistió de seguir intentando abrir la puerta, debido a que no tenía que apurarse, ni sentirse bajo la presión de ser capturado.

«Si este va a ser el caso» dijo Jhades en voz alta, «Espera aquí por mí». 

 El chico volteo su espalda a la puerta para caminar en dirección opuesta, decidido a encontrarse con quienes se acercaban.

  —[Batería baja. Inserte la clave. Batería baja. Inserte la clave] —Una y otra vez, el mecanismo de la esquina de la puerta repetía ese mensaje, lo que reveló el lugar en el cual estaban e indicaba a los subyugadores a dónde ir. 

    Jhades no se marchó porque el desesperante sonido robótico no lo dejó. Con la punta de su pie cubierto por la oscuridad, lanzó una patada que de alguna manera golpeó el mecanismo que incansablemente repetía las mismas instrucciones. Salieron chispas de la pared y la puerta que estaba cerrada y parecía impenetrable, se abrió como por arte de magia.

 La voz que daba instrucciones desapareció y los agresores estuvieron cada vez más cerca.

Cuando puso su pie derecho sobre el suelo, el joven de cabellos negros le indicó al felino que podía entrar, pero él se quedó afuera para cerrar la puerta y desaparecer en el aire, justo en el momento cuando los soldados doblaron la esquina más próxima. 

  Como adentro de la habitación no había luz, la oscuridad permaneció igual para los humanos que recién llegaban con artefactos especiales en los ojos. Ellos estaban ante un callejón sin salida, oscuro y mugriento, en donde solo se podía ver una tenue luz azul a la altura de los ojos. En un esfuerzo por buscar visibilidad, apuntaron con sus linternas en dirección al pasillo, ya que creyeron haber visto algo que brillaba. Una sombra en la oscuridad podía darse cuando alguien intentaba esconderse, pero cuando la luz se abrió paso no había nada, solo una puerta cerrada. 

  Al mirar el piso del pasillo en busca de rastros, uno de los individuos se dio cuenta que las cuatro patas de una enorme bestia estaban marcadas. Ya no eran las pisadas de los delicados pies descalzos que estaban siguiendo. No era sensato seguir buscando o arrinconar a una criatura que no estuvieran preparados para enfrentar. A punto de cancelar la operación, el sonido de un cuerpo cayendo al suelo, desplomado como un saco de papas, hizo que todos colocaran sus dedos en el gatillo de las armas que llevaban en la mano opuesta a la que sostenían la linterna. 

  El sonido había provenido de atrás, así que el grupo se volteó apuntando con la luz y sus armas para revisar exhaustivamente. Desafortunadamente, el sonido fue real, pero no lo que se esperaba que fuera. 

  En el suelo, el último hombre del grupo de cinco, se encontraba tirado, pero no fue porque algo le hubiera dado en la cabeza. El individuo tenía su estómago abierto, aunque seguía moviéndose, los pulmones estaban sobre sus hombros, Desparramaba sangre y sus órganos por el lugar. ¿Qué había sucedido? se preguntaron los presentes, que ni siquiera tenían la capacidad de procesar lo que estaban viendo. Ellos no regresaron al presente, hasta que oyeron el sonido moribundo de un último aliento que escapó de la garganta abierta de otro sujeto. 

 Con una linterna menos, la oscuridad llenó el espacio que la luz le había arrebatado, mientras que el territorio del cazador se había hecho aún más grande. Una vez más, todos se voltearon sin entender nada, pero esta vez dispararon a lo loco, con esperanzas de atinarle a algo.

  Las balas chocaban contra las paredes, la puerta del fondo, el techo y las paredes. Nada, si es que algo pudiera existir podría quedar vivo, ¿o sí?  

  Quedaban tres hombres, agitados, con la esperanza de que uno de sus disparos ciegos hubiese alcanzado a la bestia que les acechaba. El silencio no era nada bueno, sobre todo cuando todo lo que se podía escuchar eran las respiraciones y los latidos de un corazón agitado que se les quería salir del pecho.

 El que se encontraba en el medio, justo antes de vomitar por los nervios, en tan solo un abrir y cerrar de ojos, fue colgado por el cuello en el techo. Murió asfixiado, sin poder hablar o pedir ayuda, pero antes de eso, empleó sus manos para tratar de liberarse o al menos reducir el peso que solo su garganta estaba soportando. Desesperado, intentaba atrapar con sus dedos la especie de cuerda que lo estrangulaba, pero la sangre le volvía resbaloso el agarre. Sin más remedio que encontrar un punto de apoyo con sus pies, pataleó y golpeó a sus compañeros que intentaban ayudarlo. 

   ¡¡Bang!! ¡Clic! ¡Tin, tilín, tin! Sonó un disparo, el retroceso de una pistola automática y el casquillo de la bala por el suelo. 

  Los sesos del cuarto sujeto volaron por el aire bajo la luz de una linterna que parpadeaba. Con su cabeza parcialmente destrozada, aquel sujeto cayó al suelo mientras aguantaba a su compañero colgado. El peso que el hombre aguantaba con su espina vertebral se duplicó, imposibilitándole poder continuar con vida, pues lo que unía las vértebras no pudo seguir aguantando la presión y se partió en dos.

   —Una pesadilla, no… —dijo el último hombre con voz temblorosa, al tiempo que llevaba su pistola a la cabeza, presionó el gatillo a más de la mitad y preguntó— ¿Acaso eres un vampiro?

  Jhades miraba a su víctima a los ojos, unos que no podían verle de vuelta y aunque entendió la pregunta, se mantuvo en silencio e inmutable cuando el sonido de un disparo, la luz de la explosión de una bala, sangre y sesos, le salpicaron la cara.

  Humeante, el ya no tan frío cañón de la pistola, que se había posado en la sien del último individuo del grupo, cayó al suelo junto con su cuerpo. Ahí estaba Jhades, mitad niebla, con la parte superior condensada en la figura de una persona, cuyos ojos azules translucían un brillo frío. Apuntó una de las armas del suelo justo entre las cejas de la primera víctima que aún no se moría, que era el que tenía su estómago abierto. 

   La luz de una de las linternas volvió, el hombre moribundo pudo ver a su verdugo, al vampiro con sus dientes salidos, ojos decididos, un rostro salpicado en sangre, temerario, impresionante. Consciente de su sentencia de muerte, agregó en voz alta: 

 —Nunca luches contra un vampiro en la oscuridad, me dijo una vez mi abuelo. Se refugian en tu miedo y como un simple humano que eres, solo serás su presa natural. Incapaz siquiera de ver por donde atacan, uno a uno, tus amigos caerán en el suelo, muertos y sin aliento… fue divertido mientras lo viví, no me arrepiento. Estoy agradecido de encontrar mi muerte a manos de un vampiro, después de todo… nunca quise ir al infierno.

  Jhades noto como con su mano, el sujeto tomó la punta de la pistola y se aseguró que no dejara de apuntarle a la cabeza, mientras reía eufórico. Ver tantas expresiones entre sus víctimas era agradable de cierta forma, pero le dejaba con más preguntas que respuestas.     

   El chico no tenía nada que preguntarle a un humano, todo era obvio, todo encajaba para él, ya que ellos eran comida. Las trampas con las que anteriormente se había encontrado y el laberinto, fueron creados con el propósito de poder cazar de forma eficiente a la chica que él había rescatado hace unos momentos atrás. Luego de presionar el gatillo, Jhades extinguió la vida del humano que parecía haberse entregado a muerte. 

  Como vampiro que era y basado en las múltiples prácticas efectuadas con su tía, puso en práctica sus habilidades de manipular las sombras. Le dio vida, dientes, estómago y hambre a lo que era la oscuridad y así fue como Jhades desapareció gran parte los cuerpos dispersados. Ciertamente, le tomó tiempo y mucha concentración, pero lo logró.  

 «Matar se sintió tan natural, refrescante, entretenido» pensó Jhades, quien estaba inmerso en el proceso de devorar en la oscuridad los cuerpos de las víctimas y consumir su sangre. «Es normal para un vampiro desaparecer lo que no se puede comer, pero ahora que la adrenalina se marcha, siento que mi cuerpo está en un mejor estado de lo normal. Si toda esta emoción hubiese durado solo un poco más, quizás me hubiera quedado perdido en lo adictivo que es matar. Pero, pensar en no seguir matando hace que la sonrisa en mi boca se desaparezca. ¿Acaso este sentimiento es porque mis hermanos estuvieron convencidos de que Padre y Madre nos matarían antes de tener la oportunidad de participar en la iniciación? Matar, cuando no es para comer, es malo. Cuando no es para defenderse, también. No quiero ser un adicto a matar por placer, no quiero que me vean de esa forma. Tengo una sonrisa en mi rostro, simplemente porque estaba demasiado centrado en sobrevivir, era ofensivo que unos meros humanos se enfrentarán a mí. Pero ¿podría haberles dejado vivir? Al menos a uno, como hizo mi hermano ¿eso significa que no soy mejor que él, que tengo menos control? De todas maneras, si no existen cuerpos, no existen los asesinatos, aunque aún quede en mí el sentimiento de matar. No puedo negarlo, esta sensación de cuando corté el estómago de ese sujeto, colgué al otro, disparé, y vi morir a alguien en frente de mis ojos aún es vívida. Quiero repetirla si eso es lo que significa tomar una vida. Hasta ahora, no tenía ninguna idea de lo que significaba cazar. ¿Es tan deleitante? Más que cazar, mejor lo llamaría… asesinar. Madre y tía vivieron haciendo prácticas como esta a diario, si no fuera el caso, no me hubieran enseñado a deshacerme de los cuerpos. Si, de cierta forma tuvo que ser así. Si quiero estar al nivel de ellas, debo ser capaz de esconder los cuerpos, de no dejar saber que hice lo que hice por diversión. No puedo dejar testigos, nunca puedo…  mucho más, cuando regrese. Tampoco debo sonreír ni mostrarme muy tranquilo o que estoy bien».

 Jhades dejó todo como si nunca hubiese ocurrido nada y caminó en dirección a la puerta del cuarto. Las balas, armas y cosas no orgánicas aún estaban dispersadas por el lugar, pero no existía cuerpo alguno, así que todo estaba bien. Podría decir que les había ahuyentado o alguna que otra excusa, pero aún no se animaba a entrar. 

 «Estoy seguro que eso es lo que haría mi hermano. Vamos, Jhades» se dijo. «¡Deja de sonreír! ¿Cómo es que mi madre o cualquier otro vampiro come algo tan deleitante y después actúan con tanta facilidad? Quizá porque se fueron acostumbrando a hacerlo, pretendiendo fue como se llegaron a insensibilizar».      

  Tras sentir el ardor en sus codos y rodillas raspadas, el infinito cansancio de su cuerpo en mal estado y la superficie dura de lo que se suponía era una cama, la moribunda chica recuperó la conciencia. Como no se sentía atada de pies y manos, ni creía tener algo en el cuello, la chica de cabellos rosados, poco a poco abrió sus ojos. Primero quiso ver si estaba dentro de una jaula como era usual, así podría pretender estar muerta por el tiempo que fuera necesario hasta que la viniera a revisar y tal vez, en el proceso, encontrar una oportunidad para escapar de la misma forma que había hecho en el pasado. Pero no, ella no veía barrotes, rejas de metal ni paredes acolchonadas. Respiró un poco más hondo y algunos recuerdos invadieron su mente. Se había encontrado a alguien.

 «¿La habitación con la puerta que no pude abrir?» se preguntó, tan pronto regresó a un estado normal en el cual podía pensar con racionalidad. 

  Curiosa, con interés de saber dónde y con quien se encontraba, levantó su cuerpo esbelto, dotado de pocas características sobresalientes y observó a su alrededor con más libertad. Observó una puerta al frente suyo, sólida, imponente y maciza, que prometía mantener a los cazadores del otro lado. El techo de concreto estaba erosionado por el óxido de las cabillas y la humedad del tiempo. El suelo en el cual el polvo se apilaba en pequeños montículos. Las cuatro paredes se podían alcanzar a ver mugrientas, en ellas existían grandes manchas de moho, el resultado de otro cadáver de un humano que se había descompuesto con el paso de innumerables años. Un cuarto de baño en lo más profundo. Una mesa de escritorio casi cayéndose y varias sillas, una ocupada por un joven cuerpo, las otras dispersas contra la pared o tumbadas por el lugar. Finalmente, vio la superficie en la cual debía de existir el colchón que componía a una cama, en donde ella estaba desnuda.

   Recordó que sus prendas eran los restos de una gran sábana blanca, que había utilizado como túnica antes de escapar. La chica volvió a respirar hondo mientras trataba de hacer movimientos que cubrieran sus atributos. Ella recordaba estar cubierta con algo mientras corría por los pasillos, así como cuando conoció al chico que le devolvía la mirada.

    —Despertaste… Espero que te sientas bien —dijo Jhades, con actitud soberbia, sin siquiera tratar de disimular el hecho de que había limpiado su silla con las prendas de la chica—. Oh, el trapo que tenías cubriéndote valió de algo. Quiero decirte que es irritante tener que esperar de pie por ti, mientras dormías. También, mandé a Regres a que atendiera tus heridas y al menos tratar de peinar tus cabellos, pero no tuvo éxito en semejantes tareas. Ya podrás agradecer mis esfuerzos en un futuro.

   La jovencita, de ojos y cabello rosado claro, temblorosa, le agradeció continuamente, mientras de a poco agachó la cabeza, apenada. También le dio paso a las lágrimas que hacía tiempo llevaba reteniendo. Tras darse cuenta de que tal vez sus disculpas y lloriqueos podían estar molestando a su salvador, comenzó a disculparse por ese comportamiento. 

  —¿Por qué lloras y te disculpas, saco de sangre? —pregunto Jhades, dejando su tono soberbio para disimular bondad de cierta manera—. ¿Acaso no te encontrabas en buenas condiciones mentales?

  —Eres igual al resto ¿No es cierto? —dijo ella, tratando de calmar sus lágrimas.

  El corazón del vampiro se le quiso salir del pecho, hasta ese momento había hecho bastante con disimular su contentura al grupo de humanos, pero que ella le dijera semejante cosa fue un comentario que no pudo pasar de largo. Además, que no podía matarla, ya que ella era su coartada para probar que no era un monstruo.

  —¿Cuál resto?, ¿Acaso no ves que te rescaté? ¿Estás en un lugar seguro? ¿No viste que ahuyente a los subyugadores? —replicó Jhades. 

   —Cada vez que abro mis ojos y sigo viva, es porque sobreviví a ser violada, esclavizada o cazada, pero es para repetir el ciclo. Estoy en una cama sin ropa, y tú en una silla mirándome, ¡Se supone que fueras mi amigo! No que te aproveches de mí por haberme salvado, cuando todo lo que quise fue morir protegiéndote. 

   —No me interesas físicamente, no eres nada violable, no eres cazable y te negaste a ser mi esclava. ¿Por qué dices semejantes cosas? —ante la pregunta por parte de Jhades, ella dejó de llorar para mirarle. —Somos amigos, no me interesa tu cuerpo, pero si sentarme en un lugar limpio. Acaso es mucho pedir que en cambio de todo lo que hice por ti yo me sentara en un lugar más o menos limpio para cuidar de tu sueño. Eres una malagradecida, mejor me marcho. 

—¡¡No!! —respondió ella levantando su mano, con rostro confundido—. Espera. No te marches.

 —Entonces—continuó el vampiro, amargado de tener que usar la palabra “amigos” tantas veces—, como amigos que somos, tienes lealtad y si mantienes tu palabra, también tendrás sinceridad. Como iguales, esas serán las dos monedas con las que quiero que me pagues en un futuro que yo, por supuesto, usaré para pagarte.

  —¿Lealtad y sinceridad a cambio? ¿Solo eso? —ella tragó en seco ante la oferta, como una persona violada, cazada y esclavizada recurrentemente por los humanos, lo último en lo que quería pensar era en regresar de vuelta con ellos. Con esa oferta, ella no pasaría a ser propiedad de un señor a otro, sino que sería una igual—. Absolutamente te lo daré, continuemos siendo amigos. 

  «Que fácil de engañar» se dijo Jhades, tratando de ocultar su sonrisa.

 —¿Acaso eres un demonio con el cual estoy haciendo un pacto? —preguntó ella, quien pasó de estar ilusionada a desilusionarse totalmente.  

  —Demonio, no, no soy un demonio —respondió Jhades, al darse cuenta que con esas pocas palabras no sería suficiente para responder la mirada curiosa de la chica. 

   —¡Aww! —agregó interesada la chica, quien se sentía más cómoda en esperar por más respuestas.

 —Ya estoy hablando de mí, —dijo él, como quien quería cambiar la conversación, ya que no sería una mala idea esconder su identidad de vampiro. Si en un asesinato no existían cuerpos, al ser los vampiros la única especie con esas capacidades, por correlación, él era el culpable al ser el único vampiro presente—. Es algo que no puedo evitar. Soy muy autosuficiente y egocéntrico. Hablando y hablando de mí, no sé cómo referirme a ti. ¿Puedes decirme tu nombre?

   Cautivada por el comportamiento adoptado por el vampiro, tratando de disimular una sonrisa, ella le dijo:

  —Mi nombre es Daniela ‘De-Santo Palacio'. Desde que tengo recuerdo, soy esclava de los humanos.

  —Esclava violada y cazada ¿no? —interrumpió Jhades, con tal de sonar un poco más exacto—. No eres humana, ¿qué es lo que te obliga a resignarse a semejante vida? 

  —Las leyes de los humanos, —respondió ella, regresando a un todo de voz triste, carente de fe y sentimiento alguno.

  —¿Qué leyes? —volvió a preguntar Jhades, sin mostrar importancia a los sentimientos de ella. 

  —¿¡No estás al tanto!? —respondió ella, haciendo una pausa con la intención de buscar la mejor manera de explicar lo que iba a decir—. Entre mis memorias esenciales, esas que no pierdo después de un tiempo, justo después que el infierno se reencarnara por una epidemia en el primer planeta, las especies que no eran totalmente humanas salieron a la luz como “principales culpables”, según lo anunciaron los funcionarios y dirigentes del momento. En ese entonces, se dictaron leyes en los nuevos mundos colonizados por los humanos, para todo aquel ser que fuera sobrehumano, con la excusa de facilitar la convivencia.

  Jhades no tenía conocimientos históricos sobre la humanidad, pero le parecía importante tenerlos con tal de entender el motivo por el cual los humanos actuaban. Por otro lado, Daniela continuó hablando, ya que no fue interrumpida.

  —En los mundos en donde se dictaron estas leyes, quienes no son humanos, generalmente, se consideran criaturas cuya existencia en sí es tóxica para quienes lo son y las peores han sido evaluadas por tres categorías diferentes: “categoría tres” es el grado que se le da a un pura sangre porque, en teoría, son los más peligrosos e incluye a quienes son vampiros, licántropos, demonios, evoluciones humanoides de animales con garras y colmillos o existencias que representan afinidades fuera del sistema implantado como no-dañino. “Categoría dos”, son generalmente, híbridos con un humano o especies inofensivas. Se clasifica como “categoría uno” a esos seres cuyos genes constan de menos de un veinte por ciento, aunque no tan peligrosos y más débiles que los anteriores. Los humanos consideran que estas criaturas tal vez puedan seguir teniendo la capacidad de convertirse en agentes transmisores del virus que podría contagiarles convirtiéndolos en un monstruo. Son carne con hambre de sangre. Un demonio cuyo propósito es la creación de caos, violencia y destrucción. 

  Jhades prestaba atención a las palabras de la chica de carácter bondadoso, que se tomaba su tiempo para explicar la situación. Si él pudiera describir la manera en la que ella le contaba la historia, diría que era agradable al oído, tanto que incluso no le importaría acercarse a la cama y ensuciar sus prendas con tal de escuchar mejor.

  —Dejando a los categorizados de lado, —continuó ella— esos que no son tóxicos o poseedores de poderes con la capacidad de contaminar las vidas humanas como los elfos, hadas, querubines, enanos y diferentes derivaciones de hechiceros, se les consideran alto riesgo de exterminio masivo y para convivir en la sociedad se les da la sentencia de ‘collarín de la restricción’.

  —¿Y la esclavitud? —pregunto Jhades, aún curioso por su primera pregunta. No era que él quisiera interrumpir, solo que no quería que se le olvidara la razón por la cual había comenzado la conversación en primer lugar. 

  —Con estas leyes, opcionales para quien quisiera integrarse en la sociedad humana, los no humanos se alejaron al principio. Pero, poco a poco, con el tiempo, se creó la jaula que se llama esclavitud involuntaria por deseo. Los humanos tienen algo que no todas las demás especies tienen y es la ambición. Con sus avances tecnológicos y mejora en calidad de vida, poco a poco se fueron ganando la admiración de las nuevas generaciones. Hasta que llegó el momento en el que las sobre-especies decidieron compartir territorio con los humanos bajo sus leyes. De manera silenciosa, nos fuimos convirtiendo en sus esclavos, sin saberlo. El collarín es un artefacto que mide el poder mágico y energía, si alguna de estas especies llegará a liberar mucho poder y logra amenazar la vida de un humano, moriría al instante, pues este artefacto explotaría en el cuello de quien lo use. Si ese individuo quiere vivir sin él, debería ganarse el respeto y la aceptación de la sociedad.

   El vampiro volvió a interrumpir la explicación, para saciar la curiosidad que le generaba una pregunta.

    —¿Por qué no tienes uno de esos collarines puesto? 

  —No estoy segura, —continuó ella, tan pronto se encogió de hombros y se llevó la mano al cuello en donde se podía ver una especie de decoloración de la piel, circular y redonda, provocada por un collar—. Los seres como yo, los querubines, pagan altos precios por su libertad con la justificación de que se mueva la economía del planeta. Ya que nuestra naturaleza es ayudar a quienes necesitan ser salvados, no representamos daño. Pero, si no trabajamos para los humanos, evidentemente no les estamos representando bien y no tendríamos como pagarles, por lo que terminamos encarcelados con la excusa de un mejor control sobre nosotros o de reasignarnos una nueva manera para contribuir en la sociedad. Que no pueda resistirme, esté atrapada y tenga que obedecer todo lo que un humano mande, es lo que me convierte en una esclava. 

   —Sígueme contando —dijo Jhades, tras acercar su silla—. No te detengas por favor. Me interesa saber por qué los humanos te estaban cazando y la razón que te hace violable.

  Daniela trago en seco, el vampiro le hacía preguntas muy personales.

   —En esta luna que llaman sol, gobernada por Gilgamesh, así como en otros mundos, existen instituciones que se encargan de promover la igualdad entre los humanos y quienes no lo son, pero nunca nada ha cambiado mucho. Con la justificación de reponer nuestras deudas con el gobierno, los querubines y demás existencias cercanas a un cielo que no acepta humanos, por leyes humanas, estamos obligados a prestar servicios y entre estos servicios podemos contribuir al entretenimiento. Toda esta instalación está basada en ese servicio. Alguna vez caminé por los pasillos del templo de las artes amatorias y tuve un periodo de vida relativamente normal, pero todo terminó el día que una persona vio en mí el rostro y cabello de una actriz muy popular y pagó mi hermano y por mí. En este lugar, bajo la propiedad de alguien más, pasé mucho tiempo, suficiente como para darme cuenta de muchas cosas. Todas y cada una de mis acciones, incluso dentro del baño, habían sido grabadas desde todos los ángulos. El periodo completo de mi vida como estudiante estaba en exhibición, justo en frente de la puerta en donde me tuvieron encerrada. Me estaban exhibiendo hasta que alguien más firmó un contrato, junto a otros cuatro hombres, quienes pagaron por cazarme, violarme y otras cosas, en honor de la muerte de la artista original.

  Jhades pudo notar como Daniela estaba recayendo en el presente, dejó de hablar del pasado y volvía a acelerar sus respiraciones. 

—Saco de san… Daniela —dijo él, al darse cuenta que su curiosidad había contribuido a la tristeza de ella—. Necesito que seas fuerte. La información para mí es muy valiosa y tú me puedes ayudar con eso. Te lo pido. Si vivías normalmente en este templo, ¿porque no estabas con los demás? ¿De donde estabas huyendo?

   —No importa en qué parte de esta luna nos encontremos, siempre existen múltiples caminos para llegar al centro. Ese es el lugar donde más esclavos se mantienen almacenados para la compra y venta, junto con otras áreas de entretenimiento. Vengo de ahí, aunque no estoy muy segura de cómo volver a llegar hasta allá —respondió ella, tratando de controlar sus emociones—. Ellos me dejaron libre, me dieron una ventaja de unas cuantas horas para correr. Estuve cerca de un área violenta, en donde se podía escuchar a la gente gritando. Vi como los incapaces, los deshabilitados, heridos y enfermos, eran transportados al vertedero de basura. Entre las personas que pude escuchar hablando a la distancia, escuché que el templo de Román, la mano derecha del Gilgamesh, estaba enlistado para la descontaminación, porque se rumoraba que ahí estaba el “caído del cielo”.

  Jhades podía entender la idea general de lo que estaba sucediendo con la vida de quien había salvado, también que el mundo de ahí afuera estaba cargado de problemas para él.

  Daniela hizo una pausa, tenía sus ojos llenos de culpabilidad, pero su corazón necesitaba admitir algo que su mente no podía esconder. Como alguien que buscaba recibir perdón, miro a Jhades y continuó: 

  —He hecho cosas grotescas, que tan solo perdidas y mentes inmorales podrían imaginar. Mi hermano y familia estuvieron conmigo en el momento que me tocó decidir y aunque cumplimos con nuestra parte del contrato, no sabíamos que la sentencia final ya había sido tomada. Los mismos subyugadores terminaron pagando por adueñarse de mi cuerpo y violarme cuando estuviera fría y sin vida, así como seguramente lo hicieron con mi familia… con mi hermano del cual no he sabido más… Al punto que no me importaría llegar a encontrar al “caído del cielo” y pedirle ayuda, aunque tuviera que vender mi alma y entregar mi cuerpo muerto.

  «Si que te es fácil morir» pensó Jhades, quien podría revelar que no era un solo un “caído del cielo” sino que eran tres y él era uno de ellos, pero con la intención de evitar trabajos innecesarios, se ahorró la explicación.

  Destruida por la realidad de la que estaba intentando escapar, Daniela adentró la cabeza entre sus piernas buscando refugio, mientras que con sus manos se apretó los oídos. Lloró de dolor, con lágrimas de agonizante sufrimiento. Los recuerdos la hicieron sentir culpable a cada instante. Ese llanto prometía perseguirla por toda su vida, derivado de la incertidumbre de no saber si había tomado la decisión correcta, si tal vez el paraíso del cual una vez estuvo tan cerca, se había olvidado de ella y no escuchaba sus rezos, por tener el cuerpo mancillado, manchado, corrupto y usado.  

   Bajo los ojos disfrazados y fríos del vampiro, una cálida llama se desataba, que más que sedienta y voraz, por las lágrimas que caían sobre la cama. Cada una de esas pequeñas y cristalinas gotas saladas no pertenecían a los tiernos ojos rosados de la chica, en realidad, pertenecían a sus más profundos sentimientos. El corazón de Jhades estaba siendo inyectado de combustible del sufrimiento ajeno, que le provocaba una compleja emoción, la cual le impedía actuar de manera cínica y críptica como usualmente hacía. Pretendió estar conmocionado, hizo como si la impotencia dentro de su cuerpo gritara por justicia, fingió que la rabia en su corazón, falsamente heroico, demandaba acciones y pretendió que la empatía le exigía tomar responsabilidad. Por eso, el joven decidió cubrirse el rostro con tal de no mostrar el más discreto de sus sentimientos, el cual se reflejaba a través de las comisuras de sus labios.

   En cada una de sus respiraciones y movimientos, el chico admiraba atentamente lo débil que podía ser la chica. Ella, quien había tenido que ser fuerte para mantenerse con vida y que ahora veía como toda esa fuerza se desmoronaba. Con un fuerte y firme abrazo, Jhades terminó apretando la cabeza de Daniela contra su pecho, sin importar que se ensuciara con el polvo de la cama, demostrándole que era un refugio para llorar y dejarse caer. 

  «Si para matar a tus víctimas tienes que embarrarte de sangre, como no te vas a ensuciar cuando quieras disfrutar de su sufrimiento… deleitante, agradable, placentero y embriagante». Así se decía el vampiro, quien ampliaba las comisuras de su boca y dejaba sus colmillos expuestos. «Si ser un amigo es tan lucrativo, lo sería tan solo por negocio».

  Claramente, las acciones de Jhades estaban exigiendo la confianza de Daniela, pero ella necesitaba más. Necesitaba escuchar palabras de consuelo con tal de romperse de forma plena y despreocupada.

  —Está bien que dejes tus lágrimas salir, que hicieras lo que fuera necesario para llegar hasta aquí, ante mí. Te acepto como eres —Ese era el momento indicado para que Jhades alcanzara a tocar las cuerdas del alma de una criatura expuesta a su presencia—. Yo estoy aquí contigo y soy el que hará que las cosas sean diferentes, cree que no todo está perdido, tal vez tu familia siga viva. No puedes morir, sigue luchando. 

  Para el vampiro, las esperanzas eran un factor muy importante con tal que las personas terminaran desilusionadas. Entonces ¿Por qué no dar esperanzas? ¿Elevar a quienes creen que puedan alcanzar el cielo para que puedan caer con mayor fuerza?

  «De ser por mí, te mandaría a llorar por toda la eternidad» se dijo decepcionado el vampiro, quien entendía que, con el paso del tiempo, el frágil corazón derrumbado se reconstruirá más fuerte que en un principio.

  Usando las muñecas y el dorso de sus manos, Daniela se despegó del pecho del vampiro y escurrió las lágrimas que corrieron por sus rosadas mejillas, dejando huellas de humedad. Cuando finalmente pudo hablar sin sollozar. La chica perteneciente a los querubines preguntó: 

 —¿Tu nombre? ¿Puedo saber cómo te llamas? 

 —Jhades Priovan “De-Heavens” —se presentó el vampiro y regresó a su personalidad de rostro serio e hizo una reverencia, característica de quienes eran de la clase alta. 

  Cuando el vampiro levantó su mirada, se dio cuenta de que los ojos de la chica estaban llenos de dudas y lo que más le desagrada, de esperanza. 

  Daniela sabía que el “Heavens” era cuidado por el mismísimo príncipe de las milicias celestiales, también que era el círculo más bajo del paraíso. Mientras que “Priovan” era el apellido que pertenecía a un linaje de vampiros, particularmente perseguidos, desde el inicio de los tiempos.  

 —Ya, no más preguntas, —dijo Jhades cuidadoso de meter la pata y seguir fomentando la esperanza en los ojos de la chica, con la cual había disfrutado al verla sufrir—. Recuéstate y no te muevas para que no te lastimes más de lo que ya estas. 

  —¡Eres el “caído del cielo”! —exclamó la chica, dando un salto en la cama—. Pero ¿Cómo? ¿Un vampiro… tus ojos…? ¿De qué manera Miguel permitió la entrada y nacimiento de alguien como tú? ¿Por qué en este mundo? ¿Por qué yo? ¿Por qué aquí? ¿Con qué propósito?  

  Jhades dejó de mirar a la chica descendiente de querubines, que hacía preguntas de un lado a otro, saltando como un conejo. Apretó sus ojos como si fuese a sentir un insoportable dolor de cabeza y se dijo: «Tengo que mantenerla con vida, no puedo matarla» pero, de pronto, una enorme desconfianza le entró, junto con las vibraciones del techo de la habitación.

   Sutiles e imperceptibles temblores provocados por los pasos de un grupo de personas. El sonido de las botas recubiertas por metales era característico de los subyugadores.

  Daniela se quedó callada y aunque no le prestara mucha atención a su alrededor, lo que pudo sentir le trajo malos recuerdos. Cerró los ojos con fuerza, puso sus manos frente a su pecho como si estuviera rezando. Tan concentrada se quedó, que pudo escuchar su propia respiración, los latidos de su corazón y el dolor amargo de sus heridas. 

 «Algo no está bien», pensó Jhades, quien podía aprovechar para cambiar el tema de conversación, pero al ver la reacción de la chica, se enojó. «Es otro grupo. Ellos… deben tener cierta ventaja sobre ella, que les deje estar un paso adelante de su presa, en un laberinto como este… ¡No es que desear que pase lo que sea más conveniente para ti te pueda ayudar a mantenerte viva, si antes no te preparas para lo peor! Reacciona, necesito que te mantengas con vida por ti sola una vez te abandoné». 

  Tras un chasquido de los dedos de Jhades, Regres apareció e hizo que el cuerpo de la chica quedara volcado de espalda en la cama. 

  Asustada por quienes la perseguían y por lo que estaba pasando, sin explicación alguna, Daniela pudo sentir como el vampiro miraba e inspeccionaba su cuerpo desnudo. Absolutamente expuesta, tanto, que sus nalgas estaban abiertas y enseñaba lo que estaba entre ellas de una manera vergonzosa. Era incapaz de poder cubrirse, con el sonido de los pasos de los perseguidores acercándose y dos cuerpos que la retenían contra la cama, como si la fuesen a violar, estaba a la merced de alguien más, cuando había rezado con todas sus fuerzas, por lo contrario.

   —¿Por qué? —preguntó la chica decepcionada. 

   —El “caído del cielo” no necesariamente tiene que ser diferente a lo que ya conoces —contestó él, acercando sus ojos a la piel—. ¿Acaso en vez de rezar, estos factores no te hacen, de cierta manera, enojar?

 Daniela negó la pregunta y como quien se oponía fervientemente a seguir sometiéndose ante las órdenes y caprichos de su nuevo amo, se intentó voltear, patear e incluso morder, pero no fue lo suficientemente convincente a los ojos del vampiro.

 —¿Vas a entregarte a morir? ¿Rezar? No me hagas reír. La vida no es justa, porque lo tiene que ser contigo —le dijo el vampiro, luego de pasar sus uñas por la piel magullada de ella—. Dado que te sientes atraída por la esperanza de que te pueda liberar milagrosamente de cómo te trataban tus anteriores captores, es tan fácil hacer que te resignes a seguir adelante, que no te das cuenta. ¿Qué sucede? ¿Acaso los eventos traumáticos que has vivido están reviviendo ante tus ojos? Este momento se asemeja a los anteriores, sé que sientes miedo, dejar de luchar porque no tienes las fuerzas para hacer una diferencia, no es una excusa, Daniela. 

 Ella pudo sentir cómo las palabras del joven se le clavaron en la carne. Era cierto, se estaba resistiendo, pero no era lo suficiente, aun sentía la necesidad de tener fe y esperar a que milagrosamente todo cambiara y fuera diferente. Mientras tanto, las uñas del vampiro recorrían por sus hombros, muslos, trasero y lo que estaba en el medio. Haciéndole sentir vergüenza por tener su intimidad expuesta de semejante manera, miedo por no poder hacer nada para resistirse, pánico, ansiedad y deseos de vomitar. Seguir órdenes y cumplir proposiciones era lo último que ella quería regresar a hacer después de haber alcanzado la libertad. 

 —Por favor —dijo ella entre titubeos y con mucho miedo—. Amigo “caído del cielo”, no me mires con esos ojos, no me digas semejantes cosas, no de esta manera.  En verdad no me gusta y haces que me dé cuenta de lo repugnante que puede llegar a ser mi destino. 

  —¿Qué pasará si te digo que trabajo con ellos, que soy miembro de quienes te persiguen, de los que causan dolor, devastación y te quitan libertad? Ese a quien llamas amigo nunca dejará que tu gente viva una vida de felicidad. 

  Las palabras que el vampiro susurró al oído de la chica descendiente de querubines, tenían el propósito de causar desesperación, odio, rabia y enojo. Pero no lo lograron, ya que Daniela, aunque se resistía, tenía la firme creencia que todo lo que ocurría tenía un propósito mayor. 

  En su inspección, el vampiro notó que en la nalga derecha de chica había una cicatriz casi imperceptible. Una herida que había sido hecha en un ambiente controlado siguiendo las líneas de Langer, con el propósito de facilitar la cicatrización con beneficios estéticos.

   —No te creería… —aseguró Daniela, resignada a quedarse a merced del chico, dado que no creía que él llegara más lejos, como amigo que era. 

 La lengua de Jhades hizo contacto con la piel de la chica que provenía de los querubines. Ella, quien aún no quería creer que su salvador fuese como todos los demás hombres que había conocido en su vida, tuvo que aceptar la realidad. Ese al que consideraba como amigo y salvador, tal vez no era más que alguien disfrazando sus palabras con frases bonitas como lealtad y honestidad, para simplemente masturbarse con el cuerpo de un ser angelical. 

  «Aunque puede tenerme de esta manera, trabajar para quienes me persiguen, puede no ser el “caído del cielo”, pero aún no me ha hecho daño… eso no le hace alguien malo».  se dijo Daniela.

  Jhades, con la mayor cantidad de saliva que pudo conseguir después de lamer el trasero de la chica que provenía de los querubines, se embadurnó las uñas de dos de sus dedos y con un movimiento de su mano derecha, encajó sus dedos en la delicada piel, a una profundidad de aproximadamente dos falanges.

 Daniela, impactada, sintió algo semejante al dolor de una inyección, algo que no se esperaba en lo absoluto. Tan pronto volvió a voltear la cabeza, vio lo que eran dos dedos completamente introducidos dentro de su carne y el rostro sonriente de quien la había salvado. Con lágrimas en los ojos, no supo qué hacer ni cómo reaccionar. Todo podía ser verdad y también mentira, pero era real, así fuese o no una pesadilla.

   Hurgando entre el músculo y la carne de la chica, Jhades logró sentir, con la punta de su uña alargada, la presencia de un objeto metálico. Tan pronto se las ingenió para desprenderle de donde estaba anclado, retiró sus dedos junto al rastreador, para colocar su boca encima de la herida y succionar con presión. 

 «Su sangre…» se dijo algo sorprendido. «Deleitante y deliciosa… la herida que le causé con mis dedos no se cura con mi saliva. Era de esperar, no siento amor por la comida, tal vez sea un defecto natural. Pero, a pesar de haber saciado mi hambre con la sangre de los subyugadores, este sentimiento de querer alimentarme más de ella es extraño. Por otro lado, por más que trate de destrozar su alma con mis acciones y palabras, no consigo los mismos resultados que cuando lloró contra mi pecho… creo que me estoy encaprichando».  

 



Rey De-Heavens

Chapter 8
Conversación de Maryam


De buenas a primeras, tanto Heroclades como Rey voltearon sus rostros en la misma dirección. Desde el lado opuesto de las planicies, Maryam y Wulfgang se acercaban calmadamente.

Maryam caminaba con elegancia. En su hombro cargaba un parasol; ella llevaba un vestido enterizo, ceñido al cuerpo, el cual dejaba ver sus muslos hasta la altura de sus caderas por los lados, más un sombrero ancho. Con solo mirar las nuevas prendas, Rey se pudo dar cuenta de que ella era capaz de usar sus piernas como armas. Por las vestimentas que llevaba, la vampira sabía cómo dar todas y cada una de las innumerables patadas que existían en el mundo del combate. Aunque las patadas eran más lentas en enfrentamientos cuerpo a cuerpo, estas podrían ser mucho más fuertes que los puñetazos.

Wulfgang, por otro lado, también vestía elegante, de traje, corbata, camiseta y un sombrero, como quien no tenía intenciones de correr ni le importaba que sus movimientos fueran restringidos. Rey pudo percibir que su padre se comportaba como un escudo, el más fuerte de todos.

Tan pronto como la pareja se acercó lo suficiente, intercambiaron palabras con Heroclades. Maryam como madre que era, dispuso de su mano libre para limpiar el polvo y la sangre que cubrían el rostro de su hijo maltrecho. Ella se miraba contenta con lo que veía, como quien premiaba el sufrimiento ajeno, pero, por un momento, su sonrisa se rompió. La vampira rápidamente disimuló los gestos de su rostro.

Rey notó semejante cambio, como si su madre no pudiese usar sus poderes a pesar de haberlo intentado. Pero tampoco se preocupó mucho, ya que era muy temprano.

Al otro lado, el licántropo le dio un fuerte apretón de mano a su maestro. Apretón al cual precedió un caluroso abrazo y alguna que otra risa típica de reunir dos grandes amigos. Tan pronto se separaron, el lobo miró de arriba a abajo el cuerpo maltrecho del pequeño. Los ojos de este no desataban instintos asesinos y su aura no era amenazante del todo, aunque seguía con una mirada soberbia y arrogante.

—Hola… hijo, veo que aún sigues vivo.

Rey asintió respetuosamente, más que por mantener la distancia, para molestar a su padre, pues sabía que el lobo desconfiaba de las personas que quieren mantener la distancia de forma educada.

Maryam, con finura en sus actos, decidió dedicarse a señalar los errores del Heroclades, más como si fuese un pasatiempo:

—¿Qué tal Hero? Creo que tu entrenamiento fue un poco brusco, ¿no?

Antes de que Heroclades pudiera dar una respuesta apropiada a la vampira sonriente, Wulfgang dijo como quien le daba menos importancia al asunto:

—No te preocupes por eso, amada mía. Ningún hijo mío es tan poca cosa como para no seguir adelante con uno o dos huesos rotos —Y regresando su mirada al maestro de piel bronceada, agregó—: Hero, tenemos que hablar.

Maryam se dio cuenta de algo. Rey había manipulado la respuesta de su padre, todo para que ella no sintiera la presión de tener que usar sus poderes. Aún más, él la estaba observando como si quisiera deducir su reacción. “Extraordinario”, pensó la vampira.

Heroclades, encantado de no tener que responderle a la vampira con otra pregunta incómodamente obvia, decidió prestarle atención a su primer discípulo:

—¡Por supuesto! Acompáñame. Así, de paso, ves el campamento que hice, espero que mis chicas ya estén listas para otra ronda.

Rey los miró marchar. También vio cómo su madre bajaba el extraño artefacto que le cubría de la luz, tan pronto entró bajo la sombra del árbol. La vampira dio dos pasos y se volteó rápido para lentamente tomar asiento sobre el césped y recostarse del tronco. Cuando el vestido de su madre se levantó con la vuelta que dio, él quedó paralizado con memorias que le vinieron a la mente. Ver la piel entre las piernas de su madre al descubierto le trajo pensamientos sobre la vagina de Silvia, la cual no pudo evitar comparar. “¿Tal vez una vez la barriga se abre nunca regresa a cerrarse por completo?”, se preguntó.

Maryam extendió su mano y llamó a su hijo para que saliera de su trance y se sentase al lado.

—Madre, ¿Estás enojada conmigo? —dijo mientras tomaba asiento donde se le dijo.

—Sí. Estoy decepcionada de que hayas crecido tan rápido, de que seas tan independiente y desconfiado… así como de que hayas intentado escapar.

Rey tragó en seco, respiró hondo e intentó alejarse, pero tuvo que ceder ante la mano de su madre que, con delicadeza, le abrazaba la cabeza.

—¿Por qué no puedes actuar como un niño normal? ¿Tener la curiosidad que tiene un niño normal? ¿Hacer las preguntas que hacen los niños normales? ¿Preocuparte por las cosas que se preocupan los niños normales? ¿Por qué eres tan extraordinario?

Rey guardó silencio, su madre aún estaba divagando y tal vez ella se negaba a saltar directo al asunto con la intención de sacar más información. De entre el pasto salió la pequeña cría de guardián del Paraíso. Ignorando lo incómodo de la situación, la pequeña bola peluda se agachó y orinó en el suelo como las hembras de su especie lo hacían, para luego adentrarse entre la madre y el hijo con la intención de encontrar el lugar perfecto. Ese que más calor pudiera propiciar para echarse como estaban ellos dos.

—Awww, pero que hermosura. Siempre quise que mis hijos encontraran alguien que pudieran acompañarlos en su camino sin que se rompan. Ella es perfecta para ti. ¿Sabes? Es normal que alguien solitario como tú termine envuelto en muchos problemas. Por naturaleza algunos seres se pueden sentir atraídos hacia ti, pero también ten en cuenta que, si en algún momento alguien se acercó a ti, esta persona pudo haberlo hecho con segundas intenciones. Si cuando se te acercan, tú no los identificas como una amenaza, ellos no dudaran en aprovecharse de tu ingenuidad…

—¿Estás hablando de Silvia?

Maryam amplió aún más las comisuras de su boca, al mismo tiempo que trató de contener su excitación:

—Estaba hablando de Heroclades; él es quien más me preocupa. Una por lo que pueda enseñarte, otra por lo que pueda hacer que hagas…

—¿Enseñarme?

—Por ejemplo, robar. Reconocer que el robo no es bueno si no viene con un premio incluido, está mal. Y aunque esconder la verdad tampoco es honorable, buscar placer para evitar dolor lo es menos. No soy la más indicada para hablarte de este último porque me confieso culpable de ello. Pero en la cultura de Hero no está mal vista la pederastia. A los ojos de quienes comparten las costumbres de él, sería una deshonra para ti si no llegaras a tener una relación más allá del entrenamiento con él. Con esto quiero decirte que tanto yo como tu padre respetaremos tus decisiones de aquí en adelante, y ahora que estás advertido, sabrás si permitirlo o no. Pero ¿acaso sucedió algo entre tú y Silvia? Si dices que sí y te sientes violado en alguna manera, yo y tu padre podemos arreglarlo.

Rey guardó silencio, su madre era buena. Pero tenía que preguntar.

—¿Pederastia?

Maryam movió sus piernas ante la pregunta. Ahora que ella lo pensaba mejor, ver el tamaño tan pequeño de su hijo hizo que toda una serie de dolorosas memorias de un pasado volvieran a la vida:

—Digamos que es una manera retorcida y poco ortodoxa de fomentar confianza, respeto y lealtad entre individuos de diferentes edades…

Ella no dudó en pasarle la mano por la cabeza al pequeño guardián del Paraíso y agregar:

—Gracias por apoyar tanto a mi hijo; el lazo de la amistad puede significar mucho…

Rey asintió con la cabeza, pues en verdad se sentía mucho más apegado a Silvia, incluso la podía llamar Nana.

Viendo la mirada poco comprensiva en el rostro de su hijo, la vampira pudo deducir que este aún permanecía incrédulo al tema; sacando sus colmillos y jugando con el flequillo de sus cabellos, dejó de acariciar al cachorro y continuó:

—Con más profunda me refiero al sexo…

Maryam sintió el placer de ser madre una vez más.

—Rey, aunque en algunas culturas dos adultos deban casarse primeramente para tener sexo, la sexualidad es fundamental en todas las etapas de la vida. Comenzaré por las partes de tu cuerpo que son consideradas como “privadas”. Entre tus piernas al frente, donde termina la barriga, tienes un pene y dos testículos. Aunque no han alcanzado la madurez, eso que ahora es flácido está dispuesto a crecer y endurecerse cuando te excitas, así como tu papá y los demás miembros masculinos que te puedas encontrar ahí fuera.

La vampira continuó:

—Por otro lado, como pudiste ver cuando me volteé, yo y las demás mujeres tenemos vagina. Lugar el cual se humedece cuando la persona en cuestión se excita y que biológicamente es la entrada del pene cuando se tiene el motivo de concebir o de experimentar placer. Las mujeres también tienen senos y aunque no son considerados como privados, si son muy sensibles y se mantienen ocultos por protección. Ahora, los dos sexos tienen una cavidad en común, el ano. Que en origen está diseñado para defecar los alimentos que no pueden ser consumidos por el sistema digestivo. Los vampiros no lo necesitamos, así que tal vez tú no lo necesites, al menos no para defecar.

La vampira volvió a abrir los ojos, para confirmar si su hijo estaba interesado en la conversación.

—Usualmente, un hombre no puede concebir un bebé con otro hombre ni una mujer con otra mujer, pero sí pueden ignorar el objetivo natural de sus cuerpos y tener sexo entre ellos. Sexo es todo aquello que despierte excitación en un individuo, independientemente de su género. Así como los demás, no está mal que tengas curiosidad y quieras experimentar excitación, si… te tocas, tocas a otra persona, das o recibes un masaje, te masturbas, le lames las partes privadas…

Rey recordó a Silvia por un momento. Él lamió la parte “privada” de ella, estaba humedecida, se sintió excitado y pensó en comérsela. Ella le masajeó el cuerpo mientras le bañaba y le observó mientras se tocaba. Pero las palabras de su madre eran poco específicas, así que pensó que no había tenido sexo con ella. Y si fuese sexo, no le importaba, pues había recibido a cambio un gran beneficio.

Maryam continuó:

—La penetras o te dejes penetrar. Por penetración sexual me refiero a la introducción de tu parte íntima, tus miembros corporales u algún objeto en el cuerpo del otro vía vaginal, anal o bucal…

Rey no lo demostró, pero viajó al pasado de su memoria una vez más, esta vez con la intención de atar algunos cabos sueltos. Por su mente pasaron las imágenes de cuando caminaba por un mundo en el cual nadie le podía ver. Recordó cuando su padre estuvo “excitado” con su madre en el momento en que estuvieron a solas en el cuarto matrimonial. Cuando Katherine se encerró con Miján. El momento en el que todos se reunieron en la sala y se revolcaban los unos con los otros. “Lo qué veían los mayores de interesante al estar pegados era el placer que, según mi madre dice, se puede llegar a sentir.

De todas las memorias y escenas en las cuales los adultos estaban teniendo “sexo” o comportamientos relacionados al “sexo”, una en especial le llamó la atención al pequeño. Cuando él estuvo dentro de la habitación de Heroclades. Ese momento en el cual su maestro se deshizo de sus prendas y que preparaba pasar la noche con dos mujeres. El pequeño recordaba la viva imagen del “pene” de su maestro, que se erguía firme y era tan grande como uno de sus brazos. “Si se diera el caso de que él pusiera semejante cosa en mi interior, creo que sería partido a la mitad, tal vez moriría…”, pensó algo perturbado después de tragar en seco.

Maryam, manteniendo la sonrisa de en su rostro, dijo:

—Lo que quiero decir, independientemente de lo que puedas hacer o quieras hacer, es que tienes que hacerlo por decisión propia y no porque alguien más te manipule. Hijo mío, escucha una advertencia que esta madre tiene para ti. Muchas de las personas con las que te puedas encontrar en el futuro tal vez quieran algo de ti. Tu corazón. Tu cuerpo. Tu poder. La realidad es que al final, por mucho que se intente, dos personas no podrán convertirse en una y la separación es inevitable… Si alguna de las cosas de las que hablamos sucede sin tu consentimiento, es llamado aprovechamiento, y si existe penetración no consentida se conoce como abuso y tu padre está dispuesto a matar a quien se aproveche de la debilidad de alguien más, ese es su honor, su lema y su camino de guerrero. Dejando ese tema de lado. ¿Por qué intentaste escapar?… Te pido que no lo intentes más.

—¿Alguna razón en particular? —preguntó Rey curioso.

Maryam mantuvo la sonrisa que le iluminaba el rostro. Actuaba como una madre que no se molestaba al escuchar los reclamos de su hijo, y estaba dispuesta a incluso darle explicaciones con paciencia. Sin embargo, ella sabía que su hijo era tan extraordinario como aparentaba y si le daba una pequeña oportunidad, este, con su argumento, tal vez podría crear una excusa conveniente y salirse con la suya. Rey, ante el silencio de su madre, terminó cediendo:

—Necesito tan solo una segunda oportunidad.

“¡Mmm!, una segunda oportunidad. Qué problema podría crear. Tampoco ganaría nada con prohibirlo y que lo hiciera cuantas veces quisiera a mis espaldas”, pensó Maryam, para decir en voz alta:

—¿Tenemos un trato?

Rey asintió.

—Tan solo una oportunidad más —La vampira, dejo salir un prolongado suspiro, para continuar—. Lo siento, hijo mío, perdóname por todo el dolor que has tenido y tendrás que soportar. Tu mamá es una mujer egoísta y espero que lo comprendas algún día. Escuchando los pasos de dos personas, la vampira se levantó de donde estaba sentada.

Wulfgang habló con su mujer:

—Hero ya está al tanto de todo lo que sucede. ¿Acaso Rey dijo algo sobre el tema? —preguntó una vez que estuvo lo suficiente cerca.

—No —dijo Maryam—. Fuera lo que fuera, fue consentido… —Como quien cambiaba el tema, ella continuó—. Se nos hace tarde para ir a ver a Jhades; después podemos pasar a darle una visita a Dante y terminar el día.

Una vez la pareja se marchó, Heroclades puso su mano sobre el hombro de su discípulo.

—Es toda una conmoción lo que causaste, pero, aun así, estoy orgulloso de ti. Tu padre me contó un poco de todo y ya tengo más claro la razón por la cual me ganaste hoy: aprendiste de Silvia. Ella debió de enseñarte a controlar tu aura en el combate —dijo con seriedad en su mirada—. De paso, tus acciones sirvieron para tocar algunas zonas verdes que se pasaron por alto. El Gran Mago Sabio le dijo a tu padre que Silvia no era responsable de lo que había sucedido y que, si quería evitar que lo mismo sucediese, tenía que hablar y educar a los pequeños para que no volvieran a la casa por la noche. Cuando las luces se apagan, la sirvienta está autorizada a morir, matar o jugar con la vida de quien entre al interior de la casa. Si hubieras dicho lo contrario, tu padre tenía planeado quedarse despierto por la noche y entrar en la casa con la intención de matarla y recuperar tu honor. Aún estás a tiempo de cambiar de opinión y ver quién es más fuerte en un combate. O, por otro lado, puedes seguir intentando escapar… creo que lo notaste, pero si Maryam no puede usar sus poderes, no podrás pasar la iniciación.

Las palabras de Heroclades eran la ambigüedad encarnada. ¿Es él amigo de Wulfgang o no? Con esto en mente, el pequeño preguntó:

—¿Si yo alcanzara a escapar, con su olfato él podría seguirme hasta la salida?

Heroclades terminó la oración del pequeño pensativo:

—Y escapar también. Sí. Eso es lo que más teme tu madre.

—¡Hmmm!, la luz aún brilla, pero al contrario de la oscuridad, puede que no permanezcas brillante para siempre.

Volteó su lastimado cuerpo y, cojeando, se dispuso a caminar en dirección al bosque, pero no sin antes decir:

—Es mejor si me pongo en marcha. Madre me dio una última oportunidad para explorar… no pretendo desperdiciarla.

Llevando su mano derecha hasta su rostro para así acicalar su barba inmaculada, que crecía esplendorosa desde su barbilla, Heroclades hizo una mueca amargada cual si fuese alguien atormentado por el cargo de conciencia. La condición de su discípulo no era la mejor, sin contar los raspones y heridas. Rey tenía costillas partidas que le impedían inflar sus pulmones del todo, un hueso del brazo roto que no le permitía levantarlo y un rostro casi desfigurado. Pero fue el resultado del entrenamiento y el precio a pagar por terminar con todos las pruebas en tan solo al segundo día. “Aun así, verle caminar es doloroso. No creo que fuese necesario querer terminar con todo de golpe y empujarse a sí mismo a sobrepasar los límites”, se dijo.

Lo que en verdad preocupaba al maestro era que su discípulo entraría en el bosque una vez más.

—Me recuerdas a mí… sin el amor de nadie. ¡Hmm!, cuando fue que yo me di cuenta de que quería luchar… creo que también cuando nací. En ese momento vi que no me quedaba más opción que seguir adelante. Así como tú, querido pequeño… No puedo hacer más que desearte suerte… No…

Heroclades, sin poderse contener de decir algo, llamó a su discípulo:

—Rey…

El pequeño se detuvo ante el llamado de su nombre.

—Cada quien es libre de pasar el trabajo que quiera pasar, pero no es de débiles entender cuándo aceptar las cosas que no se pueden solucionar. Tampoco es cobarde buscar el camino más fácil. Ni deshonroso sentarte a esperar a que los problemas se solucionen por sí solos. Pero, si aun así tomas la decisión de continuar adelante, me temo que es porque aún te falta mucho por aprender y para ser un adulto…

Rey volteó su rostro y observó de reojo al señor de piel bronceada que pretendía darle un consejo. Claro, el pequeño, había visto en el pasado y estaba consciente de la posición de su maestro. De que este se había rendido a continuar luchando y de que seguía a Fang porque este o uno de sus descendientes resolvieron el problema que él no había podido resolver.

—Viéndote bien… vivir sin hacer nada es duro y duele mucho. ¿No es así Hero?… Puedes seguir llamándome soberbio, altanero y arrogante. No quiero ser adulto si eso supone que el tiempo me vuelva débil y le tenga miedo a la muerte. Nunca he de vivir entre miserias, sino entre oportunidades para hacer una diferencia…

—Así como cuando, me preguntaste: “¿Crees que no podré alcanzar la fuerza suficiente como para poder enfrentarme a cualquier situación?”, cuando te di la oportunidad de escapar cada noche.

—¿Aún recuerdas esas palabras?

—Yo… he memorizado cada palabra que has dicho.

Rey se volteó y continuó caminando. Hablar con Heroclades era mucho más exhaustivo que hacerlo con su madre:

—Eso fue pasado. No vivo en el pasado…

Riendo a carcajadas, Heroclades dio cuatro palmadas al aire y continuó:

—Una ronda de aplausos para el pequeño. Eres espléndido. Si no me lo hubieras dicho, no lo hubiera creído. Aunque de nada sirve que hayas descubierto el mal del cual padezco. Veamos qué tan lejos llegas sin que cambies, sin que te vuelvas débil y sin que le tengas miedo a la muerte.

Con su fiel acompañante a un lado, el pequeño abandonó los pastizales verdes del Heaven para adentrarse una vez más en el interior del Bosque Siempre Cambiante. Caminaba que caminaba, Rey con su ya característico cojear y, tambaleándose de un lado a otro, dejó la luz atrás. Aquella que iluminaba lo que tocaba de a poco desapareció y se volvió oscuridad, pero la oscuridad no existía más para los ojos blancos, ni para el pequeño cachorro. Los dos podían ver sin ningún problema, cual si de día fuera. Al contrario de la vez anterior, Rey no había esperado a que los “guardianes del Paraíso” terminaran sus labores y se marcharan a dormir para deambular por el bosque.

Era mucho más probable que se encontrará con una de estas criaturas que estuviera buscando algo que comer para matar el aburrimiento, como, en efecto, una bestia con camuflaje negro que estaba agazapada se arrojó ante el pequeño maltrecho y su acompañante. Desde el aire, con sus garras expuestas, la criatura efectuó su más poderoso ataque.

White fue tomado por sorpresa. No podía hacer nada, ni siquiera pudo advertir la emboscada. El pequeño felino sabía que su compañero estaba en desventaja y que no podría sobrevivir a tal ataque; aunque fue testigo de lo impensable, no pudo hacer más que quedarse pasmado en el lugar.

Rey, con una simple, pero coordinada combinación de pasos, fue capaz de desplazarse hacia un lado, mientras que con inteligencia y rapidez efectuó sus movimientos. La efectividad de sus golpes no se encontraba en donde golpeaba a su contrincante, sino en que mientras que él evadía, atacaba las zonas vitales del mismo. Con uno de sus dedos extendido hostigó los puntos de presión de la Gran Bestia camuflada. “El cuerpo de los animales es menos complejo… Según pude estudiar, existen varias zonas que, si son estimuladas de diferentes maneras, pueden inmovilizar al enemigo, entorpecer y provocar movimientos involuntarios. Como estos puntos están localizados a lo largo del sistema nervioso, un usuario de electricidad tendría mayor afinidad para este estilo porque puede multiplicar por cien la eficacia de estas técnicas, pero siempre quise probar. Ahora es un buen momento… empecemos por el dolor”. Rey golpeó justo encima de la oreja del felino, en el nervio trigémino. Debajo de la mandíbula, a los lados del cuello, en la zona interna de los bíceps, sobre la boca del estómago, en el hígado y cuando se dirigió a los testículos, no pudo encontrarlos… “Ups, es hembra, me imagino”, se dijo.

El guardián del Paraíso apenas cayó en el suelo, se impulsó contra el árbol más cercano, escaló y volvió a atacar tan rápido como pudo.

Rey se volvió a desplazar:

“Parece que el dolor no fue suficiente. Lo entiendo, yo no dejaría que el dolor me desconcentre en un combate. ¿Qué tal si pruebo entorpecer sus movimientos?… Según las mecánicas del cuerpo, ciertas áreas duras y blandas son propensas a fracturas, torceduras, dislocaciones y distensiones si se los golpea en el momento oportuno”. Esta vez, con el dorso de su mano aun buena, Rey procuró interceptar las suturas óseas del cráneo de la bestia, la nariz, las vértebras del cuello, las costillas flotantes, los codos y las rodillas.

La bestia regresó al suelo, con la boca abierta, sangrando por la nariz, incapaz de contener su respiración o correr como antes, pero no se detuvo y levantando su garra derecha, atacó violentamente.

El pequeño de ojos blancos continuó:

“¡Mnnn!, con mi fuerza actual, solo pude fracturar su nariz y costillas flotantes. Supongo que me queda golpear con la intención de provocar contusiones y desmayo” Valiéndose de sus codos y rodillas, se acercó aún más y, al esquivar el zarpazo, golpeó en un ángulo determinado contra las venas principales en el cuello de su enemigo, una vez más atacó al mentón, a la sien, a las articulaciones del enorme animal y, de esa manera, tras escapar de tres ataques, hizo que su contrincante perdiera fuerzas, movilidad y energía para seguir atacando.

La bestia temblaba en el lugar, no por miedo, sino por debilidad. Resignada a perder, infló su pecho y con todas las fuerzas dio su más atemorizante rugido.

Rey se mantuvo inmóvil. “El cerebro es un órgano vulnerable… Aun así, con mi fuerza actual no pude darle un impacto lo suficientemente fuerte como para hacerle perder el conocimiento. Se le ve desorientado y con pérdida del balance. Si no puedo hacer que quede inconsciente, significa que carezco de la fuerza para dar con efectividad uno de los diferentes ‘toques de la muerte’. Ahora está rugiendo para intimidar… el rugido se siente diferente. Si hubiera sabido esto antes”, se dijo para caer en nostálgicos recuerdos. “Regresando al tema y tomando a la naturaleza como ejemplo: si le rugieras a una roca, ¿qué ganarías al respecto?”.

Entre la oscuridad del lugar, Rey decidió comportarse como una montaña, abrió sus intimidantes ojos blancos y dejó escapar los instintos asesinos que había estado conteniendo. El pequeño sin apellido, con un valor sólido, miró directo a los ojos de su oponente por un largo tiempo, hasta que la bestia entendió que se le había dado la oportunidad de seguir viviendo. Sí, para la bestia era más sensato marcharse en ese momento que continuar peleando para impresionar a los demás o ser la primera en arremeter a la presa. El guardián del Paraíso agacho su cabeza y, con algo de torpeza, se marchó por donde vino.

En ese momento, White, al tanto de que estaban rodeados, se abalanzó sobre Rey como quien se arrojaba a los brazos de un ser querido que estaba a punto de morir. Rey, como quien no le daba importancia al asunto, dijo:

—Preocuparte, no debes. Aunque me faltasen los dos pies y una de mis manos, no sería suficiente para que una de esas bestias pueda matarme.

En el Bosque Siempre Cambiante, Rey pasó su mano por la cabeza del cachorro tembloroso y miró hacia el frente.

—¡Hmmm! Parece que sucede algo extraño cuando los árboles se tocan… ¿Qué será? Ahora que es de día en el Heaven, la oscuridad no debe de ser tan sólida y se puede ver mejor. Tal vez sea la entrada, o la salida. Para descubrirlo debo de ir ahí, ¿no es así?

White no entendía las palabras del pequeño. Pero sí entendía que era peligroso seguir avanzando, mejor retroceder a donde estaban los pastizales verdes para poder escapar de los demás felinos.

A Rey parecía no importarle nada de lo que estaba sucediendo a su alrededor.

—Bueno, como ya probé el arte de lucha cuerpo a cuerpo usando puntos de presión y fue ineficiente. Supongo que será mejor atacar con seriedad utilizando mi mejor movimiento de ahora en adelante… ya están advertidos, deje a uno vivo. De ahora en adelante no habré de sentir pena por la muerte de aquellos que quieran probar su suerte.

Mostrando en su rostro una expresión de intriga, Rey dejó de acariciar a su acompañante, que pretendía hacerle retroceder con la fuerza de su cabeza, y avanzó en dirección a donde había clavado su vista.

—White, no te quedes atrás —dijo pasando por encima del cadáver de un ligre al cual mató de un solo golpe.

—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿De dónde? —Fueron las preguntas del pequeño cachorro blanco al ver cómo algo que no estaba ahí había aparecido sobre el suelo muerto.

Innumerables felinos giraban alrededor del pequeño cuyo rostro estaba salpicado por sangre, pero ellos no se atrevieron a hacer ningún movimiento tras ver cómo el segundo atacante había perdido su vida en tan solo un abrir y cerrar de ojos. No todos entendieron que el pequeño, que caminaba herido y con olor a sangre, era peligroso. No todos entendieron que incluso si atacaban juntos encontrarían el mismo final, asesinados por él. Pero todos sí entendían que este no los atacaría, a menos que uno de ellos le atacará primero.

Entre los que no entendían, estaban los más jóvenes e insensatos que aprovecharon la ausencia de agresividad o advertencias por parte de la presa para posicionarse de la forma perfecta y efectuar un ataque desde un ángulo diferente.

White vio cómo un tercer guardián del Paraíso le atacó sin previa advertencia. Uno de los suyos le atacó, ¿acaso era eso lógico? No había pasado antes. En el mundo animal, sí. Y si no sucedió antes fue por pura suerte, entendió el pequeño felino. Es una conducta corriente que los jóvenes, en busca de poder, comida y reconocimiento, cometan crímenes contra su misma especie, incluso canibalismo. También, aunque fuesen de la misma especie, no pertenecían al mismo grupo, por ende, era un objetivo. White entendió todo eso al mismo tiempo que veía cómo la criatura que le había asaltado perdía su cabeza de manera instantánea poco antes de caer al suelo. El pequeño felino se sentía feliz de estar en el mismo grupo que el híbrido que caminaba en dos patas.

Rey regresó a su posición normal y, con su brazo más funcional, volvió a montarse el hombro que se había desmontado con el movimiento de su violento ataque, casi imperceptible a los ojos felinos.

Con un segundo cuerpo sobre el suelo, todo estaba claro para los guardianes del Paraíso. Si no provocan a ninguno de los pequeños, entonces deambular en el bosque era seguro. Estos felinos camuflados con carbón eran los más fuertes, quienes se yerguen en el pináculo del triángulo alimenticio del lugar, pero no porque tenían garras, colmillos o duros pelajes, sino porque eran los más inteligentes y más adaptables. Ellos supieron que estaban en frente de un individuo peligroso, que era mejor dejarle solo y seguir en busca de otra presa. Las sombras negras se marcharon. Todas excepto una.

Rey preguntó al aire mientras que, con la punta de sus manos, tocaba una especie de portal que al parecer no le aceptaba:

—Ha pasado mucho tiempo, ¿no es así?… Sí, tú. ¿Por qué me sigues y dejas que te note? ¿Necesitas de mí o no puedes atacarme si sé que estás ahí…? —Como quien se daba cuenta de algo, el pequeño continuó—: Tienes miedo. Interesante…

Una voz característica de niña habló con tono fino, más bien para que sus palabras no enflaquecieran o temblarán:

—Quiero matarte en vez de esperar para llevarte. Solo que no tendría honor si antes no supieras el porqué.

Rey nunca había escuchado con anterioridad semejante voz, pero sí había percibido y visto la figura al menos dos veces. Era quien el Gran Mago Sabio había dicho que se oponía a la vida y vestía de negro. La misma sombra que vio cuando nació, esa que también se asomó en la entrada de la cueva cuando White estaba a punto de morir.

Rey habló empleando un severo tono de advertencia:

—Si intentas matarme, me veré obligado a defenderme y terminar con tu vida en un instante.

El silencio se hizo lugar; ella no iba a responder, pues estaba segura de que el pequeño simplemente hablaba por hablar.

—No dejas rastro, te paseas por donde quieras, lo ves todo y los escuchas todo ahí en donde estés, mas no puedes ser detenida por nada sólido o material. Eres un ser “no tangible a voluntad”. Déjame decirte algo: el poder está en el saber y el saber se puede encontrar en los libros. Me encanta mucho leer, y en las historias que he leído se encuentran innumerables anécdotas en las cuales seres como tú pueden ser eliminados. Es curioso, llámame paranoico si deseas, pero en cierto modo una vez fui como tú y experimenté lo que tú. Esa experiencia me abrió los ojos y me hizo pensar en cómo defenderme si de pronto aparece algo que no está ahí y me ataca…

Rey se volteó y con sus ojos miró hacia la distancia.

—Puedo escuchar el sonido de un corazón que late dentro de un pecho angustiado. Respiración que intenta ser silenciada. Una garganta seca tratando de tragar… no puedes controlar tu poder si te pones nerviosa, ¿no es así?

Rey se dio cuenta de que su acompañante también se percataba de la presencia ajena, ya que movía su nariz como quien olía algo.

—¡White, ataca!

El cachorro salió disparado ante la orden del pequeño y, tan pronto rodeo el inmenso tronco del árbol que tenía adelante, por el otro lado salió una pequeña de pelo negro azabache corriendo y gritando con las manos arribas. Ella, quien cargaba en sus manos un puñal y vestía un enorme atuendo que incluso arrastraba por la tierra, chocó contra la mano extendida de Rey y después cayó en el suelo de nalgas.

—White —dijo Rey con voz de mando para que su acompañante se detuviese.

El pequeño felino se detuvo. White estaba orgullosa de su proeza, se pudo notar cuando puso una de sus patas sobre el cuerpo de la víctima y rugió con fuerza, rugido que sonó más como a un chillido, pero aun así estaba reclamando atención y territorio de conquista sin seguir dañando.

Tan pronto como la agitada pequeña abrió sus ojos, Rey se tapó la nariz y continuó:

—Conque así se ve el odio en los ojos de alguien con un corazón triste. Extraña… —dijo refiriéndose a la pequeña que usaba capucha—. ¿Acaso te he quitado algo? Ni siquiera te conozco para que me odies tanto. Me disculpo si mi existencia te incomoda. Ya que no tengo planeado reponer mis errores… puedo darte algo que desees en cambio. Pero antes tú, que por aquí te mueves, tal vez sepas cosas que yo no. Dime: ¿qué es esto que se abre enfrente de nosotros dos y no me deja entrar?

—No me llames “extraña”, tengo un nombre, y dile que quite sus patas de encima de mí. Sus uñas me están lastimando —replicó la pequeña.

Rey hizo una señal con su rostro y White obedeció.

—Mi nombre es Edith Láquesis De-Tartarus, y sí… me quitaste mi infancia y aún más. ¡Es tu culpa que yo esté perdida! —Se cruzó de brazos y ladeó su rostro para no mirar al pequeño—. Para tu información, eso es un portal. Acaso no lo sabes, tú que has leído tanto. No creo que lo puedas atravesar si no has reunido las condiciones y, aunque puedas, no te recomiendo que lo atravieses. Esa es una de las tantas entradas al Purgatorio. Ahí serás un cuerpo extraño para dicho mundo, así como yo lo soy para este lugar. Si haces algo que no debes y cambias la estructura o el propósito, es posible que termines siendo eliminado.

Rey, aun con su nariz cubierta, dijo:

—¿Eliminado? ¿Por qué, por quién?

La pequeña de piel color gris oscuro se levantó del suelo. Sacudiéndose la ropa del polvo, dio un suspiro y se paró erecta. Ella era más grande que Rey por una cabeza.

—No es que sepa muy bien los detalles, pero en estos círculos existen organismos que intentan devolver el balance natural del lugar, los guardianes.

Pasando su otra mano por la cabeza de White, Rey, conforme con la explicación de ella, decidió darle una oportunidad para que se explicara.

—¿De qué manera fue que yo robé tu infancia? ¿Por qué dices que es mi culpa que te perdieras? Sé sincera…

Edith, un tanto provocativa, agregó una pregunta:

—¿Y si no te digo?

Ella, en su mente, no estaba obligada a dar explicaciones ni responder; nadie lo había hecho y creía que nadie tenía el derecho. Además, para ella era un tema vergonzoso de hablar, por ende, su orgullo no la dejaba.

Rey dando un paso atrás, dijo:

—Tendrás que valerte por ti misma… —respondió con frialdad, como quien necesitaba sinceridad para poder confiar.

Edith, avanzando un paso y arrojándose de rodillas, casi a punto de llorar, dijo desesperada:

—¡No! ¡No me abandones! Protégeme… necesito cariño… a alguien.

Levantando sus ojos aguados, ella notó que el pequeño no cambiaría su posición a menos que ella le dijese lo preguntado.

—Está bien. Te voy a contar…

De rodillas pasó a sentarse en el suelo con los pies encogidos para moverse de un lado a otro, arrasando la cola con disimulo.

—Por cierto, ¿por qué te tapas la nariz?

Rey, sin saber cómo responder, decidió suavizar la situación:

—No te deprimas con esto que te voy a decir, ni lo tomes a mal.

Edith abrió y cerró sus ojos varias veces, como quien bien esperaba una respuesta.

—Si me cubro la nariz es porque hueles muy fuerte…

Edith, con las ilusiones destrozadas de alguien que se había esforzado mucho en vano, desvió la mirada, cruzó sus piernas y se tapó con la mano izquierda el cuello. Se sentía vulnerable, por ende, trató de achicarse más en el lugar, para responder con un tono de no querer deprimirse:

—Ah… Tiene que ser. El olor me incomoda a mí también. No he tenido la oportunidad de bañarme o de ir al baño apropiadamente en mucho tiempo. ¡Aaaah!

Cambiando el tema y regresando a responder las preguntas que le fueron hechas, se arrodilló para dibujar en el suelo con la punta de su dedo.

—Mi apellido es el nombre de la segunda de las tres Moiras, significa que soy el reemplazo de una de las hijas de Zeus y Temis. Láquesis de, “la que tira la suerte” o “quien determina el futuro de las personas”. Tu hilo es raro y no me gusta en lo absoluto porque se junta con el mío. Debo confesar que, aunque intenté por todos los medios picarlo, nunca pude. No me quedó más remedio que resignarme a odiarte: porque tú existes, yo debo vivir toda una vida tan tormentosa y miserable de tediosas rutinas, arduos trabajos, interminables clases y lectura de muchos libros sin sentido. Un día, un hilo se rompió por sí solo, debido a que el propietario murió…

Ella se detuvo. “¿Cómo decir lo siguiente sin perder la confianza?”, se preguntó.

Rey continuó con naturalidad:

—Y viniste a matarme personalmente, para así cortar el hilo que nos junta…

Ella asintió con la cabeza, como quien se arrepentía.

—Pero no lo lograste. ¿Por qué?

—Al principio creí que tus padres te matarían. Después, digamos que verte sufrir mucho más de lo que yo sufría, me hizo sentir culpable. ¿Acaso no te arrepientes de la vida que vives? ¿Acaso no estás inconforme? En todo este tiempo no has sonreído ni una vez… Siempre puedes elegir el suicidio para hacer feliz a quienes te rodean.

Rey, como alguien convencido, respondió:

—Tú tampoco has vivido una vida feliz y tu rostro dice que eres de sonreír poco. No por eso significa que quieras dejar de seguir viviendo.

Edith levantó la mirada, viéndole como si entendiese algo obvio: el pequeño tenía razón.

—Tu vida es tuya y es lo único que tienes —dijo Rey—, y mientras le cuides podrás hacer algo al respecto. Si aún no tienes el poder para crear la diferencia, puedes esperar hasta que lo tengas o luchar por obtenerlo. Así es como lo veo. Toma mi vida en un futuro si te sientes preparada. Pero por ahora, en compensación… acepta mi ayuda. Ya que casi nos dirigimos al mismo lugar, puedo regresarte a tu casa. Sin embargo, antes debo encontrar a las ancianas.

Rey dejó de cubrirse la nariz y extendió la misma mano. Edith levantó su cabeza con la mirada llena de esperanzas. Lenta y temblorosa, correspondió el movimiento como quien había pensado en la posibilidad de recibir ayuda de su enemigo, pero que, al mismo tiempo, no lo creía posible. En ese preciso momento en que sintió el apretón de la mano de Rey y aquella mirada cálida llena de luz y seguridad, se puso de pie, guardó la daga detrás de su espalda y dio una sonrisa tímida mientras se colocaba los cabellos detrás de la oreja izquierda.

El pequeño sostuvo la mano de la Parca y, con rapidez y sin avisar, se arrojó al interior del portal haciendo que la misma gritara por la sorpresa. Rey había mantenido los ojos abiertos, y dado que estaba haciendo contacto con ella, fue capaz de pasar por el portal.

—Como lo supuse y leí: al tocarte, parece que puedo cumplir con las condiciones…

Edith, agitada, dijo:

—¡No me vuelvas a asustar así! —reclamó tan alto como pudo.

El pequeño no les prestó atención a las quejas de la Parca. Del otro lado del portal se había quedado White, quien no podía pasar, pero sí se le veía asomándose y chillando con preocupación. Ya Rey se podía imaginar la ansiedad de quedarse solo en un lugar tan grande y oscuro como lo era el Bosque Siempre Cambiante. Sin dejar de sostener la mano de la Parca, Rey atravesó el portal y recogió a su tan inseparable compañera para cargarla sobre su cabeza y regresar al otro lado.

—Conque el Purgatorio. ¿Eh? —dijo Rey altanero, con sed de aventura y orgulloso de sí mismo por haber obtenido un resultado positivo en su reunión con la Parca.

Edith se volvió intangible, dispuesta a flotar sobre el pequeño, dijo con voz temblorosa:

—En efecto, la supuestamente “última barrera” de entrada al primer círculo del Paraíso. Los seres que invaden a este sitio son incontables. Aquellos que no tenían pecados, pero que tampoco eran dignos del Paraíso, y aquellos que dieron su espalda a las planicies verdes terminaron en este círculo —Ella tragó en seco—. Uno de los más reconocidos de todos es el jinete sin cabeza que monta en un unicornio de cuerno roto. También existen enanos, brujas blancas, colonias de eruditos y personas que nacieron con un camino favorable o a morir inmolados.

Rey, mirando a todos los que le rodeaban, habló:

—Puedo ver.

Sin embargo, él no miraba los individuos que poblaban el lugar por muy raros que se vieran, sino que más bien buscaba encontrar alguna diferencia que probara el hecho de que su maestro estaba equivocado.

Los árboles, los colores, las ramas, raíces, hojas e incluso el polvo con olor a quemado seguían los mismos patrones que se encontraban al otro lado del portal. Para los minuciosos ojos del pequeño sin apellido, el sitio era el mismo, solo que estaban en un plano diferente.

De entre las criaturas que miraban curiosas la aparición de los tres individuos, resaltó una voz que dijo con tono rudo:

—Una Parca y un purificado… ¿Qué vienen a buscar a este circuló más bajo? —preguntó el jinete sin cabeza que por ahí pasaba, vestido de armadura con dos armas. En su cintura cargaba con un casco bajo su brazo mientras montaba un unicornio de cuerno roto.

Rey, soberbio y altanero, infló su pecho y observó en dirección a su oponente con actitud desafiante:

—En busca de las brujas blancas. Ana la Anciana del Bosque y Clara la Anciana del Lago.

—Déjenme decirle que habéis de andar por buen camino —dijo el jinete sin cabeza ignorando el comportamiento del pequeño—. Den marcha atrás y busquen las planicies al pie de la montaña; en donde se encuentran los soberbios, habrán de encontrar al menos a uno de los discípulos de las brujas blancas; mas dejadme advertirles, no por ser un dullahan, sino porque es uno de mis trabajos como guardián: a nadie podéis contarle cómo es el lugar del cual provienen, a no ser que dichosos quieran conocer el placer de dejar de ser —y se marchó con un lento galope de montura.

En efecto, ahora que Rey prestaba mejor atención, los ojos de todos tenían una pregunta en su interior. Pero ninguno se atrevía a preguntar al pequeño temiendo que pasara lo peor. Resignados a continuar incrédulos, abrieron paso y se apartaron ante el caminar del purificado de ojos blancos.

Justo en la salida del bosque, Rey dejó de ver en la oscuridad para contemplar lo que tocaba la luz; sus pupilas se regularon lo suficiente, al punto en el que casi desaparecieron y tan solo quedaba la estrella pitagórica. Todo era igual, excepto por una colosal montaña casi interminable que desaparecía entre la luz del cielo. Edith seguía asustada, como si no le gustara interactuar con otros individuos. Ella prefería quedarse tranquila entre las sombras donde nadie la viera. Pero el pequeño era diferente, desafiaba con sus ojos a todo aquel que le dirigía la mirada, mientras que el cachorro de guardián del Paraíso buscaba con la esperanza de encontrar a su madre.

Rey dijo algo concernido, por el sonido:

—Ya llevas tiempo rascándote ahí abajo.

—No tengo idea —dijo Edith—; está comenzando a hacerse insoportable. Así como mi hambre y mi sed. ¿Acaso tú no tienes hambre?

—No, ni sed tampoco —dijo Rey—. Ahora que lo pienso, no creo que esté mal un pequeño desvío en nuestro camino y pasar de lago, así también puedes aprovechar y tomar un baño. De antemano te advierto que no pienso lamerte con mi lengua o cuidar de ti sin no tienes nada que darme a cambio.

Edith se sonrojó:

—¿Lamerme, cuidar de mí? ¿De qué hablas? ¿Darte algo a cambio?

Rey, recordando la extensa conversación que había tenido con su madre, mas dándose cuenta de que tanto él como ella compartía métodos de baño diferentes, decidió reservarse las explicaciones para no cometer el mismo error que cometió con Silvia, pues ahora sí sería sexo, y dijo:

—No te preocupes. Solo olvida lo que dije…

La pequeña tenía curiosidad. Quería saber por qué razón el joven le había dicho que no la iba a lamer. “Lamerse el uno al otro son cosas que hacen los adultos”, pensó. Mordiendo más su uña del dedo gordo y presionando su mano opuesta contra su pubis, Edith sintió cómo le latía mucho el corazón. “Yo, quien en un futuro tiene que casarse con él, ¿acaso he sido rechazada de antemano? ¿Ya no le gusto porque intenté matarlo? ¡Oh, no! No es que él me guste ni nada… Pero… ¿porque no me querría lamerme? ¿Qué es lo que debo de darle a cambio? Mi pureza…”.

Levantando la mirada e inflando su pecho continuó sus pensamientos: “No. No puede ser. Seguro está hablando de ahora. Sí, tiene que ser. ¡Hmmm! Si ahora huelo feo, tal vez cuando huela mejor nos podamos casar. Sí, si me quiere lamer, primero tendrá que casarse conmigo. Aunque estaré siguiendo lo que se me dijo. Por otro lado, ahora tengo la oportunidad de darme un baño, oler y sentirme mejor, pero no quiero hacerlo sola. ¿Y si algo peligroso que se esconde por el lugar me atrapa apenas me descuide? Para bañarme tengo que volverme tangible”. Toda una corriente de escalofríos le hizo preguntar en voz alta a la tan preocupada Parca, que flotaba por el lugar casi encogiéndose de pies y brazos:

—Rey, ya que soy yo quien no te voy a permitir que me lamas sin que antes te cases conmigo, ¿podrías, al menos… quedarte a mi lado?

Rey se volteó, la palabra casamiento le sorprendió, sin embargo, recordó la conversación que tuvo con su madre. Con sus ojos miró al rostro de la pequeña flotante, ella le recordaba mucho a Ehimus. Asustadiza y prejuiciosa, alguien que tomaba decisiones apresuradas.

—¡Oh!, ¿casarnos? Ya entiendo. Sabes lo que es tener sexo. Y para tener sexo dos adultos, deben casarse primero en algunas culturas. No te preocupes, te dije que te llevaría al lugar del cual provienes. ¿No es así?

Ella asintió con su cabeza, cuyos ojos y frente se escondían detrás de la capucha.

—Eso significa que eres parte de mi manada y yo me encargaré de protegerte hasta que nuestros caminos se dividan. Cuando te dije lamer, me estaba refiriendo a bañarte con mi lengua.

Edith abrió sus ojos tan grandes que casi levantó las comisuras de su triste y caída boca. Ella no se reía del todo, pero estaba feliz ante las palabras de él. Era irónico ver cómo al mismo tiempo White se lamía una pata y luego se acicalaba, como quien quería mostrar la forma de un verdadero baño.

Una vez a la orilla de la inmensa laguna, el pequeño de ojos blancos se despojó de la única prenda que tenía para entrar en el lugar sin importarle cuantas personas estuvieran viendo o pasando por la tan transitada planicie. En cambio, la Parca lo pensó dos veces, ella sentía que no estaba bien bañarse o hacer sus necesidades si otras personas le veían.

Después de esperar por un tiempo, ella comenzó a reclamar flotando encima del pequeño:

—¿Qué? ¿Acaso no te da vergüenza que otras personas te puedan ver? ¿Qué yo te pueda ver?

El pequeño sin apellido le devolvió una mirada confundida, como quien le restaba importancia al asunto.

—¡¡¡A mí sí!!! Soy una dama…

Rey, teniendo en consideración las demandas de Edith, formuló una pregunta:

—¿Quieres ir a un lugar en donde nadie te vea? —Ella asintió—. Entiendo…

Con tan solo su cabeza, sobre la cual cargaba a White, por encima del agua, Rey usó sus manos y piernas para mantenerse a flote y adentrarse en las profundidades del lago, lo cual provocó pánico en el comportamiento de la Parca. Edith actuaba como si fuese una gallina que se le perdían sus polluelos. Histérica por no saber ni ver la profundidad del lago. Desde el aire, la masa de agua brillante se hacía vasta, profunda y peligrosa. Su mente divagaba entre los millones de criaturas que podían existir y estar escondidas debajo de la superficie de un lugar como ese. Pensándolo mejor, qué otro sitio podría ser más ventajoso para los depredadores que ese en donde pudieran ver a sus víctimas y atacarlos desde debajo. El pánico se engrandeció dentro de la pequeña el punto de generar un malestar muy intenso en su estómago y casi hacerla vomitar. Edith, exaltada, no se pudo mantener callada:

—¡En qué piensas! ¿Acaso no temes que salga algo de dentro del agua y te coma?

Rey negó con su cabeza como si no tuviera razón para pensar en dicha posibilidad.

—¡A mí sí! Arg… ¿Qué? ¿Acaso quieres morir?

Rey, como quien señala un problema y habla cual si fuese un maestro entrenando a su discípulo, dijo:

—Edith, si quieres hacerte más fuerte, debes ser más vulnerable…

—¿Más vulnerable? —preguntó Edith agitada—. ¿A qué te refieres? ¿Cómo siendo más vulnerable seré más fuerte?

Rey, como quien entendía que explicaba algo que no sería entendido, continuó:

—Algún día lo entenderás por ti misma. Escapa a mi control aclarar y que entiendas si aún no estás lista para entender —Cambiando la conversación, ya pasada más de la mitad del medio del lago, continuó: —Mira, de este lado no hay nadie. ¿Más tranquila?

—Sí —respondió Edith con voz suave, bajando y agarrando el brazo izquierdo de Rey con la mano derecha y pegándose al cuerpo de este como si quisiera que no se le cayera en su proceso de salida. Ella tenía su mente ocupada en otra cosa, estaba reflexionando en lo que se le había dicho. “Ser vulnerable”, pensó.

Los ojos de la Parca bajaron una vez más para ver el no tan desarrollado miembro del pequeño. Dejando el pánico del lago, ahora venía otro miedo que le hacía sentir vulnerable. Desnudarse en un lugar abierto, en frente de otros individuos, era un gran momento de vulnerabilidad. Ella era hembra, y aun pequeña; dicha acción de estar sin ropa provocaría el acercamiento de otro tipo de depredadores; aun así, eso le haría fuerte de alguna manera. “No, esto simplemente es arrogancia. Como esos guerreros que van sin armadura a una batalla, o quieren enfrentarse a la persona más fuerte que encuentran… Aun así, tomar riesgos es una oportunidad para hacerme más fuerte, a no ser que muera en el proceso. Tal vez eso es lo que él quiso decir”.

Tras reflexionar por un rato, ella observó hacia los lados, dejó que Rey se alejara, flotó hasta la orilla y con mucha lentitud comenzó a desvestirse. “Mientras mis pies toquen el fondo, no tengo que preocuparme porque algo más grande venga a comerme por debajo. Si me puedo hacer intangible, nadie podrá tocarme… Veamos que pasa”, pensó Edith.

Tanto Rey como White salieron del agua y sacudieron sus cuerpos para escurrir la humedad que los cubría. Acto seguido, se tendieron sobre el pasto como si estuvieran tomando un respiro para que la luz los secara. Por otro lado, la Parca, muy cuidadosa de no resbalar, ya sin ropa, se cubría tanto el pecho como su vulva con las manos mientras, de a poco, entraba al interior del lago sin mirar a los lados. Ella sentía que, si veía que alguien le estaba viendo, se iba a arrepentir de lo que estaba haciendo.

El corazón le latía con fuerza, sentía arena bajo sus pies, el agua subiendo y cubriendo más con cada paso. Para ella, el líquido se sintió tibio, casi tanto como el cálido brillo que le bañaba el rostro. Ni más frío, ni más caliente. Ella recordaba que siempre que se adentraba en la bañera en el lugar donde vivía, el agua helada le tomaba por sorpresa y le hacía retroceder unas cuantas veces. También que cuando pedía que calentarán la bañera, la misma casi que hervía y le quemaba mucho al contacto. Hasta el momento, ella no sabía que en verdad bañarse se podía sentir tan refrescante. A medida que caminaba, ya sin preocuparse por lo que podía existir a su alrededor, ella hundía su cuerpo y dejaba sus manos más libres hasta que dejó su peso flotar en el agua. Edith no entendía ese sentimiento de bienestar y relajación que le proporcionaba el lago brillante. Ella podía jurar que se estaba bañando en el cielo, tan libre como cualquier ave que volaba sobre el firmamento.

Con una cosa llevando a otra, Edith se propuso dejar ir la molestia que sentía en su vejiga, cosa que supuestamente le relajaría aún más. Relajando su zona pélvica se propuso a orinar. Rey sintió un seseo que logró identificar con rapidez. “Edith está quejándose por algo”, pensó. El seseo se transformó en quejas, y las quejas terminaron en reclamos contra el agua. Dejando de contener las dudas que le surgían, Rey preguntó en voz alta como alguien que cuidaba de un niño:

—¿Qué sucede?

Edith respondió:

—No sé. Me quema, no puedo hacer pis sin que me arda. Es el agua, tiene que ser. Esto nunca antes me ha sucedido.

Rey, preocupado por descubrir una palabra que nunca había escuchado, preguntó:

—¿Pis?

Edith, cual si fuera algo tan común como beber agua o respirar, respondió:

—Orinar, ese líquido amarillo que sale de ahí abajo…

Rey, como quien deducía algo nuevo, agregó:

—Oh, pee… de orina. Ven, déjame ver. Tal vez no sea el agua y seas tú.

Edith, algo exaltada, se negó:

—Definitivamente no.

—¿Por qué no?

Edith, casi con el rostro enrojecido, dijo:

—No sé. Me da pena y una dama no debe de estar mostrando sus partes a alguien.

El pequeño se le quedó mirando fijo, como si quisiera entender la lógica de lo que ella le decía. Ella cambió de opinión al ver que prácticamente estaba desnuda en el otro extremo de un lago transitado por muchos individuos:

—Mnnn, pero que sea rápido —dijo como quien quería ser vulnerable, con el propósito de ser fuerte.

La Parca salió del agua con pisadas lentas, como de quien no quería salir. Ya que no sabía que hacer, el joven de ojos blancos le dio instrucciones.

—Acércate más. Un poco más, deja de cubrirte con las manos, agáchate. Abre las piernas. Déjame ver mejor… Mmm, tienes una infección.

Edith, sorprendida por escuchar una palabra nueva, preguntó:

—¡¿Qué?! ¿Qué es una infección? ¿Cómo lo sabes?

Rey, tan seguro como si se tratase de algo obvio, contestó:

—Sí, es una infección. Le sucedió a White cuando estaba a punto de morir. Sus heridas se infestaron y segregaron pus de diferentes colores, amarillo y verde, para ser más exactos. Aunque eso que tienes entre las piernas no es una herida…

El pequeño se sintió apenado por haber tomado la conclusión de que los genitales de una mujer eran una herida porque esta había tenido a un bebé, decidió dejar eso atrás y continuar:

—A veces creo que se comporta como una y el olor fuerte que tienes proviene de ahí.  Para que no siga empeorando, te aconsejo limpiarte bien y con más frecuencia. La saliva y ciertos otros ungüentos tienen propiedades para proteger la zona del desarrollo de infección. Pero creo que antes de todo también deberías limpiar tus prendas con agua, la suciedad en ellas no ayuda.

Edith quedó pensativa. Era cierto que últimamente no había cuidado mucho su higiene y que cada vez que terminaba de hacer el número dos, tan solo se limpiaba con las rocas y hojas que se encontraban en los alrededores. También recordó cómo “las cuidadoras” le advertían quisquillosamente sobre lo importante que era limpiarse correctamente, de adelante hacia atrás, cosa que no había estado haciendo últimamente.

—Supongo que tienes razón. Pero no sé si pueda limpiarme. No quiero que me duela más —pensándolo dos veces, miró a quien parecía saber bien del tema—. No tienes que lamerme directamente, pero sí puedes ayudarme…

Rey, como quien advertía:

—Aunque te duela, tienes que hacerlo apropiadamente. Si no va a empeorar…

“Es cierto, aunque duela tengo que hacerlo bien. En el campo de batalla, si no puedo detener el sangrado de una herida, debo de quemarme en un proceso de cauterización”, pensó para después, tartamudeando, agregar:

—Te pido que lo hagas por mí. ¿Puedes?

—Te dije que no te lamería… —dijo Rey algo renuente—. Usa tu propia saliva, y limpia la ropa que usas con el agua.

Edith, más asustada con la idea, agregó:

—No tienes que lamerme… con que emplees tus manos, creo que estará bien. Yo sola no puedo…

Ella, en verdad, se veía aterrada, al punto de respirar más rápido, y creía que moriría en el proceso como una herida que se estaba desangrando. Tan pronto como el pequeño asintió con su cabeza, ambos se dirigieron de vuelta al lago. Una vez en el interior, Rey se puso en una posición en la cual podía aguantar el cuerpo de la Parca, aunque esta se resistiera por el dolor y a la vez con su mano buena lograría limpiar la parte íntima de la misma. Una vez preparados, dijo:

—Voy a comenzar —advirtió Rey.

Sin decir palabras, ella asintió. Pasando su mano por el exterior de los labios vaginales de la Parca, Rey usó sus dedos con suavidad por entre los pliegues de los labios mayores y menores, y alrededor de la punta.

—¿Duele? —preguntó Rey.

—No, puedes seguir. Está bien —respondió Edith mientras con su mano le aguantó y cerró los ojos—. Tan solo trata de no ir muy profundo para que no me duela.

Rey se concentró más, aunque quería mantener su mente en el lado inocente, no podía evitar preguntarse si estaba teniendo sexo. Él tocaba la zona privada de una hembra quien le había dado el consentimiento y de cierta manera le penetraba al introducir su dedo. “La estoy agarrando entre mis manos contra mí… siento su vagina. Es suave, mucho más pequeña que la de Silvia. No tiene pelo. Ahora que lo pienso, su cuerpo es delicado y sedoso. Cierro mis ojos y siento su olor... sin ese olor fuerte, la esencia que despide su piel por los poros es dulce. Mi mente divaga, trata de imaginar cómo serían sus labios vaginales abiertos… en frente de mi cara…”. Rey sintió cómo ella se humedecía. “¿Significa esto que está excitada? ¡Oh, no! No, no, no.

Por otro lado, Edith tampoco podía dejar de pensar, ella tenía en claro que si se penetraba con sus dedos al masturbarse no definía su pérdida de virginidad, pero si alguien más lo hacía, ¿estaba ella teniendo su primera vez? Además, ¿por qué amar a alguien que suponía tener que odiar y no hacía mucho quería matar? ¿Por qué le hacía feliz ese momento en el cual estaba junto a él, el causante de sus problemas? Preguntas rondaron por la cabeza de la Parca, interrogantes que le hacían sentir confundida. “Significa esto que me estoy enamorando. ¿Esta fuerte atracción dentro en mi pecho es amor? ¿Por qué siento que él tiene las capacidades necesarias para hacerme feliz?”. Entre tantas preguntas, Edith notó cómo el pequeño comenzaba a despertarse ahí abajo. “¿Significa esto que le gusto?”.

Rey, después de aclarar su garganta, dijo:

—Levántate un poco, sal del agua… Voy a poner mi saliva en ti.

Con esto él podía hacer que ella se despegarse de él y no notara que estaba teniendo una erección.

Edith, más como una pomponeante minina, ronroneó mimosa como quien se sentía apreciada, empino su cola tan alto como pudo fuera del agua en espera dl siguiente movimiento. Confiaba en que el pequeño no se le arrojaría, pero si lo hacía, ella dudaba en querer detenerle.

Rey retiró la mano que había llevado entre las piernas de la Parca; para él fue increíblemente morboso notar que sus dedos estaban empapados. El agua se había marchado, pero el jugo viscoso que había segregado una vagina encharcada quedaba allí, frente a sus ojos. Era su mano buena, él tenía una justificación para chuparse los dedos si quería dejar su saliva en ellos. Rey, en ese momento que sabía lo que estaba haciendo, no encontró ninguna razón válida para poder negar el genuino placer eufórico, el aumento de energía y la excitación que sentían los adultos en el mundo de placeres. Rey, se metió los dedos en la boca, probando por segunda vez el sabor de una mujer. Un deseo invasivo en su mente le urgía la búsqueda de más.

Con cada movimiento por parte del pequeño, Edith guardaba silencio y sentía como si su corazón se le quería escapar. Sudaba, sentía ansiedad combinada con placer y culpa. No entendía cómo era que se sintiese tan bien que otra persona le acariciara el trasero. Que metiera sus dedos entre su hendidura y se resbalen cada vez más y más adentro.

—¡¡¡Hey!!! —dijo una voz robusta—. ¡¿Qué hacen?!

Ante la desprevenida pregunta y llamado incriminatorio, Edith saltó del susto, Rey volteó con una mirada enfurecida y White gruñió mientras retrocedía.

—Pecadores, en el nombre del Santo Dios del Cielo, con esa actitud libidinosa, me cuesta creer que pudieran haber pasado por los círculos más bajos y llegar hasta aquí —La persona cubría su cuerpo con túnicas viejas y casi rotas.

Rey se puso en frente de la Parca y dio un paso adelante. Él, por supuesto, había notado la presencia del hombre mayor que se estaba metiendo en asuntos que no le incumbían. A pesar de ser mucho más grande, en el momento en que aquel sujeto vio al pequeño caminando hacia la orilla, por alguna razón se le puso la piel de gallina. Él sintió la sensación de encontrarse con un guardián del círculo, y casi por reflejo retrocedió dos pasos mientras levantaba sus manos e hizo referencia.

—Por supuesto, tus ojos… tu piel. No son humanos. Mil perdones pido si los he incomodado.

Rey suavizó la mirada y decidió no atacar, pero no fue por otra razón, sino porque el hombre mayor había sido el primero en demostrar una actitud pasiva.

Aunque el señor mantenía su vigilancia y desconfianza, levantó las manos y trató de mantener una conversación.

—Mi nombre es Catón, El Menor…

El pequeño siguió mirándole, mientras que Edith logró hacerse de sus prendas y volverse intangible.

—No soy más que uno de los guías de este círculo. Siento si mi comentario te ofendió… En cambio, puedo deducir que a alguien has de querer encontrar. Tienes buenos ojos, he yo de decir la verdad.

Rey movido por la palabra guía, decidió preguntar con franqueza:

—Catón, mi nombre es Rey De-Heavens. Busco a las brujas blancas, Ana y Clara. O al menos encontrarme con uno de sus discípulos.

Catón, abriendo los ojos tan fuertes como pudo, acto seguido se dio en la frente con la palma de su mano derecha y dijo:

—Teniendo los ojos abiertos todo este tiempo y más, fui incapaz de poder ver. Vienen del Paraíso. ¡Oh! ¡Tanta es mi dicha en este momento!… ¿Cómo es el Paraíso? ¿Cómo es el señor todopoderoso? ¿Qué se siente alcanzar la dicha eterna de estar entre los nueve cielos y el Empíreo?

El pequeño guardó silencio, miró a su alrededor y recordó las palabras del guardián del lugar. Regresó su mirada al señor mayor, que casi le alababa, para darse cuenta de que no existía prácticamente mucha diferencia con el Heaven del Purgatorio. Mirando hacia la montaña, Rey fue testigo de todas las personas que la subían para alcanzar algo que no estaba en la cima sino en el bosque.

“¿Qué le sucedería a ese señor si supiera? Dejaría de ser como el dullahan había dicho”, pensó para luego decir:

—Si escuchas las respuestas a esas preguntas, tengo dicho por el guardián del lugar que dejarías de ser… Podrías guiarme a las brujas, y una vez lleguemos, si aún estás dispuesto a saber no te voy a negar el privilegio.

Catón, convencido cuál buen mercader que aseguraba un lucrativo negocio, dijo:

—Entiendo. Claro que sí —Forzando su curiosidad a un lado, continuó—: Las Brujas Blancas. Quienes entren en este círculo tarde o temprano terminan por conocer sobre ellas. Pero no todos saben sus nombres. Vengan conmigo, pequeños. Caminen junto a mí por las planicies de este primer círculo del Purgatorio, reinado por los soberbios.

Bordeando toda la montaña, el guía llevó a los pequeños hasta una especie de ciudad tan brillante y exuberante como el lugar mismo.

—Y esta es Soberbia la capital del círculo de los soberbios. La enorme estructura de caballero sin cabeza, junto a las otras tantas mujeres de cuerpos exuberantes, se dice que fueron construidas por el renovador del sitio en su periodo de vida. Él pasaba la mayor parte del tiempo en este sitio compartiendo y aprendiendo de aquellos de diferentes creencias, por ende, creó también el castillo que ven incrustado en la montaña. Las demás estructuras, en un principio rústicas, fueron creadas y diseñadas por los propios humanos, quienes después de la muerte del señor, sugirieron a los guardianes que se quedases y disfrutaran de la comodidad del lugar, a cambio de uno o dos combates al día. Después de casi veinte centurias, los grandes muros y torres que ven se han convertido en la ciudad más próspera del infierno, habitada tan solo por aquellos que se niegan a reconocer que existe algo más poderoso que sus propios cuerpos, quienes recorrieron y recorren el camino de la espada, las artes marciales, el conocimiento, el honor, el orgullo y las armas. En el castillo del fondo, se encuentran las brujas blancas que buscan… — Dejando de señalar, se volteó con lentitud—. Aquí culmina mi humilde guía y es que quien no tiene conocimientos de lucha, como yo, no podrá seguir avanzando.

Edith, incapaz de mirar al señor a los ojos, lanzó una pregunta, apenas notó algo fuera de lo normal:

—¿Quiénes son esos que salen con la cabeza en bajo?

Catón observó a donde señalaba la Parca, hizo una pausa y respondió:

—Ellos son individuos que se dieron cuenta de qué tan débiles eran comparados con los demás… ¡Así es! Ellos no pertenecen al círculo de los soberbios. Tal vez creyeron que admiraban su deseo de fortalecerse y luchar contra los enemigos porque era una causa noble. ¡Pero ninguno de esos sentimientos prevalecerá lo suficiente contra esos que verdaderamente son fuertes por la razón de ser fuertes! Héroes que estaban impulsados por la obsesión y necesidad de salvar a alguien no pueden seguir corriendo si no tiene propósito. ¡Sin nada que defender, un objetivo noble o algo que perder! Sus espadas dejan de ser afiladas, sus puños se vuelven lentos, sus corazones dejan de latir, notan el dolor, el cansancio de sus cuerpos y, por consiguiente, lo equivocado que están. Que todo no fue más que una farsa. Que no tiene por qué salvar nada. Que nada necesita ser salvado. No, antes que nada, en el infierno, ¡ni siquiera saben lo que quieren salvar! Ahí los ves, abandonados la arrogancia y soberbia que los trajo al lugar con la cabeza en alto, así como quienes entran…

Tratando de no aparentar impaciencia por saber, el señor de barba alargada y túnicas simples se inclinó mientras sostenía las manos como si fuese a recibir dinero.

—Ahora, ¿cómo es ese lugar del cual provienes pequeño?

Rey, sin pensar mucho, respondió:

—Exactamente igual que este, me temo decirte. Y el camino no está en la cima de la montaña, sino a la entrada del bosque.

Catón respiró hondo.

—¡Haahhahaaa-ah! —Abrió las manos—. Ya veo. Todo, todo esto resultó ser una comedia… ¡Ciertamente, no soy más que una pequeña mota de polvo que vuela en el viento! Ya veo, ya veo, ¡así que es así! ¡Así que no existía nada en la cima de la montaña! Gracias, pequeño. Gracias por liberarme

El cuerpo que antes se podía ver se transformó en polvo y desapareció con la primera ráfaga de viento ante los ojos de los tres.

—Sigamos… —dijo Rey—. Ah, si no quieres que te miren extraño, te aconsejo que dejes de flotar, pero mantente en estado de intangibilidad por si resultas ser atacada —dijo a Edith, tan pronto se volteó en dirección al gran reino que existía dentro de la montaña.

Edith, quien flotaba por el aire, obedeció las sugerencias, descendió y colocó sus pies en el suelo detrás de Rey. Ya cuando habían avanzado al interior de la inmensa ciudad, casi sobrepoblada, muchos ojos voltearon a verlos. Ella expuso un comentario cuando vio a los primeros individuos casi desnudos, con mazos de piedra, taparrabos y lanzas.

—Rey, estas personas de miradas arrogantes y comportamiento frío están usando ropa muy ligera, ¿por qué será?

Rey, como quien lo sabía todo, explicó la razón a la pequeña:

—En la técnica del combate no influenciado por la tecnología existen dos caminos. La fuerza o la agilidad, pero por muy fuerte que sea, si no puedes seguir los movimientos de tu oponente, perderás toda la ventaja que ganaste por crear fuerza y terminarás siendo un blanco incapaz de defenderse. Mi maestro me explicó que las técnicas son medios para compensar la debilidad, y tenía razón. La rapidez da muchas ventajas y variedad de técnicas. Toma el ejemplo de mi enfrentamiento contra los guardianes del Paraíso. En términos de fuerza y defensa, no me puedo comparar con ellos, pero si soy lo suficientemente rápido para interceptarlos con un golpe letal antes de que ellos puedan llegar a tocarme, así tendré el combate ganado…

Una persona de carácter irritado se interpuso en el medio del tan amplio camino conformado por losas y ladrillos de color gris, e interrumpió el avanzar del pequeño:

—¡Alto ahí niñito! Te atreves a pasar ante mí sin agachar la cabeza o saludar con respeto. ¡¿Qué?! ¡¿No te han enseñado modales?! —dijo al punto de deformar su boca para lucir más intimidante; no era que lo necesitase, pues su apariencia decía mucho: pálida piel bronceada, largos cabellos blancos, bigote completo y cicatrices en el rostro. Vestía telas atadas alrededor de su cuello que se metían dentro del chaleco. El chaleco negro, de botones dorados, era cubierto por un traje rojo vibrante, sin mangas, que llegaba hasta el suelo. En las manos sobresalían las mangas de una camisa. Un sombrero de tres puntas con pluma roja, pantalones largos, botas de punta de acero y tres cintos, uno en el hombro derecho que le atravesaba el pecho y cargaba con un mosquete y los otros dos en la cintura ocultos por el traje.

Edith se asustó, como era normal asustarse ante un inesperado ruido alto. Rey, por otro lado, simplemente irguió su postura, sacó el pecho y escondió su brazo roto que le hacía ver débil, para advertir con instintos asesinos:

—Tú estás en mi camino…

De todos los que antes habían sido vistos, el sujeto era quien más prendas llevaba puestas. “Significa esto que es fuerte y no le interesa la velocidad”, pensó Edith.

El sujeto sacó su mosquete y una espada. Se puso en guardia ante la intimidante presencia del niño que se le imponía:

—Conque alguien tan insignificante y maltrecho como tú aún tiene orgullo —Arrojó la espada a los pies del pequeño—. Déjame decirte que, de aquí en adelante, tendrás que probarte ante mí. En esta ciudad en la cual no se puede morir, veremos si tus artes son dignas de respeto…

Rey también sentía duda respecto de las vestimentas del contrincante. El mosquete era un sable de mano de uso rápido, bueno para dar estocadas, pero todas las prendas que llevaba encima parecían contradecir un estilo de lucha en específico. Como se le fue ofrecido, Rey levantó la espada del suelo y sin siquiera preocuparse por desenvainarle, dijo:

—Independientemente de la efectividad de tus artimañas, si te derroto de un solo golpe, ¿acaso podré llegar a donde se encuentran las brujas blancas?

—Qué pregunta más disparatada. En este reino el esfuerzo lo es todo y qué mejor gloria para un luchador que ver los frutos de toda una vida de entrenamiento. Las brujas blancas son las más fuertes del lugar y quien las venza tendrá el privilegio de regocijarse con el título de “El más Fuerte entre Todos” —Hizo una pausa y continuó—. Mi estilo de lucha no está compuesto de artimañas. Dicha ofensa no será aceptada. Cualquiera que luche con los medios que crea, que son los correctos, no puede equivocarse.

—Así que no soy el único que quiere verlas. Interesante… Por otro lado, quien discute termina tratando de probarse algo a sí mismo. Si ante mi comentario no puedes estar orgulloso de tu estilo de combate, deberías buscar otro diferente. Te mostraré…

—¿Acaso estás pensando en enfrentarte contra él? Estás demente —dijo Edith asustada.

—Edith, escucha y presta atención. Luchar y seguir luchando sin caer es el mejor recurso para aprender. En otras palabras, a través de incontables batallas también se encuentra el saber.

Rechinando sus dientes por ser ignorado y recibir un sermón de alguien más pequeño, el sujeto agregó en voz alta:

—¿Tienes suficiente resistencia al dolor? ¡Porque aquí voy y no te quiero ver llorando!

La tan transitada calle llena de edificios que casi llegaban al cielo se detuvo, tan solo para ver cómo los dos contrincantes se peleaban entre sí.

Tan pronto Rey dio el primer paso para atacar, un fuerte sonido se pudo escuchar. ¡Banng! Aquel hombre había sido mucho más rápido que él, por ende, Rey recibió el primer golpe casi letal sin siquiera llegar a poder defenderse o darse cuenta de lo que había sucedido.

Con un agujero en su hombro derecho, e impulsado a retroceder, el pequeño sin apellido se vio obligado a dejar caer la espada que le fue dada.