Chapter 8
Con palabras como esas
Lía tomó la mano del joven y emprendió el camino hacia las afueras del centro clínico para llegar al templo de las artes amatorias. Entre los dos, el silencio estaba presente, pero se podía decir lo contrario dentro de la consciencia de la doctora.
«Que dolorosa es esta sensación de culpa, ahora más que nunca» pensaba Lía, al oír los pasos que resonaban por las paredes de los pasillos desolados. «Tal vez no es una buena idea llevarle a mi habitación. De ser así, lo trataré como a los demás. ¿Cómo pretendo esperar que él sea diferente? No, me vienen a la mente los rostros de las personas que he traído para pasar la noche. Aunque no creo que sea el momento para estarme arrepintiendo y pensar en cosas innecesarias como esas».
Una vez dejó de lado el pasillo principal y se dirigió al otro lado de la instalación donde estaban los dormitorios, el ambiente comenzó a contaminarse con gemidos y quejidos de personas entregadas a las artes amatorias. Muchos de los sobrevivientes de la caída en la sala de evacuación tenían sus aposentos en aquel lugar. No era de extrañar que al estar tan cerca de morir quisieran volver a sentirse vivos.
«Me hace sentir mal verlo con la intención de aliviar este fuego en mi interior», pensó Lía, «pero tampoco es que me sienta con ánimo suficiente para no hacer nada excitante mientras tenga la oportunidad. Es mejor mantener ocupada la mente atendiendo las necesidades del cuerpo, que pensar en las calamidades que nos esperan en un futuro no muy lejano. ¿Será que le gustará mi cuerpo expuesto ante sus ojos?».
Rey caminaba callado, pensativo, buscando motivos y evaluando todo lo que había sucedido hasta el momento. De cierta manera, era bueno que la vampira no notara su cara de preocupación porque responder cualquier pregunta al respecto no le sería muy fácil.
De nuevo estaba nerviosa, su cuerpo parecía escapar a las restricciones que su mente había impuesto, la chica respiraba con profundidad, más que todo cuando se vio obligada a posar su mano sobre el picaporte de la puerta que daba a su dormitorio. Una vez entraran juntos, no existiría vuelta atrás.
«Ohhh, necesito tenerle en mi interior» pensó Lía frente a la entrada de su habitación, luego de girar la perilla de la puerta. «Pero tengo miedo, de mí, de sus ojos, si me rechaza… si le doy asco».
Abrió la puerta lentamente y aprovechó para advertir al joven, con tono avergonzado, mientras se acercaba al interruptor de la luz:
—Por favor, no mires el desorden y siéntete como en casa.
La descendiente del linaje Priom, casi sentía - literalmente - cómo el chico le respiraba en el cuello. «¿No pude haber dicho algo más natural?», se reclamó a sí misma.
Por otro lado, para Rey, la expresión “no mires el desorden” fue un tanto confusa, pues cuando ella prendió la luz toda la habitación se encontraba organizada, limpia e incluso con un acogedor aroma. Eso lo sacó de sus pensamientos calculadores con respecto a los movimientos de su enemigo en aquel mundo.
Lía se dio cuenta que Rey estaba inspeccionando con su mirada en busca de desorden. Apenada por la confusión ocasionada, intentó disfrazar su comentario con una apurada invitación a pasar, mientras con su mano indicó donde se encontraba el sofá para que su invitado no dudara en ponerse cómodo.
Ansiosa, la vampira observaba el cabello, las orejas, la espalda y las piernas del joven, al igual que cómo caminaba al interior de la habitación y ella cerraba de a poco la puerta. «Ni que fuera la primera vez que traigo a alguien a mi cuarto para divertirme», pensó, a la vez que trataba de recuperar la compostura, arriesgándose a quitarse el panti que tenía puesta en ese momento, antes de entrar a su habitación. «Sentir el aire refrescante de la casa entre las piernas, siempre ha sido una de las mejores maneras en las que he podido ponerme cómoda».
—¿Te apetece un poco de agua? —preguntó Lía con rapidez, casi sin dejar que el pequeño se acomodara en el asiento, guardando la prenda que se había retirado en el bolsillo de su bata de doctora.
La mirada y la manera tan esperanzada con la que la chica estaba ofreciendo el agua, hicieron que a Rey le resultara imposible negarse a recibirla. Él sintió el aroma familiar de mujer y sin tener sed, aceptó con una agradable sonrisa en su rostro.
«Ahora que lo pienso, ¿cuál es la mejor manera de engañar a tus enemigos?» preguntó Rey tan pronto la vampira le dio la espalda. «Engañando a sus aliados… y los aliados de mi enemigo son…»
Lía apurada y nerviosa, se dirigió rápidamente a la cocina y tan pronto se deshizo de su abrigo de laboratorio, abrió el refrigerador y se dio cuenta de que existían muchas más opciones para ofrecer que tan solo agua. «Después de todo, él no ha tenido contacto con la civilización ni los avances gastronómicos de los humanos». Reconociendo su torpeza, la doctora agarró todo lo que pudo y antes de que su invitado se acomodara en el sillón de dos plazas acolchonadas ya estaba trayendo todo lo que había agarrado.
Debido a la innecesaria y exagerada atención que daba a su visita, por el apuro y sin querer, a Lía se le derramó uno de los contenedores encima mientras los colocaba sobre la pequeña mesa que dividía el sofá y el estante de libros al otro lado. Apenada por el insignificante error que a ella le parecía imperdonable, comenzó a disculparse muchas veces e intentó limpiarse y secarse, pero fue en vano.
Rey la miraba divertido, de cierta manera le parecía encantadora su torpeza. Con intenciones de calmar y hacer que su servidora se relajara, dijo las siguientes palabras:
—El olor es agradable y apetecible, pero no creo que nada de lo que me has traído sea agua. ¿Qué es?
—Estas cosas… —dijo, mientras se removía más prendas con tal de ir sintiéndose más cómoda en sus constantes viajes de ida y vuelta a la cocina—. Son refrescos y jugos. Esto otro es jamón y carne seca. También tengo yogurt, leche, pan y otras cosas por las que existe el pecado de la gula en la humanidad. Tal vez sean de conveniencia para tu paladar.
Rey miró atentamente entre las piernas de la doctora que se agachaba al frente, pero posó su atención en dirección a la mesa. Las comidas y bebidas humanas le resultaban muy intrigantes, ya que tan solo había comido carne y sangre, nunca otras variaciones innecesariamente trabajosas de crear en un ambiente de supervivencia.
—Adelante, Rey, prueba cualquier cosa.
Comer la comida del enemigo no era del particular agrado de Rey, pero si ese manjar era ofrecido por una mano amiga, ¿para qué quejarse? Tomó el trozo de jamón con cautela, mordió un pedazo, luego comió del pan y después pasó a juntarlos para morderles simultáneamente. También probó un bocado de carne seca, una mordida del pescado. Tragó el jugo, después el refresco junto al yogurt, uno detrás de otro. Probó todo lo que estaba sobre la mesa, comió y bebió hasta saciarse.
Lía estaba contenta con la cara de su invitado, tan contenta que se le ocurrió ir a buscar otras tres botellas de líquido.
—¿Qué es eso? —preguntó Rey disfrutando de cada bocado que le daba.
—Esto es para mí, para que me ayude un poco —dijo ella.
—¿Puedo probarlo? —volvió a preguntar.
—Claro que sí, aunque el sabor no es tan placentero como todo lo que tienes sobre la mesa. Esto es cerveza, también tengo vino, ron y alcohol.
La doctora sirvió en tres vasos el contenido de cada envase que había traído. Por supuesto, ella pretendía quedarse con la cerveza.
Tras olfatear el ron, Rey le dio un sorbo y sintió una sensación incómoda bajando por la garganta. Luego tomó el vino y por último probó la cerveza, dejando de lado el alcohol puro.
—Diría que esto no está nada mal.
Lía abrió los ojos, estaba sorprendida.
—¿Acaso has tomado estas bebidas antes? —preguntó ella.
—Sí, incluso sé cómo prepararlas como sustitutas del agua. Es esencial para la supervivencia —respondió el pequeño, quien prefirió seguir ingiriendo bebidas dulces a tener que soportar la amarga sensación.
—¿Sabes… —Lía titubeó por un momento, ¿puesto que ella sabía que su libido era la que hablaba—? ¿Sabes si puedes embriagarte?
Desde el punto de vista de ella, si el joven se embriagaba, tal vez no la iba a juzgar cuando estuviera desnuda.
—Si es alcohol natural, por más que tome, nunca me voy a embriagar —respondió Rey, como si ya lo hubiera intentado.
—Tomará tiempo, pero con un medicamento puedo hacer que tu metabolismo baje y sientas lo que es estar ebrio, ¿quieres?
Rey recordó a su maestro y la manera en la cual se embriagaba hasta más no poder cada vez que iba a hacerse de noche, con tal de pasar “un mejor rato”, con sus dos mujeres y respondió:
—Sí, ¿por qué no? —ya que podía deducir que iba a pasar la noche con la vampira y ella parecía no estar pensándolo dos veces.
En la botella de ron, Lía introdujo dos tabletas que comenzaron a disolverse en el líquido y procedió a llevarse las otras botellas de vidrio para que no estorbaran.
—Después que te tomes todo el contenido, con el tiempo, seguro te hará efecto. Mientras tanto, vamos a darte un baño, cortarte él pelo y ponerte más cómodo.
Sin razones suficientes para decir que no, Rey procedió a hacer lo que se le decía y mientras era ayudado por la doctora y con la botella de ron entre sus pies, se bañó, se cortó el pelo y también se echó perfume como si nunca lo hubiera hecho. Al final de todo este proceso, vestido con prendas inferiores, ya no le quedaba mucho ron a la botella, pero aún no se sentía ebrio. La forma para describir la sensación era otra: estaba más contento y menos pensativo sobre el futuro. Aun así, mientras estaba desnudo y era bañado por Lía, ella no había hecho ningún movimiento libidinoso, cosa que le extrañó.
—Mientras te hace efecto la bebida, déjame bañarme —dijo Lía y tras observar la mirada del chico se dio cuenta que claramente le estaba sugiriendo que procediera—. ¿No te molesta si necesito estar bajo el agua caliente por un poco más de tiempo a solas, con mi cuerpo?
—Por supuesto que no —respondió bien atento, mientras se daba cuenta de las inseguridades que parecían poseer a la doctora, por lo que agregó—: Entonces, déjame recoger la comida que dejé atrás en la mesa.
—Gracias —replicó ella más calmada, con menos peso sobre sus hombros y manteniendo la botella de alcohol a su alcance.
Seducida con la actitud de su invitado, Lía procuró apurarse con tal de no romper la atmósfera, se apartó los cabellos del rostro y lo miró cálidamente con su cabeza un poco inclinada. Observó la espalda desnuda del cuerpo fornido que no le incomodaba ver desnudo, pero apenas había asimilado que estaba semi vestido con las prendas que ella eligió. Luego de dar un gran respiro, pasó al interior de otra habitación y tras tomar sus prendas, junto a una toalla, con calma y naturalidad, se adentró en el cuarto de baño y se aseguró bien de cerrar la puerta.
En el recibidor, Rey se detuvo por un momento. Su mente fue invadida todos los recuerdos nostálgicos de su casa en el paraíso. Movió su cabeza de un lado a otro, decidió organizar todo el reguero que había causado al probar la comida humana, con tal de mantenerse ocupado, pero apenas terminó de desechar la basura, se dio cuenta que no sentía la obligación de colocar nada de vuelta en el refrigerador, debido a que en el mundo del que venía esa caja podía crear comida infinita. Tal vez era que el alcohol estaba haciendo efecto, facilitando que múltiples memorias de su pasado regresaran al presente, al punto que al hacer las mismas cosas que había hecho en el pasado, le producían la creencia que tal vez estaba teniendo un déjà vu.
De pronto, el inconfundible olor a sangre mezclada con vapor de agua, lo trajeron de vuelta al presente. Sí, Rey pudo recordar que, aunque la doctora no tuviera ropa interior y prácticamente tuviese sus piernas abiertas en frente de su tan aguda vista, no era como que viera algo diferente a la tela.
«Supongo que, para tener sexo, ella tiene que quitarse esas cosas que le atan la piel» pensó Rey abriendo la puerta del refrigerador, para luego cerrarla y abrirla varias veces con tal de ver si la comida en el interior regresaba a ser abundante, pero no fue así.
—Lía, habla conmigo —sugirió el chico, mientras regresaba la comida que había tirado a la basura de vuelta a la caja climatizada.
«¿Cómo voy a botar comida si no es infinita? Qué error más grande de mi parte» Se reclamó Rey, a la par que sacaba las cosas de donde las había tirado. Recordaba que en su casa, la caja climatizada era mágica y cada vez que la cerraba todo lo que estaba dentro volvía a regresar. Pero como no era el caso, él no debía botar, aunque fueran restos, la tan preciada comida que se le había ofrecido. Después de todo, dijo que lo recogería y no que lo arrojaría como basura.
—Lo notaste, ¿no es así? —dijo ella con voz preocupada—. En mi defensa, las agujas del reloj no son las únicas que cosen heridas, pero no me sentiría bien al estar contigo y dejar a mi cuerpo en las condiciones en las que está. Me hiciste darme cuenta de que nada de esto— Lía miró en dirección a su cuerpo desnudo para ser testigo de lo que era la piel y carne llena de costuras de diferentes hilos de colores, cortes, moretones, cicatrices, agujas enterradas y postillas— era necesario. Tú, con tan solo mirarme a los ojos, pudiste descifrar todo lo que sucedía en mi interior. Pero quiero en verdad gustarte y estar contigo teniendo mi piel completamente desnuda.
—Te acepto como eres —dijo Rey reafirmando su confianza en la vampira—. Pero si así lo necesitas y crees que será mejor, tómate tu tiempo.
Dentro del cuarto de baño, sobre la sangre que se escurría por el tragante, Lía hizo aparecer una sonrisa en su rostro. «Con palabras como esas… te adueñas de mi corazón en cada segundo», pensó, para luego cerrar el grifo de agua y colocar alcohol por su cuerpo. El dolor que le provocaba el alcohol era lo de menos, ya que no sentía nada más que el agua caliente y cómo le limpiaba el cuerpo. El líquido se encargaba de prevenir cualquier infección o bacteria que pudiera quedar en las heridas abiertas de su piel y hacer más lenta la regeneración de su cuerpo. Después de todo, el momento en el que expondría su cuerpo no estaba muy lejos de llegar.
«Estar ebrio, de cierta manera, es luchar contra la sensación de perder el dominio de mis funciones cognitivas y a la vez estar contento», se dijo Rey, aliviado por haber acomodado todo lo que había botado en el refrigerador, ya que, desperdiciar comida no era algo que se pudiera hacer y aunque los envases de metal, papel y cristal no eran de su agrado, tal vez Lía, quien no había comido aún, pudiera hacer un estofado con ellos. «Después de todo, los humanos son muy raros».
—Rey —llamó Lía desde dentro del cuarto de baño. Ella ya había terminado de liberar su piel de las costuras e hilos—. Por favor, ¿podrías alcanzarme una de las bolsas de sangre que se encuentran dentro del frigorífico?
—Está bien.
Al recibir la confirmación por parte de su invitado ella colocó la tijera ensangrentada sobre una asombrosa cantidad de hilos cortados. Abrió la ducha y pasó a enjuagarse el alcohol y la sangre mientras escuchaba cómo el joven complicaba su pedido. Lía, como vampira, no había consumido comida humana puesto que, primeramente, necesitaba sangre para usar sus habilidades y lograr recuperarse de sus heridas, como también reponer el contenido de su cuerpo que se había escurrido por el tragante en el proceso.
—Aquí tienes —dijo Rey sosteniendo una bolsa roja en frente de la puerta del baño que estaba cerrada.
—Podrías… voltearte —sugirió Lía, quien no quería que la viera. Ella ni siquiera quería verse a sí misma.
—Entiendo —respondió Rey, al voltear su rostro y extender su mano por detrás de la temida puerta que se abrió, para dejarse caer en el suelo y sentarse mirando en dirección opuesta.
Al cabo de veinte minutos, la doctora finalmente salió del baño y dio un suspiro de alivio y calma. Sus heridas aún estaban ahí, pero habían dejado de sangrar y ya no tenía nada que se le encajara en la piel. Terminó de secarse el cabello, parcialmente desteñido con una toalla de color negro y Lía pudo notar en el espejo cómo sus cabellos regresaban a ser blancos. Ella usualmente no se lavaba la cabeza, pero era una ocasión especial, el color del tinte era otra manera de ocultarse ante quien se iba a entregar.
Decidida a avanzar, Lía salió de donde estaba, cerrando los ojos y abriendo sus manos como si se entregara a ser vista. La mayoría de las veces, tal vez por la excitación y el deseo de eyacular, los hombres devoraban por compromiso y lástima, a pesar de sentirse asqueados con la apariencia de su cuerpo. Pero Rey estaba tumbado en el suelo, con los ojos cerrados posando la cabeza sobre sus brazos. Aprovechando la oportunidad, ella se enrolló la toalla en el pelo y se cubrió el cuerpo antes de caminar con la intención de confirmar si su invitado aún estaba despierto.
«Tal vez dos píldoras y toda una botella de ron fue mucho» pensaba Lía, un poco sorprendida.
Lía tropezó con una de las alfombras en el suelo, que tenían la intención de atrapar el agua que pudiera escurrirse de dentro del baño, pero no estaban posicionada en el lugar que ella recordaba haberla colocado.
—Ya tomaste un baño —dijo Rey, un tanto ebrio, mientras mantenía los ojos cerrados y buscaba acomodar su cabeza—. Yo también tomé uno.
Tras enfrentarse a algo que no esperaba, Lía decidió hacer caso omiso a la información que le había dado el joven, ya que no tenía sentido y decidió sentarse junto a él. A ella no le preocupaba que la piel desnuda de sus piernas hiciera contacto con la superficie de las losas del baño, al menos no tanto como ver a su invitado acostado de forma incómoda por tener que esperarla.
A pesar de todas las personas que había tenido y tratado de la misma manera, ante ella estaba alguien que se comportaba diferente. En ocasiones anteriores, una vez salía del baño, terminaba empotrada contra la pared por el sujeto que impacientemente esperaba cogerla y experimentar las artes amatorias divinas, más que amar su cuerpo. Sin embargo, Rey no estaba haciendo nada de eso, parecía un felino, que esperaba tranquilo, en un lugar calientito, con su cuerpo encogido.
Al compartir su pequeño tapete con la doctora, Rey, sin darse cuenta, hizo acogedor el ambiente, para esa mujer que se preocupaba por quienes estaban a su alrededor y que siempre esperaba ser vista como un objeto sexual y esta vez quería convertirse en algo diferente.
Mejor acomodada, Lía ofreció sus muslos como almohada, cosa que le permitió acariciar los cabellos de su invitado. Ella entendió que el ambiente era perfecto, que era todo lo que ella quería y había deseado. Sin embargo, era la contaminada, la principal responsable de que los individuos anteriores solo quisieran cogerla y marcharse, después de todo, ninguno nunca supo que era una vampira. Por más que estaba decidida a no reflejar esto, con la intención de no diluir el momento, la chica fue traicionada por las micro expresiones de su rostro, que mostraban tristeza y falta de ánimo.
Él, con su oído izquierdo sobre la piel de ella, podía distinguir perfectamente los temblores que daba un corazón cuando sentía remordimiento.
—Mmm. ¿Qué sucede? ¿Acaso existe algo que no sea de tu agrado? —preguntó Rey, más arrojado por el alcohol que por su sentido común.
Secándose las lágrimas, Lía pido disculpas y susurró:
—No debes preocuparte. Son cosas mías.
—Si existe algo que perturbe tu corazón... Estoy dispuesto a escuchar.
Lía aún intrigada, intentó hablar varias veces, pero no pudo, hasta que finalmente dejó de aferrarse a la pregunta que surgió en su mente.
—Mis sentimientos me traicionaron al verte así. ¿Cómo es que siempre dices lo que necesito escuchar y haces lo que necesito que hagas? Sé que podría sonar inconforme, pero quiero saber, ¿cómo puedes lidiar tan bien conmigo?
—Es que eres única, Lía —respondió Rey—. En ti he conseguido las reacciones que con nadie más he podido conseguir. Lo tuyo y lo mío florece naturalmente, sin ser forzado… como debe ser.
—Entonces, ¿me prometes que nunca te va a importar que me aproveche de ti y sea egoísta? —preguntó Lía, mientras buscaba limpiar, una vez más, las inseguridades que la estaban invadiendo.
—Nunca —respondió Rey.
Con lágrimas en los ojos, Lía respiró profundo. Sus sentimientos de culpabilidad se estaban interponiendo en lo dispuesta que estaba a mostrar lo feliz que podía hacer a Rey con su cuerpo. Después de todo, era la razón por la que lo había traído. Tomó la iniciativa y se propuso continuar la conversación en su cuarto.
Ambos se levantaron de donde estaban. Rey trataba de no caerse y Lía procuró abrazar fuertemente a su invitado por la espalda, con tal que no la viera.
El joven pudo sentir que era el momento, que la toalla que cubría el cuerpo de la fémina se había caído al suelo y que sus pechos le rozaban la piel de la espalda.
Los latidos de su corazón se aceleraron y Rey hizo que el efecto de la intoxicación se desvaneciera. Cuando estaba a punto de alterar las características de su cuerpo, escuchó en su oído derecho dos tímidas sugerencias por parte de la vampira.
—No utilices energía. Mantén los ojos cerrados con tal de resistir el mareo. Quédate así y déjame ser yo quien cambie mi cuerpo, quédate así y deja que sea yo…
Para la vampira, Rey se mostraba mucho más apetecible y lindo mientras mantenía su forma. A pesar que él tuviera sus músculos definidos y el cuerpo robusto, ella sentía que podía cargarle contra su pecho, levantarle del suelo y abrazarlo como una esponjosa almohada.
Suave y con ligereza, Lía se desplazó en dirección a la cama. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, se dejó caer de espalda sin titubear, para así terminar acostada y dejar recostar el cuerpo de Rey en el espacio que estaba abierto a un lado. Dejó de sostener al joven, se llevó las manos sobre los pechos para cubrirse, en caso que Rey no pudiera resistir la curiosidad de abrir sus ojos.
—¿Las prendas están de más? —preguntó Rey, reconociendo que era el momento de retirarse lo poco que tenía puesto, después de todo, el sexo se hacía al conectar su parte íntima con la de ella—. ¿Debería desvestirme?
Lía asintió y levantó su torso de la cama, con una curiosa mirada de espectadora que esperaba ansiosa y se dispuso a ver cómo Rey se desvestía. Rey evitó abrir los ojos, se quitó las prendas que se había puesto después de haber sido bañado y perfumado y quedó expuesto por completo.
Lía extendió su mano, dejó de cubrirse los pechos para tocar el rostro de Rey, después la quijada, el cuello, el pecho y abdomen. Sin necesidad de tener que llegar más abajo del ombligo, la vampira pudo hacer contacto con la naturaleza que le enloquecía y tanto deseaba que se endureciera. Le llegaron los recuerdos de la primera noche juntos, cuando ella bañaba el cuerpo inconsciente de Rey, sobre una mesa fría y metálica.
«¿Por dónde comienzo? ¿Qué hago?», se preguntó Lía, mientras respiraba con mayor profundidad e intensidad.
Sobre la cama, Rey se vio envuelto por los cariñosos abrazos de Lía, quien se dedicó a pasarle la lengua por el cuerpo, respirar el olor de su piel y sentir el calor que emanaba. En el clímax de la situación, Rey sentía cómo los cabellos de Lía le acariciaban el abdomen y su miembro se derretía en el calor abrazador de una boca. Entonces Rey levantó su cabeza en dirección al rostro de ella, que permanecía mirándole los labios con un fogoso deseo, pero no se atrevió a aventurarse, pues después de estar cerca, se inundó de dudas y vacilaciones ante la situación.
—Siento que quiero juntar mis labios con los tuyos una vez más —habló Lía, una vez dejó salir el miembro viril de Rey de dentro de su boca—. Acaso, después de esto… ¿Sería un beso capaz de demostrarte cuánto te quiero?
—Un beso, un respiro, un simple pensamiento serían suficientes —dijo él, tan contento y dispuesto a incluso prometer el cielo—. Es más, quiero que conozcas mi eterna disposición a estar contigo. Ámame, demuestra cuánto me quieres manifestando esa sensación de querer poseerme. Entrégate junto a mí, da rienda suelta a tus instintos sobre esta cama.
Lía, volvió a recibir el permiso de ser tan egoísta como quisiera, se arrojó hacia los labios del híbrido, dispuesto a aceptarla. Rey sintió cómo todo el cuerpo de la hembra, suave, acogedor y con aroma a jabón, se le abalanzó como si ella fuese una ola y él se convirtiera en la arena de una playa. Los pezones trillaron el camino desde las rodillas hasta la parte superior del fornido abdomen. Las respiraciones se hicieron presentes en su boca y así, con ternura, ella le mostró todo su amor aguantándole el rostro con las dos manos acostada sobre él.
«Con los ojos cerrados y después de tanta espera», pensó ella, mientras sentía el abrazo de su macho, quien le correspondía al beso, entrelazando su lengua con la de él. «¡¿Quién iba a decir que amar pudiera llegar a sentirse tan bien?!»
Los dos pares de labios calientes y húmedos se hicieron conscientes que estaban descubriendo un largo y apasionado camino. En el transcurso iniciado por un beso, Lía comenzó a dejarse llevar, abandonó uno a uno los propósitos conscientes que desde un principio pretendió hacer experimentar al joven.
Rey comenzaba a tener el deseo por intensificar las sensaciones que su piel estaba percibiendo. La necesidad de sentir le hizo oscilar sus caderas, junto al movimiento descontrolado de sus manos por el cuerpo de quien lo hacía sentir tan fogoso. Él, de alguna manera, agarró las nalgas de la vampira, abrió y apretó cuanto pudo con tal de cargar el cuerpo en peso y encontrar el ángulo perfecto para que su miembro pudiera encontrar el camino secreto al interior de una mujer.
Entre las llamas de un incendio apasionante provocado por la fricción de dos cuerpos, ellos se detuvieron para mirarse el uno al otro en lo más profundo de sus ojos. Asombrados con lo que experimentaban y con lo que veían, parecía que buscaban la confirmación de seguir o de parar. Enterraron las preguntas en el silencio de la habitación, continuaron la búsqueda de placeres con mayor veracidad, amplificaron los besos y caricias ya inventadas por cuerpos que se amaban apasionadamente.
Compartieron una ardiente mirada como si fuera combustible en ignición, la pasión y el deseo se abrieron paso entre sábanas blancas de la cama que acogía a los cuerpos, cuyos rostros aún estaban juntos, con alientos que inhalaban y exhalaban hondos suspiros.
«Tibio, placentero, delicado» pensaba Rey. «Frotar la desnudez de ella es tan agradable al tacto. Más suave que las sábanas, mejor que la sensación que te hace sentir el pelaje de cualquier animal. Un terreno tan explorable y caliente que la aspereza de mi mano podría ocasionarle daños. Sus pechos, dos considerables acumulaciones de carne sin músculo alguno, deleitan la sensación que pueden percibir mis dedos. Los amaso, sopeso, toco y aprieto… y se endurecen en respuesta. Ella es mía y se entrega a mí, yo soy suyo y me entrego a ella. Es adictivo… quiero más».
Flotaron en la embriagante sensación que provocaba el efecto de sustancias nocivas combinado con el éxtasis del sexo y luego Rey agregó, en voz alta:
—Lía, te sientes hermosa.
Él aún no había bajado su cabeza, para ver plenamente con sus ojos el cuerpo desnudo que exploraba con sus manos. En cierta forma, Rey estaba pidiendo hacerlo, debido a que había notado la sutil incomodidad que la vampira sentía cuando la veían desnuda.
Ante las palabras del chico que tocaba su cuerpo expuesto con tanta atención, Lía se puso más nerviosa y suspiró profundamente con tal de calmar sus inseguridades. Se había armado de una coraza de fuerte autoestima, pero sus pechos, después de todo, estaban llenos de cicatrices, moretones, heridas y agujeros, así como el resto de su piel. La inseguridad estaba con ella en la cama, haciéndole compañía, esperando a derribar las pretensiones que la mantenían a flote.
—Discúlpame —dijo ella entre gemidos—. Te dejo que los acaricies con tu lengua y labios. Te permito que los saborees y los huelas todo lo que quieras hasta que los desgastes, si así lo deseas, pero no te recomiendo que los veas, si tienes otra opción. Tengo miedo de que te parezca desagradable.
Avergonzada, la vampira había hecho una aclaración, para reprimirse, «No me acostumbro a este momento de incertidumbre» y volvió a llevarse sus manos a los pechos. «Sé que es parte de mi responsabilidad, pero este es el momento en el que más vulnerable me siento. Él se dio cuenta de que lo estoy estudiando con mi mirada, que estoy prestando atención a su reacción mientras va explorando mi cuerpo. Retira las hebras de hilos que atravesaban y surcaban mi carne, no me limpia de las grotescas cicatrices ni de los agujeros, tampoco de los moretones…»
Rey se apartó lentamente y dejando de sostener las nalgas de la vampira, decidió agarrarla de los hombros y apartarla hacia arriba. Él, con un timbre bajo de voz, rebosante de ternura, dijo:
—Lía, mira mi cuerpo. Enfermo, lleno de cicatrices, rugosidades y asperezas. Cada centímetro de mi piel ha sido marcado. Tal vez, si nunca hubiera tenido que luchar, si mi vida, mi familia y nacimiento hubieran sido perfectos, si hubiera existido alguien que me protegiera, probablemente nunca hubiera tenido ninguna de estas marcas, al igual que tú. Siéntete orgullosa de lo fuerte que has sido y de permanecer aún con vida para regalarme este momento. Si hubiéramos vivido en un mundo perfecto o no hubiéramos sobrevivido, nunca podríamos saber lo que es alcanzar la grandeza que viene con la experiencia de sobrevivir. Te acepto precisamente porque eres como yo, acepto tu pasado, así como aceptaré tu futuro, porque cada vez que me pierdo en tus ojos me encuentro a una maravillosa criatura.
—Dime, ¿quién te enseñó tanto? —preguntó ella.
—Miles de incontables maestros. —Entendió que la respuesta era muy vaga, por eso, Rey decidió aclararle—: Árboles que vivieron para alcanzar un cielo inalcanzable, árboles que cayeron y siguieron viviendo como libros, árboles que fueron mi casa y me protegieron, de ellos aprendí y por ellos he podido ayudarme a vivir.
Las palabras dulces de alguien que estaba encaprichado en saciar sus placeres, hicieron que Lía arqueara su espalda y abriera sus brazos sobre la cama. Exponiendo sus pechos maltratados a los ojos del joven.
Ante los ojos de Rey, los dos generosos senos quedaron expuestos junto al resto del cuerpo compuesto de maravillosas curvas femeninas al desnudo. Como si regresara al pasado en el que no sabía nada, completamente cautivado por observar algo nuevo, detalló lo redondo de los pechos que tenía delante, que no eran tan firmes ni tan erguidos. La piel estaba estirada y se desparramaba hacia los lados, sin obviar las innumerables huellas que habían dejado todo tipo de heridas. Se podría decir que eran unos magníficos senos llenos de magia que invitaban a tocar y acariciar.
Con cariños y caricias se podía limpiar el pasado que contaban las cicatrices. Rey bajó su mirada, se convirtió en espectador de una barriga que, a pesar de ser esbelta y plana, tenía un curioso y seductor montículo a la altura del ombligo. Aún más abajo, entre las piernas, dos inusuales labios tan seductores como los que componían la boca de ella, extraordinarios y llenos de novedades para la mirada, pudieron ser apreciados.
La vampira, sentada sobre las caderas del joven, decidió seguir exponiendo su cuerpo. Cerró sus ojos, levantó sus rodillas abiertas hasta poner los pies sobre la cama, e inclinándose hacia atrás, abrió con sus manos la naturaleza que tenía entre las piernas. Los labios mayores se hicieron ver hasta conectarse con el esfínter anal. La anatomía del área estaba ausente de la carne que les separa el uno del otro, lo que hacía que se viera raro, anatómicamente incorrecto.
Rey entendía que tener habilidades de regeneración no significaba que un cuerpo diera prioridad a la sanación de partes con propósitos estéticos. De la misma manera, en la que no sanaban los agujeros en las orejas de la doctora en los que usaba aretes, una vez que la piel se acomodaba, la herida entre sus piernas quedaba sanada de semejante manera. Una operación tal vez podría construir el tejido, pero ¿quién, en un mundo de humanos, iba a operar a una vampira sin darse cuenta que no era humana?
Por otro lado, Lía conocía el cuerpo de su compañero como la palma de su propia mano. Las cicatrices que tenía, la forma de las pequeñas aberturas que creaban los músculos que se hacían notar, cada poro y cada lunar. No dudaba en apreciarlos nuevamente, pero mantenía sus ojos cerrados para no ver sus expresiones. Era el momento decisivo. Desde que ella había propuesto ir al cuarto, la situación que tanto trataba de evitar estaba ocurriendo y le rompería el corazón ver a Rey comportándose como los demás sujetos a los cuales se entregó.
El joven levantó su mirada, el peso de la vampira que se sentaba sobre su miembro viril no le incomodaba, pero el silencio y los ojos cerrados de ella, sí. Notó que Lía mordía su labio inferior y dejaba al descubierto unas cuantas muecas de placer en su rostro, al sentirse observada y al descubierto, por eso Rey decidió extender su mano para tocar el clítoris de la fémina con su pulgar.
Al sentir el cálido tacto de un dedo sobre su botón de placer, la inseguridad que la golpeaba comenzó a diluirse. Reunió el valor suficiente para ver la reacción que su compañero tenía en su rostro ante ese momento, Lía abrió sus ojos tímidamente y observó lo que tarde o temprano debía ver.
«Sobrevivir a la condena de Gilgamesh, “muerte por sexo violento”, solo había sido posible para mí porque mi vagina se juntó con mi cavidad rectal cuando fue perforada por la lanza del semidiós. Desde ese momento, mis víctimas, los hombres que dejo llegar hasta este punto con vida y que tienen grandes esperanzas de experimentar las artes amatorias de los dioses, me ven como un adorno roto», pensó la vampira, que continuó: «Pero no puedo creer lo que estoy viendo. A pesar de que haya visto otros cuerpos, verdaderamente no le interesan mis cicatrices, ni mi condición. Él no piensa que estoy rota. Creí que estaba mintiendo, que solo pretendía hacerme sentir bien o simplemente no tenía una correcta noción de lo grotescas que podían llegar a lucir mis partes íntimas cuando no estaban cosidas…». Lía dejó escapar toda su inseguridad en una exhalación y comenzó a menearse sobre el miembro viril del joven.
—¿Cuánto has vivido? —preguntó la doctora—. ¿Cuánto tiempo fue necesario para que quisieras entregarte al amor, a pesar de caer del cielo a un mundo tan violento y devastador como este? ¿Para usar tu voz en el corazón de alguien tan perdida como yo? ¿Para que tengas fe en el futuro que vamos a tener? ¿Para reírte y confiar? ¿Para dormir juntos y mantener la esperanza de que volvamos a despertar juntos? ¿Para tener la confianza de luchar contra alguien tan capaz de hacer y deshacer?
Rey entendió las preguntas desesperadas de una vampira que buscaba creer y vivir más allá de lo que le tocaba, tanto la entendía, que cuando vio las lágrimas cayendo de los ojos que lo estaban mirando, guardó silencio. No era algo que pudiese responder con facilidad. Las personas a veces necesitan números para sentirse complacidas, él no tenía un número en particular para dar.
Podía decir que había vivido alrededor de trece noches eternas, aunque la eternidad no se caracteriza por ser definida. Podría decir que había vivido lo suficiente para leer incontables libros. Que había luchado hasta quedarse sin aliento en los círculos más bajos del infierno, que llegó al purgatorio y pudo subir al tártaro. Aun así, entre todas estas respuestas, no existía un número y tampoco era que su apariencia hubiera cambiado. Dejó que el silencio contestara, le dio una sonrisa cálida, a pesar de saber que él no era el problema de la situación, debido a que la mayor parte del tiempo, por su personalidad, estaba propenso a encariñarse con quienes le necesitaban y se volvía arrogante con aquellos con más poder que él.
La vampira estaba avergonzada por preguntar semejantes cosas, pero la curiosidad le ganaba y si su amado quería hacer su camino entre sus piernas, debía responderle. Ante el silencio del joven, ella tomó una de las sábanas y se cubrió como forma de protesta, demandando una respuesta. Ella hacía ver que no entregaría su cuerpo hasta recibir lo que quería, después de todo, para ella estaba bien ser egoísta.
—Soy Rey “De Heavens” —dijo él, acentuando las expresiones afiladas de sus ojos como si estuviera buscando descifrar lo que se le presentaba alrededor—. Hijo no deseado de un licántropo y un vampiro. Descendiente directo de dos espíritus trascendentales. La reencarnación del anterior juez y reconstructor del infierno. Estoy aquí y te garantizo que tengo un millón de propósitos que cumplir antes de morir —respondió con la tranquilidad y serenidad de un león soberano que reinaba sobre todo lo que sus ojos podían ver.
Lía tragó en seco y se le subió el corazón a la garganta puesto que a veces se olvidaba que aquel que estaba entre sus piernas podía llegar a ser tan aterrador como el mismo infierno.
Extremadamente enfocado, al punto de verse obsesionado, Rey, con sus ojos bien abiertos observó en dirección al vacío sin emociones, se apoyó en las percepciones agudizadas obtenidas por su linaje mixto. Con ojos, poder y apariencia que le inspiraron miedo a la doctora, también miraba a sus enemigos con la intención de evocar lo mismo.
Con el propósito de regresar a la atmósfera romántica de antes, la vampira mostró sus deseos de entablar el acto sexual y se detuvo de seguir diluyendo el momento. Descubrió su cuerpo y abrió nuevamente sus piernas ante el rostro del chico, mostró la zona más erógena de su cuerpo, esa que merecía la pena ser explorada, con tal de calmar la mirada del joven, deseoso por demostrar la seriedad con la que pretendía sostener sus palabras.
Ante la mirada afilada del joven, ella comenzó a tocarse de forma circular. En segundos, la libido de Lía volvió a resurgir, lo que la liberó de todas las inseguridades que podían atarle, Tan inmenso como perfecto era el placer de dejarse desear y amar a la vez. Estos sentimientos surgieron entre las cenizas del miedo. Dispuesta a entregar su cuerpo roto, a perder, a cantar, bailar y caer entre el techo de su cuarto y la cama, juntó sus piernas, pero le abrió los brazos a quien la miraba. Tras ambicionar curiosidades que le abarrotaron el interior, con sus besos, Lía quería que el joven se sintiera mejor y que con su cuerpo su invitado encontrara la casa que buscaba. Bajó su mano más diestra, empleó dos de sus dedos para abrir sus labios inferiores dejando al descubierto el orificio que se encogía, ya humedecido.
El joven, viendo los movimientos de la vampira, tenía la sensación de que se estaba volviendo más activa y enfocada en experimentar placer. Sintió sus labios, viéndola desnuda para él, le tentaba verdaderamente a no seguir estando de mal humor ni preguntando cosas que podrían pasar cuando en realidad ni siquiera habían sucedido. Su músculo de hombre estaba a escasos centímetros de encajarse en una abertura que le haría sentir mejor que nunca.
Mientras contemplaba los ojos de él, la vampira se entregaba a la apasionada comprensión de aquella nueva y poderosa emoción que guiaba sus actos lujuriosos. Luego de haber perdido el control, prejuicios y moral, comenzó a dejar caer su cuerpo en silencio, con la respiración entrecortada, abriendo la boca y cerrando los ojos para realizar el apasionado ritual sagrado.
No era la primera vez en la vida de la vampira en la que estaba siendo consciente de que su corazón no podía amar a alguien de la misma manera. «Aun así, ¿por qué no corresponder las necesidades que Rey me despierta?» se preguntó. «Después de todo, seguir diciendo que soy egoísta, en este momento, a alguien que me mira de forma infinitamente tierna como lo hace él, sería devastador.»
Las caricias de Lía se hicieron más activas y osadas, mientras que Rey depositaba numerosos besos sobre los pechos desnudos, hasta que sintió que su miembro se coló entre los labios inferiores de su amada y profanó el calor al líquido que estaba dentro y escurría.
Durante el tiempo que Rey se mantuvo con su cabeza encajada entre las dos circunferencias, Lía se negó a romper el silencio que reinaba en la habitación. Para ella, no hablar ni gemir se sentía morboso, tanto como lo era probar la fruta prohibida. Debido a que la sensación de estar haciendo algo indebido era demasiado profunda como para ser expresada con meros gemidos opacantes, su mirada gritó la intensidad de la emoción.
Rey estaba ahí abajo, rozando, chocando, pasando y hasta golpeando de vez en cuando la carne de una vulva bien acolchada, pero todo esto con sus ojos bien abiertos, mientras miraba las expresiones faciales de su compañera. Con su boca, se hizo perfectamente capaz de usar su lengua con tal de explorar todas las zonas perdidas de los generosos pechos.
En el momento indicado, los dedos índice y medio de la mano derecha de la vampira, se adentraron lentamente en el interior de ella antes de que lo hiciera el trozo de carne palpitante y hormigueante que esperaba ser recibido. En el éxtasis del momento, ella rebasó la entrada y llegó al punto de no retorno, explotando así, la llama de pasión en las respiraciones del joven.
Rey no se detuvo, aunque podía usar su lengua y manos libres de forma simultánea, siguió hundiendo los pezones de ella más y más en el interior de su boca.
Lía, valiéndose de su elasticidad, siguió avanzando sus dedos restantes y con el tiempo llegó a meter su mano en forma de puño para garantizar el contacto y tensión con las paredes en su interior. En ese momento, que sintió sus entrañas inundadas y con el trozo de carne que esperaba posado entre sus nalgas, el placer se volvió ilimitado, no por el momento, sino por el resto de las cosas buenas que podrían suceder y debían hacerse esperar. Después de todo, esa podría ser la última noche de su vida y era mejor si no se valía de todos y cada uno de los juguetes que tenía organizados en el interior de su armario para satisfacer su cuerpo, sino que podía disfrutar lo que era natural.
«Ohhh, sentir su respiración tan cerca de mi piel, como se ahoga con mis pechos en su boca» pensó, al cerrar los ojos y arquear su espalda. «Cómo succiona con fuerza, y como juega con la punta de su lengua. Mi mano, su miembro, él debajo de mí y yo encima de él».
Tal vez por el éxtasis, por no haberlo hecho durante mucho tiempo, la vampira fue sorprendida por la electrizante sensación de lo que era un orgasmo. Uno causado por un simple juego preliminar. Ya no era momento de quedarse callada, Lía se agarró a la almohada y dejó salir un grito de placer, acompañado por ojos tan abiertos como su boca. «Solo cuando me entregué a amar por primera vez a otra mujer» pensó ella, «fue la primera vez que tuve un orgasmo así de rápido. De ahí en adelante, con la repetitividad, el sexo lésbico perdió la magia».
—Quiero que me digas dos cosas, —demando Rey.
—Lo que quieras, —respondió jadeando, aun retorciéndose sobre la cama, dispuesta a responder cualquier pregunta en ese momento.
—Lo que te haga y no te guste en esta cama, lo que te guste y no te haga contra esta cama, no necesitas hacerlo todo por ti sola.
«Definitivamente, esto no fue por el éxtasis o por mi abstinencia, él es quien hace que mi cuerpo vibre, salte de miedo, caiga de excitación y explote de alegría.» pensó ella, al darse cuenta de la situación.
Encendida, tan pronto sintió como una segunda mano intentaba rellenarle, Lía no pudo decir palabras en voz alta. Haciendo obvios los placeres que estaba sintiendo, comenzó a darle paso a sus jadeos y exhalaciones excitadas que se convirtieron en gemidos y palabras, que incluso daban a conocer una y otra vez lo hondo que él le estaba introduciendo su mano en el interior.
—¿Por qué tan obsesionados con el placer, si es el dolor quien nos mantiene vivos? Rey, sigue, busca que me duela. Haz que me sienta viva, muérdeme ahí —siguió diciendo la vampira, mientras la mano de Rey iba más adentro en el interior de ella y apretó con fuerza su mandíbula—. Ufff, en verdad haces que se sienta tan bien que no estoy segura de poder seguir aguantando. —dijo, al tiempo que puso su mano sobre la cabeza del joven, agarrándole por los cabellos con la intención de que este no abandonará lo que le había pedido.
Aunque de forma bien incómoda para el joven, una vez que las dos manos estuvieron en el interior de la doctora, ella movió sus caderas de un lado a otro, de forma circular y de adelante hacia atrás para ejercer la presión necesaria, al igual que la velocidad indicada, con tal de volver a detonar en un segundo orgasmo mucho más fuerte que el primero.
Rey, con su mano, pudo sentir todas y cada una de las contracciones que Lía experimentó en sus paredes vaginales. Aun mordiendo con una fuerza considerable sobre la circunferencia de carne de sus pechos, Rey levantó sus ojos para ser testigo de lo que podría llamarse placer, satisfacción, relajación, alegría y demás expresiones que podían quedar en el rostro satisfecho de la chica que le aguantaba por los cabellos y le apretaba contra su pecho con fuerza.
—Y aquí, un segundo orgasmo, —dijo ella—, tú, quien dijo y tanto habló sobre complacerme y satisfacer mis deseos. Tendrás que seguir esperando, debido a que todos estaban satisfechos. Ahora es mi turno, deja que, con mi boca, tal cual tú has hecho, yo pueda compensar mi falta, antes de enseñarte mi mejor arma en las artes amatorias.
Lía dejó salir las manos de Rey de su interior, así como también le liberó los cabellos, para luego deslizarse sobre la cama hasta llegar a la parte íntima del joven. Devoró de una vez el miembro viril de su compañero y usó las técnicas que pertenecían al orden secreto. Con estos movimientos, los mismos que en el pasado ningún humano pudo propagar, ya que su destino era morir junto a la conclusión del abismal éxtasis de gozo, Lía arrancó los gemidos de Rey.
Para la vampira, era delicioso ver como alguien de gestos confidentes y temperamento reservado se entregaba a gemir y retorcer sus piernas y manos. Con los ojos cerrados, Rey podía entender cómo era que los humanos morían ante las artes amatorias de Lía. Esto lo había visto en las memorias de ella cuando bebió de su sangre, además de estar sintiendo un placer tan inmenso como el que nunca había imaginado poder llegar a experimentar con otra especie no procedente del linaje del espíritu celestial del viento frío. Ahí, sobre la cama, Rey sentía como su miembro pasaba la garganta de ella y se introducía por entre los pliegues vocales hasta la tráquea. Las cuerdas vocales y la epiglotis de Lía se cerraban y vibraban como si fueran un terremoto, cada vez que respiraba. Sin embargo, eso no era todo, sino que también percibía como sus testículos estaban siendo masajeados por la base de la lengua, mientras que la punta estaba buscando por donde introducirse al interior de él, por detrás.
Con el placer que provoca la vibración, la estimulación en sus testículos y esfínter anal, ningún humano se daría cuenta que su miembro viril había sido perforado por uno de los colmillos de la vampira y que en todo este proceso la sangre estaba cayendo directamente en el estómago de ella. Sin mencionar que esos sujetos eran viejos antes del acto y para funcionar bien, tomaban un brebaje afrodisíaco que les garantizaba la solidez de sus miembros, incluso después de muertos.
—Aunque parezca que estoy a punto de ahogarme en cualquier momento, —dijo Lía entre arcadas— no te preocupes, déjame recibir toda tu explosión de fluidos, mis pulmones pueden tolerar el líquido.
—Ohhh… —suspiró Rey, después de volverse a sumergir en semejante corrientazo de placer.
Con sus ojos cerrados, disfrutaba una y otra vez como aquella lengua lamia entre sus piernas, la garganta alojaba a su miembro y las vibraciones masajeaban toda la punta de su miembro viril. Cuando pensó que estaba preparado para soportar semejante placer nunca experimentado, un indescriptible calor húmedo envolvió la punta de su miembro.
Seductora, más que nunca, Lía siguió tragando hasta que los dientes superiores de su boca hicieron contacto con la piel púbica de Rey. Juguetona, la vampira esperaba a que los ojos de su pareja le miraran para que este fuera testigo de cómo con su boquita hacía semejante odisea.
Las vibraciones ya estaban haciendo que Rey respirara con profundidad, aun así, de un momento a otro, lo que se sintió como una succión le tomó por sorpresa. Sin saber si podría seguir aguantando, el híbrido abrió sus ojos, le devolvió la mirada a aquella chica que estaba contenta de lo que estaba haciendo.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó Lía tan pronto como se apartó del ensalivado trozo de carne en erección, no sin antes frotarlo explosivamente con una de sus manos libres contra los cachetes de su cara.
Aquella pregunta no merecía respuesta por parte del joven, quien de un golpe puso el rostro más desanimado de toda su vida ante la noticia juguetona.
Con una risa picaresca, la chica obtuvo el consentimiento mudo de su compañero, volvió a introducirse el músculo amatorio de su invitado en la boca y esta vez, mientras succionaba la punta con todas sus fuerzas, empleando sus dos manos, comenzó a masturbarle al mismo tiempo. Las dos delicadas y suaves manos más la boca y la lengua pertenecientes a la vampira, comenzaron a masajear de adelante a atrás, sobre las piernas del chico, que abría sus ojos cada vez más y más, mientras se dibujaba una sonrisa de placer en su rostro.
Tras unos minutos en este acto repetido, el joven noto algo diferente. Sintió en su miembro la presencia de tan solo una mano y que el calor húmedo que le hacía sentir la boca de su compañera estaba abarcando aún más territorio.
«De nuevo” se dijo Rey, mientras sentía que su miembro volvía a encontrarse con una especie de tope y aun así, Lía seguía forzando su cabeza hacia adelante, a la vez que sacaba la lengua tanto como podía.
Una vez más, terminó aguantando la respiración y con su nariz volvió a tocar la piel de la pelvis de su compañero. Tuvo algunas arcadas, se retiró, dejó el miembro completamente bañado de flujos bucales, para repetir el proceso, una y otra vez, hasta que lo volvió a colocar entre las cuerdas vocales.
«No puedo tener suficiente de esta sensación tan enfermiza,” se dijo ella, mientras observaba el rostro de Rey con la intención de buscar indicios de si se iba a venir. Tan pronto se decidió a hablar en voz alta, alejó su boca una vez más y apretó tan fuerte como pudo el glande para así cortarle el camino a explotar.
—Rey, quiero que me cojas… —dijo Lía, alzando su cabeza junto con su cuerpo.
Con su lengua, la vampira formó un camino de saliva que subía por la pelvis, el abdomen, el pecho y el cuello del joven.
—No te preocupes —habló la vampira, orgullosa de lo que tenía planeado, después de todo, era su última arma en el campo de las artes amatorias—. Ya preparé muy bien la zona encargada de recibirte. Sí, la preparé, masajeé alrededor hasta que poco a poco comencé a sentir como uno de mis dedos se resbalaba al interior. Luego dos, y con un poco de dolor, tres. Los fluidos que mi vagina segregó, mientras cumplía el morboso capricho de adentrarme completamente tu miembro en mi boca, hasta casi mis pulmones, fueron los que más me ayudaron. Si no lo hubiese hecho de esta manera, en este momento, podría sentirse incómodo para ti.
Al final de las sensuales palabras, los meneos de caderas y el contoneo de su pecho, Lía había terminado agachada de espaldas sobre Rey. Sostuvo el miembro del joven con su mano, lo guio en dirección al agujero por el cual debería adentrarse, ese que había sido preparado.
Tanto el orificó anal como el agujero vaginal de Lía estaban conectados y los músculos de ambos no funcionaban de la mejor manera. Apenas sintió la resistencia de su glande contra algo, Rey pudo entender cuál era la otra entrada de la cual ella estaba hablando, esa que estaba localizada justo debajo del clítoris y por la cual eran expulsados los desechos líquidos del cuerpo femenino.
De un momento a otro, ella se dejó caer bruscamente, haciendo que el joven experimentara de una forma precipitada la penetración.
—Lo siento por ti —dijo Lía, con expresión divertida por el placer de sentirlo—. En la cama me gusta que me duela cuando soy penetrada. Recuerdas el principio, lo que hiciste con tu mano y tus dientes. Ahora quiero que lo hagas de nuevo, pero esta vez con tus dos manos, mientras que me encargo de moverme sobre ti. ¿Crees que podrás?
Sin decir nada, Rey pudo ver desaparecer la cabeza y la espalda de Lía, al mismo tiempo que se levantaron los dos grandes montículos de carne y también se abrió la cueva de los placeres que tenía entre las piernas.
La doctora introdujo en su boca los dedos del pie derecho de Rey, al tiempo que comenzó a mover sus caderas con rapidez y movimientos amplios, al punto de llegar a sacarse, varias veces, el miembro del joven de su interior por accidente y tener que volver a adentrárselo con su mano. Volvió a abrir con brusquedad una y otra vez los esfínteres musculares que conformaban la entrada de la uretra, que se conectaban con la vejiga vacía.
Sobre la misma cama, Lía continuó con sus movimientos fantásticos, desplegó gemidos y acrobacias increíbles, que incluyeron arquear su espalda hasta el punto de poder besar los labios de Rey, valiéndose de una lujuria sobrehumana que estremecía toda la habitación y llenaba a Rey del deseo implacable de morir ahí, en el interior de ella.
Por más que empujaba con sus dos manos, hasta incluso tenerla adentro, más arriba de sus codos, Rey creía que podía seguir entrando, que era capaz de regresar a la barriga de una mujer, flotar en el líquido amniótico que tanto le facilitó la vida, que incluso volvería a nacer. Los efectos del alcohol no le hacían pensar de forma racional, en lo absoluto, menos en ese momento que estaba perdido entre los placeres de la carne.
—Eres audaz y perfeccionista en tu trabajo, podemos tratarlo después, —dijo ella entre gemidos, como si había leído los pensamientos del joven—. Pero ya casi estoy a mi límite, concéntrate en ti. Quiero que explotes en placer junto a mí.
Con las indicaciones de su compañera, Rey entreabrió la boca y fue capaz de sentir que el momento estaba a punto de llegar, sin que pudiera resistirse o evitarlo de alguna manera.
El choque de movimientos entre los dos cuerpos se volvió más fuerte, hasta que ambos se detuvieron dando un respiro extremadamente hondo, sintiéndose el uno al otro, disfrutando del éxtasis acompañado por la lluvia de fluidos que se disparaba entre las piernas de la vampira.
—Si lo que incomoda a tus ojos es que no lo hayamos hecho de la manera correcta, te tengo una buena explicación. Quería que te vinieras, deseaba regalarte en esta, tu primera vez conmigo, la experiencia que pudieras eyacular en mi interior. Quiero que seas consciente que solo puedes terminar dentro de mi vagina en el momento que quieras que yo te dé un descendiente, —dijo la vampira mientras acaricia con su mano el rostro del chico.
Con una mirada comprensiva, Rey asintió con su cabeza en todas y cada una de las pautas que hacía la vampira en su explicación. Sin mucho rodeo, cuando vio oportuno, Rey agregó un comentario en voz alta;
—Aún tengo deseos de continuar.
—Puedo sentirlo, la dureza de tu miembro es apreciable —respondió Lía—, ¿acaso te excita la idea de fecundarme? Bueno, ya que sabes mis reglas básicas, puedes hacer con mi cuerpo lo que quieras. Pero antes, abre la boca, saca tu lengua, haz crecer tus colmillos y desgárrame la superficie íntima hasta que sangre. Comenzaremos con un buen beso rojo y está demás decir, que en esta ronda no tienes por qué ser delicado. Te dejo que me muerdas en donde desees, que arañes mi piel si así lo quieres, me golpees si te apetece y que trates de romperme, porque ahora es que voy a disfrutar corromperte y hacerte experimentar los fetiches raros que nuestra especie puede llegar a tener. Te garantizo que calentaremos la noche con el fuego de nuestros cuerpos.
En el palacio real, dentro de la sala del trono de Gilgamesh, flotaban numerosas pantallas y la misma cantidad de mujeres en el suelo tiradas. Todas desnudas, algunas se podían mover, otras no, mientras que cuatro de ellas usaban sus bocas arrodilladas a los pies del emperador que se paraba de brazos cruzados, mirando eufórico hacia arriba. En uno de esos hologramas estaba el rostro temerario de Rey, mirándole fijamente, con los ojos emblanquecidos y afilados, de alguien que con su arrogancia evocaba confrontación. Era un oponente que sabía que estaba mirando directamente a una cámara que le grababa.
—Señor, con todo respeto mi señor —dijo la voz de una mujer—. Esa criatura es muy peligrosa, ultra, super peligrosa. Si lo deja con vida no hará nada bueno.
—¡No! —grito Gilgamesh, quien de un revés de su mano decapitó a quien había osado hablar sin permiso cuando lo que tenía que era usar su boca, labio y lengua con tal de generar placer—. Él es perfecto, el mejor rival con el que me pueda enfrentar jamás. Mi único propósito será destrozar su voluntad. ¡Hacerle mío y de nadie más! ¡Aunque tenga que sacrificar toda esta luna que he creado!
Mientras las palabras arrogantes del emperador resonaban, la sangre del cuerpo decapitado se dispersó por todo el lugar y bañó los cuerpos de quienes estaban presentes. Pero ninguna de las mujeres se atrevió a reaccionar, pues sabían que podrían sufrir la misma sentencia.
—¡Que den la orden! —grito el soberano emperador.
Jhades había dejado de ser niebla y caminaba entre los pasillos. Se cuidaba de los reflejos, con tal de no verse a sí mismo, merodeaba por los pasillos desolados del templo de las artes amatorias como si fuera una sombra. No era que estuviera intentando encontrar a alguien con quien hablar, sino que prefería estar solo y por esa razón se alejaba lo más que podía del centro médico. Aún tenía su mente preocupada por ser traicionado y que la chica encargada de cuidarle quisiera venderle a las autoridades. Eso le estaba ocasionando un vacío existencial que quería negar. ¿Era tan malo ser vampiro?
«Era mejor si me hubiera quedado con madre y padre, al juntarme con ellos fui tragado por un agujero, quien sabe si traen más problemas” pensaba Jhades. «Los vampiros viven mucho tiempo, tanto como para no darse el lujo de terminar muertos o en una vida de sufrimiento.”
De pronto, notó algo raro, las paredes a su alrededor estaban vibrando, cosa que no le extrañaba debido a las tantas veces que había sucedido, aunque esta vez era diferente, tanto que le hizo tomarse el trabajo de desaparecer como niebla. Luego de las vibraciones, un grupo de sujetos vestidos con trajes especiales que les mantenían aislados del ambiente, aparecieron. Estaban inconfundiblemente bien organizados y tenían muchos materiales en sus manos.
Jhades mantuvo oculta su presencia y observaba como el grupo de gente fabricaba en cuestión de segundos una pared sólida al final del pasillo, para luego retirarse y seguir avanzado en otra dirección, con más materiales. Tan pronto el grupo de humanos se alejó del lugar, el vampiro hizo aparecer una mueca amargada en su rostro.
«La suerte no está de mi lado», se dijo, sin atreverse a alzar su voz como para ser escuchado. «Simples humano, quieren que de aquí en adelante lo que exista sea un laberinto, aunque la temperatura entre el oro y los demás metales preciosos es totalmente diferente a la de este muro falso que acaban de construir. El sistema de ventilación aún está conectado, sin mencionar que con mis armas puedo atravesar cualquier columna. Todo esto es un mediocre acto con tal de retenernos a mis hermanos y a mí. Es tan mediocre, que no existe nada que merezca la pena hacer».
Carente de deseos e intenciones de advertir a los demás, Jhades uso las características de su cuerpo en estado gaseoso para colarse por las ventanillas de ventilación y atravesar lo que eran diez paredes falsas y terminó en un oscuro pasadizo. Concentró su cuerpo en un solo lugar, se materializó y vio como si fuera de día, por lo que, le prestó atención a las trampas capaces de matar a una persona normal.
«¿Mmm? No solo un laberinto está siendo construido» pensó, mientras estudiaba la situación. «Trampas y rústicos artefactos de vigilancia casi tan grandes como una persona. Ignorantes, que no saben ni siquiera qué estoy aquí, me muevo libre como el viento si así lo deseo, pero ¿y si nada de esto está siendo construido con la intención de detenerme?
Como el único caído del cielo que no se había alineado a las expectativas de una sacerdotisa, Jhades avanzó mientras evitaba las trampas, con la intención de exponerse de forma vulnerable a un ataque. Desde un principio, no le gustaba la idea de tener que esforzarse más de la cuenta, pero la desinformación no era buena en ninguna guerra.
—Me niego a creer que yo tenga más abundancia de comida, si no pretendo al menos ser atrapado. —susurro el vampiro al aire, como si hablara con su estómago vacío—, después de todo, nada de esto podría rasguñar mi piel.
De repente, el olor del sitio cambió, la esencia y el miedo perteneciente a un ser delicado se hacía paso entre la humedad y el polvo del lugar, pues ya había algunas trampas accionadas.
—No quiero ensuciarme, —se dijo, para volver a desaparecer en el aire y hacer de sus armas una copia de él—. Hazte valer de algo, revuélcate un rato, a ti no te importará.
El ligre blanco que pertenecía al vampiro, ya estaba acostumbrado a hacer los trabajos sucios de él. Tras dejar de lado cualquier contemplación y demora, la figura felina se levantó en dos piernas y caminó en dirección a una trampa y terminó intencionalmente cautivo en una gran red que estaba en el techo. Una vez envuelto entre las sogas y mallas, una alarma se escuchó y luego una temerosa chica portadora de una espada entre sus manos se acercó cautelosa y bien temerosa.
—¿No eres un subyugador? —preguntó ella—. ¿Por qué caerías en tu propia trampa? ¿Estás bien?
Jhades, estaba disperso en la oscuridad, listo para devorar a su víctima y mostró una sonrisa amargada. Entre dientes, maldijo a su hermano híbrido, por tener la capacidad de entender el nuevo lenguaje, Él sabía que debía agradecer semejante facilidad, pero no ahora, que iba a comer.
El vampiro dejó el hambre de lado y se decidió a responder las preguntas con más preguntas. —¿Y si fuera más que un subyugador? ¿Si yo fuera un cazador en busca de una víctima perfecta para satisfacer mi apetito? ¿Aun así, estarías decidida a matarme? ¿Realmente, esas manos temblorosas, ya tomaron la decisión de quitarle la vida a quien te amenaza?
Una vez que la espada cayó al suelo, la muchacha rompió en un ataque de pánico mientras se miró las manos, como si pertenecieran a una criatura horrorosa. Iba en contra su naturaleza hacer daño, pero ella estaba ahí, con la intención de aprovechar el descuido de sus enemigos y matarle si podía, pero por el simple hecho que tuvo que hacer preguntas antes de actuar, ya había perdido la ventaja. La respuesta era no, ella no estaba preparada para matar a alguien, así fuera en defensa propia y Jhades se dio cuenta de esto.
«Definitivamente» pensó Jhades, luego de dejar salir un suspiro. «Si la mato, me la como y desaparezco su cuerpo, tal vez terminaré con mala digestión. Madre me dijo que no jugará con la comida, pero me causa capricho comer algo con más vida que ese saco de huesos que me acaba de preguntar si estoy bien. Tal vez sea mejor si la engordo un poco y después la devore. En este mundo no está de más tener una esclava, alguien que necesite, que tal vez me ayude a sentirme menos solo. Definitivamente pienso ocultar el deseo de que más factores sigan haciéndole la vida miserable, para no perder mi propósito como protector, engordarla y comerla.
Tras pensar, sin una gota de culpabilidad, Jhades dijo en voz alta;
—Saco de sangre, no soy de quien te debes preocupar. A cambio de tu agradecimiento, aceptaré tus servicios como mi esclava.
—Definitivamente, quiero confiar en alguien, por favor, ten piedad de mí y ayúdame a seguir adelante, recién alcancé mi libertad y no quiero seguir siendo una simple propiedad —suplicó la mujer, quien rápidamente se dispuso a tratar de apagar la alarma de la trampa y liberar el cuerpo del ligre.
Jhades también pudo notar como aquella chica parecía no poder ver, lo desaliñada que estaban las pocas prendas con las cuales cubría tan solo su barriga. Que ella no quisiera ser su esclava era un problema, pero por qué lo seguía salvando, no daba la vuelta y se marchaba. Atacar por la espalda, apuñalar el hígado y ahorcar el cuello de alguien que estaba corriendo no era justo, pero si apetitoso para Jhades.
—Saco de sangre, acaso no me escuchaste. El trato es que seas mi esclava, si no, ¿por qué me estás salvando? ¿Por qué no te marchas?
Haciendo uso de casi todas sus fuerzas, ella volvió a buscar con las manos por el suelo, hasta que encontró la espada que había soltado y con su filo cortó la red e hizo caso omiso a las palabras que le hablaban.
Luego que se aseguró que el cautivo estuvo liberado, contenta por al menos haber hecho un acto de bondad, dejó salir las siguientes palabras:
—Porque corrí y corrí, sin poder encontrar salida, al menos pude encontrar algo bueno que hacer con mi vida. Salvarte a ti. Ellos vienen por mí, yo escuché que en la enfermería está un ‘caído del cielo’ bien poderoso del que todos tienen miedo, yo me quedaré aquí, te daré un poco más de tiempo.
«¿Acaso está desistiendo y se rinde? ¿Con lo que queda de su frágil existencia quiere defenderme?» pensó Jhades, mientras evaluaba la situación aún desde las sombras. «Su mirada se ve perdida, todo su cuerpo está hecho un desastre, sus cabellos sucios y sus piernas huelen a inmundicias. Esta chica parece haber estado escapando de algo que ahora quiero encontrar, debido a que me abre más el apetito cuando la comida se comporta de forma lógica.»
Tras hacer que su cuerpo en estado gaseoso volviera a solidificarse, Jhades habló en voz alta casi como quien tenía dolor de cabeza.
—Acaso no puedes darte por vencida tan fácil, saco de sangre.
El vampiro mantuvo la distancia y levantó su pie para tocar por el hombro a la chica arrodillada, debido a que no quería ensuciarse las manos, pero sí llamar la atención de ella.
—Si has sido tú quien me estuvo hablando durante todo este momento, ¿quién es él? —preguntó confundida, mientras miraba en la oscuridad, que no le dejaba ver mucho más allá de su nariz.
—Mi Youse, —respondió Jhades atormentado por tener que dar explicaciones innecesarias—, quien no tiene importancia. ¿Sabes qué? Yo también estoy escapando y la mirada en tus ojos me dice que estamos en las mismas condiciones. ¿Dónde están tus perseguidores?
—¿Quieres ayudarme? ¿Quieres que seamos amigos? —La mujer, similar a un querubín, hizo dos preguntas con voz y movimientos esperanzados, pero tras respirar y pensarlo dos veces muy bien, se mantuvo firme— No, debes marcharte.
Ella no sabía que Jhades tenía el rostro disgustado, levantaba las manos y negaba con la cabeza ante las palabras amigas, puesto que para él la comida no tenía valor en ninguna otra manera que siendo servida o sirviendo.
Daniela, apoyándose en la espada con su cuerpo todo tembloroso, intentó volver a ponerse de pie, pero no lo alcanzó. La espada se le resbaló y su punto de apoyo se le fue, provocando una caída inminente en la cual terminó desparramada contra el suelo.
—Déjame sin mirar atrás o sentirte culpable, no puedes contra los subyugadores.
—Mmm, interesante, sacó de sangre con falsas ideas —dijo Jhades, un tanto más cómodo con su decisión, tanto que incluso dejó salir al aire unas carcajadas—. Los subyugadores, si ellos son quienes te persiguen no creo que sea tan malo después de todo, mantenerte conmigo.
Tras las divertidas palabras de un vampiro que había encontrado algo con lo cual entretenerse, mandó a su Youse, recién liberado, a que se ocupara con rapidez del cuerpo cansado que a duras penas podía respirar. Jhades no tenía intenciones de ensuciar sus manos, por lo que se alejó un poco.
Nuevamente, el vibrar de muchas personas pisando el suelo llamó la atención del vampiro.
—Regres, —era el nombre de la bestia felina capaz de transformarse en dos armas de fuego y en persona—. Deja de perder el tiempo con una forma humana, pasa a ser lo que eras antes, —dijo Jhades, un tanto molesto por tener que pensar en cómo hacer las cosas correctamente—. Si la cargas en tu lomo será mucho más fácil, no es que ese cadáver pese tanto y así aprovechamos de movernos a un lugar más apropiado.
El pequeño cuerpo, siguió las órdenes del vampiro, cambió hasta transformarse en un inmenso tigre, el cual llevó a cabo la proposición de su compañero y terminó colocándose a la muchachita en su lomo.
Aún sin caer totalmente en el sueño, ella sintió como terminó sobre la espalda de un gran felino. Comprometida a contribuir con lo que podía, dijo:
—Sigue recto— aunque lo dijo con una voz tenue, la indicación fue bien recibida por Jhades. —Dentro del agujero vas a encontrar un pasillo a la derecha. Después tendrás que dar un giro hacia la izquierda, ahí debe haber una puerta. Tengo la esperanza que sea una habitación en la que podamos refugiarnos.
«De amigos a darme órdenes, ¿será pretencioso este mero envoltorio de comida?»
Jhades quiso ahorrarse el trabajo de hablar y dio una señal con su mirada al Ligre cuando le miró a los ojos. Al entender la situación, Regres se dispuso a seguir las direcciones que le habían sido dadas y tan cuidadoso como el gato que era, ni siquiera tenía que mirar hacia abajo para evitar las numerosas trampas que componían el suelo. Eso no hubiera podido suceder si mantenía su forma humana.
Los tres no tardaron mucho en llegar a su destino. Como la chica había dicho, se encontraron con una gran compuerta que indicaba el final del pasillo. En apariencia, vieja, oxidada, rodeada por polvo, mugre y tampoco parecía que funcionara.
«¿Esto es una habitación?» pensó Jhades, al preguntarse por qué estaba decepcionado. «Es que por más que la observo, no existe manera lógica de poder abrirla.»
Con sus ojos cautelosos, buscaba si la gran puerta tenía alguna cerradura o ranura por la cual se insertará algún tipo de llave, pero no encontró nada. Tampoco era que pudiera transformarse en gas para pasar al otro lado, ya que, no existía ningún ducto de ventilación cercano y la habitación, de cierta manera, era hermética.
«No creo que las ruinas de una antigua instalación sean muy limpias» concluyó Jhades, por lo que hizo que sus uñas aumentaran de tamaño. Si tenía que tocar algo sucio, prefería hacerlo con partes de su cuerpo que no se pudieran ensuciar. Dio varias estocadas con sus dedos, raspó y buscó diferentes sonidos, hasta que encontró un curioso compartimiento cubierto por una placa metálica.
Intrigado por el artefacto que estaba a punto de encenderse y mostrar números, el vampiro hizo presión en los bordes de la tapa metálica hasta que entró lo suficiente como para hacer un sonido de clic. Apenas el joven retiró su mano, se aseguró de arrancar la tapa que sostenía entre las uñas, la dejó expuesta y en la esquina de la puerta un mecanismo se encendió.
Unos pasos comenzaron a sentirse aún más cerca, casi al doblar del pasillo en donde se encontraban los tres individuos. En ese ambiente, una persona normal habría saltado de los nervios, pero el joven no era una persona normal, era un vampiro que constantemente estaba corrigiendo su conducta, con el objetivo de no parecerse a un animal. Tras respirar hondo, Jhades desistió de seguir intentando abrir la puerta, debido a que no tenía que apurarse, ni sentirse bajo la presión de ser capturado.
«Si este va a ser el caso» dijo Jhades en voz alta, «Espera aquí por mí».
El chico volteo su espalda a la puerta para caminar en dirección opuesta, decidido a encontrarse con quienes se acercaban.
—[Batería baja. Inserte la clave. Batería baja. Inserte la clave] —Una y otra vez, el mecanismo de la esquina de la puerta repetía ese mensaje, lo que reveló el lugar en el cual estaban e indicaba a los subyugadores a dónde ir.
Jhades no se marchó porque el desesperante sonido robótico no lo dejó. Con la punta de su pie cubierto por la oscuridad, lanzó una patada que de alguna manera golpeó el mecanismo que incansablemente repetía las mismas instrucciones. Salieron chispas de la pared y la puerta que estaba cerrada y parecía impenetrable, se abrió como por arte de magia.
La voz que daba instrucciones desapareció y los agresores estuvieron cada vez más cerca.
Cuando puso su pie derecho sobre el suelo, el joven de cabellos negros le indicó al felino que podía entrar, pero él se quedó afuera para cerrar la puerta y desaparecer en el aire, justo en el momento cuando los soldados doblaron la esquina más próxima.
Como adentro de la habitación no había luz, la oscuridad permaneció igual para los humanos que recién llegaban con artefactos especiales en los ojos. Ellos estaban ante un callejón sin salida, oscuro y mugriento, en donde solo se podía ver una tenue luz azul a la altura de los ojos. En un esfuerzo por buscar visibilidad, apuntaron con sus linternas en dirección al pasillo, ya que creyeron haber visto algo que brillaba. Una sombra en la oscuridad podía darse cuando alguien intentaba esconderse, pero cuando la luz se abrió paso no había nada, solo una puerta cerrada.
Al mirar el piso del pasillo en busca de rastros, uno de los individuos se dio cuenta que las cuatro patas de una enorme bestia estaban marcadas. Ya no eran las pisadas de los delicados pies descalzos que estaban siguiendo. No era sensato seguir buscando o arrinconar a una criatura que no estuvieran preparados para enfrentar. A punto de cancelar la operación, el sonido de un cuerpo cayendo al suelo, desplomado como un saco de papas, hizo que todos colocaran sus dedos en el gatillo de las armas que llevaban en la mano opuesta a la que sostenían la linterna.
El sonido había provenido de atrás, así que el grupo se volteó apuntando con la luz y sus armas para revisar exhaustivamente. Desafortunadamente, el sonido fue real, pero no lo que se esperaba que fuera.
En el suelo, el último hombre del grupo de cinco, se encontraba tirado, pero no fue porque algo le hubiera dado en la cabeza. El individuo tenía su estómago abierto, aunque seguía moviéndose, los pulmones estaban sobre sus hombros, Desparramaba sangre y sus órganos por el lugar. ¿Qué había sucedido? se preguntaron los presentes, que ni siquiera tenían la capacidad de procesar lo que estaban viendo. Ellos no regresaron al presente, hasta que oyeron el sonido moribundo de un último aliento que escapó de la garganta abierta de otro sujeto.
Con una linterna menos, la oscuridad llenó el espacio que la luz le había arrebatado, mientras que el territorio del cazador se había hecho aún más grande. Una vez más, todos se voltearon sin entender nada, pero esta vez dispararon a lo loco, con esperanzas de atinarle a algo.
Las balas chocaban contra las paredes, la puerta del fondo, el techo y las paredes. Nada, si es que algo pudiera existir podría quedar vivo, ¿o sí?
Quedaban tres hombres, agitados, con la esperanza de que uno de sus disparos ciegos hubiese alcanzado a la bestia que les acechaba. El silencio no era nada bueno, sobre todo cuando todo lo que se podía escuchar eran las respiraciones y los latidos de un corazón agitado que se les quería salir del pecho.
El que se encontraba en el medio, justo antes de vomitar por los nervios, en tan solo un abrir y cerrar de ojos, fue colgado por el cuello en el techo. Murió asfixiado, sin poder hablar o pedir ayuda, pero antes de eso, empleó sus manos para tratar de liberarse o al menos reducir el peso que solo su garganta estaba soportando. Desesperado, intentaba atrapar con sus dedos la especie de cuerda que lo estrangulaba, pero la sangre le volvía resbaloso el agarre. Sin más remedio que encontrar un punto de apoyo con sus pies, pataleó y golpeó a sus compañeros que intentaban ayudarlo.
¡¡Bang!! ¡Clic! ¡Tin, tilín, tin! Sonó un disparo, el retroceso de una pistola automática y el casquillo de la bala por el suelo.
Los sesos del cuarto sujeto volaron por el aire bajo la luz de una linterna que parpadeaba. Con su cabeza parcialmente destrozada, aquel sujeto cayó al suelo mientras aguantaba a su compañero colgado. El peso que el hombre aguantaba con su espina vertebral se duplicó, imposibilitándole poder continuar con vida, pues lo que unía las vértebras no pudo seguir aguantando la presión y se partió en dos.
—Una pesadilla, no… —dijo el último hombre con voz temblorosa, al tiempo que llevaba su pistola a la cabeza, presionó el gatillo a más de la mitad y preguntó— ¿Acaso eres un vampiro?
Jhades miraba a su víctima a los ojos, unos que no podían verle de vuelta y aunque entendió la pregunta, se mantuvo en silencio e inmutable cuando el sonido de un disparo, la luz de la explosión de una bala, sangre y sesos, le salpicaron la cara.
Humeante, el ya no tan frío cañón de la pistola, que se había posado en la sien del último individuo del grupo, cayó al suelo junto con su cuerpo. Ahí estaba Jhades, mitad niebla, con la parte superior condensada en la figura de una persona, cuyos ojos azules translucían un brillo frío. Apuntó una de las armas del suelo justo entre las cejas de la primera víctima que aún no se moría, que era el que tenía su estómago abierto.
La luz de una de las linternas volvió, el hombre moribundo pudo ver a su verdugo, al vampiro con sus dientes salidos, ojos decididos, un rostro salpicado en sangre, temerario, impresionante. Consciente de su sentencia de muerte, agregó en voz alta:
—Nunca luches contra un vampiro en la oscuridad, me dijo una vez mi abuelo. Se refugian en tu miedo y como un simple humano que eres, solo serás su presa natural. Incapaz siquiera de ver por donde atacan, uno a uno, tus amigos caerán en el suelo, muertos y sin aliento… fue divertido mientras lo viví, no me arrepiento. Estoy agradecido de encontrar mi muerte a manos de un vampiro, después de todo… nunca quise ir al infierno.
Jhades noto como con su mano, el sujeto tomó la punta de la pistola y se aseguró que no dejara de apuntarle a la cabeza, mientras reía eufórico. Ver tantas expresiones entre sus víctimas era agradable de cierta forma, pero le dejaba con más preguntas que respuestas.
El chico no tenía nada que preguntarle a un humano, todo era obvio, todo encajaba para él, ya que ellos eran comida. Las trampas con las que anteriormente se había encontrado y el laberinto, fueron creados con el propósito de poder cazar de forma eficiente a la chica que él había rescatado hace unos momentos atrás. Luego de presionar el gatillo, Jhades extinguió la vida del humano que parecía haberse entregado a muerte.
Como vampiro que era y basado en las múltiples prácticas efectuadas con su tía, puso en práctica sus habilidades de manipular las sombras. Le dio vida, dientes, estómago y hambre a lo que era la oscuridad y así fue como Jhades desapareció gran parte los cuerpos dispersados. Ciertamente, le tomó tiempo y mucha concentración, pero lo logró.
«Matar se sintió tan natural, refrescante, entretenido» pensó Jhades, quien estaba inmerso en el proceso de devorar en la oscuridad los cuerpos de las víctimas y consumir su sangre. «Es normal para un vampiro desaparecer lo que no se puede comer, pero ahora que la adrenalina se marcha, siento que mi cuerpo está en un mejor estado de lo normal. Si toda esta emoción hubiese durado solo un poco más, quizás me hubiera quedado perdido en lo adictivo que es matar. Pero, pensar en no seguir matando hace que la sonrisa en mi boca se desaparezca. ¿Acaso este sentimiento es porque mis hermanos estuvieron convencidos de que Padre y Madre nos matarían antes de tener la oportunidad de participar en la iniciación? Matar, cuando no es para comer, es malo. Cuando no es para defenderse, también. No quiero ser un adicto a matar por placer, no quiero que me vean de esa forma. Tengo una sonrisa en mi rostro, simplemente porque estaba demasiado centrado en sobrevivir, era ofensivo que unos meros humanos se enfrentarán a mí. Pero ¿podría haberles dejado vivir? Al menos a uno, como hizo mi hermano ¿eso significa que no soy mejor que él, que tengo menos control? De todas maneras, si no existen cuerpos, no existen los asesinatos, aunque aún quede en mí el sentimiento de matar. No puedo negarlo, esta sensación de cuando corté el estómago de ese sujeto, colgué al otro, disparé, y vi morir a alguien en frente de mis ojos aún es vívida. Quiero repetirla si eso es lo que significa tomar una vida. Hasta ahora, no tenía ninguna idea de lo que significaba cazar. ¿Es tan deleitante? Más que cazar, mejor lo llamaría… asesinar. Madre y tía vivieron haciendo prácticas como esta a diario, si no fuera el caso, no me hubieran enseñado a deshacerme de los cuerpos. Si, de cierta forma tuvo que ser así. Si quiero estar al nivel de ellas, debo ser capaz de esconder los cuerpos, de no dejar saber que hice lo que hice por diversión. No puedo dejar testigos, nunca puedo… mucho más, cuando regrese. Tampoco debo sonreír ni mostrarme muy tranquilo o que estoy bien».
Jhades dejó todo como si nunca hubiese ocurrido nada y caminó en dirección a la puerta del cuarto. Las balas, armas y cosas no orgánicas aún estaban dispersadas por el lugar, pero no existía cuerpo alguno, así que todo estaba bien. Podría decir que les había ahuyentado o alguna que otra excusa, pero aún no se animaba a entrar.
«Estoy seguro que eso es lo que haría mi hermano. Vamos, Jhades» se dijo. «¡Deja de sonreír! ¿Cómo es que mi madre o cualquier otro vampiro come algo tan deleitante y después actúan con tanta facilidad? Quizá porque se fueron acostumbrando a hacerlo, pretendiendo fue como se llegaron a insensibilizar».
Tras sentir el ardor en sus codos y rodillas raspadas, el infinito cansancio de su cuerpo en mal estado y la superficie dura de lo que se suponía era una cama, la moribunda chica recuperó la conciencia. Como no se sentía atada de pies y manos, ni creía tener algo en el cuello, la chica de cabellos rosados, poco a poco abrió sus ojos. Primero quiso ver si estaba dentro de una jaula como era usual, así podría pretender estar muerta por el tiempo que fuera necesario hasta que la viniera a revisar y tal vez, en el proceso, encontrar una oportunidad para escapar de la misma forma que había hecho en el pasado. Pero no, ella no veía barrotes, rejas de metal ni paredes acolchonadas. Respiró un poco más hondo y algunos recuerdos invadieron su mente. Se había encontrado a alguien.
«¿La habitación con la puerta que no pude abrir?» se preguntó, tan pronto regresó a un estado normal en el cual podía pensar con racionalidad.
Curiosa, con interés de saber dónde y con quien se encontraba, levantó su cuerpo esbelto, dotado de pocas características sobresalientes y observó a su alrededor con más libertad. Observó una puerta al frente suyo, sólida, imponente y maciza, que prometía mantener a los cazadores del otro lado. El techo de concreto estaba erosionado por el óxido de las cabillas y la humedad del tiempo. El suelo en el cual el polvo se apilaba en pequeños montículos. Las cuatro paredes se podían alcanzar a ver mugrientas, en ellas existían grandes manchas de moho, el resultado de otro cadáver de un humano que se había descompuesto con el paso de innumerables años. Un cuarto de baño en lo más profundo. Una mesa de escritorio casi cayéndose y varias sillas, una ocupada por un joven cuerpo, las otras dispersas contra la pared o tumbadas por el lugar. Finalmente, vio la superficie en la cual debía de existir el colchón que componía a una cama, en donde ella estaba desnuda.
Recordó que sus prendas eran los restos de una gran sábana blanca, que había utilizado como túnica antes de escapar. La chica volvió a respirar hondo mientras trataba de hacer movimientos que cubrieran sus atributos. Ella recordaba estar cubierta con algo mientras corría por los pasillos, así como cuando conoció al chico que le devolvía la mirada.
—Despertaste… Espero que te sientas bien —dijo Jhades, con actitud soberbia, sin siquiera tratar de disimular el hecho de que había limpiado su silla con las prendas de la chica—. Oh, el trapo que tenías cubriéndote valió de algo. Quiero decirte que es irritante tener que esperar de pie por ti, mientras dormías. También, mandé a Regres a que atendiera tus heridas y al menos tratar de peinar tus cabellos, pero no tuvo éxito en semejantes tareas. Ya podrás agradecer mis esfuerzos en un futuro.
La jovencita, de ojos y cabello rosado claro, temblorosa, le agradeció continuamente, mientras de a poco agachó la cabeza, apenada. También le dio paso a las lágrimas que hacía tiempo llevaba reteniendo. Tras darse cuenta de que tal vez sus disculpas y lloriqueos podían estar molestando a su salvador, comenzó a disculparse por ese comportamiento.
—¿Por qué lloras y te disculpas, saco de sangre? —pregunto Jhades, dejando su tono soberbio para disimular bondad de cierta manera—. ¿Acaso no te encontrabas en buenas condiciones mentales?
—Eres igual al resto ¿No es cierto? —dijo ella, tratando de calmar sus lágrimas.
El corazón del vampiro se le quiso salir del pecho, hasta ese momento había hecho bastante con disimular su contentura al grupo de humanos, pero que ella le dijera semejante cosa fue un comentario que no pudo pasar de largo. Además, que no podía matarla, ya que ella era su coartada para probar que no era un monstruo.
—¿Cuál resto?, ¿Acaso no ves que te rescaté? ¿Estás en un lugar seguro? ¿No viste que ahuyente a los subyugadores? —replicó Jhades.
—Cada vez que abro mis ojos y sigo viva, es porque sobreviví a ser violada, esclavizada o cazada, pero es para repetir el ciclo. Estoy en una cama sin ropa, y tú en una silla mirándome, ¡Se supone que fueras mi amigo! No que te aproveches de mí por haberme salvado, cuando todo lo que quise fue morir protegiéndote.
—No me interesas físicamente, no eres nada violable, no eres cazable y te negaste a ser mi esclava. ¿Por qué dices semejantes cosas? —ante la pregunta por parte de Jhades, ella dejó de llorar para mirarle. —Somos amigos, no me interesa tu cuerpo, pero si sentarme en un lugar limpio. Acaso es mucho pedir que en cambio de todo lo que hice por ti yo me sentara en un lugar más o menos limpio para cuidar de tu sueño. Eres una malagradecida, mejor me marcho.
—¡¡No!! —respondió ella levantando su mano, con rostro confundido—. Espera. No te marches.
—Entonces—continuó el vampiro, amargado de tener que usar la palabra “amigos” tantas veces—, como amigos que somos, tienes lealtad y si mantienes tu palabra, también tendrás sinceridad. Como iguales, esas serán las dos monedas con las que quiero que me pagues en un futuro que yo, por supuesto, usaré para pagarte.
—¿Lealtad y sinceridad a cambio? ¿Solo eso? —ella tragó en seco ante la oferta, como una persona violada, cazada y esclavizada recurrentemente por los humanos, lo último en lo que quería pensar era en regresar de vuelta con ellos. Con esa oferta, ella no pasaría a ser propiedad de un señor a otro, sino que sería una igual—. Absolutamente te lo daré, continuemos siendo amigos.
«Que fácil de engañar» se dijo Jhades, tratando de ocultar su sonrisa.
—¿Acaso eres un demonio con el cual estoy haciendo un pacto? —preguntó ella, quien pasó de estar ilusionada a desilusionarse totalmente.
—Demonio, no, no soy un demonio —respondió Jhades, al darse cuenta que con esas pocas palabras no sería suficiente para responder la mirada curiosa de la chica.
—¡Aww! —agregó interesada la chica, quien se sentía más cómoda en esperar por más respuestas.
—Ya estoy hablando de mí, —dijo él, como quien quería cambiar la conversación, ya que no sería una mala idea esconder su identidad de vampiro. Si en un asesinato no existían cuerpos, al ser los vampiros la única especie con esas capacidades, por correlación, él era el culpable al ser el único vampiro presente—. Es algo que no puedo evitar. Soy muy autosuficiente y egocéntrico. Hablando y hablando de mí, no sé cómo referirme a ti. ¿Puedes decirme tu nombre?
Cautivada por el comportamiento adoptado por el vampiro, tratando de disimular una sonrisa, ella le dijo:
—Mi nombre es Daniela ‘De-Santo Palacio'. Desde que tengo recuerdo, soy esclava de los humanos.
—Esclava violada y cazada ¿no? —interrumpió Jhades, con tal de sonar un poco más exacto—. No eres humana, ¿qué es lo que te obliga a resignarse a semejante vida?
—Las leyes de los humanos, —respondió ella, regresando a un todo de voz triste, carente de fe y sentimiento alguno.
—¿Qué leyes? —volvió a preguntar Jhades, sin mostrar importancia a los sentimientos de ella.
—¿¡No estás al tanto!? —respondió ella, haciendo una pausa con la intención de buscar la mejor manera de explicar lo que iba a decir—. Entre mis memorias esenciales, esas que no pierdo después de un tiempo, justo después que el infierno se reencarnara por una epidemia en el primer planeta, las especies que no eran totalmente humanas salieron a la luz como “principales culpables”, según lo anunciaron los funcionarios y dirigentes del momento. En ese entonces, se dictaron leyes en los nuevos mundos colonizados por los humanos, para todo aquel ser que fuera sobrehumano, con la excusa de facilitar la convivencia.
Jhades no tenía conocimientos históricos sobre la humanidad, pero le parecía importante tenerlos con tal de entender el motivo por el cual los humanos actuaban. Por otro lado, Daniela continuó hablando, ya que no fue interrumpida.
—En los mundos en donde se dictaron estas leyes, quienes no son humanos, generalmente, se consideran criaturas cuya existencia en sí es tóxica para quienes lo son y las peores han sido evaluadas por tres categorías diferentes: “categoría tres” es el grado que se le da a un pura sangre porque, en teoría, son los más peligrosos e incluye a quienes son vampiros, licántropos, demonios, evoluciones humanoides de animales con garras y colmillos o existencias que representan afinidades fuera del sistema implantado como no-dañino. “Categoría dos”, son generalmente, híbridos con un humano o especies inofensivas. Se clasifica como “categoría uno” a esos seres cuyos genes constan de menos de un veinte por ciento, aunque no tan peligrosos y más débiles que los anteriores. Los humanos consideran que estas criaturas tal vez puedan seguir teniendo la capacidad de convertirse en agentes transmisores del virus que podría contagiarles convirtiéndolos en un monstruo. Son carne con hambre de sangre. Un demonio cuyo propósito es la creación de caos, violencia y destrucción.
Jhades prestaba atención a las palabras de la chica de carácter bondadoso, que se tomaba su tiempo para explicar la situación. Si él pudiera describir la manera en la que ella le contaba la historia, diría que era agradable al oído, tanto que incluso no le importaría acercarse a la cama y ensuciar sus prendas con tal de escuchar mejor.
—Dejando a los categorizados de lado, —continuó ella— esos que no son tóxicos o poseedores de poderes con la capacidad de contaminar las vidas humanas como los elfos, hadas, querubines, enanos y diferentes derivaciones de hechiceros, se les consideran alto riesgo de exterminio masivo y para convivir en la sociedad se les da la sentencia de ‘collarín de la restricción’.
—¿Y la esclavitud? —pregunto Jhades, aún curioso por su primera pregunta. No era que él quisiera interrumpir, solo que no quería que se le olvidara la razón por la cual había comenzado la conversación en primer lugar.
—Con estas leyes, opcionales para quien quisiera integrarse en la sociedad humana, los no humanos se alejaron al principio. Pero, poco a poco, con el tiempo, se creó la jaula que se llama esclavitud involuntaria por deseo. Los humanos tienen algo que no todas las demás especies tienen y es la ambición. Con sus avances tecnológicos y mejora en calidad de vida, poco a poco se fueron ganando la admiración de las nuevas generaciones. Hasta que llegó el momento en el que las sobre-especies decidieron compartir territorio con los humanos bajo sus leyes. De manera silenciosa, nos fuimos convirtiendo en sus esclavos, sin saberlo. El collarín es un artefacto que mide el poder mágico y energía, si alguna de estas especies llegará a liberar mucho poder y logra amenazar la vida de un humano, moriría al instante, pues este artefacto explotaría en el cuello de quien lo use. Si ese individuo quiere vivir sin él, debería ganarse el respeto y la aceptación de la sociedad.
El vampiro volvió a interrumpir la explicación, para saciar la curiosidad que le generaba una pregunta.
—¿Por qué no tienes uno de esos collarines puesto?
—No estoy segura, —continuó ella, tan pronto se encogió de hombros y se llevó la mano al cuello en donde se podía ver una especie de decoloración de la piel, circular y redonda, provocada por un collar—. Los seres como yo, los querubines, pagan altos precios por su libertad con la justificación de que se mueva la economía del planeta. Ya que nuestra naturaleza es ayudar a quienes necesitan ser salvados, no representamos daño. Pero, si no trabajamos para los humanos, evidentemente no les estamos representando bien y no tendríamos como pagarles, por lo que terminamos encarcelados con la excusa de un mejor control sobre nosotros o de reasignarnos una nueva manera para contribuir en la sociedad. Que no pueda resistirme, esté atrapada y tenga que obedecer todo lo que un humano mande, es lo que me convierte en una esclava.
—Sígueme contando —dijo Jhades, tras acercar su silla—. No te detengas por favor. Me interesa saber por qué los humanos te estaban cazando y la razón que te hace violable.
Daniela trago en seco, el vampiro le hacía preguntas muy personales.
—En esta luna que llaman sol, gobernada por Gilgamesh, así como en otros mundos, existen instituciones que se encargan de promover la igualdad entre los humanos y quienes no lo son, pero nunca nada ha cambiado mucho. Con la justificación de reponer nuestras deudas con el gobierno, los querubines y demás existencias cercanas a un cielo que no acepta humanos, por leyes humanas, estamos obligados a prestar servicios y entre estos servicios podemos contribuir al entretenimiento. Toda esta instalación está basada en ese servicio. Alguna vez caminé por los pasillos del templo de las artes amatorias y tuve un periodo de vida relativamente normal, pero todo terminó el día que una persona vio en mí el rostro y cabello de una actriz muy popular y pagó mi hermano y por mí. En este lugar, bajo la propiedad de alguien más, pasé mucho tiempo, suficiente como para darme cuenta de muchas cosas. Todas y cada una de mis acciones, incluso dentro del baño, habían sido grabadas desde todos los ángulos. El periodo completo de mi vida como estudiante estaba en exhibición, justo en frente de la puerta en donde me tuvieron encerrada. Me estaban exhibiendo hasta que alguien más firmó un contrato, junto a otros cuatro hombres, quienes pagaron por cazarme, violarme y otras cosas, en honor de la muerte de la artista original.
Jhades pudo notar como Daniela estaba recayendo en el presente, dejó de hablar del pasado y volvía a acelerar sus respiraciones.
—Saco de san… Daniela —dijo él, al darse cuenta que su curiosidad había contribuido a la tristeza de ella—. Necesito que seas fuerte. La información para mí es muy valiosa y tú me puedes ayudar con eso. Te lo pido. Si vivías normalmente en este templo, ¿porque no estabas con los demás? ¿De donde estabas huyendo?
—No importa en qué parte de esta luna nos encontremos, siempre existen múltiples caminos para llegar al centro. Ese es el lugar donde más esclavos se mantienen almacenados para la compra y venta, junto con otras áreas de entretenimiento. Vengo de ahí, aunque no estoy muy segura de cómo volver a llegar hasta allá —respondió ella, tratando de controlar sus emociones—. Ellos me dejaron libre, me dieron una ventaja de unas cuantas horas para correr. Estuve cerca de un área violenta, en donde se podía escuchar a la gente gritando. Vi como los incapaces, los deshabilitados, heridos y enfermos, eran transportados al vertedero de basura. Entre las personas que pude escuchar hablando a la distancia, escuché que el templo de Román, la mano derecha del Gilgamesh, estaba enlistado para la descontaminación, porque se rumoraba que ahí estaba el “caído del cielo”.
Jhades podía entender la idea general de lo que estaba sucediendo con la vida de quien había salvado, también que el mundo de ahí afuera estaba cargado de problemas para él.
Daniela hizo una pausa, tenía sus ojos llenos de culpabilidad, pero su corazón necesitaba admitir algo que su mente no podía esconder. Como alguien que buscaba recibir perdón, miro a Jhades y continuó:
—He hecho cosas grotescas, que tan solo perdidas y mentes inmorales podrían imaginar. Mi hermano y familia estuvieron conmigo en el momento que me tocó decidir y aunque cumplimos con nuestra parte del contrato, no sabíamos que la sentencia final ya había sido tomada. Los mismos subyugadores terminaron pagando por adueñarse de mi cuerpo y violarme cuando estuviera fría y sin vida, así como seguramente lo hicieron con mi familia… con mi hermano del cual no he sabido más… Al punto que no me importaría llegar a encontrar al “caído del cielo” y pedirle ayuda, aunque tuviera que vender mi alma y entregar mi cuerpo muerto.
«Si que te es fácil morir» pensó Jhades, quien podría revelar que no era un solo un “caído del cielo” sino que eran tres y él era uno de ellos, pero con la intención de evitar trabajos innecesarios, se ahorró la explicación.
Destruida por la realidad de la que estaba intentando escapar, Daniela adentró la cabeza entre sus piernas buscando refugio, mientras que con sus manos se apretó los oídos. Lloró de dolor, con lágrimas de agonizante sufrimiento. Los recuerdos la hicieron sentir culpable a cada instante. Ese llanto prometía perseguirla por toda su vida, derivado de la incertidumbre de no saber si había tomado la decisión correcta, si tal vez el paraíso del cual una vez estuvo tan cerca, se había olvidado de ella y no escuchaba sus rezos, por tener el cuerpo mancillado, manchado, corrupto y usado.
Bajo los ojos disfrazados y fríos del vampiro, una cálida llama se desataba, que más que sedienta y voraz, por las lágrimas que caían sobre la cama. Cada una de esas pequeñas y cristalinas gotas saladas no pertenecían a los tiernos ojos rosados de la chica, en realidad, pertenecían a sus más profundos sentimientos. El corazón de Jhades estaba siendo inyectado de combustible del sufrimiento ajeno, que le provocaba una compleja emoción, la cual le impedía actuar de manera cínica y críptica como usualmente hacía. Pretendió estar conmocionado, hizo como si la impotencia dentro de su cuerpo gritara por justicia, fingió que la rabia en su corazón, falsamente heroico, demandaba acciones y pretendió que la empatía le exigía tomar responsabilidad. Por eso, el joven decidió cubrirse el rostro con tal de no mostrar el más discreto de sus sentimientos, el cual se reflejaba a través de las comisuras de sus labios.
En cada una de sus respiraciones y movimientos, el chico admiraba atentamente lo débil que podía ser la chica. Ella, quien había tenido que ser fuerte para mantenerse con vida y que ahora veía como toda esa fuerza se desmoronaba. Con un fuerte y firme abrazo, Jhades terminó apretando la cabeza de Daniela contra su pecho, sin importar que se ensuciara con el polvo de la cama, demostrándole que era un refugio para llorar y dejarse caer.
«Si para matar a tus víctimas tienes que embarrarte de sangre, como no te vas a ensuciar cuando quieras disfrutar de su sufrimiento… deleitante, agradable, placentero y embriagante». Así se decía el vampiro, quien ampliaba las comisuras de su boca y dejaba sus colmillos expuestos. «Si ser un amigo es tan lucrativo, lo sería tan solo por negocio».
Claramente, las acciones de Jhades estaban exigiendo la confianza de Daniela, pero ella necesitaba más. Necesitaba escuchar palabras de consuelo con tal de romperse de forma plena y despreocupada.
—Está bien que dejes tus lágrimas salir, que hicieras lo que fuera necesario para llegar hasta aquí, ante mí. Te acepto como eres —Ese era el momento indicado para que Jhades alcanzara a tocar las cuerdas del alma de una criatura expuesta a su presencia—. Yo estoy aquí contigo y soy el que hará que las cosas sean diferentes, cree que no todo está perdido, tal vez tu familia siga viva. No puedes morir, sigue luchando.
Para el vampiro, las esperanzas eran un factor muy importante con tal que las personas terminaran desilusionadas. Entonces ¿Por qué no dar esperanzas? ¿Elevar a quienes creen que puedan alcanzar el cielo para que puedan caer con mayor fuerza?
«De ser por mí, te mandaría a llorar por toda la eternidad» se dijo decepcionado el vampiro, quien entendía que, con el paso del tiempo, el frágil corazón derrumbado se reconstruirá más fuerte que en un principio.
Usando las muñecas y el dorso de sus manos, Daniela se despegó del pecho del vampiro y escurrió las lágrimas que corrieron por sus rosadas mejillas, dejando huellas de humedad. Cuando finalmente pudo hablar sin sollozar. La chica perteneciente a los querubines preguntó:
—¿Tu nombre? ¿Puedo saber cómo te llamas?
—Jhades Priovan “De-Heavens” —se presentó el vampiro y regresó a su personalidad de rostro serio e hizo una reverencia, característica de quienes eran de la clase alta.
Cuando el vampiro levantó su mirada, se dio cuenta de que los ojos de la chica estaban llenos de dudas y lo que más le desagrada, de esperanza.
Daniela sabía que el “Heavens” era cuidado por el mismísimo príncipe de las milicias celestiales, también que era el círculo más bajo del paraíso. Mientras que “Priovan” era el apellido que pertenecía a un linaje de vampiros, particularmente perseguidos, desde el inicio de los tiempos.
—Ya, no más preguntas, —dijo Jhades cuidadoso de meter la pata y seguir fomentando la esperanza en los ojos de la chica, con la cual había disfrutado al verla sufrir—. Recuéstate y no te muevas para que no te lastimes más de lo que ya estas.
—¡Eres el “caído del cielo”! —exclamó la chica, dando un salto en la cama—. Pero ¿Cómo? ¿Un vampiro… tus ojos…? ¿De qué manera Miguel permitió la entrada y nacimiento de alguien como tú? ¿Por qué en este mundo? ¿Por qué yo? ¿Por qué aquí? ¿Con qué propósito?
Jhades dejó de mirar a la chica descendiente de querubines, que hacía preguntas de un lado a otro, saltando como un conejo. Apretó sus ojos como si fuese a sentir un insoportable dolor de cabeza y se dijo: «Tengo que mantenerla con vida, no puedo matarla» pero, de pronto, una enorme desconfianza le entró, junto con las vibraciones del techo de la habitación.
Sutiles e imperceptibles temblores provocados por los pasos de un grupo de personas. El sonido de las botas recubiertas por metales era característico de los subyugadores.
Daniela se quedó callada y aunque no le prestara mucha atención a su alrededor, lo que pudo sentir le trajo malos recuerdos. Cerró los ojos con fuerza, puso sus manos frente a su pecho como si estuviera rezando. Tan concentrada se quedó, que pudo escuchar su propia respiración, los latidos de su corazón y el dolor amargo de sus heridas.
«Algo no está bien», pensó Jhades, quien podía aprovechar para cambiar el tema de conversación, pero al ver la reacción de la chica, se enojó. «Es otro grupo. Ellos… deben tener cierta ventaja sobre ella, que les deje estar un paso adelante de su presa, en un laberinto como este… ¡No es que desear que pase lo que sea más conveniente para ti te pueda ayudar a mantenerte viva, si antes no te preparas para lo peor! Reacciona, necesito que te mantengas con vida por ti sola una vez te abandoné».
Tras un chasquido de los dedos de Jhades, Regres apareció e hizo que el cuerpo de la chica quedara volcado de espalda en la cama.
Asustada por quienes la perseguían y por lo que estaba pasando, sin explicación alguna, Daniela pudo sentir como el vampiro miraba e inspeccionaba su cuerpo desnudo. Absolutamente expuesta, tanto, que sus nalgas estaban abiertas y enseñaba lo que estaba entre ellas de una manera vergonzosa. Era incapaz de poder cubrirse, con el sonido de los pasos de los perseguidores acercándose y dos cuerpos que la retenían contra la cama, como si la fuesen a violar, estaba a la merced de alguien más, cuando había rezado con todas sus fuerzas, por lo contrario.
—¿Por qué? —preguntó la chica decepcionada.
—El “caído del cielo” no necesariamente tiene que ser diferente a lo que ya conoces —contestó él, acercando sus ojos a la piel—. ¿Acaso en vez de rezar, estos factores no te hacen, de cierta manera, enojar?
Daniela negó la pregunta y como quien se oponía fervientemente a seguir sometiéndose ante las órdenes y caprichos de su nuevo amo, se intentó voltear, patear e incluso morder, pero no fue lo suficientemente convincente a los ojos del vampiro.
—¿Vas a entregarte a morir? ¿Rezar? No me hagas reír. La vida no es justa, porque lo tiene que ser contigo —le dijo el vampiro, luego de pasar sus uñas por la piel magullada de ella—. Dado que te sientes atraída por la esperanza de que te pueda liberar milagrosamente de cómo te trataban tus anteriores captores, es tan fácil hacer que te resignes a seguir adelante, que no te das cuenta. ¿Qué sucede? ¿Acaso los eventos traumáticos que has vivido están reviviendo ante tus ojos? Este momento se asemeja a los anteriores, sé que sientes miedo, dejar de luchar porque no tienes las fuerzas para hacer una diferencia, no es una excusa, Daniela.
Ella pudo sentir cómo las palabras del joven se le clavaron en la carne. Era cierto, se estaba resistiendo, pero no era lo suficiente, aun sentía la necesidad de tener fe y esperar a que milagrosamente todo cambiara y fuera diferente. Mientras tanto, las uñas del vampiro recorrían por sus hombros, muslos, trasero y lo que estaba en el medio. Haciéndole sentir vergüenza por tener su intimidad expuesta de semejante manera, miedo por no poder hacer nada para resistirse, pánico, ansiedad y deseos de vomitar. Seguir órdenes y cumplir proposiciones era lo último que ella quería regresar a hacer después de haber alcanzado la libertad.
—Por favor —dijo ella entre titubeos y con mucho miedo—. Amigo “caído del cielo”, no me mires con esos ojos, no me digas semejantes cosas, no de esta manera. En verdad no me gusta y haces que me dé cuenta de lo repugnante que puede llegar a ser mi destino.
—¿Qué pasará si te digo que trabajo con ellos, que soy miembro de quienes te persiguen, de los que causan dolor, devastación y te quitan libertad? Ese a quien llamas amigo nunca dejará que tu gente viva una vida de felicidad.
Las palabras que el vampiro susurró al oído de la chica descendiente de querubines, tenían el propósito de causar desesperación, odio, rabia y enojo. Pero no lo lograron, ya que Daniela, aunque se resistía, tenía la firme creencia que todo lo que ocurría tenía un propósito mayor.
En su inspección, el vampiro notó que en la nalga derecha de chica había una cicatriz casi imperceptible. Una herida que había sido hecha en un ambiente controlado siguiendo las líneas de Langer, con el propósito de facilitar la cicatrización con beneficios estéticos.
—No te creería… —aseguró Daniela, resignada a quedarse a merced del chico, dado que no creía que él llegara más lejos, como amigo que era.
La lengua de Jhades hizo contacto con la piel de la chica que provenía de los querubines. Ella, quien aún no quería creer que su salvador fuese como todos los demás hombres que había conocido en su vida, tuvo que aceptar la realidad. Ese al que consideraba como amigo y salvador, tal vez no era más que alguien disfrazando sus palabras con frases bonitas como lealtad y honestidad, para simplemente masturbarse con el cuerpo de un ser angelical.
«Aunque puede tenerme de esta manera, trabajar para quienes me persiguen, puede no ser el “caído del cielo”, pero aún no me ha hecho daño… eso no le hace alguien malo». se dijo Daniela.
Jhades, con la mayor cantidad de saliva que pudo conseguir después de lamer el trasero de la chica que provenía de los querubines, se embadurnó las uñas de dos de sus dedos y con un movimiento de su mano derecha, encajó sus dedos en la delicada piel, a una profundidad de aproximadamente dos falanges.
Daniela, impactada, sintió algo semejante al dolor de una inyección, algo que no se esperaba en lo absoluto. Tan pronto volvió a voltear la cabeza, vio lo que eran dos dedos completamente introducidos dentro de su carne y el rostro sonriente de quien la había salvado. Con lágrimas en los ojos, no supo qué hacer ni cómo reaccionar. Todo podía ser verdad y también mentira, pero era real, así fuese o no una pesadilla.
Hurgando entre el músculo y la carne de la chica, Jhades logró sentir, con la punta de su uña alargada, la presencia de un objeto metálico. Tan pronto se las ingenió para desprenderle de donde estaba anclado, retiró sus dedos junto al rastreador, para colocar su boca encima de la herida y succionar con presión.
«Su sangre…» se dijo algo sorprendido. «Deleitante y deliciosa… la herida que le causé con mis dedos no se cura con mi saliva. Era de esperar, no siento amor por la comida, tal vez sea un defecto natural. Pero, a pesar de haber saciado mi hambre con la sangre de los subyugadores, este sentimiento de querer alimentarme más de ella es extraño. Por otro lado, por más que trate de destrozar su alma con mis acciones y palabras, no consigo los mismos resultados que cuando lloró contra mi pecho… creo que me estoy encaprichando».