Chapter 23
Lista para no ser la misma
Con la mano opuesta a la que sostenía la estaca puntiaguda localizada entre sus piernas, Omar ayudó a que su chica se levantara del suelo y entrara de vuelta a la bañera, sin resbalarse. Haciendo uso de su mano libre, abrió la llave de la ducha y dio paso a que el agua corriera una vez más, pero no se pudo controlar. Sin siquiera importarle que ella no estuviera limpia del todo, se la clavó, con una mano tiró de su cuello y con la otra aprisionó su pecho, dejando ver entre sus dedos el pezón que se asomaba siendo pellizcado.
En esa posición bajo la ducha, comenzó a besar los labios de su chica, mientras frotaba sus caderas tan violentamente contra las de ella, que el agua salía salpicada hacia los lados.
Al ser cogida por el cuello, empujó su garganta contra la mano de su amado, con la intención de dificultar la capacidad que tenía para respirar. Rebeka sintió cómo una bestia, hambrienta, voraz y desesperada, era soltada dentro de la jaula en la cual estaba. Como la víctima del asunto, no se dejó intimidar y demostró que también deseaba devorar y ser devorada, por lo cual, movió sus caderas al tiempo que gemía de forma sensual, restregó su cuerpo todo embarrado de vómito y saliva contra el de su chico, lo que facilitó que se aclarara y despojara de cualquier suciedad.
Gracias a la lubricación que provocaron los fluidos que aún no se limpiaban del todo, la mano baja de Omar se movía de un lado a otro con suma facilidad, como si fuera un patinador sobre una pista de hielo. Los dedos daban vueltas, saltaban, caían, aceleraban, se volvían bruscos y suaves sobre la piel resbaladiza, al explorar el cuerpo de su amada.
«Puedo notar cómo le enloquecen mis pezones», pensó Rebeka, quien respiraba de forma frenética, abriendo su boca, sacando la lengua, mordiéndose los labios, golpeando con sus pies el suelo, agarrando bien fuerte a su chico, exhalando con fuerza e inhalando lento y constante.
Mientras bañaban sus cuerpos, Omar restregó su mano y tan pronto la regadera enjuagó los pechos de su amada, dejó de titubear y se los metió completos a la boca.
Usualmente, que jugaran con sus pechos, le proporcionaba un cosquilleo que se podía sentir hasta incómodo. Pero en la situación en la que ella estaba, que le succionaran los pechos, mordieran y exprimieran, era más excitante de lo que normalmente se podía sentir, tanto que le hacía perder el control. Le hacía creer que tan solo ellos estaban en el mundo, que por mucho que gritara nadie los escucharía, que podía disfrutar una vida plena y placentera bajo el agua de la bañera.
«Puedo sentir fuertes chupones en mi pecho, cómo mis aureolas se estiran sin tener tiempo a endurecerse, en respuesta a los jugueteos de su lengua. Su otra mano dejó mi cuello, ahora manosea mis nalgas y toca mi cuerpo como si fuera un salvaje pervertido con deseos de sexo. Su miembro está rígido, al punto de explotar, roza mi estómago como si quisiera meterse por mi ombligo». Rebeka decidió utilizar su mano derecha para tratar de bajar el órgano amatorio de su chico, mientras se paraba sobre la punta de sus pies.
Con su boca, Omar recorrió un camino de besos y chupones hacia arriba. Su intención era conectar su miembro en el interior del cuerpo de su amada y como para chupar la voluptuosa carne tenía que encorvar la espalda por la diferencia de tamaños, ese gesto le creaba una distancia entre su cuerpo y el de ella. Pero, ahora que se estaba parando, la distancia entre ambos con respecto a sus caderas, se aminoraba.
Con éxito, Rebeka logró colar el miembro de su chico entre sus piernas. Como si estuviera sentándose sobre una barra, comenzó a moverse de modo que dejaba que el trozo de carne le rozara por toda su hendidura de mujer, tras lo cual se movió como si fuera el movimiento de las olas, semejante al mecer de un bote en el interior de una tormenta.
Bajo el agua, Omar besó y a abrazó a su chica, mientras que con sus manos amasaba y abría sus nalgas, como si quisiera partirlas en dos o cargar el cuerpo que tenía de pie, frente a él. Tal vez, si la superficie no hubiera sido muy resbalosa, con facilidad hubiese cargado a su chica y la penetrara ahí mismo, pero Rebeka no estaba dispuesta a dejar que semejante acto sucediera. Le asustaba la idea de poderse caer y lo expresaba bastante bien al enterrar sus uñas como un gato, cada vez que fuera a levantarla.
«Siento el sabor del agua», pensó Rebeka, agitada, aferrándose al cuerpo de su amado para que no la cargara. «Lo siento tan cerca, sus dientes, su lengua, su saliva, mientras con sus manos trata de levantarme para clavarme su enorme y erecta barra de carne. Él es más alto que yo, no pienso dejar que me coja, a no ser que me ponga de espalda. Con sus movimientos me masajea donde más me gusta y si seguimos así podré llegar a venirme sin tener que tocarme».
Rebeka abrazó con fuerza al cuerpo desesperado de su amado y le siguió besando para que no intentara escapar. Ella mordió su labio, restregó sus pechos sobre él e hizo todo lo que podía para que, con sus desesperadas manos, Omar no intentará voltearla.
Entre el movimiento de dos bestias en celo, Omar se agachó ligeramente, lo suficiente como para colocarse a la altura de su amada y de esta manera volvió a ponerse de pie sin deshacer el beso. Buscó colocar su miembro viril en el ángulo perfecto para invadir el interior de su chica.
«Con unos cuantos intentos puedo sentir cómo se va metiendo. La punta choca con la pared trasera de mi vagina, adentra su enorme cabeza rígida e inflexible en mí, mientras que el tronco pasa entre mis labios inferiores, pero no consigue insertar del todo su hilo en mi aguja de una vez, porque cuando se pone de pie pasa de largo… sabrosamente, como me gusta».
Si no estuviese entretenido por besos y caricias, Omar se hubiera dado cuenta que su chica también se agachaba junto a él. Era como si tratara, por todos los medios posibles, de no dejarse penetrar, con el propósito de seguir sintiendo el placer de frotar su clítoris contra la carne caliente de él, que pasaba de largo en un constante mete y saca.
El movimiento era frecuente y la fricción indicada. Tan pronto Rebeka sintió cómo Omar le metió dos dedos al interior de sus labios inferiores, llegó al punto de no retorno. Los espasmos orgásmicos fueron tan electrizantes que le arrancaron el aliento. Actuaba raro, como si se tratara de un robot que quería reprimir sus emociones, ante lo cual, se volteó y apoyó sobre la pared, para ofrecerse bien abierta para su chico, quien se merecía no fallar en el siguiente intento.
Omar vio el camino a la gloria entre las nalgas abiertas de su novia. No se aguantó y como una bestia salvaje, le dio embestidas, tras llevar el tronco de su miembro lo más profundo que pudo en esa posición.
Aún experimentado un orgasmo que provenía de su clítoris, Rebeka sintió cómo sus entrañas, aún convulsionando por espasmos y contracciones, fueron invadidas por el monstruoso trozo de carne, grueso y venoso, que le pertenecía a su novio y la ponía a cien.
Luego de aprovechar que estaba de espalda contra la pared y que quien la agarraba lo hacía por la cintura para darle con todas sus fuerzas, Rebeka bajó su mano derecha y tan pronto pudo tocarse el comienzo de su apertura de mujer, agitó sus dedos de manera frenética, mientras luchaba por soportar todo el placer que la invadía.
Omar mantuvo su ritmo de menos a más, dándole embestidas a su chica. Sentía que, con cada estocada, la carne que colgaba entre sus piernas chocaba con los dedos de Rebeka.
—¡Dame tus semillas Omar! ¡¿Me las das, por favor?!
Ante los pedidos desesperados de su chica, Omar nuevamente la tomó por los cabellos que haló duro, al tiempo que le dio el latigazo más violento que pudo. Era como si estuviera castigando a su amada por hacer tanto ruido, lo que le daba más razones para gritar. Luego tomó a su chica por la boca, para silenciar con su mano los gemidos que se podían escuchar en toda la casa.
Tras ser apuñalada sin piedad contra la pared del baño, Rebeka sintió que su chico se quedó quieto, bien pegado a ella, como si se estuviese viniendo. Al contrario del dueño, el miembro de Omar comenzó a hacer todos sus movimientos, hasta que terminó de vaciar el contenido que tenía en el interior de su chica.
—¡No me sueltes! —suplicó Rebeka, quien sentía cómo sus piernas temblaban, se debilitaban y casi no podían sostenerse, al punto que se podía caer en cualquier momento, si no era lo suficientemente cuidadosa.
Luego de seguir las sugerencias de su chica, Omar la abrazó por detrás, tan fuerte como pudo y se quedó ahí hasta que su respiración se normalizó, lo que le tomó unos cinco minutos.
Para no caerse al suelo y aliviar la sensación de cansancio que sentían en sus piernas, los jóvenes se sentaron cuidadosamente, uno encima del otro, bajo el agua de la regadera, donde continuaron con el abrazo como si fuera el último o supieran que habían hecho algo malo.
«¡Ahh, lo que menos quería! Mi vientre terminó lleno de leche…Pero ¿quién piensa racionalmente cuando tiene la cabeza caliente? Aun así, ignorando el hecho que puedo quedar embarazada y mi madre se enterara, esto se siente fantástico, peligroso y pervertido. Puedo sentir cómo está saliendo un hilo de fluidos de mi interior, mientras él se hace pequeño dentro de mí, además que el agua está corriendo y se lleva consigo los rastros de este acto. Es todo tan perfecto y a la vez efímero. Qué lástima no poder guardar las sensaciones como se guardan las fotos».
Luego de diez minutos, Rebeka recuperó las fuerzas suficientes como para extender su mano y cerrar la ducha.
Sin decir nada, salieron de la bañera, se secaron el uno al otro con las toallas y entraron al cuarto desnudos, para después irse directo a la cama.
—Amor —dijo Omar, como si ya no pudiera mantener el silencio.
—¿Dime? — respondió, tras hacer uso de las pocas fuerzas que le quedaban para conectar el teléfono que Omar había lanzado al centro de la cama antes de salir del baño, ya que debían retocar las fotos que iban a subir para ganar dinero.
—Lo siento —mencionó Omar, un tanto arrepentido. Rebeka tenía idea de la razón por la cual su chico se sentía mal, pero decidió no tomar conclusiones apresuradas y lo miró, mientras guardó silencio. — Se sintió tan rico estar dentro de ti, así como esta sensación de cansancio, de sentirme en casa, a tu lado… Esto es todo lo que pudo desear. No obstante, por alguna razón, no puedo evitar sentirme culpable. En el baño, cuando más me excitaba… era como si también quería hacer todo lo contrario a protegerte. Quería hacerte daño, romperte, darte duro.
—¿Te he dicho que me haces daño? ¿Qué me vas a romper? ¿Qué dejes de darme duro? — comentó Rebeka, un tanto decepcionada. El chico respondió negando con su cabeza. —Entonces, sigue haciéndolo y no te preocupes mucho. Ocúpate de ir a la farmacia a comprar anticonceptivos… Te viniste dentro de mí y no es que esté en mis días fértiles, pero es mejor prevenir que lamentar.
Rebeka no pudo dejar de exponer lo que verdaderamente le preocupaba, lo que hizo que Omar se enfocara en algo que sí resultaba ser un problema y hasta el momento, no parecía darse cuenta.
«El tiempo pasa volando», se dijo, al ver cómo su chico miraba a un punto fijo en el cuarto. «Ahora que miro el reloj, son casi las diez de la noche y tengo que subir estas fotos antes que sean las doce. Estoy extremadamente cansada y sin deseos de hacer nada, pero mientras más rápido termine de editarlas, menos posibilidades tendré de excitarme y quedar desvelada».
Rebeka se quedó mirando un montón de videos y fotos tomadas por su chico, como si no hubiese dejado de captar ni un solo segundo del tiempo transcurrido sin filmar o capturar una imagen, lo que no le hacía el trabajo fácil. En efecto, la foto que más le llamó la atención era una en la que estaba contra la pared, con cuatro dedos dentro de su esfínter y se lograba ver su carne roja.
Tras dejar de lado su excitación, cerró la imagen en la que se veía su recto y con rapidez, seleccionó las cinco imágenes que se alineaban con las demandas de los clientes que Omar había seleccionado, cuyas ventanas aún estaban abiertas. Cambió el color de su pelo junto al de sus ojos, hizo alguna edición rápida y luego de escribir una elaborada disculpa por la demora, depositó las cinco fotos en los correos abiertos de cada mensaje, como recompensa por la espera.
Tan pronto dio clic en el botón de enviar, el dinero fue depositado en su cuenta.
«¡¿Quinientos dólares?!», pensó, al ver como los números subieron en tan solo segundos. «La foto con mi trasero abierto, la cara llena de vómito y fluidos, mi ropa interior metida bien profunda entre mis labios, cuando estuve en la cocina usando hielo para endurecer mis pezones y la última con espuma por mi espalda, serían suficiente para que más nunca pudiera tener la reputación de una chica decente. La reputación de mi vida vale mucho más que quinientos dólares, pero no es que se tenga que juzgar a una persona por el trabajo que hace…».
Rebeka decidió subir las cinco fotos al muro personal de su cuenta, con la condición que cada una costará quinientos dólares para ser revelada que no se viera su cara. Mientras que los otros cinco individuos, por haber sido seleccionado, tenían acceso al material.
Luego de darle al botón de [Aceptar], la publicación se compartió.
Después de sumergirse en la laguna de pensamientos en la cual estaba, Omar decidió acercarse a su chica y pasarle las manos por la espalda, para darle un masaje en los hombros. Después de todo, había trabajado duro en su primer día oficial, mientras que él tan solo tuvo diversión y ganancias.
—Creo que es todo por hoy. Mañana será otro día —dijo Rebeka, con determinación en la mirada, inclinando su cuello hacia un lado, complacida por el masaje que su chico le estaba haciendo—. No tengo deseos de secarme el pelo, ¿te molesta si duermo así?
—No, no me molesta —respondió Omar, mientras le dio espacio a su chica para que organizara sus cosas y se acomodará en la cama.
—Usualmente, me paso la secadora por el pelo después de bañarme, para quitar la humedad. Pero es tan trabajoso, además, que no creo que me pueda resfriar si duermo a tu lado. —Tan pronto terminó de organizarlo todo, Rebeka decidió levantar la colcha, apartar la almohada y poner a un lado los peluches, para luego acostarse sobre el brazo izquierdo de su chico, de modo que posó su cara sobre el pecho de él. Mientras estaban acurrucados, le comentó: — Mañana será un buen día, no importa qué suceda… será un buen día. Te tengo a ti y juntos tenemos un trabajo que nos permitirá vivir en condiciones decentes, un trabajo que, sin importar el nombre que pueda tener o me dé, es honrado como cualquier otro.
La mañana de un nuevo día llegó a la vida de Rebeka y Omar. Aunque era el comienzo de la semana, no lo sentían tan pesado como antes. No era de extrañar lo deprimente que es tener que levantarse y predecir la rutina de los siguientes cinco días de la semana. Sin sorpresas, emociones o eventos novedosos que puedan estar esperando, no existe motivación, lo que hace a muchos adultos tener que valerse de una inquebrantable disciplina para seguir adelante sin rendirse o claudicar. Pero todo era diferente para estos jóvenes, quienes tenían el tiempo y las energías en medio de un mundo novedoso y prometedor, en el cual, si tienes dinero, puedes hacer y deshacer, conquistar y tomarle de las bolas, como dice el dicho popular.
Luego de respirar hondo sobre el pecho de su amado, Rebeka levantó la cabeza, mientras se oía el sonido del despertador. El sueño de ocho horas se había sentido tan profundo y relajante, que antes de tomar el teléfono para silenciar el tono del despertador, se dio cuenta que se había babeado sobre su chico.
Con la mente libre de cargas y problemas relacionados con el mañana, Rebeka pasó por encima de su amado y tras silenciar la alarma, le dijo:
—Buenos días, dormilón… ¡Despierta!
Omar también se había despertado y aunque aún tenía sus ojos chinos, como si no quisiera abrirlos, respondió el saludo de su chica con una sonrisa en el rostro.
Rebeka no pudo contenerse y le regaló una lluvia de besitos por toda la cara a su chico, tanto así, que Omar tuvo que abrazarla y esconder su cara entre los pechos de ella, para que se detuviese.
En un círculo de risas y jugueteo, rodaron por la cama y aunque Omar despertó las intenciones de su pequeño amigo que no estaba tan dormido, Rebeka se las ingenió para deshacerse de los agarres lascivos de su amado y salir de la cama con movimientos y risas pícaras.
Comenzaron la mañana vistiéndose y arreglándose para ir a la escuela. Los dos enamorados se daban un beso de pico cada vez que se pasaban por el lado. El tiempo fue placentero, se arreglaron en cuestión de minutos y al rato ya estaban en la cocina preparando el desayuno y sirviéndose.
—Tienes más hambre de lo usual —comentó Omar, viendo como Rebeka mordía el trozo de pan con actitud desaforada y se lo tragaba sin masticar.
Ella pudo notar la voz sorprendida de su novio al hacer el comentario. Como si le hubiera visto desayunando toda la vida y estuviera preocupado de evitar que se atragantara.
—Ah, creo que necesita que le recuerde la razón —pensó Rebeka, quien tragó otro bocado de pan, tomó agua y le reclamó: — Tal vez, si alguien no me hubiera hecho vomitar la mitad de la comida de ayer… hoy en la mañana tendría menos hambre.
Luego de sacar sus dientes en una mueca, Omar puso un dedo en frente de sus labios e hizo el gesto de hacer silencio.
—Tu mamá puede escucharte.
Rebeka vio en su novio las expresiones de alguien a quien se le quería caer la cara de la vergüenza. Luego de levantar y dejar caer sus hombros, hizo una expresión como si no le importara en lo absoluto.
—Mi madre y yo no tenemos secretos — le respondió, para calmar el sentimiento que tenía su chico.
Después de recoger los platos de la mesa, Omar miró al reloj como si se le hiciera tarde, pero Rebeka actuó como si el tiempo hubiera dejado de importarle.
Cuando todo estuvo en su lugar, Omar se dispuso a salir por la puerta, mientras Rebeka pasó por la recámara de su madre. Al abrir la puerta y echar un vistazo al interior, vio cómo su mamá parecía estar dormida aún.
«No veo las pastillas y la botella de alcohol está vacía», pensó Rebeka, tras mirar preocupada el plato de comida aún lleno, como si no hubiera sido tocado.
—No es bueno para un estómago vacío tanto alcohol combinado con medicamentos para el dolor. No debes preocuparte, madre mía. Tú hija es grande ya y tiene el dinero suficiente para poder ayudarte. Hoy regreso con mejores medicamentos y comida para pasar la semana. Estoy haciendo dinero en un trabajo en línea. Como se me hace tarde, después te cuento y nos ponemos al tanto. Duerme bien mamá y descansa.
Luego de cerrar la puerta con cuidado, Rebeka entendió que su madre tal vez no la había escuchado porque seguía dormida, así que escribió una nota que decidió dejar sobre la recámara. Con total tranquilidad y sin hacer más ruido del que debía, se dispuso a salir junto a su amado, quien le esperaba en la entrada y cerró la puerta por ella.
Tras pasar el jardín y la siguiente puerta, los chicos se dirigieron a la parada del metro tomados de la mano. Avanzaron inseparables entre el torrente de personas. Una vez llegaron a la estación, se adentraron en el tren y ni siquiera se molestaron por caminar, ya que Rebeka decidió ir en frente de la puerta con tal de besarse y dejarse toquetear por Omar, sin molestar a nadie.
Con aires de adultos, se bajaron en la parada que les tocaba y fueron camino a la escuela, como la mayoría de los estudiantes hacían. De pronto, por la calle colindante, pasó un impresionante y lujoso carro negro, que no era extraño que estuviese siendo manejado por un guardia de seguridad. Rebeka sabía el nombre de la chica que iba a la escuela dentro de semejante vehículo, estaban en el mismo año escolar, aunque no compartían ninguna clase juntas. Su nombre era Rosalía Priom, hija de Brenk e indiscutiblemente la chica más adinerada del curso.
La pareja pasó al lado de la chica de cuerpo envidiable, cabellos estirados y ojos azules, que se bajaba de su ostentoso carro. Rebeka mantuvo sus senos pegados al brazo tensado y musculoso de su chico, como si estuviera orgullosa de tener algo que nadie más podía.
Debido a la actitud posesiva de Rebeka en el momento en el que otra fémina estuvo presente, Omar se pudo dar cuenta que bien adentro ella, creía que, en base a la historia familiar de él, era más probable que terminara casado con Rosalía que con ella. Después de todo, sus padres compartían cargos ejecutivos en el país. Pero él ni siquiera tenía ojos para mirar a otras chicas que no fuera ella y eso lo demostró al detenerse en frente de todos y besarla.
El detalle de que su chico le besara cuando se sentía insegura hizo feliz a Rebeka.
—Eres la única —dijo Omar, mirándola a los ojos.
Con una sonrisa y el comportamiento de alguien que podía subir al cielo y caminar por las nubes, tanto Omar como Rebeka, siguieron su camino. Una vez llegaron al interior de la escuela, no dudaron en hacerle ver a todos que eran dos pajaritos enamorados, sin ni siquiera tener que llegar al jardín en donde las parejas se abrían. Pero esta vez, a diferencia de otras, el decimotercero beso de lengua no se hizo esperar en lo absoluto y despertó la envidia de los estudiantes y las críticas de los profesores, que no dudaron en hacer notar su presencia.
Rebeka sabía que a ella no le estaba permitido ser feliz, pero la felicidad era algo que recién había aprendido valorar y mantener, por encima de las demás personas.
—Señorita Rebeka—dijo un profesor, que no era el del primer turno, sino de otro.
— Indecencias como esas no están permitidas en la entrada a la escuela. ¿En dónde están sus libros y modales? ¿Está consciente que tiene la camisa por fuera de la saya? Inaceptable, he dicho. Tendremos que hacer una citación disciplinaria con su madre presente.
El sujeto estaba en frente de la entrada de la escuela, algo que raramente se le veía hacer. Definitivamente, él había estado esperando impaciente la llegada de alguien y ahora que esa persona había llegado, como si fuese un tiburón que atacaba a su presa cuando más débil estaba, alzó su voz, mientras señalaba los errores ajenos, con tal de justificar su comportamiento y seguir juzgando.
Omar dio un paso adelante con los puños al frente, como quien había esperado toda su vida para golpear a quien se lo merecía. El chico era joven y enérgico, recientemente había probado su amor con besos, no le resultaba diferente si tenía que probar su amor a puñetazos, contra alguien que necesitaba ser puesto en su lugar.
Rebeka no se quedó quieta, guardó silencio ni se disculpó por su comportamiento, como anteriormente pudiera haber hecho, porque ahora se podía defender a sí misma. Tomando a su chico por la mano, le hizo retroceder y caminó hacia adelante, para encarar a quien le acusaba.
—¿Sabe qué? Me siento acosada por usted —aseguró Rebeka, mientras interrumpió las palabras del profesor. — No le permito que me siga faltando al respeto ni que pase por alto todas las cosas buenas que he hecho, que siempre señale lo malo y trate de humillarme públicamente. Su manera de desquitarse por lo que hizo mi padre no va a seguir funcionando, porque ya me puedo defender.
Con actitud perpleja ante la firme voz de la chica de cabellos trigueños que se le acercó mirándole a los ojos, el profesor observó a los lados como si se hubiera dirigido a otra persona.
Omar frenó en el lugar, se cruzó de brazos y respiró, como si recordara que debía darle crédito a su novia, quien era mucho más fuerte de lo que aparentaba.
Ante el escándalo formado por Rebeka, casi cincuenta alumnos que iban de paso, se detuvieron a observar lo que sucedía. Que un profesor le gritara a un estudiante no era novedad, pero que una estudiante le gritara a un profesor, eso sí que era raro de ver.
—¿Crees que no sé qué todo por lo que me has hecho pasar es por lo que hizo mi padre? —preguntó Rebeka—. Por esa razón, los demás y tú me odian tanto como para asfixiarme, no dejarme vivir y amenazarme siempre con expulsarme de la escuela.
—¡Cómo se atreve a levantarle la voz a un profesor!
—¿Profesor? Esto no es una clase. No le trato como profesor ¿Sabe qué? Ahora le perdí todo el respeto que tiene un profesor, esto es entre mayores ¡¡¡sucio, puerco repugnante!!! —Los presentes abrieron los ojos, otros se llevaron las manos a la boca, Omar se rio y dio dos palmadas al aire.
— Todo este tiempo se aprovechó de mí. Cada día tenía que ir a verme con alguien como usted, aguantar sus groserías, insultos refinados, mal carácter y en cambio, si me negaba a hacer lo que se me ordenara, me decía: “vas a ser expulsada”, “tendremos que hacer una citación disciplinaria con su madre presente” y otras amenazas más. Mi madre, quien bien usted sabe porque es cliente, trabaja “todas” las noches y a la única hora que puede dormir es en el día. ¿Quiere saber algo? Se lo digo ante toda esta gente ¡se acabó!
Todos guardaron silencio y miraron al instructor con ojos de duda. Era creíble, la historia era cierta y también podía ser malinterpretada. Cuando una mujer usa las palabras “te aprovechaste” se entra en un tema delicado.
El profesor estaba asustado por lo que se estaba hablando e hizo como si entendiera que era mejor si la conversación se desarrollaba en un lugar más privado.
—¡A mi oficina! —expresó alterado, con la cara roja y sudando por todos lados.
Rebeka no se movió de lugar, era como si con sus ojos dijeran que no estaba de acuerdo con la proposición. Lo que se había empezado públicamente debía terminar públicamente. En ese momento, la situación era una prueba de fuerza y que el profesor estuviera tan nervioso, le hacía sentirse imparable, confiada y con el control de la situación en sus manos.
Nervioso por lo que estaba pasando, sin pensarlo dos veces, el profesor tomó a Rebeka de la mano y tan delicado como sus toscos dedos le permitieron, tiró de la estudiante que no se quería mover.
—¡Me está haciendo daño! —gritó Rebeka, al tiempo que sacudió su mano y retrocedió dos pasos, lo suficiente como para quedar detrás de su chico.
Omar, quien se había mantenido callado, dio tan solo un paso adelante y se interpuso entre el instructor y su novia. El fornido joven que estaba frente al profesor, era dos palmas más alto y gozaba del poder y virilidad de la cual carecía un triste viejo decrépito y panzón.
Era como si Omar se preguntara la mejor manera de atacar al profesor. Tal vez cogiéndolo por el cuello con sus manos, darle con su rodilla en la barriga, propinarle un puñetazo lateral con su mano derecha o simplemente empujarle al suelo y que cayera sentado, de modo que pudiera darle con su zapato en la cara y así romper la nariz y boca de semejante persona, pero se contenía porque sabía que su chica aún no le había dado la orden.
Los estudiantes presentes sacaron sus teléfonos, en caso de que se diera una pelea, para no perder la exquisita oportunidad de filmar, como buenos reporteros que eran.
Intimidado por la imponente presencia de Omar, el profesor miró hacia arriba y tragó en seco. No le alzaría la voz a otro hombre, mucho menos trataría de hacerle ver incompetente, ya que temía ser golpeado en respuesta. Aun así, el profesor tenía que hacer algo y aunque le tomó un buen tiempo, tras reunir el coraje suficiente, entre dientes y apuntando con su dedo al aire, les advirtió a los jóvenes que sus actos conllevaban serias consecuencias.
Entre el alboroto y el barullo, un oficial de seguridad perteneciente a la escuela, llegó a la escena, con la intención de preservar el orden público y desintegrar la excesiva aglomeración de estudiantes que se habían reunido en la entrada.
Luego de ver a un aliado, el profesor se dirigió con premura al lado de la autoridad recién llegada, con el fin de darle su versión de los hechos. Ante todos, explicó su situación y exigió que su nombre fuera limpiado de una falsa acusación, además de solicitar la expulsión de los dos estudiantes responsables de su enojo, ya que no se sentía seguro si alguno de ellos decidiera atacarle a traición.
Tras hacer como si entendía la situación, el uniformado se acercó a donde estaba Rebeka y le pidió una tarjeta de identificación, la cual escaneó con un dispositivo. Tan pronto terminó de escanear la información, hizo que la chica realizara un juramento sobre el dispositivo y tras responder una serie de preguntas, el aparato mostró el aviso de estar evaluando la situación. Una vez se escuchó el sonido de dos martillazos, el uniformado miró la pantalla y leyó el veredicto.
—La estudiante presente es mayor de edad. No necesita la supervisión de un guardián legal para hacer una demanda o defenderse ante una acusación, a no ser que ella misma lo sugiera. Señor, me temo que debo advertir que esta situación no debe seguir escalando. De seguir así, tendré que poner a alguien bajo custodia. La ley es imparcial en este caso, en el cual se le acusa de aprovechamiento y abuso de poder — acotó el uniformado, con voz imparcial, como si estuviera siguiendo los protocolos exigidos.
—Oficial —gritó el profesor, con semblante alterado—. ¡¡¡Mi reputación está en juego!!! Si ella se puede defender sin necesidad que esté presente un guardián legal, la acuso con una contrademanda por difamación, daño moral y calumnias hacia mi persona.
El oficial observó a Rebeka y ella le aseguró:
—Sostengo mi demanda, por favor proceda.
—Señor profesor, como usted es el acusado, para que pueda realizar una contrademanda, deberá demostrar su inocencia previamente. Ponga la mano sobre el cuadro de la verdad y limítese a responder sí o no a las siguientes preguntas y después podrá hablar de forma libre. ¿Entendió las instrucciones?
—Sí —respondió el sujeto, mientras colocó su mano sobre el aparato que se le ponía al frente.
—En algún momento ¿usted ha abusado de Rebeka?
—No —dijo el instructor.
—¿Acaso usted ha dañado física o emocionalmente a la demandante?
—No.
— Profesor, mediante su respuesta a estas dos preguntas, se le considera culpable de abuso y aprovechamiento de poder. Su derecho de hablar libremente ha sido revocado. — El profesor abrió sus ojos con sorpresa, tanto que casi se le querían salir de la cara, mientras que negó con su cabeza de un lado a otro. — Señor, se le declara culpable de aprovechamiento de una menor de edad hasta ayer y aprovecharse de un miembro respetable de la sociedad hoy. Su sentencia será comunicada en los tribunales. Por el momento, todas sus licencias vocacionales quedarán revocadas y deberá acompañarme.
Dentro del objeto que parecía hacer la función de un detector de mentiras, salió un brazalete que tomó al profesor por la mano, como si fuese una esposa diseñada para que un criminal no pudiera escapar.
—¡Inaudito! —gritó el profesor, quien trató de zafarse del objeto que no podía cargar con una mano y se vio obligado a sostenerlo con las dos manos—. Que la hija de un criminal mienta ante las autoridades, que me acuse falsamente y que gane. Esa máquina tiene que estar mal. Yo nunca me aproveché de ella, al contrario, le hice un favor… ¡¡¡La eduqué para lo que le esperaba afuera de las puertas de la escuela!!!
—Lo que diga mientras esté conectado al grillete de la verdad será utilizado en su contra —advirtió el oficial.