Reina Del Cielo

Chapter 12
Confesión


Luego de haber escuchado palabras que la mayoría del tiempo no oía, se recordó que ese era otro año más que pasaba sin la presencia de su padre. Rebeka se quedó ahí, callada, acostada sobre el pecho de su amado. Con la respiración temblorosa, pasaron los minutos y ella aún no dijo nada en respuesta, no porque no quisiera, sino porque no podía aguantar las lágrimas de la felicidad que dejaban de escurrírsele por los ojos o poder hablar sin romper a llorar.

 

   —Gracias Omar… significaba mucho para mí —respondió Rebeka, tras dibujar figuras en la piel de su amado con su dedo índice. 

 

—¿No te puedes dormir? —preguntó, tan pronto pasaron unos minutos y se estabilizaron sus emociones.  

 

  —Para ser honesto, no puedo sacarme de la mente lo que hiciste —respondió Omar, con ojos bien abiertos, los mismos que miraban el techo del cuarto como si estuviera mirando al pasado.

 

   —¿Qué? —preguntó ella. No por curiosa, sino porque era mejor hacer uso de algo que le distrajera de sus memorias dolorosas. Mientras levantaba su cabeza para rozar sus pechos con la piel de su amado y, a la vez, poder mirarle a los ojos bajo las penumbras del cuarto—. ¿Qué te intentará sofocar entre mis piernas? 

 

  Omar cerró los ojos y con una sonrisa en su rostro negó a la segunda pregunta de su amada. Definitivamente, ser sofocado por las tetas o entre las piernas de una chica era algo que ningún chico podría sacarse de la cabeza por un buen tiempo, pero para él definitivamente existía algo mucho más memorable. Tras bajar su cabeza, Omar le clavó una mirada pervertida a los ojos de Rebeka y pareció disponerse a decir algo. Pero, desde su punto de vista, para qué seguir hablando si con su mano podía comunicar lo que quería decir. 

 

   Rebeka, intrigada por lo picante que se veían los ojos de su chico, prestó atención y devolvió la mirada encendida de deseos libidinosos, como si fuera una provocación para que le dijera lo que le pasaba por la cabeza. Ella sintió como la mano de Omar bajó hasta su trasero, le abrió ambas nalgas hasta posar su dedo sobre el agujero apretado que tenía ahí abajo y hacerle cosquillas de manera circular en el lugar.

 

  Con ese sugestivo comportamiento y ferviente interés en su ano, Rebeka entendió que no era un mal momento para confesarle su afición y fantasías de experimentar placer por otro lugar. Después de todo, ella se había introducido el dedo de él en un sitio no diseñado para “eso” como medio para alcanzar el morbo suficiente para venirse, mientras le hacían un oral.

 

—Hablando de todo un poco —dijo, luego de mover sus caderas de un lado a otro, como si fuera una gata en celo—, quiero que algún día me lo hagas por detrás… es una fantasía mía. Aunque, si en el medio del proceso me desanimo, ¿crees que te quede suficiente energía y paciencia para tratar de hacerlo? 

 

  Tan pronto el chico escuchó las palabras que salieron de la boca inocente de su amada Rebeka, ella pudo sentir adentro del interior de su esfínter la punta de su dedo, algo que interpretó como un sí.

 

  —Tienes que conseguir meterme, al menos, tres dedos sin que me duela… —dijo, a modo de advertencia—. Así, tal vez, podré animarme a recibirte ahí atrás. 

 

 Con esto, Omar se dedicó a menear y empujar su dedo en el interior de su novia. Con cuidado de no lastimarla, hizo la penetración de un dedo primeramente con calma y serenidad, después con un poco más de brusquedad y por último un tanto violento hasta que cedieron los músculos correspondientes. Todo eso sin dejar de mirar la cara de ella, el mismo rostro, que, sin importar los movimientos, parecía no sentirse incómodo, en lo absoluto. 

 

   Mientras el proceso de preparación para entregarse al morboso placer de lo prohibido se producía, Rebeka sintió como se reencendía la llama que le provocaba sentir calor entre sus piernas. Eso la llevó a morderse el labio inferior, al mismo tiempo que dejaba salir unos pequeños gemidos, lo cuales provocaron que Omar avanzara su dedo más y más adentro de ella. 

 

  Omar pudo percibir que, si su amada no reaccionaba o se quejaba, era porque un dedo no era suficiente. Al principio dudo un poco, pues a quien le estaba profanando el “chiquito” era a la presidenta del aula. Una chica que no tenía huellas de dedos ajenos en su piel, era pura e inocente. Ir muy rápido en una situación como esa, le haría quedar como un principiante y tal vez arruinaría la oportunidad que se le había dado, pero quien no tomaba riesgos, tampoco tomaría ganancias. Convencido de esto, Omar sacó el dedo gordo que tenía ya bien clavado en el interior del esfínter de su novia para pasarse la mano por la boca y tomar una buena cantidad de saliva entre sus labios. Colar dos dedos al interior de un lugar bien apretado no sería tarea fácil sin que estuvieran lubricados apropiadamente.

 

  Rebeka, al principio, se sintió un poco incómoda con los movimientos agresivos por parte de su novio, pero quería poner de su parte todo lo que pudiera, con la intención de continuar, tanto así que demostró la disposición que tenía empinando su cola más.

 

  —Si me hubieras dicho eso desde un inicio, toda mi leche te la hubiera echado dentro de tus intestinos… —respondió él, aumentando la frecuencia de su respiración.

 

  «¡Oh!», pensó ella sorprendida. «Con que tienes la osadía de decirme algo tan sucio como eso, pero yo tengo la indecencia de excitarme a punto de repetir mi orgasmo con tan solo escucharte. Omar, Omar, Omar… somos muy culpables. Y eso te hace tan tentador».

 

  Rebeka entendía que el sexo anal era uno de los medios usados entre las parejas para prevenir embarazos innecesarios, al igual que para mantener la virginidad de una chica que quisiera llegar al matrimonio aun siendo casta. Ella no estaba en contra de tener los intestinos inundados por las semillas de su amado cada vez que él tuviera la urgencia de terminar. Pero no era que tampoco existieran inconvenientes para que su chico la cogiera por detrás cada vez que quisiera terminar dentro de ella, en especial, cuando potencialmente pudieran tener otra ronda de sexo vaginal. Si el miembro que una vez estuvo hasta el final de su recto, se lo volviera a introducir por delante, esto le causaría una infección un tanto incómoda de lidiar. Por otro lado, qué tan dilatado y preparado tenía que estar su trasero para aceptar el mete y saca de igual forma que se hace naturalmente.

 

  Tras la respuesta, tras dejar sus pensamientos al margen, Rebeka cerró sus ojos con la intención de sentir cómo su novio le embadurnaba ahí atrás, entre sus nalgas, sobre la carne apretada, con la saliva que había tomado con sus dedos.

 

   —... Ahh. Por ahora se va sintiendo bien… —dijo, entre ronroneos—. No te lo dije antes porque esto es algo que precisamente podremos hacer en la última ronda…

 

  Aunque en la habitación y en el resto de la casa existía un silencio sepulcral, los pensamientos en la mente de Rebeka parecían estar corriendo a millón, más cuando sintió un dedo se le introdujo primero y luego el segundo.

 

  «Aceptar un dedo no es un problema, porque tiene forma cilíndrica, pero dos a la vez… sin tener buena lubricación… tal vez no podré… Me está doliendo un poco…» pensó, mientras sentía como dos dedos estaba compitiendo por entrar a la vez en su interior. 

 

  «Me duele… me duele… Tal vez no sea necesario que tenga que meterme tres dedos si puede meterme su miembro directamente. Es mucho más ancho, pero su forma redondeada ayudará a la penetración. Esta es una muy buena oportunidad, si me dejo coger por todos lados hoy, mañana moriría sin tener ningún arrepentimiento. Pero, por alguna razón, no me puedo calmar. Quiero y a la vez no, la indecisión y el nerviosismo me dominan, al recordarle metiéndomela de manera tan salvaje y violenta. Si una vez su miembro encuentre mi hueco, él pierde la paciencia, aunque solo sea por unos segundos, si se da el mismo caso en mi trasero, creo que voy a terminar sin poder sentarme por un buen tiempo. Por otro lado, es bueno que no esté circuncidado, después de todo he escuchado que la carne extra que se mueve hacia adelante y atrás es más agradable que cuando el esfínter del ano tiene que soportar la fricción constante de un miembro sin piel extra».

 

  Estaba ahí, en un momento tan crucial, por lo que Rebeka estaba convencida que iba a entregarse y por primera vez, sentía las dudas de si sería correcto decir que no o advertir sobre cosas que aún no habían sucedido. 

 

  «Ahh, Creo que ahora quiere meterme un tercer dedo, pero mi estrechez no lo deja… ya me está doliendo… su saliva se está secando. Él debe lubricar nuevamente sus dedos antes de seguir intentando resbalarse en mí. ¿Le digo? ¿Le digo que no confío en él? ¿Qué sé que una vez que meta su barra de carne podría volver a perder el control y romperme literalmente? Y si, ahí dentro hay algo más, después de todo, el recto no está diseñado para satisfacer mis caprichos, no solo mi dolor es lo que debemos tener en cuenta. Y, ¿si por alguna razón ocurre un accidente?… en ese caso tal vez debemos hacerlo en el baño, para prevenir. No quiero ensuciar la cama más de lo que está y tener que lavar las sábanas; además, ¿qué pensaría de mí?»

 

   Con el punzante dolor de sentir la incomodidad de un dedo seco rozando una de las paredes de su esfínter, Rebeka dejó caer sobre la cama sus caderas y dijo:

 

 —Omar, no. No estoy preparada… 

 

  Para los oídos del chico, Rebeka parecía contradecir las expresiones de su cuerpo, que, según él, estaba excitado y emocionado con lo que se estaba aconteciendo, después de todo, él había usado hasta la mejor de sus habilidades para favorecer la penetración del último dedo.

 

Tras detener los movimientos de sus manos, con cara de confundido, Omar agregó: 

 

  —Pero si ya tienes casi los tres dedos dentro de ti. — Tan pronto habló, guardó silencio, pues sabía que seguir insistiendo no conlleva a obtener resultados favorables—. Está bien, bebé, no es no… siento si te hice daño.

 

  «¡¿Qué?! En verdad, no creía que fuera a desistir tan rápido, con lo entusiasmado que estaba. Después de todo, con un poco de insistencia hubiera cedido, siempre y cuando escuchara mis advertencias sobre lo que puede suceder y cómo hacérmelo bien».

 

 —… Entonces —dijo él— ¿Te gustaría hacerme un oral?

 

  —Ufff, nunca lo he hecho. No sé si te guste —respondió ella, mientras miraba en dirección al miembro que le saludaba, rojo, hinchado, con una erección que casi estaba a punto de explotar.

 

  Definitivamente, el miembro viril masculino que se levantaba, no era el mismo que Rebeka recordaba haber visto al principio de la noche. Tampoco era que su zona más pudorosa no estuviera hinchada de tanto roce de carne con carne que habían tenido hasta el momento.

 

  —Te aseguro que me va a gustar, amor… en verdad. 

 

  Las palabras del joven sonaron seguras. Tal vez, la confianza que tenía, era debido a que tampoco había efectuado prácticas orales a una mujer y a pesar de ser su primera vez, hizo que ella se estremeciera con su lengua.

 

Mientras Rebeka aún se decidía, su novio procedió a usar su otra mano para levantarse el miembro y apuntarlo en dirección a su boca.

 

Luego de visualizar un helado al que debía pasarle la lengua varias veces para comérselo, sin separar su trasero de donde la mano de su chico tenía acceso, bajó la cabeza con la intención de pasar su lengua por la punta del amiguito que le saludaba casi palpitando. A unos centímetros de distancia, Rebeka se detuvo, estaba tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba la carne. El aroma no era desagradable, aunque antes, gracias a un beso de su amado, pudo llegar a saborear su esencia, ahora estaba a punto de meterse en la boca algo que había llegado a tocarle incluso el cérvix. Luego de inspeccionar bien lo que se iba a tragar, incluso notó cómo el miembro aún tenía fluidos secos, de tonalidad blancuzca, entre los pliegues, por el tronco hasta el saco testicular.

 

 «Dicen que el glande es el punto más sensible de los hombres. En teoría, mientras no lo toque con mis dientes, todo debería salir bien…».

 

  El primer contacto que Rebeka hizo con el miembro de su amado fue con la punta de su lengua, una zona húmeda que está diseñada especialmente para detectar sabores dulces. Razón por la cual, aunque el miembro tuviera un sabor amargo y salado, a ella le sabía dulce. Al frente de una tarea de limpieza y con la intención de graduarse como buena chupadora, Rebeka comenzó a lamer el falo como si fuera una paleta de helado. Mientras más se entusiasmaba con lo que hacía, comenzó a acariciar las bolas de su amado con sus dedos. 

 

  De lengüetazo en lengüetazo, como si fuera una perrita que quería limpiar su plato de comida, la chica se animó a abrir sus labios y adentrar la punta hasta que hizo contacto con el cielo de su boca. En el intento de tragarse el miembro, las diferentes secciones de su lengua pudieron percibir con más claridad los sabores entre salados y amargos que conformaban los fluidos vaginales mezclados con semen.

 

   Mientras Rebeka seguía adentrando el tronco, tan profundo como podía, los sabores se hacían más y más fuertes a la percepción, pero no le incomodaba en lo absoluto, pues con su lengua, en el poco espacio que tenía para moverla, seguía masajeando el órgano amatorio. Luego decidió abrir la boca tanto como pudo para también sacar su lengua y lamer más allá de lo que su boca podía abarcar.  

 

 «A pesar que el propósito de esta felación es hacer un oral, por alguna razón no me animo a tragar la abundante saliva que género», pensó, mientras dejaba que toda la saliva que producía su boca descendiera hasta el punto en el cual sus dedos comenzaron a embadurnarse.

 

  Una vez el miembro llegó tan adentro como para provocar arcadas, Rebeka retiró su cabeza con la intención de controlar la sensación y tomar un buen respiro. Tras reponer su aliento, con un poco más de confianza en sus movimientos, plantó un beso de sus labios sobre el glande para después volver a pasarle la lengua y finalmente meterlo nuevamente en su boca, con la intención de saber si podría adentrárselo más que la primera vez. 

 

   En el proceso, Omar no movía sus dedos, parecía aguantar su respiración, al mismo tiempo que hundía el suelo pélvico. Desde su punto de vista, habían pasado unos cuantos segundos y tan solo había sentido el interior húmedo de la boca de su novia en su miembro dos veces. Aunque, cada vez la chupada que ella le daba era más prolongada que la anterior, no eran para que se sintiera como cuando la tenía dentro de su vagina. 

 

  Despacio y con insistencia, Rebeka siguió avanzando por tercera vez hasta que volvió a sentir ganas de vomitar, aunque pudo adentrarse mucho más que la vez anterior. «Tal vez si estuviera flácida si me la pudiera tragar completa, pero en verdad no es buena idea que continúe explorando mis límites, no cuando recién acabé de comer. Por otro lado, mis dedos y sus testículos están todo embadurnados con mi saliva, tanto así, que con cada movimiento de mi mano siento el sonido viscoso que hace la carne húmeda cuando se frota entre sí».

 

  —Puedes volver a intentar meterme los dedos con un poco más de saliva —dijo, en voz alta.

  

  Ante la sugerencia de su amada, Omar procedió a cumplir con las órdenes y definitivamente se dio a la tarea de recoger la saliva generada por su boca, para proseguir, de manera segura, la continuación del juego que había tenido con sus dedos.  

 

Entregada a la tarea y con una incómoda sensación en el cuello, Rebeka dejó la punta del miembro de su amado en la boca, al tiempo que recostó la cabeza sobre el abdomen ya tensado de él. Tan pronto encontró el equilibrio suficiente como para descansar su cabeza, empinar su cola una vez más y llevarse la mano que no estaba usando en dirección a su clítoris, decidió continuar con su capricho personal. Aprovechó para dibujar un camino hacia abajo con su mano izquierda. Los dedos que estaba tocando las bolas de su amado, pasaron a descender con intenciones de llegar a lugares inexplorados.

 

  Despacio y con calma, la chica hizo presión sobre el perineo del joven que parecía no preocuparse por la situación. Subiendo y bajando dos de sus dedos, Rebeka actuó sobre la zona como si se estuviera masturbando. De arriba a abajo, de un lado a otro y después de forma circular, frotaba y abarcaba más territorio entre los testículos y el ano de su amado.

 

   Omar seguía sin sospechar sobre los objetivos de su amada, lo que le hizo seguir entreteniéndose en lo suyo. Prestó mucho cuidado en no lastimarla o hacer que ella, por alguna razón, volviera a detener sus actos. 

 

  Como si estuviera cometiendo un crimen, bien concentrada con la situación, Rebeka subió sus dedos y luego, usando el índice, bajó hasta encontrarse con los bordes carnosos que conforman un anillo y ancló el dedo en la zona, como si estuviera a punto de adentrarse.

 

   Omar tensó los dedos de sus pies y al mismo tiempo dejó de hacer los movimientos que estaba haciendo con su mano para mirar hacia abajo. La cara de Rebeka aún seguía plantada sobre su abdomen, lo que no le permitía mirarle de vuelta, a menos que dejara de chuparle el miembro.    

 

  «Oh, se detuvo», pensó Rebeka, cuando sintió que los dedos de su amado ya no le profanaban por detrás con tanto afán como antes. «Parece que se dio cuenta de lo que quiero hacer y está alerta. Si se lo hubiera pedido, tal vez me lo hubiera negado, pero ahora, en este punto, no tiene más remedio que dejarse hacer por mí. Después de todo, ¿si le entrego mi agujero virgen, acaso no tengo el derecho de recibir el de él a cambio? Debería estar agradecido que mis dedos son más pequeños y delicados que los suyos, pero, aun así, si me vuelve a lastimar, verá lo que se siente…».

 

   Rebeka usó la punta de su dedo índice para dibujar un círculo justo en la entrada trasera de su amado, pero él no abrió sus piernas o se movió con la intención de favorecer el acceso a la zona. 

 

  «Parece petrificado, no me detiene, pero tampoco me alienta… lo está pensado».

 

  De pronto, Omar retiró los dedos entre las nalgas de Rebeka, lo que alarmó a la chica, pues si él no quería intercambiar, no había acuerdo que se pudiera hacer.    

 

  «¡Saco los dedos dentro de mí! ¡Se mueve! Parece que se me acabó la diversión. Aww… ¿Acaso no estás excitado para cogerme el “chiquito” sin importar que me des a cambio el tuyo?», fue lo pensó, pero no sucedió así, ya que Omar abrió un poco más sus piernas y también regresó su mano a donde le había sacado. «¿Mmm?, se está acomodando, ahora se siente como si tan solo tuviera un dedo en mi entrada… ¿me va a imitar? …».

 

  Rebeka continuó haciendo los movimientos circulares con su dedo índice, lo que le hizo sentir como Omar movía uno de sus dedos de la misma forma. Entre los dos, las respiraciones se volvieron fluidas, inhalaban y exhalaban con frecuencia y tranquilidad, lo que bajaba la tensión de la situación, pero al mismo tiempo, subía la excitación. Como no se comunicaban el uno con el otro y tan solo entregaban sus cuerpos en la oscuridad, la situación les parecía como si estuvieran cometiendo un delito.    

 

 «¡Está imitando lo que le hago! Mmm, en verdad haces que no me arrepienta de haberte elegido…». Tras aumentar la potencia con la que succionaba el falo de su chico, Rebeka continuó, mientras sentía cómo las orejas se le calentaban, tanto o casi más, que eso que tenía entre las piernas. «Ufff, sentir tu orificio estrecho con mi dedo, hace que me coma la curiosidad. Que quiera preguntarte si también hiciste actos indecentes, que no le puedas contar a nadie, cuando estabas solo en casa. Pero, ¿para qué romper el silencio cuando podía aprovechar la oportunidad, hacer que no te arrepientas y que te quedes con ganas de querer más?».

 

  Rebeka procedió a mover su dedo bien lubricado justo en el medio de la entrada y tras presionar un poco, pudo percibir cómo la carne se abrió y le ofreció el paso. También sintió como Omar le puso la mano que tenía libre sobre la cabeza, al tiempo que impulsaba sus caderas hacia delante y atrás, como quien se estaba cogiendo su boca, como si fuera una vagina.

 

  Sintiéndose pervertida, indecente y aventurera, Rebeka ignoró que le estuvieran mancillando la boca y penetrando el “chiquito,” para centrarse en pasar la primera falange de su dedo índice al interior del cuerpo de su amado. 

 

 El interior era húmedo y resbaloso para su dedo, los bordes le apretaban como si tuvieran el ritmo palpitante de un corazón y aunque estuvo tentada en seguir metiéndolo, dejó de hacer presión para sacarlo. El dedo que estaba tan lubricado de saliva hasta la primera falange, pasó a embadurnarse con los fluidos del área para después adentrarse hasta pasar la segunda y la tercera, llegando a propiciar que el nudillo de ella llegara a tocar la carne.

 

   Una vez bien dentro de su chico, venía lo interesante, mover su dedo en el interior, después de todo, ella bien conocía que una vez que algo estuviera dentro, sacarlo y meterlo provocaba un deseo similar al de ir al baño. Aunque mover el dedo de una mujer dentro de la cavidad rectal de cualquier persona, fuera hombre o mujer, era una tarea peligrosa, a ella no le preocupaba lastimar el interior de su amado, después de todo, sus uñas no eran largas ni tenían bordes filosos como la de muchas otras mujeres. 

 

  Tan caliente como curiosa, Rebeka ansiaba experimentar lo que podía sentir con su dedo, después de todo, estaba dentro de otra persona, otro cuerpo tan o más caliente que el de ella. De un movimiento a otro, hacia los lados, de arriba a abajo y por las paredes, se dedicó a explorar la anatomía interna de su chico: 

 

  «Con que así se siente el interior de un hombre, algo diferente al mío, debo decir. La pared superior es más firme… allí estoy supuesta a encontrar su punto más sensible… ese que tantos libros dicen que provoca éxtasis si se le estimula bien…».

 

  A Rebeka no le fue tan difícil saber cómo tratar el recto de su amado, una vez le vio como si fuera su propia vagina. Las dos estructuras tenían mucho en común, a excepción que una no se lubricaba y es más difícil de acceder, pero la estimulación debe ser la misma, puesto que las dos tienen el punto G casi a la misma distancia. Eso hacía que la estimulación no fuera muy diferente, aunque encontrarlo, saberlo distinguir y estimular apropiadamente, si era una odisea, porque la interpretación de placer cambiaba según las personas.   

 

  «Aunque es mi primera vez, debo tratar de hacerlo bien», se dijo, mientras movía su dedo hacia arriba y abajo, por la pared superior del recto de su amado, hasta terminar tocando con la yema de su dedo, lo que creía que era un montículo. «¿A quién quiero engañar? Ni siquiera sé lo que estoy tocando, ya se me canso el dedo y como tengo su cosa follándome la boca, no le puedo preguntar si le gusta o no… Ahora que lo siento mejor, cuando él empuja hacia abajo la pared superior de mi cola, puedo sentirle en mi vagina… Ufff, no sé él, pero yo estoy a punto de correrme».

 

Luego de dejar de mover el dedo índice dentro de su chico, Rebeka se preocupó por aumentar los movimientos de los dedos que hacían contacto con su clítoris, mientras sentía como el pene de Omar bombeaba dentro de su boca, tras lo cual sintió unos chorros de semen que la tomaron por sorpresa. 

 

  Con semen en su boca, un dedo en su recto, su dedo en el de su amado y la estimulación explosiva de su clítoris, Rebeka sintió cómo las múltiples sensaciones placenteras se volvieron una y terminaron desembocando en retortijones orgásmicos, que hicieron temblar a sus zonas pudorosas. Esos espasmos frenéticos tomaron el control de las piernas y le dejaron la mente en blanco, que fue inundada por una inmensa sensación de paz y tranquilidad.

    

   Loca por dejar salir el aire que tenía en sus pulmones, Rebeka recuperó el control de su cuerpo, y tan pronto regresó al momento presente, se dispuso a chupar hasta la última gota de leche que escurría dentro del orificio de su amado, que también parecía como si fueran dos labios cerrados. Dentro de su boca no existía mucho espacio para jugar, tenía sus dientes, su lengua, un miembro viril, leche y saliva a punto de desbordarse. Con determinación, tragó los fluidos para volver a chupar, hasta que dejó salir el miembro de su amado.

 

 Con su lengua bien afuera, como si estuviera sedienta, Rebeka dijo: 

 

—Ahh… ¡Esta sensación tan rica que parece como si el alma se me hubiera salido del cuerpo es maravillosa! ¿Dime que sientes lo mismo?

 

  Omar dejó salir una bocanada de aire y con una sonrisa confirmo a la pregunta, al mismo tiempo que sacó su dedo de adentro de su chica y se retorció sobre la cama como un gato que se estiraba. 

 

Tras acomodarse, el chico se volteó sobre la cama hasta el punto en el cual pudo abrazar a su amada y pasó la pierna por encima de ella como si la hiciera su prisionera, con la intención de darle un fuerte abrazo contra su pecho y mecerla cariñosamente de un lado a otro. 

 

Luego de escuchar los ronroneos de su chicha, que no podía escapar de su cariñoso comportamiento, Omar dijo: 

 

  —Si así se siente estar sin alma, entonces, toma la mía todos los días.

 

  —Que bien se siente estar así, a tu lado, juntitos, los dos desnudos y sin fuerzas… creo que ahora sí podremos dormir como nunca.      

 

  —Hablando de dormir, ¿qué hora crees que sea? —preguntó Omar. 

 

  —Mejor no saberlo… así engañamos a la mente y dormimos hasta que suene la alarma de mi teléfono, después de todo, hoy es el gran día. 

 

  —Entonces, duerme bien —dijo él.

 

  —Tú también.

 

 —Dulces sueños.

 

 —Igual para ti.

 

—No tengas pesadillas.

 

—Gracias y sueña conmigo.

 

Con la intención de hablar para no quedarse dormido, Rebeka pudo notar cómo Omar apagaba el tono de su voz. Una palabra más baja que la otra, hasta el punto en el que se quedó sin más que decir y sucumbió al sueño.

 

   Contenta de poder estar entre los brazos de alguien tan lindo y que le hacía sentir como una princesa, Rebeka dio un último vistazo al rostro de su amado con la intención de garantizar soñar con él, si es que llegaba a soñar mientras dormía. Desafortunadamente, el tiempo pasaba y era mejor asegurarse de no olvidar semejante momento antes de arrepentirse por no haberlo vivido.

 

  Entre las sábanas acogedoras de una cama de la cual se habían caído casi todas las almohadas, muñecos y cobijas al suelo, el intranquilo sonido de la alarma configurada en el teléfono se hizo escuchar. Tras abrir sus ojos, Rebeka abrazó a quien le estaba plantando un beso en sus labios como saludo de buenos días.

 

 «¡Aww! ¡¿Quiero gritar de la felicidad?! No fue un sueño… Está aquí, en carne y hueso, dándome los buenos días con un beso». La chica respiró orgullosa de haber pasado la noche junto al chico al que había considerado digno de entregar su corazón y cuerpo. Un chico tan perfecto, que no le hubiera extrañado que todo fuera parte de un sueño. «Su compañía… fue el mejor regalo que podía recibir. Por otro lado, si mi mamá hubiera estado en casa, esto no hubiera sido posible. “Eres muy pequeña para estar haciendo cosas de adultos”, le reclamaría su madre, por tan solo dar un beso. Sexo no, eso no estaba permitido en mi vida, para ella tal vez me podría acostar con un chico después de ser novios oficiales por un año o algo así, pero por tan solo un día, ni pensarlo. Puedo imaginarla reclamando cuando le presente a Omar. Es mi vida, es mi cuerpo y es cierto, un novio representa una gran distracción para poder estudiar y mantener mis notas, pero ahora que soy mayor de edad no pienso seguir obteniendo buenas notas, si con pasar las clases es suficiente. Para un trabajo no es necesario seguir manteniendo buenas notas. ¿En alguna entrevista de trabajo te preguntarán si te graduaste con un cien, un noventa o con un ochenta? No, tan solo te preguntarán si te graduaste y de qué tienes experiencia…».

 

  Enternecida, con sus ojos bien abiertos mientras pensaba, Rebeka vio cómo Omar le volvió a dar otro beso, y otro. Ella, en cambio, dio pequeños besos en la cara de su amado con la intención de esquivar su lengua juguetona, que pretendía abrirse paso entre sus labios.

 

   Aunque el amor entre los dos aún estaba en su punto más alto, ese en el cual nada de lo que haga el otro se ve como malo, Rebeka creía firmemente que no era necesario para Omar ser expuesto a un mal aliento, si era que ella lo tenía. «Aaah. Si nos besamos con lengua me voy a calentar, pero no recuerdo haberme lavado la boca después de comer. Mejor no arriesgarme… si volvemos a hacerlo, no sé si pueda levantarme de esta cama… ayer no me bañé después de hacerlo… mi pelo tiene que estar hecho un desastre».

 

 Los cabellos de Rebeka hacían cosquillas en la nariz de Omar, aun así, él no dejo de hacer espacio en su rostro para demostrar una sonrisa.

 

Con sus cabellos despeinados, Rebeka miró al rostro de su amado y con esto prácticamente se le olvidó todo el cansancio como consecuencia a dormir unas pocas horas. Motivada a vivir, ser feliz, volar y optar por el optimismo de que ese día sería maravilloso, devolvió la sonrisa y dijo:

 

  —Buenos días… amor mío.

 

  —Buenos días para ti, preciosa… déjame darte un beso de lengua —respondió, con el objetivo de ser más directo con sus intenciones.

 

  —Después que me lave la boca —dijo ella divertida, para luego agregar: —Un día de estos, tienes que hacerme un desayuno y llevarlo a la cama. 

 

  Entre palabras y movimientos, Rebeka se zafaba del agarre de su chico, hasta que finalmente logró escapar libre.

 

  —Claro que sí… —respondió Omar al tema del desayuno, para después reclamar—. No te vayas, quedémonos aquí.  

 

 Con una sonrisa y unos cuantos besos de por medio, Rebeka ignoró los caprichos de su amado y se levantó de la cama, lo que hizo a Omar levantarse también y abrazarla por detrás arrimándole el miembro en erección, tratando de colarlo. Con un sentimiento de urgencia, Rebeka se dirigió al baño mientras trataban de no caerse o chocar con algo que pudieran tumbar, al mismo tiempo que escapaba de quien quería capturarle y llevarle de vuelta a la cama.

 

  Una vez en el baño, Rebeka apartó las cortinas, abrió el grifo del agua para que esta se fuera calentando y tan rápido como pudo tomó asiento sobre el sanitario con la excusa de vaciar la vejiga que tenía llena.

 

  —Aww, no quiero tener que secarme y hacerme el pelo de nuevo —pensó Rebeka, un tanto inconforme con lo que veía venir, mientras escuchaba el sonido de un constante hilo de fluidos cayendo. 

 

  —Te ves maravillosa de cualquier forma. Así, despeinada, pareces una leona… una leona sexy. 

 

  Omar se acercó hacia Rebeka con su miembro erecto, sugiriendo que ella le hiciera un oral, después de todo, la cabeza de ella estaba a la altura de su cintura y no le sería muy difícil. 

 

  Rebeka respondió al acercamiento de su novio con una mirada encendida en deseos, tanto que finalmente se dignó a agarrar el miembro de su chico con la mano derecha y comenzó a menearlo mientras le miraba. Sus intenciones no eran las de tener sexo, sino que disfrutaba tener semejante trozo de carne para jugar, cada vez que le apeteciera.

Aunque contaba con poco tiempo para arreglarse y llegar presentable a la escuela, sin estar necesariamente tarde, no era una ocasión sensata tener sexo. Aun así, Omar seguía intentando despertarle los intereses de la carne, de llevarle a la cama, de hacerle quedarse en la casa, pero ella decidió negarse y soltar lo que estaba aguantando, pues era peligroso seguir jugando con fuego.

 

  —Es que si no resuelvo este problema —dijo Omar refiriéndose a su amigo en posición de firme—. No voy a poder usar el baño.

 

  —¿Sabes? No me opondría a verte masturbándote mientras me baño, para que alivies tu problema. Considéralo como una continuación de lo que no lograste terminar ayer.  

 

  Omar necesitaba descargar los placeres de su cuerpo y ante la proposición de su amada, usó su mano para menearse el muñeco de atrás hacia adelante, con la intención de venirse tan rápido como pudiera.

 

  Rebeka, apenas terminó de orinar, se limpió con papel higiénico, tiró de la cadena y se puso de pie. Haciendo su esfuerzo para ignorar la presencia de Omar, chequeó la temperatura del agua que caía de la ducha y tras dar dos pasos, entró en la bañera. Buscó evitar mojarse el pelo y quería despejar su mente de la idea de meterse el miembro de su chico en la boca. Ella tomó el jabón y tras hacer espuma, procedió a lavarse la cara.  

 

  El agua caliente salía de la ducha como un torrencial y en su caída acariciaba la piel delicada y suave de Rebeka. Más que limpiar, el líquido le hacía recordar la noche de pasión y sexo que había dejado atrás. Quién podía culpar a alguien de caer en las tentaciones y ceder en los placeres carnales, cuando había deseado ser poseída y recién satisfacía la curiosidad de saber cómo se sentía. Cada gota de agua le hacía recordar lo mucho que le había gustado. Junto al agua caliente, tener a su amado a un lado, mirándole y tocándose, también la hacía sentirse pervertida y adicta a recordar ese momento que pasaron juntos, cuando él estaba adentro de ella y ella adentro de él.

 

Luego de levantar la cabeza en dirección a donde caía el agua, se enjuagó la cara y no pudo evitar abrir su boca. Aunque había dicho que se iba a controlar, recordar el sabor del semen que le inundó la garganta la noche anterior, le hizo sacar la lengua bajo el agua caliente, al principio con la intención de borrar ese recuerdo.

 

  Omar, por otro lado, podía ver la forma sensual en la que ella se movía dentro de la bañera. Rebeka estaba actuando como si danzara con el agua y quisiera tocarse, pero no lo estaba permitiendo. Tal vez por eso se acariciaba las caderas, los muslos, el estómago, sus pechos, su cuello y su rostro. El vapor comenzaba a nublar el cristal, pero la imagen erótica de una chica que abría su boca, sacaba la lengua, tenía las manos en la cabeza, juntaba sus rodillas y se agachaba ligeramente de manera que arqueaba su espalda y empinaba la cola, no perdía brillo ante los ojos del enternecido muchacho.   

 

  No era suficiente, el sabor del agua caliente no le bastaba, pues la temperatura, consistencia y sabor del líquido insípido e incoloro, no se comparaba al semen de su amado. Aún no había desayunado, tenía que vestirse y aunque estuviera consciente de su responsabilidad, se sintió incapaz de seguir controlando sus antojos. Pasó su mano derecha hacia adelante y decidió usar su dedo como sustituto de lo que no podía tener. Ahí, tantas veces como lo había hecho a solas, se tocó la punta de la lengua y después cerró sus labios. Tras chuparse el dedo índice completo, perdió el control bajo la bañera, aún sin permitirse el placer de tocarse ahí abajo, reprimiendo su incontrolable urgencia de comerse nuevamente el sexo de su amado. 

 

Luego de abrir sus ojos bajo la ducha, pudo notar cómo su amado aceleraba los movimientos de su mano, inclinaba sus caderas hacia adelante y parecía aguantar la respiración. La duda le incendiaba por dentro. «¿Acaso se va a venir? ¿Lo hago? ¿Me meto su cosa en la boca cuando se venga?». Las respiraciones de ella se elevaron, así como su corazón.   

 

   Tan pronto Omar se dio cuenta de la situación, ya tenía a Rebeka prendida de su miembro, tragando tanto como podía y aunque le hubiera alcanzado con dos o tres movimientos más de su mano derecha para venirse, sentir el calor de la boca de su amada en su miembro fue lo que le arrancó el aliento y los deseos de respirar, ya que no tenía espacio para poner su mano entre la boca de Rebeka y su pelvis. Por eso, agarró los cabellos de ella y la empujó hacia él, con movimientos inconscientes.

 

     Un torrente salado, pegajoso y caliente se adentró por la garganta de Rebeka en el momento preciso que su boca fue forzada a recibir dos dedos más de miembro viril, que, con su punta, chocó con el cielo de la delicada garganta. Agachada, con sus piernas abiertas, las manos libres y el músculo convulsionando dentro de su boca, decidió romper la promesa que se hizo. Con urgencia y bien necesitada e ignorando las arcadas, con una mano se coló dos dedos bien profundos en su zona húmeda y con la otra se masajeó el clítoris de la forma justa con la que llegaría al límite.

 

 En ese preciso momento, le excitaba sentir lo que tenía en su boca, lo que por su garganta estaba pasando y que se estaba comportando como una chica mala, haciendo algo que se había prometido no hacer. Tanto así, que solo con varios movimientos circulares sintió el éxtasis que le forzó a arrodillarse en el piso con tal de no caer sentada.

 

Tras regresar a respirar por bocanadas, Omar liberó la cabeza de su amada y retrocedió unos pasos, para buscar el apoyo necesario para no caerse.

 

  Rebeka tosió unas cuantas veces, aun así, tan pronto pudo mostrar una sonrisa en dirección a su amado, le confirmó que todo estaba bien. Luego de regresar nuevamente al baño, ella se enjuagó el jabón con rapidez, de las partes que lo necesitaban y en cuestión de menos de un minuto, cerró la ducha para salir apurada con una toalla, con la cual procedió a escurrirse el cuerpo. 

 

En el proceso también vio como el miembro de su chico ya no estaba erguido y se sentía aún más feliz por haber logrado que su amado consiguiera su propósito, por lo cual le animo a decir: 

 

  —Déjame irme vistiendo, no quiero que se te vuelva a poner dura y ahí sí que vamos a llegar tarde.

 

  —Oh… sí, la escuela… —dijo Omar.

 

  De regreso al cuarto, una vez secó su cuerpo y las puntas mojadas de su cabello, tan pronto termino de ponerse el uniforme, Rebeka se vistió y procedió a sacar dentro del armario un vestido negro formal. Tras agarrar la tela, se sintió orgullosa al recordar que lo había comprado unos días atrás, con la intención de verse mayor, competente y segura para ir a entrevistas de trabajo. No obstante, además de todo lo que hacía, también prestó atención a los sonidos que provenían de adentro del baño y nunca escuchó al sanitario siendo descargado.

 

 Tan pronto se volteó, vio a su amado saliendo por la puerta del baño, con sus ojos abiertos, mirándole en dirección al vestido que tenía en sus manos. Rebeka quería enseñar la ropa que había comprado, pero se detuvo, tan pronto pudo notar algo de tristeza mezclada con felicidad en el rostro de Omar. 

 

  La Felicidad la podía entender, pues, es como si fueran miembros de un largo matrimonio, que estaban despertando, usando el baño y vistiéndose uno al lado del otro, con la confianza de muchos años. Esa misma confianza que se debía tener cuando se necesitaba que algo hiriente fuera dicho. «Admito que pocos de nuestra edad tienen el privilegio de despertar junto a su amado de esta manera… pero» se dijo. De cierta manera no quería entender la tristeza, ni contagiarse de ella, ya que él le estaba mirando al vestido que cargaba y seguro estaba lleno de opiniones pesimistas. 

 

  —¿Acaso hiciste pis en la ducha? —preguntó Rebeka, utilizando un comentario para eludir la situación que prometía avecinarse. Después de todo, que Omar siguiera buscando excusas para quedarse en la casa con ella, era debido a algo.

 

  Omar regresó sus ojos al rostro de la chica y con una mirada confundida no quiso responder, pues según el tono en el que se le había hablado, no podría descifrar si ella lo regañaría por semejante acto.

Sin más remedio que tener que responder, agregó: —Lo dejo a tu imaginación — le dijo, luego de hacer una pausa y respirar hondo, como quien pretendía enfrentar un tema delicado—. Entonces, ¿Hoy es el día en el cual estuviste haciendo la lista que me enseñaste ayer en la mañana?  

 

Con la toalla enrollada alrededor de su cintura, Omar procedió a tomar las medias que estaban sobre una cama ya tendida y con delicadeza se agachó en el suelo frente a Rebeka para ayudarle a ponérselas.

 

   —No te entusiasmes mucho, mi mamá está a punto de llegar —dijo ella.

 

 —Ahora sí, está bien —dijo él, como quien quería ignorar algo, mientras tomaba su tiempo para terminar de ponerle las medias a su amada. 

 

  —Omar, tu ropa está hecha un desastre. Ahora que lo pienso, tal vez sea mejor que pases por tu casa. Has tenido el teléfono apagado durante todo este tiempo y tus padres deben estar preocupados.

 

  —Tienes razón, no les he dicho nada… —respondió.

 

   —¡¿No les dijiste?! —preguntó Rebeka, con tono asombrado.

 

  Entre sus planes, ella no esperaba que Omar fuese tan despreocupado con su familia. Pero bueno, en el mejor de los casos, a los chicos les dan muchas más libertades con respecto a salir por las noches y tomar decisiones de con quién estar, que a las chicas. No debería ser así, pero seguía siendo un mundo en el que habitaban aprovechados y en el cual las mujeres jóvenes, más atractivas a la mirada, tenían mayor riesgo a ser violadas y/o asesinadas. Por otro lado, tal vez era eso lo que le preocupaba tanto a Omar y la razón por la cual no quería dejar la casa. Después de todo, quién quiere regresar con sus padres cuando te tienen un castigo asegurado.

 

Tras llevarse la mano a la cara y prepararse para lo peor, esperando lo mejor, Rebeka miró a los ojos de su amado:  

 

  —Tenía planeado que me acompañaras a hacer las entrevistas, tan pronto terminara con la escuela, pero dada la situación, en el extremo caso que llegues a tu casa y como castigo no te dejen marchar, entenderé si no nos vemos en el parque… ¿Te parece? 

 

   —No, no es que importe si vaya o no a mi casa. Quiero acompañarte a tu entrevista… Eso es más importante. También quiero que alcances tus metas, confía en mí y déjame ayudarte. Por favor.

 

  Las palabras de Omar sonaban como quien juraba amor y amaba sin condiciones, pero Rebeka no podía identificar cuál era el propósito que tenía lo que le decía.

 

  —¿Hay algo más que me quieras decir? —preguntó Rebeka, quien entendió que la mirada de su amado estaba abarrotada por la inseguridad de decir algo y tal vez no podía.

 

  —Podemos dejar tu entrevista para otro día —dijo Omar, quien cambió sus expresiones de tristeza con gestos de determinación—. Rebeka, no quiero que la gente te haga daño. Antes que empieces a buscar trabajo, quiero pedir tu mano en matrimonio… así, cuando hagas las entrevistas… podrás ir con el apellido de mi familia. No me tomes a mal, no es que crea que no puedas, es tan solo… que te quiero…

 

  Rebeka hizo una pausa para mirar a Omar a los ojos. El apellido de la familia de su amado tenía el peso suficiente como para hacer que las personas lamieran los zapatos de quien estuviera enfrente. Al casarse, los dos miembros tenían la opción de cambiar sus nombres, lo que le permitiría deshacerse del apellido de un padre convicto. Pero llamarlo orgullo, soberbia o simple determinación, no cambiaría lo que Rebeka estaba buscando, ella no quería ser una persona diferente y crear una reputación nueva lejos de la mancha dejada por su padre. Ella quería limpiar el nombre de la familia y para hacerlo, primero debía pagar las deudas que tenía con el gobierno, con dinero honrado.

 

  —No —respondió rotundamente. 

 

  —Pero… —Omar fue interrumpido por ella.

 

  —Por favor, no digo que no a casarme contigo. No hago esto por ser arrogante, te pido que me apoyes y que me dejes intentarlo —respondió Rebeka, lo que hizo a Omar sentirse rechazado y al mismo tiempo, no tan mal.

 

  Sin poder decir nada, ni querer insistir en una decisión que ya estaba tomada, Omar vio cómo Rebeka sacaba de la mochila que llevaba, los libros y libretas para hacer espacio a la muda de ropa que pretendía ponerse una vez saliera de la escuela.

 

   El silencio entre los dos se volvió incómodo, aun así, permanecieron juntos hasta que salieron por la puerta de entrada y ella pasó el seguro.

 

  En la calle, con lágrimas en los ojos, Omar besó y abrazó a su amada, como si se tratase de la última vez que le vería. Rebeka sintió el beso, el abrazo, el calor del cuerpo de su amado y le correspondió en todos sus esfuerzos. Después de unos largos minutos, él se separó y dio la vuelta, como si quisiera arrancarse algo que le hacía adicto, para ir en otra dirección.  

 

  Uno fue a la escuela y el otro a su casa.