Chapter 5
Entrar
Al principio, Rebeka tenía la intención de resolver el problema tranquilamente, abrir el teléfono, ver las fotos y los mensajes con tranquilidad, sobre todo, saber si por ese teléfono también le escribían a Omar. Después, tal vez buscaría en todas las demás aplicaciones, incluyendo los archivos borrados, para poder llegar a una conclusión sensata de qué seguir sintiendo y pensando. Pero ¿quién usaba el nombre de otra persona como contraseña?
«Es un golpe bajo y si es verdad, significa que está obsesionado, ¿por qué no perdonarle? En definitiva, que otra se me haya adelantado significa que estuve perdiendo mi tiempo al no dar el primer paso».
«Luego de dejar la calentura de lado por un momento, analizó: «En la galería de este dispositivo podrían existir fotos comprometedoras, si es así, con revisarlas no sería suficiente. Es mejor tener la ocasión para admirarlas, incluso memorizarlas si es necesario. Quizá los mensajes de otra chica habían sido fruto de mi imaginación, es lo que más quiero creer. Pero, ahora, la curiosidad por ver las fotos de otra persona desnuda, haciendo cosas que no pueden ser contadas y solo vistas, aunque fuese con otra, me carcome por dentro».
Las fantasías en la mente de Rebeka iban proliferando, aun así, el tiempo siguió corriendo y el tren se detuvo.
Entre la multitud que se desplazaba, Omar aún seguía sobre ella. A plena vista, él parecía alguien sospechoso, un pervertido que aprovechaba la oportunidad para oler los cabellos de una persona ajena, observando de cerca y manteniendo el contacto. La realidad, era que entre los dos, aunque nadie lo notara, la más pervertida del tren era Rebeka. La prueba irrefutable era que, ella agacho su cabeza, dejó caer sus cabellos sobre su rostro mientras bajo la mirada discretamente con tal de ver si el chico que tanto se le arrimaba estaba teniendo una erección.
«No puedo pensar con claridad, ¿qué estoy haciendo? De tan solo querer tocar su mano. Él está muy cerca, puede hacer cualquier movimiento y quitarme el teléfono si me sigo descuidando. Déjame esconderlo entre mi sujetador y mis senos. No voy a ser la única que se caliente en una situación como esta».
—Con que mi nombre —dijo ella mientras se guardaba el teléfono sin poder evitar ablandar su cara de bravura con una sonrisa—. Qué tierno de tu parte. Perdono tu osadía de tomarme una foto a escondidas. Por ahora… me temo decirte que tu celular queda confiscado hasta nuevo aviso.
Por supuesto, Rebeka se arriesgó con ese comentario. A ciencia cierta ella simplemente estaba asumiendo algo y esperaba que estuviera en lo correcto. Cuando dijo 'foto a escondidas' su instinto femenino le había gritado y ella no había hecho más que escuchar.
—¿Hasta nuevo aviso? —le pregunto bien sorprendido, con los ojos abiertos, por el castigo tan poco severo.
Él no negó, tampoco dijo ser inocente ni se extrañó ante las palabras de ella, cosa que hizo que Rebeka asumiera estar en lo correcto.
—Ya es tiempo, aquí nos bajamos —dijo ella, con tal de no responder la pregunta y seguir a las personas que iban en dirección a la salida.
«Entre todas las contraseñas que alguien podría ponerle a su teléfono ¿Por qué razón elegirías mi nombre? Porque le gusto. No existe otra explicación. Si es así, aún tengo oportunidad, tal vez deba darle un regalo. Atreverme mientras me muevo para salir. Ya está confirmado, si no tomo el primer paso, las cosas seguirán como siempre».
Un paso detrás del otro, los pasajeros bajaban del vagón en la estación de tren correspondiente.
«¿Para qué chequear con mis ojos algo que podría sentir con mis manos?» se preguntó, un tanto indecisa. Rebeka se detuvo, «¡Ahora!» Y discretamente dejó que Omar chocara con ella. «Todo lo que tengo que hacer es esperar con mi mano abierta, detrás de mi trasero, al nivel de su entrepierna, para sentir lo que tanto quiero».
El choque entre los dos cuerpos se dio lugar y la mano de ella recibió, agarró y masajeo el paquete del chico distraído, que no dudo en dar un pequeño salto por tan inesperada situación.
«Ufff, si… exactamente en el lugar», pensó ella, teniendo como punto de referencia su pulgar, el cual hizo contacto con la hebilla del cinto de Omar. La tiene dura. Tremendo bulto, lo pude sentir en vivo y en directo. Lástima que no pude ver la reacción de su rostro. Tal vez, de ahora en adelante, él mire más mi falda, descarada y casi más corta de lo permitido».
Omar se quedó pasmado, no sabía si había sido una casualidad o algo intencional, así como tampoco podía interpretar correctamente el lenguaje implícito de las mujeres. Con más dudas que respuestas, tomó un poco de distancia para no evitar plantar sus ojos en la tela que iba meciéndose de un lado a otro, con cada uno de los pasos que daba la chica en su pomposo caminar.
«Ya no me importa tanto tener el cabello suelto», se dijo, casi saltando de la felicidad que no podía contener. «Tal vez luzco menos estricta y por eso, todos me miran más de lo usual. ¡Qué mañana tan maravillosa! Con mi pezón puedo sentir la dureza de su teléfono, le pondría en mis bragas, pero temo mojarlo. Contra mi seno corre menos peligro. Sería aún mejor si comenzara a vibrar. Uy, todavía puedo sentir su erección en mi mano y no hacía mucho me conformaba con toques y caricias indirectas».
De salida a la estación de tren, Omar y Rebeka fueron prácticamente los únicos que tomaron rumbo a la academia. En el sitio en el cual estaban no tenían que valerse de direcciones o señales, la edificación ya tenía mucha fama por ser la única en toda la ciudad, sin más interacción entre ambos, se hallaron en la entrada del centro académico y tomaron caminos separados, además; no tendría de qué hablar, aunque lo quisieran.
«¿Qué hora es?» se preguntó Rebeka mirando su reloj de mano, eran las siete y cincuenta y tres. «Aún queda tiempo para que las clases empiecen, tal vez pueda pasarme por el baño. No sería la primera vez que juego conmigo misma en la escuela.».
En el centro académico existían tres tipos de baños, para hombres, para mujeres y para todos. Pero no tenían mucha diferencia entre ellos, solo que los de género neutral se mantenían más limpios que los otros.
«Me conozco, me toma tiempo acabar», pensó, un tanto arrepentida. «El tiempo está muy justo. Mejor paso por mi casillero, tomo mis pertenencias y voy a la sala de profesores para entregar mi tarea a tiempo. Luego iré al aula a tomar asistencia, preparar la pizarra, sacar la basura y ver que todo esté en orden. ¡Qué inconveniente es ser la presidenta y representante de la clase! Sin embargo, mantener mi mente ocupada me va a ayudar a controlar estas ganas…».
Pasando de largo a los baños, se dirigió a los casilleros por el pasillo bien transitado de estudiantes que se movían de un lado a otro, algo un poco diferente de como estaba la estación de tren.
«Está bien, Rebeka, recuerda esto», se dijo, tan pronto escuchó risas burlescas de personas y que alguien la tropezara sin pedir disculpas. «Hoy también te van a tratar de hacer sentir mal, tendrás que lidiar con personas malhumoradas, celosas, soberbias. No es razón suficiente para responder de vuelta, comenzar un argumento y terminar expulsada. Sé una roca, controla tus emociones y deja que todo se apacigüe a tu alrededor sin dejarte afectar».
Tras respirar fuerte unas cuantas veces y chequear su reloj, entró en la sala de profesores y tras pretender estar interesada en lo que le decían, se paró a escuchar la charla de unas personas.
«¿En verdad es necesario permanecer en esta escuela inútilmente, cuando puedo buscar trabajo y ser independiente?» se preguntó intrigada, mientras decía que sí a las palabras de alguien que le hablaba.
La pregunta venía porque en el fondo ella quería salir de la vida que tenía. Tener que escuchar la charla de señores mayores que, por cierto, no estaba escuchando, ya que podía predecir cuál era el punto final con exactitud. Ellos hablaban con el objetivo de hacerle pasar trabajo y dificultar su existencia. Pero una cosa era querer y otra era poder. Ella podía callarse y escuchar, debido que si no lograba pasar la escuela, cómo podía tener la certeza que podría ser apta para pasar un día de trabajo y sobrevivir, después de todo, los viejos dominan el mundo actual. Esos de poca paciencia, que reclaman y discuten con sus manías, señalan con sus dedos, atribuyen grandes expectativas a los demás y a su alrededor, que nunca asumen estar equivocados porque son incapaces de aprender.
—... Estos son los planes que el consejo piensa implementar —comentó uno de los presentes.
—Entiendo —respondió Rebeka, con actitud sumisa y bien educada.
—Transmite la información a los estudiantes, recolecta las quejas y al final del día coloca el informe sobre mi mesa —dijo el sujeto en medio de su atareada actividad matutina, mientras se daba cuenta que había tenido que apurar su informe para no consumir mucho tiempo.
Con el libro de matemáticas y la libreta de apuntes, Rebeka salió de la sala de profesores con exactamente dos minutos para llegar a su aula asignada. Tras caminar por el pasillo, se dio cuenta que las puertas estaban abiertas. Entró y observó como era ya usual.
«Algunos ya están sentados en sus puestos, preparándose para comenzar el turno», pensó, para luego dar los buenos días, aunque nadie le respondiera como era común allí. «Ser educado era parte de la sociedad, y si, de vez en cuando te puede librar de algún problema, pero no te daba ni peores ni mejores notas en la escuela, así que ¿para qué ser educado? Bueno, la respuesta era simple, no puedes ser la presidenta de la clase, pedir y demandar trabajo sin seguir las reglas básicas de etiqueta, presentarse, preguntar y pedir».
Rebeka escribió el día, el mes y el año en la pizarra usando la tiza que tenía a un costado, cerca del borrador, luego escribió el nombre del instructor, la materia y el tema de la clase. Por último, organizó todo y recogió la basura que quedaba a la vista.
Ring, ring, ring.
El timbre sonó, quienes anteriormente se habían quedado en el pasillo hablando, ahora entraban por la puerta y tan pronto como podían, pasaban a ocupar sus respectivos asientos.
«Mmm, no está él, ni su amigo,», pensó sin estar muy sorprendida, para decir en voz alta:
— Presten atención, voy a pasar asistencia.
Ella habló desde el frente del aula, mirando a todos a los ojos. Pronunciando nombre por nombre mientras que cada uno respondía “aquí”, o “presente”, pero casi a último momento, entró un chico que dijo algo diferente.
—Lo siento “presi”, esperó aún estar a tiempo.
«Precisamente tenía que ser el mejor amigo de Omar, quien entró en el último momento, haciendo una entrada dramática. No cambia que sea irritante cuando me acorta el título que desde un principio no me gusta tener».
Bajo la mirada poco amigable de Rebeka, el joven se pasó la mano por detrás de la cabeza, ofreció sus disculpas y tomó asiento.
«Él es característico por tener una personalidad que le diferenciaba de los demás, si tuviera que describirlo diría que es un chico relajado, improvisador, alegre y casi siempre evitaba los problemas a su manera», pensaba Rebeka para agregar en voz alta:
—Aún estás a tiempo, el profesor siempre toma diez minutos antes de llegar a la clase. Si se repite tu tardanza me veré obligada a reportarlo, y una vez el instructor entre al aula quedas fuera de la clase, cosa que me obligará a hacer papeleo extra.
Informar por qué ella hacía cada cosa era una manera de tratar de suavizar a quienes le escuchaban. «No es que siempre dé resultado, menos si nadie te presta atención, pero se siente bien decir, “te dije que no lo hicieras” cuando se están tomando medidas al respecto».
—Me disculpan, mejor me siento rápido en este asiento, como siempre —dijo él, con la característica mirada de un niño que estaba a punto de hacer algo malo.
Rebeka levantó sus ojos del papel que sostenía e ignorando el silencioso murmullo de los individuos que ya habían confirmado la asistencia, decidió respirar hondo para agregar:
—Ese no es tu asiento, Miguel.
El asiento seleccionado por Miguel pertenecía a la mesa en la cual el profesor se sentaba cada vez que estaba de pie por mucho tiempo y no quería regresar a su silla porque era muy baja y no podía hacer contacto visual con los estudiantes. Un puesto que siempre permanecía vacío por estar precisamente marcado con el olor de un trasero viejo, uno que estaba convenientemente pegado a la puerta de entrada y salida. Rebeka pudo deducir que se tramaba algo en el ambiente.
—Puedo dar por concluida la asistencia —dijo Rebeka, no como pregunta, sino como afirmación.
—No, falta Omar. Yo le vi en la mañana, pude notar que estaba en la cafetería mucho más preocupado de lo usual, como si le doliera la barriga —dijo una chica que se sentaba justo en la esquina de clase.
Rebeka hizo su mayor esfuerzo para comportarse de la forma más civilizada posible. La voz pretenciosa que le provocaba dolor de cabeza y muy malas memorias, pertenecía a su ex mejor amiga, Lizandra, apodada “Liz”. Aunque en el pasado rompieron con muy malos términos, Rebeka le dijo que no quería escucharle más y Liz, como era habitual, se hacía escuchar cada vez que tenía una oportunidad para hablar, por su personalidad tan “intensa”.
—Si mal no recuerdo y mi mente no me falla, él estaba junto a ti, Mig… —continuó hablando la rubia y aprovecho para abreviar el nombre del chico que ahora se sentaba en el primer puesto y que estaba dando de qué comentar—. ¿Me equivoco?
Rebeka actuó como si no hubiera escuchado las palabras de Lizandra y siguió observando a Miguel.
—Hablando de eso, él tuvo que ir al baño. Tenía problemas en el estómago. Sí, tuvo que ir con mucha urgencia, aseguró dijo Miguel.
Ante el comentario, los integrantes del aula rompieron a carcajadas.
Por otro lado, Rebeka apretó su puño con fuerza. Dado a que no le hacía gracia las carcajadas burlescas e inmaduras de ese grupo de alumnos. «¡¿Cómo se atreve a ensuciar la reputación de su mejor amigo de esa manera?!» se preguntó enojada. «Ya se me había olvidado lo tanto que me molestaba escuchar la voz de esa traicionera, mala amiga y ahora tú sembrando comentarios como ese, tal vez te tenga que poner en la lista de indeseables».
En voz alta, Rebeka trató de recuperar el orden, pues estaba decidida a enfocarse en el asunto que tenía por resolver.
—Entiendo que el miedo puede hacer que alguien sienta deseos de ir al baño, pero Omar no es de esos. Espero que ustedes sean capaces de seguir riendo cuando esté presente y no a sus espaldas.
El comentario por parte de la presidenta fue amargo, pero real. Ninguno de los presentes tenía el valor para reírse de semejante manera en frente de Omar.
Una vez resuelto el alboroto, Rebeka calculó la situación, cosa que le hizo pensar. «¡¿Qué estás tramando, Miguel?!».
De pronto, la respuesta a la última pregunta vino junto a un característico sonido.
«Ufff, ¿con qué así?», pensó ella. «Alguien está haciendo una llamada y por eso está vibrando su teléfono. Miguel se sentó en el primer puesto y me está prestando mucha más atención de lo normal, como si quisiera saber dónde tengo el teléfono. Eres un libro abierto ante mi intelecto. Pero, debo darte algo de mérito, en frente del aula, me siento tan avergonzada por mi indecencia, que creo que no podré aguantar esta sensación. Ni yo sabía que mis pezones podían estar así de sensibles. Tal vez esté a punto de llegar a caer con mi periodo. Sea lo que sea, ahora tendré que sacarme esta cosa del sujetador, pero si lo hago, tal vez él pueda arrebatármelo y correr, la puerta sigue abierta… Ja. ¡No me hagas reír!».
Tu, tutu, tururu tu… El rítmico sonido de un tono se escuchó paulatinamente entre el murmullo del aula.
Los alumnos se dieron cuenta que un teléfono comenzaba a sonar, lo que les hizo guardar silencio y prestar atención en dirección a dónde provenía el sonido. Alguien tan orgullosa y arrogante como Rebeka, que nadie imagina que fuera tan pervertida, estaba en frente de una clase, sintiendo las vibraciones de un teléfono ajeno en su pecho.
«¿¡Qué!?» «¡No estaba en vibrador! ¿Qué puedo hacer ahora?» pensó.
—Oh, jo, jo jo. Un teléfono está sonando. No vas a contestar pre-si-den-ta —mencionó Miguel, estirando cada sílaba pronunciada.
«¿¡Y me lo dices tan descaradamente!?», se dijo Rebeka, casi a punto de ser sorprendida en el acto. «Muchos no reconocen que un tono tan común le pertenece a Omar, pero si saco el teléfono ahora, no solo me verán sacándolo de mis pechos, sino que también podrían reconocerlo. Aún el profesor no entra, pero el silencio es cada vez es más alarmante»
En cuestión de segundos, de forma bien improvisada, a Rebeka no le quedó más opción que toser y llevarse la mano al pecho. Tan rápido como pudo, se las ingenió para apretar alguno de los botones que el dispositivo tenía en el borde, para así silenciar la llamada por el momento.
Actuando como pensaba, disimuladamente, ella hizo su mejor improvisación de un estornudo. Uno tan exagerado que le llevó a inclinarse hacia adelante mientras se llevaba la mano al pecho.
—Dejó de sonar… No era tan urgente entonces —dijo ella en voz alta mientras se agarraba el pecho con la mano derecha cual si pretendiera aliviar su congestión—. Por favor, lo voy a dejar pasar por alto, pero de quién sea el teléfono, si vuelve a sonar, tendré que confiscarlo.
Luego del sermón de la presidenta, quienes antes estaban planeando reírse en frente de Omar, ahora volvían a perder interés en lo que estaba pasando y procedieron a seguir hablando sobre temas más interesantes.
«Tengo aproximadamente cinco segundos para apagarlo cuando vibra», pensó, mientras evitaba quedar expuesta. «Me alegro de no haberlo puesto en mis bragas».
Luego de hacerle caso omiso al asunto, bajó el volumen del dispositivo hasta ponerlo en vibrador mientras organizaba sus papeles tan rápido como podía. Justo antes de dirigirse camino a su asiento, Rebeka miró en dirección al otro puesto que estaba vacío, luego a la puerta que aún permanecía abierta y dijo:
—Omar, sé que estás ahí afuera en el pasillo. Por favor entra antes de que el profesor te vea.
La clase se apagó en un silencio sepulcral ante las palabras de la presidenta. El sudor frío corrió por la espalda de quienes se habían reído del comentario de Miguel, cuando por la entrada se asomó el rostro familiar de Omar. Era él quien a pesar que no existía ningún alumno con la camisa por fuera, despeinado y mostrando el pecho, se mostraba imponente ante los profesores. Ese a quien todos respetaban, admiraban y casi que idolatraban, como símbolo de rebeldía en contra de las reglas.
Omar hizo contacto visual con los presentes, pero, sobre todo, Rebeka era quien dibujaba una expresión facial que significaba “Te tengo en la palma de mi mano”.
Una vez comprobó que ninguno de los presentes estaba dispuesto a reírse en su cara, saludó a Miguel como si le estuviera dando puntos por el esfuerzo fallido. Luego arrojo el suéter negro sobre su silla y se sentó, hasta que finalmente el profesor entró al aula.
Tras protestar y rabiar por el trabajo que le quedaba, el instructor de la clase de “Cálculos” culpaba entre dientes la ignorancia de sus estudiantes y que poco podía hacer con esos que eran estúpidos.
Tras entregar la lista de asistencia, Rebeka aprovechó para caminar en dirección a su puesto, cuidando de guardar su distancia de las bolsas con las cuales pudiera tropezar. Una vez llegó, colocó su libro y libreta sobre la mesa, pretendió hacerles ver que nada sucedía, para esperar a que la clase comenzará oficialmente. Se sentó en el último asiento, uno en el que casi no podía escuchar lo que el profesor hablaba ni ver las letras que se escribían en la pizarra, pero le permitía cumplir su propósito de vigilar a los demás estudiantes.
«Siendo la presidenta no estoy al frente de la clase, sino al final… irónico, ¿no?», se dijo Rebeka. «De todas las veces que maldije este puesto, hoy es el día en el que estoy feliz de tenerlo, ya que puedo hacer lo que quiero».
Omar estaba que mordía a cualquiera que intentara tocarle, puesto que nadie más que él sabía que cuando comenzara la clase sería el momento perfecto para que Rebeka pudiera hacer de las suyas y abrir el teléfono que tanto quería recuperar. Él no pudo evitar mirar atrás varias veces asustando a los chicos que tenía alrededor.
«Verle así me hace sentir más curiosidad», pensó Rebeka, manteniendo su sonrisa triunfante. «No sé si sería una buena idea abrir su teléfono en este momento. Podría ver algo que me altere… Como sé que soy una chica responsable y calmada, echaré tan solo un pequeño vistazo».
Sentada en su puesto, con todo organizado y cuidado de que nadie le estuviera viendo, Rebeka se introdujo la mano en el sujetador con la intención de sacar el celular que llevaba ahí dentro. Tras desabotonar discretamente los primeros botones, logró sacar la parte superior del aparato. Volteo la cabeza de izquierda a derecha y con cuidado siguió jalando por los bordes. A pesar de la anchura y el peso, más la fricción que su pezón hacía sobre la pantalla, pudo sacarlo por completo, no sin antes seguir el movimiento con su otra mano, para arreglar el sujetador y ocultar la carne que se asomaba.
Cuando por fin tuvo el teléfono sobre la mesa y los botones de su camisa de vuelta donde debían estar, Rebeka sintió miedo de seguir escuchando las malicias que su corazón le decía que hiciera. De este modo, no tendría que exponerse al peligro de ser amonestada por el uso inapropiado de tecnología. Aunque con toda la poca atención que recibía sentada en la última silla, debía suceder un milagro para que alguien la viera haciendo lo que se dispondría a hacer. Como la chica sensata que era, prefería quedarse en lo seguro, pero sin siquiera proponérselo, sus dedos escribieron la contraseña.
«Mi nombre», letra a letra presionó sobre la pantalla táctil y le dio aceptar. «De todas maneras, debo cambiarlo a modo silencio…»
[La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.] salió un mensaje en la pantalla.
La mirada de ella quedó confundida. «Tal vez sin mayúscula…».
Tan pronto lo volvió a intentar: [La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.]
«Intentaré colocando todas las letras en mayúscula»: [La contraseña que se ha ingresado es inválida, inténtelo de nuevo.]
«Ja, ja, ja … ¿Me engañó? ¡Me mintió y caí de lleno! ¿Cómo puede ser posible? Cuando me habló al oído, sonó tan convincente. ¡¿Acaso es esta la razón por la que intentaba recuperar su teléfono con tanto desespero?! En verdad tengo deseos de destrozar este aparato. Sí, destrozarlo, pero contra su cara, por descarado y mentiroso».
«Tengo que transformar toda esta energía que tengo en mí», se dijo, como método para calmarse. «Arrancaré la primera hoja en blanco de mi libreta. La arrancaré y la destruiré en pedacitos», siguió pensando. «Por dios, puedo sentir como mis orejas se incendian, tengo calor, estoy tan enojada, que no es gracioso».
—Rebeka —dijo el instructor tan pronto escuchó el característico sonido de un papel siendo destrozado—. ¿Qué sucede?
—Nada, siento haber interrumpido la clase —dijo en voz alta—, es que cometí un error.
El profesor arrugó su nariz y tras advertir que no se repitiera la interrupción, continuó explicando el asunto de la materia que debía ser impartida.
«Sí, cometí un error,», pensó. «Espero entiendas el mensaje ¡Omar! Qué rabia, qué rabia… Rebeka, sabías que alguien te iba a hacer enojar, trata de no terminar expulsada. De olvidarlo todo, despeja tú mente. Qué se le va a hacer ¿no es así?».
«…De regreso a mi rutina. Ya era mucha alegría que alguien pusiese mi nombre como contraseña de su teléfono. Muy lindo para ser cierto…».
Luego de dejar de lado una loma del cuerpo desmembrado de una hoja de libreta rayada, Rebeka pasó de estar enojada a triste. Colocó el teléfono a un lado de la mesa, lo suficientemente cerca como para darse cuenta si comenzaba a sonar, pues tenía la intención de apagarlo. Tras sacar el lapicero rosado de su estuche, pasó la página y continuó por el encabezado.
«Oh, la fecha de hoy» recordó. «Es la misma fecha que escribí en la pizarra. Quedan dos días para mi cumpleaños. Ya casi son veintiún veranos en mi cuerpo, aún virgen por cierto… Mmm, no totalmente virgen, ahora que lo pienso».
«Como chica curiosa, confieso que, aunque desconozco el contacto y las caricias de la carne de un macho, como criatura fogosa y pervertida, sé lo que se siente la inserción de diversos objetos domésticos en mi interior».
«Veinte años con esta condición y entre toda la escuela, puedo presumir ser la más atractiva. No tendré los pechos más grandes o las piernas más redondeadas, ni el cabello más largo, pero sí tengo la mejor figura. Aun así, la culpa se atribuye a que soy muy selectiva, a diferencia de las otras regaladas. Tal vez por esa razón sigo sin acostarme con un hombre a mi edad».
«Él era perfecto. Se comportaba como un animal de vez en cuando, pero creí que en su corazón albergaba puras intenciones».
«Desgraciado que solo me causa dolores de cabeza, sube mi felicidad y luego mi decepción, como un niño que juega con un avión de juguete. Solo que este niño vive en un segundo piso y lanzó el maldito juguete por el balcón para luego recogerlo y subir a tirarlo más lejos».
«¡¿Con que mi nombre?! ¡¿Me acosabas todos los días camino a la escuela?! ¡¡¡No te creo, mentiroso!!! ¡No sabes nada de mí! Yo sí sé todo de ti… cada pequeño comentario que hablabas con tus amigos, cada chisme que corre por los pasillos, toda la información que tiene la escuela de ti, tus gustos, tus colores, tu fecha de cumpleaños. ¿En verdad eres diferente? No me hagas reír… ¡Dónde están las pruebas!».
«No debo llorar, es la segunda vez en el día que descuido mis emociones. Todo por culpa de ese idiota de pelo negro».
«Pero todo es muy triste y ya casi no puedo seguir apuntándole».
«Otra vez tendré que ir a mi casa sola. Otro día más viviendo en la monotonía. Otro año en el que encontraré una carta anónima en mi casillero, dibujos de mí, poesías y ridículas confesiones de amor de alguien comprometido a protegerme desde las sombras. Después de haber investigado por tanto tiempo, tú eras el único que encajaba en el perfil, pero por mentiroso ni aunque seas tú, te voy a aceptar».
«Desaprobaste la prueba, no puedo seguir dejando que juegues con mis emociones».
«¡Aww! ¡Cuántos intentos tengo con este maldito celular para poder adivinar la clave! ¡Si en verdad lo sé todo de ti, esta será la prueba decisiva en la que podré demostrar que eres un farsante!»
Mientras el profesor escribía en la pizarra, con el característico sonido que hacía la tiza sobre la pizarra, Rebeka apuntaba en su libreta, pero no eran las notas sobre las ecuaciones matemáticas, sino cada contraseña que escribía, con tal de no tener la necesidad de repetirla y poner una diferente en cada intento.
«Ciento treinta y dos intentos y aún nada» confesó. «Estoy por rendirme».
Mientras resoplaba de la impotencia, Rebeka se dio cuenta de que no había sido capaz de avanzar o prestarle atención a la clase. Un material que, como siempre decía el profesor «va a prueba, estúdienselo». Ella seguía allí, estancada o peor que antes, producto del dolor de cabeza que sentía al no poder seguir generando información para encontrar la contraseña y ponerle punto final al asunto del teléfono.
Pero no se quería rendir, estaba encaprichada, por lo que, de ningún modo, podría no seguir intentando, aunque lo más sensato fuese reclamarle al propietario por mentiroso y extorsionarle para que le diera la contraseña. Aunque nada le aseguraba que pudiera seguir existiendo en ella el mismo nivel de curiosidad con otra contraseña, quiso levantarse, hacer callar al profesor e ir directo al asunto en frente de todos.
Rebeka tomó la decisión de respirar hondo, tenía que recordar ser paciente, tomar las cosas con calma y mantener la mente fría, ya que de esta forma los resultados prometen ser más beneficiosos que el resultado de esas decisiones que se toman en caliente y de forma desesperada. Tras dejar salir todo el aire que acumuló en su pecho, miró a través del cristal de la ventana, pero, por desgracia, se podía obtener poco optimismo y ánimo con el panorama de una ciudad en desarrollo, en la cual los edificios tapan el horizonte.
«¿Tal vez deba confiar en él?» pensó distraída. «La pregunta correcta es otra… ¿Quién sería la persona perfecta para mí?»
«Si soy sincera, el chico perfecto sabría mi cumpleaños, así como tampoco me permitiría que lo pasará sola»
{Rebeka 190702} Tras pulsar aceptar, la pantalla del teléfono dio acceso.
«¡No lo puedo creer!».
«Estoy tan feliz que podría salir gritando por la puerta en este momento. Mi corazón se acelera, casi no puedo detenerlo, mis manos sudan y tiemblan. No creo lo que veo, y siento como si en verdad estuviera haciendo algo prohibido… pero, está abierto y puedo explorarlo todo» se dijo, mientras miraba los iconos que flotaban sobre un fondo de pantalla de color claro.
A pesar de todo lo que sentía, Rebeka permaneció quieta durante unos minutos, con su cara de mejor jugadora de póker. Cualquiera que le mirara creería que no existía nada que perturbara la tranquilidad de esa chica que siempre respiraba apaciblemente, como si estuviera en armonía absoluta con el mundo, disfrutando del silencio y viviendo al máximo el momento.
«Esta sensación de miedo no es buena», se dijo ella, tragando en seco, hecha pedazos en su interior. «Me deja tan nerviosa que me hace querer ir al baño, pero debo aguantar. Me tengo que aguantar, después de todo tengo en mis manos el teléfono de Omar. Ahora que el profesor sigue distraído en su explicación, mejor empiezo por lo mejor, por la galería. Sería fantástico ver si tiene fotos al desnudo. Tan pronto como las encuentre, las voy a transferir a mi teléfono. Ahh, pensar que estaba tan deprimida, a punto de llorar, ahora estoy tan ¡¡¡¡feliz!!!!».