Stagnation

Chapter 6
Marín, que el cielo nos ampare


Con el plan de atacar otras partes del reino, mientras que las fuerzas principales de los subyugadores se quedaban enfocadas en el templo de artes amatorias, Akai tomó a Yicel por la mano y tan pronto se despidieron de Rey y Lía, se marcharon por el pasillo hasta perderse de vista. La vampira siguió con su mirada agachada, pues no podía entender cómo era que alguien tan fuerte estaba dispuesto a seguirle. 

   Heliúk también se marchó como pudo, en dirección opuesta a los dos revolucionarios, por donde habían llegado los cuatro primeros subyugadores, cuyas manchas aún pintaban el suelo y las paredes. Este, a diferencia de los dos anteriores, camino sin mirar atrás hasta desaparecer de la vista de Rey.    

  —¿Cómo es que sabías que yo no tenía intenciones de abandonar este templo? —preguntó Lía, apenas vio la oportunidad—. ¿Cómo es que aún te empeñas en seguirme?

 —Lía, —dijo Rey con la voz de alguien gentil— no necesité de tu sangre, pues con tan solo mirar a tus ojos fui testigo de todo el sufrimiento por el que has pasado. Estuviste tan enfocada en recuperarte, en repararte y en castigarte a ti misma que no te diste cuenta de que siempre fuiste tú, cuando las emociones llegaron a tu vida no cambiaste, evolucionaste. Ser una sobreviviente te hizo afrontar una vida que alguien más no estaría dispuesto a vivir. Este es el momento, ya has sido fuerte por suficiente tiempo, ahora déjame continuar por ti. No tengas miedo de apostar por mí. Acepto tu dolor, te acepto tal y como eres.  

   Las palabras de Rey se volvieron como agua para Lía, agua que limpió y lavó las culpas dentro de ella. El dolor y el sufrimiento se desvanecieron, diluidos por el inmenso torrente de líquido, tibio y cálido. Sintiéndose mujer por la felicidad de ser aceptada a pesar de su pasado tan grotesco, con sus labios, ella se apoderó una vez más de la boca de aquel chico. La vampira hizo contacto con la lengua de él y entre las dos juguetearon en lo que era un beso apasionado entre los cuerpos que finalmente dejaban la vida de los subyugadores.

 Por ciertos movimientos inexperimentados de parte de Rey, unas cuantas veces los dientes de ambos chocaron entre sí, provocando una molesta sensación en los mejores momentos, pero en tan solo segundos, después de que el beso se extendió, ya era el chico quien intentaba literalmente comerse a la vampira sin hacer uso de movimientos de principiante. 

 Mientras tanto, alguien bastante interesado había estado presente en un edificio separado, pero a la vez, lo suficientemente cerca para estar al tanto de todo lo que había sucedido desde que el caído del cielo llegó al lugar. Era Román, quien meditaba, con tal de sentir la presencia de Rey y Lía.

 Una sonrisa iluminó el rostro del sujeto avanzado en años, era el rostro de la persona que era nombrada por todos como “la mano derecha del rey”. 

«No estoy decepcionado de lo que hasta ahora me has mostrado, pequeño. Estuve en lo correcto al dejarte con ella. Como tu madre era vampira, es natural que seas más propenso a escoger una mujer con características semejantes para procrear. Aun así, ignorando las preferencias reproductivas que pudieras tener, fuiste capaz de cumplir con todos los requisitos en el momento que decidiste luchar por esa chica, quien en el interior está abarrotada de problemas e inseguridades; incluso dejaste ir a un mensajero para obtener la atención de Gilgamesh. Creo que se avecinan verdaderas calamidades».

  Román abrió sus ojos y dejó su postura de meditación para salir de donde estaba e ir en dirección a donde había ocurrido el incidente, puesto que él creía que ya era el mejor momento para hacer acto de presencia. 

  Quienes se negaban a despegarse del beso que se estaban dando, escucharon una marcha de botas que hacían sonar el suelo con su aproximamiento. En cuestión de segundos, una docena de individuos, totalmente diferentes a los subyugadores, aparecieron por el pasillo. Pero Rey no se alarmó ante los recién llegados por dos razones: una era que reconocía el olor de su hermano Dante impregnado en ellos y la segunda razón era que Lía también les estaba ignorando como si los conociera.

   —Que el cielo nos ampare —dijo una chica que vestía un uniforme impecable y bien planchado. Ella iba al frente de los demás individuos y por esa razón se hacía notar como una persona importante, también llevaba en su cintura un intimidante sable—. No solo se atrevieron a matar a un subyugador, sino que a tres de ellos y además disfrutan de la escena como si representara placer. Ustedes están enfermos. Son unos monstruos ¿Qué son esas cuatro manchas en el suelo y el insoportable olor de carne quemada? 

  —Otros cuatro subyugadores —respondió Lía.

  Tres más cuatro eran siete, más de la cantidad suficiente de muertes como para llamar la atención de todas las fuerzas policiales e incluso militares del reino. El grupo de personas detrás de quien hablaba, parecieron perder las esperanzas en sus miradas. En efecto, Rey estaba desnudo y con el miembro endurecido, mientras que Lía siguió besándole y tocándole como podía. 

  —¿Es mucho pedir que dejen la asquerosidad en un momento de seriedad? —demandó la imponente voz femenina.

  Tras finalmente romper el tan apasionado beso, la vampira agregó: 

—Coronel Marín, del personal de seguridad de este templo ¿acaso no tienes trabajo que hacer? ¿Proteger y educar a ese que te fue dejado a cargo? 

  —Con esta situación de los subyugadores, semejante individuo se me escapó. —  Marín, quien disfrazaba sus ojos rojos con lentes negros, titubeó antes de continuar y dijo: Debo informarte que, al parecer, quien se encargaba de cuidar al vampiro pura sangre, fue quien dejó escapar la información con tal de salvar a su familia.   

  —Mmm, de ser así, tiene sentido. —Lía estaba convencida de la seriedad de las palabras que decía Marín—. De entre nosotras tres, ella es quien más raro ha estado actuando últimamente, aprovechando cada oportunidad para dejar su puesto de trabajo.  

 —¿Qué piensas hacer si encuentras a Dante? —preguntó Rey con tono jocoso, al mismo tiempo que con un chasquido de sus dedos hacía desaparecer los cuerpos que tenía delante, no sin toser sangre como consecuencia. 

 Sorprendida por escuchar al pequeño hablar casi perfectamente en el mismo idioma que la doctora, Marín agregó: 

—Espero que él no esté intentando escapar. No se ven enfermos, pero ¡pienso encarcelarlo hasta que aprenda a escucharme!

  Desde la oscuridad, Dante fue sacudido por una contentura inimaginable. Por alguna razón que realmente no le interesaba saber, finalmente pudo entender el idioma que tanto le irritaba escuchar y aunque no podía hablarlo bien, ya que se le enredaba la lengua, lo usó tan pronto salió de uno de los ductos de ventilación.

—Atrévete, entonces —gritó de forma desafiante. 

  Dante dio varias vueltas en el aire y tras caer de pie, se puso las manos en su cintura haciendo una pose de superioridad.

  —¡Con que puedes hablar y, aun así, durante todo este tiempo, solo me gruñías y gritabas como una bestia salvaje! —dijo Marín más irritada que nunca. 

 Tan enojada estaba que desenfundó su espada y saltó rápidamente sobre el pequeño licántropo con la intención de atravesarlo. Aunque uno de los soldados que le acompañaba intentó detenerla.

  Lía podía entender la situación. Al igual que sucedió con la bestia felina, el hermano de Rey pudo aprender la lengua por arte de hechicería. No era algo que siempre hubiera sabido, pero ¿quién iba a contarle a Marín semejante detalle cuando era una pérdida de tiempo? Con una visión centrada y testaruda, la jefa del personal de seguridad tenía el mal hábito de capturar y después hacer preguntas.

  En el momento, Dante pensaba usar las uñas de su mano para bloquear el ataque que no representaba amenaza alguna. Pero algo en el interior de su mente, el mismo factor que le hizo saber entender y hablar la extraña lengua, le llevó a hacer aparecer su catana (sable), para rápidamente poner el cabo de esta sobre su hombro y bloquear el ataque de Marín.

  Metal con metal, las dos espadas chocaron y Marín se ofendió aún más, en su mente ella no podía entender como alguien que merecía ser castigado osaba detenerle y mantener un rostro tan risueño. Como una madre que pretende hacer valer la golpiza que un hijo malcriado merecía, empujó con todo su cuerpo el sable hacia abajo. 

   Dante ni se inmutó ante los esfuerzos de la enojada muchacha, después de todo, ella era débil. Tan débil como lo podría ser un simple humano. Pero él quería disfrutar su superioridad, alardear de su fuerza y capacidades, lo que le tentaba a alargar la pelea tanto como pudiera. 

   —¡Salvaje! —gritó Marín mientras retrocedía y les ordenaba a quienes la seguían que dispararan sus armas—. Yo estoy a cargo de ti y si no vas a obedecerme como Román dice, no me sirves de nada. 

  El personal de seguridad del templo se quejó ante la orden, ya tenían mucho en sus platos al saber que unos cuantos subyugadores estaban muertos, lo que significaba que el templo sería condenado como área no segura sujeta a exterminación y que tenían que repetir algo que evidentemente no funcionaba. Pero Marín los amenazó con las siguientes palabras: 

—Como dije, si no me obedecen, no me sirven de nada.

  Con tal de preservar sus vidas un poco más, los presentes levantaron sus armas y obedecieron la señal de disparo. Y justo en el momento que ellos apuntaron sus armas, todas las luces del pasillo se apagaron. De luz a oscuridad, el suelo comenzó a temblar y quienes eran incapaces de ver en la noche no tuvieron más remedios que aguantarse los unos a los otros con tal de no caerse. 

  Entre el pánico del personal de seguridad, la sorpresa de Marín y las burlas de Dante, una presencia tan intimidante como familiar se hizo presente. Este individuo no fue notado por Lía, pero era distinto para Rey, quien dijo:  

  —Ya me extrañaba que decidieras seguir manteniendo la distancia.

  Jhades, quien caminaba por el techo, desafiando todas las lógicas de la gravedad, hizo que las luces se encendieran al mismo tiempo que las pistolas del personal de seguridad desaparecieron. Él daba pasos lentos, dibujando expresiones obstinadas en su rostro. No era que quisiera salvar a su otro hermano, con tal de no eludir las obligaciones que se había dado ante su madre, pero tampoco quería ofrecerse a prolongar la inmadurez de quien quería alardear de sus fuerzas. 

  —Armas que no pueden matar humanos ni siquiera podrán dañarte —dijo el vampiro mientras disparaba balas de goma en dirección a Dante, quien ni siquiera intentaba esquivarlas o expresaba sensación de dolor cada vez que un proyectil se destrozaba contra la carne que componía su frente—. Por otro lado, Rey, debes saber entender a estos humanos cuando no existe nada que merezca la pena escuchar, es un esfuerzo en vano. Aunque me parece más interesante que tengas el poder de hacernos entender todo un idioma y nos devuelvas a nuestros Youses. 

  —¿Por Youses te refieres a esos felinos que pueden convertirse en armas? —preguntó Lía sacando conclusiones.  

   —¿Vampira? —dijo Jhades reconociendo la presencia de quien se paraba detrás de Rey. 

  —Hablando de cosas interesantes, veo que ustedes dos pueden usar sus poderes libremente sin tener consecuencias —comentó Rey, llamando la atención de sus dos hermanos.  

  —Al estar alejados de ti, se recuperaron casi al cien por ciento — dijo Lía, algo sorprendida.

  —¿Qué consecuencias? —preguntó Dante, pero cuando vio a su hermano volver a toser sangre, se dio cuenta de cuál era la consecuencia.

  Rey entendió que entre sus hermanos, cuando ocurrió la explosión atómica, él había sido el único que no murió ni fue revivido por los poderes de su madre. Era muy posible que esa fuera la razón por la cual él aún mantenía el veneno del que Lía había hablado. Aun así, había pasado mucho tiempo desde que había visto a sus hermanos por última vez, cosa que le llevó a preguntar: 

  —Díganme, ¿cómo se siente haber escapado y ser libres de no morir asesinados?

 —Yo iba a vivir mucho tiempo, nadie en el grupo desearía la muerte de alguien bueno —dijo Jhades en un tono no muy contento, dando una respuesta críptica al asunto. 

  —Cállate, niñito de mami, tú también ibas a ser asesinado por madre y padre, ¿crees que ellos no podían ver tu actuación? Rey, respondiendo a tu pregunta, se siente bien tener todo este mundo bajo mis pies para conquistar. Si estás enfermo y vas a morir, no importa, yo me encargaré de ti.

  Los tres hermanos hablaban en la lengua antigua, por lo que Lía era la única que podía entenderles. Aunque ella llegó a la conclusión de que los tres presentes eran hijos no deseados que escaparon a la ejecución de sus familias, decidió quedarse callada.

  Marín siguió presionando sus dientes por la impotencia y el coraje que estaba sintiendo. A pesar de todo lo que sucedía y las muchas veces que intentó tomar el control, le frustraba que aquel salvaje no le hiciera caso. Ella ya no veía esperanza en encontrar una manera, pues no podía utilizar la fuerza para hacerle entender. «¿Qué puedo hacer para que me respete?» se preguntaba ella. «Mmm, pensándolo bien y dejando de lado el hecho de que está desnudo, ese, a pesar de ser el más fuerte de los tres, se ve mucho más dócil y actúa más civilizado que los otros dos. ¿Qué habrá hecho Lía?», mientras pensaba, Marín recordó que apenas llegó a la escena, la doctora estaba besando y acariciando indebidamente el cuerpo del caído del cielo asignado a ella por Román, aún estando en frente de todos, como si el placer fuera una manera de recompensar el buen comportamiento. Después de todo, aunque ella era la encargada del personal de seguridad, también era una sacerdotisa de las artes amatorias.      

 De pronto, los tres pequeños que actuaban con familiaridad en su reunión cambiaron las expresiones de sus miradas y se volvieron más desconfiados. Estaban a la defensiva, mientras que observaban en dirección al lado opuesto del pasillo. Tanto para Rey, Jhades y Dante, quien se estaba acercando era digno de temer. Un ser tan poderoso que podía hacerle frente a sus padres y maestros.

  A Lía como a Marín, también les llamó la atención el cambio tan radical de comportamiento de los tres “caídos del cielo”. 

  Román fue quien apareció caminando por el pasillo. El individuo avanzado en edad, se acercó manteniendo un rostro gentil y tan pronto estuvo lo suficientemente cerca como para que su voz fuese escuchada, procedió a hablar. 

   —¿Quién tiene derecho a ser llamado monstruo? —preguntó el sujeto quien, a pesar de estar cubierto por atuendos desahogados, se valía de un cuerpo característico de aquellos que habían caminado el sendero de los guerreros—. ¿Los demonios con corazones humanos o los propios humanos con corazones de demonios?

  Los presentes guardaron silencio ante la pregunta que ni siquiera encajaba en dicha situación. Por otra parte, Rey fue capaz de entender el sentido de la pregunta valiéndose de los recuerdos de la vampira, más la experiencia que hasta el momento había tenido, por lo que él decidió responderle al sujeto como si estuviera hablando con su anterior maestro. 

   —El hecho por el cual los humanos esclavizan a quienes no consideran de la misma raza —empezó a hablar Rey, dando un paso al frente—, no es que llegaron a alcanzar un límite de desarrollo tanto tecnológico como cultural, si no que temen a los desarrollos de las otras especies semejantes. 

  —Si se necesitaban cien humanos y diez días para construir un castillo, un solo dios podía hacerlo en un solo día —continuó Román ampliando la sonrisa de su rostro. 

   —Por ende, un dios entre los humanos nunca será un verdadero dios entre los que lo son —término Rey la oración.  

  Por muy complicado y carente de sentido que fuese la conversación divagante de monstruos, humanos y dioses, aunque Lía, Marín, Jhades, Dante o alguien del resto del personal de seguridad quisiera hablar, la apariencia intimidante de Rey y Román no les dejaba decir nada. 

  En el medio de la conversación con alguien que parecía entenderle, Román dio fuertes carcajadas y extendió sus manos con felicidad. Desde su punto de vista, e incluso desde hacía cientos de años atrás, después de haberse convertido en un “maldito”, él había vagado en busca de un “hechicero capacitado” y estaba feliz de encontrar más y más indicaciones de estar en el camino correcto. 

  —Oh, les pido mil disculpas por estas divagaciones mías —dijo el anciano, dirigiéndose a todos—. Debido a ciertas circunstancias, como lo puede ser la muerte de siete subyugadores y el testimonio de que estamos dando refugio a un vampiro, este templo de artes amatorias será descontinuado y puesto en cuarentena.

Lía, Marín y el resto del personal de seguridad que se encontraban allí, se mostraron inexpresivos ante la noticia. Ellos estaban condenados y no tenían remedio de salvación desde que dieron asilo a los “caídos del cielo”. En el pasado, cuando ocurrieron casos similares, tan solo el propietario del templo era quien se salvaba de la condena a muerte.  

  —Incluso yo he sido denominado un esclavo u objeto de la sociedad, ya no soy su tutor —admitió Román como si fuera algo doloroso, pero al mismo tiempo estaba feliz—. Aun así, no tengo razones para escapar.

  La noticia de la degradación de alguien conocido como la mano derecha de Gilgamesh, fue devastadora para los presentes que sabían del tema, tanto así que Marín lanzó al aire una pregunta: 

  —¡¿En dónde está esa traidora?! 

  —Muerta… —respondió Jhades, para evitar favorecer que la conversación se siguiera alargando. El vampiro puro de sangre, parecía ser el único individuo que no pretendía aliarse con nadie en particular ni quería sentirse incluido en los planes que pudieran crearse. Él se negaba a creer que luchar fuera a dar resultados, que conllevara a tener más libertad de la que ya tenía o que el aliarse a personas incompetentes le ahorraría trabajo—. Con o sin acciones, su vida seguiría siendo la misma de siempre.

  —Él no está equivocado —dijo Román, ignorando la personalidad del vampiro que tan alto anunciaba que buscaba beneficios a cambio de hacer algo—. Esa chica, a su salida del templo, fue ejecutada por dos de los subyugadores que se quedaron cuidando la entrada,  los mismos que sellaron todo el lugar tan pronto Heliúk salió y les dio el reporte. 

   —¿Qué podemos hacer? —preguntó uno de los individuos, perplejo por su sentencia a muerte. 

   —Morir luchando —respondió Lía, tras sentirse convencida de que existía la esperanza de ganar en combate. 

   —Si luchamos de una forma u otra, yo tengo la esperanza de poder hacer una diferencia —dijo Román—. Creo en ustedes, “caídos del cielo”. Después de haber vivido tantos años, este cuerpo ha protagonizado tantas historias que debieron fluir de forma caótica y al final terminaron fluyendo de forma circular.

 —¿Otra divagación? —preguntó Dante un tanto irritado por tener que pensar más de lo usual.

—Significa que la vida es un ciclo, cada comienzo tiene un final —aclaró Rey. 

 —Sí, un héroe nunca muere —dijo Román con expresiones agrias. Para él, lo más triste no era la muerte, sino lo destrozado que terminará aquel con el título de héroe después de la guerra. 

  Jhades, Dante, Lía, Marín y todos los demás individuos, se sintieron regocijados con esa frase que les encendió un cálido sentimiento de invencibilidad en sus corazones. 

 Por otro lado, como al principio, el joven de ojos blancos pudo entender y ver el lado oscuro de las palabras del sujeto avanzado en años. Rey no quería ser un héroe, no después de perder a White y revivirlo como Youse, bajo la condición forzosa de hacerle un arma esclava. Desde ese momento, para él, ser un héroe no era lo mismo que ser alguien que nunca perdía. Ser lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a cualquier oponente y salir vencedor en la batalla no significaba que quienes estaban a tu lado, siguiendo tus pasos, estuviesen exceptuados a peligros.

  —Seremos sobrevivientes —susurró Rey tras respirar con profundidad. 

  El pequeño híbrido podía haber dicho, “seremos vencedores”, pero él compartía la opinión que tenía Román con respecto al destino que le esperaba a un héroe.  

   Lo que solo parecían temblores y vibraciones escalaron hasta parecer un terremoto que se volvió tan estrepitoso y violento como para alarmar aún más a los presentes. ¿Podrían existir terremotos en una luna llamada sol? La respuesta es que no. No existen terremotos en la luna. Pero sí existen los lunamotos, por raro que suene el nombre, es prácticamente lo mismo, en el sentido de temblores sísmicos producidos por el movimiento tectónico, pero no era un fenómeno natural lo que estaba ocurriendo.   

  —El templo tiene que estar siendo trasladado —dijo Lía, estando tan segura de su conclusión que estuvo dispuesta a confirmar que los temblores que experimentaba la instalación eran inducidos artificialmente.

   —“Caídos del cielo” —dijo Román al mismo tiempo que los encaró, bajó su cabeza e incluso se arrodilló frente a ellos—. Mi gente está en peligro, pueden ayudarnos a pelear. Los no-humanos que residen en este planeta están en decadencia y nadie tiene la fuerza suficiente para revelarse ante Gilgamesh, el héroe de la humanidad y el antihéroe de quienes no son humanos.

 —Román, es mejor evitar confrontaciones directas —Lía tomó la palabra sugiriendo las acciones más precavidas—. Gilgamesh no conoce la diferencia entre arrogancia y capricho. Siempre que resuelve un problema, aun si es por precaución, se crea una situación completamente peor por resolver. Belldewar podría terminar en ruinas, incluso destruida. 

 —No es que estemos peor que digamos —dijo Marín.

 Jhades negaba con su cabeza, mientras que Dante inflaba su pecho aún más fuerte que nunca, imaginando toda la gloria y reconocimiento que podría alcanzar. 

  —Ser dueños de ruinas y libertad es mejor que continuar como esclavos de alguien más. Gilgamesh es odiado por muchos que podrían ser nuestros aliados. Estos cientos de miles de almas condenadas podrían seguir nuestros pasos y convertirse en seguidores —continuó Román, señalando lo que ya era obvio, con tal que Lía se convenciera, puesto que él bien entendida que, si la vampira no estaba de acuerdo, Rey tampoco lo estaría. 

  Rey entendía muchas cosas, entre estas, la situación de la que Román hablaba y no le importaba degradar la opinión que los demás pudieran tener al respecto, pero también sabía que ese sujeto que tanto se esforzaba con sus palabras era el más fuerte en la faz de la inmensa luna que llamaban sol, tan fuerte que era un verdadero dios y, aun así, hablaba y trataba de convencer mucho, en vez de dar la iniciativa con acciones. 

   —A pesar de tus motivos y razones —dijo Rey con tono desconfiado—, te debemos que nuestras vidas sean más fáciles. También sabías las consecuencias de darnos refugio y aun así renunciaste a muchos privilegios por nosotros. Acepto tu proposición, siempre y cuando no encuentre un motivo para desconfiar de ti en un futuro. Se deben de tomar acciones, más estoy seguro de que Lía sabrá el momento correcto. 

  Marín y el personal de seguridad hicieron muecas amargadas. Ellos no podían entender cómo era que Rey desconfiaba de una víctima que había ayudado a los necesitados como Román. Hasta el presente, este sujeto era reconocido en los callejones y las alcantarillas por permitirles muchas libertades a los esclavos, ayudar desinteresadamente y tratarlos como iguales, sin importar que tan cerca estuviera de Gilgamesh. Muchos incluso rezaban y estaban dispuestos a tomar decisiones democráticas con tal de que él tomará la posición de emperador, pues reconocían que, con Román como líder, la luna poblada por humanos sería un lugar mucho mejor para aquellos que no lo eran.

  Rey ignoró las expresiones de depresión por parte del personal de seguridad, él sabía que estaba en frente de un excelente manipulador, alguien como el Gran Mago Sabio, un individuo capaz de usar todo a su alrededor, pero que no se atrevería a hacer cosas buenas por los demás, si es que en algún momento no podría ser capaz de efectuar su plan maestro. 

    —Si planean no luchar directamente, debo decirles que, —el anciano se levantó expresando alivio en su rostro—, una vez esta instalación aterrice, los ataques por parte de los subyugadores se harán presentes. 

    —Entonces, ¡¿estamos flotando?! —exclamó Dante sin creérselo, puesto que él quería salir y buscar a Gilgamesh con tal de luchar contra él, pero si estaban en el cielo, la caída sería muy problemática.  

  —¡Obvio! —afirmó Marín, haciendo notar que no se asombraba por la noticia—. Al estar contaminado, este templo dejó de tener reconocimiento físico. En otras palabras, ya no es una estructura valiosa dentro de este mundo gobernado por humanos, cuya economía en su mayoría está sustentada por esclavos. 

  —¿Economía sustentada? —preguntó Dante confundido por las palabras complicadas—. ¿Qué tiene que ver con nosotros?

  —Que como todos aquí dentro perdimos nuestra identidad, no es de extrañar que arrojen a toda esta estructura hacia la inmensidad del espacio y dejen que perezcamos —dijo Lía, basándose en eventos anteriores de un pasado muy distante, el cual recordaba casi perfectamente.

  —Eso suena directo, no inteligente. Así es como me gusta. Aprende, aprende, estúpida —reprochó Dante a Marín.

  Marín, en un arranque de cólera, lanzó el sable contra el licántropo sin importar lo que ese objeto afilado fuera capaz de hacer o a quién pudiera dañar. Dante ni siquiera se movió de lugar, dado a que pudo percibir que ese ataque no tenía intenciones de matarle. 

  —Ya existen millones de naves e instalaciones en el espacio con criaturas condenadas a no perecer que pueden caer en cualquier planeta y contaminarlo, aunque es ilegal —dijo Marín tan pronto su espada dejó de rebotar y hacer ruido por el suelo—. Además, es más probable que Gilgamesh venga a ejecutarnos personalmente. 

  —Mejor, me ahorra el trabajo de ir a encontrarle —repuso Dante mientras tronaba los dedos de su puño derecho.

  Jhades cerró sus ojos en negación, puesto que era tanto lo que se hablaba y aún nadie llegaba a decir algo que le resultara conveniente.

   Marín se quedó con la boca abierta ante la expresión del licántropo, que seguramente no había escuchado la palabra “ejecutarnos”. Ella finalmente entendió que Dante era un caso perdido de mente cerrada, que sus explicaciones eran en vano y que, si no se hacía cargo apropiadamente de él, le dejaría atrás. 

  En cambio, Lía guardó silencio para mirar a Román, quien callaba la probabilidad de que Gilgamesh mantuviera sus costumbres barbáricas de luchar uno a uno, dejando al ganador con el derecho y la verdad absoluta de cualquier argumento.  

   —¿Qué tienes en mente? —le preguntó Rey a Román, quien por cada segundo que transcurría se le veía más alterado. 

   —Primero debemos salvarle la vida a cuantos podamos, pero no nos queda mucho tiempo para seguir hablando.

   —¿Sabes algo que nosotros no? —preguntó Lía sorprendida, después de todo, él había confirmado que la instalación estaba flotando.

   —La zona de evacuación puede convertirse en área de descontaminación, quienes están ahí corren peligro. Debemos apresurarnos.

  Sin decir más, el sujeto avanzado en años se volteó y casi corriendo, se marchó en dirección a donde tenía pensado ir. Rey, Lía, Marín y el personal de seguridad siguieron los pasos apurados de Román, mientras que Dante y Jhades se sumaron de mala gana, no porque estuvieran interesados, sino porque no tenían nada más que hacer.

  «Tiene sentido», se dijo Lía corriendo justo detrás de Rey y Román. «El área de evacuación es en donde todos se deben reunir en caso de emergencia. Si se convierte en una zona de descontaminación, los subyugadores estarían acabando con casi todos los miembros de este templo de una vez. Además, en las condiciones en las que Rey está, no puede luchar directamente con Gilgamesh, pues, aunque gane la pelea, quedaría en peores condiciones que si perdiera. Mientras más aliados tengamos, mejor será, ahora que lo pienso» suspiró Lía, envuelta en sus propios pensamientos, «en este tipo de momentos nunca logro evitar recordar a mi padre… no cometeré el mismo error que él cometió».

  Pasando las escaleras, Rey, Dante y Jhades tomaron la delantera e indicaron a los demás que se quedarán atrás, al llegar a lo que se veía como un lujoso pasillo principal. El sitio lucía intimidante porque estaba tan desolado que se lograba escuchar a la perfección el eco provocado por las pisadas de quienes caminaban por ahí. Para los tres hermanos, el silencio y la tranquilidad se llevaban bien con emboscadas y ataques sorpresa, por esa razón procedieron con cautela hasta que fueron detenidos por dos gigantescas puertas. Román, en cambio, familiarizado con el terreno, no perdió tiempo en usar tanta fuerza como le era necesaria con tal de romper los mecanismos de seguridad que mantenían cerradas las dos láminas de oro macizo. 

   Tragaron en seco, el grupo vio cómo el anciano abrió con facilidad algo que ellos tal vez, ni estando todos juntos, podrían hacer, si tuvieran que usar la fuerza bruta. 

  Desde el otro lado de las compuertas que cedían, se hizo ver una fuerte luz roja y blanca que se encendía y apagaba como si tuviera el único propósito de cegar a quienes mantuvieran sus ojos abiertos. Al mismo tiempo, se hizo presente un sonido insoportable de alarma de emergencia que tal vez tenía como función hacer que los oídos de alguien sangraran de lo fuerte que sonaban.

  Otro temblor tuvo lugar y toda la instalación se estremeció. Dado que el templo estaba compuesto por bloques sólidos de oro, plata y bronce, este no se derrumbaba ni colapsaba por violenta que pudiera ser la vibración. Sin embargo, los ojos escrupulosos de Rey no tardaron mucho tiempo en acostumbrarse a las luces brillantes que flasheaban de manera intermitente y notó cómo las columnas, paredes, suelo y techo comenzaban a malearse, dejando de lucir tan simétricos como en un inicio. También pudo ver cómo los cientos de individuos dentro del inmenso sitio vestían muy pocas prendas o ninguna. Mujeres, niñas y hombres en estado de pánico, algunos desmayados, otros tendidos sobre el suelo vomitando, muchos poniendo sus cabezas entre las piernas y el resto se abrazaban los unos a los otros mientras lloraban y se cubrían los ojos con fuerza.

   El personal de seguridad se alejó de la puerta, se cubrieron los oídos con todas sus fuerzas. Tampoco mantuvieron sus ojos abiertos como para poder ver al interior de las puertas debido a que la luz parpadeante casi los dejó ciegos. Lía y Marín en particular fueron quienes quedaron más afectadas con la combinación de sonido y luz a la que fueron expuestas. El volumen y destello eran intencionalmente altos por parte de los humanos que implementaron ese mecanismo como sistema anti-no-humano de clase baja. Con las habilidades mínimas de regeneración y sanación, la clase baja que no se pudiera adaptar, estaría expuesta a sufrir de forma perpetua, mientras que un humano normal se quedaría ciego y sordo después de unos minutos expuesto a semejante combinación. 

  Román, quien carecía de los privilegios que tenían los ojos de los no-humanos, se vio obligado a mantener el ojo derecho cerrado y abrirlo cada vez que quería ver en la oscuridad y su ojo izquierdo por otra parte se mantenía cerrado para abrirlo cada vez que quería ver dentro de la luz. Con un ojo adaptado para simplemente ver durante la luz y el otro para ver en la oscuridad, no tenía que preocuparse por recibir un cegador rayo de brillo, pero sus oídos con el tiempo perdieron la audición.

  —¡Salven a mi gente! —gritó Román—. ¡Yo debo quedarme sosteniendo esto para que no se cierren!

   Rey saltó por encima de Román, Dante pasó por debajo del brazo derecho y Jhades por el izquierdo. Los tres se adentraron sin ser incomodados por el agudo sonido que emitían las alarmas ni por las enceguecedoras luces blancas y rojas, y sin preguntar cuál era el peligro del que debían de salvar a las personas presentes. 

   Jhades se valió de sus pistolas para disparar en dirección a las luces y dispositivos que pudo identificar, junto con las bocinas. El vampiro tenía la intención de aminorar los factores que creaban el ambiente, haciéndolo un sitio tan ideal para que cundiera el pánico.

 Dante y Rey entraron preparados para cualquier enfrentamiento físico que se pudieran encontrar, después de todo, ellos estaban acostumbrados a pelear.

   Evaluando la situación y en busca de enemigos a los cuales derrotar, Rey percibió con sus pies descalzos cómo el suelo se dividió en dos secciones y se volvió un agujero. En cuestión de segundos, el suelo dejó de existir y los más de cientos de personas quedaron suspendidos en el aire, prisioneros de la gravedad.

  Dante se detuvo en seco y retrocedió obedeciendo a sus instintos de autopreservación. Alejado del peligro de caer, con sus ojos abiertos vio las manos de muchas mujeres haciendo movimientos en busca de algo a lo cual sostenerse con tal de evitar la caída. 

Mirando los rostros desesperados, los ojos perdidos en la confusión y escuchando los llantos desgarradores, el licántropo se congeló en el lugar, no por tener miedo, sino porque sentía que lo más correcto era no hacer nada. Además, todo lo que él tenía en sus manos era una espada, lo que mejor sabía hacer era pelear, golpear y aguantar dolor. ¿Cómo podría estar preparado para salvar a quienes no podían salvarse a sí mismos? De pronto, una sombra intrépida le pasó por un costado: era su hermano híbrido. 

 Rey, enfocado en su instinto de salvar y ayudar, mantuvo su velocidad y valiéndose de las condiciones mejoradas de su cuerpo, cogió a una mujer por la mano y a otra la cargó en el hombro antes de chocar con la pared opuesta del agujero y usarla para apoyar sus pies para saltar de vuelta a la superficie, repitiendo el proceso varias veces.

  El hermano sin apellido, ante los ojos rojos de Dante, siempre buscaba hacer más de lo necesario en todo, incluso parecía tener la necesidad de aprender, adaptarse y superarse a sí mismo sin tener a nadie más como competencia. El licántropo también sabía que Rey hacía cosas innecesarias como no dormir y lo hacía con tal de tener tiempo para entrenar duro teniendo como lema “busco el saber”, pero no buscaba la fuerza. 

Este lema le parecía estúpido a Dante y catalogaba esas cosas como innecesarias e hipócritas, pues las hacía con tal de no levantar sospechas entre los adultos, ya que su hermano de ojos blancos se estaba haciendo mucho más fuerte y con sus músculos, logró pasar el entrenamiento de su maestro y resolver los problemas, así como él había hecho.

 Otra cosa que le incomodaba a Dante era que, entre los miembros de la manada, Rey siempre se ganaba la atención de los adultos sin siquiera hablar, incluso cuando Jhades era quien lo sabía todo y decía las cosas justas y heroicas con tal de “agradar”. Pero algo era obvio y seguro para el licántropo, en ese momento, por salvar a unos cuantos individuos, Rey se haría con la admiración de otros. Que su instinto le hiciera retroceder mientras que su hermano no titubeara en avanzar, le hacía imposible negar que Rey fuese un gran oponente a rebasar, con tal de convertirse en líder. 

  En el tiempo que estuvieron viviendo en “Heavens”, Dante había sentido la diferencia de poderes, pero ahora le parecía como tres veces más inalcanzable. A pesar que él había dicho que derrotaría a Gilgamesh, el anciano y los demás parecían dejar descansar todas sus esperanzas sobre la fuerza de Rey y no la de él, quien, de los tres hermanos, era quien tenía los músculos más definidos. Dante siguió mirando cómo Rey empujaba y tiraba de los cuerpos humanos incluso acercándose al punto donde la faena se volvió más peligrosa y podía caer sin posibilidad de salvarse en el precipicio sin fondo.  

  «Después de todo, si para ser líder tengo que hacer lo que él hace, ¡yo lo puedo hacer mejor!», se dijo Dante un poco más motivado tras ver a Rey actuar con naturalidad. De cabeza se arrojó al precipicio para intentar hacer lo que su hermano. Valiéndose de sus cuatro extremidades transformadas que podía encajar y desencajar del metal que compone el lugar, el lobezno se las ingenió para sacar a cuatro individuos.

  En el momento en que Rey estaba nuevamente casi en la salida del hoyo, su pie resbaló totalmente. En toda la conmoción, él ni siquiera se había dado cuenta que una especie de aceite bañaba la pared. La resbaladiza sustancia había hecho ineficaz todos sus cálculos. Cayendo al vacío, se valió de medidas alternativas y lanzó a las otras dos chicas que cargaba hasta el borde del agujero.

  «No me va a dar tiempo, aunque saque mis alas», pensó Rey. «En cuatro segundos pude sacar a ocho personas, pero aún quedan más de cientos. Aunque Dante se decidiera a ayudar, no será suficiente. ¿Qué puedo hacer?»

  Tan pronto el sonido ensordecedor de las bocinas y las luces brillantes fueron eliminadas por los disparos de Jhades, se logró escuchar un grito.   

  —¡¡Salgan de aquí!! —rugió Román varias veces, viendo cómo unas cuantas chicas regresaban a la superficie y parecían desorientadas sin saber qué hacer.

  Aunque quienes rápidamente se tomaban de las manos y se esforzaban por salir ni siquiera podían escuchar con claridad, la firme voz de alguien se les hizo perceptible y con esto pudieron ver en dirección a la salida.  

 «Esto es una locura, ¡¿y él piensa seguir?!» pensaba Dante, quien no estaba dispuesto a seguir compitiendo dados los riesgos que implicaba el momento. 

—¡¡Rey!! — gritó Dante, mientras encajaba sus garras en el muro, desistiendo de seguir bajando.

  El llamando a la compostura por parte de su hermano licántropo fue ignorado, Rey, con ojos de alguien que pensaba intentar algo descabellado, sacó sus alas y se inclinó hacia adelante con la intención de caer más rápido, esquivando a las personas que querían aferrarse a algo. 

   Dante gruñó, bastante enfadado por ser ignorado, volteando a mirar a los ojos a la persona que tenía en sus brazos. El sujeto, vestido de prendas lujosas y extravagantes, apenas vio los brazos transformados de quien le sostenía y la tan grotesca apariencia de algo que no conocía, intentó zafarse del agarre con todas sus fuerzas como si prefiriera caer antes de estar en las manos de una bestia. 

   —Me das a entender que prefieres caer el vacío en vez de ser salvado por mí —dijo Dante entre dientes, casi retrayendo sus orejas como un perro a punto de morder a alguien en el cuello. En el rostro del licántropo, el enfado se convirtió en rabia. —A diferencia de mi hermano, —él sacó todos sus dientes y transformó su boca—, yo odio a los humanos, aún más si son gente que todo lo que hacen es mirar a quienes no lo son desde arriba. Triste y patética rata asustada, espero mueras por la caída.

   Con su última palabra, el pequeño de ojos rojos que translucían por la goma negra soltó su agarre y dejó caer al sujeto que tanto le había acusado con la mirada. Esos ojos que parecieron culparle de todo lo que había sucedido y estaba ocurriendo hasta el momento.

   Sin mirar atrás, Dante llegó sin mucho esfuerzo al borde del agujero que recién se había abierto, como alguien que dejaba de jugar. Su hermano vampiro estaba dando los últimos disparos en dirección a los dispositivos en las paredes que sonaban o alumbraban. Román todavía aguantaba las puertas y algunas personas se las apañaron para salir. 

  —Rey piensa hacer algo —mencionó Dante, a lo cual Jhades le cuestionó con rapidez: 

  —¿Mmm?

  —Morirse — le respondió, mientras miraba en dirección a las pocas personas que salían por la puerta que Román se negaba a dejar cerrar—. No sé, que conste que estoy ahorrando mis fuerzas con tal de matar a ese tal Gilgamesh.

  De vuelta al agujero que parecía no tener fondo, ya la caída llevaba más de treinta segundos para los involucrados, la velocidad también había aumentado treinta veces y continuaría haciéndolo por segundo, gracias a las leyes de la gravedad. Muchas mujeres se habían cansado de gritar y abrieron sus manos, estaban dispuestas a abrazar a la muerte inminente que les esperaba. 

Los más viejos rezaban por no sentir dolor cuando sus cuerpos explotarán en un salpicar de sangre y sus huesos se astillaran al estrellarse contra lo que les esperaba en el fondo. Otros querían morirse de un ataque al corazón en ese mismo momento, con tal de escapar al sufrimiento de seguir esperando. Pero ellos siguieron descendiendo con la misma pregunta en mente: “Si caemos tan rápido, ¿por qué es tan largo este martirio?”   

  Ninguna de estas personas podía ver en la oscuridad de aquel agujero que parecía no tener final, por esa razón tampoco pudieron notar el cuerpo de la bestia alada que les había pasado por el lado tan rápido como una bala. Semejante criatura era Rey quien, valiéndose de unos potentes aleteos, se colocó debajo de la primera persona que estaba cayendo, detuvo el tiempo con el acelerar de su corazón y juntando las palmas de sus manos delante de su pecho pudo conjurar uno de los clamados más eficientes que se le vino a la cabeza en ese momento y recordaba a la perfección.

  «Los círculos de conjuro son el medio utilizado por los hechiceros cuando la invocación escapa a la lógica, yendo en contra de la naturaleza con respecto a sus posibilidades. Con letras, colores, líneas, trazos y siluetas de diferentes formas y tamaños, puedo romper la barrera de lo posible y lo imposible por un limitado periodo de tiempo» pensaba Rey y pronunció las siguientes palabras: 

—Indómitos “caballos del viento escuchen mi llamado” — Abrió rápidamente las manos e hizo aparecer todo un círculo de conjuros. «Para invocar en mi estado actual, con la cantidad y potencia necesaria, un círculo de conjuro es lo más seguro con tal de reunir la mayor concentración de energía del elemento viento. Es conveniente que el círculo funcione como un punto de apoyo firme, una base que me sustituya, de lo contrario la velocidad de mi caída se multiplicaría exponencialmente. Pero este movimiento no es el que me preocupa.»

  Tan pronto el círculo se volvió color azul neón en frente de Rey, se manifestó el despliegue de toda una explosión de gases líquidos. El viento, regresando a su estado natural, salió expulsado en una gigantesca corriente de aire, que lentamente avanzó en dirección opuesta a la cara del círculo, hacia afuera del agujero. Todo lo que chocaba contra las paredes se convertía en caballos blancos que galoparon a la velocidad de un rayo y relinchaban con furia de libertad. Las bestias materializadas rellenaron el espacio vacío y soplaron a los más de cientos de cuerpos que caían, teniendo como efecto que el grupo de individuos dejaran de caer y fueran impulsados hacia arriba, mientras que Rey siguió cayendo a la misma velocidad.

  «El verdadero problema surge ahora, porque tengo que hacer el siguiente clamado, con tal de no morir estrellado. Otro círculo de conjuro tomará mucho tiempo, será más difícil de controlar e ineficiente en la posición en la que estoy ubicado. Necesito que el aire sea el que me impulse y que no se quede flotando estático. El tiempo se me acababa, no creo que este agujero tenga fondo, pero, de repente, mientras evaluaba la situación, Rey tosió sangre varias veces. El veneno estaba en un punto en el que ya no lo podía controlar. «La tos y la sangre afectan mi pronunciación, haciendo que una simple palabra termine en resultados catastróficos, así que tengo que hacer mi siguiente clamado de forma silenciosa. No obstante, para eso, necesito recuperar el control absoluto sobre mi corazón y mente, y también llenar de energía limpia mis veinticuatro vórtices y mitigar los síntomas que me provoca el veneno de la radiación». 

Rey continuó enfocándose más en cómo resolver su situación antes que dedicarse a pensar en todos los problemas que conllevaba equivocarse, en la conjuración o en manipular la energía como hechicero. 

  ¿Qué conllevaba equivocarse en un conjuro como hechicero? Él había leído sobre eso en sus noches de entrenamiento, la respuesta era bien clara: la muerte, acortar la esperanza de vida, daños permanentes al cuerpo, mente y alma, entre otras cosas. También se debe de tomar en cuenta que la hechicería nunca fue un arte de combate muy fiable y por eso no se debía clamar ningún hechizo bajo circunstancias de estrés porque podía terminar con la vida del usuario en caso de que algo saliera mal, ya fuera la pronunciación, los latidos del corazón, la falta de concentración, algún vórtice bloqueado o el incumplimiento de las condiciones necesarias. 

Por ejemplo, Rey entendía que la falta de algún componente en el acto de clamar a un ser vivo podía conllevar a terminar maldecido por esa bestia que podría pegarse a ti como un parásito hasta que mueras, el hechicero se podía transformar en la criatura que intentó invocar o podía perder la razón para siempre. Pero en este caso él clamaría otra ráfaga de viento puesto que ningún animal podría salvarle en dicha circunstancia. Tenía que ser menos peligroso, ¿no? No, en nada era mejor, puesto que literalmente podría acabar destruyéndose, dado que lo que pretendía usar era el elemento viento que podría manifestarse en cualquier parte del interior de su cuerpo, ocasionando desde pequeñas embolias hasta inflarle como un globo y hacerle estallar en mil pedazos.    

   «Con un gran poder siempre existieron grandes consecuencias, clamar siempre fue peligroso y muy arriesgado, pero…» se decía Rey tomando una profunda bocanada de aire, decidiéndose a tomar un riesgo necesario. «¡Yo no soy ningún humano!» 

   En la superficie se encontraba Román, quien de cierta manera no podía evitar mostrar la decepción de su rostro ante la actitud de Dante y Jhades quienes no tenían el material que se necesitaba para cambiar las cosas que necesitaban ser cambiadas en Belldewar. No era que ellos dos no pudieran salvar a todos los individuos que habían caído al vacío, sino que no tenían mucho interés en esforzarse lo suficiente para sobrepasar sus límites dado que sus vidas no dependían de ello. 

De pronto, entre sus pensamientos, el sujeto avanzado en años, sintió una vibración en el suelo, característica de una explosión, y así, con una sonrisa, miró en dirección al agujero, puesto que aún quedaba el trabajo de ese, en quien había depositado todas sus esperanzas.  

  Los dos hermanos se voltearon ante la extraña vibración del suelo y tras agacharse en el lugar, optaron por cubrirse los ojos. Una potente ráfaga de aire precedida por el galope de innumerables caballos se hizo presente en la sala de evacuación. La vibración provenía de adentro del agujero como si fuese la erupción de un volcán escupiendo lava y humo por todo el lugar, los cuadrúpedos transparentes que representaban el viento se dejaron ver. Ante los ojos de los tres espectadores, el viento chocó con el techo y las paredes de la enorme habitación, para luego ir en dirección a Román y pasarle de largo.

   La presión del viento provocado por bestias queriendo competir por quién salía primero fue tan fuerte para Román, que todas las prendas que le cubrían la parte superior de su cuerpo fueron arrancadas. La musculatura definida de aquel cuerpo, que se negaba a dejar que las puertas se cerraran, quedó totalmente expuesta mientras que él encajaba sus pies en el suelo con tal de no retroceder. Tras el pasar de unos cuantos segundos resistiendo el perpetuo tormento de los vientos, Román vio como el lugar fue cubierto por una capa de hielo y acto seguido, los cientos de individuos que habían caído al agujero subieron hasta chocar con el techo para mantenerse pegados a este producto a la fuerza de aire.

   —¡¡No se queden ahí!! —le gritó Román a las mujeres, niñas y hombres que agonizaban en dolor tan pronto notó el desinterés de Dante y Jhades—. ¡Si quieren vivir, muévase a un lado antes que el aire les congele!   

   No era la primera vez que los hermanos escuchaban el grito de Román, quien, para ser un humano, con su voz podía hacer que los huesos de quienes le escuchaban vibraran. Eso no era muy normal, puesto que se asemejaba más a un grito de guerra, motivador y profundo o a un mando dado por un general, que a la advertencia de un viejo decrépito. 

  Por otro lado, con uno que otro hueso fracturado, quienes quedaban pegados en el techo y aún estaban conscientes, optaron por moverse. Tan solo las mujeres se ayudaban entre ellas, mientras que los hombres hacían lo necesario para salvarse por sí mismos. Claro, era lógico que la ráfaga de viento no fuera permanente, cuando se terminara los que aún se encontrarán sobre el agujero caerían de vuelta si no hacían nada para evitarlo.

  —¡Muévanse a un lado! —siguió gritando Román.

 Tras escuchar la voz de alguien a quien apreciaban y tenían en tanta consideración, cientos de mujeres que ya se golpeaban entre ellas, despegaron sus cuerpos del techo valiéndose de las pocas fuerzas que tenían, y con esto, el aire se encargó de moverlas hasta hacerlas impactar contra una de las paredes a los lados.

   La aglomeración de cuerpos que chocaban con el metal de las paredes empujados por el viento, los gritos de sufrimiento y el sonido de huesos partidos calmaron a Román en gran medida, puesto que, a pesar de encontrarse en malas condiciones, todos los que componían el templo aún estaban vivos.

  «Una vez más superas mis expectativas» se dijo Román, tras ver a la última de sus sacerdotisas saliendo de adentro de la zona de peligro, mientras que el personal de seguridad hacia lo mejor que podía para acomodar los cuerpos afuera en el pasillo y dar los primeros auxilios. «Fuiste capaz de salvar a quienes iban a morir, pero ¿cómo te salvarás a ti mismo?»

 



Una casa y cinco jóvenes

Chapter 6
Puerta sin seguro


El silencio se hizo presente por unos segundos. Como si todo fuera obvio para la chica que había preguntado. En cambio, Rey se quedó pensativo, él quería encontrar la respuesta que Elena se negaba a contarle. Aunque también podría irse a su cuarto y encerrarse como forma de escapatoria al momento tan incómodo que la rubia le estaba haciendo pasar.

“Tal vez ella tenga razón… algo dentro de mí no quería dejar que Samantha se marchara. No, después de estarla pasando tan bien, pero creo que eso sería egoísta. Actuar con mi verga y no mi cabeza no es muy noble que digamos”.

—Samantha se fue porque tú la dejaste, cobarde.

La palabra cobarde había sido mencionada dos veces, si pudiera existir la combinación entre una serpiente y una araña en un cuerpo humano, esa tal vez podía ser Elena ahí presente.

—¿A qué llamas cobarde? —volvió a preguntar Rey con algo de confusión, tal vez aquella situación se estaba dando por una diferencia de puntos de vista y no por una artimaña de la rubia para hacer su jugada.

—¿Acaso no entiendes por qué Samantha es tan tradicional, conservadora y mojigata como es? Como hombre que eres te falta iniciativa al aclarar las cosas, Rey.

—¿En qué sentido?

Como quien señalaba lo necia que había sido la pregunta, Elena continuó:

—Dos mujeres encueras enfrente tuyo, ¿qué hiciste? Esperaste que te dijéramos algo para que entonces actuarás. Sin mencionar que con ninguna de las dos te viniste. No solo ahora, sino que en todo este tiempo te hemos estado dando señales de nuestra disposición a follar y tú nunca das el primer paso. No somos de cristal ni tan inocentes como piensas Rey, ella actúa como lo hace para tratar de gustarte más; ¿acaso todo hay que decírtelo como a un niño pequeño? —la última pregunta la rubia no pudo evitar hablar en tono burlesco e irónico.

Rey, llevándose la mano a la frente, se dio cuenta de que por no tomar una decisión tal vez estaba perdiendo todo lo que podía ganar. Las palabras de Elena eran irrefutables, si una chica cree que el chico busca una relación estable y desaprueba comportamientos inapropiados, entonces ella, al principio y por amor, puede mostrar una cara diferente.

—Me tienes aquí, enfrente de ti y no me coges. Ella se marchó y no le perseguiste. Tu indecisión trae consecuencias, pero aún no es demasiado tarde, digo, ¿si es que te gustamos las dos por igual y quieres un todo o nada? —repuso Elena haciendo que se encendiera la curiosidad en los ojos del joven—. ¿Qué crees que ella estaría haciendo en su cuarto a solas?

—Tratando de despejar su cabeza —respondió Rey como quien tenía la respuesta correcta a la interrogante.

La rubia no pudo evitar darle en la cabeza a Rey tan pronto este dijo algo que no era la respuesta correcta. —Si le dejamos terminar lo que está haciendo, ella se arrepentirá de lo que hicimos y la única manera de vivir con semejante carga es pretendiendo haberse olvidado de lo que pasó. Recuerda lo que dijo cuando comenzamos: “Me sentiría más cómoda si me lo imponen… como castigo… no importa que me resista o diga que no… o que llore, grite… o me desmaye en el proceso”. Ella se está haciendo la de rogar, Rey.

A Rey le costaba atar los cabos sueltos del comportamiento de una chica, también, le era difícil saber la forma correcta en la cual debía actuar, más cuando dentro de su corazón las sugerencias de Elena se sentían equivocadas. Pero, vale destacar que una vez Samantha se viniera a solas, todo el calor y los deseos sexuales que le motivaban a comportarse con tanta libertad saldrían de su cuerpo, dejando el cascarón de a una chica tradicional. Arrepintiéndose de haberle entregado el culo de una a quien le importaba y quería dar una buena imagen, y sin nadie a su lado que le apoyase, no sería buena combinación.

En un profundo estado de meditación, Rey podía sentir cómo el tiempo pasaba y no necesariamente a la misma velocidad de las manecillas del reloj, sino que a la velocidad de dos dedos que, de un lado a otro, frotaban un clítoris de forma frenética.

“Seguir mi sentido de razón, obedecer los consejos de Elena, ¿qué debo hacer?”, se preguntaba Rey. “Una vez ella finalice con su masturbación, no quiero que regrese a ser estricta y recta como mismo fue en la mesa”.

—Arggg. Aún sigues pensando sin actuar, —reclamó Elena, para luego, tras titubear acercarse a la oreja de Rey y decir las siguientes palabras—. Ella no está gritando… ella te está llamando como siempre lo ha hecho. Detrás de la puerta de su cuerpo, desesperada porque su macho entre y le domine, que contente su corazón de sumisa. Lo que tienes que hacer es convertirte en ese amo.

Visualizándose a sí mismo haciendo entrada en un cuarto ajeno, invadiendo la privacidad cuando alguien más se estaba masturbando, y arriesgando a romper la confianza que con tanto trabajo se había ganado, no era muy tentando. Ante la proposición de Elena, Rey no supo ni qué responder, pero sí se levantó de su asiento casi a punto de perder la razón. Elena alumbró todas las expresiones de su rostro con una sonrisa maliciosa.

—Sí. Ella no tiene puesto el seguro… Dime Rey, si en verdad quieres privacidad, antes de hacer algo indebido, pondrías el seguro en la puerta, ¿no es así?

Rey afirmó, después de todo, lo había hecho por la mañana.

—Ella nunca dijo «No me sigan» ni, «déjenme sola» Rey negó con su cabeza mirando al pasillo.

—Ahora, si dejas la puerta sin seguro es porque quieres que alguien entre y te vea. Samantha es una chica complicada y te quiere, así como también quiere que luches por ella y demuestres la disposición que tienes para meterla. Eso les gusta a las mujeres… ella se marchó porque se sintió tan avergonzada de creer que era la única que actuaba por excitación. —Rey trago en seco, aún se sentía indeciso, pero ya se le estaba parando la verga con la idea de abrir la puerta y ver a la trigueña con las patas abiertas sobre la cama, Elena continuó—. Vayamos a comprobarlo…

Tan pronto Rey se mostró dispuesto a obedecer la sugerencia de Elena, esta le agarró por la punta de la verga como si fuera una soga que tiraba de un carrito y avanzó hasta llegar justo en frente de la puerta de la habitación de Samantha.

En frente de la entrada, el joven escuchaba los gemidos eróticos de Sam, estaba a punto de cometer una locura impensable. Si la rubia estaba equivocada, la trigueña se iba a enojar con todos sus derechos, pero ¿si no?

Con una sonrisa tan desafiante como confidente, Elena agarró el picaporte dorado y con un brusco movimiento abrió la puerta de par en par para avanzar tan rápido como pudo tirando de la verga de Rey con tal de garantizar que este no se acobardara y marchara.

Samantha estaba en cuatro sobre la cama que quedaba justo enfrente de la puerta, con la mano derecha dentro de su culo empinado y la cabeza sobre la almohada. Con calentura ella miró a los dos intrusos y apartó la mirada al mismo tiempo que se sacaba la mano y dejaba expuesto el interior oscuro de su recto abierto.

—Me alegra que los dos viniera… —dijo Sam con su boca contra la almohada.

Elena había estado en lo correcto, la puerta abierta y Samantha aún desnuda con las piernas bien abiertas, pidiendo verga con su culo. Rey tenía que actuar como el amo que la trigueña necesitaba, controlarla y hacerla su sirvienta con tal de alcanzar el propósito de someterla, sin embargo, las palabras no pudieron salir de su boca. Él creía que no tenía nada bueno que decir.

—Samantha, Rey demanda que le hagas venir como dios manda

—dijo Elena tomando el lugar de Rey, dejando que la puerta a sus espaldas se mantuviera abierta para poder acercarse a la cama y subirse en ella.

Por otro lado, Rey ya tenía su verga tan rígida que cuando la rubia se la soltó le golpeó con fuerza en el abdomen, provocando un sonido semejante al de un aplauso, pero más alto. Golpes parecidos se escucharon cuando la rubia le dio dos nalgadas a Samantha, una en cada nalga.

—¿Quién te mandó a marcharse y dejarnos calientes puta sucia?

—dijo Elena ya de rodillas sobre la cama—. Otra escenita como esa y te ganarás un castigo muy severo. Uno que te dejará escurriendo fluidos vaginales durante toda una semana. Y no podrás hacer nada para salvarte porque yo misma te estaré supervisando. —Sam abrió la boca y se llevó su otra mano sobre su pubis para dedearse de forma circular el clítoris ya enrojecido. Elena pasó su mano por entre las nalgas de la trigueña y después de lubricar lo suficiente, ella cerró su puño y lentamente decidió introducirlo por el culo que ya estaba esperando recibir algo.

—Así es Samantha, esto es todo lo que necesitas sentir, mi mano entrando y saliendo de dentro de ti.

Sam mordió las sábanas para poder mantener el silencio, no era que le doliera tanto como le encantaba, pero tenía que gritar tan alto como podía con tal de excitarse.

—¿A qué estás esperando? —preguntó Elena, impaciente, mirando a Rey de reojo mientras se abría los labios vaginales, como si fuera su turno de recibir verga.

La proposición de la rubia casi que le hizo perder el control al joven, sin contar que le estaba viendo meter la mano derecha en el mismo agujero que antes había adentrado su verga a la trigueña. Rey se colocó justo detrás de la rubia, y con facilidad logró introducir su miembro hasta la mitad dentro de la cavidad vaginal de la misma. Sintiendo ser bien recibido por el coño de su amiga, él decidió empezar a bombear hacia atrás y adelante, al mismo tiempo que empujaba el cuerpo de Elena y así Samantha también sentía la sensación de estar siendo penetrada al mismo ritmo que la rubia.

—Puedes continuar un poquito más adentro —sugirió Elena entre gemidos de placer.

—Pero siento que toco algo… —dijo Rey preocupado.

—Sí, eso que sientes y mueves con la punta de tu verga es mi cérvix. Para otras mujeres tal vez sea una acumulación de nervios que se rehúsan a sentir algo más que dolor, pero para mí, que me des ahí, es la mejor sensación que puedo experimentar.

Con aquellas palabras y esperando que el coño de la rubia fuese tan elástico como para aceptarle, Rey comenzó a enterrar su verga con más profundidad, pero bien lento.

—¿Acaso eso es todo lo que tienes? —resopló Elena— ¡Vamos Rey! ¡Haz que me duela!

Antes las palabras de Elena, Sam separó más las piernas y pasó sus dedos entre sus labios vaginales con mayor velocidad. Rey, por otro lado, dejó de contenerse con tal de satisfacer las demandas de la rubia que le entregaba su coño dejándose usar y abusar por él, no fuera que ella se marchara insatisfecha.

Los gritos ronroneantes de Elena hacían que el ambiente se intensificara. Cada vez que ella afirmaba lo bien que Rey le estaba dado, o cuando insultaba a Sam con tal de mantener el morbo en su punto máximo, era como si ella fuese la directora de la orquesta. Después de todo, no existía alguien más responsable que dicho momento se diera lugar.

Los tres chicos sobre la cama comenzaron a mugir entre placeres, sin dejar de aumentar la agresividad con la que se daban los unos a los otros.

Para Rey la situación comenzaba a trascender lo que era tan solo sexo o amistad, llegado a la confianza y aceptación plena de exponer los unos a los otros sus deseos mundanos. Era cierto que su apego por aquellas dos chicas ya sobrepasaba los límites de la amistad, pero el sentimiento de saber que ellas se le ofrecían y le aceptaban, incluso en el momento más íntimo que habían experimentado, le dejaba sentir tranquilidad y sentirse reciprocado. Por otro lado, tanto Elena como Samantha, se estaban pajeando con ganas pensando en lo morbosa que era la situación, al punto en el que querían seguir jugando entre ellas sin importar que pudieran quedar en cuestión sus identidades sexuales.

—Mmmmm, lástima que seamos tres en este cuarto… —se quejó Samantha quien acomodo sus piernas sobre la cama y cambió la mano con la cual se frotaba el clítoris, al parecer ya estaba cansada.

—¿Te apetecería chuparle el coño a Juliet? Podemos ir a su cuarto, aunque esté dormida me dio el permiso de jugar con su cuerpo a mis anchas —agregó la rubia convencida de que el miembro restante en la casa no se iba a sentir mal de formar parte en un acto sexual no consentido.

“Elena, no eres fácil.” Se dijo Rey como quien descifraba las intenciones de la rubia. “Dices eso porque si Juliet estuviera escuchando detrás de la puerta abierta, este sería el momento perfecto para que ella hiciera su entrada.”

Aun sabiendo qué semejante situación no sería posible, Rey no pudo evitar fantasear con sus pensamientos; “¿con se sentiría estar con cuatro chicas a la vez?”. Él bien que podía sentir que la mencionada dormía como una piedra en su habitación y dudaba de que ella fuera a formar parte de algo como lo que se estaba dando lugar. Pero Elena era buena en lo que hacía y si ella se lo proponía, quien era él para decir que no sucedería.

—Que sea mañana —sugirió Samantha sin negar a la proposición, en parte porque tal vez estaba sintiendo pena por la pelirroja—. Si no ha venido hasta ahora, es porque debe de estar durmiendo. No quiero aprovecharme de tus permisos para usarlos como míos…

—Si se diera el caso, aparte de chuparle el coño, ¿qué más piensa hacerle a la pelirroja? —preguntó Elena con curiosidad, a pesar de ser penetrada, ella no podía reprimir sus hacías de conversar. “Para excitarse más Sam tiene que gritar, pero creo que Elena necesita saber”, supuso Rey quien ya no se podía enojar, mientras se aseguraba de mantener el ritmo, así como la oreja parada, pues la conversación prometía ser interesante de escuchar. Que Sam estuviera hablando abiertamente de las cosas que pudiera hacer en una situación lujuriosa con otra chica, mientras tenía una mano en el culo, no era algo muy común.

—No es que quiera hacer tanto… —dijo la trigueña moviendo con más fuerza sus dedos. Rey pudo notar que Elena comenzó a aumentar la velocidad con la cual metía y sacaba su mando con la intención de igualar el ritmo con el que se pajeaba Samantha—. ¿Y si a ella le gustan más las vergas que los coños?

—Tiene a Rey para que le haga compañía, pero no creo… — respondió Elena con naturalidad.

“Conmigo puedes contar siempre que quieras”, Rey quiso decir, pero escuchar y dar embestidas devastadoras a un paso constante eran dos actividades que demandaban de todo su ser y capacidades.

Por otro lado, la excitación de experimentar con Juliet lo mismo que estaba sintiendo con Elena hizo que Sam dejara escapar un gemido contra las sábanas. También meneo las caderas con brusquedad.

—Debo advertirles que la pelirroja es bastante sensible con respecto a la apariencia de su cuerpo. Así como a ti, Sam, te cuesta dejar la mente abierta, a ella no le gusta mucho desnudarse. Una vez lo hace, aunque se vea maravillosa, tenga tremendas tetas y un coñito suculento, de esos de los que tienes que abrir para poder ver los labios menores, deben de mantenerse neutral. Ni adular mucho, ni mostrar desprecio. De esa manera ella puede llegar a zafarse mucho en la cama, al final, la idea de la salchicha fue de ella.

Elena tuvo que guardar silencio por un momento, las embestidas de Rey le estaban haciendo dejar de pensar con claridad.

Contar cosas privadas sobre alguien más hacía que no solo la temperatura del momento subiera, sino que también la velocidad de los dedos de Samantha y las embestidas de Rey.

“Esta información cuesta oro, es como hacer trampa… saber lo que le gusta a una chica y atacar a los puntos débiles con tal de que abra las piernas. Uffff, Elena, eres tremenda…”.

Dejando de sentir como las bolas del chico que le cogía en cuatro patas ya no le daban contra el clítoris y rebotaban como antes, Elena gritó:

—¡Cógeme más duro Rey, hazme tu puta perra!

La rubia parecía estar teniendo un ataque de locura al darse ella misma una nalgada y empujar para atrás todo su cuerpo hasta llegar a tocar las caderas de Rey para pegar un grito gutural. De alguna forma tomaba el momento como castigo, ella había dado información pervertida, pero no estaba recibiendo nada por parte de Sam.

Las palabras y acciones de la rubia hicieron que Rey dejará de fantasear con lo que podía darse lugar y cayera en el presente. Sin tener que escuchar y haciéndose consciente de la realidad, él agachó la cabeza viéndose el pecho, su abdomen definido, y la base de su gruesa verga la cual tenía encajada por completo en el interior de una chica que lucía tan pequeña y delicada que parecía a punto de romperse en cualquier momento.

“Más…” Pensaba quien tal vez él no hubiera visto muchos otros coños en su vida, pero ese en el que se estaba adentrando ya se estrechaba hasta el límite, se sentía tan bien como se veía, tanto que los labios mayores suaves y mullidos se volvían finos y estirados cuando la verga salía. Aun así, la dueña quería más duro, que se la cogieran con la intención de que se rompiera. “… duro.”

Respirando con profundidad, ante los deseos de una chica demandante, Rey hizo una pausa para apreciar lo que estaba entre sus manos. Un magnífico culo que empinado se podría considerar el mismísimo camino al cielo. ‘¡Bang!’ La primera embestida se hizo escuchar y aunque Elena casi que no se pudo mantener en cuatro por el impulso con el cual se le dio por detrás, Rey se encargó de agarrarla y mantenerla en posición. Otra embestida y otra, tanto que llegaron a ser dos por segundo contra las nalgas de la rubia que parecían estar esculpidas a base de cuclillas.

Como un boxeador que luchaba en el ring y lanzaba puñetazos sin detenerse, por todo el tiempo que Rey fuera capaz de aguantar su respiración él seguiría dando golpes, cosa que podía llegar a durar alrededor de cuatro minutos.

Pasado un minuto y alrededor de ciento treinta penetraciones, las nalgas de Elena se mantenían firmes y aunque no rebotaban ni amortiguaban las embestidas ya se iban enrojeciendo. De no ser por la tonificación otorgada por el trabajo duro y entrenamiento diario, Rey podía asegurar que no serían tan redondeadas y empinadas como eran y que en un momento como ese, tal vez podrían caer prisioneras de dolor. Sin embargo, la rubia no se quedaba atrás con tal de adueñarse de la verga que cabalgaba. Siendo cargada por las manos del joven, ella incluso consiguió dejar escapar gemidos de placer que pasado los dos minutos se convirtieron en gritos.

Rey podía sentir cómo las caderas que sostenía estaban moviéndose descaradamente, buscando placer mientras sus manos apretaban las de él implorando que no se le ocurriera

detenerse. Dejándose llevar por el morbo y recordando el culo de Sam, con sus pulgares, él se propuso ejercer más presión a lados opuestos de las nalgas de Elena. Abriendo las dos voluptuosas masas de carne, él podía ver mejor como su verga, toda cubierta por fluidos brillantes y jugos vaginales que salpicaba con cada embestida, se hundía hasta perderse completamente y salía hasta sacar la cabeza. Así como el culo de Elena, del mismo color de sus pezones, no podía dejar de abrirse y cerrarse cuál si estuviera cediendo a ser utilizado y abusado.

“Cuatro minutos, quinientas cincuenta y dos embestidas, mi verga tan caliente como su vagina por la fricción y esta rubia sigue aguantando. Ufff… Yo quiero seguir aguantando, pero estar cogiéndomela a este ritmo, ver su culito temblando, su mano metida en el culo de otra chica y a Samantha masturbándose como una loca frenética, ya me están empujando al límite. El poder del enojo no está a mi alcance en este momento y si contraigo mis músculos no podré moverme…”.

—¿Por qué no me ayudas a ponerme juguetona con Juliet? —le preguntó Sam a Elena mientras se dispuso a mover sus piernas y encontrar una mejor posición en el lugar.

—A… Ahh… aah… —la rubia había escuchado la pregunta de la trigueña, pero no podía hablar, tampoco pensar con claridad. Por un momento ella creyó que no sacaría nada de información morbosa, pero estuvo equivocada—. ¡Claro que sí! Si quieres te dejo mirar cómo cogemos y después si te animas puedes adentrarte. Pero para pescar a esa sirena necesito una buena carnada y la verga de Rey es la mejor para esta situación, ella también putea con Rey, aunque él no se dé cuenta. ¡Rey! Tienes que llenarle toda la raja de leche hirviente a Juliet… así… Samantha se la puede tomar toda después, así mismo se va a tomar tu lechita de mi coño…

“¿Es esto una señal, una premonición del futuro o palabras sucias para excitarse?” Se preguntó Rey, quien ante la disposición de la rubia pasó a acomodarse mejor sobre la cama. Dejando escapar toda una bocanada de aire, con rapidez volvió a inhalar y trancar su pecho en lugar mientras que levantó su pie izquierdo y lo apoyó firmemente sin llegar a cambiar su rodilla derecha de sitio. Él soltó la mano correspondiente de la cadera de Elena y la llevó hasta el hombro de esta.

Samantha se tendió bocarriba sobre la cama con sus dos manos cansadas, Elena aprovechó la oportunidad para lanzarse de boca contra el clítoris de la trigueña y comenzó a juguetear alrededor con su lengua hasta incluso llegar a meterla tan profunda como pudo. No hacía falta tener los ojos abiertos, para saber lo mucho que Elena disfrutaba de chuparle el coño de su amiga.

Por otro lado, aunque los cabellos rubios de una cabeza agachada le impedían ver la belleza de un coño bien cuidado, afeitado, con sus pliegues rosados el cual de seguro ya tenía el clítoris expuesto, víctima de succión de unos labios. Rey ya se había preparado para otros cuatro minutos de imparable asedio violento contra el cérvix de quien le pedía que se viniera dentro, y sin que pasaran dos segundos él reinició con su ataque.

Después de varios chupones y entre lamidas de perrita que limpiaba su plato, Elena comenzó a suplicar; —Ay, ay, así… cógeme como a una puta que quieres romper, metémela como si me odiaras para que te vengas que Sam quiere tu lechita. Que bien se siente tu verga dentro de mí… más duro… no puedo esperar a poder metérmela por el culo…

“¿Más duro?” Se preguntó Rey como quien veía una misión imposible de cumplir. “Estoy casi que, al venirme, me falta el aire, el corazón se me quiere salir, estoy bañado en sudor, los músculos de mis pies se están quemando y tengo tanta sed que me tomaría todo un cubo de agua. Aun así, ¿me pides más duro? No… no me puedo rendir… si me muero, moriré con honor entre la gloria de ser abrazado por dos mujeres.”

—¡¡¡Aaaaah!!! —rugió Rey al final del octavo minuto.

Entre embestidas aún más violentas, Elena hacía movimientos de lengua sobre el coño de su amiga y soltaba las palabras más sucias que esa boquita tan linda de ella nunca había dicho en frente de ninguno de los presentes. En ese momento nada podía parecer o sonar más sexy que la rubia, esa de boca pequeña chupando un coño, todo jugoso y lleno de mantequilla. Ni los sonidos de aplauso, ni los gemidos desenfrenados de Samantha.

Elena dejó escapar el sonido de un fuerte chupón.

—¿Cómo empezaste a comerle el coño a Juliet? —preguntó Samantha, quien ya estaba arqueando la espalda.

“Otra pregunta…”, pensaba Rey. “Dios, estamos cogiendo por todos los aires, yo me juego la vida y ustedes hablan… hacen que el tamaño de mi verga sea un chiste. Tal vez deba aumentarlo más, ohhh, el poder del enojo regresa a mí…”.

—A ella… le encanta andar sin ropa interior… —respondió Elena sin separar sus labios de entre las piernas de la trigueña, haciendo que la vibración de las cuerdas vocales de sus palabras también estimulará al encapuchado botón sensible de placer—. Un día ella caminaba por el pasillo… y yo iba detrás… al suelo, entre sus piernas, se cayó un pepino y apenas lo tomé, no pude evitar llevármelo a la boca. Ella no supo qué hacer, ni qué decirme, pero yo le levanté la saya que llevaba puesta y se lo volví a introducir. Desde ese día siempre le meto mano para asegurarme que lo que tenga dentro no se le caiga… Cuando estuvimos solas, lo primero que nos animamos a hacer fue besarnos… y después… chuparnos las tetas, y por último empezamos a chuparnos el coño la una a la otra…

Sam abrió más su boca ante la noticia, mientras que Elena hundía su cara entre las dos piernas, dedicándose a lamer, hablar y chupar. Tanto que, con los dedos de su otra mano, la rubia abrió los labios interiores y exteriores de aquel coño para poder meter su lengua y llegar a explorar los pliegues más intrincados que tal vez se le hubieran pasado por alto.

Rey, quien tomando otra bocanada de aire, pudo llegar a distinguir el olor a jabón que emanaba del cuerpo recién duchado de Juliet en el otro cuatro. Así como el embriagante olor a coño, mantequilla y culo roto que le impregnaba. “Oh, no… ahora, yo sintiendo el olor de Juliet durmiendo sin ropa interior…”.

Elena llegó a notar como su chico volvió a perder vigor en sus embestidas, siendo una de dos. Que ya estaba cansado, o que estaba a punto de venirse. Por sí o por no, la rubia, a pesar de sentirse el coño hinchado como nunca, sacudió sus caderas como una gata en celo, y enfrente Sam hizo lo mismo. Las dos no tenían mucho espacio para moverse y coger velocidad, pero tan pronto Elena se acomodó, ella agarró con su mano la verga de Rey para apretarla y que este sintiera el doble mientras se estaba moviendo dentro de su vagina.

“Ella aguantándome la base de la verga con una mano, mientras que se mete el resto con ferocidad. Este movimiento sé ve mucho en un oral, la chica chupa y pajea al mismo tiempo. No sabía que Elena podía pajear y coger simultáneamente… esto es malo.”

—Dentro mi Rey, hazlo bien dentro. Sí… sí… sigue así. Que tu leche me golpee el útero…

Después de demandar y gemir con deseos, la rubia volvió a succionar la zona íntima de Samantha. Esta vez casi que, con todas sus fuerzas, como si su objetivo fuera secarle las tetas a través del coño a la trigueña.

Las piernas de Elena comenzaron a temblar en el lugar, tanto como la verga de Rey, al mismo tiempo que Samantha gritaba a todo pulmón.

“Ya… viví de forma honorable… ha, haaaa.” Se dijo Rey aferrándose al cuello de la rubia, inyectando toda la leche que le salía de dentro de su verga hasta lo más profundo del coño que penetraba. Él pudo notar como sus caderas se movían de forma desincronizada, el alma se le marchaba por su miembro, la saliva se le caía la boca abierta, y aunque tenía que respirar no podía ya que el placer era mucho. Sobre la rubia que se prendía al coño de la trigueña, Rey buscó apoyo con tal de no caerse en ese momento debido a que su cuerpo comenzó a temblar. Al borde de perder el conocimiento, él logró respirar una bocanada corta con la cual bufo.

Aunque Rey hubiera dejado de moverse para respirar agitado, Elena podía sentir como los huevos del chico no dejaba de bombear leche al interior de su coño, mientras que la verga le daba latigazos contra el cérvix. Con el útero desbordándose de contenido, el canal vaginal tuvo que dar paso al líquido que no podía seguir siendo almacenado cosa que salió a presión entre los pliegues de la verga que aún tapaba el coño con su presencia.

 

Samantha, por otro lado, pudo ver la cara de Elena viniéndose cosa que le hizo llegar al punto en el que todo su cuerpo cedió al placer de otro orgasmo. Con sus manos libres la trigueña abrazo contra ella la cabeza de la rubia asegurándose de callar los gritos que esta pudiera dar, con su coño.

Siendo asfixiada por la mano de Rey en su cuello, con su boca contra el coño de Samantha y sus rodillas que no podían llegar a la cama, Elena se quedó en blanco. Gracias a toda la leche que estaba recibiendo, ella siquiera había terminado su primer orgasmo cuando un segundo más potente le sobrevino, y sin poder gritar o respirar, en cuestión de segundos, un tercero se hizo presente. Ella estaba prisionera en algo que no podía contener, toda una corriente electrizante de placer que le invadía de forma imparable.

Recordando que sostenía con sus gruesas manos en el cuello de su amiga, Rey retiró sus agarres y se reincorporó sobre la cama. Con sus manos detrás de la nuca, empapado en sudor, él respiraba tan profundo como podía, manteniendo los ojos cerrados. Cada exhalación del chico era tan fuerte que casi que podía confundirse con miles de aplausos de un público que motivaba al ganador de una pelea bastante reñida.

Siendo capaz de colocar sus rodillas de vuelta en el colchón y de volver a respirar, Elena pudo liberarse de la devastadora sensación de la cual caía víctima irremediable cuando experimentaban múltiples orgasmos seguidos. Recuperando la respiración, así como el control de su cuerpo, ella sacó su mano de dentro de Sam y con pasión dejó sus piernas bien abiertas, con tal de besarle las tetas con brusquedad y empezar a llorar en el proceso.

Aun siendo penetrada por la impresionante verga, Elena subió su cabeza hasta que pudo lograr un beso en el cual entrecruzó su lengua con la de Samantha. Con el contacto de sus labios, la rubia buscaba hacer que su amiga no notara que ella estaba llorando de felicidad.

La trigueña ignoró los ojos llorosos de su amiga. Ella se embriagaba con el sabor de su propio coño y con rapidez tomó a la rubia por la nuca para procurar continuar el beso tan húmedo que estaban teniendo con los ojos cerrados.

Cuál si fueran dos novias desesperadas por comerse la una a la otra, Sam tiraba de los cabellos de la rubia para pasar la lengua por las mejillas de esta cosa que le hacía sentir nuevamente el sabor de su coño, para continuar el beso.

Sin poderse sostener en cuatro por más tiempo, Elena se tumbó sobre la trigueña y cosa que hizo a Rey entender que, si quería seguir, debía continuar en donde estaba el calor del momento. Sin esperar a que le llamaran, con la verga en su mano, de rodillas, camino hacer la cabeza de la cama para ir acercando su miembro justo al lado de las caras de las chicas que se fundían en un apasionado beso aun entre espasmos orgásmicos.

Al principio, la verdadera razón por la cual Sam no se había dedicado a chupar la verga era porque era demasiado grande y le daba pena tener que hacer una cara no muy bonita en el proceso de felación. Pero, en ese momento, el olor a fluidos vaginales combinados con leche de verga era lo suficientemente embriagante como para no preocuparse por qué cara pudiera hacer en frente de alguien que le gustaba.

Elena fue la primera en girar la cabeza y sacar su lengua en dirección al tronco para lamer la verga como si fuera un delicioso manjar.

Pocos segundos después, Rey pudo ver como la lengua Sam también se asomó entre sus labios. Ella definitivamente pensaba sumarse a la degustación, tímidamente lo hizo hasta coger confianza y seguir.

“Ahora que es cuando más sucia y sensible la tengo”, se dijo Rey, “que sus lenguas hagan el trabajo no se compara a lo que sentí cuando me lave y seque con un trapo. Wao… si, coge confianza Sam… si, así… si te entra en la boca te llegará a la garganta de seguro. Pero qué vista más hermosa cuando tus ojos se encuentran con los míos. Aprecia esta verga toda llena de fluidos vaginales y leche. Si se me para de nuevo esto va a continuar, pero contigo trigueña…”

Sumergidos en pensamientos indecentes, Rey pudo ver cómo sus dos amigas tocaban sus lenguas mientras le lamían el miembro. De pronto, Sam se colocó en la punta de su falo que perdía potencia y con rapidez se lo adentro tan profundo como pudo. Las muecas que una persona hace cuando algo le llega a la garganta y se pone a punto de vomitar no son nada lindas, al menos, no en otro contexto que no fuera ese ahí presente. Cosa que, para los ojos de Rey, no existiera en un mundo una mujer que se viera fea si está ponía caras cuando se metía su verga tanto profundo como podía. Elena, por otro lado, se le podía ver sacando su lengua para lamer el saco testicular y chuparlo. Ambas eran dedicadas en sus trabajos de limpiezas, escurrían y chupaban todos los fluidos que podían ver, incluso esos que ya estaban secos, tragaban cuanta verga podían, cogían aire y volvía con la rutina.

Con sus manos y compartiendo el trabajo, las chicas comenzaron a masajear la verga de Rey con tal de prevenir que siguiera decreciendo en tamaño. Elena comenzó a enfocarse más en la base del inmenso trozo de carne, repasaba por los huevos del joven y por último intentó entrar su lengua entre las piernas de este. Sam, por otro lado, estaba posicionada en la delantera, ya encaprichada a tratar de abrir su boca tan grande como podía con tal de meterse la punta de la verga del chico hasta lo más profundo de su boca.

La rubia, como quien no podía llegar a donde quería con su lengua, decidió regresar el camino que ya había recorrido y seguir chupando el saco testicular de Rey mientras que se propuso terminar la tarea con su mano. Apenas Elena encontró un agujero por el cual deslizar uno de sus dedos bien lubricados, pudo sentir como palpitaban los huevos junto al tronco de la verga que chupaba, queriendo decir que Rey estaba a punto de venirse otra vez.

“¿¡Qué es esto!?” Se preguntó el chico sorprendido.

Como acto de sorpresa, Samantha sintió los espasmos de una verga semi erecta ya cuando pudo adentrarse el glande del Rey por completo en su boca. El primer disparo de leche hirviente cumplió los deseos de la trigueña, pues terminó dándole contra la parte de atrás de la garganta mientras ella respiraba.

Sin poder contenerse, la trigueña retrocedió para respirar y toser tan fuerte como podía pues, por un segundo, tuvo el presentimiento de que se iba a ahogar.

—¡No sabía que podías hacer eso! —dijo Elena, divertida, como quien encontraba una técnica secreta de la que sería capaz de usar en todo momento.

—Yo tampoco… —respondió Rey moviéndose de un lado a otro como quien quería que le sacaran el dedo de donde estaba.

—No te sientas mal, es perfectamente natural…

Las palabras de consuelo por parte de la rubia se detuvieron cuando un vergazo le dio en la cara por los movimientos que Rey hacía aun viniéndose y escupiendo leche de un lado a otro. A ella no le incomodo el golpe, al menos no tanto como le incitaba a chuparle los huevos al chico para levantarse, y mientras que el semen de Rey seguía saltando sobre la cara de Samantha, lanzarse a besar a su amiga que intentaba contener su tos. La rubia lamió la cara de su amiga y trago toda la leche que pudo escurrir con su lengua de la piel con mucho gusto, ignorando solo aquella que había quedado en los cabellos negros.

Manteniendo sus ojos bien cerrados al final, Samantha saco su lengua como quien quería disimular escupir algo que no podía tragar, pero Elena regresó y recogió lo que la trigueña despreciaba para devolverlo en un beso.

Ante los ojos de Rey, el intercambio de saliva y semen entre aquellas dos chicas no podía verse más excitante. Y estaba sucediendo mientras que su miembro aún convulsionaba y se le sacudía el cuerpo. En cuestión de dos pestañeos, él vio como el resto del semen que había caído sobre la cara y las tetas de Samantha terminó en la boca de Elena, quien tragaba y tragaba al mismo tiempo qué lamia y daba lengüetazos.

—Mejor cógele el gusto a la leche porque aún tengo el coño cargado. —Advirtió Elena quien poniéndose de pie sobre la cama se inclinó en frente de la cara de su amiga.

Rey se dejó caer de culo sobre el colchón y aunque no se acostó del todo hizo lo mejor para no perder la conciencia ante los orgasmos consecutivos más fuertes, brutales y violentos de toda su vida hasta el momento. Sin poder resistirse a tumbarse de lado sobre la cama, él vio como Samantha le lamía el coño a Elena.

—Y tú… —dijo Elena—. Procura hacer que mis tetas crezcan…

—¿Eh? —preguntó Rey en una exhalación.

—Definitivamente, pude sentir tu verga aumentando su tamaño con mi coño. No te hagas el desentendido, algo así de grande no cabía en el pantalón a nadie.

—¿Cómo es que después de todo esto aún no pierdes las fuerzas y los deseos de seguir demandando? —preguntó Rey como quien estaba dispuesto a acceder a cualquier capricho en la situación en la que estaba.

—No me desvíes la pregunta… puedes ¿sí? o ¿no?

—Mañana, tu deseo se hará realidad… —respondió Rey.

—¡Yo quiero tetas grandes y dos buenos pares de nalgas, también un abdomen definido! —dijo Samantha, tan pronto despegó la boca del coño de Elena.

—Está bien, las dos tendrán lo mismo mañana… ahora, necesito… descansar… —de pronto, la razón se hizo lugar en el rostro de Sam, cosa que parecía preguntar, «si puedes hacer semejantes cosas ¿por qué fue que Arte tuvo que salir de la casa?»—. No me tomen a mal, debo admitir que esto no es más que un abuso de mis poderes, pero no puedo hacer que el cuerpo de Arte cambie a algo diferente de lo que es y ella lo sabía. En otras palabras, es más fácil amplificar las dimensiones de algo que ya existe, que crear algo no, más si contradice la naturaleza del cuerpo.

Una vez la curiosidad de las dos chicas fue satisfecha, Rey se quedó mirando al techo del cuarto. Entre las estrellas que decoraban la pintura, él pensó. “Aaaah. Qué locuraaa… no lo puedo creer, mi primer trío… Magnífico, esta sensación de no sentir mis piernas, creo que también podría dormir tan profundo como nunca… Hmmm… ¿Cómo será de aquí en adelante, me pregunto?”

Rey abrió los ojos que se le cerraban solos, para ver a Samantha regresando a su trabajo, abriendo con sus manos aún más las nalgas de Elena para hundir su cara en ese tesoro. La trigueña parecía adicta al coño de Elena, como si después de haber probado el sabor de otro coño ella no podía dejarlo atrás.

Sin más que rendirse ante el sueño que le caía, Rey se dijo; “Si hasta ahora era difícil controlarme, no sé cómo lo voy a hacer cuando ellas tengan los cuerpos esculturales que demandaron tener. Viéndonos las caras en esta casa… ¿Qué será de mí?”



Reina Del Cielo

Chapter 6
¡Ciento sesenta y dos mil fotos!


  «¡Ciento sesenta y dos mil fotos!» se alarmó, tan pronto abrió el icono de la galería y vio en la esquina superior derecha el número que representaban la cantidad de imágenes guardadas. «En verdad tengo mucho que chequear. Supongo que podré echarle un vistazo a todo antes del primer recreo de la mañana, cuando venga el profesor hasta mi mesa para demandar por algún favor o cualquier cosa que se le ocurra».

 

  Preparándose para la ocasión en la cual el profesor se aproximaría hasta su puesto, Rebeka puso el teléfono desbloqueado en medio de lo que era una trinchera de libros y libretas. Entonces, de forma totalmente discreta, comenzó a balancear su dedo índice de un lado a otro de la pantalla. Al mismo tiempo que disimulaba con su lápiz estar tomando notas, aunque el profesor pretendiera acercarse, ella mantendría su posición a cubierto y no podría ser señalada de estar haciendo algo indebido.

 

   «Mmm, a primera vista todas pertenecen a sitios que conozco, pero que se repiten en diferentes ángulos y con otras personas. Están incluso alineadas cronológicamente en un bucle rutinario, la primera fue tomada hace seis años. La parada del bus, la biblioteca, el centro comercial, una vieja escuela a la que solía ir, la formación de los estudiantes de primaria, el parque, mi casa…».

 

  Rebeka pestañeó dos veces seguidas y se acomodó sobre el asiento.

 

«¿¡Mi casa!? Raro, muy raro. Déjame dejar mi libido y morbo sexual por un segundo, no buscar más por carne y chequear nuevamente, regresar a la primera foto… y abrirla».

 

  En el teléfono, las fotos aparecían organizadas en filas de siete e infinitas columnas cuya pantalla tan solo podía mostrar trece celdas, claro que no se podía distinguir el contenido interno de cada foto. Solo se podían ver los exteriores, y colores sólidos con alguna que otra silueta. Cuando Rebeka ya quería quitarse las sospechas y aunque solo tenía que presionar la imagen y acercar, se le ocurrió que sería mejor no proceder, pero ¿debía de verdad detenerse? A pesar de la obviedad de la pregunta, ella no pudo contener sus impulsos.

 

   «El parque… al fondo», tras tocar la primera foto, se acercó tanto como pudo para ver mejor a la niña que se sentaba al lado de los arbustos «¡Estoy yo! Hace diez años… Si mal no recuerdo, ese fue el primer día que nos conocimos… Cuando mi padre fue tomado bajo custodia por las autoridades».

 

Tras levantar la mirada, Rebeka se cercioró que nadie la mirara y regresó a plantar sus ojos en la pantalla del teléfono. Aunque pretendiera estar calmada, de nuevo llegó el punto en el que su mente volvió a sobrecargarse de información. Tantos pensamientos le vinieron a la cabeza que apenas podía seguir actuando normal. 

 

  El profesor hace preguntas a los estudiantes para confirmar si entendían. Mientras que los cuestionados confirmaban y escribían durante el transcurso de la clase el tiempo en el reloj fue pasando.

 

   La pantalla del teléfono se oscureció, era momento en el que casi se iba a apagar y Rebeka debía de tomar una decisión, porque dentro de unos pocos minutos sería la hora del recreo, el momento en el que sonaría el timbre, pero ella se mantuvo pensando en el pasado.

 

   «Cuando me levanté por la mañana, en ese día», pensó, distante y perdida en el presente. «Unos señores uniformados llegaron a mi casa y le sugirieron a mi madre que me dejara salir a jugar. Yo sabía que algo no estaba bien cuando me dieron permiso para que me fuera por mi cuenta. Como no sabía a dónde ir, caminé tanto como pude hasta llegar a un parque que llamó mi atención, ahí lo encontré al él. Omar era un desastre, lleno de mugre y heridas, pero jugamos por un tiempo, hasta que llegó el atardecer y su madre vino a recogerle».

 

«Me quedé sola, sentada, jugando con la tierra. Ese debió ser el momento en el que me tomaron esta foto. Recuerdo no moverme del lugar hasta que se hizo de noche y sentí los pasos de alguien. Estaba asustada y esperanzada a la vez, creí que eran mis padres los que me venían a recogerme, o que tal vez sería un extraño, pero fue él quien nuevamente regresó». 

 

   —Mmm, esto… —me dijo él como quien quería ayudar—. Alguien llama a una niña perdida. Tal vez esté equivocado, pero luces pérdida.  

 

   «Con semejante noticia, con mucha ilusión me levanté tan rápido como pude, en verdad no sabía a dónde ir. Él me llevó de vuelta a mi casa mientras sostenía mi mano con fuerza. Ahora recuerdo… él siempre se ha descrito a sí mismo como una persona olvidadiza, esa es la razón por la cual siempre le toma foto a todo lo que considera importante… Nostálgico momento del pasado, retratado en una foto, guardado en la galería del teléfono del chico al que tanto quiero. Lo mejor es que aún me queda una larga fila por seguir revisando, pero no es lo mismo con el tiempo, debo apurarme». 

  

 Metafóricamente, corriendo contra el reloj de la pared, Rebeka con su dedo, de manera activa, recorrió la galería, viendo en las fotos numerosos paisajes, animales, el cielo, árboles, notas, a Omar con sus amistades y a ella en el fondo.

 

  «Cada vez observo con más frecuencia fotos mías», se dijo, al ver las primeras veintitrés mil fotos. «Tienen un mejor ángulo de enfoque, debo admitir. Diría que es más como un pequeño chico tímido con miedo a ser descubierto, pero que en cada intento se arriesga y atreve a más».

 

  Rebeka se acomodó los cabellos, levantó la mirada y vio el reloj. El ambiente estaba tranquilo, el profesor revisaba algún papel y los estudiantes resolvían los ejercicios de práctica.

 

   «Jo… el niño tímido tiene agallas. Esto definitivamente fue por la mañana, mientras caminaba por la parada, son fotos que capturaban el paisaje debajo de mi falda», continúo un poco más, después de las cincuenta mil fotos. «Debo de admitir que el primer año de secundaria mi ropa interior era bastante aburrida y poco sexy, pantaloncillos cortos, pero… ¿Es que acaso él no guarda fotos de sí mismo? Ya he recorrido más de la mitad y no he visto ninguna, Aww, por ahora me conformaría con una de él, frente al espejo de su baño, enseñando todo su cuerpo o de lado… Mmm, tengo que controlarme, he estado lubricando más tiempo del normal, no quiero tener que llegar a cambiarme la ropa interior. En caso que tuviera que hacerlo, no traigo otra prenda, tampoco pasé por el baño por la mañana. Usualmente suelo poner un poco de papel sobre mi ropa interior para retener fluidos, pero hoy no es el caso…»

 

    «Ahora que lo pienso mejor, tampoco tengo fotos mías desnuda en mi propio teléfono. ¿Tal vez exista algo en común?», tras detener su dedo cuando estaba cerca de las cien mil fotos, Rebeka disimuló y subió su cabeza para mirar en dirección a la pizarra. 

 

  El profesor estaba copiando la tarea, cosa que no le apresuraba mucho puesto que casi siempre le tomaba foto para ahorrarse el tener que escribir. 

 

  «Si lo pienso bien, no tengo motivos para tener fotos de mí misma. ¿De qué serviría tener el cuerpo que veo todos los días guardado en mi galería? A no ser que pretendiera enviar esas fotos a alguien que las apreciara… o por curiosidad de ver un punto de vista diferente de , pero luego termino eliminándolas. Si él se escribiera con otra, debería tener fotos personales ¿no?».

 

   «Oh, interesante… más fotos de mis bragas, estas son más recientes. No me veo nada mal vistiéndolas. Los encajes a los lados hacen resaltar los cachetes de mis nalgas. También tiene muchas más fotos de mí, haciendo diferentes actividades físicas, en varias posiciones y mientras camino, pero en todas aparezco de espalda, con mis cabellos recogidos, cargando mi cartera, libros o mochila».

  

 Una vez llegado al tope de las ciento sesenta mil fotos, el dedo de Rebeka no pudo seguir subiendo.

 

   «¿Ya? ¿¡Este es el final!?», pensó. «Ufff… qué aburrido. Lindo que tenga tantas fotos mías, pero aburrido… no haber visto sus atributos de hombre unas cuantas veces. Bueno, qué se le va a hacer, de la galería pasamos para los mensajes, aún me da tiempo, creo… Seguro que esta área es más interesante».

 

 Tan pronto presionó el ícono azul que tenía una carta blanca en el medio, Rebeka se quedó petrificada mientras que sus pupilas se movían de un lado a otro sobre la pantalla del teléfono ajeno.

 

  «Muchos números desconocidos», pensó. «Todos enviándole fotos, ningún mensaje de texto. ¿Acaso estuve equivocada y si tiene otra? Déjame ver el más reciente».

 

  Rebeka seleccionó el mensaje más reciente, para ver un cuadro vacío que necesitaba ser descargado para poder abrirse. Confundida, repitió el movimiento de su dedo y terminó leyendo el siguiente mensaje en vez de ver lo que quería ver:

 

    [Para poder cargar el archivo, deberá de descargar el contenido. ¿Deseas descargar la imagen?]

 

 Rebeka dio a aceptar.

 

   [No se puede descargar. Espacio insuficiente. Vacíe la memoria, antes de continuar.]

 

   «Interesante», pensó. «Déjame ver qué puedo borrar… como todas estas imágenes de debajo de mi falda no fueron consentidas, esas serán las primeras».  

 

  Entonces, como si de su propio teléfono se tratara, se dirigió a la galería y con naturalidad selecciono toda la primera fila de imágenes y sin titubear, presiono el botón que decía [Eliminar] unas cuantas veces, para regresar al buzón de mensajes electrónicos. 

   

  «¡Aww!», gritó en su interior. «¡Maldito teléfono, no me queda mucho para arrojarte contra la pared! ¡Ya van más de 1500 imágenes borradas y aún me sigues diciendo “espacio insuficiente”!».

  

 De regreso a la galería, Rebeka seleccionó al azar otras cien fotos y dio en el botón [Eliminar].

 

   «Finalmente» dijo más aliviada, al ver resultados. Decidió no esperar para satisfacer su curiosidad, pues el reloj seguía contando los segundos. «Aww, pude descargar una. Déjame ver… Mmm, fotos mías, de esta mañana. Ahora todo tiene una mejor explicación, pero por qué tiene tantos números anónimos que le mandan fotos mías. Ahora que recuerdo, cuando estaba en el interior del tren, escuché a un señor preguntando por el teléfono que se le había perdido». 

 

  Rebeka necesitó recordar unas cuantas pistas para poder deducir lo que era necesario en esta situación: 

 

   «Déjame buscar en internet al respecto». Saco su teléfono y tras poner algunas palabras en la barra de búsqueda, pudo llegar a la sección de noticias más recientes. «Cuarenta y dos casos de teléfonos perdidos o posiblemente robados. Sí, definitivamente es la estación que usamos para tomar el tren por la mañana. Oh, mi amado, te estás enredando una soga en el cuello, las autoridades ya tienen abierta una investigación y todo…».

 

  Profesor:

 

—¿Alguna pregunta con respecto a la clase de hoy o a la tarea? 

 

Luego de mirar el reloj sobre la pizarra, Rebeka pudo notar como la hora del recreo había llegado:

 

   «El tiempo puede pasar rápido en la escuela también, todo lo que se necesita es estar entretenida. ¿Quién lo diría?», se quejó, al mismo tiempo que escondía y acomodaba lo que le quedaba sobre la mesa.

 

  Ante la pregunta arrojada por el profesor, los alumnos se negaron a decir que sí, pues todos desesperaban por entrar el recreo y responder lo contrario, traería como consecuencia, extender la clase. 

 

  El profesor miró hacia el último puesto y continuó hablando —De lo contrario pregúntenle a Rebeka. Por supuesto, en la siguiente clase tienen una prueba sorpresa de todo el contenido que dimos hoy, el grado afectará sus notas finales en un cuarenta y cinco por ciento —.

 

  «Sí, el profesor Bob puede ser viejo y gordo, pero no tonto», se dijo Rebeka, manteniendo una mirada calmada. «Durante la clase te percataste que yo me había pasado el tiempo casi sin mirar a la pizarra o preguntar, como es usual en mí. Claro, si quieres darme trabajo, tengo que hacerte pasar trabajo. Que no se acercara a mí tenía un objetivo. Dejar que me confiara ¿no es así? Te imaginaste que tal vez estaba cansada o dibujaba como otros, pero no te importó. Tampoco es que puedas echarme de la escuela por no atender o no saber cómo responder alguno de los ejercicios. Prefieres hacer esto».

 

  ¿Por qué Rebeka había sido el objetivo de este profesor y de tantos otros, así como del director? ¿Por qué cuándo cometía un error, se le imponía el mayor de los castigos disfrazados como trabajo? a pesar de todo lo que trabajaba y se esforzaba al máximo ¿No sería suficiente con llamarle la atención por no atender? ¿Tenía el profesor que poner el peso de todos los estudiantes de la clase sobre un asunto tan delicado como las notas finales? ¿Para qué hacerle ver a todos sus compañeros de clase que ella tenía que cargar con todas las culpas y responsabilidades de sus calificaciones? 

 

  «No. Todo lo que a ese profesor le importa es hacer que me rinda, que no quiera regresar a la escuela. No quiere verle el rostro a la hija de un asesino. Pero, así como todos se reían a espaldas de Omar, quisiera ver si ese viejo tiene las agallas para tratarme como lo hace, si mi padre estuviera aquí».

 

   A Rebeka la irritación le corría por las venas y más al ver que los ojos de todos los que estaban en la clase le miraban. 

 

 Con la intención de crear su camino de salida ante la situación que había creado, el profesor dio un fuerte golpe contra su escritorio con la intención de organizar los papeles que había recogido y acto seguido, sin siquiera levantar la mirada, procedió a marcharse por la puerta.

 

 —Podrán encontrarme en la biblioteca al final del día —dijo Rebeka, con su mejor rostro de seguridad, pretendiendo no estar al borde de la rabia y desesperación.

  

  Con el timbre sonando en ese mismo momento, los estudiantes decidieron disfrutar lo que tanto habían estado esperando antes que la siguiente clase comenzará y no pudieran merendar. Todos menos uno, Omar. 

 

  «Bueno», pensó Rebeka, regresando a su estado de buen humor. «Algo interesante está por darse lugar. Tú que estuviste nervioso durante toda la clase, ahora buscas la manera de acercarte. Por más que lo intentes, no me podrás decepcionar, mi adorado Omar».

 

   —Omar, acompáñanos a la cafetería, no sería lo mismo sin ti —Lizandra habló en el camino de salida, mientras arrojó una mirada a Rebeka. 

 

  «La regalada, falsa, traicionera víbora es capaz de hablar…», pensó Rebeka, a punto de arrojarse sobre ella y halarle los pelos. «Seguro se dio cuenta de que él me está prestando mucha más atención de lo usual. Qué pena me da tu caso, pero él es mío, su corazón está entre mis manos desde hoy, sucia, envidiosa, celosa y arrogante, que por más que intentes no puedes mantener la boca cerrada, ni quitarme lo que me pertenece…».

 

  Omar, pasándose la mano por la cabeza, bien pensativo, agregó:

 

—Ah, jaja… Tengo que hablar con Rebeka y no puedo esperar hasta el fin del día. Tuve muchas dudas en el tema de la clase.

 

  Miguel, tomando la iniciativa, se arrojó a la situación:

 

—No se preocupen chicas, me tienen a mí… hoy pago el desayuno de ustedes, si lo quieren. 

 

  Las chicas:

 

—Qué caballeroso, bien, apurémonos antes que comience el siguiente turno.

 

  En un aula que fue literalmente abandonada por los estudiantes como si estuviera incendiada, quedaron tan solo dos. Rebeka limpiaba la pizarra y Omar, quien aún estaba sentado. Ella intentaba imaginarse las maneras con las cuales podría seguir apoderándose del corazón del chico salvaje y descuidado que tenía atrás. Tampoco era que pudiera dejar de preguntarse si existía alguien más que estuviera pasando por lo mismo y qué hizo esa persona. Él buscaba la manera de ser perdonado y no caer al interior del agujero del rechazo. 

  

   El tiempo libre se acababa. De un momento a otro ella escuchó como Omar se le acercaba por detrás y como cruda respuesta a este acercamiento, mantuvo su espalda recta y aumentó la fuerza con la cual usaba el borrador, hasta que se decidió a susurrar las siguientes palabras: 

 

 —¿Qué quieres… mentiroso?

 

  Rebeka mantuvo un tono de voz y timbre que podía congelar el aire a su alrededor, aunque no fue suficiente, pues ella volteó su rostro, pretendiendo estar indignada, al mismo tiempo que cerró los ojos y levantó la quijada.

 

  —No soy alguien que diría mentiras… —dijo Omar, mientras tomaba asiento frente a ella, agachando su cabeza y con voz ronca, le manifestó: — Por favor Rebeka. No seas mala, tan solo fue una verdad a medias. Dentro de ese teléfono se encuentra en juego la opinión que tú podrías tener sobre mí. Tengo que proteger esa opinión y también protegerte a ti.

 

 Más como un reto, con la curiosidad de saber si tenía la fuerza y el control que de verdad creía tener, Rebeka se detuvo para colocar él teléfono de Omar sobre la mesa en la que se había sentado, para mirarle a los ojos y preguntarle: 

 

 —¿Mi opinión sobre ti? Pruébame. ¿Cuál es la contraseña?

 

  Ante las palabras de la embravecida chica cruzada de manos, Omar no respondió, solo tomó el teléfono, como un gato que tenía miedo y que estiraba su garra esperando ser golpeado por su dueño. Ya con su teléfono en la mano ingresó la contraseña y lo colocó de vuelta sobre la mesa como si con su rostro hubiese dicho, que sea lo que dios quiera.

 

    —La contraseña larga es tú nombre, más la fecha de tú cumpleaños. La corta es “BK”. No estoy orgulloso de que dentro, en la galería, tenga fotos de tus bragas… las he estado tomando a escondidas.

 

  —¿Eres quien deja cartas y mensajes en mi casillero? —preguntó Rebeka, sin cambiar en lo absoluto las expresiones de su rostro.

 

  —Si, soy yo, también dibujos y poemas…

 

 —Los dibujos no tienen color, los poemas están llenos de faltas de ortografía y las cartas siempre están estrujadas. Para la sociedad no existe valor en nada de lo que has hecho, ¿lo sabes?  

 

 —Es cobarde, lo admito…— dijo Omar, rompiendo las expresiones de su rostro al saber la opinión que Rebeka tenía sobre lo que él había hecho hasta el momento — Fue así como pude encontrar una vía para calmar esto que siento por ti, aunque sea una horrenda persona y no sea digno de ti… cuando pones ese rostro, me das miedo.  

 

  —¿Qué no eres digno? ¿A qué te refieres? —Tras ignorar que le daba miedo al chico que más miedo daba en toda la escuela, Rebeka preguntó con frialdad mientras tomaba el teléfono en su mano, abrió la aplicación de llamar y marcó algunos números. 

 

   —Por lo que sufres, cada día, segundo y momento… es culpa de mi familia… y por asociación, soy igual de responsable… no creo que sea justo, no lo creo… 

 

   Tan pronto Rebeka escuchó semejante razonamiento, dejó de hacer lo que estaba haciendo. No lo podía entender, tampoco era que sus conocimientos fueran los suficientes como para formular una respuesta o reaccionar de la manera más correcta ante esas palabras. Ella entendía que por ahora debía respirar tan hondo como pudiera, dejar ir, junto al aire que exhaló, cualquier problema o inconformidad que tuviera.

 

   «Esto es lo mejor. Por mi bien emocional, sé que es mejor no indagar en el asunto, aunque me rehusó a creer que su respuesta esté bien justificada. Yo estoy feliz, no quiero que mi felicidad vaya en picada por asuntos del pasado cuando tenemos que vivir el presente», se dijo, indiferente a las razones que Omar había dicho.

 

  Rebeka presionó el botón de llamar, había marcado el número de su teléfono, así que esperó hasta que sonara.

 

  Omar, en cambio, estaba esperando escuchar numerosas réplicas, reprimendas y hasta la expulsión de la escuela por comportamiento indecente y acoso. Sin embargo, se mostró tan impresionado, que abrió sus ojos como platos, para acto seguido pasar a limpiar el sudor de su frente. 

 

  —Dejarás el sentido de culpa, así como yo, cuando entiendas que lo que sucedió, aunque no fue como hubiera querido, sucedió porque así era debido —dijo, para pensar, mientras que Omar trataba de entender.

 

«Tal vez me estoy dejando llevar mucho por mi actuación de chica enojada. Bueno, no puedo negar que estoy disfrutando del placer de dejarlo así, hacerle subir y bajar en una montaña rusa de emociones, como él me hace a mí. Pudiera dejarlo así hasta por la noche. Mi silencio en verdad es inquietante, pero quiero hacerle sentir más, aún más… estrellar una bomba nuclear en su mente».

 

  Rebeka, aun con su actitud de hielo, apagó el teléfono de Omar y se lo guardó de vuelta en el sujetador para luego ir en dirección a su puesto y tomar el resto de sus cosas. En el proceso, con su mano derecha, se quitó las bragas humedecidas que ya se empezaban a sentir incómodas y, con suma naturalidad y frialdad, se las entregó junto con lo que tenía en la otra mano mientras pensaba: 

 

   «No creí que tenerle tan cerca y tan sumiso me pondría de esta manera». 

 

   Omar recibió ambos objetos con una sola mano, se veía tan tenso que seguro no había respirado por un buen rato. El teléfono de la chica que estaba acosando seguro tenía mucha información jugosa en el interior, pero más jugoso se veía la ropa interior de ella.  

 

 —Por ahora, no tenemos nada más de que hablar —dijo Rebeka, haciendo que Omar volviera a respirar—. Espera mi llamada en la noche… mi teléfono no tiene contraseña.

 

   Rebeka hizo una pausa y se dijo para sus adentros: «Si se lo digo en un tono más amenazante se va a sentir menos tenso. Un tono que corresponda a la gravedad del crimen efectuado es el perfecto». Claro, no podía decir sus pensamientos de modo que Omar pudiera escucharlos, pero si continuó en voz alta:

 

  —Más te vale contestar— dijo con voz de estar segura de sí misma, para continuar —Tengo las pruebas necesarias para entregarte a la policía como el ladrón de teléfonos. Tú padre y las autoridades no estarán nada felices con la noticia… 

 

  Poniendo una pausa a las palabras que soltaba de manera arrogante de su boca, Rebeka observó al reloj sobre la pizarra. «Debo ir a mi casillero para buscar los libros de la siguiente materia».

 

  —Adiós, Omar —dijo, luego de darse la vuelta de manera seductora, cosa que hizo que su saya - falda - se levantara—. Una cosa más te tengo que decir, y que quede bien claro: te prohíbo robar otro teléfono para tomarme fotos a escondidas. Aprende a disfrutar del momento y deja de vivir dentro de tu galería.

  

  Rebeka, caminó por los pasillos, organizó las clases y hacía lo que usualmente hacía, lo que le permitió pasar el resto del día con mucha más frescura de lo normal. «Podría acostumbrarme a hacer mis actividades de rutina sin bragas», pensó, poniendo particular atención en las personas que le devolvían la mirada.

 

   «¿Cómo actuarían las personas a mi alrededor si supieran que no tengo bragas?», se preguntó. «Hoy en día aún no podemos andar con los pechos al aire en lugares públicos. Pero no es que se especifique que esta situación en la que ando sea ilegal del todo».

 

   «Bueno, ya casi es el final del día, tiempo para que yo termine con mi jornada», pensó. «Ah, no… aún tengo que ir a la biblioteca por si alguien se presenta para consultar sobre la primera clase».

 

  —Muy buenas tardes, señorita Rebeka —una amable anciana vestida de forma elegante interrumpió los pensamientos de la muchacha que iba casi camino a salida de la escuela.

 

Rebeka se volteó y tras saludar continuo:

 

—¿Acaso el profesor de matemáticas se tomó el trabajo de solicitar sus servicios para asegurarse que cumpla con mis deberes extraescolares? 

 

  —No —respondió la anciana—, es mucho peor, al menos para ti. El profesor de matemáticas se dirigió al director y pidió tomar el lugar de supervisión bibliotecaria. Apenas escuché la noticia, no supe cómo responder, pues especificó que desea encargarse personalmente de supervisar tus servicios como tutora, porque no puede tomar el riesgo que alguien suspenda su prueba y empeore su reputación. Que, “el rey de los cielos” tenga misericordia de ti y llene de bondad el corazón de quienes estén a tu alrededor.

 

Luego de ver marchar a la bibliotecaria, Rebeka respiró tan hondo como sus pulmones se lo permitieron antes de dirigirse a la biblioteca.

 

—Maldito sea “El rey de los cielos”. ¿Qué dios hace algo por alguien? —resopló malhumorada.

 

  —¿Acaso te sientes mal? —preguntó el profesor, tan pronto alzó la mirada desde su escritorio y pudo darse cuenta de que esa, a quien estaba esperando, recién abría la puerta para entrar en la biblioteca.

 

  Claro, Rebeka actuó como si aquel individuo que tan mal le caía, no estuviera y pasó a sentarse en la silla de tutorías dentro de una biblioteca tan grande como vacía.

 

 —Te he notado algo distraída durante mi clase. Inaceptable ¡cómo no iba a castigarte por semejante insulto! Después de todo, es trabajo de un profesor corregir la cabeza de una estudiante que no hace más que incumplir con sus deberes. Me decepciona que la presidenta no dé el ejemplo.






Rey De-Heavens

Chapter 6
Conclusión del Génesis


De detrás de Wulfgang, Ehimus sacó su lengua y se abrió el ojo derecho con su dedo índice:

—¡Matando! Así como dijiste que sería la mejor opción para el ligre que Fang dejó ir. ¿Qué esa cabeza tuya no conoce de otro método para solucionar algo?

Katherine no dijo nada ante el comentario infantil de la elfa, que se protegía detrás del licántropo para poder decir lo que pensaba.

—Kat —Maryam tomó la palabra valiéndose de un tono de voz frío, no será necesario, hermana mía. Puedo, perfectamente, ser egoísta como piensas, pero conozco mis límites, así como también conozco la compasión de una madre.

Rey pudo interpretar que su madre hablaba con voz de quien amenazaba. Una amenaza pasiva ofensiva de una vampira que podía poner una cara alegre mientras daba su advertencia y hacía saber sobre su territorio. Por otro lado, Katherine se podía ver frustrada ante la aclaración de su hermana. Con ojos que parecían anhelar algo que su hermana había tenido y ella no, la vampira musculosa, quien seguro no tenía nada agradable que decir, decidió guardar silencio.

Silvia lanzó al aire un comentario:

—¿Por qué no dejar que la pareja pueda descansar en paz?

Las palabras de la criada desactivaron la situación y disminuyeron la tensión. Rey también pudo notar cómo, exceptuando a Ehimus, el resto de los miembros dieron su consentimiento y, de uno en uno, se despidieron para salir del lugar.

Wulfgang, Maryam, la elfa y los bebés fueron los únicos que se quedaron en el cuarto. Con la situación como estaba, “¿acaso vale la pena quedarse mirando?”, se preguntó el pequeño que nadie podía ver mientras miraba a los dos individuos que no reconocía como padres.

Rey estaba más que seguro que, por el resto del día, el lobo y la pequeña verde satisfacían los caprichos de la vampira. Pegando la vuelta, él atravesó la puerta que recién se había cerrado. El pequeño, en su camino de salida, notó que Katherine se mantenía parada afuera de la habitación matrimonial, mordiéndose la uña, mientras que, por la escalera, bajaba el resto del grupo.

Curioso, el pequeño que nadie veía ignoró el comportamiento de la vampira musculosa y decidió seguir al sujeto de piel bronceada, ese que en un momento tan delicado había levantado su dedo y dio una sonrisa despreocupada. El mismo sujeto que era su maestro en la actualidad.

Tras bajar las escaleras, el pequeño caminó por el pasillo detrás de Heroclades. Rey miraba la bolsa de cuero que colgaba del cinturón dorado, en la cintura de su maestro; ahí este guardaba tanto su libro como objetos preciosos. Un libro tan grande como enigmático. “Los libros albergan poder, me dijo el Gran Mago Sabio no hace mucho. Quisiera saber qué tipo de poder es el saber”, se dijo el pequeño.

Heroclades abrió la puerta del cuarto que le correspondía y entró valiéndose de movimientos elegantes y finos. Los mismos movimientos que hacía alguien cuando estaba feliz, cosa que no dejó de llamarle la atención al pequeño que tan pensativo le perseguía.

Tan pronto llegó al frente de la habitación en la que Heroclades había entrado, Rey atravesó la puerta y vio algo que no se esperaba. La cama, las paredes, el suelo y el techo no eran nada fuera de lo ordinario, pero, de alguna manera, su maestro miraba al paisaje más allá de una ventana. La casa, que por fuera no tenía ventanas ni ninguna otra forma de entrada que no fuera la puerta principal, la chimenea o el pasaje secreto, parecía tener una ventana. Rey también notó que la ventana daba a un paisaje hermoso, pero no como el que él recordaba que estaba afuera. Mirando todo con detalle, también se dio cuenta de que los marcos parecían flotar en el aire. Y en esas barandas de madera, con aires de señor mayor, Heroclades se perdía en lo lejano del paisaje como alguien que piensa en algo profundo, tan intrincado y distante como lo que tenía ante sus ojos.

Con rostro aliviado, Heroclades no solo parecía disfrutar del viento embadurnado con aroma de flores, o de la luz que le rozaba el rostro, sino que bajo sus manos tocaba eso que siempre llevaba guardado. Cual si fuese una mariposa con las alas abiertas, se posaba sobre sus piernas el inmenso libro, casi tan grande como las dos manos extendidas del pequeño.

Rey recordaba que era la mitad del tamaño cuando estaba cerrado. Ahora que él lo pensaba mejor, era la segunda vez que veía un libro abierto. Lejos de ser como la primera vez, este libro carecía de cosas que flotaban o imágenes que se desplazaban. En cambio, tenía dibujos estáticos, muchas figuras con puntas y sin puntas, rayas largas y cortas, trazos pronunciados y casi invisibles, garabatos gruesos y otros muy finos. El libro tenía muchas hojas, todas grises oscuras como los cabellos de su maestro, pintadas de rojo sangre.

Él pequeño estaba muy atento al libro que se veía casi tan viejo como quién lo portaba. Uno que no era tocado por el sujeto de piel bronceada, a menos que estuviera solo o que su hermana fuese mencionada. Rey sentía curiosidad de seguir mirando las páginas cuyas imágenes no flotaban. “¿Qué tipo de saberes tiene un libro como este?”, se preguntaba Rey.

Heroclades, con su mano derecha, ojeaba con delicadeza. También, de su mano izquierda, olía una flor hecha del material, delgado, fino y delicado, que componía las páginas. La flor tal vez era una hoja del libro enrollada. Tenía el mismo color, casi el mismo tamaño y, por supuesto, también garabatos, escrituras y rayas conformadas por sangre, así que “¿por qué no?, se dijo Rey. Acercándose más pudo percibir con más detalles las variadas cintas, los numerosos marcadores y dobles de páginas que componían al libro, haciéndole ver gordo. Desde esa distancia, las pinturas no precisaban de otros colores aparte del rojo o el gris. Colores fijos que no se levantaban o flotaban como el otro libro que recordaba haber visto. Parecían aburridas, muy aburridas para el pequeño.

Las palabras del señor de piel bronceada se hicieron escuchar:

—¿Qué más he de querer yo? El ser paciente trae sus recompensas.

Heroclades paso otra página. En esta se podía ver, representado con trazos sabios y serenos, a un glorioso lobo negro aullando bajo la luna llena. Haciendo una pausa en sus palabras, se dispuso a pasar la hoja, pero no sin antes oler la flor de papel que sostenía en su mano opuesta.

—Ummm. Te tengo a mi lado, preciada hermana mía.

Otra página: la ilustración, dibujada con líneas fuertes y detalladas, conformaba lo que era un oso parado sobre sus dos piernas.

—Tengo todo el mundo que te hizo daño encerrado en este libro sagrado que creaste antes de dejarnos. Con mis manos cargo tu legado a donde quiera que vayas.

Siguiente página, con aspecto casi invisible: se podía identificar a una colosal y espeluznante monstruosidad alada; su cabeza de dragón sobre las estrellas de un cielo negro, el torso sobre el horizonte y, repartido entre sus piernas, en el suelo, un gran número de serpientes.

—El otro que intentó seducirte continúa respirando, vive bajo el perpetuo tormento de mi maldición… me preguntó: ¿cuándo morirás?

El señor de piel bronceada hizo una pausa, se llevó la mano al rostro y lanzó una sonrisa amargada.

—Heroclades, vivir en esos malos tiempos no debes más. Mejor pensar en eso que queda por delante —se reclamó a sí mismo—: la encarnación de ojos blancos y pentagrama infinito. Ese que en su primera vida tuvo el potencial de ser el patriarca de todos los dioses y se cogió a Mnemósine bajo las narices de Zeus es ahora mi futuro discípulo… Rey, digno nombre, ¿no es así? Tengo que entrenarle, hacerle fuerte y darle lo que necesite, estoy dispuesto a matar a sus padres y a cada miembro de esta manada si es necesario. Sí. Él hará que los dioses olímpicos tiemblen y que nuestro padre perezca, estoy seguro.

Regresando la mirada a la rosa de papel y pasando su mano por la página emblanquecida del libro, dijo:

—Será mejor herramienta que Tifón. ¿Acaso se me olvidó contarte que el último hijo de Gea es la maldición que persigue a ese malnacido que intentó manchar tu castidad? Es algo que hablaremos después. Perdóname, pero ya es hora de disfrutar de los placeres de la noche…

Rey, quedó interesado por las palabras de su maestro, pero, con ojos desanimados, vio cómo él cerró el libro cuyo título estaba oculto y rasgado en la página detrás de la portada. Justo debajo del título, también pudo ver más escrituras que no estaban tan cargadas de garabatos, ni trazos o figuras. Algo sí era seguro: no más páginas que Heroclades pretendiera pasar para que él viera, ni palabras. Acto seguido, el señor mayor guardó el grimoire en su scarsella. Con esto, la ventana por la cual entraba el sol y toda una fresca brisa desapareció.

El pequeño aún estaba intrigado por la actitud del señor de piel bronceada. No entendía cómo interpretarlo, si tal vez era bueno o malo. En especial la parte en la que él estaba dispuesto a matar a sus padres y a cada miembro de esta manada si fuera necesario. ¿Era bueno para él? ¿Era malo para sus padres? ¿Sería necesario? De pronto, Rey fue tomado por sorpresa cuando dos bultos se movieron bajo las sábanas de la cama a su espalda. Apenas volteó a mirar, dos mujeres cruzaban por las sábanas a cuatro patas.

Regresando el rostro, Rey vio cómo Heroclades, con tan solo desabotonarse el botón que tenía a la altura de su hombro, hizo que sus prendas cayeran en el suelo. El sonido de una tela sedosa acompañado por el tintinear de metales dorados se pudo escuchar.

—¿Verdad? Damares mías… —terminó el sujeto de piel bronceada.

Apenas cruzaron la cama, las dos mujeres de piel y características semejantes a Heroclades salieron al encuentro del hombre desnudo. Una fue directo a su boca, la segunda se le arrodilló al frente mientras él extendía sus manos y abría las piernas. Rey escuchó cómo entre ellos tres reían y provocaban sonidos húmedos. El pequeño entendía que ellos reían porque bien conocían de “los placeres de la noche”, la última frase que su maestro había dicho.

Rey no creía que fuese a suceder nada más interesante, tampoco que sus preguntas tuvieran respuestas. Era cierto que había tres mayores sin prendas en una habitación a solas, pero de nada le serviría al pequeño aprender de “los placeres de la noche” si él aún no era mayor como ellos.

Entre el sonido de besos y caricias mundanas, Rey atravesó la pared más cercana para llegar a otro cuarto. Encontró que en esta habitación estaba Ehimus bostezando mientras terminaba de llenar una segunda bolsa de sangre, la cual se dispuso a dársela a Katherine para que se alimentara.

“No se ha recuperado del todo y quiere hacer una orgía como reunificación”, pensó.

—Quiero darles el cariño de una madre —dijo—. Menos mal que te rescaté de esa habitación a tiempo. ¡Yo no pienso caer en su tela de araña! ¡Al menos no otra vez! ¡Tiene que entender que estoy bastante enojada por dejar vivir a ese niño! —dijo la vampira indignada al mismo tiempo que se movía de un lado a otro y gesticulaba con las manos como quien intentaba exponer su punto de vista—. Seguro que esa cosa pasa la iniciación del clan. Es su hijo, ¿cómo no va a ser amado por ella? Pero y ¿si en algún momento incapacito las habilidades de mi hermana?

—Te pones paranoica—dijo Ehimus—, especialmente cuando estás aburrida. La iniciación consiste en que ellos confíen y experimenten la muerte, para que después Maryam, con su amor, los regrese a la vida. Ella no amaría a alguien que no se merezca ser amado, aun si es o no su hijo.

—Admito que estoy aburrida —dijo Katherine—, cansada de oírle retozando como nunca, frustrada de no poder hacerme con un hombre por mi cuenta, preocupada con el futuro De-Bastador. Muchas cosas y no sé qué hacer.

—¿Qué es lo que más quieres en este momento? —, preguntó Ehimus como quien sabía la respuesta.

—¡Quiero tener el calor de un hombre conmigo en mi interior sin que ella tenga nada que ver! ¿Me estás escuchando? —le dijo la vampira musculosa a la elfa, quien ni se inmutaba en escuchar.

—Tú y Miján, piénsalo —respondió la pequeña elfa como quien le restaba importancia al asunto—. Aunque cree que puede sustituirlo todo con riqueza, a pesar de que siempre me roba los fondos del grupo y les cobra favores a los necesitados para apostar, al menos, él es mejor opción que Heroclades. Y opino que es lo suficientemente sensato para quedarse únicamente contigo si se lo exiges —sugirió Ehimus—. Además, los De-Grecia son muy ambiguos. No trabajan y siempre que se acercan a alguien diferente lo hacen con una pregunta: “¿Qué crees que es reinar?”, y si no sabes responder lo suficientemente bien como para tener una disertación sobre el tema, responden “no tiene importancia, solo estaba buscando a alguien racional”. ¡¡¡Qué irritante!!! ¡Dicen que si lógica, decisiones, sabiduría, conocimientos…! Miran a la persona como si trataran de determinar si en verdad tienen idea de lo que están hablando y si no, te corrompen. Hacen mil pedazos tu argumento y terminas viendo que estabas equivocada…

Katherin dejó de escuchar a Ehimus, pero, aun así, la elfa siguió hablando como si hubiera regresado al pasado. Para la vampira musculosa, la elfa ahí presente se motivaba a odiar a Heroclades. Ellos dos siempre estaban pegados cada vez que luchaban, sin mencionar que tal vez ella quería quedarse con el De-Grecia. Katherine, habiendo ignorado todas las palabras relacionadas con Heroclades, regreso al presente:

—A veces me sorprendes, pequeña verde. Ya lo he venido pensando. Él tiene todo el tiempo y las fuerzas de vida de un elfo. De dentro del grupo, al menos es el único que queda para darse el lujo de invertirlos en una vampira bastante egoísta como yo —dijo mientras se sentó en un mismo lugar a pensar en voz alta.

Ehimus, como quien advierte y aconseja, dijo:

—Trata de no ser tan brusca en el primer encuentro. Déjale que tome confianza y que disfrute. Maryam dice que a todos los hombres les encantan los placeres de la carne, así que, si al principio controlas tus muy malos hábitos en la cama, todo debería de ir bien.

Cambiando la dirección de sus palabras, la pequeña verde señaló a la bolsa de sangre que ya había llenado.

—Ya tienes una. Voy a dejar esta otra en la caja climatizada —Poniéndose de pie se dispuso a salir—. Te deseo suerte, ah… Te quiero advertir. ¡Déjame fuera de todo esto! —dijo con tono bajo, de alguien cansado.

Katherine abrió sus ojos dibujando una sonrisa de oreja a oreja:

—No te ofendas, pero ya no me entretengo tanto contigo como antes. A pesar de ser tan pequeña y hacer tantas preguntas, tu carácter de niña vieja se está volviendo muy predominante en la intimidad cada vez que Fang no está. Me atraía más tu rostro de miedo y que no te gustara lo que te fuera a suceder —dijo la vampira mientras hacía que toda la habitación se volviera oscura y envolviera a la elfa, que siquiera se inmutó para reaccionar—. Ves a lo que me refiero. Estás creciendo y te estás volviendo aburrida…

Por otro lado, Rey quedó sorprendido. No esperaba ver el despliegue de semejante oscuridad. Hambriento y aterrador, el negro devoró hasta el sonido en aquella pequeña habitación. Sin poder ver nada por un segundo, él esperó en el lugar hasta que de a poco vio cómo un rayo de claridad entraba por las hendiduras de una puerta que estaba siendo abierta. Él también notó que tan pronto la pequeña verde terminó de abrir la puerta, se marchó de dentro de la habitación como escapándose del agarre de la vampira musculosa, que le quería seducir a su manera.

Una vez Ehimus salió al pasillo, Katherine le siguió desnuda con el rostro un tanto decepcionado. Rey también salió de dentro de la oscuridad que le hacía sentir tan incómodo. De un momento a otro, el pequeño se quedó intrigado cuando vio cómo Katherine se agachaba en frente de su habitación y comenzó a simular que estaba buscando algo cuando evidentemente no tenía nada que buscar.

Ahí, sin ropa y ante los ojos de Rey, Katherine no se veía muy diferente de su padre o Heroclades. Claro, no tenía algo que le colgaba de entre las piernas, pero tanto su voz gruesa, constitución y cicatrices le hacían comparable a los demás miembros que sí.

Mientras que con sus manos tocaba el suelo, Katherine hizo que las sombras se entrarán por las separaciones de la madera que conformaban el suelo. Rey sintió más curiosidad por el evento, y no porque ella estuviera inclinada hacia delante con las nalgas abiertas enfrente de él.

“La oscuridad parece agua, pero no puede ser agua porque a pesar de que corre por el suelo nada se queda húmedo”, pensó. No era la primera vez que él veía a la vampira utilizar a las sombras como su aliada y si ella era alguien que el futuro se le oponía, era mejor ser precavido y aprender.

El pequeño de ojos blancos continuó por el pasillo, hasta colarse por debajo de las piernas de Katherine para así ver más de cerca el suelo. De pronto, Rey escuchó cómo Miján se despedía de Ehimus, quien le había sugerido que fuera a dormir.

Rey alzó la cabeza, miró en dirección a la sala y vio cómo Miján se acercaba. Un paso, dos pasos, tres pasos firmes. Siete, ocho y nueve, ya no tanto. El elfo notó que el pasillo estaba más oscuro de lo normal, también que la vampira musculosa le estaba viendo cual si estuviera orgullosa de su desnudez. Era una situación incómoda para Miján. Rey podía imaginar y concordaba en que siempre es intimidante cuando una presa es observada por un cazador. Tan rápido como pudo, quien vestía de prendas avanzadas, cambió la dirección de su mirada, apenas hizo conexión con los ojos de Katherine. Rey recordó que el elfo siempre se veía nervioso ante la vampira.

Miján se detuvo. Tenía cara de quien trataba de calmarse a sí mismo, incluso con un movimiento de su cuello mandó al extraño aparato flotante a que desapareciera. Poniéndose la mano derecha detrás de la cabeza, el elfo de luz se acercó más y dijo:

—Tal vez debo ser más sociable. Puedo contar con mis manos las veces que hemos hablado a solas…

Katherine interrumpió al elfo con la confidencia de una triunfadora:

—Las palabras no son necesarias… ¿Piensas resistirte? —dijo y con un chasquido de sus dedos toda una nube de sombras se dio lugar en el pasillo.

Miján, con una sonrisa y clavando su mirada entre las piernas de la vampira, respondió:

—¿Qué puedo hacer? Me veo obligado a ser recíproco con tus sentimientos. Me gustas si te gusto.

Rey vio cómo toda la oscuridad espeluznante envolvió el cuerpo del confundido joven de cabellos plateados. Ante los pies del pequeño, cual si fuera un saco lleno de tierra, Miján cayó sin poder hacer nada. Carente de fuerzas para forcejear o deseos de intentar escapar, se entregó a los efectos de un gas que parecía estarle sedando.

—Entonces, me perteneces —agregó Katherine, tan pronto abrió la puerta de su cuarto, con el rostro de alguien que no tenía intenciones de perder mucho tiempo.

La vampira arrastró a su víctima al interior de la habitación, que antes había sido todo un cuarto alumbrado y ahora estaba tan oscuro que ni siquiera se podía ver nada. Rey miró como alguien que observaba la escena de un asesinato. De pie, en el pasillo, sin atreverse a acercarse, el pequeño sin apellido solo escuchó cómo la puerta se cerraba y el click-clack del seguro.

Para el pequeño no quedaban muchos otros cuartos que chequear. Al menos, no sin que hubiese dos o más mayores revolcándose los unos sobre los otros. Él no entendía qué veían ellos de interesante al estar pegados todo el tiempo. “No soy mayor, no es mi momento para poder entender”, se volvió a repetir a sí mismo. “A diferencia de ellos, yo soy pequeño. Recuerdo como Heroclades siempre hacía lo posible para separarme a mí y a mis hermanos de Miján y Katherine cada vez que estos dos se juntaban e iban hacia una zona apartada”.

Caminando a la salida del pasillo, el pequeño, que intentaba entender, se detuvo en seco. Él escuchó una voz familiar que hablaba desde la segunda planta.

—Una sirvienta bien aplicada y fuerte para el combate…

Si no había sido suficiente con la voz, la risa caprichosa que precedió a las palabras fue inconfundible. Era Maryam la que hablaba.

—Siempre creí que toda casa necesita buenos empleados. En particular, sirvientas que cuiden de mi marido, de los niños y los demás inquilinos cada vez que yo no pueda. Brenk Priom compartía mi opinión al respecto, los demás nobles creían que era un lujo innecesario…

Silvia, chasqueo la lengua. “Tch”. Fulminando a la vampira con su mirada y valiéndose de un tono recto, Rey le escuchó decir:

—¿Qué desea la señora Maryam?

Maryam, desde el segundo piso, recién comenzaba a jugar con el flequillo de sus cabellos, así como mismo había hecho el primer día cuando vio por primera vez a Silvia. Rey estaba viendo la mirada curiosa y coqueta de su madre, una mirada que quería desvestir a quien con sus ojos veía. La vampira arqueó su espalda, dejando que los senos se le salieran de su vestido poco apretado y continuó.

—Sé que tienes hambre de conocimientos Silvia. Estos ojos, que lo han visto todo, pueden ver a una niña curiosa, celosa y llena de deseos insatisfechos. Puedo darte y proveerte de lo que tengo, me sobra para compartir y sé que no te importaría cuánto te cueste… Dime: si te uso como una herramienta o como una esclava, ¿estarías interfiriendo directamente con nosotros? Después de todo, soy yo quien hace la proposición y necesitaría de tus servicios de otra manera.

Rey notó cómo, a pesar de que nadie había levantado la voz, ni de que se ofendieran la una a la otra, el ambiente estaba tenso. Él también se dio cuenta de que nunca había visto a su madre enojada. “Me pregunto cómo sería ella estando enojada, ¡Hmmm!”.

Silva desvió su mirada:

—Entre mis normas como sirvienta, estoy en todo mi derecho de exigir respeto. No me debo permitir recibir un trato que no quiera y si sucede, debo, de forma educada, poner en conocimiento del invitado que sus insinuaciones son injustificables y no llegará a ningún lado.

Maryam asintió con la cabeza, hizo la expresión de alguien que se daba cuenta de algo obvio y, aun así, después mostró una sonrisa creciente como si esperara recibir lo mejor de la situación:

—Tus normas de sirvienta son algo estrictas. Oficialmente, quiero hacer un acto de reunificación de nuestra familia. Mi habitación no es lo suficientemente grande para que todos los miembros de la manada nos juntemos. Por esa razón pienso cambiar el punto de reunión. Siempre creí que el recibidor de esta casa era el lugar más conveniente para que todos podamos estar. No tendrás que seguir escuchando detrás de la puerta. Como sirvienta, puedes hacer tu trabajo y estar atenta a cualquier sitio mojado que pueda quedar en el suelo sin “tener que interferir directamente con nosotros”. Aun así, ten en cuenta que estoy dispuesta a recibirte como una hija si así lo deseas. ¿Qué me dices?

Tan pronto como la criada agradeció la tan tentadora oferta y esclareció los puntos que debía esclarecer, Rey pudo escuchar cómo la vampira se dio vuelta y entró en su cuarto. Silvia se llevó la mano al pecho y dejó salir un suspiro.

El pequeño fue a dar un paso para acercarse a la criada, pero el tiempo se detuvo. Esta vez no estaba asombrado, él ya sabía que no podía moverse por más que lo intentara. También sabía que solo podía ver y esperar hasta que todo volviera a la normalidad. Levantando la mirada, en el medio de la sala, Rey pudo ver a todos los miembros de la casa desnudos unos encima de otros, y cómo Silvia simplemente los miraba sin hacer nada.

—Estás viéndome el culo… ¿Tienes curiosidad? ¿No es así? Si quieres te dejo verlo desde más cerca… incluso su interior… Cómo se ve, cómo se siente… qué sonidos puede hacer si le metes tu lengua.

Esas fueron las pocas palabras que Rey fue capaz de distinguir en la intensa escena que duró por un buen rato. Cuando todos terminaron, se regresaron a sus cuartos veloces como el viento. En ese momento, la criada procedió con su rutina de limpiarlo todo de arriba a abajo, de izquierda a derecha y apagar las luces hasta que el lugar quedara oscuro. La oscuridad se hizo larga, para Rey, quien no hacía ni veía nada.

Tan pronto como las luces se encendieron y el tiempo regresó a la normalidad, el pequeño levantó su mirada con el abrir de la puerta del cuarto superior. Esta vez no era Maryam, sino que Wulfgang fue quien salió hacia el balcón que colindaba con las escalares. Apoyándose en el pasamanos, procedió a bajar a la primera planta mientras limpiaba su garganta y respiraba como quien necesitaba calma. Rey se dio cuenta de que su padre no lucía igual. El lobo tenía una expresión en su rostro algo diferente. No era la usual tristeza que le hundía, pero sí tenía la cara de alguien que no podía creer lo que había visto.

—Chicos —llamó Wulfgang al resto del grupo.

Las puertas en el pasillo se abrieron con delicadeza. Los pasos de los miembros de la manada también se dieron a escuchar por la casa. Rey se apartó a un lado, luego volteó y dirigió su mirada a los presentes. Quienes caminaban estaban vestidos, con miradas atentas, se veían también preocupados, aunque ni siquiera Ehimus se atrevía a preguntar. El licántropo parecía hablar con sus ojos. Cómo si hubiera dicho: “Vengan a ver esto… se van a sorprender”. Se volteó y subió las escaleras que ya había bajado.

Siguiendo la sugerencia del lobo, los miembros subieron detrás de este hasta el segundo piso. Nadie sabía con precisión que había sorprendido tanto al Wulfgang, solo podían esperar a ver con sus propios ojos.

“¿Qué situación había podido suceder para que ellos tuvieran semejantes rostros?”. Con esta pregunta en mente, Rey se puso de primero en la fila de subida. Apenas invadió el cuarto juntos a los demás, no encontró motivo para asombrarse, pero se extrañó porque los demás no pudieron dejar de abrir sus bocas cuando vieron en dirección a las cunas. El pequeño volvió a mirar a donde todos veían. Seguía sin entender por qué razón los mayores estaban tan sorprendidos. Aun así, junto a ellos, él se situó en el borde de las tres cunas.

Rey vio cómo seis personas rodearon a tres pequeños que habían dejado de ser bebés. También escuchó murmullos, preguntas y exclamaciones: “¿Cómo es esto posible?”, “¡Increíble!”, “¿Debe ser un sueño?”, “¡No de nuevo!”. Los mayores hicieron tanto hincapié sobre lo que veían que ya para Rey no parecía tan normal que en el pasar de una noche, tanto él como sus hermanos se hicieran grandes. El pequeño también pudo ver cómo en su propia versión del pasado sus hermanos abrieron los ojos. Recordaba que tanto la claridad como el ruido le molestaban, también vagamente recordó otro ruido, independientemente del que hacían los mayores ahí presentes. Nock, nock, nock. Rey se volteó con el sonido de la madera siendo tocada para ver al Gran Mago Sabio en la entrada de la habitación.

El anciano, que tocó a la puerta y de una vez captó la atención de los espectadores, habló con el usual tono jocoso que siempre llevaba:

—¡Buenos, buenos días, mis inquilinos! ¡¿Acaso no es espléndida la curiosidad?! Esa que nos motiva. Quien nos toma de la mano y nos lleva a explorar por un mundo nuevo y fascinante. Denle la oportunidad a los ya no tan pequeños y verán.

Todos miraban al anciano como si no entendieran de lo que él hablaba. Aun así, el continuó como si fuese lo contrario.

—Digo esto porque las corrientes del tiempo actúan de una forma diferente con nuestra especie bípeda que en el resto de los animales. En una noche, sus hijos se desarrollaron lo suficiente como para alcanzar la capacidad de poder valerse por sí mismos. Puedo asegurarles que los niños tienen la madurez suficiente para poder caminar, correr, razonar y valerse por sí mismo.

Todos regresaron sus miradas a los pequeños. Correr parecía ser mucho para ellos. Incluso Rey, ahí presente, recordaba que él no corrió desde el primer momento en el que abrió los ojos. Pero sí recordaba que los mayores quisieron poner la teoría del Gran Mago Sabio a prueba.

Después de que los presentes hicieran espacio, el licántropo cargo a su hijo sin apellido, ese que tenía un pentagrama infinito en el interior de sus ojos blancos. Tras dar un paso atrás y voltearse, Wulfgang puso en el suelo al pequeño que cargaba.

Rey se vio a sí mismo de pie, se vio como quien no se quería ver. Tenía la misma estatura, cabellos y constitución, pero no compartía la similitud de sus miradas. También vio a su padre alejarse y las miradas de los demás miembros desde otro ángulo, pero todo exacto a como lo recordaba, solo que esta vez llevaba consigo la carga del conocimiento. Y, aunque el resultado sería el mismo, ahora él presentía que iba a ser mucho más doloroso.

Su yo ingenuo y despreocupado de un pasado no muy lejano dio los primeros pasos con ojos bien abiertos. Torpe y casi que al caerse. Corrigió su postura varias veces, tomó el equilibrio y volvió a dar pisadas fuertes hacia adelante.

Rey pintó de decepción su mirada, más al recordar cómo él no podía resistirse a los deseos de descubrir en aquel momento. El Gran Mago Sabio tenía razón con lo que había dicho: “Eso de que la curiosidad nos motiva y toma de la mano no es del todo mentira”. En el pasado él era tan inocente como incrédulo y el sentimiento de descubrir le animaba, aunque no supiera observar ni escuchar o comportarse con la mejor actitud. Pero, por más que quisiera cambiarlo, aquel era un pasado que no se podía alterar, borrar o eliminar. Eventos que ahí estaban para quedarse y vivir entre recuerdos.

Rey volteó su mirada. Al otro yo del pequeño se le podía ver mirando a todos los que se encontraban animándole. Con sus ojos curiosos solo veía rostros con gestos, sonrisas y muecas, pero no lo que se encontraba detrás de aquellas caras… que los mayores le estaban juzgando e incluso despreciando en silencio. Una vez el pequeño perdió el interés en quienes los rodeaban, volteó su mirada sin tener razón para ser agradecido o devolver algún gesto, sonrisa o mueca. Él quiso seguir su descubrimiento más allá de donde se le había dejado.

Previniendo que algo malo pudiera pasar, pues el pequeño se acercaba a donde estaba Katherine, la preocupada madre intentó sostenerle. Con un manotazo torpe y un chillido de su parte, Rey golpeó la mano a su madre y negó la ayuda para así continuar con más libertad. Con mucho disimulo y tacto, Maryam retiró la mano con la que trató de ayudar y guardó distancia.

Rey, tras escuchar el sonido, caminó hasta donde estaba su otro yo y casi se le unió. Ahí subió su rostro y con esto, también la mirada. Tenía los ojos un tanto preocupados. Aunque no reconociera a la vampira como madre, ella era quien más derecho tenía de matarle si se le antojaba. No obstante, en respuesta ante el rechazo por parte de su yo pequeño, Maryam simplemente dio una agradable sonrisa y tomó distancia. Aunque una sonrisa no significaba más que tan solo una apariencia, Rey no lo tomó a mal. Aun así, Maryam era Maryam, y ante el gesto hacia la madre, los demás miembros allí presentes guardaron silencio, apagaron sus muecas y prestaron mayor atención. Rey estaba avergonzado de sí mismo, pero también sabía que lo peor estaba por llegar y que no podía hacer más que ser fuerte y ver lo que antes había ignorado. Su yo anterior quedaba erguido sobre sus piernas y, al mismo tiempo, intentó levantar una para apoyarse en la otra.

Aunque nadie parecía estar expresando nada en particular, era mucho el tiempo que habían vivido y, por ende, anticiparon la caída del pequeño que recién se había puesto en pie. Valiéndose de rostros apagados, ellos enfocaron sus miradas sin hacer ningún comentario, como si quisieran ver cuál sería la reacción del pequeño aventurero al caer por el orgullo de querer sobresforzarse solo. Un paso torpe. Un segundo pasito sin equilibrio alguno y, acto seguido, “punm”. El pequeño cayó al suelo.

Quien sentía curiosidad, ahora estaba sintiendo otra sensación algo intensa, molesta y desagradable. Dolor. Ahí se quedó el pequeño de ojos blancos por un momento, como quien evaluaba la situación. Tocando el suelo con sus manos, procedió a tocarse las rodillas que le dolían, para, por último, levantar su pueril rostro y observar a su alrededor. Ninguno de los presentes tenía motivos suficientes para pretender ayudarle, tampoco habían recibido la aprobación de los padres.

Rey recordaba haberse preguntado: “¿Cómo ellos pueden mantenerse de pie y yo no?”. Cuando notó que los mayores le prestaban atención a algo más, volteó su cuello y vio cómo Dante siquiera se pudo poner en pie y, a pesar del esfuerzo, también cayó al suelo, pero él actuó diferente en el mismo escenario. Su hermano licántropo abrió la boca, cerró los ojos rojos y gritó en un llanto adolorido.

El yo de Rey del pasado se dio cuenta de que el fuerte llanto de su hermano Dante fue lo que le hizo que fuera ayudado por la preocupada madre. Maryam, con arrepentimiento en el rostro, no dudó en recoger a su hijo del suelo para consentirle como quien tenía la intención de aliviar el dolor ajeno. Él también vio cómo el tercer pequeño, ese de ojos azules, actuaba cauteloso. Jhades, como quien aprendía por errores ajenos, decidió seguir aferrándose a su padre que le ayudaba con la intención de procurarle no caer.

“Bumm, Crack”. Un estrepitoso sonido precedió algo que se partía en dos. Los mayores regresaron sus miradas al primer pequeño. Sin embargo, Rey no pudo hacer más que desviar su rostro. No tenía que ver para saber lo que había sucedido. A pesar de ni siquiera poder caminar bien, de un golpe su “yo” del pasado había destrozado parte del suelo. Él podía entender que, en ese momento, en su mente, el suelo había sido el responsable de su caída, así que con sus manos lo golpeó para intentar solucionar el problema. Luego, como con movimientos torpes y desequilibrados, se puso en pie una vez más para volver a caminar sin darse cuenta de algo. Las nuevas expresiones en los rostros de los diez adultos presentes.

“¿Quién hubiera imaginado que tantas expresiones diferentes podían ser el resultado de tan solo una decisión?”, se preguntó el pequeño que nadie podía ver. “El pasado no puede ser cambiado, pero sí puedo aprender y reflexionar. También este es el momento en el que puedo saber quiénes están conmigo y quienes no”.

Apenas respiró con profundidad, Rey se dispuso a girar y aceptar la realidad. De primero vio neutralidad en la cara del más anciano. El Gran Mago Sabio, ese de piel negra y cabeza rapada, con sus ojos entrecerrados, manifestaba expresiones entre vivas y frías, como quien no pretendía reaccionar, pero tampoco se negaba. Más atrás, Rey enfocó su mirada en la cara interesada de Silvia, ella empinaba su cuerpo hacia adelante para poder ver mejor. A la derecha estaba Miján, él se miraba ofendido, con las cejas achicaba sus ojos, también estrechaba sus labios y empujaba la mandíbula hacia adelante. Parecía como quien quería antagonizar el comportamiento agresivo de su antiguo “yo” y no podía, ya que no era el padre. Con una vuelta completa, mirando al otro lado de la habitación, Rey pudo ver las comisuras de una boca fina y estirada en el rostro feliz y despreocupado de la vampira que debía llamar madre. Continuando el girar de su cuerpo, junto a la puerta de entrada se paraba Heroclades, maravillado, levantando en alto sus cejas y dejando que sus ojos se parecieran a grandes platos. El sujeto de piel bronceada no desviaba la mirada que había encajado en el hijo de su discípulo. Más al interior, con las cejas reducidas y su labio superior encorvado, mientras arrugaba su nariz, la vampira musculosa denotaba una expresión de asco. Katherine reprobaba intensamente la conducta destructiva de su “yo” del pasado. Regresando a dar otra vuelta completa, al lado de Maryam estaba Wulfgang, con párpados caídos, lleno de tristeza, como era típico. Detrás del licántropo estaba Ehimus, temblando del miedo, tratando de mantenerse escondida. Rey podía imaginarse que la elfa, con su personalidad infantil, antes dicha por los adultos, se estaba imaginando a un De-Bastador en el futuro. Por otro lado, ignorando a los adultos, Rey también inspeccionó la mirada del que había dejado de llorar sobre los brazos de su madre, Dante parecía estar en busca de más emociones, de tener la intención de competir y hacerse ver mejor. Mientras que Jhades lucía desinteresado y parecía evadir todas las emociones que le fueran posible.

Rey miraba a sus hermanos con suma atención. Estos dos pequeños también debían de entrar en la ecuación. Él entendía que no solo debía cuidarse de sus padres, sino que tenía que mantener un ojo en Katherine y Miján, quienes eran nada más ni nada menos que los actuales mentores de sus hermanos. Dicho evento suponía una infinita cantidad de situaciones perjudiciales para él. Las caras de desprecio que se hacían notar con más intensidad hicieron que el momento se volviera asfixiante. Pero la situación no se detuvo ahí. Alguien tenía que hablar y otro tenía que decir algo al respecto.

Miján, mirando en dirección a Wulfgang, fue el primero en lanzar un comentario:

—Es un verdadero monstruo de corazón indescifrable.

Katherine, mientras daba un paso adelante, también comunicó lo que pensaba:

—No solo eso, en mí no cabe duda de que se convertirá en un peligro, un devastador capaz de eliminar todo a su alrededor. ¿Aún quieres mantenerlo con vida?

Maryam no dijo nada en respuesta. Su silencio significaba que sí. La vampira musculosa continuó:

—Algo que los De-Bastadores tiene en común es que necesitan romper algo para entenderlo o simplemente para aliviar sus emociones. ¿Qué? ¿Acaso este no es el ejemplo más obvio? Él está aquí, mañana tal vez esté un poco más cerca, y así hasta que esté junto a nosotros. En ese momento, y sin que nadie lo sepa, se arrastrará dentro de nuestras cabezas para robarnos la cordura y eliminar uno por uno a cada miembro del grupo.

Ella decía algo que había vivido en carne propia en el pasado, incluso mostraba las cicatrices de sus hombros para confirmar los sucesos que la traumaban. Los miembros del grupo guardaron silencio, no se atrevieron a contradecir las creencias de la vampira musculosa. La mirada en los ojos de Wulfgang decía que estaba decepcionado y que solo esperaba que el tiempo demostrara lo contrario, pues, dijese lo que dijese, no tenía pruebas sólidas que pudieran respaldar la actitud de su hijo sin apellido.

La voz del Gran Mago Sabio se dio a escuchar:

—Mis queridos inquilinos. No se deben precipitar. Las distintas situaciones y emociones que experimentarán los pequeños en su infancia serán, sin duda, el hilo conductor que conectará las grandes decisiones que tomen en la adultez —dijo el anciano mientras de a poco abrió sus ojos.

La figura de este pareció duplicarse y, aunque una se quedó estática, la otra se movía y miraba a Rey.

—Tus ojos ya eran desconfiados desde un inicio, ahora obtuviste la confirmación que necesitabas y nadie lo pudo notar. Semejante situación significó mucho para ti, ¿no es así?… Porque nadie te ayudó al caer en este momento, es que no esperarás recibir ayuda de nadie, aunque la necesites. Aunque no puedas entenderme, déjame decirte algo pequeño. El dolor puede venir en proporciones desiguales a la felicidad que estés dispuesto a experimentar. Pero si eliges el mejor camino, no tendrás que lidiar con tanto dolor y tal vez no tengas que presenciar lo que es la muerte…

Rey se dio cuenta de que todo el tiempo se había frisado y que el Gran Mago Sabio estaba ahí, hablándole a él. Aun así, el silencio reinaba soberano. No iba a romperlo, ya él no hablaría por hablar. Él se propuso ser más consecuente y tomar su tiempo.

El anciano de piel negra estaba ahí. Él necesitaba confirmar por sí mismo las suposiciones que había creado sobre aquel niño. Tampoco existía nadie más en quien el pequeño de ojos blancos confiara.

“El pasado que le mostré no se ha saltado ningún punto fundamental con respecto a la verdad”, pensó el anciano. “Pudiste ver con tus propios ojos y escuchar con tus oídos los secretos claves que, sin duda alguna, son cruciales para tu sobrevivencia. Con todo lo que observaste, tendrás que tomar una actitud sumisa ante quienes te puedan ayudar o cuya alianza sea beneficiosa para ti”.

El tiempo siguió pasando y el silencio se mantuvo.

El anciano abrió los ojos y mostró una sonrisa calculada para continuar con su diálogo interno. “Di tu palabra. Aunque sea solo una, crío. Basándonos en tu comportamiento conductual por instintos, no careces de los medios fundamentales para reflexionar y actuar con sensatez. Puedes ser reservado, cauteloso, confidente, arrogante, orgulloso, soberbio, altanero, presuntuoso, gallardo, pero, sobre todo, eres alguien racional…

Rey mantenía su silencio. Tampoco se movía del lugar. Con la mirada en alto, desconfiaba, o parecía estar dudando.

Para el anciano, el tiempo que transcurría soportaba su teoría de que “alguien tan orgulloso y autosuficiente no puede admitir que está equivocado y que necesitaba de los demás para sobrevivir. Pero, precisamente por eso, tienes que hacerlo. Sea coherente o no, sabes que debes intentar integrarte en la manada para prolongar tu existir, es parte del sentido común de toda lógica existencial… o ¿me equivoco? No, yo nunca me equivoco… ¿Cómo puedo estar equivocado yo? Imposible… y, ¿por qué estoy titubeando?”.

La sonrisa en el rostro del anciano se mantenía firme y convincente, aunque por su tez negra corría una gota de sudor.

“¡Dale crío! ¿Aún estás lleno de dudas y continúas estudiando la situación o es mucho tu orgullo? Sabes que soy el más fuerte, un ser supremo que trasciende el presente, el pasado y el futuro. Sabes que, si agachas la cabeza ante mí, tendrás mi protección. ¿Qué decidirás ser en respuesta a esta situación? ¿Cuál será tu identidad? Con esa última variable yo finalmente tendré lo que necesito para poder calcular la ecuación… Dale, pequeño, déjame escuchar qué serás. ¿En qué basarás tus acciones? ¿En… orgullo? ¿Inestabilidad? ¿Nerviosismo? ¿Inseguridad? ¿Cobardía? ¿Curiosidad? ¡¿Agresividad?! ¡¡¡Vamos!!! ¡¡¡Baja la mirada y déjame escuchar quién serás en esta vida, maldita sea!!!…”, pensó el Gran Mago.

Rey cerró los ojos. En teoría no le importaba presenciar lo que es la muerte, pensó. “Dar la espalda y caminar… podrás evitar darle una respuesta de si soy rebelde o sumiso hacia él. Aunque eso signifique caminar hacia la destinación más dolorosa, solo me volverá alguien más fuerte”. Haciendo una expresión de entender lo que estaba sucediendo, dio la vuelta y, valiéndose de sus medios, deshizo aquel mundo del pasado que se encarnaba en el presente para marchar de regreso a donde estaba su maestro Heroclades, quien aún contaba la historia del pasado a Dante y Jhades.

“No tengo palabras”, se dijo el Gran Mago Sabio tras romper su sonrisa y abrir dos pares de ojos fríos e inexpresivos, mientras miraba, rompiéndose en pedazos, un sin número de futuros que se podían haber creado. “Tal vez no sea suficiente todo lo que sé… Sin una variable, mis cálculos no podrán controlarte en esta, tu nueva vida, en este plano o en cualquier otro. Algo está claro: primero tengo que encontrar la razón que te hace una irregularidad antes de eliminarte. La pregunta es ¿cuántos peones tendré que sacrificar para obtener la respuesta? Si decides ser rebelde, me temo que muchos. Planetas, mundos, planos… pero aun así sería un precio necesario de pagar. Por ahora, tengo que poner mi mano para que hagas enemigos que frenen tu paso. Enfermar tu carne, tu sangre y huesos… También cargarás contigo la maldición de tener los ojos diferentes a los de cualquier ser habido y por haber. Ojos que deberás mostrar a todo aquel que desees mirar. Esa estrella pitagórica infinita, flotante en un fondo blanco alrededor de tus pupilas rodeadas por un círculo, será causa de un sin número de daños a los seres vivientes de los tres planos, el símbolo de la destrucción viciosa y el verdadero mal.

Podría decirse que todo parecía normal, pero el mundo que el Gran Mago Sabio veía nadie más podía. Vio cómo el pequeño lobezno, junto al vampiro, observaban la actitud que tenía su hermano tan pronto había terminado de hablar con él. También vio cómo los hilos que sostenían las extremidades de Rey se incendiaron hasta resquebrajarse y romperse en mil pedazos. Con cada paso, el cuerpo que cargaba nombre y no apellido cobraba el control de una imparable llama que surgía en su corazón, a diferencia de los otros dos.

Con la conclusión de su épica narración, así como la aparición de Miján y Katherine, Heroclades aprovechó para mencionar el nombre de su distraído discípulo.

—Rey.

El pequeño alzó la mirada, como alguien que regresaba al presente.

—Vamos… Despídete de tus hermanos. No los volverás a ver en mucho tiempo.

El maestro del pequeño se miraba apurado, tenía un tono de alguien que quería adelantarse a la oscuridad antes de terminar en cualquier otro enredo.

Katherine, quien aún caminaba por el lugar con su prenda inferior corrida hacia un lado y rastros de humedad aún goteándole por las piernas, miró a Jhades e hizo una señal. Miján, tratando de vestir su traje enterizo de una sola pieza, miró a Dante y le llamó con la mano. Ellos también eran maestros, pero de sus bocas no parecían salir palabras que tuvieran que ver con el pequeño de ojos blancos.

Sabiendo el motivo por el cual se distanciaban, Rey levantó su mirada hacia el rostro de los dos individuos que le despreciaban en silencio. Luego miró a sus hermanos y pudo darse cuenta de cuánta razón tenían las palabras de su maestro. “Ellos ahora son mis hermanos, pero después del entrenamiento, tal vez dejarán de serlo”, Rey pensó algo abrumado.  Acto seguido, dijo en voz alta:

—Dante, Jhades. No es gran cosa, pero… espero volver a verlos…

Tanto el vampiro como el lobezno se sintieron un tanto incómodos con las palabras que dijo el pequeño de ojos blancos. Con una mueca como sonrisa y despedida, los dos hermanos, que no sabían qué responder, le dieron la espalda a Rey y marcharon por caminos separados sin siquiera observar hacia atrás.

El anciano de piel negra contempló cómo las palabras que había manifestado el pequeño irregular hicieron que los hilos, que nadie más podía ver, se tensaran, achicaran y retorcieran al despedirse de sus hermanos. Los hilos que ataban la vida de todo mortal, esos que conectaban a quienes existían y terminaban en la morada de las tres hilanderas que personificaban el nacimiento, la vida y la muerte. Aunque se tensaron, achicaron y retorcieron, ninguno pudo romperse, pero sí estuvieron a punto de ceder, situación que hizo reflexionar al anciano que se organizaba la barba. “Supongo que no he de necesitar tener que depender de algo defectuoso si antes puedo controlar todo lo que le rodea. Aunque con hilos no será la mejor manera. Tendré menos de qué preocuparme si esa que tira de la suerte amarra mejor tu destino como tu mujer en un futuro”, se dijo. El anciano visualizó en su mente a una pequeña de piel oscura y ojos color violeta, que muy atareada estudiaba y trataba de aprender lo que le decían sus hermanas que vestían de vestidos negros y largos.

En la pradera, bajo el intenso brillo, andaban Rey y Heroclades en el sendero opuesto que los llevaría al otro lado del lago y las montañas. Heroclades había elegido el camino más largo porque igual de larga sería la conversación con su discípulo. Ahora que lo pensaba, era la primera vez en que los dos estarían solos por un periodo de tiempo indefinido. También era libre de enseñarle lo que quisiera y entendiera que fuese necesario. Como su maestro, tenía el derecho de corromperlo sin enfrentar consecuencia alguna.

—Rey… —comenzó a hablar en voz alta, con tono firme y calmado, pero se detuvo.

Tenía miedo de quedar decepcionado. Tal vez era muy pronto. “¿Qué niño podría prestar atención a las palabras aburridas de un adulto?”, pensó. “Aun así, ¿por qué no intentarlo?”, se respondió para continuar hablando:

—Ahora que sabes hablar. Tengo cosas que contarte… Como maestro, no he de regañarte por algo que no te haya enseñado, primeramente. Así que tal vez, la mayor parte del tiempo, me encuentre hablándote de cosas y cosas. Espero que no te moleste. Para serte sincero, este es uno de esos momentos… En el pasado, en mi edad de oro, tuve muchos amigos que hoy en día tienen sus nombres plasmados en los libros de historia. Al principio no eran nadie, pero trabajaron duro y llegaron a obtener lo que más querían. Ellos buscaban el reconocimiento y la inmortalidad. Obtuvieron lo que añoraban. Sus nombres se hicieron inmortales y sus enseñanzas tendrán el reconocimiento de ser transmitidas durante miles de años y los demás que queden por venir. Pero si ellos hubieran preferido tener una pequeña parte de esos años agregados a sus vidas reales, aún estarían conmigo. Aun así, ellos decidieron lo contrario. Trabajaron duro sin arrepentirse siquiera un segundo… respetaron sus convicciones hasta el final, aunque irremediablemente el fruto de su trabajo fuera la principal razón por la cual terminaron muertos. Dime, en base a la historia que te he contado, ¿acaso el trabajo duro todo lo puede?

Heroclades quedó sorprendido al terminar su historia sin ninguna interrupción. Por increíble que le resultase, su discípulo guardó silencio hasta que llegó al final. Sin contar que, durante el relato, que sonaba aburrido y un tanto apurado, parecía haber prestado la mayor atención que pudo prestar alguien de su edad. El sujeto de piel bronceada creía que, aunque el hijo de su primer discípulo podía considerarse un recién nacido en términos de experiencias vividas, tenía los ojos y la aptitud de alguien que entendía el poder que existe en no precipitarse al tomar decisiones y aprender de los errores. Tal vez le estaba dando más créditos de los que se merecía, pero si se ponía a pensar, Heroclades podía llegar a tal conclusión. “No se precipitó a tomar decisiones, ya que, si hubiese sido así, él hubiera hecho preguntas que no le llevarían a nada”, pensó el anciano. “También aprendió de su error porque no me volvió a interrumpir como antes había hecho para hablar con el anciano, y esta vez escuchó hasta el final… Se toma su tiempo para responder”. Heroclades se volteó ligeramente para ver sobre su hombro el rostro de su discípulo. “En efecto, tiene la mirada y la postura de una persona tan talentosa que aprecia la compañía de otros individuos más talentosos que él mismo y maneja de manera educada sus propias emociones”.

Por otro lado, Rey guardaba silencio, e ignorando el hecho de que estaba siendo estudiado por su maestro, se dispuso a pensar: “Su primera pregunta. Aunque sea basándonos en una historia personal, es justo como Ehimus la describió… intentará determinar si en verdad tengo idea de lo que estoy hablando. Tener la razón no significa estar en lo correcto ante un punto de vista diferente…”, pensó el pequeño para así responder a su maestro que le miraba mientras caminaba:

—“El trabajo duro todo lo puede”. Es una frase un tanto ambigua para personas que terminaron muriendo sin disfrutar el fruto de sus esfuerzos. ¡Qué frase esa!: “El trabajo duro todo lo puede”. ¿Acaso fue dicha por uno de tus amigos? Que historia esa también. ¿Acaso te la inventaste? Todo tan corto y efímero. Una eternidad en pocos segundos, a la vez, pocos segundos en una eternidad. Pero no es algo que te inventaras, sino que fue una historia que acortaste al contarme. La vida de tus amigos no pudo ser tan insignificante y corta como la mencionaste. La frase… tampoco. Si dijeras: “Si te lo propones, el trabajo duro, en todo momento y durante lo largo de toda una vida, servirá para tener la posibilidad de poderlo todo”, podría ser cierto. Pero, aun así, seguiría siendo una frase pequeña. ¿Qué piensas al respecto?

Heroclades escuchó palabras que no creía que pudieran salir de la boca de alguien tan pequeño y con tan poca experiencia. Rey no había hablado por hablar, sino que incluso manejó de la manera más adecuada sus emociones mientras buscaba explorar y señalar otros puntos de vista. Incluso, Hero llegó a creer en la posibilidad de que su discípulo retuviera parte de los conocimientos de su vida pasada, pero dicha probabilidad era poca. De haber tenido sus recuerdos, hubiera elaborado una mejor respuesta o hasta contar mejor la historia de sus amigos. Aun así, las palabras “ambigua” “inventada” “efímero” “eternidad” “segundos” “insignificante” eran palabras que El Gran Mago no podía haberle enseñado, porque no tenía necesidad, ya que no cumplieron propósito alguno. Palabras que tal vez seguro había escuchado de alguien más. ¿Pero cómo, de quién y cuándo?

—Rey, ¿acaso recuerdas lo que sucedió a tu alrededor cuando estabas en la barriga de tu madre?

El señor de piel bronceada hizo la pregunta porque sabía que existían casos especiales, criaturas que tenían conciencia en el vientre de la madre y podían aprender, bueno, su propia hermana había nacido ya grande, con ropa, armadura y sabiduría, así que ¿de qué se iba a sorprender? No solo eso apoyaba su conclusión, sino que también recordaba que el artefacto de Miján, llamado XWZ, dijo que Rey era el único individuo despierto dentro del vientre. Y, por último, pero no menos importante, cuando él estuvo recapitulando sobre la llegada al Paraíso, su discípulo había sido el único que no mostró interés en seguir escuchando.

Rey, un tanto extrañado por la pregunta, respondió con sinceridad. —Sí. Tengo recuerdo de gran parte de lo que sucedió mientras estaba en la barriga de mi madre…

Con una sonrisa en su rostro, Heroclades guardó silencio por un largo rato:

“Te encontré. Encontré a quien estaba buscando”, pensó como quien veía el verde de la naturaleza más radiante que nunca, el cielo más luminoso y todo lo que le rodeaba con mejor aspecto. En voz alta agregó otra pregunta:

—¿Puedes sentir el viento en la cara?

Rey, mientras veía el símbolo de la portada del inmenso libro que colgaba de la cintura de su maestro, al mismo tiempo que también escuchaba la tercera pregunta que este le dirigía, como quien estaba inspirado a decir algo.

—Respira hondo. Disfruta de esta calma, de la vida y del aire que te rodea. Insignificantes cosas que dejas de notar cuando en verdad son tan necesarias y maravillosas. ¡Oh! Discípulo mío, disfruta. Disfruta mucho ahora y siempre que puedas, porque te aseguro que un futuro bien ocupado está por delante, y con ansias te espera. Entrenarás mucho. Entrenamiento que tendrá el propósito de convertirse en la brújula que te guiará por el camino de sobrevivir. Tan pronto tú y tus hermanos aprendan cómo guiarse a sí mismos entre las calamidades, regresaremos a la casa para que los demás miembros de la manada se formen una opinión diferente de ustedes… De que no son una carga y, por supuesto, de que no son una amenaza y podrán pasar por la iniciación.

Antes de que en al aire saltara algún otro comentario, la atención de Rey y de Heroclades fue capturada por un cachorro de guardián del Paraíso que gritaba por ayuda.

Una cría indefensa de ligre, en llantos, llamaban a quien le faltaba. Hambrienta y maltrecha, se tambaleaba desanimada entre la maleza. La criatura chillaba tan alto como las fuerzas de sus cansados pulmones se lo permitían. Rey, preocupado, inspeccionó la zona hasta que se encontró con el pequeño cachorro:

—¿Estoy viendo lo que estoy viendo? —preguntó en voz baja y casi temblorosa, como quien estaba decepcionado y no podía creer lo que sucedía.

Ambos caminantes se detuvieron. Rey levantó la mirada para ver a su maestro. Ante este hecho, Heroclades hizo un gesto de confirmación y decidió cruzar sus brazos para observar el comportamiento tan empático y poco usual de su discípulo. Para él era una buena oportunidad ver cómo el pequeño sin apellido se relacionaba con otros seres vivos.

Heroclades sabía que, por más que se esforzara, fuese aconsejado o disciplinado, alguien de naturaleza inteligente no siempre podría estar al control de sí mismo y evitar un comportamiento sugestivo de su condición mental o poder. “Por muy correcto que quisiese actuar un De-Bastador, siempre quedará expuesto debido a sus alteraciones de personalidad, especialmente ante los que son más débiles que él”, pensaba el anciano.

En este caso, frente a un discípulo inteligente y racional, que tal vez ya estaba consciente de su problema y las consecuencias a las cuales conllevaba su condición, Heroclades esperaba ver, durante el curso de su entrenamiento, que Rey presentara una o varias obsesiones contra las cuales lucharía todo el tiempo para mantener una apariencia normal. Y qué mejor oportunidad para ver estos eventos conductuales que dejando a su discípulo tener una mascota. El deseo de dañar y provocar sufrimiento a los demás es como un pensamiento intrusivo, incontrolable, generador de sufrimiento.

Por otro lado, tras recibir la aprobación de su maestro, Rey regresó la mirada al pequeño felino. No entendía cómo era posible que las bestias blancas, grandes y majestuosas, que recordaba por ser verdaderos ejemplos de familiaridad, pudieran dejar desatendida a su cría. Bajando su cuerpo casi a la altura del pequeño felino, Rey se acercó y extendió su mano en dirección a este.

—Tiene que ser un error, tal vez te estén buscando…  Dos padres deben estar desesperados por encontrarte. Ven a mí y te ayudaré a encontrarlos, no mereces sufrir lo que yo.

Heroclades al escuchar las palabras de su discípulo no supo qué pensar. Estaba preparado para ver cómo él violaba los derechos del pequeño animal indefenso, le arrancaba las patas, le quitaba los ojos, le atravesaba un objeto por el estómago y le hacía caminar hasta que muriera de dolor y sufrimiento sin remordimientos o empatía alguna. Pero él había dejado su comportamiento arrogante y soberbio para ayudar a alguien más a que no pasara por lo que estaba pasando. “Claro, instintivamente, Rey está haciendo por otros lo que quiere que los demás hagan por él”, llegó a una conclusión. Arrancando de la mente cualquier pensamiento relacionado con cambios de personalidad, Heroclades descartó por completo la idea de que discípulo pudiera ser un De-Bastador:

—Advierto que ser fuerte se convierte en un camino solitario —Heroclades dijo en voz alta con algo de pena.

Él estaba viendo las cosas de otra manera, un futuro algo problemático.

—No recomiendo tu intención. Lejos de ayudar, vas a terminar haciendo mucho daño. Aun así, si piensas dejar que te acompañe para ayudarle, nunca tomes su lamido como algo a despreciar.

Combinando una dosis de curiosidad y realidad crueles, el maestro advirtió a su pupilo, al ver que la mirada de este se había encariñado con el cachorro de ligre y trataba de hacer contacto. Rey buscaba una familia. No es raro para alguien como él optar por encontrar a alguien más joven y adaptarle.

Continuó Heroclades sus palabras:

—Si te lame, se sentirá extraño. La lengua de los felinos es rugosa, pero te estaría haciendo uno de los suyos. En ese afable gesto compartirá su olor contigo…

El maestro continuó hablando al ver que el chico despertaba sentimientos por aquellos que necesitaban de alguien.

—Admira a esa criatura. Es un animal inteligente al reconocer que no puede seguir viviendo solo, pero, aun así, desconfía de ti. No entiende tu lengua, ni tus intenciones o tus motivos. Por desgracia, tal vez sus experiencias forjaron la manera en la que se comporta. Comer carne de criaturas similares a ti no te hace muy confiable que digamos. Por otro lado, las cosas buenas no vienen por sí solas. Necesita un apoyo y te está haciendo calificado por el simple hecho de estar titubeando. No le rechaces, ni dejes que tus intenciones desistan ahora que es cuando más débil está —Rey se acercó con lentitud ante el pequeño felino que le miraba con intriga—. Es un gran cachorro y en algún momento será capaz de brillar. Acércate más. Muéstrale algo por lo que debería confiar en ti. Su pelaje está sucio, pero no debes mostrar rechazo por esa razón. Puede que ese gesto de parte tuya le haga perder los deseos de vivir, ya que podría terminar amplificando su sentimiento de sentirse abandonado.

Escuchado los consejos de Heroclades, el pequeño se deshizo de sus prendas superiores y cuidadoso de no espantar al cachorro rayado, las arrojó a un lado. “Los felinos tal vez no tengan rostros que muestran emociones como las que yo puedo mostrar, pero sí pueden mirar y también entender. Entiende que también necesito de alguien, que mi padre y mi madre también me abandonaron…”, pensaba Rey, quien con sus manos tomó de la tierra a sus pies y las frotó por su cuerpo para ensuciarse y, en vez de extender sus brazos, de rodillas dejó su pecho descubierto y mostró una cara de tristeza que decía “soy como tú”.

Heroclades abrió los ojos y aunque con su mano lo ocultó, se rio de la sinceridad del pequeño. Una parodia de lo que estaba viendo, como si el enfermo cuidase del herido.

Por otro lado, el cachorro trataba de mantenerse lo más firme que podía. Ya no chillaba como antes, sino que miraba con sus ojos afilados y sus orejas puntiagudas en dirección al ser tan diferente que, a la vez, se veía tan semejante. Con duda en sus pisadas, el felino se acercó emitiendo un ruido extraño. Uno que el joven de ojos blancos nunca había escuchado.

Heroclades, al ver la expresión de sorpresa que su discípulo se llevaba, decidió explicar:

—Ronroneo. Preocuparte no debes. Ese sonido tiene la característica de tranquilizarlo cuando está asustado. Se está arrojando a confiar en ti —Una vez los dos pequeños hicieron contacto continuó—. Puedes traerlo contigo, pero de aquí en adelante dependerá de ti si se convertirá en tu mejor compañero.

Con voz alta, aún más inspirado, siguió hablando casi a gritos, asustando al pequeño felino sin darse cuenta.

—¡El mayor secreto de los domadores de bestias es que siempre fueron uno con sus compañeros! Les alimentaban de la misma comida que se llevaban a la boca. Compartían la cama, el baño, la felicidad y el llanto. Si se enfermaban, ellos se cuidaban y protegían de todos los peligros ante los depredadores de la oscuridad. Si no tenían una meta, ambos cultivaban intereses en común a lo largo de la vida. Los dos se sentían orgullosos el uno del otro. Y si en algún momento morían, un buen domador tendrá la intención de morir al lado de su fiel compañero o de al menos enterrar su cuerpo con respeto. ¡¿Seguirás mis consejos?! Si lo haces, podrás crear un lazo inquebrantable entre tú y esa bestia. De lo contrario, solo terminará siendo un desdichado ser que hubiera preferido morir antes de perder su libertad.

Rey levantó del suelo al pequeño cachorro antes de que se marchara corriendo por la tan esporádica explosión de emociones de Heroclades. Con ojos atentos, Rey miraba la bola de churre que cargaba en sus brazos, como si le estuviera inspeccionando por heridas mientras se retorcía por miedo de estar en el aire sin poder tocar el suelo con sus garras.

Heroclades continuó:

—No importa que tan fuerte seas o llegues ser, un lazo de amistad puede ser capaz de salvarte la vida al protegerte de la soledad. Dije que ser fuerte es un camino solitario, solo si no aprendes a cuidar de quienes te acompañan… En ese momento, deberás vencer a la desesperanza por ti mismo y mantenerte cuerdo en el proceso.

El cachorro estaba asustado. Era la primera vez que lo levantaban del suelo y creía que se iba a caer, pero con esto, el pequeño lo colocó sobre su cabeza. Tendido sobre la superficie peluda de Rey, el felino vio todo un mundo que antes no había podido por el tamaño de la yerba. Ya no era verde y luz lo que podía ver, sino que en aquel mundo también existían árboles, rocas, colinas, agua y un horizonte en el cual se perdía la vista. De estar nadando en la vegetación a flotar casi por los aires, el pequeño ligre también pudo divisar individuos de su propia especie.  En la caminata, asegurándose de mantener el equilibrio, el pequeño felino chillo en dirección a los ligres que pudo avistar, pero ninguno parecía preocuparse por los llantos de una criatura que no era la suya.

Rey y Heroclades pasaron el resto del viaje hablando entre ellos e ignorando el comportamiento de la pequeña criatura desesperada. Así procedieron por un largo tiempo hasta que parecieron llegar al lado opuesto del sitio del cual partieron. Como el pequeño de ojos blancos era quien iba de segundo, este necesitó detenerse para no chocar contra su maestro cuando se detuvo.

—Aquí colocaré la casa. Este lugar es perfecto, ¿no crees? —dijo con algarabía Heroclades, asustando una vez más al pequeño felino que abrió sus ojos como si se le quisieran salir de sus cuencas—. Una casa de campaña de una cama y una hoguera afuera será suficiente. Sin contar todo este espacio que tenemos para entrenar sin dañar a nadie. Lo mejor de todo es que el Bosque Siempre Cambiante está a unas cuantas leguas de aquí…

Dejando escapar el aire que tenía en sus pulmones, el sujeto de piel bronceada cambió el tono de su voz.

—Escúchame bien mi discípulo. Detrás de ese bosque se encuentra el infierno y detrás del infierno debe de existir un camino hacia los otros dos planos. Mientras no duermas, nadie podrá despertar. Esto significa que tendrás todo el tiempo que necesitas si así lo deseas…

Rey levantó su mirada, achicó los ojos y subió la barbilla en señal de desconfianza. Con esta excepción, Heroclades se dio cuenta de que su discípulo había sido tomado por sorpresa. Era más razonable que Rey esperara una advertencia y no ser alentado.

—En mí puedes confiar. Sé que eres perspicaz y te voy a hablar con la verdad. Escucha atentamente. Cada noche, mientras vivas en este lugar, tendrás la oportunidad de ser libre si encuentras la manera. Haz lo que quieras hacer y lo que entiendas que es mejor. Pero por el día, si aún sigues vivo, aquí, continuaremos con tu entrenamiento. Bueno… entrenamiento no es el término más indicado, pues deberás de luchar tanto o más de lo que sufras para poder sobrevivir. Tortura, martirio y tormento son mejores términos.

Rey levantó la ceja derecha y achico el ojo opuesto mientras miraba hacia al lado. Habló como quien analizaba la situación:

—¿Me dice que puedo escapar? ¿También que si no consigo cumplir con mi escapatoria seré sometido a torturas y martirios?

Heroclades continuó como si estuviera afligido:

—En efecto. Si no lo logras, vas a conocer el odio. Sí. Te aseguro que llegaras a odiarme con cada ápice de tu cuerpo. A medida que avance el tiempo, si no cumples con las inmensas expectativas que tengo de ti o fallas una prueba, seré yo quien te otorgue la forma más dolorosa de castigo. Incluso puede llegar el momento en que el castigo te llegará siempre que yo lo desee, sin necesidad de que me falles o hagas algo para merecerlo. Podrías pensar “este viejo pretende matarme de una manera indirecta, tan solo para no tener que ensuciar sus manos y justificarle a Fang que morí por ser débil”. Sí, así de severo voy a ser y tus pensamientos son en parte correctos. De antemano te estoy advirtiendo que, como tu mentor, hasta que cumplas con las condiciones que te doy, seré el responsable de ponerte pruebas y guiarte a pasarlas, pero no seré responsable de sí vives o mueres. Me sentiría muy mal si en un futuro mueres porque fui un maestro incompetente al enseñarte. Deberás de ser capaz de sobrevivir no solo a cualquier situación que puedas encontrarte ahí fuera, sino que también a esas que puedan provocar quienes estén en tu alrededor, disfrazados como aliados… ¿Espero entiendas a lo que me refiero?