Stagnation

Chapter 3
Lía, rosa perdida


«¿Podría ser posible que tu vida dependa de una persona?» se preguntó la encargada de cuidar a Rey, mientras el medio de transporte pasaba por la entrada subterránea del templo. «Sí, porque quien le podría dar final a mi vida es este individuo». 

  Lejos de las cámaras y los objetos de vigilancia empleados por los humanos, el personal de trabajo se despidió de Román y tomando a su respectivo chico asignado, cada una se dispuso a partir por caminos diferentes. 

  —Lía —Román detuvo en esa mujer, en quien más confiaba, la misma que cargaba al chico de ojos blancos—. Confío en que harás un buen trabajo. Tal vez, no esté de más, si dejas salir todo tu egoísmo.

  El señor avanzado en edad dio la vuelta y se marchó hasta desaparecer de la vista de ella, dejándole sensaciones encontradas que no podía explicar, puesto que, en una situación como esa, era natural que se le dijera lo contrario. 

  —Todo mi egoísmo.

  Aun cargando en brazos el cuerpo desplomado del “caído del cielo”, Lía se dirigió al centro médico de la instalación, pues era en donde más autoridad tenía. Tras asegurarse de no haber sido vista por nadie, entró en la habitación que se suponía era una sala de operación. El sitio era espacioso y tenía todos los equipos pertinentes para atender a más de tres pacientes que pudieran estar gravemente heridos. 

  Cuidadosamente, Lía tendió el cuerpo de Rey sobre la mesa principal y procedió a preparar los artículos necesarios para proceder con la descontaminación. En la habitación, además de ella, también existía un objeto decorativo que se hacía presente, uno que no respiraba, pero si hacía un característico sonido. Colgada en la pared, siempre puntual, la maquinaria circular no se equivocaba cuando con sus manecillas daban las tres, en una luna que contaba con dieciséis horas.     

  Una vez terminó con los preparativos y se acercó a la mesa, pensaba: «Recuerdo cuando me propuse cambiar, reprimir mi egoísmo y actuar desinteresadamente por los demás.  Pero ¿qué significa esto? Porque alguien me dé permiso no significa que deba traicionar mis principios».

 Lía no entendía la razón por la cual no podía controlar su cuerpo, el cual aprovechaba la oportunidad de la soledad, el silencio y la oscuridad para comenzar a portarse mal. «¿Acaso voy a tener una recaída? A pesar de todos los años que he vivido portándome bien, ¿cómo puedo permitirme caer tan bajo y romper mi promesa? Me doy asco». Continuó su monólogo interno, como si se regañase, estuviera arrepentida y decepcionada de lo que planeaba hacer y actuaba como si ya lo hubiese hecho.

 «¿Cuándo sabes que lo que haces no es moralmente correcto?» se preguntó Lía, para acto seguido dar la respuesta que tenía grabada en su mente: «Cuando sientes que tienes que esconderte de los demás para hacerlo. ¿Significa que esto pudiera ser la razón por la cual me siento tan arrepentida?»

 «Sí y no al mismo tiempo», respondió a su última pregunta. «Me estoy escondiendo entre la oscuridad porque debo hacerlo. Si mi contacto con este ser de otro mundo se hace público, mi vida llegará a su conclusión en un instante. ¿Acaso Román sabe que ese será el caso y esta es técnicamente mi última comida? ¿La última oportunidad de disfrutar mi vida?»

  Antes de comenzar con su trabajo de descontaminación, Lía esperó a que fuera de madrugada, como si de acumular determinación se tratase. Tenía miedo de ser descubierta y ejecutada, pero en ese preciso momento se sentía mucho más culpable por cómo reaccionaba su cuerpo. La incertidumbre de no saber si cuando comenzara el trabajo de descontaminación ella no podría detenerse de hacer algo aún más deplorable, después de todo, ella era miembro del templo de las artes amatorias, así como lo era del personal médico.

 «En caso de que algo suceda», se dijo mentalmente mientras procedía a cerrar las puertas y apagar las luces, como quien planeaba cometer un crimen. «Si lo más inesperado me tocaba a la puerta, yo terminaría en el medio de una situación difícil de explicar».

Tic, tac… tic… tac, sonaba el reloj en la oscuridad.

   Después de tomar medidas para no ser sorprendida, Lía seguía titubeando a actuar, pero no porque entendiera que sus acciones rebasaban todos las normas, valores y creencias que podían ser aceptadas en la sociedad de la cual formaba parte, ni porque tal vez pudiera perder el trabajo que tan acomodada le tenía, que le arrebataran su propia vida; aunque no necesariamente en ese orden.

Otra duda le invadió la mente: «En caso de que él abriese sus ojos, también tendría que tomar acción al respecto… ¿no?» Lía era de quienes creían que, si las cosas malas iban a hacerse, tenían que hacerse bien.

«¡No! ¡Me niego a reconocer esto como una recaída!» se dijo a sí misma con mirada indignada, respiraciones poco profundas, dispuesta a retirarse y cumplir su tarea sin necesitar de más preparaciones o rodeos. «Por alguna razón él se siente diferente a los demás. A pesar de verse vulnerable, es un ser con quien no quiero jugar, alguien a quien no quiero utilizar y definitivamente alguien a quien no quiero hacer mi esclavo. Digo, si es que en verdad pienso ser egoísta.»

  Los minutos pasaron y a pesar de que había decidido no hacer nada de lo que pudiera arrepentirse, la doctora estaba tocándole y masajeando el pene del cuerpo que suponía estar bañando y descontaminando. Un cuerpo cuya conciencia estaba siendo reprimida por alguna circunstancia.

  Doctora, así le llamaban, ya que Lía era quien más autoridad tenían en un centro que se dedicaba a curar y prevenir enfermedades en caso de que pudieran suceder, ¿de qué otra manera se le podría llamar? Independientemente de los conocimientos académicos que pudiera tener o las acreditaciones proporcionadas por el gobierno del momento, llamarle de otra manera sería incorrecto. También estaba sujeta a entregar su cuerpo a cambio de dinero, si este era solicitado por quienes no querían terminar en el infierno.  

  «En caso de que se despierte, me marcho corriendo. No creo que esté lo suficientemente consciente como para identificar que esto es la realidad. Un sueño húmedo y pasajero… esa será la justificación que le puedo dar», se convenció a sí misma la chica.

 «Si yo denomino este tipo de eventos como “recaídas” ¿Puedo llamar como una adicción a esta búsqueda compulsiva de placeres?» Otra pregunta surgió en su mente: «Cuando busco sentir placer momentáneo sabiendo perfectamente que me voy a arrepentir en el futuro, ¿cuáles son esas culpas y esos arrepentimientos que me esperan? Sí, sé que los voy a tener, pero ¿acaso no podré tomar medidas para evitarlo?»

 —Él no tiene nada que ver, el problema soy yo —afirmó Lía en voz alta. Ella temblaba, sudaba frío, pero acercaba su cabeza al órgano flácido que estaba sosteniendo con su mano. «Soy responsable de mis actos, pero no puedo retroceder, aunque sea lo que más quiera. Sé que este es el mejor momento. Tal vez el único, para no sentir culpa en un futuro, puede que sea bueno para mí no pensar tanto en lo que hago. Por otro lado, para que no despierte ni tenga que marcharme corriendo, puedo inyectarle un sedante, un medicamento que no deje rastros, pero no pienso hacerlo, porque una parte de mí quiere que él despierte, ¿por qué? ¿Acaso deseo amplificar el sentimiento de rabia y culpabilidad?»

  Ella lo olfateó, mientras enfrentaba sus inseguridades. Lía se moría por lamer el glande ya descubierto que tenía delante, con la intención de hacer sentir bien al propietario. Una persona dormida no es consciente de lo que sucede con su cuerpo y aunque lo estuviera, no lo estaría del todo. Independientemente de ser una violación, para ella, tomar ventaja de alguien incapacitado era como trabajar para no ser reconocida. Hacer algo que hace sentir bien a las personas y les da felicidad, sin que esas personas supieran que se sintieron bien o experimentaron felicidad, era un sentimiento tan vacío como devolver una fortuna de dinero que se encontrara tirado en la calle y tan solo recibir las gracias vacías de alguien que no es el propietario. Más o menos como salvar la vida de una persona inconsciente y que alguien más te diera las gracias.   

  «¡No! No soy quien prometí ser. No es mi cuerpo ni mi egoísmo, es mi ambición la responsable de todo esto. Pero, desde un principio estaba reaccionando ante la presencia de esta situación». Al alzar su mirada y observar entre las penumbras, Lía vio el rostro de Rey. «Román es el culpable de mis actos. Sino ¿Cómo saldría de este templo? ¿Cómo podría fijarme en un “caído del cielo”? ¿Cómo podría prestarle atención a alguien que ni siquiera conozco? ¿Cómo podría mi cuerpo humedecerse y reaccionar ante una criatura cuyos rasgos masculinos no están completamente formados? Todo porque él me puso en esta situación, habiendo cientos de otras ‘Damares’ en este templo».

 «Es algo más que tan solo la situación tan peligrosamente conveniente», se confesó Lía con ojos intrigados. «A pesar de que hubiera preferido quedarme con el vampiro, el aspecto visual de este es mucho más impactante. En su aroma, en la energía que emana, en cada cicatriz, en cada pliegue, en cada línea y curva de su piel, existe algo que alienta esperanzas en mí. Desde que posé mi mano sobre sus ojos y le calme, sentí que fui liberada de una inmensa carga, como si él me aceptara». 

 Arrodillada al borde de la mesa, Lía movió su cabeza y abrió sus labios finos y pálidos. A pesar de tener la lengua afuera y estar a solo milímetros de hacer contacto con lo que tanto quería lamer, saborear y tragar, aún dudaba. Incluso retrocedió por un instante. «Esto está mal. No me puedo seguir justificando y hacer ver a otros como los culpables de mi problema. No puedo permitirme esta recaída una vez más. Debo reconocer que he perdido mucho por el hecho de ni siquiera poder salvarme de esta situación en la que me adentré. Aún estoy a tiempo. Yo soy fuerte, lo sé».

  Mordiéndose y saboreando el dedo índice de su mano derecha, esa que había tocado el miembro del joven, decidió abrir sus piernas con la izquierda, sacarse el blúmer o panti que llevaba puesto y estimular de manera circular el botón de placer que tenía en el medio. Con este gesto, ella intentaba contenerse por todos los medios posibles. Estaba decidida a no dejarse llevar y tras terminar en una explosión orgásmica que le aclaró los pensamientos, tomó una esponja húmeda y con esta comenzó a lavar el cuerpo de su paciente con la intención de higienizarlo y demostrar que ella estaba al control de sus propias acciones.

 En una luna que siempre estaba encendida, el reloj marcó cinco minutos pasadas las tres de la madrugada.

—¡Egoísta! —Se gritó Lía a sí misma. 

 En medio de su trabajo, había dejado de sostener la esponja que tenía el propósito de limpiar, bañar y desinfectar para volver a estimular su sexo e incluso tomarse la atribución de agarrar el miembro del joven y untarle los fluidos bucales que tenía en la punta de su lengua. 

   El medio del punto de no retorno. Lía sabía muy bien que ya había pasado ese punto y solo le quedaba continuar, satisfacer sus deseos para poder regresar a ser la persona clara, reservada y compuesta que era. 

Segura de ir de lleno, mientras más se impulsaba a despertar el miembro flácido con los chupones que daban sus labios finos, más culpable se sentía al respecto. 

  —¡Grrr! — protestó a regañadientes. «¿Cómo podría decir que soy diferente de la sangre de mi padre? Aun terminando este hecho deplorable, no estaré satisfecha. Mis acciones terminarán en querer conquistarle, hacerle mi esclavo, manipularlo desde la oscuridad. Caído del cielo, dime y sé sincero, ¿cuánto podrás durar sin qué mi personalidad te rompa?» 

  «Este éxtasis nunca lo he sentido con nadie» admitió Lía, pasando su mano derecha por entre las piernas del joven y separándolas lo suficiente como para poder avanzar sus dedos por el espacio que se encontraba en la zona. «A pesar de haber estado con tantas personas, nunca llegué a tener estas expectativas por alguien cuyo nombre ni siquiera conozco. ¿Será porque eres mucho más peligroso? Sabes, caído del cielo, hacer de un vampiro o un licántropo criaturas que no representan un problema, considerando la situación y los tiempos, sí que es difícil. Tanto como decir que ellos son hormigas y tú un tigre».

 Recordando el énfasis que había puesto Román en que no se descubrieran los ojos del individuo, ella levantó su cuerpo por encima de la mesa. Dejando los dedos de su mano derecha en donde las había encajado, Lía estaba dispuesta a aclarar la duda que igual de encajada tenía en sus pensamientos. Algo le decía que podía encontrar la respuesta si lograba ver lo que su tutor vio. 

 Con su mano izquierda, la curiosa chica le abrió los párpados al joven que dormía.

 —¡Oh! —Ni el infierno, la muerte o mil demonios pudieron haber asustado a Lía, no tanto como le asustaron aquellos ojos. Débil y banal, con fuego en el corazón, viendo y sintiendo lo que se presagiaba en el futuro, ella casi pierde la razón. —Los veo, lo siento, sus ojos se clavan en mí. No eres un tigre, eres un dragón. Un arma que, si logro malear, me protegerá de los demás y resolverá los problemas que yo no pueda, aunque eso signifique que Belldewar se venga abajo —se dijo a sí misma, tras dejar cerrar los párpados y dar un beso cariñoso sobre estos. «Sabiendo esto, no puedo permitirme cometer el mismo error que cometen los cazadores obstinados, esos que terminan lamentándose cuando se les escapa la presa que pretenden mantener encerrada. Tal vez, por eso Román me eligió a mí.» 

 Lía retiró los dedos de su mano de donde los tenía, poniendo sus manos en el borde de la mesa metálica, respiró con profundidad, retuvo el aire por algunos segundos y dejó escapar el aliento. Repitió este proceso una vez más, como si intentase recuperar el control de su desespero, del corazón que se le quería salir del pecho y de los pies que no le podían sostener en peso.

 «Ser paciente y esperar» se dijo. «Puedo terminar mi trabajo, marcharme y dejar que sea él quien me busque. Eso significaría que tendría que mentirle al aparentar ser quien no soy, tan solo por saber quién es él. Tratar de manipularlo de esa manera no ayudaría. Por muy buena que sea mi historia y mi actuación, ¿acaso sería creíble cuando llegue el momento? Por otro lado, ¿podrá entregarse a mí cuando vea este cuerpo destrozado? ¿O cuando se dé de cuenta que mi verdadero yo no es más que una cárcel para quienes me rodean?» 

  La culpa, la pena y la tristeza tiñeron la cara de Lía.  Ella pensaba mucho, estaba entristecida y aun así, alejó sus manos de la mesa que estaba agarrando para comenzar a desabotonarse las prendas mayores que tenía puestas. Con los ojos cerrados, ella se quedó con sus pechos expuestos y después pasó a desnudarse.

  A un lado de la mesa fueron arrojadas las prendas que cubrían a aquel cuerpo femenino, aun así, no estuvo desnudo del todo. La piel de ella era blanca, pero se veía enferma, casi al punto de ser pálida, con rastros rojizos de infección por las costuras bordadas que llevaba. Ignorando esto, la simetría de aquel cuerpo femenino, los relieves de los dos senos, las caderas y los muslos hacían contraste con el negro de las penumbras que componían la habitación, y sus brazos y piernas se miraban delgados.

 Su espalda no conservaba una postura esbelta, pero sí desanimada y encorvada. Era evidente que la figura de ella se había vuelto menos definida y curvilínea por el paso de los años y las cicatrices que se podían ver, como esas que tenía en la espalda, parecía que se veían mucho más grotescas que cuando fueron simples heridas.

  Aunque el cuerpo de ella era claramente el vestigio de un envase hermoso y encantador, que en sus tiempos podía ser capaz de cautivar a quien le mirara sin importar la distancia, los rasgos de Lía no eran del todo humanos. Más bien, un humano no sería capaz de autoinfligírselos. 

  Inflando una vez más el pecho y conteniendo el aire, ella se acarició los pezones con la intención de endurecerles, aunque estos estuvieran cubiertos por un parche de hilos entrelazados y bien bordados que tenía la intención de tapar lo que cubrían. 

  Con la estimulación adicional por parte de varios pellizcos de sus dedos, la tensión nerviosa de la zona erógena en los pezones de Lía hizo que la carne se endureciera y que las puntas sobresalieran con una erección intimidante, que les hacía ver más agradables, aunque no estuviesen realmente expuestos del todo.

 —Sin ropa, mis mentiras son patéticas y vulnerables…— se dijo ella en voz alta, en un fallido intento para despertar a alguien inconsciente. —Mi cuerpo está compuesto por vergonzosas cicatrices. Ellas marcan a esta carne que se adueña de la libertad de aquellos a los que se les ha acercado. Mira —continuó diciendo—, heridas que le infligí a este cuerpo renuente a morir. —Ella siguió pellizcando las puntas de sus pezones, pero también pasó su dedo índice por el borde de lo que era carne y lo que no. —Ellas conforman los retoques de la trampa perfecta para un hombre. La damisela en apuros que busca a alguien que la proteja. Debo aceptarlo, soy la misma cuando estoy desesperada y busco salida. La ingenuidad en mi interior quedó extinguida por siempre. Es demasiado tarde para poder cambiar.

   En la oscuridad del lugar, los ojos de ella brillaron con un azul poco característico. La doctora desnuda siguió acariciando la piel expuesta del pequeño y miraba al reloj que tan lento parecía moverse en el tiempo. Parecía estar esperando a ser capturada en su delito, en lo que se proponía a hacer. Cerrando sus ojos, prestó atención con sus oídos. Si en algún momento los pasos de alguien se escuchaban en el pasillo, o tal vez una llamada por los altavoces a otro de los pacientes que tal vez se levantaba para ir al baño o cualquier otra cosa que escuchara sería suficiente para que ella se retirara y detuviera sus acciones.

  Tic… tac… parecía que gritaba la pequeña maquinaria colgada en la pared. El viento frío se movía por las rejillas de ventilación y mantenía el local climatizado a una temperatura de veinte grados Celsius. La brisa pasó exactamente por donde nadie pasaba, desde el cuarto, por debajo de la puerta corrediza, escapaba a los pasillos y seguía su paso hasta morir estancada.

  —Cada segundo es una oportunidad que me estuve dando — se escuchaba un tanto decepcionada—. En este punto, en el que estoy desnuda, caliente y excitada, ya estoy dispuesta a arriesgarme. No tengo salvación, tú tampoco, a menos que abras tus ojos y mires mi cuerpo expuesto. Si te despiertas de tu sueño, tal vez dejemos de seguir mi juego o quizás continuemos, pero no me sentiré culpable. Mirando tu cuerpo me doy cuenta de que no somos tan diferentes —dijo Lía, subiéndose de rodillas sobre la mesa para sentarse encima del joven—. Las cicatrices en tu piel demuestran la necesidad que has tenido de sobrevivir. Mi piel dice lo mismo… Si ahora despiertas, me miras y preguntas ¡no tengo porqué sentirme avergonzada! ¿Sabes? Sí, admito que, a diferencia de ti, yo autoinfligí daños en mí buscando pequeños intervalos de liberación mental, pero al igual que tú, lo hice como único medio para luchar y sobrevivir contra mis enemigos: la soledad, la ira, la furia, la necesidad de atención, la inseguridad, el estrés y la culpa.

  Con necesidad de sentir el cuerpo ajeno, queriendo fundirse con él, la doctora sacó su lengua y lamió los labios del paciente, como si quisiese levantarle la piel. De la boca bajó al cuello y tan cerca estuvo de morderle la piel a Rey que sus colmillos rozaron dicha zona.

   Para Lía, la salida de aquella situación tan prometedora de desastre y un mal final, aún mantenía sus puertas abiertas. Ella sin duda había vivido muchos años y también había escuchado más de una vez que “Siempre existe el tiempo para buscar, arrepentirse, detenerse y cambiar. Todos tienen derecho a equivocarse, a ser egoístas de vez en cuando. Errar no te hace ni mejor ni peor persona, eso depende de lo que decidas hacer después”, pero ella le daba la espalda a esa puerta. 

 —¡¡Vamos!! ¡Despierta de tu sueño y entrégate a satisfacer los placeres de mi carne, mi cuerpo y alma! —demandó desesperada al cuerpo inconsciente—. ¡Despierta y saborea mi cuerpo! Hablemos sin tener que usar las palabras. Escucha mis movimientos y entenderás que siempre terminaré dándote placer a cambio de que me hagas sentir feliz. 

 Tras erguirse y soltarse el pelo, ella se volteó sobre la cama y se agachó sobre el rostro de su paciente, inclinándose hacia adelante. Actuaba como una bestia descontrolada en busca de comida. Estaba perdiendo el control de sus acciones mientras dejaba de pensar. Con su boca, Lía engullo una vez más el placer de lo mundano, de lo que era moralmente prohibido, lo embriagante que le sabía el fondo del abismo.

 —¡Con cada probada que te doy, más siento que eres el indicado! —dijo ella, aunque no se le podía escuchar por tener la boca llena—. Tan nostálgico se siente el alivio que siento en este momento que tengo tu miembro adentro de mi boca. Puedo comerlo, devorarlo y tragarlo, si así lo quisiese. Más no lo hago, porque luego no tendría con qué jugar, ni con qué llenar el vacío de este cuerpo.

  Ella se llevó la mano izquierda entre su sexo y el rostro del joven durmiente, para así moverla frenéticamente. El silencio sepulcral de la habitación oscura fue contaminado por el indecente sonido de chasquidos húmedos.  

  —¡¿Acaso puedes ver todos estos fluidos saliendo de mí?! —dijo ella, poniendo sus ojos en blanco. Sin dejar de chupar el músculo del deseo aun flácido del chico tendido sobre la cama—. Este sentimiento, este fuego, esta pasión de estarte ensuciando el rostro… —Lía sentía como los fluidos de su vagina se le escurrían por entre los dedos—. ¡Oh! Todo en este momento es perfecto y esa perfección es la que está controlando mi cuerpo. No, ya dejó de ser perfecto —se corrigió al darse cuenta de que no podían alcanzar el clímax a pesar del subidón que estaba teniendo—. 

—No concibo ser feliz teniendo menos, lo sé, no me conformo. Soy así, me criaron así, y crecí siendo así. Mi egoísmo no tiene límites. Aun así, sabiendo que soy incapaz de ser feliz sin importar cuanto tenga o llegue a tener, ¿es mucho pedir que ahora te quiera dentro de mí? Te doy todo lo que quieras, mi cuerpo, mi alma, mi vida —suplicó ella—. No quiero seguir esperando para poder tenerte dentro de mí. ¿Acaso no te sientes bien cuando te tengo en mi boca? —dijo mientras que con su lengua hacía movimientos circulares—. Sé que se siente bien cuando te toco con mi lengua, lo hago para que se te ponga grande y dura. Mmm… si no se hace grande, entonces no podrás entrar en mí como quiero. —

  Al no tener más remedio que usar su imaginación, ella deslizó sus dedos por donde la humedad salía. Lía se imaginó a sí misma teniendo sexo, cabalgando el cuerpo que estaba ahí tendido y que llegaba al clímax del momento.

  Las respiraciones de Lía se detuvieron, mermaron y apaciguaron. Con conformidad en su mirada, ella levantó su cuerpo, liberó el miembro del joven y mientras se saboreaba los labios, aprovecho para recogerse el pelo mientras bajaba de la cama y se disponía a terminar el trabajo que había comenzado.

  —Esta satisfacción es tan solo temporal —afirmó ella mientras se volvía a cubrir el cuerpo con prendas.

  Con poco esfuerzo se agachó y recogió del suelo sus prendas interiores para usarlas a pesar que estuvieran mojadas.

  —Pero pensándolo bien, no me siento tan inconforme después de todo —dijo ya casi terminando con su trabajo de limpieza, borrando sus fluidos vaginales del pequeño rostro de ojos cerrados—. Ufff, te miro y comienzo a fantasear con el adictivo placer que me puede brindar un compañero del sexo opuesto. Después de tantos años, ¿acaso estoy esperanzándome en que alguien como él me ame? 

  Adentrando la esponja amarilla al interior de un balde plástico, Lía exprimió el agua con sus manos y tras empujar el cuerpo del joven hacia un lado se propuso a terminar su tarea, limpiándole la espalda.

  «Ahora que lo pienso» se dijo ella. «Nunca me he interesado así por alguien tan peligroso. Aunque con los ojos cerrados, independientemente de poder haber vivido tanto como yo, se ve encantador… ¿Y si su mente no es lo suficientemente madura como para que le agrade lo que pueda ofrecerle? Eso le convertiría en una bestia perdida, sin camino. En ese caso, yo podría guiarle, morderle a conveniencia, sería bastante interesante»

  El reloj marcaba las cinco de la mañana. La doctora, vestida y bien arreglada, puso todos los utensilios que había utilizado para el trabajo a un lado. Rellenando algún que otro formulario, de vez en cuando, miraba a la mesa para ver si el “caído del cielo” despertaba. A pesar que lo ocultaba con sus papeles, ella estaba tan ansiosa que no podía dormir y mucho menos permitirse dejarle ahí, para ir a su habitación.

  «¿Quién me asegura que alguien más no va a robar tu corazón si me marcho?» Era la pregunta de la cual Lía aún no sabía la respuesta. Ella no estaba dispuesta a arriesgar semejante oportunidad. «Ahora, ¿qué puedo hacer para que despiertes? La espera me está matando».

  A las ocho de la mañana, Rey respiró profundamente y abrió los ojos con rapidez. Él sentía en sus hombros el peso de unos ojos que le observaban y tenía la intención de evaluar su situación para reaccionar acorde. Una brillante luz fue la primera en recibirlo y dejarlo casi ciego, pues sus pupilas aún estaban dilatadas al punto en el que podían ver en la oscuridad. 

 Con igual rapidez y la vista nublada, Rey cerró fuertemente sus párpados para acto seguido frotarlos con sus manos y abrirles de a poco, con la intención de facilitar el acondicionamiento de sus pupilas al brillo. El que no estuviera amarrado de pies y manos le hacía sentir un poco de alivio. No se encontraba en una situación tan mala como la que esperaba.

 Cuando sus pupilas se adaptaron, el joven notó que algo estaba al frente de su rostro, sostenido por una especie de brazo metálico que colgaba del techo. Era como los objetos que abundaban en la habitación de Miján, el elfo de luz aventajado con la tecnología, quien fue maestro de Dante. Gracias a eso, Rey sabía que el dispositivo frente a sus ojos era de iluminación y que se conocían como luces led alimentadas por energía eléctrica. 

  Acostado sobre la agradable superficie que tan solo una cama podría proporcionar, el chico se retorció hacia los lados y apenas extendió su mano, se dio cuenta de que podía alcanzar el foco compuestos por varias tiras de dispositivos alineados encendidos y moverlo por el lugar hasta quitársela de encima. Sin el encandilamiento que provocaba el dispositivo tan brillante como el sol, la visión de Rey regresó de a poco y con esto la percepción de su alrededor.

  El estrés que todo territorio desconocido podía proporcionarle, comenzó a afectarle, aumentando el ritmo de sus respiraciones. Incorporándose sobre la cama, volteó su cabeza de un lado a otro. Rey observó todo a su alrededor, curioso de ver cuántos objetos inusuales podría encontrar en aquel sitio tan asombroso y nuevo.

   La vista del joven se detuvo cuando unos cuantos seres semejantes fueron divisados, aunque se encontraban situados en un lugar aislado, no parecían una amenaza. Del otro lado de una de las ventanas, transitando por el pasillo de la instalación, se encontraba un grupo de féminas vestidas de blanco. Para Rey, ellas parecían estar comunicándose algo de poca importancia, aun así, se miraban como si estuvieran cansadas.

 El joven trató de escuchar lo que los seres allegados decían. Concentrándose en su audición simplemente escucho el 'Tic, tac' de algo circular en la pared, también logró escuchar respiraciones.

 El cristal era un buen aislante de sonidos, por ende, ninguna de las palabras que decía el grupo de mujeres en las afuera de la habitación se pudieron escuchar con claridad, pero el hecho de que fuera capaz de sentir una respiración ajena a la suya significaba que alguien más se encontraba con él en esa habitación. Probablemente, la misma persona que le había puesto semejante aparato luminoso en la cara para que despertara.

   Para Rey, el hecho de que su inseparable bestia blanca no dijera nada y la sensación de sentirse recuperado, fueron los mejores consejeros del momento, lo que lo alentó a no sentirse en peligro, aunque hubiese alguien más con él. Tras relajar su respiración, el pequeño se dio cuenta de algo, que al parecer, su nariz ya se había acostumbrado a oler. Una esencia familiar que podría abrumar su sentido del olfato y no dejarle percibir nada más. El mismo olor que lo devolvió a la seguridad de no estar en peligro, cuando por pequeños momentos regresaba a la conciencia.

  —¿Madre…? No —se respondió a sí mismo—. Hueles exactamente como ella, mi tía y uno de mis hermanos.

  Unos ojos que parecían no haber podido expresar asombro, ahora lo estaban manifestando, mientras palabras pensadas y tartamudeadas salían de los labios pálidos de la chica con cabellos recogidos que había dejado de esconderse tras una cortina para adentrarse en el campo de vista de quien había hablado. 

—Lengua ya perdida, la que hablas, una lengua que solo hablé en mi infancia. Si dices que yo comparto la misma esencia de tu madre y tu hermano, tal vez es porque somos de la misma especie, —dijo ella, particularmente consternada, ante la posibilidad que el joven fuera descendiente de un vampiro.

  Lía estaba sorprendida, la mirada del caído del cielo era tan afilada que lucía como un depredador. «No puedo saber lo que está pensando» se dijo.   

  Rey, quien había procesado una gran parte del vocabulario que los seres emocionales hablaron a su alrededor, como acto de superioridad, decidió hablar en el idioma que le era más fácil a la chica presente. 

  —Tus ojos, cuerpo y cabellos dicen lo contrario —dijo Rey, sabiendo que el linaje de los vampiros tiene características muy distintivas, como lo son los ojos azules, cabellos blancos después de haber vivido un tiempo determinado, cuerpos elegantes y educados con respecto al carácter. 

Independientemente de que puedan llegar a vivir toda una eternidad, no significa que sepan esperar y más si es por lo que quieren. Sus instintos de supervivencia les atan de una manera muy peculiar a otra persona y tratan de preservar los lazos por todos los medios. Tanto es así, que por esta condición es que aprenden instintivamente a desenvolver sus poderes. Ella, quien se denominaba una vampira, no tenía ningún rasgo físico acorde, exceptuando el olor.

  —Mi nombre es Lía —respondió ella, temerosa de lo que estaba escuchando—. Lía Priom. Mis cabellos ya se tiñeron por el tiempo, pero los mantengo bajo esta apariencia oscura, al igual que mis ojos. Mi cuerpo, eso otra historia.

  —¿Los humanos? —Rey realizó una pregunta presuntuosa, como quien recordaba la experiencia de ser visto por semejantes individuos cuando caía del cielo.

  —Aquí, en Belldewar, los humanos gobiernan. El resto somos considerados “objetos”, “propiedad de uso común, ajena o reservada”. Propiedad de la cual pueden desechar, si se da el caso. Si eres clasificado como una amenaza, tu vida, la de tu familia, amigos y conocidos, está expuesta al riesgo de ser eliminada —explicó, mientras revelaba el color azul de sus ojos al retirar de ellos una delgada y fina goma negra. Tras apreciar el calmado comportamiento del chico de ojos afilados, Lía reunió el suficiente valor y decidió abordar un tema que le importaba confirmar. —¿Eres hijo de una vampira… y hermano de los dos que vinieron contigo? 

 Tras asentir con su cabeza, el chico procedió a presentarse. 

— Me llamo Rey, “sin apellido”. Hermano de un vampiro llamado Jhades Priovan y un licántropo (hombre lobo) llamado Dante Lobano. ¿Dónde están mis hermanos?

  —Ellos están bien… —la voz de Lía se escuchaba un tanto nerviosa. Sin darse cuenta que estaba pasando por alto un dato importante, miró hacia los lados con una expresión de miedo, provocada por escuchar las palabras “vampiro” y “licántropo”—. Te doy mi palabra, por favor, no les nombres así frente a alguien más, la mayoría de los humanos temen a los descendientes de Licaón y de Lilith. Entiende, que presentarse así ante alguien más, es estar poniendo tu vida, la mía y la de todos a quienes conozco en riesgo. 

  Rey mostró un comportamiento comprensivo ante la advertencia. Luego, miró hacia su alrededor, como preguntando “¿qué hago en un sitio como este?” 

  —Tus ojos estuvieron cerrados durante treinta y dos horas —continuó Lía hablando—. Tu condición médica es delicada. Milagrosamente, me pude dar cuenta de que tu cuerpo está envenenado por radiación, ya que experimenté algunos síntomas al estar expuesta a tí. Aún estás lejos de poder recuperarte por completo, pero al menos estás fuera de la zona de peligro.

  —Radiación…, veneno, mi cuerpo —balbuceó Rey, quien de momento le surgió una pregunta urgente. Él no podía creer que aún estuviera enfermo a pesar de haber dormido—. Es cierto que estuve envuelto en una explosión antes de ser arrojado en este sitio. Pero en el lugar del cual provengo, las corrientes del tiempo ayudan a curar y recuperar a todo aquel que se duerme toda una noche. ¿Cómo es que aún sigo enfermo? 

  Viendo como el chico había reaccionado con respecto al tema, Lía dibujó en su rostro una media sonrisa, pues estaba en frente de alguien que no conocía nada del lugar ni lo que era la civilización humana. «En efecto, él no es de esta luna ni de algún otro planeta allegado», pensó y luego agregó, con despreocupación en sus palabras, prestando atención en el comportamiento de su cuerpo mientras se inclinaba y mostraba el escote de sus pechos con tal de hacer su movimiento seductivo:

 —Aquí, tus heridas, enfermedades o condiciones médicas no se curarán al dormir y despertar. Los días son eternos y no existen noches. Las luces de la tecnología no descansan, no se desvanecen ni tampoco envejecen. La luz artificial hace que no exista oscuridad. Soy la doctora principal del cuerpo de guardia de este templo de artes amatorias. —Lía parecía que intentaba darse mayor credibilidad al revelar su título—. Mi diagnóstico y tratamiento son los más precisos que podrás recibir. Te repito, no te recomiendo usar tu energía o someter tu cuerpo a movimientos físicos que conlleven mucho estrés. 

  —Energía, estrés… —Rey repitió las palabras de la chica.

  —Al estar envenenado por radiación, tu cuerpo depende de tratamientos humanos para descontaminarse. A no ser que seas capaz de encontrar algún medio legendario de resurrección y descontaminación no-humano —Lía siguió enfatizando en la gravedad de la situación—. Sin mis tratamientos, tanto tú como tus hermanos, cada vez que utilicen sus poderes o sometan sus cuerpos a mucho estrés, acelerarán el proceso del veneno hasta el punto en el cual solo puedan toser sangre, sufrir desmayos y finalmente caer en una muerte súbita. 

  —¿Qué es Belldewar? —preguntó Rey, pues recordaba que esa era la palabra que la chica había utilizado para llamar al lugar.

 —No entiendo la pregunta —aclaro Lía.

—Descríbeme a este mundo como verdaderamente lo ves.

  Lía se congeló en el lugar por un momento. Ella estaba segura de que ya había descrito el lugar, aunque de manera vaga, pero sí había cubierto los puntos necesarios. Aun así, ¿por qué no hacerlo por segunda vez?, todo con tal de complacer a su oyente, que se mostraba más receptivo al conocimiento que a sus artes de seducción.

  —Esta civilización está dividida en dos partes. Los humanos, quienes buscan la manera de dominar o apagar la existencia de quienes se les oponen y la otra parte, aunque tienen diversos nombres, está compuesta por esclavos que perdieron los deseos de vivir o los privilegios de ser considerados como seres vivos.  

  Rey dirigió sus ojos a donde estaban las chicas hablando, esas que estaban fuera de la habitación y aún se detenían en el pasillo murmurando. 

  —¿Qué lugar les corresponde a ellas?

  Lía dirigió sus ojos hacia donde Rey miraba. Como una supervisora que recién notaba la negligencia de sus subordinados, caminó en dirección a la puerta y la abrió con mirada acusadora. Yicel, una de las chicas que murmuraba, dio un pequeño salto en el lugar tan pronto se abrió la puerta que tenía detrás y vio a la doctora salir. Con rapidez se disculpó por su falta, para después marcharse junto a las demás.

 —Aunque no lo parezcan, ellas entran en la segunda categoría, pero tienen vida en sus ojos por sus ideas revolucionarias —le respondió a Rey, cuando regresaba a la habitación—. El grupo de Akai se metió en problemas y sufrieron varias heridas. Las otras y ella, debían estar atendiendo a esos pacientes, pero parece que les preocupa que tus hermanos y tú estén aquí. En su momento las conocerás. Pero antes de que alguien traspase mi autoridad y entre en este sitio, ponte esto. —Lía tomó una pequeña caja que tenía dos lentes de color negro cubiertos de agua—. Son el mismo tipo de lentes que uso. Es para que te los pongas en los ojos y pases desapercibido. 

  —¿Ideas revolucionarias? —después de decir la pregunta, Rey hizo una pausa. 

 Justo antes de responder la última pregunta, en el silencio del lugar, conclusiones avanzadas pasaron por los pensamientos de la chica, quien comenzó a temblar porque aquel joven no mostraba la reacción que ella esperaba recibir.

  «Alguien que ha perdido todo contacto con lo que conoce, que no puede ver a sus seres queridos nunca más, que cayó en un mundo tan peligroso como este, que está desnudo sobre una mesa quirúrgica con una desconocida… alguien en su situación no debería mostrar un rostro tan natural, ¿o sí?» pensó ella. «Hasta el momento, él solo está interesado en la información. Es como si el conocimiento le ayudara a sobrevivir y adaptarse. ¿Y si él actúa así de frío y calculador porque no tiene seres a los cuales quisiera volver a ver? ¿Quizá está acostumbrado a ser perseguido y cazado? Mmm… hermano de un licántropo y un vampiro…» 

  Finalmente, Lía entendió la connotación de lo peligroso que podía ser ese chico para que Román nombrara a los otros dos como la punta de un iceberg. Independientemente del filo y la rareza de sus ojos que le hacían ver como un dragón, quien tenía delante era un híbrido, una bestia de ojos blancos que parecía atraer la oscuridad a su alrededor. Con esto, se encendió el miedo en su interior.

  Rey levantó su mirada en dirección a la descendiente de los Priom que había detenido sus palabras y su tan confiada expresión facial de atención y querer ayudar. Él tenía la capacidad de leer rostros y en el de ella leía “terror”.

 —Sí —dijo Rey con voz enronquecida—. Es exactamente lo que estás pensando. Soy un hijo no deseado después de todo.

 La presencia del joven se había hecho imponente, tanto que ella estaba paralizada.

«¡¿Acaso puede leer mis pensamientos?!» 

  Rey se acercó a donde estaba ella, tras extender su mano derecha, acomodó los cabellos en el rostro sorprendido de Lía, para decir las siguientes palabras: —En el sitio que deje atrás, mi final era morir. No tengo nada que extrañar de un mundo en el que la única manera de sobrevivir sería matando a mis seres queridos antes que ellos reclamaran mi vida. Ahora estoy aquí, en otro lugar… en el que tengo una nueva oportunidad de vivir, en el que tendré que medir mis decisiones y, al parecer, depender de ti y del anciano que me encontró, pues son los únicos que conocen de mis hermanos y de mí.

 «Los papeles se están revirtiendo» pensó Lía, en estado de pánico.  

 



Una casa y cinco jóvenes

Chapter 3
El inicio de una oportunidad


Rey entró en su habitación con el propósito de cambiarse y ponerse cómodo, no era que esa noche tuviera mucho que hacer más que quedarse en la casa con los demás miembros del grupo. Para él el trabajo como mercenario era tan tedioso como lucrativo, pero también buen remedio para mantenerse ocupado y poder preservar la compostura ante situaciones morbosas que ya se volvían parte de la rutina del día a día. Como, por ejemplo, el sonido pervertido que se podía escuchar en el cuarto colindante.

“¿Quién está conforme con lo que tiene?”, se preguntó él, sintiéndose un tanto ansioso, abrumado por sus deseos sexuales que ya le volvían loco, tal vez, porque a pesar de tener poderes sobrehumanos, aun su cuerpo estaba contaminado por urgencia que no podía controlar muy bien. Mismas que con el tiempo se acumularon y ahora no le dejaban pensar con claridad cuando se vio poniendo el seguro a la puerta de su habitación, cosa que nunca hacía. Samantha era quien estaba haciendo de las suyas al otro lado de la pared y de cierta manera no tenía consideración por ninguno de los demás miembros.

Prendiendo la pantalla de su dispositivo, Rey optó por hacer algo que se había prometido nunca haría. Usando los privilegios de administrador, los cuales se reservó de decir que tenía cuando les dio los celulares a sus compañeros, él entró en el teléfono de Samantha y tras tocar unas cuantas opciones, pudo compartir las imágenes que capturaba la cámara en el otro cuarto a tiempo real. Tragando en seco, Rey se quedó con los ojos abiertos y el corazón que se le quería salir. Lo que estaba haciendo era deplorable, abusando de la confianza de alguien a quien estaba supuesto proteger y se expone de forma vulnerable. Aun así, no pudo dejar de agarrarse la verga y sacudirla tan duro como pudo, por encima de las prendas que tenía puesta. En su pantalla veía a la “intelectual del grupo” en cuatro, sobre el piso, taladrándose el culo con un peine de cabellos, apuntando la cámara de su celular al espejo.

“No es correcto lo que estoy haciendo, pero tampoco puedo rehusarme a seguir viendo y sentir esta necesidad sexual”, pensaba Rey. “Quizás, si dejo de salir de esta casa, paso tiempo con ella y creo más confianza, entre los dos podrían suceder cosas que nunca imaginaría. Pero ¿y los demás? ¿Qué podría suceder si me equivoco?, si rebaso la línea de la amistad con Samantha y se crean preferencias entre ella y yo, los otros se pondrían celosos y el grupo terminaría consumiéndose por dentro. La unidad es la supervivencia, después de todo, estamos en un mundo post apocalíptico… aunque, puede ser la misma razón por la cual la pérdida de vidas humanas a nuestro alrededor nos deje con deseos de crear más… por la cual estos instintos se hacen lugar…”

Pensativo, Rey respiró con profundidad y tras presionar uno de los botones a un lado de la pantalla de su celular, cerró la aplicación que violaba la privacidad de su amiga. Acto seguido, para evitar caer en nuevas tentaciones, él arrojó el teléfono a un lado, se tumbó sobre la cama, tomó las sábanas y también algunas almohadas e hizo un bulto a su alrededor. Ya cuando estaba casi atrincherado sobre su cama, a punto de sentirse culpable y solo, Rey escuchó que alguien le hablaba detrás de la puerta al mismo tiempo que intentó abrirla, pero no pudo.

—Rey, Howard dice que no pudo cazar nada para la cena — era Elena, hablando estresada por la situación que tenía entre las manos. Al parecer le había tocado cocinar y ahora que no tenía los ingredientes trataba de resolver el problema como siempre lo hacía, pidiendo ayuda.

Rey había olvidado remover el seguro de la puerta que había puesto antes de empezar el trabajo que no pudo terminar por cargos de conciencia.

—Ahora te ayudo —dijo Rey, mientras se levantó de su cama, procedió a cambiarse tan rápido como pudo y tras chequear si no se le notaba mucho la erección, abrió la puerta como si no hubiera sucedido nada.

Elena le estaba esperando del otro lado y apenas le vio, mostró una sonrisa picaresca. Ella no era de hablar mucho y últimamente no se le había visto muy contenta, pero esta vez su risa insinuaba que ella le había sorprendido en medio de algo. Ellos dos se llevaban bien, al punto de sorprenderle cambiándose unas cuantas veces y seguir actuando natural, pero según ella recordaba, esta era la primera vez que escuchaba como el seguro de dentro del cuarto de él había sido puesto para que nadie pudiera abrir la puerta.

—A mi defensa, se me quitaron los deseos de hacer algo —dijo Rey como quien se consideraba culpable de un crimen y quería que le reprendieran.

—Seguro, claro que sí. ¿Quién pensaría mal de ti? Aun así, hubiera sido más interesante si casualmente se te hubiera olvidado poner el seguro —dijo Elena con voz decepcionada, para continuar—. Ahora, ayúdame con la carne y otros ingredientes.

Tal vez Samantha estaba gritando y haciendo lo que hacía en el otro cuarto, pero Elena era buena para seducir y hacer insinuaciones sexuales que podían dejar la mente de cualquier hombre pensado, “¿podría ser, o no?”. Además, caminaba por la casa sin prendas interiores y no le importaba tener que pegarse a Rey para pasar de un lado a otro en la cocina. 

Dejando ese tipo de situaciones de lado, entre las chicas del grupo, Rey también podría afirmar que a ella era a quien más le gustaba trabajar. Pero cada vez que alguien quería hacer más difícil su tarea para hacer una cena tan elegante como sabrosa, se podía molestar muchísimo. La otra que parecía compartir estas prácticas de molestarse por trabajar más de lo que debía era Samantha, la misma que aun estando en la cocina, él podía sentir cómo aún se estaba masturbando, cosa que no le dejaba bajar su erección.

“Es cierto que Sam a veces puede tener mal carácter y actuar por interés propio. Pero, detrás de esos lentes, tiene lindos ojos, y una personalidad encantadora cuando se ríe. Estoy pensando diferente de ella, ahhh, me gustaría que nos llevemos mejor. ¿Y si sus gritos tienen la intención de que alguien entre en su cuarto y le sorprenda?”, se dijo Rey, apretando sus puños y tensando sus músculos. “Sería muy excitante entrar y verla en cuatro, o tocándose como le vi. Pero, y si se enoja conmigo… como lo hace con Elena cuando ella le da una risita sugerente de las suyas…”

Inclinándose con tal de revisar la zona baja del frío, Elena nombró en voz alta los vegetales y verduras que faltaban. Rey, tapándose los ojos con la mano derecha, hizo aparecer sobre la mesa lo que se le pedía. 

“No, ella no… no puedo abusar de su inocencia y de lo cómoda que se siente a mi alrededor. Pero, ¿por qué tengo tanta hambre de sexo? No me reconozco a mí mismo…”, se dijo Rey.

Entre el martirio de dos tentadoras chicas, los ingredientes que una vez estuvieron sobre la mesa fueron manipulados por Elena quien, con la ayuda de Rey, pudo preparar una cena que se veía tan bien como olía. Una vez la mesa quedó preparada, los otros tres individuos salieron de sus cuartos atraídos por el olor. Samantha se sentó en la punta de la mesa con mirada seria y carácter recto. Elena a su derecha, contenta y feliz como era usual cada vez que iba a comer algo que no le decepcionará el paladar. Con un tanto de apuro Rey se sentó a la izquierda de Samantha, y tan pronto se acomodó en la silla mostró un rostro de alivio. Juliet se sentó al lado opuesto de Howard quien estaba sentado en la misma fila que Elena. Estos dos últimos parecían un tanto traumatizados e incómodos por estar ahí.

Apenas empezaron a comer, Howard le preguntó a Rey si podía aceptar un trabajo extra, lo cual se veía como una excelente oportunidad para obtener un favor en compensación.

—... Rey, prometo que no te voy a fallar y pienso ir hoy mismo de ser necesario —dijo justo antes de agarrar lo que pretendía comerse.

Sin tiempo a llevarse un trago a la boca, el joven mencionado se atoró con su propia saliva. Tal vez esa era una señal del destino.

 

A pesar de haberse propuesto quedarse más tiempo en la casa, su amigo y el otro chico que componía al grupo de cinco sugería marcharse por su propia cuenta. A punto de responder que sí, Rey fue interrumpido por Samantha.

—Howard, ya sabes muy bien que yo soy la líder del grupo. ¿Por qué no me lo pides a mí? —se quejó la trigueña.

Rey, con discreción, observó en dirección a quien se sentaba a su lado, de entre todos los miembros de la mesa, ella era quien más fuerte tenía impregnado en su mano el olor que dejaba haberse tocado los genitales por un buen rato. Sin mencionar los ruidos incómodos escuchados por todos. Era obvia la razón por la cual nadie le quería preguntar nada en ese momento.

—Ya lo sé, líder; pero no puedes darme lo que voy a pedir a cambio de mi trabajo extra —Howard se justificó, era cierto que independientemente de ser la líder, sus capacidades no se veían afectadas por lo que hacía o dejaba de hacer en su vida privada. Pero, Rey indiscutiblemente tenía el poder de hacer aparecer cosas siempre y cuando se cumplieran ciertas limitaciones.

—¿Y se puede saber qué vas a pedir?

En el aire comenzó a formarse la usual tensión de siempre, a lo cual, exceptuando a Elena, Samantha y Howard los demás aumentaron la rapidez con la cual comían por si ocurría una pelea que destruyese la mesa, no quedarse con el estómago vacío.

Elena, a pesar de ser la más hambrienta, tenía la boca abierta y apoyaba su frente sobre su mano derecha, como quien creía que su comida no había sido tan buena como para que todos se preocuparan por comer y después limpiar el plato con la lengua antes de hablar o pelearse.

—Medicamentos como; Aldactone, Testo-bloker y estrógeno —respondió Howard sin poder dejar de dar una sonrisa de medio lado por lo nervioso que estaba—. Quiero alterar mis niveles hormonales y que coincidan con mi identidad de género. Últimamente, he estado sufriendo mucho en este cuerpo que me tocó al nacer.

Howard había utilizado términos complicados que hacían raras sus palabras, pero con su última oración, más o menos, los presentes pudieron formarse una idea general de lo que trataba el tema.

—¿Estás tomándonos el pelo? —preguntó Sam con los ojos bien abiertos. Para ella, si había algo que ese chico de cabellos alocados tenía, era que desde el principio se había comportado como un cómico y siempre decía chistes o payasadas sin motivos ni razones aparentes. A sus ojos él era, irresponsable, inmaduro e irritante.

—No… como se notarán los cambios… quería dejarles saber de antemano. ¿Qué mejor oportunidad que esta? —dijo Howard con seguridad, para continuar hablando como si estuviera a punto de chantajear— Y tú no eres nadie para decirme que no.

“Algo tuvo que pasar entre estos dos”, pensaba Rey. “Samantha puede ser mucho más firme y severa que esto, en cambio, diría que discute como si estuviera caminando sobre un campo de minas.”

Era cierto, la terapia hormonal, a pesar de ser segura y eficaz, crea cambios en las personas y esos cambios no se pueden esconder.

El silencio de los presentes se dio lugar, se estaba abordando un tema que debía de ser tratado con seriedad.

—Pero Howard, eso no es para todo el mundo. Debe venir con consecuencias y… aquí nadie es doctor. No puedes autotratarte como si fueras uno… 

Ante los reclamos de Samantha, Howard reviró los ojos como si quisiera verse el cerebro para seguir comiendo sin prestar mucha atención a ellas.

La misma afición que Howard tiene por no prestar atención a los reclamos, la tiene Sam porque le escuchen cuando habla y trata de advertir las consecuencias negativas de una situación.

—¿Qué problema existe con que no tenga ni un laboratorio ni un doctor? —preguntó Howard como quien arrojaba gasolina a un fuego—. Tú no vives en mi cuerpo, el mundo se acaba ahí fuera y quién dice que mi último momento para respirar no esté muy lejos de llegar. En la vida solo existe una única regla… morir al final. ¿Qué tiene de malo que quiera ser egoísta?

—Nada… ella, después de que se viene, tiene la mente de una conservadora —dijo Elena, y de inmediato alzó su mirada para ver a los ojos de Sam.

—Es cierto que a ella le molesta todo lo que no es tradicional o incumple con los estándares de la sociedad, pero ¿necesariamente después de que se viene? —dijo Juliet, como quien señalaba lo obvio al mismo tiempo que indagaba sobre algo más.

Corrigiéndose, Elena agregó: —Bueno, siempre y cuando esté excitada.

—Interesante —Juliet miró a Elena y vio que Samantha guardaba un sospechoso silencio, pero sin querer seguir indagando en el asunto que no venía al tema, continuó: —Sam, se agradece tu opinión, pero Howard seguro está más que consciente de los riesgos. No necesita a alguien que le desanime en este momento.

—¿Qué lo estaba desanimado? —preguntó Sam, parecía molesta—. No. Tampoco es que sea una ‘conservadora’ cuando no estoy excitada, es su cuerpo y él puede hacer lo que quiera consigo mismo. Pero en mi opinión muy personal, creo que es una idea descabellada.

—Samantha tiene razón —dijo Rey quien había mantenido el silencio—. Howard es una idea descabellada… posiblemente la más loca que se te ocurriera hasta el momento —el chico a quien se referían se puso tenso en su silla, como si no esperara que Rey se pusiera de parte de Samantha—. Pero te apoyo. El doctor tal vez no te lo pueda conseguir, pero sí el laboratorio para que te hagas los análisis de sangre y los medicamentos.

Howard sonrió, estaba contento, casi que quería saltar de su asiento y llegar al techo. Que Rey dijera eso significaba que no era imposible la idea que se estaba proponiendo llevar a cabo.

—Pero, Rey… ¡Estamos hablando de medicamentos y hormonas! —exclamó Samantha.

—Sé lo que hago, Samantha, —el chico estresó las sílabas del nombre mencionado como si estuviera a punto de perder la paciencia—. Todos  los  que  estamos  en  esta  mesa, exceptuándome, seguramente en algún punto tuvieron una vida con una pareja, y perfectamente me las puedo imaginar teniendo sexo con alguien más, dentro de un cuerpo con el cual no se sienten mal. Yo quiero llegar a experimentar lo mismo.

—Ese es un buen punto —dijo Juliet con una sonrisa amargada.

Tanto para la pelirroja, la trigueña y la rubia del grupo concordaban en que la primera parte de lo que había dicho Howard no podía estar más equivocada, pero perfectamente podían entender el punto.

—Qué lástima, creo que tendrás que incluir en esa lista a Samantha también, —comentó Elena—. Con lo recta que se comporta tras gritar enérgicamente en su cuarto por casi una hora, considero que ella tampoco está segura de su cuerpo ni de lo que hizo.

—Tienes razón —sentenció Howard.

—¿¡Eh!? ¿¡Qué están insinuando!? —alterada exclamó Sam ante la acusación de la rubia.

—Que todos te escuchamos cuando pasas tiempo deseándote en tu cuarto o en el baño y ahora no lo admites por la vergüenza que tienes.

—No tengo que admitir nada porque no hago semejantes cosas pecaminosas —respondió roja como un tomate, sus mejillas blancas cambiaban de color con facilidad cada vez que ella estaba nerviosa, y Samantha se ponía nerviosa cuando mentía o no sabía lo que estaba diciendo. —Además, qué tiene que ver eso con que me incluyan en la lista de Howard.

Rey volvió a toser en el lugar, en verdad a Elena le gustaba tocar cuerdas sensibles a las personas.

Al mismo tiempo, Juliet se rompió a carcajadas, tanto que necesito tomar agua para no atragantarse con la comida que tenía en ese momento en la boca. —Deberías pensar por ti misma. Tan inteligente que eres para ciertas otras situaciones… pero te lo voy a decir… No te sientes segura de afirmar lo que haces porque dudas de ti.

—No tengo por qué afirmar cosas que son privadas. A ustedes no les importa si lo hago o no —se defendió Sam.

—Sí, lo haces. Y no es que me importe, pero, precisamente hoy, tuve que empezar a cocinar más temprano para no tener que oír los ruidos que estabas haciendo y aun así los pude seguir escuchando. No sé si te has enterado, la habitación de Rey también está junto a la tuya —dijo Elena, riéndose, mientras masticaba un pedazo de pan—. Por cierto, estabas tan entonada que Rey casi se anima a estrangularse el ganso si no hubiera sido porque fui a rescatarle a tiempo.

Sam se quedó asombrada, más cuando el chico de ojos blancos del grupo asintió penosamente con su cabeza ante la afirmación de Elena.

“Solo actúa con normalidad y sobrevivirás… con normalidad”, se decía Rey enfocado en no dejar ver lo mucho que temblaba la mano con la cual aguantaba el vaso.

—Y tiene la cara de seguir negándolo. Howard, en serio, tienes que incluirla en tu lista y después cuando tengas tu cambio, te sales y así le dejas sola —dijo Juliet—. Nada más hace falta que Rey pueda conseguir lo que necesitas.

 

El chico ahí en la mesa estaba llorando de felicidad. Pasó a dejar de sentirse mal y vulnerable por lo que pudieran estar pensando de él, a sentirse aceptado y animado por sus compañeros. Él no tenía palabras que decir, solo lágrimas para mostrar.

—Bueno, bueno. A mí me gusta la idea de que trabajes para que consigas lo que quieres Howard. También te voy a apoyar, siempre y cuando no hagas una lista con mi nombre en ella —dijo Samantha, quien de cierto modo hablaba por Rey—. Tienes mi autorización como líder de tomar el trabajo que Rey considere apropiado.

—¡¿Ya le estás echando?! Ves Howard, por eso tenías que haberte convertido tú en el líder cuando se te dio la oportunidad —dijo Elena.

—Un líder no puede salir del reino… además, él va a salir no solo para hacer el trabajo que se le mande, sino que también para buscar información y productos que son convenientes para él. Rey no puede clonar nada que no sea fotografiado por uno de los teléfonos que nos dio —argumentó Samantha—. Que mal pensada eres, Howard es un valioso miembro del grupo y sin él tal vez nuestras vidas se acorten.

—No soy mal pensada, quería defenderlo —le dijo Elena a Sam, para luego ver en dirección a Howard, quien se ponía de pie con ánimos de lograrlo todo—. Para que cumplas tus sueños, puedes pedirme ayuda en lo que necesites.

—¿No tienen nada en el teléfono que puedas utilizar mientras tanto? —preguntó Rey.

—Sí y ya lo he estado usando, pero la eficiencia de dichos medicamentos no es la mejor. Los efectos se notan de un año a tres, pero como ya pasé mi pubertad, los cambios masculinos de mi cuerpo no pueden ser revertidos con lo que existe en el mercado. Lo que pienso buscar es mucho mejor y más potente — argumentó Howard.

—¿En serio? —Elena parecía muy asombrada, algo sumamente raro en ella.

—Sam —intervino Rey de forma confidente en dirección a la  pesimista  del  grupo—.  Estoy  seguro  y  creo  en Howard. Además, siempre que quede vivo puedo curar su cuerpo de cualquier enfermedad.

Para un mortal, fuera del reino, salir solo en una misión no era juego. Al contrario de Howard, Rey lo hacía porque no podía morir y tenía poderes semejantes a los de un dios, como otros tantos individuos que existían ahí fuera. Era cierto que Howard tenía una habilidad absoluta, que con un chasquido de sus dedos podía hacer estallar en mil pedazos cualquier cosa que sus ojos pudieran ver. Pero de igual manera, los más de miles de otros individuos con habilidades absolutas podían otorgarles la muerte.

En las afueras del reino, las peleas se resuelven de un solo movimiento y generalmente dependiendo de quién viera a quién primero.

No obstante Rey, sabiendo esto, le estaba mirando de forma calmada.

—Está bien —cedió Samantha—. Siempre y cuando no sea nada peligroso.

—Les mostraré lo que hablo con resultados —dijo el chico de cabellos alocados—. Rey, ¿qué tienes para mí?

Samanta respiró hondo, casi que mordiéndose la lengua para no permitirse a sí misma seguir comentando dado que no había pasado un segundo y ya se estaba arrepintiendo.

—Esta es una misión simple, pero tediosa que desde hace rato tengo por hacer —dijo Rey mientras tocaba la pantalla de su teléfono—. Si todo sale bien, supongo que debes de estar de vuelta en unos días.

—Cuidar un cargamento de suministros, suena muy aburrido —dijo el joven—. ¿Acaso no tienes nada de búsqueda y captura? O ¿Un trabajo de asesinato?

Samantha se puso de pie en la mesa y antes de que pudiera decir nada, la rubia intervino.

—Howard, mejor no te quejes. Puedes irte tranquilo con lo que tienes y no se te olvide, mándanos tu localización e iremos a ayudarte en cualquier momento —dijo Elena con una sonrisa afable.

—Está bien, pero desde hoy pido que dejen de llamarme con ese nombre.

—Hmmm, vas en serio. ¿Cómo quieres que te llamemos entonces? —agregó Juliet.

Howard tenía razón, si alguien quería dejar su cuerpo masculino de lado no es de extrañar que también se deshaga de su nombre.

—Llámame Arte… —optando por usar un bisílabo sencillo y fácil de recordar, Arte quería evitar que alguien del grupo volviera a utilizar el nombre por el cual fue bautizado—. ¿Suena bien?

—¡Es fabuloso y profundo!

Los comentarios sobre el nuevo nombre se dieron a escuchar por algunos minutos, incluso Samantha aflojo su rostro de nudo y también comentó su opinión favorable.

Apenas la cena terminó, Rey, Juliet, Elena y Sam recogieron la mesa y regresaron a sus rutinas mientras que Arte, sin demora, se vistió para salir. Tras despedirse de todos y asegurarse de que contaba con lo necesario para lidiar con cualquier situación, se marchó por el portal desde la sala de la casa.

Después de lavar los trastos y ver que todo estaba muy calmado, Rey procedió a dirigirse a su habitación un tanto desilusionado, para ver si podía al menos dormir sin sentirse culpable. Para ser un miembro sano e íntegro del grupo no podía tener tantos deseos de tener sexo y con un descanso, seguro que se le pasaba.

Juliet se adelantó en el pasillo camino a su propia habitación. De todos en la casa, ella era la que más vestida siempre andaba, cosa que Rey consideraba ser una lástima, puesto a que, aunque ella tenía algunas libras de más, su cuerpo pasaba en belleza al de las otras dos.

—Bueno, ¿qué tal si tomamos un baño juntos? —dijo Juliet, dándole una sonrisa simpática a Rey antes de abrir la puerta y entrar en su cuarto tan rápido como sus pies le permitieron.

Rey respiró hondo, “tengo que estar escuchando voces”, se dijo como quien rezaba que se le hubiese dicho algo tan interesante. Desde su punto de vista se había quedado solo con tres chicas en la misma casa. Poniendo su mano sobre el picaporte del cuarto que le pertenecía, se dio cuenta de que Elena se había quedado con Samantha en la sala, las dos cuchicheaban sobre algo sospechoso.

—Se fue de la casa por unos días… ¿Sabés lo que significa eso? —dijo Elena quien se mecía de adelante hacia atrás, como quien parecía estar caliente, e intentaba incendiar de curiosidad a quien le escuchaba.

—¿Qué? —preguntó Sam.

Elena se quedó callada, no quería responder sin antes asegurarse que nadie más le estaba escuchando. Lo cual le hizo mirar de reojo en dirección al pasillo. Rey había entrado en su habitación y Juliet a la suya. Elena entendía que no podía tener más de una persona a la cual persuadir a la vez. Ella no estaba tan segura de Juliet, la pelirroja podía pasarse una semana sin salir de su cuarto, ni siquiera a comer. Del grupo, era la más cerrada, pero ya tenían el punto débil de Samantha;

—Sígueme… —dijo la rubia.

Sin siquiera haber llegado a la cama, Rey se quedó detrás de la puerta de pie. Entendía que pudiera escuchar voces, y que el mundo no giraba en torno a él, pero era raro que Elena y Samantha se llevaran tan bien a pesar de la calurosa conversación que habían tenido en la mesa. Las manos le sudaban, sabía que ellas dos estaban tramando algo y él deseaba formar parte de ello. “Si las dos vienen a mi cuarto, se encierran aquí conmigo y dicen «Yey, vamos a celebrar la ausencia de Arte con sexo casual, venimos a tu cuarto para que nos ayudes a quitarnos la calentura», no sé qué podría hacer… ¿Creo que estoy fantaseando mucho? Solo quiero una oportunidad. Desde hace cuánto no tengo sexo y justo ahora estoy aquí, en la misma casa con tres diosas, tiene que pasar algo antes de que yo termine enloqueciendo…”

En puntitas, se podía escuchar como las dos caminaron por el pasillo, mucho más calladas de lo usual, cuál si estuvieran preparadas para robar o matar y querían salirse con las suyas sin que nadie las viera. Elena se acercó a donde quería tirando a la trigueña de la mano y tras poner sus dedos sobre el picaporte de la puerta, con lentitud abrió la entrada a la habitación y entró junto con Sam, quien balbuceaba y decía que no a todo.

Relajando sus manos, Rey negó con su cabeza y dejó salir el aire que tenía entre los pulmones como un luchador desanimado. Con ellas dos dentro de un cuarto a solas, él no tenía más remedio que resignarse a escuchar cualquier cosa que estuvieran haciendo, a no ser que quisieran tomarse fotos o videos la una a la otra. No existía más opción que probar el sabor de la derrota, o, mejor dicho, la sensación de su mano rugosa y áspera.

De pronto se pudo escuchar un pequeño grito de Samantha:

—¿Acaso estás loca?

Iluminando su rostro con una sonrisa, Rey, tal vez por desespero, literalmente vio lo que representaba la oportunidad que estaba buscando. Si ellas no iban a él, él podía ir a ellas y quedarse  ahí,  haciéndose  el  noble,  preguntando  y disimuladamente insinuar que estaba dispuesto a chantajear si era necesario.

Todo porque el grito, parcialmente silenciado de Samantha, no provenía de la habitación de Sam, ni la de Elena, sino de la de Howard quien, desde no hacía mucho, había sugerido que le llamaran Arte. Rey, se volvió, abrió la puerta borrando la sonrisa de su rostro, salió al pasillo y vio en dirección a Sam quien estaba parada en frente de la entrada a la habitación con las manos tapándose la boca.

—¿Samantha qué sucede? —le preguntó Rey a la chica que abrió aún más sus ojos al verle.

—¡Rey salió de su cuarto! ¡Y está viniendo! —dijo Samantha con un grito que sonó más como un susurro mientras movía sus manos.

Rey comenzó a avanzar con pasos firmes, él sabía que Sam le hablaba a Elena, quien se encontraba en un cuarto que no era el de ella. El joven de ojos blancos se asomó dentro de la habitación de Arte y vio a la rubia de ojos azules arrodillada buscando bajo la cama, para después, ignorando lo que sucedía, pasando a revisar las gavetas de la cómoda y luego salto en dirección al closet.

—Hmmm, ¿qué estás buscando exactamente? —preguntó Rey al dar un paso hacia adentro.

Samantha no tuvo más remedio que seguir al joven.

—No sé —respondió Elena—, lo sabré cuando lo encuentre… bueno, él nunca dijo que no había tenido sexo con alguien. Solo dijo que estaba dentro de un cuerpo con el cual se sentía mal. Más su cambio de sexo.

—¿Y qué con eso? —preguntó Samantha. 

—Acaso no lo entiendes, él tiene que ser ‘gay’. Debió tener sexo y también debió de… haberlo… grabado…

—¿Estás buscando si él hizo un porno? —dijo Rey a lo cual Elena asintió.

Samantha se frisó en el lugar cuando la curiosidad y morbo se le metieron dentro. No era cualquier porno, sino que era el video privado de un amigo cercano que conocía. —Si estás intentando  sacarle  copias  para  quedártelos…  —agregó, sonriendo—. Te ayudo, pero sí 'ella' se entera, te quedas con toda la responsabilidad.

—Trato hecho —dijo Elena.

Rey no hizo más que llevarse la mano a la cara y pensar; este tipo de mujeres tenían un nombre bastante raro, —Fujoshis— dijo en voz alta. Mas, definitivamente, los rasgos convencionales que denotaba Samantha ya no existían como Elena había dicho.

Tanto Samantha como Elena reaccionaron ante el nombre volteando sus rostros con sonrisa picaresca.

—Ahh, eres una pervertida —dijo Samantha señalando un problema ajeno apenas recordó que estaba en frente de Rey.

—Como si tú no fueras peor que yo.

—Yo, definitivamente no, —aseguró Sam ante el comentario acusador.

Rey dejó salir el aire que tenía en sus pulmones, dado a la actitud de Elena no era que se le pudiera ocurrir un chantaje que esta no pudiera descifrar. ¿Qué tanto tenía que avanzar en esta oportunidad para poder alcanzar su objetivo de tener sexo? Era una pregunta que no podía responder. Tal vez tenía que llegar a ver a su amigo desnudo en vergüenza para poder lograrlo. Por otro lado, Samantha le iba a dar mucho trabajo, ella no paraba de mentir, y lo que más le hacía gracia era que negara empedernidamente, ser una pervertida. “¿Por qué lo negaría si es tan obvio? Una necesidad humana básica con la que todos nacemos.” Pensó. “De todas maneras, es mejor evitar poner en desgracia la imagen de Arte y darle una salida de escape a estas dos…”

—No creo que él… digo, ella tenga semejantes videos. ¿Cómo alguien que se avergüenza de su cuerpo soportaría verse? —Rey aseguró convencido, aunque cuando recordó haber visto lo que capturaba la cámara de Samantha comenzó a dudar—. ¿Por qué no se entretienen mejor viendo porno en internet?

Elena y Samantha hicieron una mueca amargada ante el comentario y siguieron poniendo todos sus esfuerzos en revisar el cuarto.

Rey se quedó intrigado ante la mueca, no había entendido la razón. “Tal vez el porno online les aburre”, pensó ladeando la quijada.

—¿Has encontrado algo de ese lado? —preguntó Elena.

—Unas cremas que huelen divinamente —respondió Samantha pasándose las manos por el rostro y el cuello como quien se probaba lo que había encontrado—. Qué chica más aburrida. Siempre creí que era normal esconder las cosas privadas en la cómoda de noche, a mano para usarlas, pero ella no sigue las reglas universales. Tal vez tenga que enseñarle…

—¿Ahora te ponés a hablar de enseñar? —preguntó Elena—. Convencional y mojigata… al menos tienes el valor para confesar que miras porno, ¿no?

—Miraba… miraba y era por curiosidad y siempre fue sin querer.

—Sí, sí… cómo no —se quejó Elena—. Te creo. ¿Me vas a decir que viste porno y no te masturbaste? Ni siendo de piedra.

—¿Qué hizo que dejaras de mirar? —preguntó Rey, con la intención de dirigir la conversación a un tema más lineal y para que aquellas dos dejaran de pelear.

Samantha murmuró algo que ni se le entendió. En cambio, Elena levantó el torso de su cuerpo y dijo en voz alta—: Llegar a esta casa… para ser más específica, tal vez tú.

—¿Yo? —Rey preguntó sorprendido.

—Sí. El único lugar en el que podemos acceder a internet es con el teléfono que tú nos diste y dicho artefacto no reproduce videos ni tiene páginas web de porno. Aaaaah… —Elena se revolvió los cabellos como loca—. ¡Ya lo dije! No he podido venirme en todo este tiempo por no tener videos al respecto, es como si estuviera sufriendo efectos de abstinencia.

“Entonces esto de buscarle el porno al Arte es como cuando un drogadicto intenta obtener de regreso los efectos de la sustancia que le fue arrebatada”. Se dijo el joven de ojos blancos como quien entendía la situación.

—Elena, el mundo se terminó ahí fuera y el gobierno prefiere guardar información esencial en los satélites, antes que ocupar espacio innecesario con porno. No es culpa de Rey —corrigió Sam a Elena, quien en las profundidades de su cabeza también entendía la razón—. A decir verdad, gracias a Rey, tal vez seamos los únicos en el mundo que mantienen una vida normal.

—Tienes razón, este sentimiento de protección a veces se me hace muy fácil de confundir con afección. —Dijo Elena, para mirar al chico que parecía pensar en algo—. Nadie nos hubiera protegido como tú lo haces, gracias.

“Y yo aquí pensando en chantajearles y hacer que pagaran con sus cuerpos”, se dijo Rey con un irónico cargo de conciencia. Recordando el tema principal, Rey se llevó la mano a la frente, ellas dos tenían razón en la base de datos que tenía dentro de su teléfono no estaba habilitada la búsqueda de porno. Era como un control parental, pero con total bloqueo de acceso. 

—No, el porno es también una necesidad básica que falle en proveerles. No fue mi intención pasarlo por alto. Con un poco de tiempo puedo habilitar la búsqueda de porno en sus teléfonos —dijo, Rey con tal de admitir en lo que había fallado.

Las dos voltearon sus rostros y abrieron los ojos ante la luz celestial que casi irradiaba el mesías traedor de semejantes palabras.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Elena, como quien se había rendido de seguir buscando.

—No tanto —respondió Rey.

—¿Y qué te importa eso? —preguntó Samantha como quien no quería que se le juntara la impresión interesada al porno que rodeaba a la rubia.

—No importa. Ya, dejen de pelear. Acompáñenme al televisor de la sala —dijo Rey.

—¡Wuuuuu! —exclamó Elena, con entusiasmo y alegría.

—¡Elena! Compórtate, estás en frente de un chico —dijo Sam, al ver como su cómplice salía de la habitación de Arte disparada detrás de Rey como una perrita que pedía por comida a su dueño. A Rey, la oportunidad de ver hasta dónde podía llegar la perversión de la chica ahí presente no le parecía tan desagradable como Samantha aparentaba que era. Por su cabeza comenzaron a pasar imágenes de Elena masturbándose.

Apenas los tres llegaron a sala, Samanta tomó asiento en el amplio sofá, cuál si fuera una niña buena que no quería que le echaran del lugar. Elena continuó persiguiendo a Rey, quien se mostraba ocupado con su celular y después observó en dirección al televisor. Lo que antes era una pantalla de 42 pulgadas, comenzó a agrandarse hasta llegar a las 65.

Samantha se llevó las manos a la boca. Ella podía imaginar la razón por la cual el televisor había crecido en tamaño y como en toda la casa no existía una pantalla tan grande como esa, ¿qué mejor sitio para ver porno que en el televisor más grande? Pero, a no ser que ella ingeniara una manera de deshacerse de Rey, no podría hacerlo con toda libertad.

—Creo que voy a necesitar ayuda —dijo Rey mirando en dirección a Elena—. No te importa sentarte en la nueva computadora que le adicione al lugar y buscar a ver si podemos reproducir algo.

—¡¿Van a mirar porno aquí?! —Samantha no pudo contenerse de preguntar en voz alta.

Rey se preguntó si la pregunta correcta sería: “¿Vamos a mirar porno aquí?”, ya que quien había hecho la interrogante estaba sentada y no parecía dispuesta a marcharse.

—¿Por qué no? Después de todo, es la pantalla más grande del lugar —dijo Elena, mordiéndose el labio inferior.

 

—¿No te da miedo ver porno en frente de un chico? —le preguntó a Sam, como quien no podía creer lo que estaba a punto de suceder.

—No —respondió Elena, valiéndose de una risa calenturienta—. También, quién sabe… pueda tocarme aquí mismo —cambiando excitación por enojo, ella levantó su dedo acusador a la trigueña—. Después de todo, es casi lo mismo que estar gritando en tu cuarto. Tú te viniste, por eso tienes la mente tan clara, a mí me dejas tranquila…

Samantha tragó en seco y movió la cabeza de un lugar a otro, mirando a Rey quien pretendía conservar la calma y a Elena que la estaba perdiendo.

El corazón de Rey empezó a dar saltos dentro de su pecho, él no esperaba dicha respuesta tan naturalmente pronunciada por parte de Elena.

—Una cosa es escuchar, otra es ver algo indecente, Elena.

¿Por qué pensarías en tocarte cuando alguien más está presente? Elena y Rey intercambiaron miradas, ella parecía en búsqueda de un cómplice y él supo entender el momento. —¿Y eso qué tiene que ver? —dijo Rey—. Somos amigos, vivimos en la misma casa… supongo que sería como tener más confianza.

—No es confianza, es depravación.

—Está hablando tu lado conservador —aseguró Elena usando un tono sarcástico.

—Yo no pienso tocarme en frente de nadie y mucho menos cuando un chico está aquí.

“Mi corazón se rompe en mil pedazos… ¿Será eso algo de por vida o aún quedará la esperanza de que su mente pudiera cambiar?”, se preguntó Rey.

—¿Sabés qué? Nadie te está obligando a quedarte, ni a tocarte. Nena, puedes marcharte en cualquier instante. Nosotros vamos a mirar porno, a todo volumen… sí, para que sepas cómo se siente cuando estás en tu cuarto y no puedes escapar de lo que escuchas.

—Y Juliet, ¿acaso sabes lo desconsiderado que es para ella que ustedes hagan ruido?

—Si la pelirroja con cara traumatizada cuando se sentó en la mesa no dijo nada por lo que tú hiciste, ahora no creo que se queje por lo que yo haga —reclamó Elena.

Rey se sorprendió al escuchar a Elena tan caliente, a ella no se le suele ver llegando a ese punto de incluso incluirlo en sus planes indecentes.

—Jul está durmiendo —dijo Rey—, ella toma pastillas para eso. De ahora en adelante no hay quien la despierte—, con la intención de hacerle entender a Samantha que, a no ser que se durmiera o tapara sus oídos, ella iba a ser torturada por Elena quien ya se estaba tomando la situación un tanto personal.

Sam entendió que no podría ganar un enfrentamiento contra ellos dos si decidían formar equipo. Tragándose sus palabras, se levantó del sofá, dio media vuelta y empezó a caminar hacia el pasillo. Abrió la puerta de su habitación y entró.

—No creo que tenga sentido seguir empujándola a admitir que se toca —agregó Rey algo apenado por el comportamiento de Sam.

—Yo no tengo vergüenza…

—Entonces, ¿tú si te tocas la raja y te pajeas toda? —preguntó Rey con una sonrisa desafiante. Su curiosidad no estaba siendo alentada por la razón, sino por las hormonas que le encendían en excitación, y por supuesto, es bastante morboso cuando una chica admite que se toca.

Elena no pudo parar de sonreír y desviar la mirada para decir un tímido “sí” en voz baja, cosa que le hizo preguntar:

—Si supieras la cantidad de cosas pervertidas que he hecho y todo el porno que he visto, ¿pensarías diferente de mí?

Rey, mirando la boquita de Elena, su comportamiento avergonzado, y como jugueteaba con sus cabellos, agregó:

—Si alguien más me lo dice, no le creería… pero si me lo dices tú, el morbo me mataría.

Ante la respuesta, Elena se rio tapándose la boca con la mano derecha, al mismo tiempo que se dedicaba a buscar una silla para ponerla en frente de la nueva computadora.

Rey se daba cuenta de que había dicho las palabras más subidas de tono que había podido decir hasta el momento. No era que él no dijera comentarios como: «Hueles a que estabas jugando con tus dedos en el baño», o cuando Elena misma le daba una de sus miradas acosadoras como: «¿Te estabas estrangulando el ganso?», y él afirmaba. En el pasado, eran comentarios con el objetivo de generar bromas o hacer que la otra persona se pusiera incómoda. Pero en ese específico momento se podía notar que los comentarios de los dos eran más morbosos y sugerentes de la cuenta. Tal vez porque no estaban pensando con sus mentes.

—También, te sorprenderías de las cosas que hago cuando no estoy a solas —aseguró Elena.

—¿Sí? Bueno… sorpréndeme —dijo Rey aún más desafiante. El terreno en el cual se estaba adentrando era delicado, pues le podía salir el tiro por la culata. A pesar de haber tenido la oportunidad que esperaba, si Elena también se ponía brava y marchaba para su habitación, entonces no podría hacer nada.

—Tal vez con más confianza, pero por ahora lo mantendré en secreto —respondió ella.

La rubia entendió que Rey tenía una personalidad dependiente, tanto como podía, él se centra en mantener una actitud neutral, abierto a dejar que las personas necesitaran de él, cuidando de no crear una actitud negativa en nadie que apreciaba. Misma personalidad que no le permitía tomar una decisión concreta. Ella quería que él fuera más arrojado y crear intriga era uno de estos pasos.

—Está bien… está bien… —dijo Rey, reprimiendo los impulsos de insistir, para acto seguido volver a darle un vistazo a la pantalla y apretar algunas otras teclas—. Mira a ver si puedes encontrar algo.

Elena hizo un chasquido con su lengua, ella estaba dispuesta a mostrar cuán mojada estaba entre las piernas tan solo en esa situación, pero, sin embargo, regresó sus ojos a la pantalla y comenzó  a  teclear  varias  frases  sugerentes  en  el buscador. Después de tres intentos:

—¡La encontré! —ella exclamó—. ¡Encontré algo bueno!

Este sitio web me trae buenos recuerdos.

—Hmmm, ¿X-Videos? Se pueden ver las imágenes, pero aún no sabemos si se reproducen los videos. —dijo Rey como quien sugería que se hiciera algo al respecto.

Moviendo el cursor y buscando las diferentes opciones de videos a reproducir, Rey movió la cabeza hacia un lado, lo cual hizo que Elena también observará en dirección al pasillo. Era Samantha que se acercaba nuevamente al sofá y procedía a sentarse en el mismo lugar del cual se había levantado.

—¿No que no querías mirar? —preguntó Elena bien divertida, como quien había predicho el evento.

—Vine para controlar el volumen y que no molesten a Juliet.

—Convincente excusa. Deja que te excites, chica convencional —respondió Elena con tono burlesco.

—¡No me voy a excitar! ¡Y no soy convencional! —Sam se puso roja, tal vez por la rabia y no por estar mintiendo.

En silencio, Rey notó que cada vez que Elena repetía la misma palabra, el ego de Sam cedía de a poco. Como que se volvió más confrontativa para demostrar lo contrario, tal vez algo bueno, tal vez algo malo. Aunque a él no le convenía que Samantha hubiera regresado. En ese punto, Elena le llamaba más la atención, y definitivamente no necesitaba a dos mujeres para cumplir su objetivo, porque al tener a dos se le hacía el juego más complicado. Él sabía que los seres humanos eran criaturas posesivas, y en caso de tomar una mala decisión, ya no iba a tener la posibilidad de saltar a quien si le pudiera reciprocar sus intenciones.

—Admítelo ahora —dijo Elena—. Te estoy dando la oportunidad de que la escupida que lanzas al aire con tanta fuerza no te caiga en la cara. El primer paso para resolver un problema es reconocerlo.

—¿Qué tengo que hacer para demostrarle lo contrario?

Rey respiró hondo. Elena le había buscado la lengua a Sam y la encontró sin que la última se diera cuenta de que había caído en una trampa desde el principio. “Hay quien dice que los retos son el camino más corto para la diversión.”

—Que te pajees junto a nosotros —la proposición de Elena se quedó en el aire.

Rey no lo aparentaba, pero le sudaban las manos de lo nervioso que se encontraba. La situación estaba escalando como un fuego en pasto seco.

—¡Estás loca! ¡¿Qué te pasa?! —exclamó Sam a punto de levantarse e ir de vuelta al cuarto.

—¿Me vas a decir que vas a ver porno sin cumplir el propósito principal de verlo o admitir que lo ves para darte dedo en tu cuarto?

—Pero ¿en verdad probaría que no soy una tradicional con hacer lo que dices?

La pregunta de Sam hizo que Rey se frisara en el lugar. “Ella lo está pensando. ¿Dudando si hacerlo o no? No lo puedo creer, esto tiene que ser un farol”.

 Elena, simplemente se encogió de hombros ante la pregunta: 

—Habría que probarlo… ¿No te come la curiosidad y el morbo? —tras hacer una pausa y abrir la lista de ‘Tags’, ella continuó—: Ahora, ¿qué vamos a mirar? Existen cientos de opciones diferentes por cada una de las veintisiete letras que componen el alfabeto, tenemos que comenzar por algo, ¿no?

Como Rey estaba tan callado, Sam aprovechó para hacerle sentir incómodo con la intención de ver si este se animaba a marcharse. —Qué crees Rey… ¿Qué debemos empezar a ver?

—Elena, ¿qué era lo que más mirabas en tus tiempos? —preguntó Rey, aun interesado en ver si podía sacar más información morbosa por parte de la rubia que le había hecho desarrollar pensamientos fantásticos.

—Mmm… cuando estaba con mis otras amigas…

Elena fue interrumpida por Rey quien dijo: —Búscalo y así también lo vemos.

Él se había dado cuenta de que ella estaba siendo muy sugerente, no tenía necesidad de decir que había estado con sus "amigas" en el pasado. El comentario podría haber sido mentira, pero le dejó encendido, más si sucedía lo que se estaba imaginando, y como no quería tomar suposiciones precipitadas hizo que la rubia le enseñara.

—Em… Okay. Vamos a ver, tal vez no sean los mismos videos, pero si lo será el género —Elena bajó un poco la pantalla, hasta llegar a donde estaba la letra "B" y sus derivados.

Rey respiró hondo cuando el cursor del ratón se sentó sobre una palabra de dos letras e hizo clic. Él estaba preparado mentalmente para ver una escena algo "vainilla", penetración suave, quizás sexo oral; pero jamás imaginó que Elena reproduciría un video en el cual se encontraban dos mujeres y un hombre sobre la misma cama, una le estaba chupando la raja a la otra mientras en cuatro recibía toda una estaca de carne gruesa y grande por el coño.

—¡Elena! —exclamó Sam—. ¿Con tus amigas buscando porno bisexual?

—¿¡Aaah-ja!? —Elena sonrió tapándose la boca—. ¿Qué tiene de malo? ¿No que no eres una conservadora?

Rey aún no se podía imaginar a aquella chica rubia de mirada inocente mirando porno con sus amigas. —Nada, no tiene nada de malo… supongo —dijo, con un nudo en la garganta, aún impactado con lo que veía. —Yo no sé mucho de sexo lésbico ni grupal, aunque me puedo hacer una idea general de lo que hacen varias mujeres y un hombre en la cama… pero no creo que tenga nada de malo.

—¿Cómo qué no? —le dijo Sam a Rey—. Es un contenido muy sugerente para esta situación. Masturbarnos mientras estamos mirando a dos chicas coger con un chico no está muy lejos de dejar que una locura suceda.

—Aoowh nena. ¿Eso es lo que te preocupa? —preguntó Elena subiendo el volumen del audio haciendo que el ambiente se volviera rosa—. ¿Quién sabe? ¿Y si de casualidad se nos da por poner en práctica lo que estamos viendo? —preguntó, guiñando un ojo.

Rey finalmente soltó una risa algo nerviosa. Totalmente fuera de su capacidad normal para actuar.

—No, que somos amigos —se quejó Sam como quien de cierta manera entendía que las relaciones amorosas eran el camino más rápido para arruinar la amistad.

—Con más razón aún —respondió Elena haciéndose rolos en el pelo con uno de sus dedos.

—Elena. ¿Tienes experiencia en esto? —lanzó Rey una pregunta al aire.

—Estás insinuando que ella es bi —dijo Sam como quien quería defender a la interrogada.

—No exactamente —dijo Elena como quien defendía a Rey—. Pero, como muchas otras chicas ahí afuera, yo experimenté cuanto pude. Lo opuesto a tradicional es ser liberal… Juliet también se comió algún que otro coño en su vida social, antes del apocalipsis…

—¿De verdad? —preguntó Sam como quien se quedaba atrás—. ¿Ella te lo contó?

Elena asintió, para preguntar:

—¿Y a ti qué te parece? —queriendo saber sobre la opinión del defendido—. ¿No te pone caliente? ¿Acaso no lo ves bien?

—Sí. Veo bien saber que mis amigas son de mente abierta… Un trío no es algo que todos puedan llegar a hacer en sus vidas. A veces es muy difícil solo conseguirte a una pareja.

—¡Ja! ¿Y tú piensas que yo voy a aceptar? —dijo Sam, con los brazos cruzados, recostándose sobre el sofá y cruzando las piernas. Ella no dejaba de mirar el video, donde ahora estaba el hombre embistiendo con todas sus fuerzas a una de las mujeres que hacía un sesenta y nueve con la otra. La cámara mostró cómo una de las chicas lamía los labios vaginales de su amiga y también el tronco de pene del chico—. ¡Quita eso Elena! ¡Y, definitivamente baja el volumen! Por favor…

—No me molesta —dijo Rey.

—Tampoco a mí —agregó Elena.

Samantha se quedó en silencio durante unos segundos. Eran dos contra una, tras volver a cruzar sus pies para el lado opuesto agregó mirando la pantalla. —¿Y si pones algo más interesante para ver?

—¿Cómo qué? —preguntó Rey con las mismas expresiones faciales que había usado para interrogar a Elena.

—No sé, algo más caliente y menos sugerente.

Elena bajó el cursor, llegó a los videos recomendados e hizo clic en otro. En la pantalla se pudo ver a una chica frente al espejo que tenía las piernas abiertas, mostrando el interior su vagina depilada hasta que se le veía el cérvix. Luego empezó a tocarse el clítoris con el mismo vibrador que se había metido en la boca hasta orinarse.

—¡Qué asco! —exclamó Samantha.

—¿Por qué dices eso? Mirá bien, ella sí se conoce a sí misma y exhibe sus atributos sin medidas, incluso puedo decir que está en un baño público. No como tú, apuesto a que nunca te ha dado la luz del sol en la raja.

Para Rey, Elena tenía un punto válido, la chica del video estaba en un área pública y aun así se colaba un vibrador con gran entusiasmo, y eso empezó a provocar que la erección, atrapada por su pantalón, comenzara a doler.

“Tal vez no es tan mala idea mirar porno junto a ellas. Esto puede llegar lejos y más si Sam sigue cayendo ante las provocaciones de Elena.”

—Dame la computadora, yo voy a buscar algo mejor —dijo Sam.

Las intenciones de la "mente cerrada" sorprendieron a los dos presentes. Que la trigueña tomara el trabajo de levantarse y seccionales personalmente un video, era un buen avance. También, Elena se siente interesada por lo que era "algo mejor", así que sin muchos reclamos cedió el asiento y apenas Sam se sentó, con el ratón regresó al catálogo de títulos, para darle clic a otra pestaña.

Rey pudo ver que Samantha manejaba bien la página, muy familiarizada con el procedimiento para alguien que no veía porno, tanto que ella parecía estar usando la memoria de sus músculos y no como alguien que buscaba botones y pestañas para avanzar y retroceder en la web. Ella daba un clic detrás de otro sin dudar y casi que puso el video que buscaba tan rápido que los demás no tuvieron tiempo para cargar.

En la pantalla salió el nombre del video por unos segundos:

“Animación, Futa, anal creampie" y se pudo ver a dos chicas animadas, la de abajo era rubia de ojos azules con cabellos recogidos en una cola de caballo. En frente a esta y arriba, estaba otra chica más alta, sentada, trigueña de cabellos, que se movía con rapidez. Tan pronto la cámara se expandió, en la pantalla salieron dos pequeñas tetas de pezones rosados pertenecientes a la rubia, y estaban siendo apretadas por la chica de arriba. La misma que pasaba su imponente verga por el medio mientras se clavaba por el culo el miembro de la rubia.

—Esto… —dijo Sam a modo de reto, sonriendo con picardía.

—¿Chicas con vergas o chicos con tetas? —preguntó Rey.

—No, técnicamente son los dos. El título usa una palabra en japonés que significa hermafrodita —respondió Elena como si fuera una buena conocedora del tema. —Ahora, cambiando de tema. Samantha, ¿qué puede existir que sea más depravado que eso y a pesar de que lo enseñas… te da vergüenza admitir que te tocas cuando estás sola?

—Si no es real, no es depravado —aseguró Sam.

—¿Quién dijo que no es real? Sí puede existir.

—¿Alguna vez has visto algo como eso en persona? — preguntó Sam.

—Em… no… pero sí puede existir —respondió Elena.

—Que un garrote así de grande que hace que las tetas de la rubia parezcan pequeñas pueda existir en la vida real. No me convence mucho.

—Es cierto —dijo Elena algo desanimada mientras volvió a mirar la pantalla, viendo a la rubia haciendo un gran esfuerzo para enterrarse la verga que tenía entre las tetas en el culo por completo—. No así de grande.

—Es porno fantástico —dijo Sam—. Trata sobre un mundo al cual escapar. Acá todo es grande y si crees que en verdad podría existir solo te llevarás con una desilusión en la vida real.

—¿Lo decís por experiencia? —le preguntó Elena.

—La verdad es que sí —admitió Sam.

—También sé, que si el chico se queda callado en una conversación como esta es porque no la tiene tan grande —Elena disparó un comentario en dirección a Rey.

—No es mentira —Sam apoyó.

—Rey —llamó Elena.

—¿Qué? —preguntó él.

—¿Acaso no te piensas defender? Estamos diciendo que la tienes pequeña, ¿es eso verdad? —dijo Elena y Samantha afirmó con su cabeza.

“Aaah, ¿quieren que termine quitándome el pantalón? En verdad eso en el televisor es un monstruo de pene. Las mujeres pueden llegar a ser tan ambiciosas, ¿por qué?, me pregunto. Alguien normal, con tener la mitad de semejante miembro dentro terminaría en el hospital. Debo admitir que mi verga no es la gran cosa en comparación, pero diecisiete centímetros no es algo de lo cual avergonzarse… aun así, esta es mi oportunidad de brillar”, pensó Rey un tanto divertido, con una sonrisa de medio lado, como quien lo apostaba todo o nada. Acto seguido agregó: —Bueno, tal vez no me crean, pero les digo que la última vez que me medí la verga era tan grande como la del televisor, al menos veinte veces el tamaño de mi dedo pulgar. Gracias a que pase por todo lo que pase, creo que fue la razón por la que creció…

Las dos abrieron sus ojos y clavaron su mirada en el pulgar del chico que había hablado mientras levantaba su mano derecha al aire.

—¿Por todo lo que pasaste? —preguntó Sam, recordando que una noche en las noticias vio la transformación en bestia que Rey había efectuado.

—Aaah, estás mintiendo —sugirió Elena jugando con su propio pulgar y poniéndolo en fila siete veces—. Eres un exagerado… ya pasó su pubertad. No puede seguir creciendo y, además, las veces que te la he visto mientras te cambiabas no era la gran cosa.

—Elena… —dijo Samantha a conciencia—. Él se refiere a la transformación que tuvo. Su tamaño corporal se duplicó. Lo noté, pero no le llegue a prestar mucha importancia…

—Na, no me lo trago. Él puede crear y hacer cualquier cosa. No resultaría tan increíble que pudiera alterar las dimensiones de su miembro viril ahora, en este momento, con el propósito de llenarnos los ojos —dijo Elena, teniendo en referencia lo que había sucedido con el televisor— aun así, solo existe una forma de comprobarlo. Rey, ¿por qué no te bajas el pantalón para ver? ¿Si es que no te molesta?

Quebrado emocionalmente en mil pedazos porque Elena le había descubierto en el acto, no le quedaba más remedio que guardar silencio. Aun así, algo emocionante estaba sucediendo. Ahí estaba la oportunidad. Como era una sugerencia que alguien más le había pedido, él no quedaba en un mal lugar si la cumplía. Pero Sam se podía arrepentir y aguar la fiesta.

—Aquí tienen…

Apenas se levantó del sofá, Rey le dio un tirón a su pantalón junto con su calzón y dejó al descubierto sus atributos masculinos. Un pene flácido que colgaba y movía de un lado a otro sobre un saco testicular semirrecogido.

—¡Haaaaaaa! —gritó Sam, tapándose la cara con ambas manos, pero no los ojos—. ¿Qué haces? ¿En verdad estás loco?

—Mmmm. Aún está dormido el guerrero encapuchado… se me hace raro, podía haber jurado que estaba bien erecto debajo de ese pantalón —agregó Elena achicando los ojos—. Ignora a la tradicional mojigata, o ¿te molesta mostrarla por más tiempo? Bueno, o… hasta que despierte. Es que quiero tomar las medidas personalmente, en caso de que siga creciendo o se encoja…

—En lo absoluto —respondió Rey sudando frío. De cierta manera no sabía si a partir de ese momento debía de cargar con una bendición o una maldición.

—¡Noooo! —Sam siguió gritando, pero como el pantalón ya estaba por el suelo, y era la única en la sala haciendo sementé comportamiento decidió cambiar el tema con la mejor pregunta que se le pudo ocurrir, al mismo tiempo, se tocaba las orejas con tal de enfriarlas con sus manos con tal de calmar el calor que le provocaba mirar fijo un pene que casi llegaba a las rodillas de quien le tenía—. Y, ¿por qué dices que está dormida si no tiene ojos?

—Porque aún no está dura, le cuelga —dijo Elena—. Apuesto a que si la tuviera parada sería mucho más grande.

—No sé, Elena, quizás no cambie tanto —dijo Sam—. Creo que ya está media despierta para que sea tan grande. Tampoco es que haga frío…

—Bueno…  ante semejante pregunta, tenemos que sacarnos las dudas, ¿no? —Tras el comentario tan osado por parte de la rubia Rey siguió aguantando la respiración, pretendiendo que todo estaba bien.

   Elena, quien dejaba descansar sus manos sobre los muslos, y Samantha, le devolvieron una mirada lujuriosa al joven.

 



Reina Del Cielo

Chapter 3
Quién soy


  Junto al intranquilo sonido del despertador, Rebeka abrió sus ojos y estiró su cuerpo sobre las sábanas de una acogedora cama. Como todas las mañanas, extendió su brazo para apagar el teléfono que, aunque se estaba cargando, no dejaba de sonar persistentemente.

  

  «No importa que use la melodía de mi música favorita, al final, siempre termino sufriendo tan pronto regreso a la realidad», pensaba ella, ya un tanto más despierta, al darse cuenta que no llevaba ropa puesta, ni siquiera las prendas más íntimas que siempre usaba.

 

 Aún acostada boca abajo en su cama, al alzar su cabeza, Rebeka vio entre sus cabellos despeinados el resultado de una noche intranquila. Un bulto de almohadas apiladas que simulaban la anatomía del cuerpo de un hombre se encontraba en el lado opuesto de la cama, junto a los muñecos, mantas y demás sábanas. Sobre el montículo sobresalía algo creado previamente por medias enrolladas al exterior de un lapicero, que a su vez quedaban dentro de un profiláctico, que tenía un nudo en el extremo opuesto. 

 

  —¡Aaah! Otro maldito día ¿acaso el invasivo estrés de la rutina no puede tocar más puntual a la puerta de mi vida? 

 

 Ya más despierta que antes, Rebeka se volteó boca arriba y miró el techo de su cuarto. Podría decirse que ese dormitorio era normal para una chica que estaba a punto de cumplir veintiún años. El lugar no era muy pequeño, pero tampoco lo suficientemente espacioso como para que tuviera todo lo que quería, que incluían cosas indispensables para alguien de su edad. 

 

Ella quería tener muchos más libreros dentro de su habitación para colocar sus obras favoritas, esas que literalmente la hicieron correr, sentirse viva, experimentar sentimientos y dejar su vida aburrida atrás y que ahora estaban debajo de su cama, amontonadas, entre la oscuridad y el polvo. 

 

 La habitación tenía una pequeña mesa con varias gavetas, ubicada justo al lado de la ventana. Pegada a la pared, encima de la madera, se encontraba un espejo redondo con varias luces que se podían encender y apagar. Había algún accesorio de maquillaje, varias libretas, una laptop cargando, materiales escolares como lápices, borradores y marcadores.  Se visualizaba una silla de escritorio frente a la mesa. En la otra pared se encontraban las puertas corredizas del escaparate que estaba pegado a un librero, lo que le hacía ver más grande e imponente. El librero cargaba muchas obras de distintos títulos, pocos adornos y unos pisapapeles.

 

   —Rebeka —se dijo en voz alta—, eres una estudiante de duodécimo grado, tienes que ser responsable, levántate, no debes llegar tarde. ¡Ahh! Pero, necesito sentir la leche de mi macho golpeando el fondo de mi garganta o algo así ¡¿Por qué será que no sucede nada interesante en mi vida como pasa en los libros?!

 

  Con este pensamiento en mente, Rebeka miró hacia el consolador que rústicamente había fabricado la noche anterior en un acto de desesperación. La habitación estaba sumergida por penumbras y sobre la cama, todo lo que existía eran almohadas, sábanas y peluches amontonados. Que no hubiera alguien de carne y hueso, una persona que respirara, que le diera los buenos días y le hiciera sentir apreciada, le causaba melancolía.

 

   «Dormir puede aliviar los pesares del corazón, pero me encuentro sufriendo más en mis pensamientos que en mis sueños», se dijo, con una sonrisa amargada y ojos que estaban a punto de llorar. «Quiero seguir durmiendo, no por un rato… ¡Quiero dormir y no despertar jamás! Es todo lo que pido en compensación por mi sufrimiento. Pero, a quién quiero engañar. Esa no es la solución. Si quiero encontrar algo bueno, tendré que buscarlo. La vida no me lo va a dar, así sin más»

  

  Como Rebeka tenía la costumbre de dormir sobre su lado izquierdo, se acomodó y tendió su brazo derecho sobre el bulto de almohadas. Aunque estaba despierta, no se sentía lo suficientemente motivada como para levantarse. Sin importar cuantas vueltas le diera al día que estaba por comenzar, volvía a reír de forma amargada. Una presión en su pecho parecía apoderarse de su corazón y retorcerle la boca del estómago. Abrazó con más fuerza al bulto que simulaba ser una persona, trató de lavar la soledad de su cuerpo, pero el intento fue en vano. 

 

  «¿Qué sentido tiene seguir viviendo una vida tan miserable como la mía? se preguntó, con actitud cansada. La presión sobre mis hombros está en constante aumento. Las exigencias que la sociedad me impone son mucho mayores con cada día que transcurre, por no comenzar a decir las molestias propias de ser mujer en un mundo como este. Tener que seguir normas sociales y patrones de conducta, ser tratada como menos importante o hasta irrelevante, mantener la distancia con los hombres, ser educada y dar el ejemplo en todo, para ni siquiera recibir los mismos elogios que alguien que hace la mitad de mi trabajo. ¡Literalmente, que se vaya a la mierda todo este mundo!».

 

  Entre la tristeza que se estaba convirtiendo en enojo, sintió dentro de sus piernas una leve calentura. Tenía la cabeza colocada sobre el montículo de almohadas y sábanas y al abrir los ojos pudo ver la rústica imitación de pene que había inventado, que tenía pequeñas irregularidades, porque el relleno se había desplazado un poco fuera de su lugar. Con su mano derecha sostuvo el artículo y se lo llevó a la boca para pasarle la lengua y chuparle con deseo, mientras que con la izquierda se enfocó en avivar las chispas que sentía en su zona más íntima, con la intención de convertirlas en flama.

 

  Mientras chupaba y absorbía el profiláctico relleno, deslizó los dedos entre sus piernas.

 

  «Algo más también puede aliviar los pesares de mi corazón. Mmm… que rica esta sensación, la calentura que estoy sintiendo», pensó. «Pero no, tengo que levantarme. Masturbarme en este momento tan solo contribuirá a que me sienta peor más adelante. Por si fuera poco, el cuerpo tiene que descansar y por este mismo desvío de mi mente no pude dormir las ocho horas que necesito para no levantarme de mal humor como ahora. Además, una vez que empiezo no sé cuándo puedo terminar… cada vez me cuesta más y más poder llegar al clímax». 

 

«Si, por ejemplo, llegó tarde a la primera clase y alguno de los instructores nota mi falta, en ese momento exigiría una reunión disciplinaria con mi representante, como advertencia, antes de una expulsión. Mi pobre madre ya tiene muchos problemas. Si no hubiera sido porque ella le rogó de rodillas al director, yo ya habría sido expulsada por una falta que ni siquiera cometí. En ese momento, aunque me presenté ante el director y le conté mi versión de los hechos, mi voz no fue escuchada. ¡Apuesto que se debe sentir bien estar sentado en tu despacho y mirarlo todo de forma arrogante, con complejo de dios! Viejo que ni se le para, ya hacía décadas que tenías que retirarte, junto con tu seguramente diminuto cacahuate. Desde tu silla no fuiste capaz de escuchar mis palabras, solo porque eran insignificantes excusas, pero a mi madre si le escuchaste cuando te besó los zapatos, le hablaste desde arriba, con toda tu superioridad ¡Aaah!»

 

«Es mejor dejar el pasado atrás, después de todo, no volverá a pasar, si lo puedo evitar. Cuando las circunstancias no puedan ser cambiadas, soy yo quien se debe adaptar. Me queda la esperanza que, dentro de poco, cuando cumpla veintiuno, voy a conseguir trabajo, dejar la escuela, ganar mucho dinero y pagar las deudas de mi madre, esas que dejó mi padre justo antes de caer preso. Como cajera en un supermercado o de mesera en un restaurante, me podría tomar unos cuantos años, pero una vez la familia ya no daba más dinero, ¡mi gran día se hará realidad! Mientras tanto y regresando al presente, mejor me voy levantando y arreglando antes que se me haga tarde para tomar el tren y verle a él»

 

  Rebeka sacó lo que tenía en su boca, se volvió a voltear en la cama, desconecto su celular y al mirar la pantalla pronunció la hora que marcaban los pequeños números: Seis y quince de la mañana. 

 

  —¿Un día más o un día menos? Junto a este tipo de pensamientos, se deslizó hasta el borde de la cama y recogió como pudo sus cabellos negros mientras se miraba los pezones endurecidos y los muslos descubiertos. 

 

 Su uniforme estaba bien acomodado sobre la pequeña silla en frente de la mesa y sin encender ninguna luz en el interior del cuarto, comenzó a vestirse en frente de la ventana con cortinas desgastadas. Siempre lo había hecho así, durmiera con ropa o sin ella, aun sabiendo que, si llegaba a encender cualquier bombilla sin antes cerrar las tapaderas, las personas que pasaban por la calle serían testigos de un acto de exposición indecente y no era que le incomodara mucho, pero, aunque estuviera en su propia casa, para las autoridades era un delito estar desnuda si un público sensible te podía ver. 

 

  Tras colar sus dos delgadas y esbeltas piernas por los agujeros de las bragas negras cuya tela podía translucir el color de su piel, levantó su torso desnudo para subirse la prenda. Luego tomó la siguiente pieza que se iba a poner, echó un vistazo fuera de su casa para ver cómo un sin número de individuos prefería pasar caminando por la acera del frente de una muy particular vivienda que parecían evitar. 

 

  No era porque la pintura de la casa estuviera cuarteada y desgastada o porque la hierba del jardín se mostrara seca, sino que las personas de la ciudad se movían de la casa al trabajo y del trabajo para la casa, día a día, sin parar. Ellos preferían no relacionarse con la casa del asesino que tanto había dado de qué hablar en la última década y media.

  

Rebeka tomó el sujetador del mismo color que sus bragas, se lo colocó a la altura del estómago luego lo giró sobre su torso, metió sus manos a través de los tirantes elásticos y se acomodó el busto dentro de las copas talla 'D'. El sostén no traslucía como lo hacía la braguita, pues era acolchado y bien firme, lo suficiente como para asegurarse que no se le saliera un seno en caso que tuviera que correr. Luego se puso las medias negras, que eran tan largas que pasaban sus rodillas. Prosiguió con la saya - falda - y por último se colocó la camisa con el sello de estudiante.  

 

  «Quién diría que esto es una ciudad cuando a primera vista luce como un hormiguero», pensó tras hacer una mueca agria con sus labios mientras terminaba de abotonarse la blusa. Tan pronto terminó de usar el pequeño baño que tenía a un lado de su cuarto, se cepilló los dientes, echó un discreto perfume detrás de sus orejas y en cada muñeca. Por último, tras peinarse mejor, se arregló los mechones de cabello que le tapaban el ojo derecho con un hermoso pasador de color azul, que tenía la forma de una discreta mariposa. 

 

  «Yo lo veo más como una colonia de ratas acaparadoras. Ninguna está conforme con lo que tiene. Persiguiendo la felicidad, terminan comiendo para no morir y defecando para no explotar en miles de pedazos. ¿Por qué la gente es tan ciega? Pero quién soy para hablar así, si aún no tengo la maestría de impedir que los problemas ajenos y la opinión de misma me afecte tanto como lo hace».

 

  Una segunda alarma se hizo escuchar y el reloj dentro del teléfono ya marcaba las siete en punto. Ya vestida, bien perfumada y arreglada, Rebeka bajó las escaleras y salió por la puerta del frente sin siquiera desayunar, de todas maneras, no le daría tiempo.

 

Tras cerrar la desgastada puerta con llave, suspiró de forma honda y pensó: «Esta casa claramente necesita la mano de un hombre».

 

  El lugar contaba con una entrada discreta, una reja a la altura del pecho de una persona promedio, dos muros a los lados y las demás extensiones de la cerca se encontraba cubiertas por muchas enredaderas descuidadas. El pasillo hacia el interior separaba dos jardines en los que habían florecido exuberantes rosas. Evidentemente, la maleza tenía más vida que las plantas ornamentales que estaban marchitas. La entrada poseía un portalito en donde se encontraban dos sillones lo suficientemente resistentes para permanecer a la intemperie, junto a una mesa de vidrio con una maceta vacía.

 

Luego de pasar por el pasillo que dividía al jardín en dos, Rebeka salió a la segunda puerta que colindaba con la calle. Cargaba una mochila llena de libros, libretas, documentos y otras cosas que una chica pudiera necesitar. Una vez pasada la reja, caminó en dirección a la estación de tren y se juntó con quienes se dirigían al mismo destino.

 

  La multitud de personas siguió moviéndose tranquilamente hacia adelante e ignoraron completamente la presencia de la recién llegada. Trajes negros, ropa formal, zapatos de vestir, algunos con sombreros, otros con maletas, muchos con un vaso de café humeante del cual daban un sorbo de vez en cuando. 

 

  La luz en el horizonte aumentaba el brillo con el levantar del sol entre las nubes. Se veía imponente, alegre y soberbio, ya que no se disculpaba ni dejaba de ser lo que era ante los ojos cansados que ni siquiera se dignaron a saludarle. 

 

   «Nadie dice buenos días, no saludan ni se ríen, aun así, el sol no deja de brillar ni el tiempo se detiene», pensó Rebeka. «¿Esa es la solución para vivir una vida feliz? Dejar la hipocresía que muchos conocen, por educación y ser egoístas. Seguir adelante sin que te importe ser quién eres ni tener que disculparte por lo que haces o por cómo lo haces. Se dice tan fácil, pero en la práctica no lo es».

 

  Desde la multitud se podía observar que ciertamente no existía mucha vida social, era un ambiente individualista de una zona urbana. Por supuesto, nadie diría buenos días, saludaría o se reiría, si no le representaba un beneficio propio. 

 

  «¿Acaso es posible seguir viviendo en un mundo tan solitario, en el que las pisadas suenan más que las palabras?» se preguntó, mientras escuchó a alguien llamándole.

 

  —¡¡Presidenta!! Buenos días.

 

  Eran las distinguibles palabras de un chico que resaltaban entre la lluvia de pisadas. Con ellas, el mundo se volvió más brillante, los colores se intensificaron y el olor se volvió más suave para la percepción de Rebeka. 

 

  «En un mundo donde nadie hace nada a menos que le resulte conveniente y quiera obtener algo, él me da los buenos días ¿Acaso no es obvio?», pensó, tras escapársele un latido del corazón. «Al menos ya pasamos la etapa en la que tan solo nos mirábamos en silencio. Una cosa es querer algo y resignarte a no tenerlo, otra cosa es querer algo y luchar por ello. Antes él no me hablaba, ahora muestra más iniciativa, a su manera, para mostrarme lo mucho que le gusto».

 

  Bum-bum, bum, hizo el corazón de Rebeka, flechado dentro del pecho, tras aguantar la respiración, con tal de contrarrestar las palpitaciones. 

 

  «Bueno, la pregunta es diferente si le tengo a él ¿Quién iba a imaginar que en un sitio tan concurrido y sin color, de pronto, le escucharía llamándome? Mi madre diría que es el amor tocando a mi puerta… yo no lo creo», se decía, mientras que discretamente, se pasaba los cabellos detrás de oreja. «Bueno, me resigno a creerlo. No es que sea la primera vez que coincidimos camino a la escuela, porque atrasé mi salida de la casa para que este evento tan casual se diese lugar… ni que el bulto de sabanas a mi lado no fuera basado totalmente en él. Pero ¡que me llame incorrectamente con tanta confidencia y libertad hace que me irrite tanto!»

 

 —Es ofensivo que aún no me llames por mi nombre, Omar —dijo Rebeka en voz alta, tratando de esconder la felicidad que sentía—.  ¡Apura el paso que estamos a minutos de perder el tren y llegar tarde! —dijo con voz mandona.

 

  «¡Aaah! Cuando se está enamorada a veces no se actúa de la mejor manera, lo sé. Rebeka, ya no eres una niña inmadura, tienes que actuar mejor con él. No obstante, ¿qué puedo decir en respuesta a cualquier pregunta de Omar? El sistema de transporte público funciona desde las tres de la madrugada, además, la escuela provee desayuno gratis a quienes llegan antes de las siete y cuarenta y cinco, mientras que las clases comienzan a las ocho. ¿Por qué, a pesar de ser la presidenta de la clase, tomo el tren que sale a las siete y treinta con la intención de llegar diez minutos antes de clases? Él podría ser capaz de preguntarme».

 

  Por supuesto, él nunca entendería que, a pesar de tener los mismos uniformes, la diferencia de clase es obvia. ¿Cómo le digo que soy prácticamente la esclava de los profesores? Por más temprano que llegue, ellos tendrán una tarea lista para que les cumpla. También quiero evitar a los demás estudiantes que se burlan de mí, al punto de hacerme sentir enferma. Por otro lado, contarle mis problemas al chico que quiero, desahogarme y llorar sobre su hombro, sería desagradable y digno de lástima. Además, los hombres son notorios por buscar fáciles y rápidas soluciones a los problemas que se les cuentan, sin siquiera llegar a escuchar o ponerse en el lugar de quien habla. No vale la pena.

 

   «Es contradictorio que me quieran echar, pues también soy la presidenta. Pero ese es el punto, no es que sea una alumna ejemplar desde el principio, sino que los profesores quieren exigir de mí cosas que no puedo dar, hasta que cometa un error y puedan botarme, con la justificación de que incumplí con sus expectativas».  

 

 «¿Porque simplemente no te quejas con el director o dices que estás saturada de trabajos? Si dejas que te traten así, es porque tú lo permites».

 

  «¿No, Omar, las cosas no son tan simples? No puedo rehusarme a hacer las tareas ni trabajos que me mandan y si lo hiciera, seguramente aparecería el director con un acta de renuncia voluntaria. Los demás profesores pondrían a mis padres como los responsables de engendrar a una hija tan problemática, poco confiable y delincuente. Es más, estoy segura de que ellos pueden expulsarme en cualquier momento y se salvarían de cualquier acusación en su contra, por semejante acto de injusticia».

 

  Temiendo que surgieran ese tipo de preguntas, Rebeka, con su mente abarrotada por preocupaciones y el estómago hambriento, siguió caminando sin molestarse en continuar algún tipo de conversación con el chico.

 

  Un paso tras otro, con sus zapatillas de tacón negro, ella avanzaba sobre los ladrillos que componían una calle concurrida. Tan solo alguien que fuera capaz de prestar atención a los pequeños detalles, se daría cuenta que los pasos de la chica fueron precedidos por el suave pisar de unos zapatos deportivos del mismo color.

 

  «No obstante, tengo una razón, una muy buena. El mero hecho que en todo este tiempo él intenta acercarse a mí sin preguntar o indagar en mis problemas, le hace especial, le diferencia de tantos otros y de los demás. Soy yo, tal vez, la que le mantiene muy alejado con mi actitud agresiva».

 

  Más calmada, Rebeka miró de reojo al chico que se le acercaba por detrás. 

 

   «Es entretenida la manera en la que actúa», pensó. «Puedo notar cómo me acecha dentro de la multitud. Todas las mañanas, después que me saluda, avanza y se desplaza, hasta que, en efecto, termina caminando a mi lado, a mi paso, tan juntos que parecemos una pareja. Tenemos las prendas de la academia, así que hacemos juego. Si alguien secretamente me tomara una foto con él, aquí, ahora, sería capaz de pegarla por todas las paredes de mi cuarto».

 

  Reflexionando sobre la situación, Rebeka tembló de felicidad al ser una pareja, aunque fuese de forma no oficial y estuviera dispuesta a negarlo en voz alta un millón de veces. Con esta emoción, decidió voltear su rostro tan solo un poco más de lo que usualmente solía hacer y vio algo que no esperaba. 

 

   «Aaah, lleva su mano derecha fuera del bolsillo. Tal vez, ¡hoy podría ser el día! Si no, yo daré el primer paso, pero si por coincidencia, nuestras manos se juntan, ¡¡¡Aww!!! Se me acelera el corazón…».

 

   Tac, tac, tac… Sonaban los pasos de ella.

 

   Con sus manos aún más sueltas de lo normal, Rebeka se balanceaba de adelante hacia atrás, ni siquiera le preocupaba estar preparada por si una ráfaga de viento intentara levantarle la saya.

 

  «Tan solo un roce… no te preocupes, voy a fingir que no lo sentí. Rozar mi mano con la tuya en esta mañana, alegrará el resto de mis días, te lo juro. Lee mis pensamientos, léeme el cuerpo. Oh, a pesar de tu apariencia y actitud holgazana, sé que eres aclamado como el más loco tomador de riesgos de los estudiantes del instituto… no me hagas seguir esperando, sé un hombre».

 

Detrás de ella, sonaban los pasos de él.

 

 Cabellos cortos, descuidados y puntiagudos. Cuerpo alto, esbelto y musculoso. Llevaba una camisa blanca ajustada, con los dos primeros botones sueltos, el cuello subido, algo que escondía poco su físico atlético. Lucía un cinturón negro de una hebilla sencilla que combinaba con el pantalón y los zapatos. Entre su mano izquierda, dentro del bolsillo correspondiente y su cuerpo, sostenía una chaqueta de tela negra. 

 

    «Ahora que lo pienso, acaso esa es la mano con la que se toca cuando está a solas. Él usa la derecha para escribir, debe usarla también para tocarse. Por otro lado, yo utilicé mi mano izquierda anoche y durante esta mañana. Sería perfecto y a la vez mucho más que un toque, sería más como un contacto indirecto entre él y yo, entre nuestros sexos, así como es de especial respirar el mismo aire que él, ver lo que él ve. ¡Ahh!».

 

  Ella necesitó controlarse para no salir corriendo, cubrirse el rostro y hasta casi morir de la vergüenza por tener semejante pensamiento en medio de una multitud. Rebeka se justificó con su episodio de autosatisfacción mañanera que tuvo que ser cortado justo después de empezar, por lo que decidió seguir actuando como si fuera una persona normal, libre de pensamientos indecentes. Pretender eso cuando aún estaba caliente, deseosa y necesitada de alguien que no amara a nadie más que no fuese ella, no era tarea fácil. Al menos no, cuando las mismas hormonas se le subían a la cabeza, al punto en el que era normal pensar en cosas inapropiadas. Tan raro como encontrarse mirando al cielo con la esperanza de ver una nube con forma de pene o no poder evitar elogiar a la naturaleza por proveer a la humanidad de pepinos y zanahorias cuando estaba en el supermercado e incluso mirar al interior de las ventanas de las casas con el deseo de ver casualmente a dos personas teniendo un momento de intimidad. 

 

   «¿A quién quiero engañar? Después de todo, si no estoy durmiendo o pensando en cosas morbosas, no puedo dejar de actuar con negatividad o sentirme deprimida». Mientras Rebeka estaba justificando sus pensamientos, las personas se intensificaron en número. Menos cautelosos que antes, quienes se sentían apurados procuraban situarse en la delantera y también se incrementó el número de quienes iban en dirección opuesta. 

 

 —El tren con destino al centro llegará en cinco minutos. Por favor sitúense detrás de la línea de abordaje —dijo la voz distante de una operadora—.

 

   «¡El tiempo pasa rápido cuando se está fantaseando! Quisiera que pasara igual de rápido cuando estoy en la escuela», Rebeka pudo ver los rostros horrorizados de quienes casi corrían con pasos fuertes y respiraciones entrecortadas en dirección a la estación, tan pronto escucharon al altavoz hablar.



Rey De-Heavens

Chapter 3
Pintando sueños


De regreso al interior de la cueva, sin rastros de agua o fuego aún, Rey se dispuso a dejar el libro en un rincón seguro, no sin antes cerciorarse de que su compañero estaba sano y salvo.

Dando pequeños pasos, Rey se acercó al cachorro de guardián del Paraíso. Ante los párpados cansados de un rostro compuesto por enormes ojeras oscuras, el pequeño felino peludo dormía más apacible que nunca. A pesar del tiempo que había transcurrido, la preciada criatura permanecía en la misma posición en que la había dejado. Las paredes, el suelo y el techo de la cueva tampoco habían cambiado en apariencia. Todo seguía exactamente igual, incluyendo los huesos en la entrada y la sangre en el lugar. Era como si aquello que existía alrededor del ser que dormía se hubiese detenido en el tiempo.

Rey quería dormir, descansar, y que se terminara de una vez por todas la noche que se negaba a convertirse en día. Pero después de que Silvia le enseñara el nuevo idioma, sería un desperdicio no echarle un vistazo a los secretos que el libro guardaba. También… ¿quién le podía asegurar que al día siguiente Katherine no lo iba a matar? ¿O que sus hermanos estuvieran entrenando con las intenciones de matarle cuando tuvieran la oportunidad?

Cambiando de idea, Rey sacudió la cabeza como queriendo deshacerse del sueño que le invadía.

—No puedo dormir. No, sin antes terminar otro asunto pendiente, además de leer este libro —Volteó su rostro a la salida de la cueva—. En muchas de las historias que he leído, los restos de un honorable enemigo merecen descansar en paz.

El pequeño tocó las suaves pieles que le cubrían.

—Por respeto de mi parte, no he de dejar que otros te vean en vergüenza. Tus huesos y memorias merecen descansar en paz. Hubiera yo querido poder darme cuenta de que te faltaba un colmillo, oh gran felino —dijo Rey mientras salía de la cueva y con sus manos se disponía a cavar un agujero en el lugar más apropiado que logró encontrar a la redonda.

Tras haber acomodado los huesos en el centro del hoyo, el pequeño se despojó de las pieles que le cubrían y también las acomodó en el interior. Realizando un improvisado procedimiento de entierro, Rey rellenó el hueco con la tierra que había acumulado en un costado. Una vez realizada la sepultura, él sacudió sus lastimadas manos y dando un suspiro de alivio ante la tumba que contenía los restos del gran felino, anunció unas palabras.

—Las tumbas en los libros tienen nombres, pero no sé cómo llamarte. Aun así, te pido perdón por haber invadido tu propiedad y dejarme controlar por el miedo, el hambre y la desesperación. Reconozco que no fue culpa tuya si fuiste controlado por hambre y rabia. Después de pasar todo este tiempo, fui capaz de recordar, pero ya es demasiado tarde para ambos. Cometí un error que no puede ser enmendado. Pero tu muerte no fue en vano: tu carne, tus huesos y sangre fueron sacrificios para que los dos continuáramos viviendo. En tu nombre, y en tu ausencia, yo continuaré cuidando de ella. Descansa en paz, gran bestia sin nombre… descansa hasta que pueda enmendar mi error y traerte de vuelta.

Finalizadas las palabras, Rey dejó una ofrenda de comida sobre la rústica tumba para, acto seguido, regresar por donde vino. Adentrándose en el interior de la cueva, observó a su acompañante una vez más. Bajando la mirada, él pensó que, si ella muriese, al menos debía de tener un nombre para que se le recordara. Pero un nombre era algo serio y no podía ser tomado a la ligera, pues, como había dicho su padre, el nombre es el camino a la grandeza. Por un tiempo el pequeño se la pasó de pie, no sabía cuál sería la manera más apropiada de llamar a su acompañante.

—Tal vez en este libro encuentre algo que me ayude —se dijo para luego acurrucarse junto a la pequeña cría de guardián del Paraíso y escapar del frío. Ahí, acomodado y sin nada pendiente, Rey abrió la primera página del libro titulado Requirement for Resent.

—Interesante. Las primeras páginas detallan en complejidad la función de los doce elementos fundamentales más la influencia de los mismos en planos tangibles y no tangibles, magnífico… Tal vez pueda terminar de leerlo. Umm. Luego, ¿qué quedaría por hacer? Dormir como todos duermen. Después de tanto tiempo despierto, me pregunto si seré capaz de dormir. Ya es tiempo de dejar atrás este miedo a cerrar los ojos. Debo seguir adelante. Encarar a Hero, a madre y a padre. Tal vez también vengan. Por lo menos estaré lejos de Katherine y Miján y el resto de la manada. Por ahora, no me representan ningún problema. En el nuevo día, aprenderé más, intentaré vencer a mi maestro y pasar la prueba para hacer que me enseñe hechicería. Actuaré normal o como quiera actuar, sin miedo a lo que pueda suceder… Ya me di cuenta. Por más tiempo que permanezca despierto en esta noche eterna, por más que me prepare, nunca podré superarlos. Pero no porque ellos estén tan distantes de mí significa que todo lo que he logrado hasta ahora sea insignificante. En todo este tiempo me he estado superando a mí mismo… Sí, no es en ellos, sino en mí. Teniéndoles como referencia podré llegar más rápido, pero autosuperándome podría llegar más lejos. Ese es mi reto. Seguir hacia adelante, ya cuando llegue el momento, me preocuparé del resto.

El pequeño, quien compartía calor con su acompañante peludo, volvió a enfocar su mirada sobre las palabras del libro. También comenzó a meditar mientras entre bocanadas de aire exploraba los distintos sonidos que podía emitir su boca con la intención de no quedarse dormido. De repente, las letras tomaron vida. Cada una de ellas dejó de tener significados, se volvieron una película que corría a más de cientos de imágenes por segundo.

—¿Con qué esto era a lo que ella se refería con ilusión óptica?… Las letras plasmadas en estas páginas, esas que están dispuestas a representar palabras y sonidos, ahora se juntan, levitan en el aire y conforman colores, imágenes, historias. Es un privilegio fascinante poder visualizar conceptos que no entiendo y sentir sentimientos que no puedo explicar. Ver esto con mis ojos, aquí, enfrente de mi rostro, es como si otro camino del saber se abriera ante mí… tal vez, en este las enseñanzas sean menos complejas. Amistad, sacrificio, compañerismo, inocencia, cariño, ternura, amor, preocupación, sobrepasar los límites, defender, apreciar, arrepentimiento, placer, felicidad, ayudar, dar, ganar, perder. La desgracia de muchos. La felicidad de pocos. Miedo, valentía, arrojo, locura, maldad, honor, honradez, bien, deshonra. Pero… cómo podría olvidar las palabras del sabio. Conocer estas cosas no significa que en verdad pueda entenderlas. No son tan verdaderas, solo son palabras fáciles de ser dichas. Ahora que lo pienso, no es la primera vez que me siento de esta manera…

»Vagamente, puedo recordar que ellos dos cargaban con un libro igual a este. Que los libros tienen “saber”. Que el conocimiento es fácil de olvidar. Sí, ya hace mucho, cuando las luces del alba aclaraban con su voz calmada, dijo: “¿Estás listo?”, cuando pude ver con mis ojos un pasado que fue presente y aprender de ese sendero del conocimiento. No me puedo permitir seguir olvidando… La curiosidad picó tanto en mí cuando vi la esfera de pensamientos que se materializaron en el aire, entre las manos del anciano. Yo era ingenuo, apenas sabía hablar o escuchar correctamente. “El regalo del conocimiento. Crea tus propios recuerdos y haz tus propias conclusiones”. Eso dijo el Gran Mago Sabio. Ahora me pregunto si en verdad fue un regalo y no un engaño. ¿Si lo que yo sentí fue curiosidad y no tentación? ¿En verdad saqué mis propias conclusiones? Si el conocimiento que me fue dado tenía la intención de hacerme más manipulable, debo andar con cuidado. Según puedo ver en este libro relacionado con el control elemental, las prácticas del doceavo elemento están perdidas. El control del tiempo y espacio existe en teoría, y se dice que nadie lo ha usado. Pero, aunque se diga lo que se diga, yo no lo creo, porque puedo ver dicho control ante mis ojos en esta noche eterna. Si de alguna manera puedo aprender de esta destreza, llegaré a alcanzar el rango “trascendental”. Ser capaz de controlar el tiempo y el espacio es interrumpir el propósito del destino que me espera.

Con el voltear de la última página, Rey dejó caer su mano y el libro que sostenía con la intención de rendirse finalmente al sueño.

Algo más contento que cansado, el pequeño sin apellido se fue quedando dormido. Los sonidos se alejaron, la luz de la oscuridad finalmente oscureció una vez más. Se retiró de a poco el aroma del bosque, de la humedad, de la tierra, del libro con páginas viejas y quemadas. En el breve momento, antes de finalmente caer dentro del mundo del sueño, el pequeño sintió dos cosas que le traían tranquilidad a cada lado. Una amiga inseparable y el calor de un refugio: eran los componentes de un hogar. Él sonrió como quien sabía que estaba donde quería estar. En la oscuridad del mundo de los sueños, imágenes comenzaron a aparecer. Panoramas que fueron acompañados por palabras. El pequeño sabía que veía y que escuchaba, puesto que ya lo había vivido y escuchado… Estaba soñando con lo que había sucedido en el primer día, antes de marcharse con su maestro al entrenamiento.

Viajando al pasado, debajo de un pequeño árbol se podían ver praderas verdes y hermosos paisajes abarrotados por brillo divino. El viento era cálido y cargaba consigo un olor paradisiaco. Ahí, en donde se sentaba el Gran Mago Sabio, también había tres pequeños. Era el día en el que los padres se despedían de sus hijos para que ellos iniciaran un entrenamiento que les acondicionaría para pertenecer a la manada.

El Gran Mago De-Sabios. POV

El Gran Mago Sabio entendía que los pequeños, a pesar de sus tamaños, no sabían hablar, así como tampoco conocían del lugar ni sobre la historia de los tres planos. Pero ¿de qué manera él podría explicar entidades, conceptos o definir conjuntos de situaciones y variables a quienes no podían hablar ni preguntar? Primeramente, debía enseñarles cómo comunicarse y razonar. Eso era fácil, él tenía bajo su manga el primer paso para dominar la sabiduría. El anciano formuló un hechizo y entre sus manos hizo aparecer una esfera de pensamientos que se materializaron en el aire, los cuales ingresaron dentro de las mentes de los tres pequeños. La niebla diluida que se fragmentó entró por el medio de la frente de los niños, haciendo que ellos dejaran sus ojos en blanco por un momento. Tras un poco de tiempo, ellos comenzaron a articular sus bocas, luego a hablar y por último a preguntar sobre lo básico que debía de ser aprendido.

—¿Qué somos?

—Buena pregunta, mis pequeños, tengo una excelente respuesta. El alma es propósito, lo cual otorgará derecho de existir en este multiverso. Según la función, el comportamiento y el tipo de energía que tengan, será clasificada la existencia. Por ejemplo, esta roca —El anciano de barba larga y esponjosa, que vestía de una simple túnica naranja ajustada a la cintura por una soga, levantó del suelo un simple pedrusco— posee una función a desarrollar, también tiene alma y propósito de carácter pasivo. En la lengua que les enseñé para que puedan comunicarse, se le nombra como “roca” o “objeto” para poder conceptualizar y, por ende, entenderla.

Tras poner el pedrusco en el suelo, él señaló con sus dedos.

—Los que por la pradera caminan, y muchos otros que pueden volar, nadar, saltar, escarbar y arrastrarse, se caracterizan por tener las necesidades más básicas de todas: nacer, crecer, reproducirse y morir; aunque se los nombre de maneras diferentes, son “animales” o “seres vivos”.

Tras bajar la mano y llevársela al pecho, observó con sus ojos negros metálicos a los tres pequeños.

—El tercer grupo es caos, violencia, destrucción y construcción, mayormente influenciados por sentimientos. Los no-tangibles son aquellos que no tienen la necesidad de sobrevivir, sin sentir peligro; la necesidad de evolucionar no existe. Y, finalmente, el quinto grupo, los consumidores, que mantienen un hambre insaciable.  Entre estas cinco principales y más notorias formas de existencias, puede existir toda una infinidad de variaciones si se combinan entre ellas. Y ustedes son un resultado de esas combinaciones que componen y pueblan los tres planos.

—¿Qué otros tipos de variaciones existen? Mnnnn… —se preguntó el anciano mientras frotaba su cabeza rapada desde atrás hacia delante para luego esponjar su barba blanca, que le llegaba hasta la entrada del estómago—. Tenemos una buena cantidad de reinos, tanto en plano terrenal, interplanos y espaciales. Pero en el reino animal del plano terrenal existen succubus, vampiros, licántropos, hadas, ninfas, querubines, elementales, elfos, orcos, ogros, bestializados, humanizados, dullahans, cíclopes, trolls, enanos, gnomos, gigantes, minotauros, changelings, duendes, faunos, sátiros, amazonas, golems, ghouls, arpías, hannyas y los humanos son los mamíferos de alta inteligencia más destacados entre la combinación de las cinco principales formas de existencia.

»Mamíferos. Otra palabra rara, ¿no es así? No estaba en el paquete de enseñanzas básicas que les di. Con mamíferos me refiero a que nacieron de un vientre, tienen cuatro extremidades y sangre caliente, como ustedes. Aunque cualquiera de los mencionados anteriormente puede seguir siendo lo que es sin ser o haber sido un mamífero. Sí, me refiero a que un vampiro puede ser y existir sin haber nacido necesariamente de un vientre, tener cuatro extremidades o sangre caliente. Sin una de estas tres características, la especie en cuestión deja de ser un mamífero, pero no por lo que se le conoce y distingue. Les contaré sobre los acontecimientos y hechos que pertenecen al tiempo pasado y que constituyen el desarrollo de dos especies, desde sus orígenes hasta el momento presente, para que puedan entender.

Tras hacer aparecer en el aire la figura de un humano de piel blanca, ojos negros y cabellos color marrón, el anciano continuó.

—Ni siquiera los humanos (que no por ser los últimos en mi lista dejan de ser los primeros que reinaron en el plano terrenal) fueron mamíferos en todo momento. Sí, así como lo están escuchando. Los primeros no necesariamente nacieron de un vientre, aunque sí tenían sangre caliente y cuatro extremidades.

Luego, otra figura semejante con cabellos blancos y ojos azules apareció flotando junto a otro cuerpo de ojos rojos y cabellos negros.

—El primer vampiro tampoco fue un mamífero, ni los primeros licántropos. ¿Tienen curiosidad? En efecto, su madre es del linaje de los vampiros, su padre es del linaje de los licántropos y, como todo, también tiene un poco del linaje humano. Les contaré…

Moviendo sus manos, el Gran Mago Sabio abrió el libro que cargaba e hizo que las letras flotaran.

—Hace mucho existió un terrible monstruo de aire frío que erraba sin rumbo ni refugio entre las noches del primer mundo. Aunque se apareaba con diferentes especies a la suya, de su vientre nunca pudo crear descendencia. Esta existencia creció hambrienta, no podía saciar su apetito, aunque devorara todas las criaturas recién nacidas de un pueblo, bebiera la sangre de los cuellos palpitantes de los residentes y tragara las pesadillas de los niños sobrevivientes una y otra vez.

»En una noche llena de misterios, se dio el escenario de un acto abominable. Un humano rompió la tradición y por primera vez violó el cuerpo desnudo de una fémina a la que recién había conocido. Como ella se rehusaba a mantenerse debajo, el hombre en un arranque de cólera le mordió y, bajo el levantar de las estrellas, fue merecedor de una singular maldición. En el acto, la sangre que empalagó su paladar le supo a fruta. Al día siguiente, cuando la mujer no estuvo más, él se dio cuenta de que tenía su cuello perforado. Más tarde, la hermosa mujer, que se había disipado con la mañana, dejó en el aire unas carcajadas, pues finalmente había podido concebir a un hijo.

»El primero de los vampiros no tuvo más opción que perseguir el embriagante sabor a fruta y dejar atrás el sabor insípido de la comida que usualmente comía, dándose cuenta de que tenía el poder de obtener energía, fuerza vital, prolongar existencia y juventud cada vez que tomara del líquido más fundamental para la vida. El don maldito de beber sangre fue esparcido como semillas entre las sombras de la nobleza hasta que, un día, entre dos, se formó una criatura de profundos ojos azules. Con el tiempo, los descendientes desarrollaron cabellos blancos después de haber pasado por una cantidad considerable de tiempo, como tú, Jhades.

El anciano observó al pequeño que se sentaba en el extremo derecho, no tenía cabellos blancos ni dientes salidos, pero sí evidenciaba ojos azules y el apellido del linaje de su madre.

El anciano continuó:

—Por otro lado, junto al primer espíritu primordial de viento frío, otra existencia artificial de propósitos desconocidos vagaba por las zonas húmedas y oscuras del orbe. Con un sombrero puntiagudo lleno de cascabeles y campanillas, advertía su presencia al mismo tiempo que escondía sus ojos inyectados por fuego rojo y piel de hierro. La criatura se aborrecía a sí misma y, con aún más odio, veía a quienes eran más bonitas que ella. Su ferocidad se engrandeció con suma lentitud hasta que decidió devorar a cuanta mujer embarazada se interpusiera en su camino.

»Un día, la criatura en cuestión comenzó a devorar a las mujeres de un muy reconocido amante con intensos deseos sexuales. Dicho sujeto estaba en camino de ser el primero en poder gobernar todo un universo y quien, valiéndose de su ingenio, se las arregló para hacer lo que ni toda una partida de ángeles podían haber hecho. Pero al ser un espíritu primordial, la criatura no podía ser destruida, así que la mantuvo consigo hasta que encontró la oportunidad perfecta para castigar a alguien más que tuvo la imprudencia de querer engañar a los dioses del momento.

»El desdichado monarca de tantos otros muchos mortales albergó el espíritu primordial del fuego en su cuerpo. De hombre a bestia salvaje se transformó, como también lo hicieron sus generaciones venideras, todas con la naturaleza abominable podrían triplicar sus condiciones físicas y atléticas, expandieron sus pulmones y cavidad torácica. Se denominaron licántropos, mientras se los pudo reconocer por sus encolerizados ojos rojos candentes y pieles duras, como el metal heredado del primer espíritu, el cual aún vive en ellos, así como vive en ti, Dante.

Los ojos del anciano se movieron hasta el extremo opuesto a la izquierda. El pequeño ahí presente no denotaba en su rostro o en su cuerpo los rasgos característicos de una bestia, pero sí tenía sus ojos rojos candentes y portaba el apellido del linaje del padre.

—Dejando el término mamíferos y los orígenes de estas tres especies de lado, mi punto es que nuevas combinaciones de las cinco existencias principales pueden seguir naciendo de manera no natural, como lo eres tú, Rey sin apellido.

El anciano de piel negra miró con sus ojos al pequeño que se sentaba en el medio. Ese que tenía ojos blancos y cabellos negros, mas en su rostro mostraba la expresión de alguien arrogante.

—Tú no compartes la apariencia de un vampiro o la de un licántropo, pero tienes en ti las características de ambos. No te sientas mal si eres considerado un ser proscrito, mundano o despreciable por los humanos. En la historia, los humanos se convirtieron en la luz responsable del tiempo oscuro y llevaron las minorías casi al borde de extinción, incluso a ellos mismos. El tiempo dejó esculpido en piedra una lección y en las lógicas de los débiles, una prevención. Con la intención de sobrevivir, el débil habrá de terminar convirtiéndose en el malo.

Todo el mágico mundo de palabras flotantes y conocimientos fue interrumpido por el llamado de los instructores.

—¡Rey! ¡Dante! ¡Jahdes!

Los pequeños voltearon las cabezas. A lo lejos había tres rostros conocidos. Uno de ellos continuó y habló por los otros dos.

—Es tiempo…

Casi con una sonrisa de oreja a oreja, el viejo de cabeza rapada alzó su voz y con tono carismático dijo:

—Tan solo un poco más, el día aún es largo y está lejos de hacerse noche… Quiero terminar de darles a los pequeños el regalo del conocimiento.

A pesar de que los tres adultos allí presentes mostraron gestos faciales de que no estaban de acuerdo con el retraso, decidieron esperar a que el más longevo de todos terminase lo que había comenzado.

—Si es así, enséñales sobre sus padres… sobre lo que les espera si pretenden aventurarse a experimentar la vida fuera de este lugar. Tal vez se convierta en una buena motivación para que sepan lo que es correcto, y por lo cual deben de capacitarse antes de pertenecer a la manada —dijo Heroclades.

Limpiándose la garganta y aclarando la voz, el anciano continuó con la lluvia de historias divagantes, apenas los tres pequeños retornaron su atención en las figuras flotantes del libro, figuras que parecían avanzar en el tiempo hasta el momento perfecto.

—Del pasado no tan distante vamos a hablar, les contaré sobre la boda de sus padres, también de la llegada de ellos aquí. Con un poco de suerte podrán imaginarse una vaga idea de cómo es el mundo ahí fuera.

Mujer y marido se vieron parados sobre una capilla llena de rosas, besándose el uno al otro.

—Este matrimonio del que hablamos fue y es considerado una relación prohibida por los humanos y por muchos dioses. El esposo era nada más y nada menos que Wulfgang Lobato, mejor conocido como Fang, descendiente directo del primer licántropo, cuyo cuerpo invulnerable está dotado de destrezas destructivas que pueden llegar a sobrepasar a las del primer espíritu trascendental del fuego. Y la desposada, Maryam Priovan, descendiente del linaje familiar más longevo del universo, temida, respetada y rechazada en todos los mundos por su noble estirpe y fuerzas comparables a las del espíritu trascendental de aire frío. Añadiendo a sus padres, en el evento también estaban otras personalidades notorias. En conclusión, un muy temible grupo de problemáticos.

Como opción y para evitar confrontamientos directos, los humanos decidieron premiar a quien pudiera eliminar a estos individuos, así como a sus descendientes si se daba el caso. Los interesados se reconocían a sí mismos por pertenecer al grupo no oficial de “cazarrecompensas”. Tomando todas las precauciones posibles, estos individuos esperaron hasta volverse lo suficientemente fuertes. Compuesto por quienes estaban interesados en cumplir dicha proeza, esos que buscaban ganarse la recompensa de lo inimaginable y los que querían intervenir con el matrimonio como otros vampiros y licántropos, el equipo partió al encuentro de sus padres y compañeros.

Por otro lado, al no saber en qué momento iban a perder a otro miembro del grupo y con algo que proteger, Wulfgang, Maryam y el resto de la manada decidieron emprender un viaje camino al único sitio donde nadie se atrevería a buscarlos, ni siquiera los “dioses”. ¿Por qué? Porque este es un lugar en donde reinan las mil oscuridades. En el que tan solo los muertos y cuerpos no tangibles pueden llegar. Es la morada de peligrosos consumidores que se alimentan de las almas en pena. El reino de los peores demonios de la creación. Llegar hasta aquí significaba luchar contra todo eso antes mencionado y pasar por incontables calvarios.

Pero sus padres y los otros no lucharon contra dichos demonios o peligros, y, aun así, llegaron a este lugar, que es considerado como el ojo del tormentoso “Infernos”, el Heavens. Ellos llegaron directamente a la entrada. Esto se debe a que Maryam tenía consigo un manuscrito que había heredado su familia, por nadie más ni nadie menos que su abuelo, ese individuo que devoró el corazón de uno de los regentes del infierno y que fue puesto a juzgar las almas para llevarlas a círculos inferiores por Zeus… ¡¿Explicación suficiente?!

Dos de los tres pequeños tenían las bocas abiertas y ladeaban la cabeza. Rey, mientras mantuvo una mirada fija y arrogante a los ojos de anciano, negó ante la pregunta.

Los pasos de Heroclades se escucharon acercarse hasta que, finalmente, valiéndose de una voz enérgica, agregó sus pensamientos a la conversación como si estuviera arreglando el error de alguien más.

—No sé si fue intencional, pero no les explicaste cómo fue el matrimonio. Tampoco sobre los peligros que les esperan ahí fuera. Un mundo en donde todos temen a quienes son más fuertes que ellos, a lo que no pueden controlar y, por ende, buscan la manera de apagarlo.

—Bueno, bueno… No pude contar cómo fue la boda o sobre los peligros de ahí fuera. Para ser honesto, los hechos que integran estos eventos superan cualquier intento de recapitularles por mi parte. Tal vez porque yo no estaba ahí presente.

El Gran Mago Sabio entreabrió sus ojos para ver a Heroclades, el formal maestro de Rey, un sujeto alto, imponente, fuerte y de musculatura bien definida, cuyo cuerpo estaba cubierto por túnicas con botones e hilos de oro, así como demás accesorios dorados. A pesar de haber vivido mucho tiempo, tenía los ojos de color carmelita, cara extremadamente bien parecida, pelo gris oscuro que le llegaba al hombro y descansaba recogido en una trenza junto a una barba del mismo color, que parecía cuidar bien y mantener siempre cortada.

—¿Quién mejor que tú para contarles sobre el tema? —continuó el anciano de piel negra—. ¡Anímate! Cuéntales a los pequeños, que tienen curiosidad.

El Gran Mago Sabio cerró el libro que tenía sobre las manos, achicó los ojos y mostró una sonrisa en dirección a Heroclades, como quien había dado una sugerencia tentadora de cumplir. Todos los De-Grecia tenían algo en común: el gusto por la disertación de cualquier asunto y la búsqueda de opiniones ajenas.

Heroclades se acercó aún más y, tras reflexionar sobre las palabras del anciano, se dijo a sí mismo: “Ante estos tres pares de ojos prestadores de tanta atención, no es que pueda negarme. Además, supongo que fui yo quien comenzó con esto, ahora debo terminarlo. No tengo un libro de letras flotantes. Supongo que con mis palabras deberé de mantenerles entretenidos. Tendré que ir directo a la acción”. Después de respirar profundamente, se tumbó en el suelo y dio una mirada pesada a sus dos compañeros que había dejado atrás.

Katherine y Miján entendieron la expresión del sujeto de piel bronceada. Ellos se llevaban bien y podrían hacer buen uso de un poco de tiempo a solas antes de ir de expedición, así que no se incomodaron más de lo necesario.

Heroclades se entonó y comenzó:

—Mientras que todos los lugares del mundo exterior son como este lugar, me refiero a un lugar en el que al menos los árboles se mueven por el viento, los alrededores están llenos del ruido provocado por el crecimiento de la vegetación, el bullicio de los animales y el zumbido constante de respiraciones, nosotros, bajo el farol de una solitaria calle cuyo pavimento estaba manchado por diversión, solo podíamos escuchar el palpitar de nuestros corazones, el zumbido de nuestra respiración y la fricción de nuestras prendas. En la ausencia de ruido casi total, bajo el oscuro manto de la noche, comenzaría la peligrosa travesía de nuestro distinguido grupo. Yo, Wolfgang, Maryam, Miján, Katherine y Ehimus…

»Con ojos llenos de lágrimas, Fang, su padre, me miró, así como también miró determinadamente a cada uno de los miembros del grupo y, tras poner su mano en mi hombro, nos dijo: “No es posible que les pueda considerar a ustedes cómo mis amigos… A mis ojos, son mi familia”.

»Y es que sí, tengo que admitir que cuando fuimos ignorados, rechazados y echados a un lado como basura por los demás, su padre siempre continuó con nosotros hasta el final, sin claudicar. Nos dio sus fuerzas sin titubear, su corazón, su alma, su esperanza y nuevas oportunidades, tanto en batallas casi perdidas como en la vida cotidiana del día a día. Gracias a su liderazgo, todos aprendimos que una familia creada por la lealtad era mucho más fuerte que cualquier otra atada por meros lazos de sangre.

Heroclades hizo una pausa para actuar como si estuviera a punto de decir algo doloroso de admitir.

—Yo también me di cuenta… Gracias a los cielos y los mares que no fue muy tarde para mí. Perdonen estas divagaciones mías. Tal vez sean achaques de la edad, querer hablar tanto y saber que no estoy diciendo nada. Regresando a la noche de partida, en esa tan conmovedora escena, Katherine fue la primera en aguar el ambiente. Además, desde un principio, ella nunca contó con muchas emociones para compartir con nosotros o entender lo inconveniente que resultaba su comentario. Cuando ella levantó su guardia ante los enemigos, no hubo manera de seguir ignorando que estábamos rodeados o de disfrutar el pacífico silencio, ni del momento tan sentimental…

Dándose una palmada en el rostro, Heroclades volvió a atraparse a sí mismo tratando de divagar. Con pesar y un poco arrepentido, levantó la mirada, pero detrás de los tres pequeños vio que los otros dos maestros que le acompañaban se estaban desvistiendo en el lugar donde los había dejado. Mostrando una sonrisa algo cansada, él pensó: “Qué bueno es ser joven. En la manera que Katherine me mira, parece que no quiere que los pequeños le vean. Me puedo vengar de ella si dejo que los pequeños le vean y vayan a preguntarle sobre cosas”.

Heroclades no se había dado cuenta de que, al cortar su narración y sumergirse en sus pensamientos en el momento en el que estaban rodeados, había creado un suspenso muy grande en los pequeños.

La ventana de la curiosidad se había abierto para Dante y Jhades quienes no dudaron en mostrar enojo al punto de formar una rabieta en el suelo, e incluso intentar agredir al narrador con la intención de hacerle terminar el cuento que había dejado a medias

—Continuaré, solo déjenme tranquilo. Vamos. Regresen a sus lugares y denme un poco de espacio niños indisciplinados —dijo Heroclades un tanto cansado, desviando los ojos ante el goce de la vampira y el elfo de luz sobre el pasto.

Los dos enérgicos pequeñines detuvieron sus movimientos apenas escucharon las palabras del maestro de Rey.

Heroclades se cruzó de brazos e infló su pecho para darle una discreta mirada a su discípulo. Rey estaba intrigado, pero sus ojos no estaban interesados en las palabras de él, sino que aún miraban al Gran Mago Sabio, quien no se había podido retirar por dicha situación.

“Debo entretener a Dante y a Jhades, él no tiene una razón por la cual ponerse de pie e ir donde esos dos indiscretos amantes y romperles el momento”, pensó. Retomando la entonación motivadora inicial en su forma de hablar y comportarse, Heroclades continuó con el diálogo:

—Dije que Katherine aguó el momento porque, a pesar de estar rodeados, no teníamos razones para alarmarnos. La presencia De-Agracia, o algún que otro individuo de rango “dios” o superior, se llegaba a sentir en las vecindades. Aunque la situación no era muy beneficiosa para nosotros, precisamente porque estábamos juntos. Sin intenciones de alardear, yo y cualquier integrante del grupo podíamos haber incinerado a todos aquellos agresores con tan solo un revés de nuestras manos. Pero la intención del momento era proteger a Maryam, su madre, y no pelear solos para evitar gastar energía innecesariamente.

»La formación de nosotros era muy pequeña y, por el bien de todos, no era posible que uno pudiera utilizar sus poderes sin limitarse. Por ende, su padre también levantó la guardia y, dando un paso al frente, se dio la tarea de actuar de escudo junto a Katherine. Como hechicero no puedo crear una barrera de protección que cubra a alguien más que no sea yo. Así que en el grupo de seis teníamos dos defensores; yo y Miján nos encargamos de los ataques a larga distancia, Ehimus del apoyo y Maryam del respaldo y la curación, quedando en una posición circular muy eficiente.

»Una cosa sí era segura: no existe pelea mejor ganada que esa que se logra evitar. Maryam tenía en sus manos uno de los legados grado “Santo” de la familia Priovam con la intención de evitar cualquier combate que nos pudiese exponer a peligros innecesarios. En el momento, con rapidez y organización, todos dimos un paso hacia adelante, pero en direcciones opuestas y su madre, de entre las sombras de su presencia, sacó un gran rollo lleno de escrituras antiguas.

»Cuando los “cazarrecompensa” notaron que perdieron la ventaja del factor sorpresa, no tuvieron más remedio que cambiar de plan e intentar evitar nuestra retirada estratégica. En un lugar tan silencioso, una avalancha de gritos de guerra se hizo presente. Saltando tan alto como pudieron, en un improvisado movimiento, los cazadores se arrojaron contra nosotros. Bien seguro estoy de que los pobres emplearon los mejores ataques que conocían. Y ahí, cuando la noche se convirtió en día, el filo cortante de incontables espadas se incendió, las astas puntiagudas arrojadas vibraron por la velocidad, las ágiles dagas lanzadas rodaron como torbellinos, las balas disparadas retumbaron como cañones, las flechas despedidas trazaron en el viento, los conjuros recitados torcieron y rompieron los entornos, los elementos controlados se duplicaron en tamaño y mucho más en dirección a nosotros; pero Maryam tuvo el tiempo suficiente para poner su mano sobre el pergamino, el cual fue activado en un destello, y la barrera conformada por los escritos nos rodeó a todos.

»Dentro de la barrera estábamos seguros. Ningún ataque podía tocarnos a no ser que fuese de grado superior. Aun así, los “cazarrecompensas” no perdieron las esperanzas. Continuaron el asalto que habían iniciado. Era el momento, no tendrían una segunda oportunidad para efectuar otro ataque tan organizado contra nosotros. No es que yo pueda culparles por intentar. Bueno, todos menos uno. ¿Qué quién fuese? Su nombre es Árjos, y es un “dios-falso” —dijo Heroclades con una sonrisa amarga en su rostro, pues conocía a muchos de ellos y ninguno le conocía a él.

»Un dios entre los humanos nunca será un verdadero dios entre los que son. En el mundo en donde todo es más delicado, cualquier existencia mediocre que tenga conocimientos básicos de energía puede ocasionar efectos a escala planetaria.

Rascándose la cabeza, Heroclades reconoció que no estaba dando un buen ejemplo, además de que también estaba obligado a desviarse del tema, por lo que continuó.

—Si el mundo de los humanos es desarrollado, el mundo de los dioses lo es más. Un dios sin necesidad de ninguna herramienta puede construir una casa con la misma estructura y complejidad que tal vez mil humanos no puedan, aunque usaran herramientas y planos. Por lo tanto, siguiendo esta lógica, si diez dioses construyen una casa, esta quedará mucho más maravillosa y resistente que la que construyeron diez mil humanos.

»Volviendo al tema, este falso dios aún sigue vivo. Lo sé porque lo vi. A diferencia de los otros insensatos, él, con la palma de la su mano, creó una barrera de aire para así apoyar su brazo y saltar hacia atrás esquivando a la vez mi ataque. La colisión de todas las técnicas lanzadas contra la barrera que su madre creó terminó en una magnífica explosión capaz de pulverizar… Bueno, pulverizar no es el mejor término, aunque se vio de esa manera, pero algo sí es seguro: todos en las vecindades también terminaron siendo teletransportados junto a nosotros y nos enteramos porque así lo dijo el Gran Mago Sabio al darnos la bienvenida en el lugar.

»Parece que tanto nuestros perseguidores como nosotros aparecimos en las afueras del bosque que protege a este lugar. Más allá de esos gigantescos árboles que ven a lo lejos, bajo otro cielo y frente a lo desconocido, fuimos testigos del verdadero infierno. Horrores y visiones espantosas se asomaban por los horizontes de todo el lugar en el que no existía la oscuridad. Un grito interminable y permanente reemplazaba al silencio. Una neblina de sangre flotaba en el aire junto con humo y cenizas de carnes quemadas. El suelo, de polvo… y el polvo, de huesos. De un lado a otro, las pisadas de algún que otro gigante se podían escuchar, así como el volar de extrañas aves o el rodar de horrendas criaturas. Pero ellas estaban lejos, aun así, la luz provocada por el sello de teletransportación despertó la curiosidad de esas que moraban a nuestro alrededor llamados guardianes del Paraíso.

Heroclades, decidió imitar lo que era una voz fina y chillona para hablar imitando a alguien.

—“¡Aún no es tiempo para bajar la guardia! Seres hostiles, llenos de intenciones asesinas nos quieren dar la bienvenida”.

Los tres pequeños pudieron identificar a quien él había imitado, era la pequeña elfa verde del grupo. Heroclades continuó:

—Eso lo dijo la inmadura de Ehimus, casi gritando desesperada. Y al pertenecer ella a la manada, nos hizo sonar a todos como si estuviéramos asustados o en peligro.

Heroclades se cubrió el rostro con su mano derecha al recordar el vergonzoso momento que había provocado alguien que no sabía controlar la intensidad de sus emociones.

—En mi opinión —continuó el narrador de piel bronceada—, no fue una buena primera impresión para esos felinos que nos estudiaban. Recuerden esto que les voy a decir: “Cuando un ‘depredador’ identifica a una presa débil e indefensa, no dudará en atacar”. Regresando al tema, previniendo esto, su padre apuró sus movimientos e intensificó el rojo de sus ojos, mientras que transformó su diestra en una gigantesca zarpa. Wulfgang quería intimidar a todos los afilados ojos y sombras de bestias que se asomaban para mirar en nuestra dirección, logrando que no se atrevieran a atacar y que primero buscarán por dónde.

»Maryam había quedado muy débil como para seguirse valiendo por sí misma. En todo el lugar se escuchaba el temblar de los huesos de Ehimus. Miján siquiera levantaba su guardia y Katherine actuaba como si nada le importara. Ninguno de estos comportamientos pasó desapercibido a la mirada de los animales, quienes se agrupaban en los alrededores y, justo cuando Miján, el “sabelotodo” del grupo, con su actitud pasiva agresiva de siempre dijo: “Al menos son mucho más inteligentes que los últimos insensatos. Ellos reconocen su lugar”, una gran bestia felina, cubierta por negro, salió disparada con su enorme y voraz boca abierta.

Haciendo los movimientos con sus manos, Heroclades continuó narrando.

—Cual si estuviese desesperada, abalanzó todo su cuerpo en dirección a la retaguardia. Pero Fang hizo su papel de escudo antes de que el elfo verde atacara y nos pusiera a todos en peligro, como siempre lo hace… ¡Chass! Los dientes, diseñados para destrozar carne y marcar la diferencia en cualquier situación, terminaron encajados en el brazo del licántropo, que no cedió ni se movió, a pesar de que aquel enorme ser usará todo su peso entre sacudidas, e intentará arrancarle el miembro.

Junto a las palabras de Heroclades también se pudo escuchar el asombro de dos pequeños envueltos en la trama de un cuento violento. Tanto fue así que quien narraba hizo una pequeña pausa con el propósito de levantarse sobre sus piernas e imitar la pose que Wulfgang había hecho.

….

El Gran Mago Sabio aprovechó la ocasión para observar y hacer contacto visual con el tercer chico que parecía estar más interesado en los aspectos instructivos que en las hazañas heroicas del pasado. “¿Hmn? Mi análisis de él dice que todo está en orden. Pero no se comporta como sus hermanos o los otros dos que por aquí antes han pasado. Es un monstruo totalmente diferente que siquiera pretende ser normal. Sus ojos le delatan. Cambiaron… Ahora tienen vida y arden. Reflejan una llama hambrienta e insaciable. Algo que no debería existir en una herramienta movida por hilos. Es una pena…”. La indiferencia y el frío de alguien que no tenía corazón salieron a través del longevo mirar.

—A mi juicio, irremediablemente roto estas. Aunque mis análisis digan lo contrario, tendré que agregar algunos factores extras a la fórmula. Adelantaré la llegada de Edith. Experimentarás la vida y la pérdida, pero no la muerte. Aumentaré el conocimiento de los humanos sobre ti y tu paradero. Te daré acceso al conocimiento, pero no al tiempo o el espacio. Tal vez esos factores juntos hagan de ti alguien que se preocupe por sobrevivir y así puedas servir a tu propósito. Debo ser precavido, aunque llegues a romper los hilos que te atan, siquiera estarás consciente de las cadenas…

Tras efectuar su conclusión, el anciano de piel negra que vestía túnicas naranjas cerró sus párpados rompiendo así el contacto visual con Rey dando la vuelta y marchándose en silencio.

—Maestro, ¿puedo preguntarle algo al anciano? —Rey cortó las palabras que Heroclades pensaba usar para continuar la historia que contaba.

—Ya casi termino —respondió ese de piel bronceada ante la mirada decidida de su discípulo—. ¿Te perderás lo mejor?

Tras dar su aclaración, el formal maestro de Rey entendió que este no cambiaría de opinión o siquiera estaba interesado en el final. Con algo de pesar en sus palabras, continuó:

—Está bien, ve y pregúntale lo que quieras al Mago Sabio. No te marches lejos que ya casi termino.

Rey asintió, se puso de pies, sacudió el polvo y marchó a donde estaba caminando el Mago Sabio.

—Gran Mago. ¿Por qué es que tú y mi maestro cargan con eso a dónde quiera que van? —preguntó Rey.

—Oh, ¿hablas de esto? —El Gran Mago Sabio extendió su libro hacia el frente—. Esto es un libro y los libros albergan poder, por eso es bueno cargar con ellos a dónde vayas.

—¿Poder y fuerza no son lo mismo? —preguntó el pequeño intrigado.

—De cierta manera, no —El Mago Sabio dejó que el pequeño sostuviera su libro—. El saber es poder, pero no del que te hace más fuerte físicamente. Aun así, saber es un arma y, como todas las armas, viene con responsabilidades y no sirve de nada si no sabes entenderla o usarla.

—Entonces, quiero aprender a entender —demandó Rey, quien veía páginas en blanco.

—¿Con qué así? Déjame decirte que entender no es algo que se pueda enseñar. Pero siento que, en algún lugar, dentro de un rincón de tu mente, tienes el pensamiento de que, si te haces más fuerte en este mundo, darás alivio a los demás, ¿verdad?

—No estoy seguro. Cargas con un libro, aunque seas un mago y no un hechicero. Aun así, eres mucho más sabio que Heroclades y que todos aquí, por ende, más fuerte.

Rey extendió su mano con el libro para devolver lo que le habían prestado, mientras miraba al anciano a los ojos y se percató de que este no negaría el comentario. Continuó:

—Pero nadie te mira como me miran a mí.

“¡Mm-hmn! Estás en lo correcto y también se ha producido una ligera irregularidad”, se dijo a sí mismo el Gran Mago Sabio para continuar en voz alta:

—Parece que estás entendiendo, pero ¿qué te hace pensar eso? —preguntó al mismo tiempo que también abrió sus ojos grises metálicos y observó al pequeño. Tenía una verdadera incongruencia en frente de él. Estaba improvisando con una situación que por primera vez escapaba a sus cálculos y en verdad le fascinaba.

Rey replicó:

—Lograste hacer que las letras flotaran de tu libro, mientras que mi maestro siquiera se molestaba en usar el suyo.

El anciano quedó más intrigado de lo que estaba. No esperaba una respuesta tan infantil. Se detuvo a pensar. Mirando curioso el libro que le habían devuelto, se hizo algunas preguntas como: “¿Cuántas otras explicaciones no existen o podría él haberme dado que hubiesen sido mejor fundamentadas? ¿Qué, acaso con lo inteligente que es, no se le había ocurrido que existían libros diferentes? Pero ¿y si tal vez por querer complicar algo es que los seres inteligentes toman decisiones erróneas a pesar de que tienen las respuestas justo en donde ellos las ven? No vale la pena descifrar la razón por la cual él formuló dicha pregunta en particular”, pensó. Sin reservas, el anciano preguntó:

—¿Puedo confiar en ti?

Apenas Rey asintió con su cabeza, el Mago Sabio hizo movimientos con sus manos como si estuviera dibujando en el aire y continuó:

—Tengo poder sobre fuerzas ocultas, pero, aunque te enseñe a hablar y de historia, no te puedo dar “saber”. En cambio, déjame guiarte por el sendero para que encuentres eso que andas buscando. Este camino tormentoso no es más que una prueba de resistencia para que puedas ver qué tanto quieres aprender y cuánto esfuerzo estás dispuesto a dar.

—¿Acaso no puedes transferir los conocimientos y así ahorrarme los trabajos? —preguntó Rey mirando de abajo hacia arriba.

El Gran Mago Sabio continuó:

—Oh, pequeño. Vives dentro de un mundo atado por las leyes del equilibrio y los intercambios iguales. Desear conocimientos significa alimentarse de algo que haga posible obtenerlos. El proceso es necesario… Pero ¿qué mejor manera de demostrarte lo que digo que dándote un ejemplo?

—-Estoy escuchando —dijo Rey.

—Si a tu alrededor te temen y odian —dijo El Gran Mago Sabio—, esas circunstancias son perfectas y estarán bien porque las emociones que vienen con ellas te enseñarán a que sigas avanzando. El cuerpo de los guerreros está condenado a transformarse en guerra. El saber, el poder y la fuerza son solo conjugaciones de meras palabras que se dicen con facilidad y ni siquiera llegan a describir en su totalidad el verdadero poder, o la verdadera fuerza, ni mucho menos el verdadero saber. Las personas a veces deben convertirse en un pozo y hacer de sus cuerpos un material maleable. Cuanto más se crecen con la intención de hacer capacidad para más poder y más fuerza, también abundarán las grietas y, por más que pongan dentro, nunca llegarán a llenarse. El conocimiento, incluso en manos de los que nunca mueren, es fácil de olvidar y casi imposible de recordar. El poder en manos del más humilde termina arrastrándolo a la corrupción y autodestrucción de sí mismo, así como de aquello que le rodea. La fuerza en manos del tirano nunca estará equivocada y, en frente del débil, siempre tendrá la razón… Rey, ¿podrías recordar, entender, sentir y respetar el sentimiento de estas palabras en todo momento?

—No, así como tampoco puedo entenderles o sentirlas… —reclamó el joven cual si se diese cuenta de algo real: saber no es lo mismo que vivir.

—Ese es el punto —dijo El Gran Mago Sabio—. Conocer estas oraciones no significa que, en verdad, puedas entenderlas porque son conocimientos míos. No existirá nada mejor que acumular recuerdos propios para que puedas crear tus propias conclusiones, aunque esas conclusiones lleguen demasiado tarde como para que puedan ser usadas. Aun así, y sabiendo todo esto, ¿estás listo?

—¿Qué debo hacer? —preguntó Rey con disposición.

El Gran Mago Sabio:

—Recorre el pasado que una vez fue presente. Caminarás junto a tus padres cuando llegaron a este lugar. Siente lo que ellos sintieron. Acércate lo suficiente como para aprender de ellos y aceptarlos, así como son. Estudia sus opiniones. Vive sus experiencias por ti mismo y después saca tus propias conclusiones —dijo el anciano.

Tan pronto finalizó la creación de todo un pequeño mundo de letras, imágenes, emociones y pensamientos entre sus manos, hizo que todo lo blanco se volviera negro y todo lo negro se volviese blanco. Los colores se fusionaron, el cielo fue tragado por la tierra y la tierra se levantó en un vacío casi sin fondo. Y ante el intimidante licántropo, en el medio de todo un escenario diferente, Rey se hizo presente sin que nadie le viera.

Era el pasado, un lugar en el que no podía interferir, solo ver. Aunque era su primera vez en el tiempo de antes, Rey entendía que no era extraño que no pudiera hacer nada, que era normal que no pudiera hablar y que su voz no le funcionara. Que nadie pudiese verle ni hablarle o siquiera sentirle. Ni el polvo del suelo, ni las hojas de los árboles o el viento. Todo a su alrededor era estático.

Paseándose por el lugar, Rey inspeccionó cada pequeño detalle con sus ojos. Después de pensar por un tiempo, llegó a la conclusión de que estaba dentro del cuento que Heroclades les había estado contando a él y a sus hermanos, cuando sus padres y los demás escaparon de los “cazarrecompensas”. Rey también notó cómo su padre, Wulfgang, se erguía cual si fuese una montaña sólida y salvaje en frente de todos. No era que llevara su usual traje con chaleco, camisa y corbata, ni tampoco su sombrero de ala corta, pero sí mantenía su tan característico lunar cerca del ojo izquierdo, la complexión musculosa, sólida, robusta, arrogante y brava de alguien que había sobrevivido incontables batallas. De cabellos rojos, cortos a los lados, pero largos arriba, los cuales siempre tiraba hacia atrás, ahora llevaba prendas de combate, vestiduras dedicadas a proteger los órganos vitales del torso sin comprometer la movilidad. Rey notó cómo el tiempo comenzaba a resumir su curso, y con esto el imponente cuerpo con la mano bien en alto de su padre. Fang siquiera se inmutaba ante las mordidas y sacudidas de la gran bestia negra que casi le doblaba el tamaño cuando se erguía sobre sus dos patas traseras.

El tiempo dejó de ser estático para proceder a avanzar. Wulfgang, con su brazo derecho, procedió a apretar la garganta del agresor, haciéndolo retroceder para luego levantarlo del suelo y proyectarlo de espalda contra el piso, ejerciendo así aún más presión contra el peludo cuello bien protegido.

Uno encima del otro, los dos seres se rugieron, enfrentaron feroces rostros de guerra, llenos de dientes y expresiones faciales arrugadas. Rey pensaba que, si su padre era una montaña, en la situación, el gran felino era más como una roca. “¿Qué daño podría hacerle una simple piedra contra algo macizo y gigantesco?”, se preguntó.

En efecto, Rey volteó la cabeza y fue testigo de que, a pesar de estar en frente de una situación peligrosa, ninguno de los miembros del grupo se atrevió a interferir o siquiera mostrar interés, exceptuando a Ehimus y Katherine, quienes sufrían más por el animal que por su compañero. No estaban interesados ni sentían peligro alguno. Regresando la mirada, Rey notó el rostro triste de Wulfgang, quien siguió ejerciendo gradual presión hasta que con su brazo rompió uno de los colmillos superiores del animal, provocando que él mismo se rindiera de dolor. Tan pronto el licántropo deshizo su agarre, aquel inmenso ser volvió a ponerse en sus cuatro patas y, con la cabeza agachada, se alejó por donde vino.

—¿Por qué lo has hecho? ¡Pudo haberte hecho daño!

La voz femenina pareció haber encontrado una oportunidad para reclamar. Voz que le llamó la atención al pequeño, pues bien la reconocía. Era Maryam, de cuerpo muy joven y baja estatura, con largos cabellos blancos, los cuales llegaban hasta su cintura, pero en el momento los tenía recogidos. Vestía finos aretes azules, un vestido enterizo ceñido al cuerpo, del mismo color, el cual dejaba ver los muslos hasta la altura de las caderas por los lados y la espalda.

—No existe mérito en resolver una situación complicada de una manera complicada si existe una solución simple esperando ser empleada. Intimidarla con mi fuerza la dejó viva y también advirtió a los demás observadores —dijo el licántropo con la sombra de una media sonrisa en su rostro.

—Es mejor morir en batalla que no en deshonra. Deja de ser tan egoísta y piensa en los demás… Fang —dijo la vampira musculosa, quien se cruzaba de manos y aún mantenía su barbilla bien levantada.

Katherine, no tenía una apariencia que hubiera cambiado mucho a como Rey la recordaba. De cabellos blancos largos y caracoleados, vestía las mismas prendas de combate: botas que le llegaban hasta las rodillas, guanteletes que le llegaban hasta los codos, ambos de un metal sólido y resistente. En el torso se valía de dos prendas bien ceñidas al cuerpo, una que le cubría un poco los senos y otra que le cubría muy poco el área pélvica. Todas las demás áreas que tuvieran músculos definidos quedaban expuestas al aire. Sin mencionar la gigantesca espada que cargaba sobre su espalda.

De un momento a otro, Rey notó cómo el ambiente cayó sumergido ante la presencia de otro ser. Alguien lo suficientemente fuerte como para poner a los presentes en guardia, incluyendo a la vampira musculosa. Con este comportamiento del grupo, el pequeño espectador pudo sacar sus conclusiones mientras que la tensión del momento se prolongó.

Wulfgang dijo en voz baja:

—No puedo oler su esencia —Acto seguido, casi rugió desde lo más profundo de su pecho—. ¡Muéstrate! Es poco considerado que alguien como tú mande escorias a que hagan el trabajo sucio.

Rey rodeó el lugar, no podía sentir el peligro que los mayores sentían, así que no tuvo más remedio que esperar hasta que vio cómo de entre la oscuridad salió alguien que le miraba particularmente a él.

“No puede ser, sus ojos me miran a mí en un mundo en donde nadie me puede ver”, pensó con el corazón acelerado. Ante este evento, el pequeño también notó cómo todas las demás sombras negras se retiraron con lentitud cual si hubieran perdido el interés en los recién llegados. Miján le murmuró a Heroclades y Katherine, quienes se encontraban uno al lado del otro:

—Creo que él nos estuvo observando desde un principio. Este lugar se siente como un “Zone”, tal vez sea la razón por la cual no tiene olor.

Rey pudo escuchar el comentario proveniente del elfo de luz que tenía el grupo. Miján mantenía su constitución delgada, pero de músculos definidos. Sus cabellos un tanto largos y poco cuidados de color plateado, ojos verdes, al igual que Ehimus. Un traje enterizo ceñido al cuerpo, doble cinturón a la cintura y unas hombreras plateadas al igual que sus botas.

Ninguno de los presentes sabía quién era el que se acercaba, por esa razón se mostraban tan exaltados. Rey se calmó cuando reconoció los inconfundibles ojos grises metálicos, piel negra y cabeza rapada que se fueron haciendo más visibles. “Es el Gran Mago Sabio”, se dijo. Con este pensamiento, el sujeto cambió la dirección de su mirada.

—Si buscas dañar a los míos, no tendrás mi perdón —advirtió Wulfgang, más como una amenaza, como un verdadero líder, uno que no temía ponerse al frente de la batalla cuando sabía que uno de los aliados iba a morir.

La sombra se acercaba más a las afuera del bosque. Calmada y sin apuro. Paso a paso, hizo esperar a todos los presentes, subiendo la tensión del momento, hasta que las palabras en una lengua entendible para los presentes se dieron a escuchar.

El sabio gritó. Rey pudo entender que el anciano aún estaba lejos, si hablaba normal tal vez no le podrían escuchar y mientras más rápido bajará la tensión de los visitantes, mejor le sería poder interactuar con ellos.

—¡Estoy por fin lleno de alegría! ¡Bienvenidos sean pasajeros de la vida! ¡Fragmentos de los espíritus trascendentales del calor y frío creados en el Heavens, el lugar al cual están destinados a regresar! ¡Ustedes! ¡Entrantes de las puertas del cielo son quienes esta vez concederán tres milagros a este punto sagrado! Temer no deben, siéntanse privilegiados de tener el derecho de pisar el suelo que pisan. Ante mí, en este instante, sus más despreciables acciones se verán interpretadas como las más nobles.

Un poco más cerca y la voz se daba a escuchar menos alta.

—Disculpen por la demora, ha sido un cambio de último momento. No esperaba ser yo quien les diese la bienvenida. Si Miguel se hubiese encontrado en este lugar, se habrían evitado el enfrentamiento contra los animales que tanto él cuida y aprecia. Estoy seguro de que, si le ven, les tendrá consideración, así como ustedes tuvieron consideración con la enorme bestia.

Ahí estaba, un anciano flacucho y casi en los huesos, de barba esponjosa y larga, cerraba sus ojos para dar una sonrisa y verse más amigable ante los visitantes. “¡Hmm! Aún sus miradas son desconfiadas”, se dijo el longevo anciano de rostro calmado y ojos cerrados.

Katherine, cautelosa, alzó su motivo:

—El pergamino que utilizamos era parte de un legado familiar dejado por Lord Ambrogio Priovam De-Byron, que se encuentra en nuestro árbol genealógico y quien debía de darnos la bienvenida. No tú, ni ese tal Miguel.

—Ahh. Puedo entenderlo. Tiene sentido. Esperaban que Ambrogio les diera la bienvenida, o al menos alguien con ojos azules. Desafortunadamente, no podrá ser el caso. Él está ocupado haciendo su trabajo. Déjenme presentarme. Me conocen como el Gran Mago Sabio.

Él señaló a Ehimus con su dedo y rápido dijo:

—Tú no gastes saliva, tenme consideración ahora que hablo. Por otro lado…

La elfa verde siquiera había dicho algo y todos la miraron con confusión, como si lo hubiese hecho, pues perfectamente la creían capaz.

Era cierto: Ehimus, a pesar de ser la más pequeña en estatura, su comportamiento no era para nada como el de los adultos. Tenía los cabellos verdes, lo suficientemente largos como para poder hacerse una coleta en el lado derecho de la cabeza. Llevaba puesto una gran prenda con capucha que parecía servirle como un chubasquero que llegaba hasta el suelo, con la cual se tropezaba si intentaba correr. Andaba descalza y todos los demás paños interiores estaban compuestos por pétalos de rosas y delicadas hojas. Rey creía que, si el verde representaba la vida y la naturaleza, ella era la representación de lo verde y, aunque alguien intentara matarla, cortarla o quemarla, resurgiría con aún más fuerza y experiencia que antes.

Pero Ehimus no había hablado para que el Gran Mago Sabio la mandara a callar. Aún más: podría decirse que el anciano la había reprimido sin razón o motivo. Rey, como quien estaba afuera, notó algo raro en esas palabras tan raramente pronunciadas por parte del anciano en su reprimenda contra la elfa.  Haciendo memoria, nadie nunca llamaba al Gran Mago Sabio por su nombre real. Y ahora que se estaba presentando, estaba valiéndose de una distracción para no decirlo. O tal vez lo había dicho, solo que debía de ser reconstruido entre esas palabras de pronunciación desentonada. Como quiera que sea, era mucho trabajo tratar de deducir el nombre de alguien si puedes referirte a él de otra manera.

—Miguel —continuó el Mago Sabio, por lo cual todos regresaron su atención a él, y Ehimus, la única del grupo que en verdad tenía curiosidad por saber el nombre del anciano, se quedó callada tan solo para que los demás no le volvieran a mirar de la misma forma por interrumpir—, ese del que antes les hablé, es el guardián de este círculo y parece que aún no termina de guiar a aquellos que han estado llegando previamente a ustedes.

Katherine articuló su boca demostrando desconfianza:

—¿Qué trabajo en particular está haciendo Lord De-Byron que no puede darle la bienvenida a la más ilustre descendiente del clan Priovam?, si es que se puede saber.

—Uno que Zeus personalmente le encargó al usuario original del cuerpo —dijo El Mago Sabio—, si saben a lo que me refiero. Pero como la mente dejó de ser quién era, yo le pedí que continuara el trabajo que el cuerpo condenado estaba dispuesto a hacer como se le había ordenado. En cambio, le otorgué la oportunidad de abandonar el infierno por un breve periodo de tiempo y que también llevará consigo un boleto exprés al interior del lugar más seguro de los tres planos.

Aunque las palabras sonaron lo suficientemente convincentes para que quienes escuchaban se relajaran, entre tantas preguntas que rondaban la mente inmadura de Ehimus, esta pudo formular las dos que le parecían más importantes.

—Entonces, ¿conoces al abuelo de Maryam? Y ¿fuiste tú quien le entregó el pergamino?

El Gran Mago Sabio dirigió su mirada a la pequeña verde.

—En efecto. Cuando él dejó de ser Minos y su corazón de vampiro finalmente tomó control del cuerpo condenado, fui yo quien le entregó ese sello que usaron. Puedo probarlo. El pergamino estaba encabezado por las siguientes escrituras: “Sin espada, pero con las palmas de las manos y este pergamino en el suelo, librarán una batalla los perseguidos que desean descansar en paz, para así llegar a ver un nuevo sitio en el calor de un sueño, dentro de un cielo sin estrellas que perseguir”, y muchas otras metáforas que realmente no tienen sentido. El pergamino, en sí, es el sello y no las escrituras que vienen dentro.

Heroclades asintió ante la afirmación del Gran Mago Sabio.

—Por ende, como yo le entregué el pergamino a Ambrogio y sugerí que no descuidara su trabajo, también le dije yo me iba a hacer responsable de ustedes… Espero que no les tome de sorpresa, pero las tres bendiciones de las que hablé se deben a que la vampira cargada en los brazos de su líder tendrá múltiples hijos —dijo el flacucho de piel negra para volver a dirigir la atención hacia otro tema.

Rey nunca había visto a los mayores hablando entre ellos por tanto tiempo. Estaban serios y tensos, como si se estuvieran preparando para atacar en cualquier momento. Más bien, como si se prepararan para ser atacados, exceptuando a Wulfgang y Heroclades. Wulfgang quedó sorprendido y en su rostro se veían las expresiones de alguien que no sabía qué decir ante la revelación. En cambio, Heroclades, quien vestía las mismas túnicas con botones e hilos de oro, era quien más estaba impresionado y concernido. Sin poder contenerse, formuló una pregunta discordante, ya que el futuro padre no lograba encontrar una concordante:

—Pero ¡las predicciones señalan que es uno! ¡¿Cómo qué múltiples?! No puede ser. ¿Qué, acaso no era la encarnación de…?

Rey notó que todos en el grupo casi dieron un paso hacia atrás. Ellos sabían que el comentario tan ambiguo por parte del señor de piel bronceada no iba a ser tomado bien por el licántropo. Y en efecto, el hombre lobo reemplazó su emoción de tristeza con una explosiva ira desgarradora, producto del surgimiento de aquel lacerante comentario, el cual le hizo gritar con rabia palabras de advertencia:

—Conque eso es lo que crees. Y ¿supongo tienes una buena razón?

Wulfgang se pasó la mano por su cabeza y aplastó sus largos cabellos hacia atrás, de modo que solo unos mechones quedaron asomados en su rostro.

—¡¿Cuál es tu razón, hijo de Metis?! ¿Acaso es que crees que mi descendiente terminará lo que tú te rendiste a terminar después de lo que pasó con tu hermana?

Heroclades no supo qué responder. Como un padre que siente vergüenza ante los reclamos de un hijo, desvió la mirada. Con fuerza puso la mano sobre el libro que colgaba de su cinturón y, a pesar de haber vivido muchos años, no pudo evitar verse emocional cuando su hermana fue mencionada.

La incómoda situación pareció afectar a Maryam, quien perdió la fuerza de seguir sosteniéndose sobre sus pies. Wulfgang dejó de confrontar a su maestro y, con rapidez, sostuvo a su mujer para luego examinarla con ojos preocupados y terminar cargándola en brazos. Como quien cargaba a algo tan delicado como un bebé, el licántropo se mostró cuidadoso asegurándose de acomodar bien a su mujer.

—No debes preocuparte tanto. Solo estoy un poco cansada —dijo la vampira casi usando los mismos métodos de distracción que usaba el Gran Mago Sabio.

Rey estaba prestando más que mucha atención a todo. Heroclades no parecía tener intenciones sombrías, pero era la primera vez que tocaba el libro que cargaba conejos cristalizados. Su padre parecía estar dolido, pero tampoco estaba equivocado. Ehimus dejaba salir el aire como si no supiera a quién defender. Miján se cruzaba de brazos como quien ocultaba su incomodidad al estar tan cerca de la vampira musculosa. Katherine se hacía ver a favor de Heroclades, como quien esperaba una oportunidad para hablar.

—No te preocupes… déjame ser tus pies de aquí en adelante.

Con palabras calmó el licántropo a la vampira que ni siquiera se le notaba la barriga, o el cansancio. Luego le dirigió una mirada con una disculpa al señor mayor de piel bronceada:

—Ummm, Hero. Me equivoqué al haber mencionado a tu hermana sabiendo lo mucho que te lastima.

Heroclades respondió valiéndose de una tristeza disfrazada:

—No resentimientos.

Ante los ojos del fascinado pequeño cuya presencia nadie notaba, la vampira dio una discreta sonrisa y, acto seguido, cerró sus ojos ahí en donde se sentía segura, en los brazos de su amado. No era de extrañar que tanto el maestro y el pupilo, ahí presentes, tenían todo un gran pasado por el cual podrían discutir y terminar luchando como tantas veces habían hecho, pero Maryam logró disociar la atención con sus palabras casi silenciosas y actos débiles. Ante las paces de aquellos dos, Katherine fue la única en mostrar inconformidad.

El Gran Mago Sabio, tras pacientemente esperar a que el grupo resolviera los conflictos internos, continuó hablando:

—Si me disculpan la aclaración, el señor de piel bronceada no está equivocado del todo. La vida de aquellos que mueren está propensa a seguir el curso natural de su existir, aun después de morir. Este curso se puede retrasar por asuntos no terminados de los padres o conocidos. Aun así, los reencarnados están consagrados a seguir un mismo camino. Si no lograron cumplir en una vida anterior el camino, sea para bien, sea para mal, estarán obligados a reencarnar una y otra vez, sin importar que alcancen la sabiduría espiritual o logren terminar su cometido.

»Pero, aunque tengan la necesidad de reencarnar para cumplir una función básica, tan básica como la venganza, los reencarnados pierden las memorias de sus vivencias pasadas. Estas quedan encerradas para que así el individuo pueda vivir una vida nueva y plena. La posibilidad de que uno de los pequeños sea la reencarnación de alguien está presente, y más en este santuario. ¿Cuál de los tres que vienen es el elegido para reencarnar? Nadie sabe, podrían ser los tres. Solo se sabrá cuando crezcan y encuentren el camino al que pertenezcan sus poderes y dotes —dijo el anciano tratando de explicar la tan delicada situación que se estaba dando en el lugar.

Con voz firme, Katherine, quien esperaba la oportunidad, aprovechó para exponer sus dudas:

—¿Eso significa que también existe la posibilidad de que Hades pueda reencarnar entre uno de los bebés que vienen en camino?

Ante el comentario irónico de la vampira musculosa, Ehimus habló por Heroclades como si de algo personal se tratase. La elfa, por cuestión de admiración y respeto, no le había dicho nada a Wulfgang cuando este ofendió a Heroclades, pero ella no sentía lo mismo hacia la vampira.

—¿Y vas a mencionar el nombre de quien casi termina de manera permanente con la vida de la tan querida hermana de Hero? Algunos no se cansan de lastimar heridas ajenas para buscar conflicto.

Miján, quien no había desviado su mirada del Gran Mago Sabio, parecía sentir cómo Katherine casi lo tocaba, ya que la misma había avanzado para quedar más cerca de la elfa. Nervioso agregó:

—¿Acaso es sensato seguir discutiendo? Debe haber algo mejor que se pueda hacer.

—Si desean, pueden seguirme al mejor círculo dentro del infierno —dijo el Gran Mago Sabio al voltearse y caminar—. Admito que, si se notan más irritables de lo usual, es por el efecto del lugar. Les aseguro que podrán pensar mejor cuando dejen el ruido irritante de las voces en sufrimiento, el olor a carne quemada y esta neblina de sangre atrás.