erótica
Reina Del Cielo
Chapter 21
Espuma por el cuerpo
Con su chico caminando en cuatro patas como castigo por tener su miembro flácido y venirse sin su consentimiento, Rebeka se las ingenió para sacar el arroz de la olla, terminar de freír la carne y servir los platos sobre la mesa, que tenían las raciones de comida correspondientes para cada uno de los integrantes de la casa. Para ella, la pobreza no justificaba la falta de dedicación al cocinar, ya que con lo poco que había, se podía hacer un plato que saciara el estómago de quienes lo comieran.
Omar pasó más de cinco minutos en cuatro patas, oliendo el trasero de su novia como perro en celo. Con el pantalón en su lugar, se movía de un lado a otro y tuvo tiempo suficiente para disfrutar, pero no para recuperar su erección.
Después de entender que su novio requería una estimulación más fuerte para retomar la vitalidad que había perdido, Rebeka lo autorizó a sentarse frente a la laptop y que continuara con su trabajo. Ella estaba satisfecha y sabía que, si buscaba entre los mensajes algo que le llamara la atención, eso ayudaría a levantarle el “ánimo” nuevamente, ya que podría funcionar con la misma efectividad que lo hizo la primera vez.
«¿Cuánto podría tardar?», se preguntó Rebeka, luego de mover sus caderas de un lado a otro. La chica sintió en el aire el aroma de la comida recién hecha junto a la esencia que desprendía el semen de su chico. «No es que tenga problema en hacer que use sus dedos, pero en este momento siento que me encapricho con su muñeco. A veces quisiera tener más experiencia en esto de seducir o que él contara con más resistencia antes de venirse».
De un momento a otro, tras leer entre los mensajes de la pantalla de la laptop, Omar levantó su cabeza y parecía estar decidiendo si podría hacerlo. Luego mostró una expresión de negación y regresó a sumergirse en la pantalla.
«Ohhh», se quejó Rebeka al notar esto. «Casi no puedo seguir aguantando, si no fuera por esta calentura, lo matara, por dejarme con la intriga que mostró con esa mirada. ¿Por qué los hombres no pueden hacer más de una cosa a la vez? Es como si tan solo se pueden enfocarse en una tarea. No estaría de más si él me pusiera en cuatro sobre la mesa y me lo metiera, al mismo tiempo que pone la laptop sobre mi espalda y lee los mensajes. Ufff, yo sí que puedo hacer dos cosas a la vez, una en la mesa y la segunda como amante. Si no fuera porque ya tengo los platos servidos y no puedo darme el lujo de dañar la comida, se lo estaría proponiendo».
De regreso al refrigerador, Rebeka se valió de una jarra para servir agua en los vasos y pasar a sentarse sobre el asiento que estaba al lado de su amado. Renuente a tocar la comida, ella lo miró con deseo, incluso comenzó a masajearse y sobar el pezón de uno de sus pechos, con tal de hacer que Omar recuperara la dureza que estaba perdiendo.
«¡¡¡Cómo tengo de caliente mi conejo!!! Me sorprende que no se derrita la silla en la que estoy sentada», pensó, a punto de agarrar y tirar algo a su novio, con tal que le hiciera caso. «La violencia no es buena, pero estoy tan necesitada de carne. ¿Acaso me tengo que insinuar más? Hacer que su “cosa” me haga caso y me quiera devorar. ¿Cómo lo hago? Puedo chupársela, pero no quiero, me da pereza. Además, está toda embarrada de fluidos secos, fríos y tiesos. ¿Cómo cambian los tiempos? Estoy segura que si esta fuera nuestra primera vez, él arrojaría la maldita laptop a un lado y me estaría amando, incluso a pesar de venirse dos y tres veces, como lo hizo hace dos días. Pero también fui yo quien lo hizo muy consciente de cuánta falta hace el dinero en esta casa».
Rebeka entendió que la rabia y las dudas que estaba sintiendo no eran buenas consejeras y resultaban totalmente contradictorias a los sentimientos de impotencia y culpa que había sentido, hace poco tiempo. Después de respirar tan profundo como pudo y extender su pie desnudo por debajo de la mesa, mimosa y coqueta, pudo alcanzar a llegar a los pies de su amado.
Al principio, Omar dio un pequeño salto sobre la silla, como si no esperara percibir algo frío tocándole su zona más delicada por debajo de la mesa. Ese es un reflejo que muchos tienen, al igual que es característico que muchos hombres se sienten con las piernas abiertas, quedándose desprotegidos. Pero tan pronto identificó el contacto como algo placentero, se entregó a las cosquillas que le provocaban los movimientos del pie de su chica.
Tras pasarse la lengua por los labios, Rebeka sintió cómo su pie frotaba con delicadeza el saco de piel del cual colgaban dos bolas que estaban fuera del cuerpo de su amado. Podía sentir cómo la verga caliente le acariciaba el dorso de su pie, como si estuviera agradeciendo que le tocara e hiciera sentir bien.
«No se sentía como un helado a punto de derretirse por debajo de la mesa, pero al menos esto debería animarle a despertar», pensó, mientras paraba los movimientos de su pie cada vez que se llevaba algo a la boca. A ella le resultaba difícil concentrarse en hacer dos cosas a la vez, aun así, estaba dispuesta a que no fuera un inconveniente. «Está respirando hondo. Ya no siento como su miembro cae de un lado a otro sobre mi pie, se le está parando. Su velocidad en la laptop disminuye… Ufff, qué excitante es seducir a mi chico, hacer que muestre más interés en mí que en las cosas que le gustan. Ganar este combate se siente tan refrescante, como una prueba de amor, saber que me quiere más que a lo que hace, que estoy primero».
Omar miraba la pantalla de la laptop con desespero, luego de eso, tomó el plato que tenía en la mesa y se llevó varias cucharadas a la boca, casi atragantándose, pues no podía permitirse pasar hambre, mucho menos cuando comía junto a una bestia hambrienta que estaba a punto de devorarlo.
«No debí servirle su ración de comida», pensó Rebeka. «Tenía que haberle dejado con hambre suficiente como para que me comiera, sin pensarlo dos veces. Además, su miembro funciona con sangre, el cerebro también, pero el estómago aún más. Estoy segura que si se llena mucho, su desempeño sexual no será comparado al que podría tener con el estómago vacío… No existe más remedio. Debo impedir que coma todo lo que tiene servido. Seguiré ganando territorio entre las cosas que le gustan y yo, con las técnicas de mi pie y la pasión de mi corazón».
Con destreza, Rebeka movió sus pies hacia arriba, haciendo que el dedo gordo y el segundo se abrieran lo suficiente, como para agarrar por la base el tronco cilíndrico de su amado. Sin aguantar mucho, usó la mano opuesta a la que se llevaba la comida a la boca y en secreto, comenzó a hurgar entre sus labios inferiores.
El tronco carnoso y erecto de Omar comenzaba a endurecerse.
«Este es el inicio», pensó Rebeka, contenta de lo que estaba provocando en su chico. «Ahora que lo pienso, es el primer masaje de pies que le doy a un chico. Los movimientos se sienten tan torpes, descoordinados y fuera de entrenamiento, que no creo que le haga llegar a un orgasmo, pero, por mi parte, se siente resbaloso y hace cosquillas. Como los fluidos aún no están secos, facilitan que la carne se deslice entre mis dedos como si fuera un jabón resbaloso que se mueve de un lado a otro. ¿Y si estuviéramos cenando en un restaurante lujoso, rodeados de mucha gente? se imaginó la chica».
Luego de acomodarse mejor en la silla, Rebeka subió su otro pie para intensificar la situación. Al poco tiempo, se quedó jugando, amasando y masturbando a su chico, con más maestría que al principio. A pesar que aún no cumplía su propósito de hacer que se viniera, en ese momento la meta no le importaba, si podía disfrutar del viaje, aprender y hacerse buena en el camino.
Omar tomó la última cucharada de comida de su plato y aunque estaba enganchado en la pantalla de la laptop como un pez que había mordido el anzuelo, Rebeka podía sentir en sus pies a un árbol que florecía con todo el esplendor y potencia que pudiera tener antes de esparcir sus semillas. Sin embargo, a ella ya no le interesaba que se la metiera, sino que se había propuesto aprender a utilizar sus pies, con tal de darle otro castigo.
Pasaron dos minutos y aunque Rebeka hizo lo mejor que pudo, ayudada del morbo que le provocaba fantasear con estar en un lugar público, fue ella quien se vino sobre la silla en la que estaba. La situación era excitante y el calor se mantenía en su punto más alto, además, venirse sin que su chico o “alguien más” se diera cuenta, le agregaba una pizca más de libido a la situación.
Con el fuerte dolor de los músculos de sus pies, que le ardían por mantenerlos tensados en el aire por un largo rato, Rebeka optó por concluir su intento inexperto. Después de todo, se había liberado, mientras que su chico comenzaba a tener necesidades.
Una vez que terminó con la comida que se había servido, de forma pícara, colocó sus pies en el suelo, se apoyó e hizo que la silla retrocediera, tras lo cual se levantó de la mesa y aprovechó para tomar los trastos que pudo con sus manos y los llevó al fregadero. Luego de eso, usó un trapo húmedo para limpiar la mesa, el desastre que dejó en la silla y el suelo por el que había caminado.
«Sentarme en cualquier lugar sin bragas, es un peligro», se dijo, tras lo cual vio de reojo cómo el miembro de su chico aún estaba erecto y saltaba de un lado a otro. «Menos mal que la silla es de madera y no absorbe ningún fluido, sino estaría en problemas».
Tan pronto como los platos y los vasos quedaron en el fregadero, tan solo quedó una ración servida. Rebeka no le iba a decir a su chico que fuera a llevárselo a su madre, pues tenía a su “amigo entre las piernas” con una gran erección, así que ella lo recogió y se las ingenió para neutralizar el mecanismo de alarma que su chico había instalado en la puerta del cuarto de su madre, tras lo cual, entró y vio que estaba dormida.
Soe respiraba con lentitud, como si estuviera en otro mundo, al borde de la vida, o al menos eso parecía. Rebeka entró cuidadosamente y le colocó la comida cubierta sobre la mesa de noche, junto a dos cubiertos y un poco de agua. No pretendía despertarla, ya que seguro regresaría a un infierno de dolor. Con cuidado, la hija que ocultaba toda su preocupación y tenía la mirada decidida de valerse por sí sola y hacer dinero, salió y volvió a mirar hacia la mesa donde estaba sentado su chico.
«Estoy enojada, caliente, pero enojada», pensó la chica, que no tenía más nada que hacer, exceptuando amar y ser amada, pero estaba determinada y convencida del propósito de evitar, por todos los medios posibles, que su madre despertara en una casa sin dinero suficiente para pagar los gastos de la electricidad, el agua o la comida. Lo que estaba haciendo no era un juego, claro que disfrutar del proceso estaba permitido, pero era un trabajo y no podía fallar. Ella no podía ser muy selectiva como estaba haciendo Omar. «Estoy a punto de buscar la razón perfecta para pelearme con él, hasta el punto, de correrle de la casa».
Como si estuviera leyendo los pensamientos de su chica, Omar se puso de pie de un tirón, tal como haría a un soldado en posición de firme. Tan firme como estaba su amigo ahí abajo. El chico cerró la laptop y la puso debajo de su brazo, para luego mirar con actitud decidida a su chica.
—¿Adivina? —preguntó Omar, tan pronto Rebeka se le acercó con el rostro de alguien que recordaba su propósito de luchar en la vida.
Como si fuera alguien sin ganas de seguir jugando, cuando existían personas que sufrían y la necesitaban, Rebeka hizo una mueca amargada con la comisura derecha de su labio y observó a su novio.
—Si no me sorprendes, te juro que voy a hacer que te duela.
Asustado por los aires de peleona que tenía su chica, Omar levantó una mano al aire y dijo:
—Ya acepté las otras propuestas.
—Con lo caliente que estoy, no me importa si me pides que haga lo que quieras. Voy a aceptar —dijo Rebeka, como si se tratara de una advertencia.
Omar se detuvo para respirar profundamente, la oferta era tentadora, pero era un chico sensato y tenía que dedicarse al trabajo que su chica le había encargado con seriedad.
—Es hora de un buen baño —dijo él—. Después que terminemos, podemos celebrar la noche juntos y dejar el trabajo de lado.
Rebeka entendió lo que las palabras de Omar implicaban. Con rapidez y alegría, le dijo que sí, mientras daba brinquitos en el lugar, de esos que dan las niñas cuando están contentas y como tenía los pechos afuera, sus senos rebotaron como dos pelotas que no se detuvieron, hasta que se las agarró con las manos.
Luego de terminar de organizar la cocina, la pareja organizó las sillas del comedor, recogieron las prendas que habían dejado en el suelo, apagaron la luz y subieron las escaleras, tomados de la mano, hasta el cuarto del segundo piso.
Una vez que entraron en el baño, Rebeka saltó al interior de la bañera y apenas puso su mano sobre la llave de la ducha se detuvo al escuchar las palabras de su chico:
—Que el agua no salga muy caliente —dijo Omar—. El vapor puede empañar la cámara de tu teléfono y hacer que las fotos queden borrosas.
El joven se aseguró de mantener la puerta del baño abierta y de buscar la posición en la cual podría capturar la mejor foto, tan pronto la escena fuese perfecta.
Rebeka abrió el grifo y con el dorso de su mano midió la temperatura. el agua no estaba caliente, pero la temperatura mataba el frío, haciéndola tibia al tacto.
—Para las siguientes fotos, debes lavarte el pelo… si te da mucho trabajo, te puedo ayudar a que haga espuma.
—No te preocupes —respondió Rebeka, desde el interior de la bañera, totalmente desnuda.
A diferencia de las veces anteriores, primero se metió de cabeza bajo la ducha, por lo que sus cabellos y cuerpo terminaron humedecidos en segundos, bajo el caudaloso chorro de agua. Luego de asegurarse que sus cabellos quedaron empapados, tomó una de las botellas que se encontraba en el lado opuesto al grifo de la bañera. Agarró el champú sobre una repisa, vertió una cantidad generosa del contenido en su mano opuesta, para luego restregarlo en sus cabellos, con el objetivo de hacer espuma.
«Qué picante», pensó Rebeka, mientras se diluía la espuma del champú con el agua, crecía su excitación y dejaba de lado la determinación que había encontrado cuando salió del cuarto de su madre. «Otra vez debo mantener cerrados mis ojos como si estuvieran vendados. Dependerá de lo que él me diga. Es como si voluntariamente dejará de lado un sentido tan importante de mi cuerpo y pudiera sentirme sometida. Me excita el agradable olor del champú, la sensación del agua, el peso de su mirada, mi ser en llamas y estas ganas incontrolables que me invaden».
Después de eso, Rebeka restregó sus cabellos y tras alejarse del agua, sintió cómo la espuma comenzó a escurrir por su espalda, pasó entre sus nalgas, bajó por sus piernas y terminó dispersada en el suelo de la bañera.
—Perfecto mi amor, date la vuelta. Arquea tu espalda y empina más el trasero — le dijo Omar.
Rebeka pudo escuchar las órdenes de su chico y se sintió dispuesta a obedecer como buena chica que era, por lo que se volteó y empinó su trasero. Aunque no podía ver el flash de la cámara al tomar una foto, sentía el sonido del clic. El agua y la espuma, su respiración agitada, su corazón latiendo entre sus piernas y su sed de ser dominada, eran el coctel de seducción perfecto.
«Tan solo quedan dos fotos más…», pensó, ansiosa por dejar el trabajo de lado. Ahora entendía cómo se sentían las personas que laboraban jornadas de doce horas y contaban los minutos que les faltaban para terminar. «¿Acaso existe algo que conecte más que este tipo de situaciones en la intimidad? ¿Quién iba a decir que en pocos días un fuego podría quemar todo un bosque? De dos chicos que se gustaban en silencio, ahora quedan dos tempestuosas llamas encendidas que se complementan».
«Esta es la sensación a la que me estoy volviendo adicta. Este fuego lujurioso que arde en mi interior, se expande hasta incendiar mis entrañas. Esto que siento es tan sabroso como morboso, pues me enciende que el lente de la cámara y él me miren desnuda y vean cómo el agua, la espuma y mi corazón se derriten. No hubiera tenido el valor de hacerlo sola, siempre necesité su ayuda para sentir esta excitación y cómo me hace sentir cuando estoy segura. En ningún momento, durante todo este proceso, se me ha pasado por la mente que no sea suficiente para esos que me ven del otro lado de la pantalla, ya que, si soy suficiente para él, los demás no importan».
Omar se acercó a donde estaba su novia y no dudó en extender su mano hasta que las yemas de sus dedos hicieron contacto con su espalda mojada. Ella estaba hipnotizada con el agua de la ducha y flotaba en sus pensamientos.
«¡Oooh! La punta de sus dedos», pensó, tras sentir cómo el fuego en su interior se agitaba más que antes, avivado por un tsunami de placer. «¡La palma de su mano está recorriendo mi piel! Se confunde con el jabón, el agua y los latidos de mi corazón. Baja siguiendo las curvas que conforma mi espalda arqueada. Siento cada hueso de mi columna, hasta llegar al comienzo de mis nalgas».
Con las manos contra la pared, Rebeka se paró de puntillas. Sentía una sensación hormigueante en su vientre, lo que le indicaba que su botón de carne estaba punto de explotar, si no era frotado de la manera más explosiva que se hubiese tocado en su vida. Sin embargo, esperaba que la mano de su novio le quitara todo el calor que sentía por dentro. Tenía la esperanza que la tocara tan solo una vez, le pasara los dedos por el interior de sus piernas, con el fin de darle un orgasmo de esos que no le permitirían quedarse de pie por un buen tiempo.
«No puedo venirme, al menos no lo puedo hacer ahora que me está mirando».
—Sigue haciendo espuma —le ordenó, luego de retroceder, al tiempo que se escurría la mano.
Como si tuviera la picazón más grande que hubiese sentido entre sus piernas y tuviese prohibido con pena de muerte rascarse, Rebeka movió sus caderas de un lado a otro, siguió la orden de su chico y dejó de sostenerse contra la pared, para volver a restregar sus cabellos con más energía que antes, con la intención de terminar tan rápido como le fuera posible. Luego quería demandarle a su chico que le amara, que no podía seguir aguantando las ganas, debido a que en ese momento era una adicta al orgasmo, a punto de tener un efecto secundario por la abstinencia al sexo.
—Ya terminamos con el champú. Puedes enjuagarte el cabello y cerrar la ducha — señaló Omar.
«¡Aww! ¡Él tiene la culpa por hacerme esperar tanto, no puede ser tan difícil tomar unas fotos y terminar con todo esto!», pensó, con actitud desesperada.
Rebeka se preguntó si finalmente sería premiada. Tras lo cual, aclaró sus cabellos con el agua de la ducha, abrió los ojos y miró hacia abajo, mientras que su chico se encargó de cerrar el paso del agua.
El torso de Omar estaba dentro de la bañera y gracias a que había cerrado el agua, ni el teléfono que tenía en sus manos ni él, corrían el peligro de mojarse.
«Ufff, su mano está apretando y estrujando mis pechos», pensó, tan pronto sintió que su novio le sostenía los pechos por detrás. «¿Qué tan lejos estará su estaca de mi entrada? Sus pies aún están fuera de la bañera, pero si intento tocarle con mi trasero, empinarme y encontrar su miembro erecto con mis puertas abiertas ¿Se controlará y no me clavará de una vez hasta lo profundo de mi corazón?».
Rebeka retrocedió disimuladamente con la pícara intención de rascarse la picazón que sentía en su interior, usando para eso la herramienta perfecta: el miembro de su chico. «¿Qué tan sabia es la naturaleza? Nadie puede cuestionar a la madre de todo, a la que le tomó cientos de millones de años alcanzar la perfección, en un proceso de ensayo y error llamado evolución». Exhaló, peleó con decenas de justificaciones en mente y con mucho disimulo, retrocedió hasta llegar al borde de la bañera.
«¡Ay, no te encuentro mi amor!», pensó, mientras echaba su cuerpo hacia atrás, sin éxito. «No puedo seguir buscándole. Me da miedo resbalar y caerme. Ya no sé qué hacer. Tan cerca y tan lejos a la vez. Estoy a su merced, ¿tengo que suplicarle? ¿Tal vez así pueda apiadarse de mí?».
—¿No me harás nada? — le dijo la chica, con una voz temblorosa y casi inexistente.
Omar soltó una bocanada de aire y le dijo:
—Por ahora te vas a tener que conformar con mis dedos. — En el desierto de Rebeka, un vaso de agua tal vez no era suficiente para calmar la sed que tenía, pero era algo — Para la siguiente foto, tu agujero más chiquito debe de estar lo suficientemente abierto como para que la cámara pueda ver adentro… Te voy a ayudar para que te aflojes. ¿Sí?
«Sus palabras se sintieron tan calientes que incluso quemaron la piel detrás de mi oreja. Es mi “chiquito” el que está en juego, pero ¿cómo podía negarme si le dije que le permitiría hacer lo que quiera?» analizó Rebeka.
Con actitud bien sumisa, Rebeka colocó sus manos sobre la pared mientras se mordía los labios y empinaba aún más su cola.
Omar dejó de sostener los pechos de su chica y con su mano bajó con lentitud por el arco que conformaba la espalda de su amada. Llevó su pulgar hasta las nalgas de su chica y presionó el apretado agujero que conformaba su esfínter anal, que lucía como un botón rosado a punto de arrojar un beso.