Chapter 6
Marín, que el cielo nos ampare
Con el plan de atacar otras partes del reino, mientras que las fuerzas principales de los subyugadores se quedaban enfocadas en el templo de artes amatorias, Akai tomó a Yicel por la mano y tan pronto se despidieron de Rey y Lía, se marcharon por el pasillo hasta perderse de vista. La vampira siguió con su mirada agachada, pues no podía entender cómo era que alguien tan fuerte estaba dispuesto a seguirle.
Heliúk también se marchó como pudo, en dirección opuesta a los dos revolucionarios, por donde habían llegado los cuatro primeros subyugadores, cuyas manchas aún pintaban el suelo y las paredes. Este, a diferencia de los dos anteriores, camino sin mirar atrás hasta desaparecer de la vista de Rey.
—¿Cómo es que sabías que yo no tenía intenciones de abandonar este templo? —preguntó Lía, apenas vio la oportunidad—. ¿Cómo es que aún te empeñas en seguirme?
—Lía, —dijo Rey con la voz de alguien gentil— no necesité de tu sangre, pues con tan solo mirar a tus ojos fui testigo de todo el sufrimiento por el que has pasado. Estuviste tan enfocada en recuperarte, en repararte y en castigarte a ti misma que no te diste cuenta de que siempre fuiste tú, cuando las emociones llegaron a tu vida no cambiaste, evolucionaste. Ser una sobreviviente te hizo afrontar una vida que alguien más no estaría dispuesto a vivir. Este es el momento, ya has sido fuerte por suficiente tiempo, ahora déjame continuar por ti. No tengas miedo de apostar por mí. Acepto tu dolor, te acepto tal y como eres.
Las palabras de Rey se volvieron como agua para Lía, agua que limpió y lavó las culpas dentro de ella. El dolor y el sufrimiento se desvanecieron, diluidos por el inmenso torrente de líquido, tibio y cálido. Sintiéndose mujer por la felicidad de ser aceptada a pesar de su pasado tan grotesco, con sus labios, ella se apoderó una vez más de la boca de aquel chico. La vampira hizo contacto con la lengua de él y entre las dos juguetearon en lo que era un beso apasionado entre los cuerpos que finalmente dejaban la vida de los subyugadores.
Por ciertos movimientos inexperimentados de parte de Rey, unas cuantas veces los dientes de ambos chocaron entre sí, provocando una molesta sensación en los mejores momentos, pero en tan solo segundos, después de que el beso se extendió, ya era el chico quien intentaba literalmente comerse a la vampira sin hacer uso de movimientos de principiante.
Mientras tanto, alguien bastante interesado había estado presente en un edificio separado, pero a la vez, lo suficientemente cerca para estar al tanto de todo lo que había sucedido desde que el caído del cielo llegó al lugar. Era Román, quien meditaba, con tal de sentir la presencia de Rey y Lía.
Una sonrisa iluminó el rostro del sujeto avanzado en años, era el rostro de la persona que era nombrada por todos como “la mano derecha del rey”.
«No estoy decepcionado de lo que hasta ahora me has mostrado, pequeño. Estuve en lo correcto al dejarte con ella. Como tu madre era vampira, es natural que seas más propenso a escoger una mujer con características semejantes para procrear. Aun así, ignorando las preferencias reproductivas que pudieras tener, fuiste capaz de cumplir con todos los requisitos en el momento que decidiste luchar por esa chica, quien en el interior está abarrotada de problemas e inseguridades; incluso dejaste ir a un mensajero para obtener la atención de Gilgamesh. Creo que se avecinan verdaderas calamidades».
Román abrió sus ojos y dejó su postura de meditación para salir de donde estaba e ir en dirección a donde había ocurrido el incidente, puesto que él creía que ya era el mejor momento para hacer acto de presencia.
Quienes se negaban a despegarse del beso que se estaban dando, escucharon una marcha de botas que hacían sonar el suelo con su aproximamiento. En cuestión de segundos, una docena de individuos, totalmente diferentes a los subyugadores, aparecieron por el pasillo. Pero Rey no se alarmó ante los recién llegados por dos razones: una era que reconocía el olor de su hermano Dante impregnado en ellos y la segunda razón era que Lía también les estaba ignorando como si los conociera.
—Que el cielo nos ampare —dijo una chica que vestía un uniforme impecable y bien planchado. Ella iba al frente de los demás individuos y por esa razón se hacía notar como una persona importante, también llevaba en su cintura un intimidante sable—. No solo se atrevieron a matar a un subyugador, sino que a tres de ellos y además disfrutan de la escena como si representara placer. Ustedes están enfermos. Son unos monstruos ¿Qué son esas cuatro manchas en el suelo y el insoportable olor de carne quemada?
—Otros cuatro subyugadores —respondió Lía.
Tres más cuatro eran siete, más de la cantidad suficiente de muertes como para llamar la atención de todas las fuerzas policiales e incluso militares del reino. El grupo de personas detrás de quien hablaba, parecieron perder las esperanzas en sus miradas. En efecto, Rey estaba desnudo y con el miembro endurecido, mientras que Lía siguió besándole y tocándole como podía.
—¿Es mucho pedir que dejen la asquerosidad en un momento de seriedad? —demandó la imponente voz femenina.
Tras finalmente romper el tan apasionado beso, la vampira agregó:
—Coronel Marín, del personal de seguridad de este templo ¿acaso no tienes trabajo que hacer? ¿Proteger y educar a ese que te fue dejado a cargo?
—Con esta situación de los subyugadores, semejante individuo se me escapó. — Marín, quien disfrazaba sus ojos rojos con lentes negros, titubeó antes de continuar y dijo: Debo informarte que, al parecer, quien se encargaba de cuidar al vampiro pura sangre, fue quien dejó escapar la información con tal de salvar a su familia.
—Mmm, de ser así, tiene sentido. —Lía estaba convencida de la seriedad de las palabras que decía Marín—. De entre nosotras tres, ella es quien más raro ha estado actuando últimamente, aprovechando cada oportunidad para dejar su puesto de trabajo.
—¿Qué piensas hacer si encuentras a Dante? —preguntó Rey con tono jocoso, al mismo tiempo que con un chasquido de sus dedos hacía desaparecer los cuerpos que tenía delante, no sin toser sangre como consecuencia.
Sorprendida por escuchar al pequeño hablar casi perfectamente en el mismo idioma que la doctora, Marín agregó:
—Espero que él no esté intentando escapar. No se ven enfermos, pero ¡pienso encarcelarlo hasta que aprenda a escucharme!
Desde la oscuridad, Dante fue sacudido por una contentura inimaginable. Por alguna razón que realmente no le interesaba saber, finalmente pudo entender el idioma que tanto le irritaba escuchar y aunque no podía hablarlo bien, ya que se le enredaba la lengua, lo usó tan pronto salió de uno de los ductos de ventilación.
—Atrévete, entonces —gritó de forma desafiante.
Dante dio varias vueltas en el aire y tras caer de pie, se puso las manos en su cintura haciendo una pose de superioridad.
—¡Con que puedes hablar y, aun así, durante todo este tiempo, solo me gruñías y gritabas como una bestia salvaje! —dijo Marín más irritada que nunca.
Tan enojada estaba que desenfundó su espada y saltó rápidamente sobre el pequeño licántropo con la intención de atravesarlo. Aunque uno de los soldados que le acompañaba intentó detenerla.
Lía podía entender la situación. Al igual que sucedió con la bestia felina, el hermano de Rey pudo aprender la lengua por arte de hechicería. No era algo que siempre hubiera sabido, pero ¿quién iba a contarle a Marín semejante detalle cuando era una pérdida de tiempo? Con una visión centrada y testaruda, la jefa del personal de seguridad tenía el mal hábito de capturar y después hacer preguntas.
En el momento, Dante pensaba usar las uñas de su mano para bloquear el ataque que no representaba amenaza alguna. Pero algo en el interior de su mente, el mismo factor que le hizo saber entender y hablar la extraña lengua, le llevó a hacer aparecer su catana (sable), para rápidamente poner el cabo de esta sobre su hombro y bloquear el ataque de Marín.
Metal con metal, las dos espadas chocaron y Marín se ofendió aún más, en su mente ella no podía entender como alguien que merecía ser castigado osaba detenerle y mantener un rostro tan risueño. Como una madre que pretende hacer valer la golpiza que un hijo malcriado merecía, empujó con todo su cuerpo el sable hacia abajo.
Dante ni se inmutó ante los esfuerzos de la enojada muchacha, después de todo, ella era débil. Tan débil como lo podría ser un simple humano. Pero él quería disfrutar su superioridad, alardear de su fuerza y capacidades, lo que le tentaba a alargar la pelea tanto como pudiera.
—¡Salvaje! —gritó Marín mientras retrocedía y les ordenaba a quienes la seguían que dispararan sus armas—. Yo estoy a cargo de ti y si no vas a obedecerme como Román dice, no me sirves de nada.
El personal de seguridad del templo se quejó ante la orden, ya tenían mucho en sus platos al saber que unos cuantos subyugadores estaban muertos, lo que significaba que el templo sería condenado como área no segura sujeta a exterminación y que tenían que repetir algo que evidentemente no funcionaba. Pero Marín los amenazó con las siguientes palabras:
—Como dije, si no me obedecen, no me sirven de nada.
Con tal de preservar sus vidas un poco más, los presentes levantaron sus armas y obedecieron la señal de disparo. Y justo en el momento que ellos apuntaron sus armas, todas las luces del pasillo se apagaron. De luz a oscuridad, el suelo comenzó a temblar y quienes eran incapaces de ver en la noche no tuvieron más remedios que aguantarse los unos a los otros con tal de no caerse.
Entre el pánico del personal de seguridad, la sorpresa de Marín y las burlas de Dante, una presencia tan intimidante como familiar se hizo presente. Este individuo no fue notado por Lía, pero era distinto para Rey, quien dijo:
—Ya me extrañaba que decidieras seguir manteniendo la distancia.
Jhades, quien caminaba por el techo, desafiando todas las lógicas de la gravedad, hizo que las luces se encendieran al mismo tiempo que las pistolas del personal de seguridad desaparecieron. Él daba pasos lentos, dibujando expresiones obstinadas en su rostro. No era que quisiera salvar a su otro hermano, con tal de no eludir las obligaciones que se había dado ante su madre, pero tampoco quería ofrecerse a prolongar la inmadurez de quien quería alardear de sus fuerzas.
—Armas que no pueden matar humanos ni siquiera podrán dañarte —dijo el vampiro mientras disparaba balas de goma en dirección a Dante, quien ni siquiera intentaba esquivarlas o expresaba sensación de dolor cada vez que un proyectil se destrozaba contra la carne que componía su frente—. Por otro lado, Rey, debes saber entender a estos humanos cuando no existe nada que merezca la pena escuchar, es un esfuerzo en vano. Aunque me parece más interesante que tengas el poder de hacernos entender todo un idioma y nos devuelvas a nuestros Youses.
—¿Por Youses te refieres a esos felinos que pueden convertirse en armas? —preguntó Lía sacando conclusiones.
—¿Vampira? —dijo Jhades reconociendo la presencia de quien se paraba detrás de Rey.
—Hablando de cosas interesantes, veo que ustedes dos pueden usar sus poderes libremente sin tener consecuencias —comentó Rey, llamando la atención de sus dos hermanos.
—Al estar alejados de ti, se recuperaron casi al cien por ciento — dijo Lía, algo sorprendida.
—¿Qué consecuencias? —preguntó Dante, pero cuando vio a su hermano volver a toser sangre, se dio cuenta de cuál era la consecuencia.
Rey entendió que entre sus hermanos, cuando ocurrió la explosión atómica, él había sido el único que no murió ni fue revivido por los poderes de su madre. Era muy posible que esa fuera la razón por la cual él aún mantenía el veneno del que Lía había hablado. Aun así, había pasado mucho tiempo desde que había visto a sus hermanos por última vez, cosa que le llevó a preguntar:
—Díganme, ¿cómo se siente haber escapado y ser libres de no morir asesinados?
—Yo iba a vivir mucho tiempo, nadie en el grupo desearía la muerte de alguien bueno —dijo Jhades en un tono no muy contento, dando una respuesta críptica al asunto.
—Cállate, niñito de mami, tú también ibas a ser asesinado por madre y padre, ¿crees que ellos no podían ver tu actuación? Rey, respondiendo a tu pregunta, se siente bien tener todo este mundo bajo mis pies para conquistar. Si estás enfermo y vas a morir, no importa, yo me encargaré de ti.
Los tres hermanos hablaban en la lengua antigua, por lo que Lía era la única que podía entenderles. Aunque ella llegó a la conclusión de que los tres presentes eran hijos no deseados que escaparon a la ejecución de sus familias, decidió quedarse callada.
Marín siguió presionando sus dientes por la impotencia y el coraje que estaba sintiendo. A pesar de todo lo que sucedía y las muchas veces que intentó tomar el control, le frustraba que aquel salvaje no le hiciera caso. Ella ya no veía esperanza en encontrar una manera, pues no podía utilizar la fuerza para hacerle entender. «¿Qué puedo hacer para que me respete?» se preguntaba ella. «Mmm, pensándolo bien y dejando de lado el hecho de que está desnudo, ese, a pesar de ser el más fuerte de los tres, se ve mucho más dócil y actúa más civilizado que los otros dos. ¿Qué habrá hecho Lía?», mientras pensaba, Marín recordó que apenas llegó a la escena, la doctora estaba besando y acariciando indebidamente el cuerpo del caído del cielo asignado a ella por Román, aún estando en frente de todos, como si el placer fuera una manera de recompensar el buen comportamiento. Después de todo, aunque ella era la encargada del personal de seguridad, también era una sacerdotisa de las artes amatorias.
De pronto, los tres pequeños que actuaban con familiaridad en su reunión cambiaron las expresiones de sus miradas y se volvieron más desconfiados. Estaban a la defensiva, mientras que observaban en dirección al lado opuesto del pasillo. Tanto para Rey, Jhades y Dante, quien se estaba acercando era digno de temer. Un ser tan poderoso que podía hacerle frente a sus padres y maestros.
A Lía como a Marín, también les llamó la atención el cambio tan radical de comportamiento de los tres “caídos del cielo”.
Román fue quien apareció caminando por el pasillo. El individuo avanzado en edad, se acercó manteniendo un rostro gentil y tan pronto estuvo lo suficientemente cerca como para que su voz fuese escuchada, procedió a hablar.
—¿Quién tiene derecho a ser llamado monstruo? —preguntó el sujeto quien, a pesar de estar cubierto por atuendos desahogados, se valía de un cuerpo característico de aquellos que habían caminado el sendero de los guerreros—. ¿Los demonios con corazones humanos o los propios humanos con corazones de demonios?
Los presentes guardaron silencio ante la pregunta que ni siquiera encajaba en dicha situación. Por otra parte, Rey fue capaz de entender el sentido de la pregunta valiéndose de los recuerdos de la vampira, más la experiencia que hasta el momento había tenido, por lo que él decidió responderle al sujeto como si estuviera hablando con su anterior maestro.
—El hecho por el cual los humanos esclavizan a quienes no consideran de la misma raza —empezó a hablar Rey, dando un paso al frente—, no es que llegaron a alcanzar un límite de desarrollo tanto tecnológico como cultural, si no que temen a los desarrollos de las otras especies semejantes.
—Si se necesitaban cien humanos y diez días para construir un castillo, un solo dios podía hacerlo en un solo día —continuó Román ampliando la sonrisa de su rostro.
—Por ende, un dios entre los humanos nunca será un verdadero dios entre los que lo son —término Rey la oración.
Por muy complicado y carente de sentido que fuese la conversación divagante de monstruos, humanos y dioses, aunque Lía, Marín, Jhades, Dante o alguien del resto del personal de seguridad quisiera hablar, la apariencia intimidante de Rey y Román no les dejaba decir nada.
En el medio de la conversación con alguien que parecía entenderle, Román dio fuertes carcajadas y extendió sus manos con felicidad. Desde su punto de vista, e incluso desde hacía cientos de años atrás, después de haberse convertido en un “maldito”, él había vagado en busca de un “hechicero capacitado” y estaba feliz de encontrar más y más indicaciones de estar en el camino correcto.
—Oh, les pido mil disculpas por estas divagaciones mías —dijo el anciano, dirigiéndose a todos—. Debido a ciertas circunstancias, como lo puede ser la muerte de siete subyugadores y el testimonio de que estamos dando refugio a un vampiro, este templo de artes amatorias será descontinuado y puesto en cuarentena.
Lía, Marín y el resto del personal de seguridad que se encontraban allí, se mostraron inexpresivos ante la noticia. Ellos estaban condenados y no tenían remedio de salvación desde que dieron asilo a los “caídos del cielo”. En el pasado, cuando ocurrieron casos similares, tan solo el propietario del templo era quien se salvaba de la condena a muerte.
—Incluso yo he sido denominado un esclavo u objeto de la sociedad, ya no soy su tutor —admitió Román como si fuera algo doloroso, pero al mismo tiempo estaba feliz—. Aun así, no tengo razones para escapar.
La noticia de la degradación de alguien conocido como la mano derecha de Gilgamesh, fue devastadora para los presentes que sabían del tema, tanto así que Marín lanzó al aire una pregunta:
—¡¿En dónde está esa traidora?!
—Muerta… —respondió Jhades, para evitar favorecer que la conversación se siguiera alargando. El vampiro puro de sangre, parecía ser el único individuo que no pretendía aliarse con nadie en particular ni quería sentirse incluido en los planes que pudieran crearse. Él se negaba a creer que luchar fuera a dar resultados, que conllevara a tener más libertad de la que ya tenía o que el aliarse a personas incompetentes le ahorraría trabajo—. Con o sin acciones, su vida seguiría siendo la misma de siempre.
—Él no está equivocado —dijo Román, ignorando la personalidad del vampiro que tan alto anunciaba que buscaba beneficios a cambio de hacer algo—. Esa chica, a su salida del templo, fue ejecutada por dos de los subyugadores que se quedaron cuidando la entrada, los mismos que sellaron todo el lugar tan pronto Heliúk salió y les dio el reporte.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó uno de los individuos, perplejo por su sentencia a muerte.
—Morir luchando —respondió Lía, tras sentirse convencida de que existía la esperanza de ganar en combate.
—Si luchamos de una forma u otra, yo tengo la esperanza de poder hacer una diferencia —dijo Román—. Creo en ustedes, “caídos del cielo”. Después de haber vivido tantos años, este cuerpo ha protagonizado tantas historias que debieron fluir de forma caótica y al final terminaron fluyendo de forma circular.
—¿Otra divagación? —preguntó Dante un tanto irritado por tener que pensar más de lo usual.
—Significa que la vida es un ciclo, cada comienzo tiene un final —aclaró Rey.
—Sí, un héroe nunca muere —dijo Román con expresiones agrias. Para él, lo más triste no era la muerte, sino lo destrozado que terminará aquel con el título de héroe después de la guerra.
Jhades, Dante, Lía, Marín y todos los demás individuos, se sintieron regocijados con esa frase que les encendió un cálido sentimiento de invencibilidad en sus corazones.
Por otro lado, como al principio, el joven de ojos blancos pudo entender y ver el lado oscuro de las palabras del sujeto avanzado en años. Rey no quería ser un héroe, no después de perder a White y revivirlo como Youse, bajo la condición forzosa de hacerle un arma esclava. Desde ese momento, para él, ser un héroe no era lo mismo que ser alguien que nunca perdía. Ser lo suficientemente fuerte como para enfrentarte a cualquier oponente y salir vencedor en la batalla no significaba que quienes estaban a tu lado, siguiendo tus pasos, estuviesen exceptuados a peligros.
—Seremos sobrevivientes —susurró Rey tras respirar con profundidad.
El pequeño híbrido podía haber dicho, “seremos vencedores”, pero él compartía la opinión que tenía Román con respecto al destino que le esperaba a un héroe.
Lo que solo parecían temblores y vibraciones escalaron hasta parecer un terremoto que se volvió tan estrepitoso y violento como para alarmar aún más a los presentes. ¿Podrían existir terremotos en una luna llamada sol? La respuesta es que no. No existen terremotos en la luna. Pero sí existen los lunamotos, por raro que suene el nombre, es prácticamente lo mismo, en el sentido de temblores sísmicos producidos por el movimiento tectónico, pero no era un fenómeno natural lo que estaba ocurriendo.
—El templo tiene que estar siendo trasladado —dijo Lía, estando tan segura de su conclusión que estuvo dispuesta a confirmar que los temblores que experimentaba la instalación eran inducidos artificialmente.
—“Caídos del cielo” —dijo Román al mismo tiempo que los encaró, bajó su cabeza e incluso se arrodilló frente a ellos—. Mi gente está en peligro, pueden ayudarnos a pelear. Los no-humanos que residen en este planeta están en decadencia y nadie tiene la fuerza suficiente para revelarse ante Gilgamesh, el héroe de la humanidad y el antihéroe de quienes no son humanos.
—Román, es mejor evitar confrontaciones directas —Lía tomó la palabra sugiriendo las acciones más precavidas—. Gilgamesh no conoce la diferencia entre arrogancia y capricho. Siempre que resuelve un problema, aun si es por precaución, se crea una situación completamente peor por resolver. Belldewar podría terminar en ruinas, incluso destruida.
—No es que estemos peor que digamos —dijo Marín.
Jhades negaba con su cabeza, mientras que Dante inflaba su pecho aún más fuerte que nunca, imaginando toda la gloria y reconocimiento que podría alcanzar.
—Ser dueños de ruinas y libertad es mejor que continuar como esclavos de alguien más. Gilgamesh es odiado por muchos que podrían ser nuestros aliados. Estos cientos de miles de almas condenadas podrían seguir nuestros pasos y convertirse en seguidores —continuó Román, señalando lo que ya era obvio, con tal que Lía se convenciera, puesto que él bien entendida que, si la vampira no estaba de acuerdo, Rey tampoco lo estaría.
Rey entendía muchas cosas, entre estas, la situación de la que Román hablaba y no le importaba degradar la opinión que los demás pudieran tener al respecto, pero también sabía que ese sujeto que tanto se esforzaba con sus palabras era el más fuerte en la faz de la inmensa luna que llamaban sol, tan fuerte que era un verdadero dios y, aun así, hablaba y trataba de convencer mucho, en vez de dar la iniciativa con acciones.
—A pesar de tus motivos y razones —dijo Rey con tono desconfiado—, te debemos que nuestras vidas sean más fáciles. También sabías las consecuencias de darnos refugio y aun así renunciaste a muchos privilegios por nosotros. Acepto tu proposición, siempre y cuando no encuentre un motivo para desconfiar de ti en un futuro. Se deben de tomar acciones, más estoy seguro de que Lía sabrá el momento correcto.
Marín y el personal de seguridad hicieron muecas amargadas. Ellos no podían entender cómo era que Rey desconfiaba de una víctima que había ayudado a los necesitados como Román. Hasta el presente, este sujeto era reconocido en los callejones y las alcantarillas por permitirles muchas libertades a los esclavos, ayudar desinteresadamente y tratarlos como iguales, sin importar que tan cerca estuviera de Gilgamesh. Muchos incluso rezaban y estaban dispuestos a tomar decisiones democráticas con tal de que él tomará la posición de emperador, pues reconocían que, con Román como líder, la luna poblada por humanos sería un lugar mucho mejor para aquellos que no lo eran.
Rey ignoró las expresiones de depresión por parte del personal de seguridad, él sabía que estaba en frente de un excelente manipulador, alguien como el Gran Mago Sabio, un individuo capaz de usar todo a su alrededor, pero que no se atrevería a hacer cosas buenas por los demás, si es que en algún momento no podría ser capaz de efectuar su plan maestro.
—Si planean no luchar directamente, debo decirles que, —el anciano se levantó expresando alivio en su rostro—, una vez esta instalación aterrice, los ataques por parte de los subyugadores se harán presentes.
—Entonces, ¡¿estamos flotando?! —exclamó Dante sin creérselo, puesto que él quería salir y buscar a Gilgamesh con tal de luchar contra él, pero si estaban en el cielo, la caída sería muy problemática.
—¡Obvio! —afirmó Marín, haciendo notar que no se asombraba por la noticia—. Al estar contaminado, este templo dejó de tener reconocimiento físico. En otras palabras, ya no es una estructura valiosa dentro de este mundo gobernado por humanos, cuya economía en su mayoría está sustentada por esclavos.
—¿Economía sustentada? —preguntó Dante confundido por las palabras complicadas—. ¿Qué tiene que ver con nosotros?
—Que como todos aquí dentro perdimos nuestra identidad, no es de extrañar que arrojen a toda esta estructura hacia la inmensidad del espacio y dejen que perezcamos —dijo Lía, basándose en eventos anteriores de un pasado muy distante, el cual recordaba casi perfectamente.
—Eso suena directo, no inteligente. Así es como me gusta. Aprende, aprende, estúpida —reprochó Dante a Marín.
Marín, en un arranque de cólera, lanzó el sable contra el licántropo sin importar lo que ese objeto afilado fuera capaz de hacer o a quién pudiera dañar. Dante ni siquiera se movió de lugar, dado a que pudo percibir que ese ataque no tenía intenciones de matarle.
—Ya existen millones de naves e instalaciones en el espacio con criaturas condenadas a no perecer que pueden caer en cualquier planeta y contaminarlo, aunque es ilegal —dijo Marín tan pronto su espada dejó de rebotar y hacer ruido por el suelo—. Además, es más probable que Gilgamesh venga a ejecutarnos personalmente.
—Mejor, me ahorra el trabajo de ir a encontrarle —repuso Dante mientras tronaba los dedos de su puño derecho.
Jhades cerró sus ojos en negación, puesto que era tanto lo que se hablaba y aún nadie llegaba a decir algo que le resultara conveniente.
Marín se quedó con la boca abierta ante la expresión del licántropo, que seguramente no había escuchado la palabra “ejecutarnos”. Ella finalmente entendió que Dante era un caso perdido de mente cerrada, que sus explicaciones eran en vano y que, si no se hacía cargo apropiadamente de él, le dejaría atrás.
En cambio, Lía guardó silencio para mirar a Román, quien callaba la probabilidad de que Gilgamesh mantuviera sus costumbres barbáricas de luchar uno a uno, dejando al ganador con el derecho y la verdad absoluta de cualquier argumento.
—¿Qué tienes en mente? —le preguntó Rey a Román, quien por cada segundo que transcurría se le veía más alterado.
—Primero debemos salvarle la vida a cuantos podamos, pero no nos queda mucho tiempo para seguir hablando.
—¿Sabes algo que nosotros no? —preguntó Lía sorprendida, después de todo, él había confirmado que la instalación estaba flotando.
—La zona de evacuación puede convertirse en área de descontaminación, quienes están ahí corren peligro. Debemos apresurarnos.
Sin decir más, el sujeto avanzado en años se volteó y casi corriendo, se marchó en dirección a donde tenía pensado ir. Rey, Lía, Marín y el personal de seguridad siguieron los pasos apurados de Román, mientras que Dante y Jhades se sumaron de mala gana, no porque estuvieran interesados, sino porque no tenían nada más que hacer.
«Tiene sentido», se dijo Lía corriendo justo detrás de Rey y Román. «El área de evacuación es en donde todos se deben reunir en caso de emergencia. Si se convierte en una zona de descontaminación, los subyugadores estarían acabando con casi todos los miembros de este templo de una vez. Además, en las condiciones en las que Rey está, no puede luchar directamente con Gilgamesh, pues, aunque gane la pelea, quedaría en peores condiciones que si perdiera. Mientras más aliados tengamos, mejor será, ahora que lo pienso» suspiró Lía, envuelta en sus propios pensamientos, «en este tipo de momentos nunca logro evitar recordar a mi padre… no cometeré el mismo error que él cometió».
Pasando las escaleras, Rey, Dante y Jhades tomaron la delantera e indicaron a los demás que se quedarán atrás, al llegar a lo que se veía como un lujoso pasillo principal. El sitio lucía intimidante porque estaba tan desolado que se lograba escuchar a la perfección el eco provocado por las pisadas de quienes caminaban por ahí. Para los tres hermanos, el silencio y la tranquilidad se llevaban bien con emboscadas y ataques sorpresa, por esa razón procedieron con cautela hasta que fueron detenidos por dos gigantescas puertas. Román, en cambio, familiarizado con el terreno, no perdió tiempo en usar tanta fuerza como le era necesaria con tal de romper los mecanismos de seguridad que mantenían cerradas las dos láminas de oro macizo.
Tragaron en seco, el grupo vio cómo el anciano abrió con facilidad algo que ellos tal vez, ni estando todos juntos, podrían hacer, si tuvieran que usar la fuerza bruta.
Desde el otro lado de las compuertas que cedían, se hizo ver una fuerte luz roja y blanca que se encendía y apagaba como si tuviera el único propósito de cegar a quienes mantuvieran sus ojos abiertos. Al mismo tiempo, se hizo presente un sonido insoportable de alarma de emergencia que tal vez tenía como función hacer que los oídos de alguien sangraran de lo fuerte que sonaban.
Otro temblor tuvo lugar y toda la instalación se estremeció. Dado que el templo estaba compuesto por bloques sólidos de oro, plata y bronce, este no se derrumbaba ni colapsaba por violenta que pudiera ser la vibración. Sin embargo, los ojos escrupulosos de Rey no tardaron mucho tiempo en acostumbrarse a las luces brillantes que flasheaban de manera intermitente y notó cómo las columnas, paredes, suelo y techo comenzaban a malearse, dejando de lucir tan simétricos como en un inicio. También pudo ver cómo los cientos de individuos dentro del inmenso sitio vestían muy pocas prendas o ninguna. Mujeres, niñas y hombres en estado de pánico, algunos desmayados, otros tendidos sobre el suelo vomitando, muchos poniendo sus cabezas entre las piernas y el resto se abrazaban los unos a los otros mientras lloraban y se cubrían los ojos con fuerza.
El personal de seguridad se alejó de la puerta, se cubrieron los oídos con todas sus fuerzas. Tampoco mantuvieron sus ojos abiertos como para poder ver al interior de las puertas debido a que la luz parpadeante casi los dejó ciegos. Lía y Marín en particular fueron quienes quedaron más afectadas con la combinación de sonido y luz a la que fueron expuestas. El volumen y destello eran intencionalmente altos por parte de los humanos que implementaron ese mecanismo como sistema anti-no-humano de clase baja. Con las habilidades mínimas de regeneración y sanación, la clase baja que no se pudiera adaptar, estaría expuesta a sufrir de forma perpetua, mientras que un humano normal se quedaría ciego y sordo después de unos minutos expuesto a semejante combinación.
Román, quien carecía de los privilegios que tenían los ojos de los no-humanos, se vio obligado a mantener el ojo derecho cerrado y abrirlo cada vez que quería ver en la oscuridad y su ojo izquierdo por otra parte se mantenía cerrado para abrirlo cada vez que quería ver dentro de la luz. Con un ojo adaptado para simplemente ver durante la luz y el otro para ver en la oscuridad, no tenía que preocuparse por recibir un cegador rayo de brillo, pero sus oídos con el tiempo perdieron la audición.
—¡Salven a mi gente! —gritó Román—. ¡Yo debo quedarme sosteniendo esto para que no se cierren!
Rey saltó por encima de Román, Dante pasó por debajo del brazo derecho y Jhades por el izquierdo. Los tres se adentraron sin ser incomodados por el agudo sonido que emitían las alarmas ni por las enceguecedoras luces blancas y rojas, y sin preguntar cuál era el peligro del que debían de salvar a las personas presentes.
Jhades se valió de sus pistolas para disparar en dirección a las luces y dispositivos que pudo identificar, junto con las bocinas. El vampiro tenía la intención de aminorar los factores que creaban el ambiente, haciéndolo un sitio tan ideal para que cundiera el pánico.
Dante y Rey entraron preparados para cualquier enfrentamiento físico que se pudieran encontrar, después de todo, ellos estaban acostumbrados a pelear.
Evaluando la situación y en busca de enemigos a los cuales derrotar, Rey percibió con sus pies descalzos cómo el suelo se dividió en dos secciones y se volvió un agujero. En cuestión de segundos, el suelo dejó de existir y los más de cientos de personas quedaron suspendidos en el aire, prisioneros de la gravedad.
Dante se detuvo en seco y retrocedió obedeciendo a sus instintos de autopreservación. Alejado del peligro de caer, con sus ojos abiertos vio las manos de muchas mujeres haciendo movimientos en busca de algo a lo cual sostenerse con tal de evitar la caída.
Mirando los rostros desesperados, los ojos perdidos en la confusión y escuchando los llantos desgarradores, el licántropo se congeló en el lugar, no por tener miedo, sino porque sentía que lo más correcto era no hacer nada. Además, todo lo que él tenía en sus manos era una espada, lo que mejor sabía hacer era pelear, golpear y aguantar dolor. ¿Cómo podría estar preparado para salvar a quienes no podían salvarse a sí mismos? De pronto, una sombra intrépida le pasó por un costado: era su hermano híbrido.
Rey, enfocado en su instinto de salvar y ayudar, mantuvo su velocidad y valiéndose de las condiciones mejoradas de su cuerpo, cogió a una mujer por la mano y a otra la cargó en el hombro antes de chocar con la pared opuesta del agujero y usarla para apoyar sus pies para saltar de vuelta a la superficie, repitiendo el proceso varias veces.
El hermano sin apellido, ante los ojos rojos de Dante, siempre buscaba hacer más de lo necesario en todo, incluso parecía tener la necesidad de aprender, adaptarse y superarse a sí mismo sin tener a nadie más como competencia. El licántropo también sabía que Rey hacía cosas innecesarias como no dormir y lo hacía con tal de tener tiempo para entrenar duro teniendo como lema “busco el saber”, pero no buscaba la fuerza.
Este lema le parecía estúpido a Dante y catalogaba esas cosas como innecesarias e hipócritas, pues las hacía con tal de no levantar sospechas entre los adultos, ya que su hermano de ojos blancos se estaba haciendo mucho más fuerte y con sus músculos, logró pasar el entrenamiento de su maestro y resolver los problemas, así como él había hecho.
Otra cosa que le incomodaba a Dante era que, entre los miembros de la manada, Rey siempre se ganaba la atención de los adultos sin siquiera hablar, incluso cuando Jhades era quien lo sabía todo y decía las cosas justas y heroicas con tal de “agradar”. Pero algo era obvio y seguro para el licántropo, en ese momento, por salvar a unos cuantos individuos, Rey se haría con la admiración de otros. Que su instinto le hiciera retroceder mientras que su hermano no titubeara en avanzar, le hacía imposible negar que Rey fuese un gran oponente a rebasar, con tal de convertirse en líder.
En el tiempo que estuvieron viviendo en “Heavens”, Dante había sentido la diferencia de poderes, pero ahora le parecía como tres veces más inalcanzable. A pesar que él había dicho que derrotaría a Gilgamesh, el anciano y los demás parecían dejar descansar todas sus esperanzas sobre la fuerza de Rey y no la de él, quien, de los tres hermanos, era quien tenía los músculos más definidos. Dante siguió mirando cómo Rey empujaba y tiraba de los cuerpos humanos incluso acercándose al punto donde la faena se volvió más peligrosa y podía caer sin posibilidad de salvarse en el precipicio sin fondo.
«Después de todo, si para ser líder tengo que hacer lo que él hace, ¡yo lo puedo hacer mejor!», se dijo Dante un poco más motivado tras ver a Rey actuar con naturalidad. De cabeza se arrojó al precipicio para intentar hacer lo que su hermano. Valiéndose de sus cuatro extremidades transformadas que podía encajar y desencajar del metal que compone el lugar, el lobezno se las ingenió para sacar a cuatro individuos.
En el momento en que Rey estaba nuevamente casi en la salida del hoyo, su pie resbaló totalmente. En toda la conmoción, él ni siquiera se había dado cuenta que una especie de aceite bañaba la pared. La resbaladiza sustancia había hecho ineficaz todos sus cálculos. Cayendo al vacío, se valió de medidas alternativas y lanzó a las otras dos chicas que cargaba hasta el borde del agujero.
«No me va a dar tiempo, aunque saque mis alas», pensó Rey. «En cuatro segundos pude sacar a ocho personas, pero aún quedan más de cientos. Aunque Dante se decidiera a ayudar, no será suficiente. ¿Qué puedo hacer?»
Tan pronto el sonido ensordecedor de las bocinas y las luces brillantes fueron eliminadas por los disparos de Jhades, se logró escuchar un grito.
—¡¡Salgan de aquí!! —rugió Román varias veces, viendo cómo unas cuantas chicas regresaban a la superficie y parecían desorientadas sin saber qué hacer.
Aunque quienes rápidamente se tomaban de las manos y se esforzaban por salir ni siquiera podían escuchar con claridad, la firme voz de alguien se les hizo perceptible y con esto pudieron ver en dirección a la salida.
«Esto es una locura, ¡¿y él piensa seguir?!» pensaba Dante, quien no estaba dispuesto a seguir compitiendo dados los riesgos que implicaba el momento.
—¡¡Rey!! — gritó Dante, mientras encajaba sus garras en el muro, desistiendo de seguir bajando.
El llamando a la compostura por parte de su hermano licántropo fue ignorado, Rey, con ojos de alguien que pensaba intentar algo descabellado, sacó sus alas y se inclinó hacia adelante con la intención de caer más rápido, esquivando a las personas que querían aferrarse a algo.
Dante gruñó, bastante enfadado por ser ignorado, volteando a mirar a los ojos a la persona que tenía en sus brazos. El sujeto, vestido de prendas lujosas y extravagantes, apenas vio los brazos transformados de quien le sostenía y la tan grotesca apariencia de algo que no conocía, intentó zafarse del agarre con todas sus fuerzas como si prefiriera caer antes de estar en las manos de una bestia.
—Me das a entender que prefieres caer el vacío en vez de ser salvado por mí —dijo Dante entre dientes, casi retrayendo sus orejas como un perro a punto de morder a alguien en el cuello. En el rostro del licántropo, el enfado se convirtió en rabia. —A diferencia de mi hermano, —él sacó todos sus dientes y transformó su boca—, yo odio a los humanos, aún más si son gente que todo lo que hacen es mirar a quienes no lo son desde arriba. Triste y patética rata asustada, espero mueras por la caída.
Con su última palabra, el pequeño de ojos rojos que translucían por la goma negra soltó su agarre y dejó caer al sujeto que tanto le había acusado con la mirada. Esos ojos que parecieron culparle de todo lo que había sucedido y estaba ocurriendo hasta el momento.
Sin mirar atrás, Dante llegó sin mucho esfuerzo al borde del agujero que recién se había abierto, como alguien que dejaba de jugar. Su hermano vampiro estaba dando los últimos disparos en dirección a los dispositivos en las paredes que sonaban o alumbraban. Román todavía aguantaba las puertas y algunas personas se las apañaron para salir.
—Rey piensa hacer algo —mencionó Dante, a lo cual Jhades le cuestionó con rapidez:
—¿Mmm?
—Morirse — le respondió, mientras miraba en dirección a las pocas personas que salían por la puerta que Román se negaba a dejar cerrar—. No sé, que conste que estoy ahorrando mis fuerzas con tal de matar a ese tal Gilgamesh.
De vuelta al agujero que parecía no tener fondo, ya la caída llevaba más de treinta segundos para los involucrados, la velocidad también había aumentado treinta veces y continuaría haciéndolo por segundo, gracias a las leyes de la gravedad. Muchas mujeres se habían cansado de gritar y abrieron sus manos, estaban dispuestas a abrazar a la muerte inminente que les esperaba.
Los más viejos rezaban por no sentir dolor cuando sus cuerpos explotarán en un salpicar de sangre y sus huesos se astillaran al estrellarse contra lo que les esperaba en el fondo. Otros querían morirse de un ataque al corazón en ese mismo momento, con tal de escapar al sufrimiento de seguir esperando. Pero ellos siguieron descendiendo con la misma pregunta en mente: “Si caemos tan rápido, ¿por qué es tan largo este martirio?”
Ninguna de estas personas podía ver en la oscuridad de aquel agujero que parecía no tener final, por esa razón tampoco pudieron notar el cuerpo de la bestia alada que les había pasado por el lado tan rápido como una bala. Semejante criatura era Rey quien, valiéndose de unos potentes aleteos, se colocó debajo de la primera persona que estaba cayendo, detuvo el tiempo con el acelerar de su corazón y juntando las palmas de sus manos delante de su pecho pudo conjurar uno de los clamados más eficientes que se le vino a la cabeza en ese momento y recordaba a la perfección.
«Los círculos de conjuro son el medio utilizado por los hechiceros cuando la invocación escapa a la lógica, yendo en contra de la naturaleza con respecto a sus posibilidades. Con letras, colores, líneas, trazos y siluetas de diferentes formas y tamaños, puedo romper la barrera de lo posible y lo imposible por un limitado periodo de tiempo» pensaba Rey y pronunció las siguientes palabras:
—Indómitos “caballos del viento escuchen mi llamado” — Abrió rápidamente las manos e hizo aparecer todo un círculo de conjuros. «Para invocar en mi estado actual, con la cantidad y potencia necesaria, un círculo de conjuro es lo más seguro con tal de reunir la mayor concentración de energía del elemento viento. Es conveniente que el círculo funcione como un punto de apoyo firme, una base que me sustituya, de lo contrario la velocidad de mi caída se multiplicaría exponencialmente. Pero este movimiento no es el que me preocupa.»
Tan pronto el círculo se volvió color azul neón en frente de Rey, se manifestó el despliegue de toda una explosión de gases líquidos. El viento, regresando a su estado natural, salió expulsado en una gigantesca corriente de aire, que lentamente avanzó en dirección opuesta a la cara del círculo, hacia afuera del agujero. Todo lo que chocaba contra las paredes se convertía en caballos blancos que galoparon a la velocidad de un rayo y relinchaban con furia de libertad. Las bestias materializadas rellenaron el espacio vacío y soplaron a los más de cientos de cuerpos que caían, teniendo como efecto que el grupo de individuos dejaran de caer y fueran impulsados hacia arriba, mientras que Rey siguió cayendo a la misma velocidad.
«El verdadero problema surge ahora, porque tengo que hacer el siguiente clamado, con tal de no morir estrellado. Otro círculo de conjuro tomará mucho tiempo, será más difícil de controlar e ineficiente en la posición en la que estoy ubicado. Necesito que el aire sea el que me impulse y que no se quede flotando estático. El tiempo se me acababa, no creo que este agujero tenga fondo, pero, de repente, mientras evaluaba la situación, Rey tosió sangre varias veces. El veneno estaba en un punto en el que ya no lo podía controlar. «La tos y la sangre afectan mi pronunciación, haciendo que una simple palabra termine en resultados catastróficos, así que tengo que hacer mi siguiente clamado de forma silenciosa. No obstante, para eso, necesito recuperar el control absoluto sobre mi corazón y mente, y también llenar de energía limpia mis veinticuatro vórtices y mitigar los síntomas que me provoca el veneno de la radiación».
Rey continuó enfocándose más en cómo resolver su situación antes que dedicarse a pensar en todos los problemas que conllevaba equivocarse, en la conjuración o en manipular la energía como hechicero.
¿Qué conllevaba equivocarse en un conjuro como hechicero? Él había leído sobre eso en sus noches de entrenamiento, la respuesta era bien clara: la muerte, acortar la esperanza de vida, daños permanentes al cuerpo, mente y alma, entre otras cosas. También se debe de tomar en cuenta que la hechicería nunca fue un arte de combate muy fiable y por eso no se debía clamar ningún hechizo bajo circunstancias de estrés porque podía terminar con la vida del usuario en caso de que algo saliera mal, ya fuera la pronunciación, los latidos del corazón, la falta de concentración, algún vórtice bloqueado o el incumplimiento de las condiciones necesarias.
Por ejemplo, Rey entendía que la falta de algún componente en el acto de clamar a un ser vivo podía conllevar a terminar maldecido por esa bestia que podría pegarse a ti como un parásito hasta que mueras, el hechicero se podía transformar en la criatura que intentó invocar o podía perder la razón para siempre. Pero en este caso él clamaría otra ráfaga de viento puesto que ningún animal podría salvarle en dicha circunstancia. Tenía que ser menos peligroso, ¿no? No, en nada era mejor, puesto que literalmente podría acabar destruyéndose, dado que lo que pretendía usar era el elemento viento que podría manifestarse en cualquier parte del interior de su cuerpo, ocasionando desde pequeñas embolias hasta inflarle como un globo y hacerle estallar en mil pedazos.
«Con un gran poder siempre existieron grandes consecuencias, clamar siempre fue peligroso y muy arriesgado, pero…» se decía Rey tomando una profunda bocanada de aire, decidiéndose a tomar un riesgo necesario. «¡Yo no soy ningún humano!»
En la superficie se encontraba Román, quien de cierta manera no podía evitar mostrar la decepción de su rostro ante la actitud de Dante y Jhades quienes no tenían el material que se necesitaba para cambiar las cosas que necesitaban ser cambiadas en Belldewar. No era que ellos dos no pudieran salvar a todos los individuos que habían caído al vacío, sino que no tenían mucho interés en esforzarse lo suficiente para sobrepasar sus límites dado que sus vidas no dependían de ello.
De pronto, entre sus pensamientos, el sujeto avanzado en años, sintió una vibración en el suelo, característica de una explosión, y así, con una sonrisa, miró en dirección al agujero, puesto que aún quedaba el trabajo de ese, en quien había depositado todas sus esperanzas.
Los dos hermanos se voltearon ante la extraña vibración del suelo y tras agacharse en el lugar, optaron por cubrirse los ojos. Una potente ráfaga de aire precedida por el galope de innumerables caballos se hizo presente en la sala de evacuación. La vibración provenía de adentro del agujero como si fuese la erupción de un volcán escupiendo lava y humo por todo el lugar, los cuadrúpedos transparentes que representaban el viento se dejaron ver. Ante los ojos de los tres espectadores, el viento chocó con el techo y las paredes de la enorme habitación, para luego ir en dirección a Román y pasarle de largo.
La presión del viento provocado por bestias queriendo competir por quién salía primero fue tan fuerte para Román, que todas las prendas que le cubrían la parte superior de su cuerpo fueron arrancadas. La musculatura definida de aquel cuerpo, que se negaba a dejar que las puertas se cerraran, quedó totalmente expuesta mientras que él encajaba sus pies en el suelo con tal de no retroceder. Tras el pasar de unos cuantos segundos resistiendo el perpetuo tormento de los vientos, Román vio como el lugar fue cubierto por una capa de hielo y acto seguido, los cientos de individuos que habían caído al agujero subieron hasta chocar con el techo para mantenerse pegados a este producto a la fuerza de aire.
—¡¡No se queden ahí!! —le gritó Román a las mujeres, niñas y hombres que agonizaban en dolor tan pronto notó el desinterés de Dante y Jhades—. ¡Si quieren vivir, muévase a un lado antes que el aire les congele!
No era la primera vez que los hermanos escuchaban el grito de Román, quien, para ser un humano, con su voz podía hacer que los huesos de quienes le escuchaban vibraran. Eso no era muy normal, puesto que se asemejaba más a un grito de guerra, motivador y profundo o a un mando dado por un general, que a la advertencia de un viejo decrépito.
Por otro lado, con uno que otro hueso fracturado, quienes quedaban pegados en el techo y aún estaban conscientes, optaron por moverse. Tan solo las mujeres se ayudaban entre ellas, mientras que los hombres hacían lo necesario para salvarse por sí mismos. Claro, era lógico que la ráfaga de viento no fuera permanente, cuando se terminara los que aún se encontrarán sobre el agujero caerían de vuelta si no hacían nada para evitarlo.
—¡Muévanse a un lado! —siguió gritando Román.
Tras escuchar la voz de alguien a quien apreciaban y tenían en tanta consideración, cientos de mujeres que ya se golpeaban entre ellas, despegaron sus cuerpos del techo valiéndose de las pocas fuerzas que tenían, y con esto, el aire se encargó de moverlas hasta hacerlas impactar contra una de las paredes a los lados.
La aglomeración de cuerpos que chocaban con el metal de las paredes empujados por el viento, los gritos de sufrimiento y el sonido de huesos partidos calmaron a Román en gran medida, puesto que, a pesar de encontrarse en malas condiciones, todos los que componían el templo aún estaban vivos.
«Una vez más superas mis expectativas» se dijo Román, tras ver a la última de sus sacerdotisas saliendo de adentro de la zona de peligro, mientras que el personal de seguridad hacia lo mejor que podía para acomodar los cuerpos afuera en el pasillo y dar los primeros auxilios. «Fuiste capaz de salvar a quienes iban a morir, pero ¿cómo te salvarás a ti mismo?»