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Una casa y cinco jóvenes
Reina Del Cielo
Chapter 24
Pasado
Luego de escuchar las palabras del oficial, Rebeka no pudo evitar sentirse feliz con los gritos y quejidos de ese sujeto, quien más empeño y esfuerzo puso en hacerle la vida miserable hasta ese día.
Los estudiantes no se alegraban, tampoco se sentían mal por el evento que estaba sucediendo. Hablaban los unos con los otros e incluso se preguntaban si cuando ellos cumplieran la mayoría de edad podrían actuar de semejante manera.
Rebeka observó a su alrededor, su mirada le indicaba que por primera vez era el centro de atención. Luego de sentirse como una persona que existía, alguien que no era invisible y que podía luchar contra las injusticias que, hasta ahora, había recibido, miró en dirección a donde estaban los demás profesores.
Esos individuos que eran contemporáneos con quien recién había sido declarado culpable, compartían el mismo crimen y podrían ser sentenciados por igual. Tan solo necesitaban confrontarse contra ella, una vez más, mientras estuviera un oficial presente.
Tras sonar el timbre de entrada, quienes observaban regresaron a sus rutinas diarias de dirigirse rumbo a la primera clase, mientras que el profesor se marchaba gritando y pidiendo apoyo de cualquiera que pudiera ayudarle.
Rebeka volvió a tomar la mano a su amado y orgullosa de lo que había hecho, continuó hasta el aula en la cual debía estar y donde la esperaba el profesor de cálculos. Tan pronto llegó a su puesto, entraron los demás estudiantes, aunque no todas las sillas llegaron a llenarse, porque faltaban dos. Con el paso de los segundos, entre comentarios y susurros, algunos compañeros de clase tomaron la iniciativa de hablarle a Rebeka e incluso de felicitarla. Otros la saludaron y el resto se limitó a seguir comentando desde lejos.
Una vez que todos estuvieron enterados que un profesor había sido arrestado, una pregunta se hizo presente: “¿Ahora qué?”. Debido a que el profesor de cálculos no se presentó, a pesar que pasaron los quince minutos reglamentarios.
Cuando el minutero marcó exactamente un minuto pasadas las ocho y cuarto, una cara familiar apareció por la puerta del aula. De pronto, como un gesto de educación ante la presencia del director, los estudiantes guardaron silencio.
—Buenos días, el primer turno de clase está suspendido temporalmente —anunció el sujeto con voz calmada—. Por ciertas circunstancias, ningún profesor se ofrece como voluntario para cubrir el turno. Pueden tomarse el tiempo libre hasta que se decida qué hacer.
Tan pronto el director hizo su salida, los estudiantes lanzaron sus libretas al aire, se levantaron y salieron de forma dispersa. Estaba de más decir para dónde Rebeka y Omar se dirigieron, ya que se fueron al rincón de los enamorados.
Ellos habían sido los únicos de la clase que se dirigieron a semejante lugar y como las escaleras estaban solas, apenas subieron un poco, ya el chico tenía su mano por debajo de la falda de su novia y puso su dedo gordo bien profundo en el interior de ella, mientras caminaba y reía.
Entre risas, Rebeka soltó una exclamación, tan pronto pasó el último escalón. No era por estar siendo penetrada, sino que fue producto de lo que estaba viendo.
—¡Oh!
Omar escuchó a su novia y aunque la exclamación era un gesto que no sonaba muy contento, le despertaba curiosidad. Tan pronto pasó las escaleras, pudo deducir la razón por la cual Rebeka no se sentía muy cómoda, lo que le hizo exclamar, mientras disimulaba sacar su mano de donde la tenía.
—¿Quién iba a decir que Miguel y Lizandra se iban a llevar tan bien como para quererse “comer” aquí arriba?
—Mi día iba muy bien… —mencionó Rebeka, predispuesta.
—Si tienen la intención de hacernos regresar a la clase —dijo Lizandra con actitud poco cooperativa, arreglándose las prendas que tenía zafadas. — Pueden irse por donde vinieron… señora presidenta y compañía.
La voz de Lizandra sonaba tan irritante para los oídos de Rebeka como nunca.
—Omar, tiempo sin saber de ti —dijo el chico carismático, con intenciones de aplacar la situación. — Este fin de semana creí que íbamos a salir juntos, pero te comió la tierra. Te envié varios mensajes y nunca me respondiste, además, tus padres ni siquiera saben en dónde andas y me trataron como a un perro, más de lo que usualmente hacen.
—Muchas cosas han sucedido, amigo. Ya veo que no soy solo yo, sino que tú también has estado muy ocupado.
—Sí, sobre eso quería pedirte consejos y hablar contigo —mencionó Mig, quien de pronto hizo una pausa antes de seguir, como si se diera cuenta muy tarde que había metido la pata cuando hablaba.
—¿Consejos sobre qué? —preguntó Omar, arqueando su ceja, intrigado.
—¿No viste cómo se estaban besando? —expresó Rebeka, como quien quería resolver el asunto para irse lo más rápido que podía del lugar. —Daban pena ajena… tenían falta de aire, parecían dos seres agonizando, chocando sus dientes.
Lizandra, detonada por las críticas de Rebeka, se lanzó a discutir, con tal de defenderse:
—Habla la presidenta. Tú no tienes opinión, niña recta, al menos él está interesado en aprender.
—Para tu información, la “niña recta” no es más la presidenta y en este momento soy mayor que tú, así que más respeto, si no te voy a arrastrar por todo el suelo de la escuela.
Omar tuvo que sostener a Rebeka para que no se le fuera encima a Liz. Por otro lado, Miguel también tuvo que aguantar a su chica, con tal que no se pusiera de pie y se enfrentara a la trigueña. Las dos actuaban como que tenían ganas de caerse a golpes desde hacía un buen tiempo.
—Ustedes eran mejores amigas y ahora mírense —dijo Omar, sin entender lo que estaba pasando.
Miguel no tuvo que hacer memoria para recordar los tiempos en los cuales ellas estaban inseparables por los pasillos y estudiaban juntas.
—Acaso no es obvio —aseguró Rebeka, quien se había quedado callada por mucho tiempo.
—La razón por la cual dejamos de ser amigas es la misma por la cual ella anda con ustedes, pues con su veneno puso a cuanto estudiante pudo en mi contra, regando comentarios y chismes falsos.
—¡¡¡Cállate estúpida, eso no es verdad!!! —gritó Liz fuera de sí, como si estuviera acorralada.
—Novia de Miguel ¿Querías estar con Omar? ¡No me hagas reír, lesbiana de mierda!
—No, no… mientes. Eres una mentirosa, nadie te va a creer semejante mentira. Yo no soy lesbiana, no tienes pruebas…
—¡Oh! Me vas a decir que tan solo estabas dispuesta a practicar…
Omar y Miguel observaron el comportamiento histérico de Lizandra.
Ante la presión de las miradas, la rubia gritó con todas sus fuerzas, con tal de opacar las calmadas palabras de Rebeka. Movió sus manos y cabeza frenéticamente hacia los lados, en señal de negación y para ver si existía alguien más que pudiera haber escuchado la noticia. De un momento a otro, Lizandra pasó a sudar frío, tragar en seco, experimentar temblores y sacudidas. Su respiración se descontroló y aunque intentaba tomar el control de los movimientos de su pecho, aguantando el aire tanto como podía, se vio obligada a llevarse las manos a la altura del corazón, pues estaba sintiendo un dolor tan intenso como una puñalada.
Omar dejó de aguantar a su chica, quien ya no mostraba un comportamiento agresivo y se acercó a dónde estaba Miguel, con la intención de ayudarlo en lo que pudiera. Sin embargo, Lizandra lo miró de vuelta, como si se sintiera a punto de morir.
Rebeka se mantuvo detrás de los dos chicos, mirando a Lizandra como si supiera perfectamente lo que estaba pasando, pero a la vez no quería decir nada, con tal de ver cómo desembocaba la situación.
—Amiga… por… favor —dijo Lizandra, estirando su mano entre los dos chicos con tal de alcanzar a Rebeka, quien se paraba de brazos cruzados mirando hacia otro lado.
En ese punto, en la azotea de la escuela, tan solo Rebeka parecía saber lo que le sucedía a la rubia, así como también la manera de arreglarlo. Tanto Miguel como Omar pudieron darse cuenta de esto, gracias a los gestos faciales y las gesticulaciones que Lizandra hacía, para intentar pedir ayuda cuando no podía respirar.
—¡¿Qué le sucede?! —preguntó Miguel sin saber qué hacer.
El joven de expresiones aniñadas estaba preocupado por el sofoco que exhibía su novia, algo que nunca había visto.
Rebeka siguió comportándose como quien estaba ignorando la situación. Haciendo caso omiso a la pregunta, también dejó salir un suspiro.
Tan pronto transcurrieron dos minutos, los síntomas, la apariencia y la condición de Lizandra empeoró tanto que vomitó en el suelo y comenzó a tambalearse de un lado a otro, buscando en qué apoyarse, casi sin color en la piel. Con la boca abierta, las manos sudadas hechas agua y los ojos casi perdidos en la distancia.
—Rebeka, si no vas a ayudarla, al menos dinos qué le está pasando, para que nosotros podamos hacer algo. — mencionó Omar con tono de inconformidad. Desde su punto de vista, Lizandra se veía muy grave como para no hacer nada.
Las palabras de Omar sonaron firmes. En una pareja, necesariamente los dos no debían estar de acuerdo en todo, pero siempre debían apoyar lo que el otro necesitaba.
—No se va a morir… —aseguró Rebeka, un poco suavizada por las palabras de su novio. — Tiene un ataque de pánico.
—¡Ataque de pánico! —repitió Omar, con tal de confirmar si la información que había escuchado era correcta, también para tratar de recordar si había escuchado un término familiar con anterioridad.
—Resulta ser que quienes más daño hacen son los más vulnerables a ser dañados —dijo Rebeka, con el tono de alguien que quería demostrar su punto y restregarlo en la cara de quien estaba ahí. — El secreto que más quería evitar está aquí y ahora, ella no sabe cómo reaccionar… por eso está así, para hacerse la víctima.
Ni Omar, ni Miguel pudieron hacer algo con la explicación, pues no sabían qué era un ataque de pánico. Al no tener idea, solo pudieron atribuirle a la situación la seriedad que estaban viendo en el cuerpo de Lizandra, quien estaba punto de tener un desmayo, mientras que sus dedos y manos se le estaban contrayendo.
—¡¡Un ataque de pánico!! —repitió Omar.
—¡Tenemos que llevarla al hospital! ¡Su corazón está fallando, ya que no puede respirar por el ataque! —gritó Miguel desesperado, a punto de cargar a su chica sobre sus hombros.
Por otro lado, Omar estuvo de acuerdo con la solución y no dudó en ayudar a su amigo con la decisión que había tomado. Por eso, tomó a Lizandra por las piernas e impulsó su cuerpo para que cayera sobre su amigo.
Tras ver cómo Liz sé salía con las suya y aún más estresada por la incredulidad de su chico, que estaba dispuesto a cargar a una víbora, Rebeka finalmente decidió hacerse cargo de la situación:
—¡¿Qué hospital ni ocho cuartos?! A ver, a un lado. Dejen que se siente en el banco, denle espacio para que respire.
Miguel y Omar se quedaron en el lugar, pensando si dejar que Rebeka interviniera o no, al tiempo que escucharon que les decía:
—Si la cargan va a vomitar nuevamente, tal vez se orine y se haga encima — Los chicos se apartaron, no porque esos fluidos les dieran asco ni nada por el estilo, sino porque después del evento, Lizandra no podría vivir con la pena de haber tenido semejante escena en la escuela.
A regañadientes, la trigueña hizo como que no le importaban las condiciones en las que estaba Lizandra. Luego de forzarse a hacer algo, se sentó junto a la rubia y se la llevó al pecho como si fuera una madre que cuidaba a su hija para que no tuviera miedo, después de haber tenido una pesadilla.
Tras pasar la mano por el rostro de la rubia, Rebeka le repitió:
—Todo está bien, respira y se te va a pasar.
En pocas palabras, Rebeka tenía una expresión enojada en su rostro, los ojos afilados de alguien que pretendía matar y hablaba sin articular sus labios. Aun así, entre llantos y respiraciones entrecortadas, tan pronto Lizandra abrazó la crisis, pareció aminorarse. Tanto Omar como Miguel decidieron no hacer nada. Los dos se mantuvieron quietos mientras veían cómo Liz recuperaba el color y se calmaba, lo que le llevo como veinte minutos.
«Alguien que se está ahogando en el mar, va a dejar su orgullo de lado con tal de salvar su vida» pensó Rebeka de mal humor, como si estaba obligada a ayudar a quien no se lo merecía. «No significa que esa persona cambie o actúe diferente una vez esté fuera de peligro, pero mejor salvo a mi novio de tener que estar mirando por debajo de la saya que cargo. A decir la verdad, mi ropa interior es como es por culpa de ella…».
Como quien recordaba el pasado, las cosas felices y los momentos memorables, en el interior de Rebeka el agua comenzó a fluir, lo que limpió el resentimiento y el odio que por tanto tiempo había acumulado y ya no le parecía tan grande.
—Chicos, lo que dije de Lizandra… por favor olvídenlo…— contó Rebeka, un tanto arrepentida.
—No —interrumpió Lizandra—. No creo que seas capaz de perdonarme, pero… te pido disculpas. He sido una mala amiga todo este tiempo. Tarde o temprano tenía que enfrentar las consecuencias. —Tras cambiar la dirección de su mirada, la rubia observó hacia donde estaba su novio y le confesó: — Miguel, Rebeka tiene sus razones para decir lo que dijo, pero no significa que tú no me gustes. Al contrario, después de que nos besamos creo que sentí algo, aunque chocamos nuestros dientes y me mordiste la lengua, me gustaría que pudiéramos seguir siendo novios, incluso llegar a tener algo más íntimo… independientemente de mi pasado.
Miguel se llevó las manos a los lados de su cuerpo, poniéndose firme como un militar y reaccionó a las palabras “tener algo más íntimo” para decirle:
—¡Qué fuerte! ¿Acaso ustedes dos…? —preguntó Omar, como quien había conectado varios puntos y necesitaba sacarse la duda. Después de todo, Rebeka y Lizandra podrían haber roto como amigas porque Lizandra había querido declararse para ser novias.
—¿Ella y yo? —dijo Rebeka con cara de asco—. No, definitivamente no… no en lo absoluto. Ni ahora, ni nunca…
—¿Entonces? —preguntó Miguel, rompiendo la postura que tenía.
Lizandra levantó su cabeza y observó a los chicos sin entender lo que estaba sucediendo. ¿Acaso escuchó bien? Fue tildada de “lesbiana” y los dos chicos no la estaban acusando ni mirando feo, como lo habían hecho al principio, con las otras dos chicas que eran miembros del grupo. Cuando se tiene una imagen mental de alguien, no es raro que las personas se sientan desencajadas ante una situación distinta a la que se imaginaban.
—¡¿A ustedes qué les interesa?! —afirmó Rebeka—. ¿Acaso les excita la idea de que una mujer quiera experimentar con otra?
Ante la pregunta, tanto Omar como Miguel guardaron silencio. No podían decir que “no” porque estarían mintiendo y definitivamente, ninguno iba a dar una respuesta que pudiera inducir a la trigueña a responder con mucha más agresividad de la que mostraba.
—No porque me sienta atraída por otra mujer significa que tenga preferencia por experimentar con ella… al menos no después que perdiéramos la amistad —dijo Lizandra, limpiándose las lágrimas y confrontando las acusaciones de Rebeka—. No soy lesbiana y no quiero que sea un malentendido. Solo estaba explorando…
—Si eres un unicornio explorador, me importa un carajo… ahora despégate de mí — manifestó Rebeka malhumorada, luego de quitarse de encima a Lizandra, quien aún no dejaba de abrazarla.
Rebeka tenía la intención de cortar las disculpas de su amiga. Que la hubiera perdonado y se sintiera un poco mal por su comportamiento, no significaba que todo lo sucedido, hasta el momento, quedará atrás.
—Sí, definitivamente, fue un malentendido—aseguró Miguel, como si quisiera indagar sobre el tema lésbico. — Nosotros podemos confirmar con seguridad… ¿Qué otra manera existe de reparar la amistad que contando ambas versiones de lo que pasó?
—¡No quiero reparar un carajo! Suéltame ya, pesada — reclamó Rebeka. — Además, no pienso confiar en ti más nunca en mi vida. — Luego de ponerse de pie, caminó en dirección a las escaleras y tomó a Omar de la mano, con la intención de marcharse de allí.
De vuelta a los pasillos y sin indicios de que Miguel y Lizandra les estuvieran siguiendo, tanto Rebeka como Omar notaron que el lugar estaba lleno de estudiantes, a pesar que aún era horario de clase. Definitivamente, los profesores hicieron algún tipo de reunión de emergencia y ninguno quería ejercitar su maestría, mientras que los estudiantes, sin nada que hacer, se mantenían dispersados como un rebaño de ovejas sin pastor.
—Señorita Rebeka y joven Omar… —mencionó una voz familiar, que correspondía a la secretaria del director—. Háganme el favor de acompañarme.
Los dos jóvenes que estaban en busca de un segundo sitio para su nido de amor, no objetaron las palabras de la secretaría y la siguieron sin preguntar. Al llegar al segundo piso, la señora sugirió a sus acompañantes que entraran al despacho del director, quien también estaba acompañado por un oficial de las autoridades, que les estaba esperando.
—¡Felicitaciones! —dijo el señor mayor con tono festivo. — Ustedes han logrado que ningún profesor quiera dar clases en mi escuela y aunque no pueden ser discriminados, por ser una violación de los derechos legales, la ley no dice que no puedan recibir privilegios que otros no tengan.
—Siempre y cuando las dos partes estén de acuerdo —dijo el oficial, luego de asentir a las palabras del director.
—¿De qué privilegios estamos hablando? —preguntó Rebeka, con interés.
—De la necesidad de no tener que venir a la escuela, hacer tareas, exámenes o cualquier actividad académica. Aun así, podrán graduarse con las mismas notas que actualmente tienen. No obstante, se les pedirá a cambio, no presentarse en la corte a testificar en contra del profesor que fue arrestado esta mañana ni levantar cargos que puedan perjudicar a los demás instructores de esta escuela.
Ante la noticia, tanto Omar como Rebeka estuvieron de acuerdo, sin ni siquiera pensarlo dos veces. Después de todo, en el trabajo en el cuál estaban, no tendrían tiempo para enfocarse en la escuela y ¿qué mejor beneficio que no tener que hacer nada y graduarse con las notas que tienen actualmente?
—Para culminar con el acuerdo, hagan el favor de firmar el contrato, con un juramento en frente del oficial.
Rebeka y Omar se dirigieron a donde estaba el uniformado para hacer el juramento, antes que el director se arrepintiera del acuerdo.
Luego de salir de la oficina del director, los dos estudiantes eran libres y les vino a la mente el perfecto nido de amor al cual podían ir y no serían interrumpidos, por nada ni nadie. Después de respirar el aire de la libertad, los jóvenes se pasearon por los pasillos como lo haría el dueño de la escuela, si es que aún vivía.
Al principio, tanto Rebeka como Omar, titubearon al poner un pie fuera de la escuela, mientras que aún era de mañana. En circunstancias normales, hacer ese acto era considerado como fuga y condenado con medidas disciplinarias severas. Pero ellos tienen el privilegio de hacerlo, ya que recién firmaron el contrato que decía que sí. Ante los ojos de muchos estudiantes, la pareja se aventuró a salir al mundo exterior en horario de escuela y ninguna de las autoridades, que usualmente deambulaba por el sitio, les dijo algo.
Fueron directo a la casa, mientras se tomaron el tiempo de mirar con detalle las cosas que estaban a su alrededor. Nunca habían tenido la oportunidad de salir de la escuela tan temprano, tener dinero en sus cuentas, suficiente como para comprar todo lo que necesitaban e ir de regreso a la casa en taxi, en vez de usar el tren o el sistema de transporte público de buses.
A pesar de tener el uniforme del centro académico, los dos estudiantes fueron apuntados por muchos dedos y de vez en cuando, alguna autoridad les interrumpió para pedirles identificación y actuar como intermediarios ante las acusaciones Llegó el punto en el que, tanto Rebeka como Omar, se pasaban de un lado a otro, con tal de molestar a esas personas que buscaban algo para quejarse.
Luego de burlarse de las caras de disgusto, expresiones ofendidas, críticas sin fundamentos y comparaciones absurdas, de las personas que se encontraron en su camino de regreso a casa, Omar y Rebeka se bajaron del taxi en el que estaban.
—No estaría de más comprar un poco de pintura para pintar la casa. Aunque pienso comenzar por arreglar la podadora para cortar el jardín y hacer que todo luzca mejor. Mi reina debe tener un jardín digno ¿no es así? — expresó Omar, como quien tenía mucho tiempo libre.
—¡¿Sí?! —exclamó Rebeka, contenta con la noticia.
No era que no pudiera pintar la casa, arreglar el jardín y reparar todas las cosas que necesitaban ser reparadas. Si no que la compañía de alguien la animaba a empezar algo, que tal vez, había postergado por mucho tiempo.
Luego de cargar varias bolsas, los chicos caminaron por el pasillo y miraban lo que podía ser mejorado, cambiado o arreglado, hasta llegar a la puerta de entrada del interior de la casa. Tan pronto Rebeka abrió la puerta, entró al interior sin tocar, de lo cual se arrepintió muy tarde. Con sus ojos abiertos, aguantó la respiración y miró a todos lados, por si su madre estaba acompañada, ya que, después de todo, la había pillado varias veces.
Omar, un tanto intrigado por el tenso comportamiento de su chica, casi pregunta la razón. Pero al ver que ella se relajaba, decidió no prestarle importancia.
—¡Mamá! Estamos aquí —dijo Rebeka, con la intención de anunciar su llegada. Luego pensó: «Menos mal que no está acompañada, se me pasó totalmente por alto tocar antes de entrar. Pero bueno, seguro aún está dormida».
Rebeka y Omar se dirigieron a la cocina para desempacar y organizar lo que tenían, pero, por alguna razón, Omar pudo notar que Rebeka no podía contener la alegría, ni tampoco la noticia de lo que le había sucedido. Ella hablaba cosas que su mamá le preguntaría, como quien quería entender lo que estaba sucediendo por tan temprana llegada.
—Mamá, no lo vas a creer…—dijo Rebeka en voz alta—. ¡Lo que me sucedió hoy en la escuela fue alucinante! Tampoco has visto todo lo que trajimos gracias al dinero que ganamos. Deja que te cuente lo que Omar y yo queremos hacer y vamos a lograr con esta casa. Ahora voy…
Después de desempacar los alimentos, Omar se volteó para ver como Rebeka se fue saltando al cuarto de su madre, de lo contenta que estaba.
Al ser llamada por alguien que no la escuchaba muy bien, o que tampoco podía hablar tan alto, la trigueña decidió dejar que su chico se hiciera cargo de organizar el resto, con tal de ir a hablar con su madre.
Al entrar a la habitación, vio la nota que había dejado por la mañana en el mismo lugar, lo que indicaba que su mamá ni siquiera había salido. «Tal vez es normal que no salga, después de todo, está recién salida del hospital», pensó, La chica no le prestó mucha más atención al detalle y entró con rapidez reclamando:
—Ni siquiera viste la nota que te dejé.
El cuarto seguía oscuro, la comida sin tocar, había un bulto bien cubierto de sábanas y colchas sobre la cama, ningún rastro de pastillas o la botella de alcohol. Justo como había sido dejado hacía unas cuantas horas.
—¡Madre! No comiste nada. ¡Eso se tuvo que haber echado a perder! —exclamó Rebeka, tras sentarse del lado de la cama que quedaba más cercano a la puerta de entrada—. Qué se le va a hacer, ya no queda más remedio. Tan pronto te dé hambre me dejas saber y así te preparo algo ligero y calientito. Regresando al tema, por primera vez, después de tanto tiempo, las cosas me están saliendo bien.
Como si se tratara de una charla entre amigas, Rebeka le contó a su mamá, con lujo de detalles, lo que había sucedido hasta el momento. Cómo Omar y ella llegaron a creer que todo estaba perdido, al punto que lo había encontrado intentando suicidarse, cuando las autoridades la llevaron a interrogación cómo habían tomado la decisión de vender fotos privadas en internet, que se las podía enseñar en cualquier momento, que ella podía hacerlo también y dejar su trabajo. Que finalmente se puso firme y no dejó que el profesor se siguiera aprovechando de ella. También sobre el susto que se llevó con Lizandra y, por último, que en el camino de vuelta habían comprado muchas cosas sin preocuparse si les iba a alcanzar el dinero, además de cómo lucía un taxi por dentro y que Omar quería encargarse de la casa.
Desde la cocina, Omar pudo escuchar lo elocuente que resultaba la conversación por parte de su novia, cómo se detenía para recibir respuestas o preguntas y así seguir hablando de vez en cuando, por casi una hora. Sin saber qué hacer, con tiempo suficiente para organizar todo lo que había traído del mercado, a Omar se le ocurrió preparar algo de comer, pues casi era medio día.
Con un plato servido con jamón, quesitos y galletas, el chico no tardó en dirigirse al interior del cuarto en donde estaba su suegra y novia.
Tan pronto pidió permiso y escuchó las palabras de su chica permitiéndole entrar, abrió la puerta y se las ideó para encender la luz. Tras acercarse a la cama, dejó caer todo lo que tenía en las manos directo al suelo y por la sorpresa, se quedó petrificado en el lugar.
—Omar, más cuidado. ¿No es verdad, mamá? Que ahora tengamos dinero, no significa que podamos malgastarlo. — Luego del comentario, Rebeka se rio y le dio un pequeño toque a su madre en el brazo, que le hizo reaccionar. — Lo siento, aún te duele, no me di cuenta… qué cabeza la mía.
—Rebeka… ¿Te sientes bien mi amor? —Omar trago en seco.
—Sí, ¿por qué preguntas?
Omar guardó silencio, no sabía qué hacer o cómo actuar. Podía jurar que estaba viendo el cadáver de una persona. En ese caso, Soe, su suegra y la madre de su novia, estaba con los ojos abiertos, pálida como un papel, dando una sonrisa cálida que no encajaba con el semblante frío e inanimado que tenía.
El chico parecía estar preguntándose, una y otra vez, si lo que tenía enfrente era verdad. Después de todo, el comportamiento de su novia no estaba fuera de lo normal. Rebeka era la más racional, objetiva e inteligente de los dos, no era imposible que estuviera sucediendo lo contrario a lo que estaba viendo.
—Mi mente me está engañando —dijo él, en voz alta, como quien creía estar loco.
Para Omar la posibilidad existía, aun así, miró por unos minutos el pecho del cadáver, para ver si hacía algún movimiento. ¿Cómo saber si alguien está respirando? ¿Podría alguien no respirar y aún estar vivo? ¿Se puede respirar y no mover el pecho?
Mientras el corazón latiera, la persona se mantendría viva, aunque no respire, pero Omar no sabía chequear los latidos del corazón de alguien. Ni siquiera se le pasaba por la cabeza, pero si su chica habló y había hablado con su madre con tanta naturalidad, por casi una hora, ¿podría estar realmente muerta?
Los muertos no hablan, ni hacen preguntas. Rebeka tenía que haber escuchado a su madre haciéndole preguntas y verle prestando atención, de no ser de esa manera, su hija se habría dado cuenta que algo no estaba bien con su mamá. ¿Significa que estaba equivocado?
«Este chico que tengo», pensó Rebeka, casi poniendo sus ojos en blanco. «A veces no es que sea el más brillante, pero para mí es el único que se merece estar conmigo. Me lo demostró con creces. Mi madre tiene razón al aceptarle en la familia con mucho cariño, no me puedo quejar».
Después de estar perplejo por un tiempo, al punto que Rebeka se dignó a bajarse de la cama en la cual estaba sentada, para recoger lo que había en el suelo, él decidió darle una vuelta al cuerpo de Soe, con tal de seguir buscando indicios que confirmaran su suposición, sin necesidad de preguntarle directamente a su novia y quedar como un tonto.
Con tan solo unos pasos, Omar pudo notar cómo del otro lado de la cama, sobre el suelo, se encontraban los dos contenedores de píldoras sin tapa, tan vacíos como la botella de alcohol. Al estar más cerca, el chico también pudo ver cómo Soe estaba boca arriba, tenía la boca abierta con líquidos aún por tragar y se podía notar cómo la almohada estaba húmeda.
Indiscutiblemente, ante los ojos de un experto, Soe se había quedado dormida en una mala posición y ahora, ante los ojos de Omar, se había ahogado con su propio vómito. Sin embargo, a los ojos de Rebeka, su madre estaba más saludable y contenta que nunca. Tanto así, que incluso le ofreció un poco de la comida que había recogido.
Luego de caer en el suelo, Omar comenzó a rascarse la cabeza con locura, entre gritos y se golpeó la espalda contra el armario, lo que provocó la preocupación de su novia.
—¡¿Cariño?! ¡¿Qué te sucede?! —Rebeka fue a socorrer a su novio, quien parecía tener el peor dolor de cabeza del mundo.
—¡¡¡Aaah!!! ¡¿Es mi culpa?! —dijo él, al punto de querer arrancarse los cabellos, mientras lloraba.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Yo… las pastillas que robe… el alcohol… anoche contigo…
Desde el punto de vista de Omar, le resultaba imperdonable la situación que había ocurrido por tomarse la atribución de traer algo que, en combinación con el alcohol, podría ser letal. Era aún más imperdonable, que, por estar teniendo sexo, no hubiera dejado a su chica preocuparse por la salud y bienestar de su suegra, cuando más la necesitaba.
—¡Omar, me estás asustando! ¡¿Qué te sucede?! —exclamó Rebeka, casi al borde del pánico.
Omar alzó la cabeza sin saber qué decir y aunque pudiera estar fuera de contexto, no pudo aguantar reírse, mientras las lágrimas salían por sus ojos y se golpeó en la cara.
Con esfuerzo de su parte, Rebeka sostuvo las manos de su novio para que no se siguiera golpeando. Al ver el comportamiento errático del chico, se alteró tanto, que comenzó a gritar.
—¿¡Qué te pasa!? No te sigas golpeando —gritó Rebeka, sin saber qué más hacer, pues su fuerza no se comparaba a la de él.
—Yo la maté…
—¡¿Pero ¡¿qué dices anormal?!
—Yo la maté… yo la maté, yo la maté… yo le di pastillas… ella se murió, ella no vive… ella… ella… ella… lo siento, lo siento, lo siento…
—¡Madre, haz que entre en razón! ¡¿Qué hago?!
—No puedes hacer nada mi preciosa… —dijo Soe con voz calmada y gentil. — Él tiene razón. Al menos en la parte que dice que estoy sin vida. Pero no dejes que se culpe de lo que me pasó. Tú tampoco debes culparte. Nadie tiene la culpa.
Rebeka abrió sus ojos y tan pronto volteó su cabeza, observó hacia atrás. En ese momento, su mamá no estaba sentada en la cama con la apariencia que anteriormente tenía, sino que había cambiado.
—No —negó Rebeka, casi sin fuerzas para hablar.
—Hija mía, dime, ante tus ojos ¿Aún me sigo viendo viva?
—Eso ya no importa… no te puedes marchar y dejarme sola —suplicó Rebeka, acercándose a la cama, extendiendo sus manos y tratando de abrazar algo que estaba en el aire.
—Déjame ir. Ahora que estás feliz, creo que es el mejor momento… Sin mí, estoy segura que seguirías viviendo. Por esa razón estoy tan contenta que lo tengas a él y que todo te esté yendo bien. No necesitas tener una carga como yo, nunca te pude proteger ni estar ahí para acompañarte a crecer.
— ¿Nos volveremos a ver? —preguntó Rebeka.
Soe no parecía saber la respuesta a la pregunta formulada por su hija y simplemente guardó silencio. Como quien había vivido toda una vida en dolor y pena, dejó que su espíritu se marchara de su cuerpo.
En cambio, Rebeka le repitió a su madre tantas veces como pudo “no me puedes dejar”, mientras que Omar no se atrevía a acercarse a su novia por miedo a ser rechazado o despertar una actitud negativa en quien recién aceptaba la realidad.
—No se puede ser miserable sin antes haber experimentado el significado de la felicidad, así como mismo no se puede experimentar la pérdida de lo que nunca tuviste. ¿Esto es lo que significa estar vivos y que vamos a morir? ¿Entonces, para qué vivir si todo lo que tengo lo voy a perder, tarde o temprano? ¡¿Para qué vivir con miedo a perder lo que nunca tendré?! ¡Ay! Madre, te necesito… aún tengo miedo a crecer.
Rebeka gritó con todas sus fuerzas, tanto que las lágrimas dejaron de salir por el enojo tan grande que sentía. Luego de romper lo que tenía a su alcance, golpear las paredes y los objetos que podía romper, ante los ojos de su novio y el cuerpo muerto de su madre, deseó con todas sus fuerzas ver al mundo arder, sin que le importaran los que vivían en él.