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Una casa y cinco jóvenes
Reina Del Cielo
Chapter 22
“Pop”
«Puedo sentir su dedo moviéndose de forma circular, haciendo cosquillas alrededor de la carne apretada en mi cola, pidiendo entrar, presionando el centro, buscando abrirme y colarse adentro. Por desgracia, ni el agua ni el champú son tan resbalosos para esta tarea. Tal vez un poco de acondicionador hubiera facilitado la tarea, pero terminaría en fuego. Es mejor aguantar la presión de su dedo seco abriéndose paso en mí. Tengo que relajarme, respirar, soltarme y dejar que su dedo siga entrando, aunque me duela y raspe».
Rebeka estaba contra la pared, abrió la boca y levantó su cabeza, mientras respiraba hondo, con suavidad y sin tensar sus dedos o los músculos de su cuerpo. Una vez lleno sus pulmones de aire, abrió la boca y dejó escapar suavemente un suspiro, tras lo cual soltó un gemido sensual.
Con agua como único lubricante, los músculos carnosos que conformaban el esfínter de Rebeka, cedieron hasta tragarse el primer nudo de la falange del dedo gordo de Omar.
Rebeka sintió que estaba siendo invadida desde su posición contra la pared. El momento de estar entregando su agujero menos usado, no se podía sentir más morboso para ella. Tanta era la excitación que, en pocos segundos, Omar terminó empujando y moviendo de arriba a abajo su dedo dentro de su ano y aunque provocaba dolor, incomodidad y deseos de evacuar, la sensación ni siquiera se comparaba al placer que traía.
Después de notar que quizá el agua no sería suficiente, Omar escupió desde arriba y la saliva se abrió paso hasta caer en su segundo nudillo. El fluido lubricante proveniente de la boca del chico, no pudo cumplir su propósito de entrar dentro de su novia y terminó en el suelo de la bañera.
Rebeka sintió cómo el dedo que con tanta dificultad le había invadido las entrañas, ahora estaba siendo removido con brusquedad. La sensación que provocaba su salida, mientras se esforzaba por relajar los músculos, era como la de ir al baño, por lo que no era muy placentera y le erizaba los poros de la piel, poniéndole los cabellos de punta.
«Se ve que no le están metiendo el dedo a él ¡Una vez que algo está adentro, es de sentido común no sacarlo tan rápido!», pensó, ante la incómoda sensación de sentir cómo le sacaban algo que ya le habían metido. «Pero si entró una vez, la segunda va a entrar con más facilidad… o eso espero».
Con la piel de gallina, Rebeka pudo sentir cómo su novio se agachó, se valió de sus dos manos y le abrió los glúteos tanto como pudo. El chico colocó una considerable cantidad de saliva sobre la punta de su lengua y luego de usar una presión considerable de aire, disparó el fluido desde adentro de su boca hasta el centro del trasero de su chica.
Rebeka no tenía idea de lo que su chico se había propuesto a hacer. De repente, fue sorprendida por una corriente de aire, que precedió a un latigazo que hizo que su esfínter se abriera y cerrara varias veces, como si quisiera tomar la saliva que le habían metido a presión.
«¡¿Me ha lanzado una escupida?! ¡No lo puedo creer!» se dijo, luego de abrir los ojos con sorpresa, arrojar su cabeza hacia atrás, para sonreír con excitación y malicia por el inusual evento.
Omar se volvió a poner de pie y esta vez, sin el previo calentamiento de recorrer su dedo por la espalda arqueada, puso su pulgar de vuelta al esfínter de su chica.
«Tenías que haber hecho eso desde el primer momento» pensó Rebeka, tras poner los ojos en blanco y dejar que la saliva cayera al suelo desde su boca abierta. «¡Ahora sí! Su dedo entró en mí sin ningún problema, es maravilloso».
Omar ni siquiera se detuvo para que su dedo pulgar pasará más allá de la primera falange hasta la segunda, debido a que hizo un movimiento uniforme e ininterrumpido. En un segundo, Rebeka sintió el nudillo del puño de su amado chocando con su anillo de carne. Ese era el indicativo de que no podría avanzar, por mucho que presionara.
«¡Qué bien se está sintiendo!» sintió Rebeka, mientras dejaba escapar sonidos de su boca. «Qué espléndida es cada sensación, cómo menea su dedo, le da vueltas, lo retira con lentitud, lo vuelve a meter, lo saca por completo. Esto debe de ser por todo lo abierta que estoy».
—Te mereces un regalo —dijo Omar, al oído de su amada.
Ansiosa por recibir el regalo, Rebeka pudo sentir cómo se le posaban cuatro dedos sobre la entrada de su naturaleza. Con el dedo gordo de su chico metido hasta el final y los otros cuatro sobre su clítoris o en los alrededores, abrió más las piernas y aceleró la respiración que tanto quería controlar. Era un regalo sentir cómo le frotaban la campana del placer, en compensación a los estrepitosos movimientos que él le hacía sentir. Después de todo, era la misma mano la que hacía dos funciones y si ella quería que le masturbara con más brusquedad, el dedo gordo de él se movería para lograrlo.
—¿No me vas a decir que es agua todo este líquido viscoso y caliente que tienes entre las piernas? —preguntó Omar, de forma retórica—. Creo que con eso es suficiente, no te olvides que el propósito de esto es abrirte, no que te vengas.
Cuando los cuatro dedos delanteros de Omar dejaron de tocarle, Rebeka cerró sus puños y pegó su frente a la pared. En ese momento, sintió cómo el dedo al que ya estaba tan acostumbrada también se retiró de su interior, mientras se presentaron dos invasores más, que no tuvieron piedad y valiéndose de los fluidos que ya tenía, se abrieron paso con un movimiento circular.
«¡Mi carne se estira! Siento cómo me abro y no me resisto. Al contrario, empujo hacia afuera para soltarme más».
Las caderas de Rebeka chocaron contra la mano de Omar. «¡Ufff! Él gira su mano, hace que sus dedos den una vuelta de ciento ochenta grados, de derecha a izquierda ¡Aaah! Ahora de izquierda a derecha, mientras entran y luego salen. Desgraciado ¿Qué estás haciéndome, que me gusta tanto?».
Con una respiración agitada, Rebeka comenzó a mover sus caderas como si estuviera siendo empalada, todo hasta que los dos dedos se retiraron.
«Mmm, ¿Por qué?», se preguntó, cuando una vaga idea se le pasó por la cabeza y le dejó emocionada. «¿Acaso está planeado usar tres dedos?».
Los dedos de Omar eran casi dos veces más gordos que los de Rebeka. En otras palabras, dos dedos de él hacían el diámetro de tres dedos de ella, quien perfectamente recordaba nunca haber podido meterse cuatro dedos.
El reto de si podía o no conseguirlo, era lo que más le excitaba a la chica y ante la entrada empinada que mostraba sus puertas abiertas, Omar colocó tres dedos como si estuvieran en forma de lanza, a punto de ser encajados al interior de la carne. Sin esperar mucho tiempo a su chica, comenzó a presionar con movimiento ascendente.
—¡Ohhh! Me duele —gritó e hizo que su chico se detuviera, pero luego le suplicó: —No te detengas, me gusta que me empujes con un poco más de fuerza de la que harías si estuvieras metiendo dos dedos.
Tras recibir la confirmación que podía continuar con lo que estaba haciendo, Omar demostró más firmeza en la fuerza que ejercía y siguió empujando.
«Están entrando los tres» pensó Rebeka, tan asombrada como excitada. «Se sienten enormes, grandes y gordos, como si me estuvieran desgarrando. Duele, duele más de lo que se resbalan y eso que están bastante lubricados. Sus tres dedos van entrando aún más, abriendo mis entrañas… increíble que pueda lograr esto con su ayuda».
Omar llegó a la base de su mano y antes de seguir moviendo los dedos, decidió andarse con cuidado y sacar los dedos. Las expresiones faciales de su novia eran características de alguien a quien le estaba ardiendo lo que le hacían. Recordó que hace poco, por desesperado y no pensar en el dolor ajeno, perdió la oportunidad de experimentar uno de los placeres más prohibidos del cuerpo. No quería perder la oportunidad de tomar la foto que buscaba. Después de todo, su chica se mostraba bastante ansiosa por terminar con la sección de trabajo y disfrutar de lo que traía consigo el descanso.
—Metiéndolos y sacándolos varias veces, haces que me ajuste al tamaño de tus dedos y que se sienta… increíble —aseguró Rebeka, a punto de enloquecer, quien producto de la excitación, le pasó la lengua a la losa de la bañera, que estaba más que empañada por su aliento.
Omar estaba detrás de ella, filmando todo lo que podía con la cámara del teléfono, moviendo sus dedos como un experto, fascinado de lo fácil que llegaron a entrar y a salir. Con un poco más de confianza, los sacaba, metía y movía. Hacía vibrar a su chica, encogía sus dedos dentro de ella, mezclando saliva y otros fluidos.
—¿Crees que se te quede abierto si te saco los dedos? —preguntó Omar.
—Sí —respondió Rebeka.
—Perfecto — indicó Omar, quien sacó sus dedos y se agachó, luego de cambiar el modo de la cámara. — Ups, no quedó abierto… tendrás que abrirlo tú misma. Dale, ábrete por mí. Lo quiero bien abierto, déjame verte lo más adentro que pueda.
Ante las órdenes de su novio, con la frente aún pegada en la pared y como perra en celo, Rebeka posó las palmas de sus manos sobre sus glúteos para separarlos hacia los lados y con cuatro dedos, dos de cada mano, se penetró tan profundo como pudo. Contenta de haber cumplido una de sus fantasías más íntimas, abrió sus entrañas lo más que pudo y sintió cómo el aire le entraba por ambos agujeros.
Rebeka se podía imaginar la morbosa sensación que sentía su novio al mirarle por dentro. Mucho más que eso, como le estaba tomando una foto, le provocaba ver semejante imagen en otro momento.
«Ufff, de esta forma». Rebeka no pudo dejar que su imaginación volara. «Si él me escupiera nuevamente o aún mejor, si su miembro escupiera leche, si su semen se escurriera al interior. También me excita si me estuviera vaciando su vejiga, ¡¿cómo se sentiría?! ¡Oooh! Qué barbaridad, mi mente se pierde entre perversiones, deseos y fantasías que surgen entre el momento… pero…».
El sonido de una foto siendo tomada hizo que Rebeka regresará al presente.
«Ya, solo queda una foto más. Ahora ¿Qué vendrá?».
Enloquecido como un animal, Omar se levantó de donde estaba, con su mano libre tomó a Rebeka por los cabellos y aunque no tuvo el valor de tirar de ellos, le ordenó:
—Arrodíllate.
«¡Sí, no más palabras, sigue así», pensó Rebeka, dispuesta a seguir los movimientos que su amado le guiaba a hacer!
Tras hacer que su chica se arrodillara y volteara frente a él, Omar no pudo evitar premiar el buen comportamiento de ella, al darle de comer la ración de comida que le correspondía, tan pronto abrió la boca.
Rebeka sacó la lengua e instintivamente se puso las manos en la espalda. Podía inferir lo que venía, cuando su chico le trataba con tanta brusquedad.
«Estás a tu límite, ¿no es así?», pensó la chica, como si le estuviese preguntando a Omar, pero evitó hacerlo.
—¡Sssh! ¡Mmm! ¡Agg! —Eran los sonidos que Omar podía escuchar, después de todo, su novia estaba ahí, agachada en frente a él, atragantada por el tronco cilíndrico de carne, del que tan solo le cabía la mitad en la boca.
Rebeka no se asustaba con el tamaño y lo demostraba con la determinación de su mirada. También creía que en la posición correcta y con el esfuerzo necesario, el resto de aquel miembro, grueso, gordo y venoso podría quedar entre sus labios, aunque significaba que la punta le llegara a la garganta. Ella no tenía asco de chupar lo que no era un helado, no se derretía ni desgastaba, pues lo veía como un caramelo sabroso, grueso y caliente, que podía chupar, lamer y hasta morder, sin que se pudiera acabar. Sentía que mientras más lo hacía más gusto le tomaba, porque se volvía más fácil. Toda su boca se volvía agua con cada embestida que el miembro de su hombre le daba en la garganta.
Arrodillada ante su chico, no se sentía sumisa e indefensa, pues era invadida por un sentimiento de poderío y superioridad, que le hacía querer perfeccionar sus técnicas amatorias orales. Estar ahí, ante él, degustando semejante momento con su lengua, en el cielo de su boca, la parte interna de sus cachetes, sus amígdalas y por último el inicio de su garganta, era parecido a ser premiada. Sin embargo, mientras menos tosiera y más chupara, podría disfrutar de ese regalo con mayor plenitud.
«¡Soy tuya! ¡Contrólame! ¡Poséeme!» pensó Rebeka. Tal vez en un futuro no muy lejano, ella expondría sus pensamientos con más libertad, pero ahora no era el momento.
El estado de excitación de la trigueña corría pegado al techo. Aguantándose de las firmes nalgas de su chico, Rebeka se las apañaba para no perder el equilibrio de sus piernas, mientras estaba agachada y para no tocarse su zona desbordante de placeres, pues sabía que, si lo hacía, no tardaría en tener otro orgasmo.
—¡No te controles! ¡La quiero completa, dámela toda, que lo estoy deseando! —advirtió Rebeka, tan pronto el glande de su novio se posó sobre su lengua y pudo hablar correctamente.
Aun así, se podía notar que, gracias a la excitación, lo que más deseaba era que el miembro le llegara al fondo de la garganta.
Al escuchar las palabras de su chica y hacer contacto visual con el camino abierto de una boquita preciosa, Omar apretó el agarre que estaba haciéndole a los cabellos de ella y con un movimiento lento pero constante, empujó hasta chocar con su paladar. Luego de convertir los deseos de su novia en órdenes a cumplir, continuó presionando y adentrando su miembro.
«A decir verdad, ¡me agrada más esta manera!», analizó Rebeka con los ojos abiertos, mirando el abdomen de su chico, el pecho y su barbilla. Con la boca de par en par y la lengua afuera, sentía cómo aguantar el aire y controlar las ganas de hacer arcadas, calentaba sus orejas, cara, cuello y pecho, más de lo normal. «No tengo que succionar cuando él hace de mi boca un agujero del que puede usar y abusar».
Después de notar que tan solo quedaban dos dedos para que su zona púbica hiciera contacto con los labios de su chica, Omar vio cómo la cara de su amada se enrojecía a más no poder. Las venas de su cuello se brotaron, los músculos alrededor de la mandíbula se tensaron y los ojos comenzaron a cristalizarse con lágrimas, por aguantar los deseos de toser, vomitar y no poder respirar. Tras sentir que estaba haciendo algo que no debía, sacó su miembro de la boca de su chica.
El trozo de carne gruesa, tiesa, caliente y venosa estaba todo embadurnado de fluidos espesos que se escurrieron sobre los pechos y la barbilla de Rebeka, mientras que ella buscaba llenar sus pulmones con aire.
«Parece que no quiere lastimarme y aún intenta controlarse», pensó la chica, quien tan pronto sintió cómo se le aminoraba el calor que sentía en su rostro, continuó al acto de felación. «Aún no puedo meterla completa, a pesar de lo alucinante que se siente. El problema es que la apunta hacia arriba y eso hace que le sea imposible hacer el descenso por mi garganta, pues choca con el final. Acostada sobre la cama, boca arriba y con la cabeza colgando, sería un ángulo más natural, pero no quiero moverme de este lugar, aún no me he secado los cabellos, ni tampoco he hecho la última foto como para olvidarlo todo y entregarme a un maratón de placer».
Con una idea en mente, Rebeka cambió la posición de sus pies. Pasó de estar agachada a arrodillarse, mientras encorvó su columna vertebral y escondió un poco sus pechos. Luego de dejar de lado el hecho de que tenía metido el talón de su pie derecho dentro de sus caderas húmedas y desbordantes, el nivel de su boca bajó considerablemente, en comparación a como estaba. Antes, su boca quedaba a la altura de la cintura de su chico, ahora estaba por debajo.
Tras ver la cara de su amada por debajo del nivel anterior, Omar sintió cómo le lamía el saco de carne que le colgaba, como si de un helado se tratase. Para él se sentía rico, pero no se comparaba en nada a lo que su miembro pedía. Ya que tenía el teléfono en una mano, se vio forzado a dejar ir los cabellos de su chica, para agarrarse el miembro y bajarlo, de modo que apuntara al suelo.
Como le pasaba a la rama de un árbol, el poco flexible trozo de carne se vio obligado a cambiar la dirección en la cual apuntaba, al punto en el que pareció que se iba a partir y las venas se le salieron aún más. A Rebeka eso le pareció tan doloroso como se veía, pero era ideal para las intenciones que tenía.
Con la boca abierta, un miembro viril que apuntaba hacia abajo y que eventualmente disminuyó la presión de la sangre que le endurecía, reanudó la felación.
Luego de sacudir el trasero de manera sensual, los pechos de Rebeka también se movían de un lado a otro. Para Omar, ella aún no tenía la boca llena y no podía reprimir o dejar salir algún gemido de forma voluntaria. Tras interpretar los sonidos, como si de pedidos desesperados se tratara, él apuntó su miembro y bajo sus caderas.
Con cada embestida por parte de su chico, Rebeka pudo sentir cómo el tronco de carne se adentraba con mucha más facilidad que antes. Después de mirar desde abajo, encontró dos ojos que se asemejaban a la mirada de un niño que pedía permiso para hacer algo malo.
“Tienes mi aprobación para hacer lo que quieras con mi boca”, manifestó la chica con su rostro.
Con más esmero que delicadeza, Omar dejó de sostenerse el miembro, para volver a posicionar su mano sobre la cabeza de su chica y empujar sus caderas, mientras la agarraba bien por los cabellos.
Con agitada respiración, Rebeka aprovechaba cada momento que podía para oxigenar sus pulmones, pues no sabía cuándo su amado le iba a devolver la respiración que le faltaba.
«Ahora si va a llegar hasta la base…», se dijo Rebeka, tentada por la excitación que traía consigo y el reto de lograr algo que antes no había podido.
Con la lengua tan afuera como podía, para hacer espacio en su boca, Rebeka dejó caer las manos al suelo en señal de que no pondría resistencia en el acto. Cerró los párpados, abrió las fosas nasales y mostró lo dispuesta que estaba a tragarse completa la comida que se le daba.
Desde el punto de vista de Omar, la situación era un tanto arriesgada, después de todo, la puerta del baño aún seguía abierta, mientras que debajo de las escaleras estaba su suegra durmiendo. ¿Qué sucedería si ella se asomaba a ver semejante escena? Las arcadas que salían de la boca de Rebeka, las lágrimas goteando de los ojos de una chica inocente, los fluidos regados por el cuello, su miembro perdiéndose en la boca de alguien que no decía malas palabras y era educada al hablar, mientras le sostenía la cabeza.
La emoción que proporcionaba la peligrosa situación era excitante, para quien le daba placer, como para quien lo estaba recibiendo.
«Me la estoy engullendo, golpe tras golpe”, pensó Rebeka, quien había dejado las riendas de la situación en las manos de su chico. «No puedo respirar. No debo respirar. Ya casi estoy en el final. No quiero detenerme. Se me salen las lágrimas. Siento el deseo de vomitar, las arcadas se hacen más frecuentes, pero no debo detenerme».
En ese momento, Omar presenció las mismas expresiones que le intimidaron anteriormente, pero la decisión en los ojos de su chica hizo que se mantuviera firme y no dejará de sujetar la cabeza de Rebeka, empujándola por los cabellos hacia él.
«Lo veo y él me ve. Puedo seguir aguantando, aunque no pueda seguir controlando mis manos. Esta sensación ya es incontrolable, hace que mi cuerpo tiemble sobre mi talón. Con mis caderas moviéndose de un lado a otro, me estoy masturbando sin usar las manos al punto de venirme. A veces quisiera no sentir estos deseos de vomitar tan desagradables que ensucian un momento placentero como ningún otro, no sentir dolor la primera vez que meto algo a mi cuerpo, no sentir incomodidad cuando uso mi otro agujero como objeto de placer y definitivamente no sufrir tanto el día que tenga que traer un bebé a este mundo. A pesar de lo mal que se puedan sentir estas sensaciones al principio, vencer el miedo y disfrutar de lo que viene, en mi opinión, es la verdadera definición de lo que es amor».
Sin poder aguantar más, Rebeka rompió el contacto visual con su chico, levantó el mano tan alto como pudo y dio dos toques en el muslo derecho de él.
Tras interpretar el gesto como una señal de descanso, Omar alejó sus caderas, sacó su miembro de la boca de su novia y fue testigo de cómo ella se recuperaba de la situación. Su rostro tenía fluidos, estaba enrojecido y se podía notar un tanto disgustada, lo que le hizo que se andará con más cuidado.
«¡Si vomito no me importa!», pensó la chica, un tanto frustrada consigo misma, como quien se preparaba para darlo todo en la siguiente ronda. «De todas maneras estoy en la bañera, justo al lado del sanitario».
Después de entender que le había dado suficiente tiempo, Omar acercó despacio la punta de su músculo amatorio a los labios de su chica. Tal como lo había hecho anteriormente, apenas Rebeka respiró hondo, levantó sus ojos, abrió su boca y sacó la lengua, él se lo introdujo, valiéndose de un movimiento uniforme. Tan pronto hizo contacto con el final de la garganta de su amada, comenzó a empujar la cabeza de su chica de forma más agresiva, como si estuviera corriendo contra el tiempo.
Con el miembro de su chico chocando con el final de su garganta, Rebeka dejó salir la última bocanada de aire que le quedaba. Sacó un poco más la lengua, alzó la barbilla y levantó el cuello, con tal de acomodarse un poco mejor. De un momento a otro, sintió como si al final de su garganta existiera una especie de bache o barrera, algo que, después de tanto trabajo, Omar pudo rebasar con brusquedad.
Gracias a la fuerza que generaba y que su miembro se había vuelto lo suficientemente maleable como para dejar de resistirse a seguir el camino que tenía, Omar pudo sentir cómo pegó su ingle contra la cara de Rebeka. Finalmente, sintió su piel contra la quijada de su amada y con su segunda cabeza, tocó tan profundo como podía llegar y mostró una expresión victoriosa por ese logro.
Rebeka abrió sus ojos en señal de sorpresa, por lo que estaba sucediendo. Parecía imposible y no se esperaba haber cumplido semejante acto, pero ahí estaba, contenta de no haberse rendido e intentar tantas veces como fuese necesario. El miembro de su amado apenas se sentía en la base de su garganta, era más como un bulto que no podía ser tragado. Pero ahí estaba y se hizo memorable.
Co rapidez, Omar salió de la boca de su amada y le preguntó:
—¿Estás bien? Sentí como que algo…
Él dejó de hablar, ya que no podía describir la sensación que sintió con la punta de su pene al bajarse bruscamente y pasar por la faringe para entrar en la laringe de su chica.
—¡Vuélvemelo a hacer! —pidió Rebeka, con el entusiasmo de alguien que había logrado resolver un problema difícil y quería confirmar que no era casualidad.
Omar Cumplió la orden de su chica, que tan pronto terminó de hablar y abrió la boca, ya estaba colocada en la misma posición. En su interior, Rebeka creía que había sido coincidencia, a pesar de haberlo logrado, se quería asegurar de no olvidar la sensación ni la forma adecuada de volver a hacerlo en el futuro. Por eso debía intentarlo de nuevo.
Nuevamente, Omar volvió a empujar sus caderas introduciendo su miembro por la boca de su novia y aunque era de esperarse, se volvió a encontrar contra la barrera de la garganta que no le dejaba pasar. Aunque el “Pop” esta vez fue mucho más fluido, la pausa por parte de Rebeka fue tan notable, como el incremento de los esfuerzos de la mano de Omar.
Estaban ahí, una vez más. No podía ser coincidencia, el músculo amatorio de Omar estaba completamente clavado hasta el interior de la garganta de su amada. Dejando sus miedos de lado y haciéndole caso a las urgencias que le provoca la boca de su chica, se alejó hasta salirse un poco más de la mitad y de una embestida volvió a recuperar todo el terreno que en principio había cedido.
Luego de dos, tres y cuatro veces seguidas, Rebeka sintió cómo su garganta fue asediada por el chico al que amaba y se entregaba en cuerpo y alma. Aunque todavía se las apañaba para mantener sus deseos de vomitar y las arcadas bajo control por un buen tiempo, justo en la quinta estocada un buche de vómito la tomó desprevenida.
Con la boca aún obstruida por el miembro de su chico encajado hasta el fondo, Rebeka pudo sentir como un puñado de fluidos se escurrió entre las comisuras de sus labios y salió disparado a presión hacia afuera. No era semen, pero si comida parcialmente digerida, que debía estar en su estómago.
Omar dejó de sostener los cabellos de su chica y vio como se desconectó de él, tratando de retener el vómito que aún quedaba dentro de su boca, mientras él le señaló dónde estaba el sanitario.
Rebeka dejó caer el resto del contenido que tenía entre las mejillas dentro del sanitario y mientras respiraba agitada, escupió varias veces, con tal de escurrir lo que quedaba entre sus labios.
El escuchó el sonido de una fotografía. Era la última.
En la pantalla del teléfono estaba Rebeka casi con los ojos en blanco, respirando con dificultad sobre el sanitario, mientras que se escupía los pechos, sin darse cuenta.
Luego de terminar de tomar aire, con una sonrisa triunfante, ella levantó su cabeza para ver a su chico, al mismo tiempo que dijo:
—Ohhh, la sensación es tan desagradable. El sabor del vómito es tan fuerte, que tal vez ni estando loca quiera repetir esto en lo que me quede de vida…
Los ojos y la mirada de Omar se desencajaron, al mismo tiempo que dejó caer la mano con la cual sostenía el celular. Él chico bajó sus hombros y actuó un tanto deprimido ante la noticia, como que estuviera deseando repetir el momento, tantas veces como pudiera.
—O al menos no por esta noche. —Ella terminó la frase que había comenzado, corrigiéndola, con tal de ayudar al ánimo de él.
Omar recuperó el entusiasmo y por supuesto, dibujó en su rostro una sonrisa pícara, para luego dejar el teléfono a un lado y agarrarse el miembro. Ahí, dentro del baño, hincada, mirando hacia arriba, vomitada, con la boca abierta y los ojos deseosos de más, estaban Rebeka y su chico, a quien le iba a otorgar un castigo por el susto que le había dado.