«Me siento muerta, enferma. Quiero despertar y no dormir jamás ¿Qué tan difícil será? En esta pesadilla, todo va en cámara lenta. ¡Hurra! “sujeto experimental” está un poco más roto. Si aún pudiera cambiar mi deseo que todo este mundo se rompa y que los que viven en él ardan en el infierno. Ahora me conformaría con tan solo poder bañarme. Sí, abrir la ducha y dejar que el agua purifique lo que estos salvajes han hecho con mi cuerpo. Que me limpie, que queme mi piel si es necesario, que se lleve todo, que atraviese mis huesos. Pero sé que da igual. La mancha de mi alma nunca se irá ¡Oh! Ahora que lo pienso mejor, no se siente tan mal estar en el mundo enajenado de mi mente, en donde solo puedo escuchar mi voz. Tal vez pueda llamarle a él, mi príncipe azul. Quizá no pueda ser yo, pero él sí pueda matar a estos monstruos, sostenerme entre sus manos y hacerme feliz una vez más».
Tres meses pasaron aproximadamente, después de la muerte clínica de Rebeka y el no poder despertar de su pesadilla no era motivo especial de asombro. Había quedado resignada a ni siquiera moverse.
Todo se hacía aún más nublado que al principio, los investigadores no tenían interés en ella. Al parecer, existía otro espécimen que estaba mostrando mejores resultados. Por otro lado, Rebeka no podía distinguir si tenía el estómago vacío.
Tras regresar a la conciencia, no pudo asegurar que estaba sola, aunque aún podía escuchar sonidos que lentamente fueron reemplazados por el tintinar de metales, el ajetreo de líquidos en frascos y el silencio de un sujeto calmado.
Luego de estar suspendida en el aire, volvió a escuchar al líquido moverse dentro de un pomo de cristal, que cuando se abrió tenía el inconfundible olor del formol.
Mediante un paño, la sustancia fría fue restregada por el cuerpo de Rebeka. Dos dedos aprisionaron su seno derecho y estiraron la carne sin parar o dejarla ir. Tras ser pellizcada por la mano de alguien, sintió el característico dolor que provoca la punta de una aguja sobre la piel.
«Un objeto afilado que lentamente se adentra en mi piel y me hiere. ¿Gemir de dolor? Para qué, si solo soy carne ¿Qué derecho tiene una mente desconectada de su cuerpo para gritar por piedad?».
La mano del individuo se movía y dejaba los puntos que atravesaban la carne. Como si fuera un hábil sastre, poco a poco, remendaba de parches viejos todo el cuerpo de Rebeka, que se llenó de agujas encajadas.
«Ya no sé si lo que repito, por repetir… alguna vez fueron recuerdos de una realidad. Tal vez, tuve la vida de alguien más afortunada que yo. Alguien que seguro vivía como humana… No puedo evitar preguntar: ¿Es normal no tener que respirar? O no sentir mi corazón latiendo, ni frío ni calor. De vez en cuando, todo es dolor, pero ahora, ni eso».
Uno de los sujetos agregó:
—Aún se puede mover.
—Maravilloso, simplemente increíble.
«Puedo ver, pero no enfocar mi mirada, solo puedo ver sombras y movimientos. Escuchar, prácticamente sin entender ¿Hablar? Eso ya lo olvidé».
—Sácale el ojo que le queda —dijo el otro sujeto. — La falta de oxígeno lo dañó, no se ve funcional, es mejor reemplazarlo con una prótesis.
«Oscuridad eterna ¿no es así?» se dijo Rebeka.
Sin lengua y sin ojos, con un corazón seco, roto y sin esperanzas, Rebeka seguía muerta y ni siquiera podía sentir su cuerpo.
Quienes habían llegado a hacer el trabajo de restauración, se marcharon por donde vinieron. Todo lo que quedaba del cuerpo muerto era más como el de una muñeca.
Un sonido estremecedor se escuchó, ella aún tenía sus oídos y era prácticamente lo que estaba condenada a percibir.
Alguien abrió la puerta con desesperación y gritó:
—¡Ohhh! ¡Mi precioso sol! Ya no tienes que sufrir más ¡Estoy aquí para ti, mi amor!
El sujeto se acercó, su respiración sonaba fuerte, agitada y caminaba con pasos cansados. Aunque el cuerpo del individuo fue lo suficientemente fuerte para cargar a Rebeka de la mesa en la que estaba acostada.
El sujeto no tenía ropa. La piel casi de porcelana de Rebeka hizo contacto con la carne sudada y babosa de la persona que la cargaba, que no tardó en acariciarle la cabeza y olerle el pelo. Pero no fue suficiente, ya que pasó su lengua por el cuello y la adentró en el oído de ella.
—Sí, piel de caramelo, yo soy el único de tu lado. Casi no podía seguir esperando, ni pensar en lo que ellos te estaban haciendo y lo que estabas sufriendo, pero todo estará bien. Conmigo, todo estará bien. Bésame amada mía, ahora que estamos juntos, después de este largo reencuentro.
Rebeka, pudo escuchar como la boca de semejante sujeto tapó la de ella y su lengua invasiva ni siquiera podía entrar por completo.
—¿Por qué no correspondes a mi beso? —Las palabras del individuo sonaron como si estuviera ofendido. —Acaso ¡¿Sientes asco de mi cuerpo obeso y sudoroso?!
Rebeka no pudo verlo, sentirlo ni darse cuenta, tan solo pudo escuchar que cuando los brazos de aquel sujeto dejaron de sostenerla, le propinó un puñetazo con toda su fuerza, que la mandó a volar, hasta que su cuerpo impactó contra el suelo.
«¿Qué fue eso? Tal vez mi piel no siente mucho, pero mis huesos recuerdan algo familiar. Recuerdos… El sonido de huesos rotos es bastante feo de escuchar».
Tirada en el suelo, como si fuera una muñeca, Rebeka pudo escuchar al mismo sujeto acercándose. Estaba llorando, respiraba entrecortado y trataba de contenerse.
—¡Oh! Yuno. Lo siento, lo hice sin darme cuenta —dijo como quien se disculpaba, al mismo tiempo que se tumbó en el suelo, al lado de su pertenencia. — No es mi culpa que fueras una niña mala, por eso tuve que golpearte, secuestrarte y dejar a estas personas frías y sin emociones experimentar contigo. Pero si te portas bien, de ahora en adelante, te daré todo mi amor sin hacerte más daño, lo prometo ¿Me perdonas? ¡Aaah! Sí, este cuerpo tuyo, tu rostro, tu pelo rosado, tu piel, tus tetas, todo es maravilloso. Eres perfecta, no como ese modelo en tres dimensiones, asqueroso y patético.
El sujeto volvió a romper en llanto. Por alguna razón, a Rebeka le vino a la mente la imagen de una gorda morsa asquerosa que lloraba sobre ella y con sus manos le rodeaba el cuello.
«¿Así que mi nombre es Yuno?», se preguntó, luego de ignorar las palabras del sujeto que le hablaba.
—Por más que quieras, tu perfección no se mantendrá, el tiempo pasa y así te cuide, te volverás fea… Por eso permití que te momificaran, porque el experimento para alcanzar la inmortalidad resultó fallido. ¡Si! Detengamos el tiempo, para que nunca tengas que cambiar, para que permanezcas linda como estás ahora y para siempre. Por favor vive por mí, yo estaré aquí para ti.
El corazón de Rebeka palpitó unas cuantas veces, eso no debía pasar, ya su cuerpo estaba muerto, pero era como si ese órgano tuviera memorias y reaccionara a las palabras que se le habían dicho.
—¡¡¡¡Oh!!! ¡Soy una persona horrible! No creo que existan palabras más enfermas que esas. Por favor, perdóname. Estás llorando y definitivamente, ese golpe que te di te hizo daño. Vendrán mis cirujanos privados y te arreglarán, te pondrán como nueva hoy, así mañana te amaré y compensaré cada cosa desagradable que te hice hoy. Haré que quieras seguir viviendo—dijo el sujeto entre lamentos.
«¿Cuánto tiempo? No sé, aun así, este cuerpo se niega a morir. Otro día y otra vez él. Esta vez es diferente, abre la puerta con cuidado, como alguien deprimido…».
—¡No puedo creerlo! Aunque me lo dijeran, no puedo creerlo —dijo el sujeto. — Pero ahora que lo veo, todo tiene sentido y conozco la razón por la cual tu barriga ha estado creciendo sin parar y te has vuelto fea. Estás esperando un bebé ¡Oh mi dios! No es mío, porque no puedo tener hijos, ya que corté mis genitales hace más de diez años, para terminar con estos deseos invasivos que me entran cuando contemplo a una chica hermosa y joven, como eras tú. He investigado y nadie más ha podido embarazarte en estos cinco meses. Nadie ha podido contaminarte con sus semillas ni ninguno de los que te tocó cuando caíste en este nido de amor y pasión. No obstante, vi cuando te portaste mal y aunque decidiera dejar el pasado atrás, sabes que no me gustan las niñas que no hacen caso, mucho menos las niñas que son feas. Aún estás a tiempo, te puedo ayudar. ¿Podemos compartir la ausencia de nuestros genitales?
«Bebé» pensó Rebeka, cuyo corazón volvió a latir «¡Estoy embarazada! Cinco meses han pasado, tuve una vida, fui la mujer de alguien, tiene que ser así».
Absorta en sus pensamientos, Rebeka sintió cómo, de un momento a otro, algo invadió su vagina. Tal vez en toda su piel exterior no quedaban muchas terminaciones nerviosas por el embalsamamiento, pero era diferente en el interior, ya que sintió algo que le desgarró por dentro, que no pudo describir qué era, pero sí podía sentirlo frío y sólido.
A pesar de no poder moverse, ya que era como una muñeca, intentó luchar por hacerse escuchar. «¡Mi bebé! ¡Mi bebé! ¡No quiero perder a mi bebé!» Pero no podía hablar, pues seguía muerta,
Sobre el sarcófago de cristal en el que estaba, Rebeka se retorció y abrió la boca.
En su mente, gritaba con todas sus fuerzas, se retorcía e incluso trató de morder, con tal de defenderse.
«¡No me quitarás a mi bebe! No, cualquier cosa menos eso», intentó decir, pero tan solo una corriente de aire frío salió por sus cuerdas vocales.
El sujeto vio lágrimas de sangre, ojos que se abrían y cerraban, una boca que quería gritar, pero no podía decir nada.
—No lo puedo creer ¡¿Siempre pudiste hablar?! ¡Siempre estuviste consciente todo este tiempo y nunca lo hiciste por mí! ¡¿Así que quieres más a tú bebe que a mí?! Ya no tengo por qué sentirme culpable por ti, puta, perra ingrata. ¿Sabes? Pasamos un buen tiempo, lo tengo que admitir, pero hasta nunca.
El sujeto metió hasta el fondo aquello que se había propuesto adentrar en el interior de Rebeka y dejó de sostener el cuerpo que temblaba por todos lados.
Rebeka sintió cómo, justo en su zona pélvica, un violento puñetazo la golpeó, tan potente como ninguno, después otro y así sucesivamente, hasta que se cansó.
El sonido que había escuchado con cada golpe, era característico con el de vidrios rotos. Lo que tenía en el interior de su canal de parto era una botella vacía y tras partirla en pedazos, se podía escuchar cómo los fragmentos de vidrio lloraban en su interior, al tiempo que su carne se destrozaba.
«Ahora sí, no tengo nada, solo me queda morir. Si existe un infierno, espero ir con ellos, solo para verlos sufrir. Toda una eternidad no será suficiente para mí».
«Siento, siento frío…», se dijo Rebeka.
Tras mirar a la oscuridad, sin poder dormir, estaba condenada a escuchar cómo el sujeto chillaba, y salía corriendo. Incluso comenzaba a fallarle a Rebeka la vista en la oscuridad. Su corazón siguió soportando el dolor de vidrios rotos por meses y la botella se mantuvo empotrada en la carne como recuerdo permanente. Ninguno de los cirujanos ni el personal médico se atrevía a retirarla, por órdenes del jefe.
Con el tiempo, el sujeto pareció recordar que Rebeka, a pesar de su triste e imperdonable comportamiento, era un miembro valioso de su colección y por mucho que quisiera, no podía tratarla como a una adúltera y como buen coleccionista de muñecas humanas que era, frente a la situación, consiguió aguantar la repugnancia y conformarse.
Con la ausencia de su barriga y recuerdos, Rebeka también había perdido los deseos de vivir para siempre. Su corazón, seco y muerto, latía cada vez que una lágrima surgía de sus ojos con prótesis. Sin embargo, como si fuera una compensación por los maltratos y la falta de atención recibida, en las mañanas, los criados abrían la puerta del sarcófago de cristal, para que le diera el sol y el viento. Tumbada en la oscuridad de un mundo ausente de sentidos, sin ser vista por nadie más, Rebeka cambiaba las expresiones de su rostro pues, gracias a los elementos que hacían contacto con su piel de porcelana, podía ver a toda su familia comiendo sobre la mesa.
Naturalmente, aunque se trataba de personas queridas no era que las pudiera reconocer. Ellos se veían contrario a como ella se sentía, estaban animados, hablando de cosas que ya no podía entender, pero por alguna razón, si recordaba. Eran sucesos en los que una chica llamada Rebeka, había vivido a su manera y provocan cierta nostalgia.
Entre los lamentos del viento, ella sentía que la mayoría de las veces, en las escenas que veía, nunca transcurría el tiempo en silencio, pues todo era alegría. En la casa, después de la gloriosa cena, el padre siempre se quedaba dormido meciéndose en su sillón, la madre recogía alguna cosa, con tal de poder sentarse en su sofá preferido para leerle, debajo de la luz de una lamparita de noche, a la pequeña de cabellos negros. Si no era en la sala, la pequeña se pasaba tardes enteras leyendo algún libro en su habitación adornada de luces estrelladas que se reflejaban en el techo. Ya podía ver cómo Rebeka, la pequeña curiosa, daba cabezadas lentas tratando de no mantener los ojos cerrados y forzando su cuerpo a quedarse levantado. Todo esto hasta que la madre subía las escaleras y con gentileza retiraba el libro que la pequeña leía, para reemplazarlo por un muñeco. Cuando la madre apagaba la luz y se despedía con palabras cariñosas, la pequeña, quien finalmente abandonaba sus deseos de mantenerse despierta, se hundía más profundamente en la confortable cama.
—Buenas noches, mamá.
—Espero que sueñes con los angelitos, mi niña bella.
—Mejor con un príncipe… con mi propio príncipe.
Luego de oír las últimas palabras de la niña, la madre se marchaba en silencio.
Luego de tan agradables recuerdos, Rebeka se dio cuenta que su cuerpo estaba siendo menos expuesto al sol y al viento y pasaba más tiempo sin experimentar memorias. A veces pensaba que la próxima vez que la dejaran hacer contacto con el medio ambiente, podría salir corriendo.
El jefe y los dependientes ya no sacaban el sarcófago de cristal muy seguido y lo dejaban en la oscuridad por un buen tiempo.
A Rebeka le emocionó escuchar como si la estuvieran moviendo, pero esta vez no fue tan solo sol y viento lo que le esperaba, sino también las carcajadas de amigos, el sonido de camareras y meseros sirviendo comida e invitados y comentando sobre cómo estaban los negocios. Entre ellos, pudo identificar a una voz familiar.
—Preciosa creación, mi amigo, tienes gusto —dijo un hombre.
—No, por supuesto que no. Si no hubieras hecho el papel de “anónimo” seguro que este momento no hubiera ocurrido. Por cierto, ¿Cómo está tu hija, Lizandra?
—Aún sigue en su etapa rebelde, buscando a su amiga perdida. Pero bueno, cambiando de tema, él también contribuyó a sacar a Jharol de la cárcel en el momento justo. Creí que la inteligencia en el hotel sería más pesada, pero mis chicos se las ingeniaron para asegurarse que alguien más hiciera el trabajo por ellos.
Rebeka podía identificar que ellos parecían estar mezclados en un ambiente familiar, pero el nombre de Lizandra le palpitar hizo el corazón. Por alguna razón, la conversación que escuchaba la hacía sentirse aliviada. Después de eso, ya no estaba de humor para seguir escuchando comentarios burocráticos, solamente comenzaba a sentir rabia por no ver las imágenes que tanto calor le traían. Ella sabía que tal vez era el objeto de admiración, pero no podía imaginarse algo que la hiciera sentir mejor que recibir el viento y el sol estando a solas.
Sin pensar en lo que le pudiera gustar a Rebeka, una vez que la fiesta se terminó, antes que el personal de limpieza se marchara, cerraron apresuradamente el sarcófago de cristal. Ellos limpiaban el sarcófago con prisa y descuidos. Tanto así, que, con el tiempo, franjas de suciedad, polvo y telaraña se extendían entre los cabellos de Rebeka y su piel se agrietaba. Si pudiera hablar, la chica seguro que iba a reprochar a quienes limpiaban, por la suciedad que allí había. Pero, seguramente, a espaldas del jefe, los empleados la veían como basura, una pieza de arte estrambótica y exótica, que a nadie le gustaba.
Rebeka escuchó a una de las sirvientas quejarse por el hecho de que ella, por ser nueva, estuviera obligada a cuidar del salón de muñecos. “A veces se mueven y parecen llorar… esas cosas tienen que estar vivas” fueron las palabras que en una ocasión logró escuchar.
Con el tiempo, otra persona venía y parecía actuar con poca paciencia ante su trabajo. Tanto así, que con un cubo de agua hizo su trabajo de limpieza, sin saber que la humedad no era buena para las pieles de porcelana de los muñecos, que yacían empotrados e inmóviles, dentro de sarcófagos de cristal.
Las imperfecciones en las pieles de sus obras mandadas a fabricar, fueron notadas por el jefe, quien en castigo por la negligencia, mandó a cortar las manos del perpetrador. Aún con sangre de por medio, el sujeto herido en lo más profundo de sus sentimientos, gritaba y corría sin poder hacer algo, para remediar su mar de lágrimas. Sacudiéndose los mocos, el “jefe” mandó a buscar a los restauradores, tan pronto como fuera posible, tras golpearlo todo, patear las paredes y gritarle con rabia a quien veía.
No tardó mucho tiempo hasta que en el lugar se presentó la voz agotada del restaurador de “muñecos”. Al parecer, ya estaba harto de cuidar y satisfacer las demandas del sujeto que le llamaba, pues tenía otros experimentos por hacer.
—¡¿Quién es ese?! —preguntó el jefe, a lo cual la voz respondió:
—Un nuevo asistente, la verdad me canso de explicar mi trabajo a los jóvenes que no aprenden. Él es un viejo viudo, trabajador de una morgue familiar. Es de confiar, te lo juro, es de confiar… No siente repugnancia alguna por los malos olores, ni hace más preguntas de las que debe. Además, las veintidós piezas mal logradas, no es un trabajo que pueda restaurar solo. Esta mañana también estuvo lloviendo, se acerca la primavera y el mantenimiento se tiene que hacer lo antes posible.
Convencido por las palabras del restaurador, el jefe asintió el trabajo, por lo que, el asistente, de forma débil y lenta, abrió el sarcófago de cristal y empezó a tocar el cuerpo de la primera muñeca. El jefe seguía con atención los movimientos del asistente, como si tuviese miedo de que fuera inexperto y pudiera romper a la obra de arte, más de lo que estaba.
—Yuno ¿No es así?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el jefe con una sonrisa de oreja a oreja, algo que Rebeka no podía ver, pero por la voz, pudo imaginarlo.
—El tonto de mi hijo, tiene un muñeco parecido, pero en comparación a este modelo, el de mi hijo es un pedazo de basura.
—¡Ahh! —gritó el jefe—, claro que sí. Te felicito por tu asistente, es un buen conocedor de arte.
Entre la oscuridad que la rodeaba, Rebeka logró despertar su atención. No por escuchar nuevamente el nombre que le habían mencionado, sino por la voz que le sonaba muy familiar.
Luego de un rato, el asistente pudo desmontar el cuerpo con mucha delicadeza, pues sus manos estaban siendo seguidas por la meticulosa vista del jefe. Por el descuido acumulado durante tanto tiempo, el jefe comenzó a gritar, sobre todo por el polvo que reinaba en las partes que no se veían del sarcófago, que era tanto, que la suciedad cubría con su manto, la espalda descubierta de Rebeka y salió volando por el lugar, apenas tuvo la oportunidad.
Por más que el jefe gritaba y lloraba, ninguno de los dos ancianos le prestaba atención. Ambos estaban absortos con todo el trabajo que tenían que hacer y al mismo tiempo, en lidiar con el berrinche de un niño pequeño. Por el contrario, los empleados, que trataban de escuchar desde lejos, parecían entrar en pánico, ante el comportamiento que el jefe estaba demostrando.
Con cuidado, el asistente colocó el liviano cuerpo sobre la mesa de trabajo, de forma que mantuvo la cabeza de la muñeca en su lugar, para que no se rompiera.
—Dame una señal de que aún tienes voluntad, Rebeka —dijo el asistente, quien se inclinó hacia adelante, aprovechando el descuido del jefe y de su compañero.
La voz del sujeto era familiar, al punto que, sin mucho esfuerzo, pudo recordar, junto a su nombre, quien era ese que le hablaba. Fue el mismo que la ayudó a bajar del elevador, le indicó el camino de evacuación y estuvo cuando su amado cayó en frente de ella.
Inclinando su cabeza aún más, el funcionario de las autoridades posó su oído sobre el pecho desnudo de la joven. Respiro profundo por su nariz, tanto que hizo que sus ojos se pusieran en blanco.
—¡Viejo patético! —gritó el jefe, tan pronto notó algo que no era parte del proceso de restauración.
El restaurador, en lugar de reprimir a su asistente, consideró más necesario, tranquilizar al empleador, porque sabía que la sangre iba a correr. Sin embargo, el anciano viudo no estaba nervioso en absoluto.
—¡Maldito aprovechado, no te atrevas a seguir ensuciando con tu asquerosa cabeza mi pieza de arte más preciada! —gritó fuera de sí el jefe, quien, por el sonido de sus pasos, pareció precipitarse hacia el sujeto que lo ignoraba.
Cada vez más deprisa, se escucharon los pasos y los constantes gritos del jefe enfurecido. Rebeka también escuchó el movimiento de varias prendas y el sonido de un potente disparo que se repitió cuatro veces. Ante los sonidos atronadores dirigidos contra el jefe, este cayó en el suelo y así se detuvo momentáneamente el ruido.
—¡Aaah!, qué bueno es disparar hasta que mi vida se deje de sentir en peligro. Qué ley más encantadora, mucho más cuando tengo a alguien que presuntamente no puede morir —dijo el sujeto viudo, desde el otro lado de la mesa donde estaba acostaba Rebeka.
—Lo siento por esta pequeña, pero para que exista un criminal debe cometerse un crimen y ella fue mi única carnada. Estás bajo arresto por experimentos clandestinos, poco éticos y morales contra la humanidad.
—¡¿Qué dices maldito?! —preguntó el jefe, con falta de aire. — ¿Acaso estás loco? ¿Disparaste a un alto funcionario por una obra de arte? Si, es de restos humanos, pero no existe ley que impida la propiedad, venta o distribución de restos humanos.
—Así que ahora sí es considerada una humana, cuando como “sujeto experimental” no lo era. Bueno, quiero decirte que este cuerpo tiene un corazón que late y hasta que no se demuestre lo contrario, se te acusa de tráfico humano. Te aconsejo que pongas las manos en donde las vea, si no, seguiré disparando.
—Latidos de un corazón… eso es una acusación muy fácil de justificar —dijo el restaurador.
—Tengo más cosas para decir —agregó el sujeto que trabajaba para las autoridades. — Claro, aunque les remuevan el cerebro a los sujetos experimentales, debido a que están haciendo cruces genéticos con el linaje más antiguo de la creación, desde el primer día, estos cuerpos guardan una copia de sus recuerdos y vida en otro lado. No es tan perfecto como los originales, pero reaccionan si pueden escuchar información a la que, si son expuestos, se vuelven sensibles
Con tal de mostrar su punto de vista, el sujeto con la pistola en la mano, siguió argumentando:
—Omar aún vive, él nunca te ha dejado ir, él es tu príncipe.
Sobre la cama de metal, Rebeka abrió la boca y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. Levantó sus manos y volteándose, se arrojó al suelo como si quisiera regresar a la vida.
—¡Maldita perra! —gritó el jefe, quien no pudo dejar de volverse agresivo, a pesar de las advertencias dadas por el sujeto que cargaba el arma.
Ante la agresividad del jefe corpulento, se escucharon otros disparos, junto a solicitud de refuerzos, por parte del hombre mayor. Luego del llamado, el despliegue de personal uniformado procedió con su tarea de invadir el lugar de modo bien organizado. Tras obtener acceso por las ventanas, los agujeros en el techo y las puertas, las autoridades procedieron a apuntar con sus armas a los empleados, al restaurador y al sujeto al que llamaban “jefe”.
Rebeka se retorcía sobre el suelo, se le habían caído los ojos y la piel se le desconchaba. El personal encargado de proteger a los rehenes y dar primeros auxilios en caso que fuera necesario, sintieron temor de tocar el cuerpo y se quedaron en silencio en el mismo sitio, hasta que, tal vez por cansancio, Rebeka dejó de moverse.
—¡Teniente! —dijo alguien que llegó y fue la misma persona que ocasionó que todos se pusieran firmes, luego de dar un golpe con sus talones en el lugar. — ¿Como puede ser esto posible? ¿Acaso usted actuó por su cuenta y violó códigos morales y éticos?
El sujeto al que llamaban “jefe”, mostró una sonrisa de triunfo en su rostro, debido a que alguien conocido había venido personalmente para salvarle el pellejo.
—Sí —respondió el sujeto que antes fue llamado asistente por el restaurador. — Pero lo hice por una buena razón.
El uniformado de alto rango en la línea de mando de las autoridades, mostró su enojo, levantó su mano al aire con un dedo acusador y en medio de la operación, dijo lo siguiente:
—¡¿Buena razón?! Por insubordinación, eres despojado de tu grado. ¡Que alguien encarcele a este desertor! Asumiendo el mando de esta insubordinación, ordeno que bajen las armas.
Antes las órdenes de quien había entrado gritando, nadie se movió del lugar.
—No, comandante. Esto no lo hice por el reconocimiento de nadie, lo hice por la corrupción, para no dejar que las cosas sigan así. Si los humanos como nosotros, imperfectos, ambiciosos, contaminados por la sangre del pecado, alcanzamos la inmortalidad… no solo el mundo, sino que el universo llegará a su perdición. Si mis compañeros no se dieron cuenta, yo sí pude verlo. Mira quién está ante tus pies, esa bestia intenta pronunciar el nombre de su amado, así como yo el de mi mujer. Ahh, es imposible, pero tengo que intentar hacer la diferencia, antes que suceda algo que nadie quiere. Hasta ese momento, yo haré todo, lo humanamente posible, para proteger el futuro. Ellos no se mueven porque están de acuerdo conmigo y no disparé todas mis balas sobre ese tipo, para probar un último punto…
Otro disparo se oyó, justo en la cabeza de quien pretendía dar las órdenes. El cuerpo no se movió, tampoco cayó en el suelo, solo comenzó a reír en voz alta. Ante los ojos de los presentes, el “comandante” también pertenecía a la organización que investigaba sobre la inmortalidad.
—Tú también estás incluido al encubrir estos experimentos por beneficio propio, con tal de recibir tu parte… —dijo el teniente demostrando su punto.
—Tienes razón —dijo el comandante, quien parecía estar enfrascado en determinar sus siguientes palabras. Se levantó aún más derecho, se llevó los dedos hacia el agujero entre su frente y manifestó: — No es que puedan detenernos.
—Si siguieran siendo humanos, entonces sería posible llegar a un acuerdo entre nosotros, pero, como no lo son… El acuerdo es con quienes están a su nivel —dijo el viejo a quien no le quedaban más disparos en su arma.
«Hablan demasiado», pensó Rebeka, quien no pretendía haber asustado a los paramédicos, ni mucho menos comportarse como se estaba comportando. Solamente quería levantarse sobre sus piernas y ser libre, volver a donde le esperaba su amado, a quien tanto quería y recién recordaba.
Entre los dos sujetos, ayudaron a Rebeka a ponerse de pie, aunque el estado enfermizo de su cuerpo le daba una impresión diferente a quienes la miraban, con huesos que se partían y desmontaban del lugar, carne que espasmódicamente temblaba, sonidos grotescos que se escuchaban mientras el cuello daba la vuelta en el lugar. Ella se levantaba una y otra vez, golpeándose contra el suelo en cada caída, sin siquiera darse cuenta.
Las intenciones de Rebeka fueron notadas por quienes la miraban, incluso por aquellos que estaban en un momento difícil de sus vidas, quienes se detuvieron a mirarla, tristes y en silencio.
«Porque es tan trabajoso llegar en esta misteriosa profundidad ¿A dónde voy? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Estoy en la sombra de las memorias del pasado, donde no puedo ver más recuerdos pasar», pensó Rebeka, quien se esforzaba para seguir con su actividad.
Entre el silencio de varias miradas, nadie la consideraban viva o muerta, tal vez por eso dejaban que se moviera e hiciera lo que quisiera.
«Y ahora ¿Dónde están las respuestas?», se preguntó Rebeka, como si podía mirar a su alrededor, sin ni siquiera tener ojos.
Entre preguntas, de la oscuridad surgió una figura. Era un sujeto alto, esbelto y por el aura que irradiaba, se podía decir que era longevo.
—Oh, pequeña rosa perdida de este jardín, acaso ¿Quieres seguir viviendo?
—Sí —respondió Rebeka, sin ni siquiera pensarlo dos veces y aunque se quedó con ganas de preguntar “quién eres”, las respuestas vinieron.
—Nadie en particular. Yo soy un padre, nada más. Como sería descortés usar tu cuerpo sin dejarte saber, todo lo que te puedo decir es… mi nombre es Brenk Priom. Descansa tranquila.
Rebeka no podía seguir moviendo sus extremidades, se sentía más tranquila y no escuchaba el sonido de los huesos, tendones y cartílagos tronando. La situación no le preocupó en lo absoluto. Ahora que lo pensaba, más preocupante le parecía haberse movido como lo había hecho. Si llegaba a donde quería llegar ¿Cuál sería su apariencia? No lo sabía y por alguna razón, las palabras del sujeto la hicieron sentirse mejor. Era verdad que tenía el cuerpo destrozado, aún no sabía quién era, ni de dónde venía, pero le parecía como si esas preocupaciones se hiciesen más y más débiles, hasta que al final, desaparecieran por completo.
En el mundo de la oscuridad, entre la danza de cuerpos y balas, Rebeka apenas sentía el dolor de su piel podrida. Una vez más, le fue posible ver la puerta del mundo de los sueños, y ahí, tras abrir el picaporte y empujar, pudo ver cómo su familia la esperaba con cariño y emoción. Entre Soe y Jharol, estaba Omar.
En un estado apacible y lento, como si estuviera flotando en el espacio o en el fondo del mar, Rebeka no volvió a ver a la chica que siempre veía con ellos, sino que se vio a sí misma en un espejo, de pie, en frente a ellos. El viento y el sol también estaban ahí, junto a la familia de brazos abiertos que corrieron a abrazarla. Aun procesando el momento, Rebeka se valió de todas sus fuerzas para devolverle el abrazo a quienes tenía en frente. Con una sonrisa y lágrimas, desplomó su cabeza sobre el regazo de su madre y novio. En la vida real, el corazón cuyo pecho había quedado abierto, dio un último latido.
Rebeka quedó de rodillas, mirando al agujero del techo, sobre los cuerpos desmembrados del jefe y el general.
El viejo viudo, que antes era teniente, ahora era general y representaba a las autoridades, se ubicó al pie de la muñeca, quien fue manipulada por alguien más y se hizo victoriosa en una batalla casi imposible. Con la intención de cerrar el telón, embriagado por el triunfo y el poder de ver una combatiente épica, decapitó el cuerpo que aún se mantenía levantado e hizo que la cabeza con cabellos rosa rodará por el suelo, a los pies de los pocos sobrevivientes.
Temprano, en la mañana de un día como cualquier otro, llegaba el personal de trabajo. El mundo seguía siendo mundo y las personas seguían siendo personas, tanto así, que por egoísmo no se preocupaban por los demás, tan solo por trabajar y hacer dinero. Aunque los enfermos y moribundos intentan descansar y pasar sus últimos días en paz y tranquilidad, las enfermeras apuradas como si no existiera un mañana, se movían de un lado a otro, gritaban repetidas veces, tanto que parecían no hacer nada para evitarlo, porque no les importaba. Desde el momento en que el día se levantaba, ya era imposible seguir durmiendo, pero no era que Rebeka pudiera dormir.
En la rutinaria y breve visita a Rebeka, a la enfermera que le tocaba cuidarla, nada resaltaba fuera de lo normal. Ella estaba allí, tumbada y tan inmóvil como siempre lo había estado desde su admisión. No le faltaban extremidades, tampoco tenía cicatrices y aunque tenía los ojos abiertos, no se había confirmado ninguna actividad cerebral. En el historial médico, la paciente era una sobreviviente de cáncer de cerebro, algo que justificaba la falta de cabellos y la ausencia de ese órgano.
Pero, nadie sabía, que de vez en cuando, Rebeka, quien no veía, podía escuchar los sonidos intermitentes, sentir el mundo, ver los colores y disfrutar de su esencia.
—Ayúdame a cambiarla. Un familiar vendrá a hacerle la visita —dijo alguien—.
El sonido de las máquinas también se podía escuchar.
—Jharol ¿no es así? —dijo quién parecía ser un doctor. — Es una pena. Su hija, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nunca va a salir del estado vegetal, no tiene cerebro. Es un milagro que siga viviendo. Hemos hecho todo lo que se ha podido y es algo desafortunado.
—Sí, entiendo —dijo el padre con voz preocupada, mientras se acercó a donde estaba su hija para posar un beso en su frente y susurrarle algo, de modo que nadie le pudiera escuchar:
—Rebeka, hija mía… soy yo, tu papá. Te juro, voy a reparar mis faltas. Nos veremos en el otro lado.
Luego de mirar el cuerpo de su hija vestida, con ojeras de quien no había dormido por un largo tiempo, Jharol se reprochaba lo flaca que estaba y el sufrimiento por el cual había pasado. Para los medios, quien había sido secuestrada, torturada y asesinada, fue una chica llamada Yuno, pero él siempre supo que era su hija. Sin apartar sus ojos del pequeño rostro, hallaba más y más razones para convencerse a sí mismo. Entonces, cerrando el puño y enfureciendo su expresión, con los ojos un poco llorosos, Jharol se levantó del lado de la cama y se dio la vuelta.
—¿Escuchaste las noticias? El alcalde fue asesinado por un ataque de bomba suicida. Dicen que fue el padre de tu paciente, pero aún no identifican el cuerpo con seguridad—mencionó una enfermera a otra al lado de la cama—.
—Dejen de hablar —dijo quién parecía ser un doctor. — Por qué no hacen algo útil y sacan a la paciente a llevar viento y sol en la azotea. Es bueno para su rehabilitación, no la dejen ahí tumbada en la cama, sin que haga nada.
—Hoy parece que también viene esa tal Lizandra a visitarla y no quiero que se vuelva a quejar. Es mejor si la sacamos, así cambiamos las sábanas de la cama — mencionó una enfermera.
Entre las dos, pasaron a Rebeka le la cama a una silla de ruedas. Ahí había una tercera persona que no quiso hablar o decir nada, pero se encargó de mover la silla de un lado a otro. Tras montarse en lo que parecía ser un elevador que se dirigía al último piso de la instalación, Rebeka podía escuchar el bullicio de las personas viviendo sus vidas rutinarias.
Una vez en la azotea el sol era cálido, el aire fresco y el atardecer se podía sentir más agradable que nunca. Por alguna razón, en ese momento tan nostálgico, todo le recordaba a Omar, tanto así que sus ojos lo pudieron ver sentado frente a ella.
Desde su interior, Rebeka habló por primera vez en tanto tiempo, aunque nadie le pudo escuchar, porque era la voz de su corazón:
—Oh, te siento… te puede sentir junto a mí. Te veo, te puedo ver.
Miguel se acercó a Lizandra y le puso la mano en el hombro, mientras agachó su cabeza al suelo, con tal que quienes estaban alrededor, no vieran llorar a la chica de cabellos rubios. Ninguno de los dos estaba sorprendido porque Rebeka pudiese moverse, pero sí por lo que recordaban. La leyenda contaba que la azotea del centro médico era un lugar especial, que conectaba el pasado con el presente, y ahí, en ese mismo lugar, junto a ellos dos, había muerto Omar hace un buen tiempo.
Las lágrimas cayeron de los ojos abiertos de Rebeka, sobre la escasa carne que recubría dos huesos a punto de quebrarse.
—Omar…
Una voz cálida y gentil del rostro que se volteaba, respondió:
—Sí, mi amor… —y le extendió las manos. — Mira quienes estamos aquí reunidos por ti, esperándote…
—¡Hija! —dijeron Soe y Jharol.
—¡Mamá! —dijo una pequeña criatura.
Desde lejos en la misma azotea, estaba una anciana que leía un libro y podía ver cosas que otros no. «El verdadero amor está en la desgracia, y me equivoqué al creer que no tenía las cualidades para ser la heroína de tu propia historia».
—¡Código azul! ¡Traigan un desfibrilador y una camilla! —gritaba el personal médico, mientras que Lizandra y Miguel retrocedían un paso y ponían el cuerpo de Rebeka en el suelo, para que la resucitaran.
«Por más que se intente resucitar el cuerpo, es muy tarde cuando el alma ya encontró un mejor lugar…» dijo la anciana, quien se puso de pie mirando al cielo, para saludar al viento y al sol. «El final de una historia es el comienzo de otra o eso dicen los demonios que destruirán este mundo. Es una bendición no vivir para sufrir semejante evento».