Reina Del Cielo

Chapter 7
Puerta de entrada


  A pesar de las palabras que le carcomían los oídos, las ocho horas de clase y el cansancio que tenía encima por la ajetreada tarde, Rebeka siguió respirando calmadamente. Para ahorrarse el tener que tomarse la molestia de mirar el reloj, permaneció sentada en frente de una mesa vacía, simulando leer tranquilamente alguna que otra materia, para luego pasar a estudiar. Después de todo, nadie iba a las tutorías y gracias a que ella tomaba ese tiempo extra para estudiar y hacer las tareas, era que se había convertido en una chica cumplidora.

 

  Para el profesor la situación era contraria, no podía entender cómo era que ningún estudiante se había presentado para repasar para el examen. Esto demostraba que a nadie le importaba pasar la clase de cálculos.

 

   —Pero bueno, tan solo ha pasado media hora desde el timbre de salida— Tan pronto vio cómo la mesa de Rebeka estaba llena de papeles y apuntes, dijo en voz alta, lo que en verdad debía ser un pensamiento—. El tiempo de tutoría es hasta que la biblioteca cierra y el lugar no cierra hasta dos horas después de las clases. Tarde o temprano, alguno de mis estudiantes vendrá. 

 

  Rebeka escuchó, pero siguió sin hacer caso, pues contrariar el comentario dirigido para irritarle tan solo iba a iniciar una discusión la cual no sería fructífera, buena o necesaria. Sesenta minutos pasaron y ella logró terminar con sus quehaceres, cosa que le hizo recoger los apuntes y hojas para pasar a buscar su libro favorito en la biblioteca y continuar su lectura.

 

  Del otro lado de la biblioteca, Rebeka podía escuchar los resoplidos del profesor alterado, en especial, cuando se levantó y pareció buscar algo.

 

  —Ya que nadie viene —dijo al sentarse en la mesa de tutoría—, ¿porque no haces como que me enseñas lo que di en la clase? 

 

  —¿Por qué tendría que emplear mis esfuerzos en enseñarle a un profesor? — respondió Rebeka, de forma casi espontánea, al cerrar el libro que cargaba en la mano. 

 

   —Es que enseñar es la mejor manera para aprender algo —refutó el profesor. 

 

   —Bueno, usted cobra por enseñar, entiendo que quiera ayudarme a tal grado — contestó Rebeka —Sin embargo, como tutora mi trabajo es voluntario y no tengo interés en aprender sobre una materia si eso significa que debo enseñarle algo a alguien que ya sabe y está dispuesto a señalar todos y cada uno de mis errores. Por cierto, toma quince minutos cerrar la biblioteca, no pienso quedarme más del tiempo establecido.  

 

  Con sus palabras, Rebeka volvió a abrir el libro en la página que se había quedado y continuó leyendo, tras lo cual se puso unos audífonos para escuchar música clásica. Tan pronto el reloj marcó la hora de salida, cuál si fuese un trueno, tomó su mochila y sin siquiera despedirse se marchó tan rápido como pudo. Dejó atrás a alguien tan enojado que hasta las orejas se le enrojecieron y sintió el deleitante sabor que le brindaba rebelarse, salirse con la suya y defender su posición con razón.

 

  «Ninguno de ellos es mi amigo, ni vivo de sus favores» analizó Rebeka, al alejarse de la escuela y ver la puesta del sol, con aire victoriano en su rostro. «Por mucho que le pueda irritar, al final no podrán hacerme más daño ni la vida más imposible de la que me están haciendo. ¿Para qué ser amable si no recibiré amabilidad de vuelta? ¡Que se jodan todos, y precisamente él! ¿Como si no tuviera más responsabilidades cuando llegue a la casa? ¡Aaah! ¡Jódanse!».  

 

  De regreso a casa, tras tomar el metro, Rebeka tocó a la puerta, para sacar las llaves e introducirlas en la cerradura. Tras deshacer el seguro, abrió con lentitud y dijo:

 

   —Buenas tardes, mamá… estoy de vuelta…  

 

    «Ah, casi lo recuerdo, como ayer», se dijo. «Aunque mi padre no está y el matrimonio aún se mantiene, reconozco que la carne de mi madre es débil. Un día, cuando abrí esta misma puerta sin avisar, me encontré con una situación bastante incómoda». 

 

   «La descubrí con un amigo de mi padre», recordó, mientras procedía a entrar en la casa. «Era pequeña, pero no inocente. Cuando escuché cómo estaba gimiendo, algo me hizo caminar con mucho sigilo tras dejar la puerta cerrada. Paso a paso llegué hasta la entrada de la sala. Nunca sentí tanto miedo y curiosidad en mi vida, sabía lo que estaba a punto de encontrarme, pero a la vez no lo podía creer. Tal vez por esa razón fue que no me detuve hasta asomar mi cabeza y verle teniendo sexo. A pesar de verle, no pude apartar la mirada, tampoco mi cuerpo. Ahí estaba, observando en dirección al sofá de la sala. Puedo rememorar la escena como si hubiese sucedido ayer. Ella estaba arrodillada, dándole la espalda al hombre, empinando su trasero, con los hombros y el rostro sobre el sofá. Mientras que él estaba arriba, embistiéndola agresivamente».

 

   «El sonido era tan claro que tampoco se me olvida» rememoró, tratando de despejar los pensamientos invasivos que tenía clavados en la mente. «Lo que más me llamó la atención fue ver cómo ella se tocaba con su mano y masajeaba de forma circular entre sus piernas… Y no pude evitarlo, aquí, en este lugar, mordiendo con mis dientes la saya que en su momento estaba usando, yo también comencé a tocarme como ella lo hacía».

 

   «Fue la puerta de entrada al placer», suspiró, resignada a recordar. «Aunque me había tocado con anterioridad, nunca estuve verdaderamente excitada como esa vez. Claro, antes que el hombre terminara, escuché a mi madre hablar de sus preocupaciones mientras gemía. «Debes apurarte, mi hija está por llegar… no quiero que nos vea…». Tras escuchar esas palabras regresé al momento y supe que no podía ser vista, así que decidí seguir en silencio y subir a mi cuarto. Por todos los nervios fui descuidada, olvidé salir de la casa y cerrar la puerta… y cuando ella despidió a su amante, se dio cuenta.

 

 Rebeka lanzó al aire una sonrisa, como si se estuviera burlando de su yo del pasado. 

 

   «En la noche, subió a mi habitación y sé echó a llorar en mi regazo pidiéndome perdón. Al momento debo admitir que me sentía entre asombrada de que me descubriese y decepcionada por haberle descubierto, pero hoy en día solo siento pena. Ahí está, mi madre querida, rendida sobre el sofá, entre papeles, cartas y botellas de alcohol. Todo lo que tenemos son deudas. Es la realidad, sin importar qué, no podrá ser cambiada como sucede en los cuentos de hadas. En esta sociedad no contratan a la mujer de un criminal, tampoco tienen consideración por la hija de uno. La única solución que tengo para la situación de esta familia es esperar a cumplir veintiuno, para así ser mayor de edad y comenzar a trabajar».

 

  Con cuidado de no hacer ruido, Rebeka subió las escaleras, tan pronto dejó su uniforme colgado detrás de la puerta de su cuarto y se cambió a unas prendas más cómodas, se dispuso a bajar y organizar la sala. Acomodó los papeles a un lado, preparó la cena y luego tomó un baño.

 

  «Es tiempo para que la alarma del teléfono suene», pensó Rebeka. «Como todos los días, se levanta con el sonido de esa pobre alarma para ir a trabajar».

 

   —¿Cómo te fue en la escuela, calabacita? —preguntó la madre, con el tono de quien se terminaba de despertar de un sueño escasamente reconstructivo para bostezar y estirarse tan fuerte como podía.

 

Ante la pregunta, Rebeka respondió con su mejor sonrisa:

 

 —Bien mamá, como siempre, no me puedo quejar. Terminé las tareas, tengo las mejores notas que puedo tener y nadie tiene quejas de mí.

 

  Gracias a la brillante sonrisa que iluminó el joven rostro de su hija, la cansada madre también se alegró. Las horas extras de sacrificio, el trabajo duro en turnos de noche y lidiar con clientes inconformes, no era tanto, si podía conservar la felicidad de su pequeña. Que no tuviera problemas en la escuela y que la estuviera pasando bien, era suficiente recompensa para seguir adelante y no estar luchando por una causa perdida. Tener un buen nivel académico abre el camino a las posibilidades beneficiosas de un futuro próspero, con la garantía de un trabajo más cómodo junto a una mejor calidad de vida. ¿Qué más puede querer una madre para su hija?

 

   —Oh, en la mañana cuando fui al mercado, compré las legumbres que tanto te gustan. También pude alcanzar a tomar unos huevos y jugos en rebaja. Espero que los disfrutes… no te tienes que preocupar en servirme, yo puedo comer afuera —aseguró la madre, mientras se levantó corriendo para entrar en el baño y arreglarse el cabello.

 

   El espejo del baño de la planta baja reflejaba a una mujer muy envejecida, ojeras, arrugas y una piel maltratada por trasnocharse y dormir poco. Ella tenía treinta y cuatro años, pero en edad lucía perfectamente de cuarenta y tres. Mantenía sus cabellos cortos con la intención de no tener que lavarlos tan seguido ni perder tiempo peinándose. 

 

   —Debes comer algo — protesto Rebeka — La noche es larga y la comida chatarra no es buena para tu piel. Mamá, los años pasan y debes cuidarte bien para que me dures toda una vida.

 

  —Eres una niña de oro, está bien… —respondió desde el baño —Solo un bocado, si no se me hace tarde para ir al trabajo —replicó, luego de salir como una tormenta del baño y entrar a su cuarto.

 

  Ya vestida, la madre se tomó el trabajo de pasarse por la cocina y tomar un pan, que abrió por la mitad y rellenó con lo que pudo encontrar: arroz, frijoles, ensalada y carne. Lo cerró, cuidando que el contenido no se derramara ni manchara su ropa y le pegó una mordida.

 

  —¡Qué barbaridad! ¡Madre! Siéntate a comer, te vas a atragantar — dijo Rebeka —Por una vez que llegues tarde no va a pasar nada.

 

Luego de darle un beso en la cabeza a su niña querida, se despidió y salió corriendo por la puerta, pidiendo disculpas con la boca llena.

 

  —Aww —resopló Rebeka, al escuchar la puerta cerrar, para pasar a gritarle a la puerta—. ¡Van tres años que vives así, búscate otro trabajo!

 

  A Rebeka se le aguaron los ojos, pues quería decir muchas palabras profundas y conmovedoras, pero nada iba a cambiar. «De qué me sirve tener que estudiar con la esperanza de alcanzar una mejor oportunidad, más dinero y llegar a obtener un trabajo… si me faltas tú».

 

 Tratando de contener la respiración para no romper a llorar, continuó mirando en dirección a la puerta.

 

   «Mírate mamá, trabajando en un bar al otro lado de la ciudad. Nos vemos cuando llego de la escuela, porque cada vez que me levanto por la mañana aún no llegas…  Una vez más, escuchó la puerta cerrarse y me quedé por mi cuenta en esta inmensa casa desolada».

 

  Con la intención de no preocuparse por las cosas que escapaban a su control, mientras el reloj marcaba puntualmente las siete de la noche, Rebeka decidió distraer su mente. Fregando los trastos, limpiando un poco el suelo, sacando la basura y organizando las sillas de la mesa.

 

  Ya con todos los quehaceres terminados, ella subió a su cuarto, aún perseguida por los deseos de llorar y la tristeza que traía consigo esa la soledad. Al menos ya no tenía ataques de pánico ni tampoco se preocupaba por algún ruido que pudiera hacer una casa vieja, como en el pasado. Ahora que había crecido, solía llorar y cada vez que escuchaba algo sonar, así fuese un verdadero fantasma o un demonio, le daba por pensar que esa criatura era su esperanza y le haría compañía por un rato. 

 

Luego de tomar asiento en su escritorio, acomodó la mochila y dijo: «Es bueno no tener tarea que hacer, pero a veces me arrepiento. Es definitivamente muy temprano para quedarme sin hacer nada o irme a acostar. Puedo hacer actividades sanas para mi mente como: jugar algún videojuego, leer otro libro, pero hay algo que siempre me gana.

 

  Era cierto, una situación como en la que estaba, era ideal para aprovechar, para ver qué nuevo objeto podría introducirse en su cuerpo. Los vegetales y legumbres siempre fueron la primera opción para que experimentara, por esa razón le gustaban tanto. Pero como había subido hasta su cuarto, el hecho de tener que bajar las escaleras y ponerse a buscar en la cocina le hizo reconsiderar esa idea. También podría navegar por todo el internet y explorar sobre sus gustos o pasarse por el armario de su madre y ver cómo le quedaba su ropa sugerente … pero, hoy era especial para ella porque tenía algo diferente entre sus manos: tenía el corazón de un chico bajo su merced.  

     

    «Lo admito», se dijo, para luego saltar sobre su cama con el teléfono en sus manos y buscar la aplicación para llamar a su número. «Ya casi no puedo seguir aguantándome. Entregarme a la miseria y la soledad o a estos deseos de satisfacer mi cuerpo. Después de todo, tan solo necesito unas cuantas horas y el cansancio suficiente como para caer rendida en la cama… el punto exacto de este círculo vicioso que me mantiene viva».

 

Luego de deshacerse de varias prendas que tenía encima y revolcarse en la cama que estaba como la había dejado en la mañana, continuó mirando en la pantalla del teléfono el número al que estaba a punto de marcar. 

  

  «No hay vuelta atrás, veamos en dónde para esto», se dijo, tratando de hacer que su corazón se calmara, al mismo tiempo que presionaba el botón de [Realizar videollamada], en la pantalla del celular.

 

El teléfono sonó, lo que accionó una sensación parecida al pánico escénico en su interior.

   

   «¿Mmm? Se está demorando más de lo normal en responder, seguro no sabe qué hacer y está tan nervioso como yo. En verdad una videollamada es algo mucho más personal, cualquiera esperaría un simple mensaje de texto como introducción».

 

     —Oh, hola, siento la demora… —respondió Omar.

 

  Rebeka pudo observar que el chico tenía su ropa mal puesta, lucía sexy despeinado y con ojos que parecían haber estado llorando. 

 

   Ignorando su calentura y dejando salir su lado preocupado, Rebeka preguntó en voz alta.

 

—¿Estuviste llorando? —para después pensar que tal vez estaba siendo muy malvada con el corazón que la amaba.

 

 Tras la pregunta, Omar guardó silencio, cosa que irritó a Rebeka. 

 

  «¡Acaso tendría que venir alguien con un bate de béisbol y le golpeara la cabeza, para que entendiera mi pregunta, dejara su orgullo y respondiera con un simple sí o no!».

 

   —En nuestra despedida —se propuso a responder— por algo me diste un pañuelo, para que llorara… ¿no? Mi vida está acabada, en verdad está acabada. No tengo derecho a pedirte perdón, tampoco tengo derecho a justificarme con mi amor. Aceptaré mi pecado.

 

    «¿Un pañuelo?», se preguntó Rebeka confundida. «Debí de haber llamado a la persona equivocada. Con esta escena mi líbido se está escurriendo por debajo de la puerta». 

 

   —Omar, escúchame y límpiate los mocos —demandó Rebeka, viendo como el chico iba a restregarse el blúmer que ella le había dado por la cara una vez más—. No te atrevas a limpiártelos con eso de nuevo.

 

  Un tanto confundido, se detuvo y miró en dirección a la pantalla, tras lo cual, Rebeka continuó: 

 

  —Lo que tienes en la mano no es un pañuelo, ábrelo… Sí, es mi blúmer, el que estaba usando hoy, el mismo que me quité enfrente de ti. ¡No me mires con esa cara porque estoy súper enojada contigo ¿En dónde estuvo tu cabeza durante todo el día? En verdad me estresas ¡¡¡Háblame!!!

  

   Tartamudeando, Omar parecía haberse convertido en un niño que no sabía por dónde empezar. En vez de romper en llanto, comenzó a hablar:

 

   —No puedo creer que hubieras entrado a mi teléfono por todo el turno de clase y que borrarás tantas fotos de mi galería o que descargaras y vieras las fotos que te tomé hoy en la mañana. Estaba pensando en… terminar con mi vida.

 

    —Omar —dijo Rebeka, mientras presionaba con sus dedos entre los ojos, con tal de esconder el nivel tan alto de irritación que tenía en ese momento — Me caes bien y aunque todo lo que hiciste hasta el momento, es la representación más grande del descaro en esta sociedad, para mí fue como el acto más profundo de amor. 

 

   — ¿Por qué me amenazaste con entregarme a la policía? 

 

   —Para prevenir que siguieras arriesgándote a robar más teléfonos y para forzarte a que me prestaras más atención. Cuando te di mi prenda más íntima y te dije que debías dejar de vivir en la galería de tu teléfono, también tuve una razón. Sabes, a pesar que tienes mejores notas que yo… estoy seriamente comenzando a dudar de tu inteligencia. Tal vez debería asumir que te estabas fijando en todas tus pruebas.

 

   —Mis notas altas eran tan solo otra manera de poder llamar tu atención —dijo, mientras se volteó en la cama y bajó la mano con la que sostenía el blúmer.

 

   Con este hecho, la mente de Rebeka se encendió en una alarma de emergencia la cual estaba asumiendo que él llevaba la prenda en dirección a donde estaba su pantalón.

 

   —Oh, esas palabras sumaron un punto a tu favor —dijo, tras regalarle una sonrisa pícara.  Luego de dejar de lado el enojo e irritación que sentía, porque su mente volaba en dirección al chico con el que hablaba, quien al otro lado de la pantalla estaba sin ropa y podía bajar la cámara de su teléfono para que ella pudiera ver el regalo caliente que le tenía—. Tengo unas cuantas preguntas para ti — le anunció.

 

  Rebeka abrió las puertas a cambiar el tema de conversación con una voz seductora y un movimiento coqueto de su lengua que pasaba por entre sus dientes.  

 

  —¿Qué quieres saber? —respondió Omar, desviando su mirada, perdiendo las señales que le daba la chica con la cual hablaba—. Seré honesto, te lo prometo.

 

   Se intensificaron las cosquillas que Rebeka ya estaba sintiendo entre sus piernas, los ojos serios de su amado, la disposición de hacer lo mejor que podía y que él le estuviera mirando a los ojos mientras parecía como que su mano se movía, era una escena picante.

 

   «Es obvio que no entendió la insinuación de mi lengua» pensó Rebeka. «Aparte, no es totalmente probable que él esté moviendo su mano y tocándose. No tengo más remedio que arrojarme de lleno y ¡romper el hielo!, antes de que todo este momento sentimental se convierta en una declaración de quién se ama más».

 

   —¿Cuántas veces te tocas pensando en mí? —fue la primera pregunta que ella hizo, que precedió a una segunda pregunta—. ¿Acaso lo estás haciendo ahora que ves mis pezones traslucir por mi camiseta? Que estoy sobre la cama con mis cabellos sueltos, hablándote lento y ronroneándote.

 

   —¿¡Qué!? —respondió perplejo. 

 

  Rebeka pudo deducir que el chico estaba sacándose la mano de donde la tenía. Él no quería seguir ensuciando su imagen enfrente de ella y evitar verse como un pervertido perverso que no podía tener una conversación seria, mantener el respeto de mirar los ojos de quien le hablaba, no ser lo suficientemente fuerte como para controlar sus hormonas.  

 

   Tras tragar en seco, se propuso a responder.

 

—En verdad estaba intentando bajar mi erección en este momento tan incómodo… ¿Con respecto a masturbarme pensando en ti? Lo hago todos los días, al menos tres veces.

  

   «¡Y se calienta la conversación!», Rebeka gritó en su mente, como si hubiera ganado una pelea. 

   

  —Dame más detalles, no te detengas, habla lo que puedas sin pena… — aseguró Rebeka, lo que le hizo retorcerse sobre la cama —¿Sabes qué? Esto que estamos a punto de tener es sexo telefónico o debería decir, virtual. Así que, cuanto más específico y morboso seas, mejor será… Omar.

 

  Tras las mimosas palabras que dijo, Rebeka aprovechó para hacer que su mano bajara a tocarse entre las piernas. Despacio y jugueteando con sus dedos, descubrió la humedad que se le impregnaba bajo la tela que llevaba puesta. Valiéndose de movimientos circulares, no dudó en introducirse de lleno sus dos primeros dedos tan profundamente como pudo para encorvarse hacia arriba. Sintió cómo cada pliegue en su interior se desplegaba, dándole una primera sensación más profunda y fuerte que las demás. Una vez se acostumbró y por incomodidad de tener extendido su brazo, Rebeka subió con sus dedos humedecidos por sus labios hasta terminar frotándose el clítoris sin dejar de mirarle a la cara.

 

  Lo que veía Omar en la pantalla le dejó sin aliento. El rostro encendido de una chica, quien excitada miraba de vuelta a su espectador. Alguien que no sentía vergüenza, pena o pudor alguno, a quien los ojos brillantes le hacían ver sus pupilas dilatadas, transformándose en dos cristales que nunca pudo imaginar ver en su vida.

 

Ahí, en primera persona, estaban más vivos que nunca, acogidos por el regazo de la intimidad, dejándose llevar por lo que tienen escondido. Las cejas, las pestañas, la boca, la nariz e incluso los cabellos daban un aire de complicidad tan endemoniadamente tentador, como el fuego que brillaba en una noche de frío y prometía calentar a quien se le acercara y fuese digno de no quemarse, al verse envuelto por el peligro.

  

   Omar podía imaginar lo que sucedía del otro lado de la pantalla, sobre todo cuando Rebeka entreabrió sus labios y levantó la quijada con tal de tomar una bocanada de aire. Pero no podía creerlo, solo podía sentir cómo el corazón no dejaba de latir, tenía la boca seca y necesitaba tragar con tal de aclarar la sensación de su garganta. La combinación de miedo, inseguridad y adrenalina, le hacían sentir excitado. 

 

  Lentamente y con calma, los movimientos circulares se daban lugar, porque ella no quería dejar que su excitación subiera sino mantenerla a raya, con la intención de acelerar y venirse en el momento justo y preciso que creyera que fuese el indicado. «Cuando le vea la verga en erección al chico más popular de toda la escuela, ¡Aaah!, ese será el momento… lo sé, lo siento, lo quiero, lo deseo…».

 

   El silencio se hizo presente y fue como si la cabeza de Omar fuera a explotar en cientos de pedazos cuando escuchó un gemido entrecortado de parte de Rebeka al otro lado, cuando dejó escapar el aire que había inhalado. Al escuchar semejante expresión de satisfacción salir de la boca de la presidenta de la clase, la chica que era famosa por lo recatada, decente y puritana que siempre era, eso fue como que le golpearan el estómago con un bate de béisbol, tanto que no podía creerlo y prefería pensar que le engañaban sus ojos, sus pensamientos le traicionaban, así como también sus oídos

   Con la misma mano que se tocaba una de las zonas más íntimas del cuerpo femenino, Rebeka decidió subir la temperatura del momento y bajarse la camiseta que vestía con tal de dejar al descubierto la punta de sus pezones por un instante. Omar reaccionó a esto como si estuviera tomando una foto mental de algo que procuraba nunca querer olvidar. Ella, juguetona, dejó de pinchar su camiseta para que el elástico que estaba estirando se recogiera y sus pechos dejaran de estar expuestos, todo en un pequeño y pervertido flash.

 

   —¡Ups! —dijo Rebeka, con voz ronroneante y coqueta, mientras regresaba a darle el cariño apropiado que sus partes femeninas requieren—. Omar… Me pregunto, ¿si tendrías el valor de hacer lo que te pida?

 

  ¿Qué forma más sencilla existe para que una persona manipule a otra mediante retos, provocaciones y sugerencias? Cayendo en la trampa, respirando con tal de envalentonarse y demostrar lo contrario al miedo que estaba sintiendo en el momento, Omar, tan pronto trago en seco, asintió con su cabeza. 

 

   Rebeka admiraba los ojos del chico que parecía dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de impresionar, pero más le interesaba ver cómo él sacudía de manera explosiva la mano opuesta con la que aguantaba el teléfono.  

 

   —Déjame verte ahí, abajo —dijo ella con una sonrisa de medio lado, haciendo una señal con sus ojos—. Enséñame como te vienes cuando piensas en mí…  

  

  Omar se levantó de donde estaba como quien parecía estar dispuesto a seguir las sugerencias que se le habían dado. Ante este movimiento empoderado y brusco, el corazón de Rebeka pareció saltar más fuerte que nunca, tanto, que incluso aguantó la respiración mientras clavó sus ojos en la pantalla del celular.

 

  Valiéndose de una mano, Omar comenzó el proceso de despojarse del pantalón que llevaba puesto, junto al calzoncillo. Aún más despacio, como si estuviera reconsiderando su determinación ante lo que podría ser una buena idea o no, bajó la cámara lo suficiente como para pasar su ombligo y dejar ver sus vellos púbicos. De ahí, en adelante, siguió bajando, poco a poco, como si se fuera a arrepentir en cualquier momento.

 

  Para Rebeka, ver los vellos recortados que cubrían el monte púbico de su amado, le hizo creer que Omar se había afeitado unos días atrás. Aun así, aunque el sitio estuviera descuidado, le resultaba seductora la manera en la cual los vellos dibujaban una línea recta que bajaba desde el ombligo hasta su pubis. De momento, la base sólida de un tronco cilíndrico se hizo presente en la pantalla, mientras el resto aún estaba cubierto por prendas tan apretadas que se negaban a bajar con facilidad.

 

  Rebeka se vio obligada a respirar con profundidad, tal vez era la cámara del celular que estaba muy pegada al cuerpo, pero lo que se veía en la imagen era tan grueso como suculento. Notaba los pliegues de piel, venas, carne tensada producto a una erección y solo le quedaba descubrir cuán larga podría ser.     

 

  Empujado con su otra mano, con tal de bajar más las prendas, Omar continuó retirándose el pantalón a la vez que bajaba la cámara más y más, hasta que el miembro en erección no le permitió seguir bajando a menos que se acomodara el otro lado del pantalón o zafara el cinto. 

 

   «Ese pantalón en verdad me está haciendo sufrir», pensó Rebeka, al morderse los labios, tras regresar a tomar una corta bocanada de aire, viendo como el saco testicular del chico se quedaba atrás mientras él seguía liberando al monstruo enfurecido entre sus piernas.

 

  Finalmente, el pantalón, junto al calzoncillo, lograron rebasar el bache que les impedía bajar y la bestia, potente y palpitante, quedó expuesta en erección justo en frente de la cámara del celular. 

  

   «Guao ¡Qué trozo de carne que se carga!», pensó Rebeka, con los ojos desencajados. «En vivo y en directo, es tan carnosa y dura que parece de hueso. Con que así de apetecible se ve el “pájaro con sus huevos” del chico al que quiero en la pantalla de mi teléfono. Imaginar semejante cosa dentro de mí, cogiéndome como un animal salvaje, tanto que sus gotas de sudor caigan sobre mi piel… Ufff, eso me pone a cien».

 

   Los dedos de Rebeka alcanzaron casi las diez mil revoluciones por segundo. Abriendo su boca, sacando la lengua y perdiendo sus ojos hacia arriba, alcanzó el clímax tan placentero que había reservado hasta ese momento.

 

  Ante la rara actitud de la chica, Omar estaba preocupado por lo que podría pensar su espectadora en el momento en el que se había expuesto más vulnerable, por eso, redirigió su cámara hasta grabar su rostro en primera persona y preguntó:

 

  —¿Qué… te pareció?

 

  Agitada, reponiéndose de los temblores que en olas de corrientazos se apoderaban de su cuerpo, respondió: 

 

 —El tamaño que tiene no me decepciona en lo absoluto, al contrario, ahora que lo veo, no creo poder seguir viviendo sin sentirla dentro. Como no estás aquí a mi lado, te digo que pienso dejar salir, mi lado más pervertido… Pero, dependerá de ti si voy a tener que necesitar introducirme algo para poder volver a venirme.

 

  En la pantalla del teléfono de Omar, se pudo ver como Rebeka levantaba su otra mano, la cual enseñaba todo un hilo de sustancia viscosa pegada entres sus dedos que se llevó a la boca, mientras sacó la lengua en dirección a la cámara.