Reina Del Cielo

Chapter 4
Presidenta


   Cada mañana el escenario para el abordaje del metro era el mismo de siempre, solo cambiaban las personas que, con el tiempo, se volvían más desesperadas y egoístas. Puesto que quienes llegaban de primeros a la fila podrían ir sentados y los últimos tendrían que hacer el viaje de pie, los que no querían levantarse cinco minutos antes o se retrasaban al pedir el café, tan solo tenían que apurar sus pasos. Aun estando dentro del tren, las intenciones de cada uno se podían ver con claridad, sin importar la edad o el género, todos se sentían igual de cansados como para prolongar el dolor de sus huesos y nadie se iba a levantar para ceder su asiento que con tanto esfuerzo habían ocupado.

 

   Rebeka sintió la necesidad de detener a esos que corrían y explicarles lo mal que se veía para la sociedad, lo egoístas que estaban siendo, cuando en primer lugar no se levantaron lo suficientemente temprano como para ser los primeros, pero sabiendo que no podría cambiar la naturaleza de una rata que solo comía y defecaba, le hizo limitarse a pensar:

 

   «Tampoco es que quiera llegar de primera para tener la cortesía de darle el asiento a quien lo necesite más que yo, una cosa es pensar en lo que está correcto y otra es hacerlo. Es mejor que los apurados tomen asiento, más cuando tienen café en la mano, me hacen un favor al no ocupar tanto espacio y así pueden derramar el contenido sobre ellos y no encima de personas como yo. Cambiando de tema, él y yo nos estamos separando».

 

  El contacto tan esperado nunca se dio entre las dos manos, mientras que aquellos que iban en sentido contrario se interponen entre Rebeka y Omar. 

 

   «A veces, cuando caminas entre las personas, si miras decididamente al lado por el cual quieres ir, ellos no se entrometerán en tu camino. Pero si miras al suelo, la gente puede tomar inconvenientes decisiones por ti. Omar ni siquiera tiene que mirar por donde va, con su cuerpo las personas le hacen espacio, mientras que yo tengo que fruncir las cejas e imponer mi presencia. Extraño mi cama, mis sábanas, mi almohada ¡¿por qué hay que levantarse y luchar contra tantas personas cinco veces a la semana?! ¡Omar, necesito que me des la mano y alegres mi día!».

 

  Tras encontrarse con sus hombros caídos y dando un suspiro, Rebeka decidió inflar su pecho con tal de levantar su barbilla y continuar hacia adelante.

 

   «¡Ratas que caminan en contra de la juventud, osan interponerse en el medio! Tienen envidia de nuestros cuerpos. Acaso creen que tienen derecho, piensan que les debemos respeto. Todos ustedes son tan irritantes, tanto que pueden desaparecer si de mí dependiera» pensó, tras cambiar un tono cansado a uno que gradualmente se enfurecía en su mente.

 

 Con sus pensamientos, en el exterior, Rebeka cambió totalmente la proyección de sí misma que expone al exterior, haciendo que más personas salieran de su camino. ¿Quién se atrevería a chocar con alguien que estaba dispuesto a disparar quejas tan pronto se le diera la oportunidad? Junto a esto, bajo el techo de la estación del tren, los sonidos se agudizaron. 

 

  Los ladridos de pequeños perros malhumorados sonaban constantemente, acompañados de quejas de alguna anciana, mientras peleaba irritada por ser tumbada al suelo. Llantos de bebés desconsolados que iban dentro de coches empujados. El ruido de personas que hablaban por teléfono, de quienes reían entre sí, la tos de enfermos y los que tarareaban o silbaban melodía al viento.

 

   «Aún con extraños y ruidos entre nosotros, él se siente tan cerca y puedo decir que hoy es el día. Quiero respirar y cerrar mis ojos, con tal de escucharle, distinguir sus pasos, el sonido de su ropa alejándose y rodeando la corriente de gente, con tal de regresar a estar detrás de mí. Pero, aun así, con tanto ruido y distracciones, esta distancia es abismal. Oh felicidad, déjame respirar. Esta inconformidad es lo que me aleja de la felicidad. Para ser felices me encuentro queriendo lo que no está entre mis manos, pero olvido que lo que ya tengo fue algo que en su momento también quise tener. ¿Cuántas veces no deseé que existiera en este mundo, tan equivocado y carente de sentido, alguien como él? En ese tiempo me conformaba con tan solo tener la oportunidad de compartir el mismo cielo que mi chico ideal. Si es así, debo conformarme con que lo que tengo es lo mejor y negar que le amo también».

  

  Tras cruzar alguno que otro bloque, pasar varios bancos, atravesar las luces de tiendas que ofrecían comida rápida, Rebeka comenzaba a desesperarse, pues el contacto cada vez se volvía más y más imposible. 

 

   «La conformidad es la base del estancamiento. El egoísmo y la necesidad son las impulsoras del desarrollo. Esta sociedad es la muestra más viva de ese concepto, solo basta con ver a quienes viven mejor y son más felices, como son egoístas, ambiciosos, inconformes y luchadores. Por conformarme con solo verle, estar a su lado desde las sombras y esperar a que sus ojos me puedan ver, me expongo a perder innumerables cosas. Por ejemplo, su primer beso, su primera vez, sus nuevas experiencias como pareja. Sí, apreciaría que un chico con experiencia se encargara de mí, pero ya estaría contaminado por los hábitos de alguien más. Me besaría como besó a alguien más, me cogería como le hizo a alguien más. Todo mientras yo estuve esperando a que se decidiera por mí en vez de alguien más. Mi conciencia no estaría tranquila».

 

   Respirando tan hondo como pudo, Rebeka llenó de vida sus movimientos y caminó como si andará flotando por el aire.

 

    «Por esa misma razón me puse las bragas más sexys que tengo en mi arsenal y también estoy usando mi falda más corta. Dejarle atrás y que me pueda ver las piernas, tal vez un poco más si es que cometo un pequeño descuido. Ahora que mi mano espera su mano, estaría dispuesta a dejar que el viento haga de sus caprichos y tener un descuido». 

     

   Como si también se hubiera contagiado de la felicidad que motivaba a la chica de ojos castaños, una ráfaga de viento veraniego pareció bajar del cielo y acariciar su rostro contento, antes de continuar con su paso.

 

   «Con esta brisa, estoy segura que él podría sentir mi olor, si es que no estuvo muy enfocado en verme la cola, pero no es suficiente. Tengo que ser aún más arriesgada» pensó.

 

  La parada del metro que se dirigía al centro ya estaba justo al frente y la operadora anunciaba que faltaban treinta segundos para que llegara el tren. El tiempo de espera perfecto para que cualquier silencio incómodo no se atreviera a nacer, en caso que ella tuviera que quedarse esperando. 

  

   «Sé que me está mirando y solo debo esperar la distancia perfecta en 3, 2, 1» al tiempo que miró de reojo a Omar.

 

  Rebeka chocó su hombro contra un transeúnte, una persona que se veía que regresaba a casa después de terminar un turno nocturno. Grosero y sin la mejor actitud, el sujeto le dijo: 

 

  —¡Haz el favor de tener más cuidado!

 

  —¡Oh! lo siento señor respondió e inclinó su cabeza en señal de respeto.

 

  Tan pronto el ciudadano continuó su paso murmurando entre dientes, Rebeka se llevó la mano en dirección a sus cabellos para dibujar la expresión de alguien sorprendido y preocupado.  

 

   —¡Omar! se me cayó el pasador. ¡Ayúdame a encontrarlo! — dijo en voz alta.

 

  Ella se detuvo en el lugar y volvió a observar el suelo, mientras pensaba: 

 

    «Según he leído, el primer paso que se debe de tomar en las artes de seducir a un hombre es hacer que este te deba un favor o tu deberle un favor a él. Una ayuda, aparentemente desinteresada, por parte de un individuo hacia otro, puede fundar la base perfecta para los cimientos del romance. En este caso, siguiendo esa guía, si voy a admitir que le amo, preferiría deberle un favor, mostrarme vulnerable, darle la oportunidad y terminar mi actitud de peleona contra él. Las relaciones que nacen de pelear no creo terminen bien».

 

  Aproximadamente tres segundos pasaron y su mirada no alcanzaba a ver el pasador del cabello que se le había caído ni tampoco a Omar esforzándose por encontrarlo.

 

  «Tal vez debí hablar un poco más alto y parecer desesperada. Lo hecho, hecho está y tengo confianza en el chico que quiero. Sé que él ha estado observándome meticulosamente, esperando una oportunidad como esta. Su instinto varonil va a encajar y con esto va a ayudarme, después de todo, un momento como este no se repite dos veces. La oportunidad perfecta, el príncipe que rescata a la damisela, el héroe que salva el día» pensó, al mismo tiempo que buscaba en el suelo.

 

    Omar paró en seco para evitar estrellarse contra Rebeka. Ella rompió su posición inclinada y se puso derecha, mientras prestaba absoluta atención con sus ojos, tras notar que había ocurrido algo que no tenía previsto. 

 

   «En todo este tiempo, has prestado atención a tu maldito teléfono en vez de a mí, a mi falda, a mi olor, a mi persona. Calma, todo no está perdido, aún le puedo pedir de nuevo que me ayude a recuperar mi pasador. No puedo usar esto como una oportunidad para reclamarle, soy madura, ya soy grande.»

 

    «Oh, guao, escuché el sonido de mi pasador siendo aplastado por el zapato de una rata, la más gorda y pesada de toda la maldita ciudad. Se siente fantástico. Pero no, no voy a pelear, mi corazón tiene antojo de violencia y sangre, pero mi autocontrol se mantendrá bien.».

 

  —¿Qué sucede? —preguntó Omar, quien dejó de atender el teléfono que tenía en su mano para levantar sus ojos y hacer contacto visual con la presidenta.

 

  El teléfono que él tenía era moderno, de gran tamaño, con pantalla táctil y sus cuatro puntas redondeadas. Ese dispositivo aún estaba encendido y quedaba a la altura del pecho de Rebeka.       

 

    «Genial, esa pregunta junto a tu mirada hace que me irrite tanto que juro que me hierve la sangre. Mejor respiro hondo, bajo la mirada», pensó de forma calmada, hasta que sus ojos se encajaron en la pantalla encendida del dispositivo electrónico que Omar tenía en su mano derecha. «¡Qué diablos significa ese mensaje con corazones y besos en tu maldito teléfono! ¿¡Quién es ella!? ¿¡Quién demonios le dio permiso de enviarte mensajes!?».

 

  Con un movimiento de su dedo pulgar, Omar apago el teléfono tan rápido como se dio cuenta que la pantalla estaba expuesta a la vista de la chica que tenía delante.

 

  —¿Estás bien? Un pasador que se te cayó ¿de qué color?  —preguntó, ante el comportamiento y el silencio tan incómodo que recibía por parte de la presidenta, cuyas expresiones faciales estaban oscurecidas.

 

    «¿Acaso no es tan nostálgica esta sensación? El mundo a mi alrededor está perdiendo sus colores. Él sigue hablando, pero su voz no es diferente a la del resto. Debo calmarme. Paciencia», pensó. «Él apagó el teléfono tan rápido como pudo, significa que me tiene respeto. Tampoco vi que le respondiera los mensajes. Estoy sudando, no es bueno para mi piel, mi rostro también se puede enrojecer y me podría ver desagradable. ¿De qué color es el pasador? Acaso mis oídos no me engañan y él en verdad me preguntó tan descaradamente sobre el color de mi más preciado pasador».

 

  —Ja, ja, ja, eso definitivamente no fue una pregunta —dijo, tras lanzar al aire unas discretas carcajadas.

 

  Omar retrocedió un paso, trago en seco y respiro hondo. Se sentía tan incómodo ante el comportamiento de la presidenta que agachó la cabeza para esconder su rostro. 

 

    «En verdad me lo tuve que estar imaginando, pero no fue obra de mi imaginación. Oh, tú eras quien creía indicado para hacerme feliz. Te costará muy caro prestarle más atención a los mensajes de alguien más que a mí. En verdad no entiendo cómo me puedo sentir tan decepcionada. Te aseguro que cuando quieras responder los mensajes de esa que te escribió… tu maldito teléfono estará siendo destrozado por el tren. Idiota. Idiota ¡Idiota! No pienso llorar por alguien como tú».

 

  —Olvídalo, no tiene más importancia —dijo ella en voz alta y una sonrisa de oreja a oreja, una tan grande que incluso sus ojos quedaron cerrados con semejante expresión de felicidad—. Oh, ¡el tren! 

 

  Omar vio como la presidenta se volteaba y apuraba su paso en dirección al tren y sintió un sudor frío bajando por su frente. Las palabras que había escuchado definitivamente tenían un significado contrario, igual que la sonrisa que vio. “Olvídalo” se traduce en “no lo vas a entender”. “No tiene importancia” pudiera significar “pídeme disculpas en este momento”. “Las carcajadas y expresión de felicidad” técnicamente emanaban una rabia incontrolable por los poros. “Eso definitivamente no fue una pregunta” significaba “por qué no mejor te mueres”. Aun así, eran traducciones muy específicas que un chico como él podía imaginar, pero no entender. 

 

   «Al menos, mi sostén fue la mejor opción para prevenir este tipo de situación. Correr con los cabellos sueltos que tapan mi ojo derecho no es muy cómodo. Él me debe de estar siguiendo y debió de haber guardado el teléfono en su bolsillo derecho, ya va a ver», se dijo, bien irritada.

 

  Tras atravesar por el pequeño laberinto de sogas y barras de metal entrelazadas para hacer que la fila de espera fuese más organizada. Rebeka pudo llegar a colocarse detrás de los últimos que iban a entrar en el tren.

 

   «Una vez estemos dentro del vagón, esperaré el momento para quitarle el teléfono, necesito desquitarme con algo».

 

 —Ups, lo siento —dijo alguien, quien al tropezar empujó a quien tenía delante. 

 

 —Solo un poco más y cerramos las puertas —anunció un oficial de seguridad.

 

  Entre los últimos lugares estaban Rebeka y Omar, bien preocupados por poder avanzar entre las personas que no se querían mover, a pesar de tener espacio suficiente para seguir desplazándose. De un movimiento a otro, ella se quedó entre los individuos del frente, ya que le tenían el camino cerrado, mientras que Omar continuó avanzando. Apoyándose de su cuerpo, a él no le importó incomodar a unos y mover a otros.

 

  Mientras que Omar se las arreglaba para ir a la delantera, Rebeka fijó sus ojos en lo que sería su presa. Para los hombres, una de las desventajas de tener un pantalón ajustado es que si el teléfono que llevan es muy grande, una parte sobresale fuera del bolsillo, queda expuesta y puede ser tomada. Una persona normal y corriente no puede enfocarse en varias tareas al mismo momento, es más propenso de ignorar una sensación mínima de movimiento dentro de su pantalón cuando está forzosamente moviéndose entre personas que lo empujan de vuelta.     

 

  «Perfecto, ahora, déjame mantenerme alejada de él. No quiero levantar sospechas ni tener nada más que ver con ese desgraciado, que es como los demás», pensó al tiempo que retiraba su mano exitosamente con el dispositivo y tan pronto se acercó a una ventana, lo arrojó con disimulo.

 

Tras mirar el techo, ella trató de controlar las lágrimas que se le querían salir. Sabiendo que había hecho algo malo con tal de sentirse mejor, lo que más le frustraba era no sentirse bien.  

 

  Junto al sonido de las puertas eléctricas del tren siendo cerradas, más las palabras de la operadora que anunciaba la salida del tren al centro, se pudo escuchar la voz de un hombre diciendo:

 

  —¡Alguien ha visto mi teléfono! 

 

 —Señor, el tren está saliendo. No hay nada que se pueda hacer, por su seguridad, permanezca detrás de la línea —dijeron los uniformados encargados de la seguridad de la estación.

 

  Rebeka pudo reconocer al hombre que buscaba su teléfono, que era el mismo contra el que había chocado cuando se propuso dejar caer su pasador del cabello. Era una situación bien rara, a decir verdad. «Tal vez, ¿karma?», se dijo, mientras que el tren comenzó a moverse y con esto, algunas personas empezaron a protestar porque Omar iba de regreso a donde se había quedado ella. 

 

  «Mmm, ¿se dio cuenta que le tomé el teléfono? No, imposible, tal vez piense que se le cayó y está regresando para buscarlo» pensó, mientras escondía su mirada.

 

  Disponiéndose a actuar como si nada hubiera pasado, Rebeka sintió cómo el cuerpo imponente del chico se le puso detrás.

 

  —En verdad siento lo que sucedió con tu pasador de cabello —le dijo con voz temblorosa a Rebeka—. Y que yo tomara una foto tuya mientras no veías. No quiero que creas que soy alguien raro, por favor. Solo escúchame primero y podemos hablarlo.  

 

  «Él, está… nervioso», pensó, tras sentir el corazón a punto de salirse de su pecho. «Está sudando. Una foto tuya, alguien raro… podemos hablarlo». Si él se dio cuenta, ¿por qué se disculpa en vez de reclamar?».

 

  Mirando al suelo, entre la gente aglomerada, la superficie metálica de un teléfono se vio, sobresaliendo del bolsillo izquierdo del pantalón de Omar.  

 

  «¿Mmm? Tiene otro teléfono junto a la mano con la que aguanta su abrigo. ¿Por qué razón un chico tendría dos teléfonos? además, ¿qué foto me tomo?», se dijo, para acto seguido manifestarle en voz alta:

 

   —No tengo nada que hablar contigo… Dame tu otro teléfono.

 

 Debido al sonido del tren en movimiento, no se podía notar que la voz de Rebeka temblaba y sonaba asustada. Por otro lado, Omar mostró lo que se podría llamar una verdadera cara de espanto, tanto que se pudieron ver intenciones de querer marcharse de allí. Pero el tren estaba cerrado y en movimiento, todos los pasajeros se paraban como si estuvieran sembrados al suelo, por si fuera poco, como hombre tendría que limpiar su imagen. 

 

  —¡No! ¡No, por favor! Cualquier cosa menos eso. No podría vivir si lo rompieses respondió como un niño pequeño que había hecho algo malo.

 

  «Mmm, su cara de necesidad y súplica es tan adorable que creo que voy a regresar a un buen estado de ánimo. Pero es consciente que destruí el otro dispositivo y aun así me suplica. No puedo permitir que mi voz flaquee de nuevo, no sería bueno para el resultado de esta negociación», pensó, tras agregar en voz alta:

 

   —¡Que me des el celular, Omar! —lo que eran palabras firmes se convirtió en un grito que Rebeka hizo escuchar sin querer. 

 

  El chico se quedó en el lugar, pasmado, sin respirar, blanco como un papel.

 

  —¿Qué estás esperando? —insistió de nuevo con voz más dominante— ¡Omar!

 

  Una de las ancianas, justo en frente de la silla, con la disposición de ayudar a la chica embravecida que demandaba algo de un delincuente casi del doble de su tamaño, en voz baja agregó:

 

—¿Acaso te está molestando? ¿Necesitas que llame a las autoridades?

 

  Rebeka contestó a las preguntas de la anciana:

  —No, no creo que tengamos que llegar a tanto ¿verdad, Omar? Valiéndose del tono más amable que podía emplear en una situación tan estresante e iluminando su rostro con una sonrisa, ella se esforzó por tranquilizar a todas las personas cuya atención ya había sido llamada. 

  La anciana se volvió a colocar los espejuelos y bajó su mirada para continuar leyendo el libro que tenía en la mano, titulado Gilgamesh el grande, aún entre nosotros

Tras volver a mirar a Omar, ella cambió totalmente las expresiones de su rostro. El chico tragó en seco y se agarró el bolsillo con aún más fuerza.

 

  «Ya van más de dos minutos», pensó ella. «Todos parecen menos interesados en nuestra conversación y él aprieta aún más su bolsillo, pero ¿cuándo va a acceder a mis demandas?»

 

   —Solo si me prometes que no lo vas a romper —Omar se aclaró la garganta y habló con voz arrepentida, mirando a la mano de la chica que se levantaba. 

 

  —Está bien, lo prometo…  —respondió, accediendo a la petición.

 

  Por cierto, como chica que era, “lo prometo” podía significar: si veo mensajes de otra, definitivamente lo voy a tirar por la ventana. Cumpliré con mi promesa, pero las posibilidades de que se pierda son muy altas”. Interpretación por la cual Omar se agarró a otro pasamano con su mano izquierda y con la derecha, a pesar de ser algo incómodo, sacó el dispositivo que tanto no quería dejar ir, para ofrecerlo a la presidenta cuyas expresiones faciales de enojo eran suficientes para causar pesadillas. 

 

  «Perfecto. Estoy tan emocionada, es como tener un regalo en mis manos. Hoy en día el teléfono de alguien es lo más preciado. Y yo tengo el teléfono de él, siento como si tuviera su corazón en mis manos. Con abrirlo puedo ver el contenido… ¡Ups!»

 

  La pantalla encendida estaba resguardada por un candado que requería una contraseña para ser abierta.

 

 —¿Cuál es la clave? —demandó ella. 

 

 —No, por favor no. Prefiero que lo rompas —dijo él—. Mejor romperlo, tíralo por la ventana… es más, yo lo rompo por ti.

 

  Con desespero, él trató de quitarle a la chica lo que le había dado. Pero como Rebeka ya estaba preparada, valiéndose de movimientos ágiles lo impidió. Ya le había extrañado que un chico usara su mano más diestra para darle algo que estaba en el bolsillo opuesto.

 

  —¿La clave? —volvió a demandar, esta vez bajando su voz como quien se forzaba a no gritar—No quiero seguir repitiéndolo ni haciendo una escena. Hazte responsable de tus acciones y compórtate como un hombre, con madurez. 

 

   —Rómpelo, te lo suplico —dijo él. 

 

  Rebeka no tenía ni la menor intención de dejar ir lo que había obtenido, más bien, elogió su precaución de mantenerse atenta ante el cambio de opinión de Omar. Aun así, ante la cercanía, la actitud le estaba cambiando. Ella quería sonar firme, pero tenerle tan cerca y verle tan necesitado la hacía aflojar. Además, que el forcejeo de tratar de tomar y proteger, se podía sentir como un juego preliminar antes del sexo.

 

   Con ropa de por medio, los dos cuerpos se empujaban y frotaban el uno al otro en un intento un poco diferente al apareamiento con ropa.  

 

 —¡¡¡Hey!!! ¡Ustedes dos! ¡Dejen la niñería! —demandó un señor mayor entre dientes, alguien que había sido empujado de un lado a otro por ya un buen tiempo y se le había acabado la paciencia como para seguir aguantando.

 

  Omar se calmó, pido perdón y resignado dijo:  

 

 —Tu nombre. 

 

  Él no podría ganar, estaba a la merced de lo que se le pudiese ocurrir a la presidenta de su clase.

  

  —¿Cómo? No te pude escuchar. ¿Cuál era la clave? —dijo sonrojada y un tanto desilusionada porque se detuviera el forcejeo. Sintiéndose caliente, su cuerpo demandaba seguir siendo empujado desde atrás por las caderas del chico y luego de dejar que su libido hablara, pronunció las siguientes palabras: —. Acércate, dímelo al oído… una vez más.

 

   «¿Puede que sea una aprovechada, pero…Qué puede ser más erótico que estar siendo cogida por detrás y que te llamen por tu nombre al oído?».

 

  —La clave para entrar a mi teléfono es… —en un susurro, Omar se acercó al cuello de ella y dijo— …Rebeka.